Capítulo 37

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pensé que tenía finalizado el libro y nunca me di cuenta de que no subí el último capítulo JAAAJJAJAJA Bueno, aquí está, al fin se sabrá quién mató a Callie Morgan. 










LA VERDAD EN LOS PEQUEÑOS DETALLES.


Eran alrededor de las tres de la mañana y yo tenía poco tiempo para llevar a cabo mi objetivo:

Asesinar a Callie Morgan.

Debo advertirte que me veo obligadx en ocultar mis emociones. Por lo tanto, después te contaré qué fue lo que realmente ocurrió. Hoy por hoy, me encontraba a las afueras del QueenRoll, dirigiéndome hasta su casa.

Admito que todo fue bastante rápido, sorpresivo para mí. En un abrir y cerrar de ojos le estaba recibiendo el arma a ella y repitiendo una y otra vez en mi cabeza que debía estar enfocadx para no dejar ningún detalle que podría delatarme. Era una tarea difícil, lo admito. Pero como ya sabrán, se llevó a cabo de igual modo.

—¿Dónde está Chris? —Sentí la voz de Javiera, así que rápidamente me escondí en el callejón donde estarían las cosas.

Una vez que me aseguré de que estaba todo bajo control y que no había nadie a mi alrededor, me puse la máscara, el abrigo y los guantes. Me pasaron el arma y después de una confusa especie de pelea, comencé a avanzar hasta allá.

💬Todo listo.

Vacilé un poco antes de llegar hasta el condominio —supuse que era parte de la adrenalina de matar a alguien, ¿no? Ya saben, el aire espeso que se eleva por tus narices al cometer un asesinato suele ser un poco tortuoso.

Atisbé el rostro del guardia y, a juzgar por su cuerpo fantasmal y esa gota de sudor que bajaba por su frente, supe que esto iba a ser un desastre. Pero ya no podía echarme para atrás, por lo que agaché mi cabeza y fui hacia adentro.

La descarga de un relámpago más el rugido de un trueno sonaron a la misma vez que yo toqué sutilmente la puerta de Callie. Llamo "sutil" porque apenas di un golpecito cuando el ama de llaves ya me estaba haciendo pasar bajo un semblante perturbador y asustado a la vez. Me hizo subir las escaleras y me abrió la puerta de la habitación de Callie con las llaves que la ya mencionada le había proporcionado en caso de emergencias.

Estaba acostada en su cama, casi inconsciente. Sin embargo, alzó la cabeza y me miró de una manera confusa apenas entré y me situé enfrente de ella.

La señora Laudrie asintió y cerró la puerta.

Un relámpago iluminó a la habitación y la lluvia comenzó a largarse mucho más fuerte.

Comencé a observar su cuarto. Para empezar, había botellas de Jack Daniels en su velador y una bolsa con cocaína. El olor a Alcohol era un hecho. No estaba en mis planes que ella se encontrara de esa manera, así que me puse a pensar que en verdad había sido un beneficio para mí.

Callie se inclinó hacia adelante para escrutar mejor, pero alcé el arma para defenderme.

—Quédate quieta.

Esperé durante unos segundos, asegurándome de que no tuviera las intenciones de pararse y atacarme.

Sin dejar de apuntarle, comencé a escribir la carta que ella ya les mencionó. Eso sí, les contaré algo: debo admitir que las últimas palabras surgieron a última hora como medida de advertencia. Quería hacer una carta suicida, una carta la cual supongo que hasta el día de hoy me siento identificadx. Lamentablemente, mi mente me traicionó un poco y recordé el por qué estaba cometiendo el crimen; lo que me llevó al siguiente punto: completarla.

Necesito que lo entiendas y necesito también que cierres la malditA bOca o prometo que hablarÉ.

Te espero por siempre.

Callie se había logrado sentar. Se frotó la frente y se fregó los ojos. Y pese a que era un insignificante movimiento, no dudé en volver a advertirle:

—No-te-muevas.

—¿Merezco morir? —me preguntó de una manera sorpresivamente triste.

—¿Eh?

—Eso, que si tú crees que debo morir. Porque si consideras que es la mejor solución, entonces hazlo.

Tensé la mandíbula y quise jalar el gatillo, pero aún no era el momento... O quizá nunca debió serlo. Claro que no. Y entonces pensé: ¿debía ponerme el arma en la cien?

—No hables.

—Mátame. Hazlo. —Me desafió colocándose de pie, lo cual me tomó por sorpresa—. Total no tengo nada que perder. Sabía que tarde o temprano esto me pasaría. Ahora sé valiente ¡y hazlo! 

