Capítulo 19

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Capítulo horny entre Callie y...


LA TEMPERATURA SUBE

MI TIEMPO SE AGOTA.

Y ALGUIEN ME TRAICIONA.

—¿El cielo? Gris, deprimente y algo nostálgico. Si pudiera describirte como está de sucio el rio que tanto te gustaba limpiar, te espantarías. —Me tomé una pausa para mirar el epitafio:

Acá yace Jerry Morgan

1968-2014.

—Te extraño papá —susurré un tanto apenada y guardé el diario en una cajita de vidrio pegada a su tumba. Coloqué el candado y lo cerré.

En ese momento me sentía perdida, sin saber dónde ir, sin saber qué hacer. No veía progresos en la banda ni tampoco veía intenciones de surgir. ¿Me estaba envolviendo en algo en lo que no pertenecía? No lo sabía. Yo solo me dejaba llevar por lo que mi corazón me dictaba. Mis pensamientos jamás valieron más que mis propios impulsos. Para ser sincera, diría que eso me llevó a mi propia muerte, pero..., joder, no fue así. Yo no tuve la culpa. No fue mi maldita culpa.

Lo peor es que ella lo sabía, y jamás me dijo nada.

Limpié unas lágrimas rebeldes y me senté en el banco que estaba a su lado. Tras exhalar y mentalizarme que nuevamente me sentía vacía, avisté una sombra que comenzó a oscurecer mi silueta.

—Me imaginé que estabas aquí.

—Vete de acá, Marcos —regañé—. No quiero ver a nadie.

Pensé que me haría caso, sin embargo, no fue así, solo se sentó junto a mí y miró hacia los frondosos árboles que danzaban con la gélida brisa de viento. Analizaba todo con algo de melancolía. Sus ojos verdes y su cabello corto bien hacían contraste con su piel increíblemente pálida y pecosa.

—Tu padre no era un mal sujeto. En algún momento me cayó bien.

—Tu madre era una bruja —lo miré—. Lo peor de todo es que tú jamás me defendiste.

—¿Cómo podía defenderte a los diez años, Callie? Éramos unos niños con padres disfuncionales. Acéptalo.

Exhalé.

—¿La extrañas?... ¿A tu madre?

Se encogió de hombros, indiferente.

—¿Y tú por qué no vas a ver a la tuya? Al menos está viva...

—Pero yo para ella estoy muerta —objeté en voz baja. Descansé mis codos en mis rodillas y comencé a mirar mis manos—. Lo dejó muy claro ese día que decidió irse con otro hombre a Londres. No le rogaré amor, no ahora.

Hubo silencio. Estaba tan apenada en ese entonces que lo único que me digné a hacer fue afirmar la cabeza en el hombro de mi hermano y reposar en él durante unos minutos. Cerré mis ojos y nuevamente me ahogué en una tristeza que me ponía por el suelo. Esa era la clase de tristeza que a veces me dejaba en cama durante días.

—Me están pasando cosas extrañas, ¿sabes? —le confesé, a lo que él corrió el hombro para mirarme y juntar las cejas, esperando una explicación.

—¿Qué cosas?

—Hay voces que rondan en mi cabeza... Voces que me resultan familiares. Es como sí... No lo sé Marcos, es difícil de explicar.

—¿Voces? ¿Qué te dicen esas voces?

Te pagaré mucho dinero.

¡Nos estamos divirtiendo mucho!

—Nada, olvídalo. Mejor vámonos, ¿sí?

—¿Estás segura de que no te dicen nada? ¿Quieres ir a ver... un doctor?

—Es... confuso, pero estaré bien —dije y me puse de pie—. La vida sigue, ¿no?

—Puede ser producto de...

—¿Las drogas? Quizá. —Me encogí de hombros.

Quedó mirándome algo ensimismado cuando comencé a avanzar y lo dejé atrás. Rápidamente, se esclareció y apuró la marcha para alcanzarme. Caminé hacia el autobús y empuñé mis manos en los sujetadores porque estaba repleto de gente. Olía mal, y aquel sujeto que iba a mi lado, me ofrecía una vista exclusiva y gratuita a su axila sudada.