¿Quería morir? ¿Podía colocarse de pie?

—He dicho que no te muevas. He dicho que te mantengas donde estás. 

Agradecí que se quedara tranquila, lo cual hizo que me pusiera a observar toda su habitación tratando de que mi mente siguiera enfocada. Miré sus cuadros, sus dibujos de ella con nosotros. No eran muy bonitos, lo admito. Pero... Era Callie, una muchacha queriendo a un grupo de gente igual de rota que ella.

Joder.

Mi teléfono comenzó a vibrar... Y ya a ese punto me costaba mantener la calma. Para remate, ese idiota me seguía apurando. ¡Menudo idiota!

—¿Por qué haces esto?

—Solo deja de hacer preguntas.

—Necesito que me expliques porque no estoy... ¿es una broma?

—¡Cállate, Callie!

Me había hablado sobre buscar la evidencia. De inmediato, y como era de esperarse, me surgió la pregunta: ¿qué evidencia? ¿De qué rayos estaba hablando?

Joder, encima no dejaba de moverse. Estaba ebria, sí. ¿Pero y si comenzaba a forcejear para quitarme el arma?

—¡Explícame!

—¡Cállate!

—¡Solo deja esa arma y...!

¡Pam! Jalé el gatillo y la bala se estrelló en su frente. Esa imagen se repitió en mi mente una y otra vez después de haber realizado la acción.

¡Pam! La sangre llegó a la muralla.

¡Pam! Su cuerpo cayó en la cama.

¡Pam! Un trueno retumbó en las ventanas haciendo vibrar a las botellas del velador.

Todo permaneció en silencio. Tan sereno como el mar, tan trágico como un tsunami. La había matado. Había asesinado a Callie Morgan.

Después de unos segundos sin siquiera pestañear, sentí los pasos de la señorita Laudrie y reaccioné.

Coloqué rápidamente en su mano derecha el arma y un medicamento se cayó de mi gabardina. Cuando la señora Durán abrió la puerta, encontrándose con los hechos, ella lo recogió y me miró con esos ojos llenos de pavor.

—¡Rápido! ¡Debes irte! ¡Debes irte!

Tragué saliva y abrí la ventana que daba hacia el bosque. Traté de ver, pero me resultaba difícil. Comencé a caminar hacia el arroyo, encontrándome con toda la lluvia catastrófica que repiqueteaba sobre mí cara. Saqué mi abrigo y lo lancé junto con la máscara, donde la corriente desviaría su camino.

Rápidamente me devolví hacia la fiesta. Corriendo, me fui hasta el baño. Cerré la puerta a mis espaldas y tragué saliva con los ojos completamente abiertos y anonadados. Mi gran temor en ese entonces fue que ella me delatara. Pero me di el tiempo de pensar un poco y dudé que eso fuera a pasar. Por lo cual sentí alivio, tanto alivio que no resistí dirigirme hasta el inodoro y vomitar.

Una y otra vez...

Durante media hora.

♫ ...Ring Ring... ♫ Mi celular sonó. Limpié el vómito con las mangas de mi sudadera y dirigí mis temblorosas manos hasta el bolsillo de mi pantalón. Tardé en sacarlo, pero pude deslizar el ícono verde y contestar.

—¿A... Aló?

—Soy yo, no te asustes. ¿Lo hiciste?

—Joder... Déjame en paz...

—¡Solo dime si lo hiciste!

—¿Y eso qué importa? —Vomité y luego volví a prestar atención al teléfono.

—¡Lo hiciste o no!

No respondí.

—¡Alex! ¡Lo hiciste o no! ¡Habla ya!

—¡Que si lo hice Marco! ¡Lo hice!

Vomité.

—¿Le dejaste el arma en qué mano?

—¡Y yo qué sé! Derecha quizá. ¡Qué mierda importa eso ahora!

—¡Callie es zurda, Alex!

—¡Yo no quería hacerlo, Marcos! ¡No quería! ¡Me voy a ir a entregar ahora mismo!

—Escucha, mañana ven a hablar conmigo, ¿vale? ¡Te puedo explicar todo! Ahora me están llamando... Debo contestar. Son los de investigación. No se te ocurra decir nada.

—Marcos... ¿Qué le hiciste? Qué- Qué- fue lo que... lo qué pasó... ¡MALDITO IDIOTA!

—Alex, no tengo tiempo, en serio. Mañana ven a casa y te doy lo que necesitas. Meredith me pasó drogas. Si te quedas callado te daré lo que tanto necesitas. Debo irme. Mantén la calma.

—¡No, no cortes! —continué—. ¡No sé cómo afrontarlo, no sé! ¿Marcos? ¡Marcos!

Marcos...

Me colgó y yo quedé con el celular entre mis manos, llorando hasta que me quedé sin aire, hasta que la agonía me consumió.

Maldito drogadicto.

Yo era un maldito drogadicto.

Acabé siendo el juguete de un psicópata todo por unos putos gramos de cocaína.

Y así es como presencian la verdad de las cosas, la sutileza de los detalles. Callie dejó pistas, muchas pistas —poco atrevidas, por cierto. Supongo que jamás me quiso delatar, así que solo resaltaba el poder de mis ojos para atraer infecciones. Sí, los ojos que a Callie le parecían rojizos y enormemente hinchados, eran un mar de bacterias que necesitaban el poder de los antibióticos que la Señorita Laudrie recogió. Mi blefaritis, o sea, mis ojos rojos e infectados fue lo que distinguió Callie detrás de esa máscara.

Pero, ¿cómo pasó todo? Pues déjame explicarte como debería:

Cassey Evans era una pobre chica de trece años, drogadicta y embarazada. Solía drogarme con gente muy mala en los callejones de los barrios más bajos donde yo vivía. Cuando el destino me cruzó con esa chica, lo pagué muy caro. Ese día un tal Marloc, vendedor de drogas, comenzó a discutir con ella. La muchacha insistía que era el padre de su hijo, pero él lo negó acusándola de ser una cocainómana mentirosa que solo quería sacarle dinero. Ella quedó devastada, tanto así que me pidió un poco a mí.

Debo admitir que hasta el día de hoy no recuerdo qué fue lo que realmente pasó, solo unos fragmentos de lo vivido se aproximan de vez en cuando a mi mente. Veo a una muchacha convulsionando y a unos chicos que me decían que arrancara porque la policía había llegado. Yo me escapé, pero, a pesar de que creí que me había salvado de los sucesos, Marcos me vio unas esquinas más allá. Como éramos amigos, le confesé lo que había hecho. 

Él siempre lo supo. 

Para el cumpleaños de Callie me amenazó con decir todo, justo el día en el que los padres exigían volver a abrir una investigación. No sé con qué finalidad lo hizo, le gustaba dañar a los demás solo por aburrimiento. 

Pero luego se arrepintió y me aseguró que tenía todo bajo control y que no diría nada. No sabía el motivo del por qué me llevo a cometer el delito de su propia hermana, pero me amenazó con decir lo de Cassey, recalcándome una y otra vez que lógicamente era una condena bastante densa. Así que si yo llevaba este homicidio al pie de la letra, nada me pasaría, porque gente como él lo tiene todo en un orden intachable. No obstante, gente como yo, se sumerge en la desesperación.

Drogas, debilidad, confusión mental, abstinencia. El soborno perfecto para Marcos Morgan.

Volviendo al presente, traté de limpiarme los ojos con el agua del fregadero. Sin mi antibiótico en gotas me costaba ver y me desesperaba.

Era obvio que ella al ver mis ojos tan rojos me distinguió de inmediato. Ella se fue sabiendo que yo la traicioné. 

Me miré en el espejo con el rostro mojado y recordé las palabras de Meredith en el callejón:

—Para hacer lo que estás a punto de hacer... debes usar un arma. Ya te lo dijo Marcos, ¿no?

—Yo... Yo no sé qué estás hablando... ¡No tengo ni puta idea qué estás diciendo!

—Alex, debes hacerlo... Marcos lo tiene todo bajo control. Si haces todo lo que dice, paso a paso, nadie irá a la cárcel, nadie. Ninguno de nosotros.

—Meredith... yo... Yo no puedo hacerlo... ¡Es mi amiga! ¡Es mi jodida amiga!

—Te irás a la cárcel, Alex. Marcos ya me dijo que mataste a esa chica. Era menor de edad. ¿Tienes idea la condena que vas a enfrentar? ¿La abstinencia a las drogas por la cual tendrás que pasar? Tienes en tu sistema tanta porquería que viajarás al infierno al tratar de sanarte. No tienes vuelta atrás, Alex, no la tienes. 

Lavé mi cara y me susurré a mí mismo: «eres un maldito asesino, eres un maldito asesino».

—Ten, Alex. Ten, tranquilo, todo estará bien.

—No, nada estará bien... ¡No tienes ni jodida idea de cuánto la quiero!

—¿Y tu amor propio, Alex? Siempre cuidando al resto. Esta vez te toca cubrirte a ti mismo. ¡No te dejes pisotear!