Cuando llegamos a casa, no me sorprendió ver a Alex gritando y fisgoneando por las ventanas a ver si se encontraba alguien.

Is anyone there?!

—Dios..., pero si ya parece que es de la casa... —regañó Marcos y se fregó la cara con las manos—. ¿Acaso su familia no lo quiere o qué?

—Joder, no seas pesado. —Avancé más rápido que él—. Es un buen chico, en todos los sentidos. —Le moví las cejas para molestarlo, a lo que él solo resopló, hastiado—. ¡Hola, Alex!

—¡Callie! ¡¡Por qué no contestas tu teléfono!! Te tengo una noticia que, joder... ¡Te cagas! —expresó con bastante entusiasmo. Segundos después miró de reojo a Marcos y se sonrojó—. Hola..., Marcos.

—Hola, Alex.

Para ser sincera, percibí algo de tensión. Si las paredes hablaran, les hubiera rogado que me dijeran en qué pensaban esos dos.

—¿Y?... ¿Qué noticia? ¿Pasó algo? ¿Se trata de la banda? ¿De los chicos? ¡¿DEL CAMBIO CLIMÁTICO?!

—¡Franco lo consiguió! ¡Ese hijo de puta lo consiguió!

—¡Qué cosa, Alex! ¡Revélalo!

—¡¡Nos vamos de gira!! ¡Vamos a ser teloneros de los Stundresk! ¡PAÍSES BAJOS NOS ESPERA, CALLIE!

—¡No! —grité, impresionada— ¡OH, DIOS MÍO ¡Marcos, te lo dije! ¡TE DIJE QUE IBA A RESULTAR! ¡OH- DIOS- MÍO! —Lo abracé fuerte, sin embargo, él solo se puso tieso como un palo.

Y en aquel viaje, las manecillas se adelantaron. M Y D lo sabían.
Había solo una salida en el laberinto, una que jamás me esperé. Caliente caliente, con un arma me disparaste en la frente...

—Y... ¿Cuándo nos vamos?

—¡Ahora! ¡¡Ve a hacer tus maletas!!

—¿Qué? ¿Ahora... ya?

—¡¡Sí!! ¡ANTES QUE SE DEN CUENTA DE QUE SOMOS MUY MALOS!

Liberé un grito ansioso y lo tomé de la mano para dirigirlo hasta mi habitación, donde me dijo todo lo que tenía que llevar. Me advirtió que debía ser ligera en estas situaciones, pero yo era de las que consideraban que era preferible que sobrara algo antes que faltara, así que coloqué hasta un juego de loza por si hacía falta.

Alex había esparcido un ovillo de lana por toda la alfombra y Dolly había encontrado la manera de volver a enmarañarlo. Bajo ronroneos, suplicaba que él le acariciara el lomo para echarse a gusto. Ambos estaban tendidos en el suelo, jugando.

—¡Lista! —dije triunfante después de unos minutos de arduo trabajo. Levanté las manos hacia el cielo con las maletas a punto de reventar— ¿Debería llevar desodorante ambiental?

—Chris te mataría. Es malo para el planeta.

—También es malo para el planeta el olor que sale del ombligo de Franco —dije arqueando una ceja.

—Lo que es malo es que no la puedes llevar —lamentó por Dolly—. ¿Quién es la gatita más hermosa del mundo? ¿Quién es? —le preguntó, a lo que la gata articuló un gruñido tierno—. ¡Muack!

Una vez que dejó a Dolly en el suelo y llegamos hasta el comedor, Marcos se encontraba tratando de arreglar, al parecer, un computador antiguo. Por supuesto, lo asusté. Me apetecía fastidiarlo antes de irme.

—Tu hermana ya se va —vociferé, presumida. Él resopló y entornó los ojos luego de asustarse—. No me extrañes. Cuando vuelva, te traeré un disco de nosotros y firmado por- mí.

—Genial, lo guardaré en la bodega de las cosas sin importancia.

—Cuando seamos famosos dirás lo contrario.

—Famosos en hacer el ridículo —sonrió con burla.

Feo.

Bufé y avancé hasta la salida con mi gran mochila en la espalda y mis otros bolsos colgando de mis hombros. Llevaba un sombrero en mi cabeza, unas orejeras arriba de esta y una bufanda de lana roja cubriendo mi cuello.

—Nos vamos entonces camino a la fama —alardeó Alex con una sonrisa, alcanzándome y abriendo el maletero del auto—. ¿Puedes creer que ya subí cinco seguidores en Instagram? Ya te digo yo que ser famoso es difícil.

—Uno de los cinco soy yo, Alex.

Alex soltó un falso llanto afectado.

Dejé mis cosas ahí, pero antes de subirme al auto, sentí a alguien correr hacia mí para abrazarme con fuerza. Mía Smith.

—¡Aaaah! ¡Te voy a extrañar tanto! ¡Pero mírate, si ya eres toda una celebridad!..., Hola, Alex. ¿Me recuerdas?

—Ajá... —vaciló el rubio; sorprendentemente con un ápice de sospecha.

Lo miré para darme cuenta de que se encontraba con unos ojos tan juzgadores que me pareció extraño. ¿Por qué la miraba de esa manera? No lo sabía, pero Mía solo se limitó a sonreírle un tanto incómoda y con las cejas fruncidas.

—Bueno..., yo me venía a despedir. Espero que les vaya bien. Te amo, Callie y ya sabes, te espero aquí, por siempre y...

—Te vi hablando con Leah —espetó Alex de sorpresa—. Tú eras, ¿no? En este mismo lugar.

—¿Eh? —Ella me soltó—. No...

—Vine a ver a Callie el otro día y te vi hablando con ella. Incluso te dio dinero.

Abrí mis ojos como platos e intercambié la mirada en ambos, preocupada. Mía me miraba como si la hubieran delatado y Alex se mantenía perspicaz de manos en los bolsillos.

Esperé a que se dignara a decirme la verdad.

—Callie..., necesitaba el dinero..., yo... no tenía nada —reveló.

(**)

Cómo era de esperar, tarde o temprano terminaría aflorando aquel drama del: «¿Me traicionaste? ¡Cómo pudiste!» y bla, bla. De lo único que estaba segura, era de que no la iba a perdonar tan rápido..., o quizá también pensé en jamás perdonarla. ¿Qué repercusiones tendría a futuro? Mía era muy rencorosa. Era de las chicas que, si bien las increpabas, no te olvidaba tan fácilmente porque era incapaz de reconocer su error.

Eran las cuatro y media de la tarde y para mi horror, ya estaba comenzando a oscurecer. Cerré la puerta del auto y avanzamos junto con Alex hacia el garaje, donde John se encontraba ordenando los amplificadores. Una vez que sintió que llegamos, nos regaló una mirada casi sin importancia y continuó enrollando los cables, ignorándome.

Chris y Javiera estaban conversando. Ella le coqueteaba y lo miraba con ojitos llenos de brillo. El pelinegro tomó las maletas que estaban a su lado y la rubia corrió hacia mí y me abrazó tan rápido como me soltó. Sentí que quería gritarme en la cara y decirme que quería golpearme por sentirse feliz.

—¿Me haces un espacio para irme atrás con Chris? —Se me acercó al oído.

—Oh... Eeeh, sí, claro...

—¿Llevas pañuelos? Porque veremos todas las temporadas de Greys Anatomy.

—¡Vamos, chicos, rápido que los quiero preparados! —Apareció Franco entusiasmado mientras cargaba unas maletas hacia la minivan—. Antes de partir, no quiero saber que no tienen una canción para el sábado. ¿Me oyeron? Si no yo mismo tomaré una flauta y se las haré sonar en el culo a ver si les sale alguna melodía, ¿vale?

—¡Yo vi a John escribiendo una canción! —confesó Javiera y se dirigió hacia un sillón donde había un cuaderno con hojas sueltas—. A ver Johnny Boy, muéstranos lo que tienes. —Acomodó la hoja para leerla y carraspeó su garganta.