—¡No puedo! Joder... no puedo, Meredith. Ayúdame... Ayúdame, ¿sí?

Pasaron unos minutos y esperé a que la ropa se me secara. Revolví mi cabello con una toalla y tomé agua de la llave. Miré hacia el cielo, tratando de pedir ayuda, pero por más que rogaba que mis suplicas fueran escuchadas, todo seguía igual. Ella había muerto y no se podía volver el tiempo atrás.

Decidí bajar las escaleras y observé como las cosas seguían su ritmo. Iba por la mitad de los escalones hasta que alguien llegó. El corazón casi se me salió.

Cuando vi que entró una detective de piel trigueña y cabello rizado, quedé en blanco. Con tal solo ver su presencia, sentí que debía ponerme una soga al cuello y matarme frente a todas esas personas por el delito que cometí.

Sera hizo un ademán al DJ a que apagaran la música.

—¿Qué pasó? —Todo el mundo se quedó en silencio.

—Soy la Detective Sheila Gómez. Vengo a informarles que acaban de asesinar a Callie Morgan.

Entonces Sera se quedó en blanco; miró a su novio Charlie y trató de esclarecerse. Me sentí tan culpable que no pude evitar sacar una lágrima.

—¡No! ¡No, mi amiga, no! ¡Debe ser un malentendido, debe ser...!

Entonces la vista de la detective penetró con la mía. Me sujeté con fuerza en la barandilla de la escalera y tragué saliva.

Debería matarme, debería matarme... 

—Alex, necesito su declaración.

(**)

Pasó exactamente un mes los cuales me encerré en un departamento que arrendé. No salí ni para hacer las compras. Todo tipo de drogas ilegales se encontraban en mi cuarto y la culpabilidad no me dejaba respirar. Me enteré de que Chris sufrió una sobredosis después de haber querido atentar contra su vida..., John no hacía más que sumergirse en el alcohol y Javiera... No sabía nada de Javiera.

Ya no había banda, no había amistad, solo estrés post traumático de personas inestables. 

Hubo un detalle que no me hizo perder por completo los estribos, y era que Oliver todos los días me venía a visitar. Jamás lo dejé entrar a mi habitación, pero, aun así, se recostaba en la puerta y yo hablaba con él. Le insistí más de una vez que me dejara en paz, pero, ¿a quién engañaba? ¡Quería hablar con alguien antes de atentar contra mi propia vida!

Eso sí, durante ese mes, jamás le confesé que yo había matado a Callie.

Al mes me atreví a prender la televisión.

—Marcos Morgan es detenido por ser testigo de videos de violación de su propia hermana, la famosa Callie Morgan. Dylan Roccet, sigue desaparecido.

Lo mostraban esposado. La detective Sofía Rymer y el detective Gastrell tomaban de sus brazos para llevarlo a la furgoneta. La muchedumbre intentaba golpearlo. Marcos, como siempre, no tenía ningún tipo de expresión frente a eso. Solo se subió al auto como si le diera igual. 

Me costó mirarlo, aunque fuese en televisión. 

No imaginé que mi libertad durara tan poco para ser sincero. Desde el momento en el cual supe que Marcos caería, también lo haría yo.

Era un hecho de que me pudriría en la cárcel.


CONFERENCIA DE PRENSA.

Me puse mi terno, el mejor que tenía. Limpié mis ojos y me dirigí hacia toda la avalancha de periodistas que esperaban el por qué yo los invocaba a ese punto de reunión.

Los micrófonos estaban activados y todo el potencial del flash de las cámaras me apuntaban a mí.

—Quizá ustedes se pregunten del por qué yo los llamé a esta inédita reunión. La verdad es que todo para mí ha sido difícil, siempre. Callie Morgan era una de las mejores personas que conocí en mi vida. Ella llenaba mi alma con su sonrisa, con sus ojos rasgados cuando reía. Ella era luz y, joder, ella nunca se dio cuenta... —exhalé, nervioso. Me tomé una pausa para beber agua del vaso y continué—: A lo que voy es que me he enterado por todo lo que sufrió, me he enterado de todas las barbaridades en las cuales tuvo que pasar. Se rodeó de gente enferma, gente que la dañó... y lo más irónico es que al final terminó siendo asesinada por alguien que nunca tuvo un motivo para hacerlo.

La prensa comenzó a musitar cosas, tratando de explicarse por qué yo decía eso.

—... ¿Qué?

—.... ¿Qué insinúa?

—... ¿Por qué está diciendo todo esto?

—Lo que quiero decir, es que yo, Alex Brown, fui el asesino de Callie Morgan.

FIN.

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