Tu sonrisa me da cólera, me invade una acidez estomacal al oírte hablar.

John alcanzó a quitársela y a guardarla en el bolsillo de su pantalón. Me miró fugazmente.

—¿Qué clase de canción es esa? —Javiera contrajo el rostro.

—¿Y a ti qué?

Javiera le sacó el dedo del medio y John sonrió de manera burlesca.

... Y entonces partimos. Quedé ubicada en medio de John y Alex. Chris y Javiera se fueron en la fila de atrás y Franco delante de copiloto.

Esto se resume en que el viaje fue bastante largo; pasamos por una carretera desolada, con abundante vegetación y árboles frondosos. Mientras me hacia la dormida, pensé en que John estaba bastante enojado conmigo.

Como si me importara. Ja.

Decidí mirarlo con atención, pero con cautela. Advertí que nuestros cuerpos quedaron apretados durante todo el viaje nocturno. Su piel estaba algo caliente.

—¿Estás bien? —musitó Alex después de unas horas—. Ya sabes, por lo qué pasó con tu amiga...

Me tomé una pausa para girarme hacia él.

—Me duele —lamenté en voz baja—. Siento que todo el mundo se está yendo de mi lado.

—Nosotros estamos para ti, pequeña Morgan.

Él me sonrió a la misma vez que se le comenzaron a cerrar los párpados enrojecidos. Nuevamente el sueño invadió a Alex.

Pasaron los minutos y todo resultó ser un caos. Constantemente me giraba  para todos lados porque el rubio no dejaba de roncar. Franco, por otro lado, hablaba de cervezas y de mujeres con el conductor. Miré a Chris que dormía y Javiera aprovechó de abrazarlo. Me hizo un gesto con el dedo pulgar hacia arriba y luego me volteé hacia el frente.

John miraba hacia afuera con una pierna temblorosa, sacudiéndose mientras rozaba la mía.

—¿Quieres dejar de moverte?

Freedman, por supuesto, sacó el celular de su pantalón, insertó el cable de los audífonos y se los colocó en sus oídos. Acto seguido, devolvió su vista al paisaje... Con la pierna temblorosa, nuevamente.

Resignada y molesta, me acomodé para dormir y procurar que el viaje no fuera tan largo. Cubrí mis orejas con una almohada y me quejé. Estaba desesperada con los ronquidos de Alex y con la pierna de John. Quería pegarle un zape.

Cuando se quedó dormido, le corté los audífonos con una tijera y luego fingí que nada pasó.

(**)

Había pasado aproximadamente nueve horas desde el viaje y el sol se pronunciaba de manera perezosa. refregué mis ojos y bostecé. Inflé tanto mis pulmones que volvía a reposar en... en... ¡En el hombro de John!

¡Bip Bip! Franco tocó la bocina de la minivan y nos miró por el retrovisor.

Su rostro reposaba en mi cabello, así que cuando di un respingo, me miró como si se hubiera despertado en el centro histórico de Oaxaca.

—¿Dónde estamos? —preguntó con una voz indescriptiblemente ronca mientras estiraba su cuerpo.

—¡Esto es Ámsterdam, Johnny! —dijo Franco y se giró hacia nosotros—. ¿Alguien quiere despertar a Alex?

Nos bajamos y la verdad es que no apreciamos mucho el paisaje más que estaba bastante nevado y con una ventolera que era considerablemente modesta. Con la cabeza agacha y con bastante frio, entramos a un hostal que estaba al lado de una cafetería; donde nos encaminaron hasta un pasillo con varias habitaciones llenas de goteras y olor a orina. Era un lugar pobre.

O sea, yo igual era pobre, pero me regodeaba igual.

Los BulletFord tenían el hotel más lujoso en Ámsterdam y era porque tenían un buen productor de discos. Franco se gastaba el dinero en orgías y fiestas... Aunque a veces nos consentía con regalos y comidas.

—Para que no se saquen los ojos, les conseguí habitaciones distintas, aunque para ahorrar algo, Alex y Javiera dormirán juntos.

—Todo muy lindo, pero yo me voy a recorrer —dijo Alex con su cámara en mano—. Nunca había salido de Liverpool y no pienso perderme esto. —Le tomó una foto a Franco y lo dejó un poco ciego por el golpe del flash—. La tierra está para conocerla.

—¡Pero tienen que ensayar! ¡Vuelvan! ¡Hey!

Dejamos todas las maletas esparcidas por el suelo. Javiera se aventó en la espalda de Alex y este tomó de mi mano para salir corriendo de ahí. John y Chris se fueron detrás porque les dio pereza correr.

Resumiré esto de manera breve: caminamos todo el día; nos tomamos fotos, recorrimos catedrales, archivamos recuerdos de la Oude Kerk y comimos de manera fugaz en puestos de Hot and Burguers. John era el único que parecía estar intranquilo y que no nos seguía el juego en absoluto. Se limitaba a mirar el paisaje con un rostro de indiferencia.

Alex y yo nos sacamos una selfie con filtro de perro.

A ese ritmo nos mantuvimos hasta la medianoche, luego volvimos al hostal y las maletas ya no estaban. Supuse que habían dejado la mía en mi habitación, así que solo me limité a entrar y a tumbarme en la cama como si no hubiera reposado en años.

El lugar era pequeño. Había un televisor arriba de un mueble, un escritorio de madera con un espejo y más para atrás el baño, así que escruté bien y me di cuenta de que me faltaba una maleta.

Recibí un mensaje de Franco que decía: «Los espero abajo para ensayar, si no se acercan suspenderé todo y nos iremos a la mierda. Ya nadie me hace caso. No hay respeto».

Entorné los ojos y me puse pijama. Era un short de seda gris y una remera con tirantes de la misma calidad. Me senté en el escritorio para mirarme al espejo y peinar mi flequillo, pero me llevé una inesperada sorpresa:

Cocaína.

Era una bolsa pequeña y misteriosa que estaba notoriamente visible. ¿Se le había quedado a alguien?... O acaso la dejaron ahí... ¿a propósito?

Bueno, yo ya lo sé porque ya me morí, pero no sé los diré. Nada personal.

Bueno, como les decía: fue ahí cuando una sensación de tentación se manifestó. No había pensado en drogas ese día, no había pensado en querer las pastillas para tener ese pequeño placer de adormecimiento que tanto me gustaba tener... Y eso... Eso era como comerse un chocolate en días de antojo, en días hormonales o en días lúgubres y nublados. Claro que, si soy sincera, yo jamás había tenido un encuentro con tal mencionada droga. Por supuesto que me hice la pregunta de: «¿Qué se sentirá?» ¿Me estimularía tanto como las otras? Y estaba por descubrirlo.

Entonces la abrí, pero alguien tocó mi puerta.

Con temor, guardé la bolsa en un cajón, pero había quedado pólvora blanca esparcida en el escritorio de madera. Soplé y pasé mis manos hasta eliminar cualquier evidencia de manera rápida. Carraspeé mi garganta y me dirigí tensamente hasta la puerta, mentalizándome ya, que estuve a punto de arruinar aún más mi vida al intentar esnifar una droga la cual no había vuelta atrás.

Giré la manilla y miré por el resquicio. Al darme cuenta de que era John, la abrí extrañada, pero él ni se molestó en dirigirme la palabra, solo pasó hacia adentro marcando presencia mientras arrastraba una maleta.

Mi maleta.

—Sí, pasa adelante, con confianza. —Rodé los ojos.

—Se te quedó esto —expresó medio malhumorado—. Se confundieron y la colocaron en mi habitación.

Apenas se había desplazado hacia adentro, expandió un aroma bastante adictivo. Esta vez no vestía con sudaderas holgadas ni pantalones con bolsillos, si no que lucía incluso más pulcro de lo habitual con su chaqueta negra acolchada, una remera verde y un buzo ligero y negro. Su cabello estaba un poco arremolinado y olía a shampoo masculino. No negaré que había algo diferente, una vibra llena de... ¿rabia?, ¿enojo?

—Gracias —respondí y tomé mi maleta y la posicioné a un lado de la cama. Cuando volví a girarme hacia él, lo descubrí mirándome, indiferente. Ni diez terrones con azúcar le quitaban el rostro molesto.

—No hay de qué. Ya me voy.

—John..., espera. Lo siento, ¿vale? Perdón por lo que pasó ese día. Es que quizá me cuesta entender el por qué defiendes tanto a tu padre y...

Él me miró, cauteloso.

—Te emborrachaste en una fiesta de campaña política de mi padre. Todos te sacaron fotos con Chris, y borrachos.

Resoplé y me arrepentí un poco.

—Vale, me cuesta decirlo, pero... creo que tienes razón. —Me costó decirlo.

—La tengo, siempre la tengo. Pero es que si brillaras por ser terca serías la galaxia completa.

—Ya, está bien, metí la pata, ¿vale? Es que... con Chris quizá todo ese alcohol se me fue un poco de las manos y...

—Sí, se les fue mucho de las manos.

Su expresión me dio un poco de risa o algo así. No sabía cómo describirlo. Fue burlesco de su parte y se puso algo colorado.

—¿Esos fueron celos?

—¿Eh?

—Oh- por- Dios... ¡Estás celoso!

No lo negó, solo bufó con malogro.

—Oye, escucha, esto no puede estar pasando —continúe.

—¡Y qué quieres que le haga! No puedo controlarlo. Me da acidez estomacal solo pensarlo. Me siento... raro.

—Pues saca eso de tu mente, ¿sí? —Contemplé su cuerpo de una manera discreta.

Estaba nerviosa. Me estaba celando, Dios mío.

—Lo sacaría de mi mente si desaparecieras.

—Vale, vale, pero, ¿qué quieres que haga? ¿Qué me vaya de la banda?

—¡Yo nunca quise que te unieras!

—¡No te creo!

—¡Me da igual!

—Es que... —burlé— no entiendo tu jodido problema conmigo.

John nuevamente mordió su labio inferior y negó con la cabeza. Una sonrisa torcida y que parecía no tener solución salió de él.

—¡El problema es que te metes en cosas que no deberías! ¡Resulta que eres un dolor de cabeza!

—¡Y si soy un dolor de cabeza qué haces aquí! ¿Me odias? ¡Pues entonces no entiendo por qué en este momento solo te dedicas a pelear conmigo en vez de irte!

—Ese es el punto, Callie —Se acercó a mí de una manera más íntima, más profunda—. No puedo odiarte.

—¿No? —Comencé a inquietarme.

—No.

Entre nosotros merodeó el calor de nuestras respiraciones espesas. Retrocedí. Fue en aquel entonces donde él avanzó hasta acorralarme contra un mueble. Se dirigía con la mandíbula tensada, con recelo. Sus increíbles ojos pardos devoraban cada parte de mi cuerpo sin siquiera tocarme. El calor corporal que salía de él era... tentador.

Muy tentador.

Hicimos contacto visual.

Y fue ahí donde lo dijo:

—Eres tan fastidiosa que a veces lo único que quiero es callarte la boca con un puto beso.

Nos quedamos en silencio por dicha confesión. Miré sus labios. El estímulo estaba ahí, la provocación, el deseo de querer probar su suave y ardiente piel...

Sus manos rodearon mi cuello y me atrajo con fuerza hacia sus labios.

Ambos soltamos un gruñido excitado que resopló en la piel del otro, como si lo hubiéramos necesitado con urgencia.

Toda esa tensión acumulada se manifestó con un delineo de labios excitante y estremecedor. John bajó sus manos a mi cintura por debajo de mi ropa y me apretujó hacia él. Mi pecho agitado se rozaba contra su abdomen caliente y mi vientre mantenía una fricción con su entrepierna que me hacía sentir un pequeño dolorcito desesperante que quería algo más.

Subió mis piernas a sus caderas, acunó mi cuello en sus manos y mordió mi labio inferior, lentamente, incentivándome, calentándome. Lo hacía de una manera cuidadosa para que mi cuerpo se adaptara a él, para que disfrutara de ese placer de tocarnos.

Bajó hasta mi cuello, y, entre ronroneos, su respiración débil chocaba con mi piel.

Oh, fuck —reprodujo cuando percibí su erección.

—Deberíamos parar... —sugerí con la voz entrecortada, rodeando su nuca con mis manos— Deb... deb... joder.

—Pídeme que pare y lo haré —susurró de vuelta a mis labios, sacándose la chaqueta.

Lógicamente no quería detenerme, así que lo ayudé y, sin dejar de besarme como un loco, la lanzó hacia el suelo y comenzó a retroceder junto a mí hasta la cama.

Se dejó caer arriba del edredón y fijó su vista en mí con sus magnéticos labios entreabiertos y con un rostro que consideré angelical. Me tomó suavemente de la cintura, se relamió los labios y yo abrí mis piernas para quedar encima de él.

Me sofoqué aún más al ver como resopló y tragó fuerte al colocarme en esa posición.

La tela de mi pijama era tan delgada que podía sentirlo como si estuviéramos desnudos. Gruñí sobre su boca y cerré los ojos cuando se apoderó de mis caderas y las manejó hacia su antojo para que pudiera sentir el bulto en su entrepierna. Fricción era lo que hacía.

John estaba despeinado; sus labios rojos, hinchados y su delicioso aroma me tenía embelesada.

Miré hacia su pantalón deportivo y bajé un poco la tela, dejando al descubierto su bóxer gris. Involuntariamente, sus labios se entreabrieron y sus ojos se posaron hacia abajo. Se percató de que yo estaba lo suficientemente húmeda y él lo suficientemente duro. Era tortuoso, así que soltó un áspero gruñido sobre mi boca agitada y maldijo, vulnerable.

Me sacó la remera y atacó mi cuello. Su cabello salvaje se frotaba en mi barbilla, así que enredé mis dedos en él y me dejé llevar por los arañazos en mis muslos, por la palpitación de mi entrepierna friccionándose sobre su miembro y por su respiración espesa en mi cuello. Todo ese deseo lo estábamos al fin descargando y ambos sabíamos que necesitábamos urgente desnudarnos antes de perder los estribos.

—¿A esto te referías cuando me dijiste que estabas celoso? —susurré en sus labios.

—Puede ser —respondió arañando mis muslos y metiendo sutilmente su mano un poco más adentro—. ¿Quieres que sea así?

Gemí y coloqué mi mano sobre la suya mientras ahogué mi respiración por la boca. Mis piernas se cerraron involuntariamente.

Maldije mirando hacia el cielo a la vez que mordí los labios producto de aquel acto. Trataba de respirar, pero me enrojecía y jadeaba en el intento.

John no se quedaba atrás. Percibí unos brazos nervudos y tensos y una calidez en su piel que ardía.

Me estaba comenzando a desesperar. Su mano tocó mi punto débil y... No estaba resistiendo.

—¿Quieres hacerlo? —preguntó, ronco.

—Mhm —asentí con los labios apretados.

Ni tuve tiempo de pensar. Tomé la oportunidad y la aproveché.

No me juzguen, se sentía bien.

Puso su mano libre en mi cuello y la otra la empuño en su miembro por encima de su ropa, listo para sacarlo. Mi barbilla se afirmó en el hombro de John para tratar de respirar.

—John. —Tragué saliva al sentir cómo comenzó a correr la tela de mi pijama con su mano. Mis mejillas ya estaban lo suficientemente enrojecidas.

—¿Mhm?

Miré hacia abajo mientras él sacaba un condón del bolsillo de su pantalón deportivo. Buscó mis labios nuevamente para no dejar de besarme mientras lo abría.

Entonces alguien tocó la puerta.

—¡Callie, a ensayar!

NOTA DE AUTORA:
No me funen 😭

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