Capítulo 36

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"La fatídica noche del asesinato de una estrella de rock"

1:00 de la madrugada:

Recorría una y otra vez el pasillo de mi habitación pensando en si debía ir o no. Creo que la respuesta era obvia: iba a dirigirme hasta allá creyendo que tendría el control suficiente como para soportar ciertos estímulos.

Yo quería probarme a mí misma que podía tener el control.

Sera había estado junto a mí durante nueve meses y yo quería estar junto a ella el día de su cumpleaños. Era consciente de que Mía estaría ahí, y yo tenía intenciones de arreglar las cosas.

Me miré al espejo y acomodé mi falda negra. Me esforcé en hacerme un delineado amarillo que resaltara con mis labial brillante. Di una última repasada a mis zapatillas y suspiré, tratando de que mi corazón se sintiera a salvo.

Llamé a John:

—Hey, ¿ya pasarás a buscarme?

—Oh, estaba a punto de llamarte para decirte que llegaré más tarde. Mi madre está algo enferma y debo esperar hasta que llegue su enfermera. ¿No sé si te adelantas?

Mordí mis uñas y comencé a mover mi pierna de manera nerviosa. No negaré que durante un microsegundo me dije: «creo que quizá no deba ir». Después puse en claro a mi mente y me mentalicé que todo iba a andar bien —pese a que tenía un pequeño cosquilleo nervioso en mi estómago.

—Eeeh, vale... Llamaré a Peter para que me venga a buscar, no te preocupes.

—Vale. Me avisas cuando llegues.

—Ok. Espero... verte allá.

Apenas lo dije, una risita nerviosa terminó por delatar mi enamoramiento por ese chico. Actuaba como una estúpida, incluso frente a él. Para mi beneficio, me decía que lucía encantadora con aquella risa, esa chifladura teñía a mis mejillas de rojo.

—Callie —habló antes que colgara—. Sé que no te lo he dicho, pero...

—Pero...

—Nada, olvídalo... Cuando te vea allá te lo entrego, ¿va?

—¿Qué cosa?

Para mi lástima, solo escuché el sonido de un teléfono colgar. No tenía idea qué trajín entre manos tenía, pero esperé con ansias volverlo a ver.

La fiesta se mantenía en secreto, en clandestinidad. Nadie, ningún paparazzi sabía, ni un periodista, ni un admirador. Todo debía mantenerse así. De esa manera, la prensa jamás se enteraría de que había una celebración donde estaría Feedback.

Quizá los paparazis sí hubieran servido en ese momento de alguna u otra manera. ¿Quién sabe? Quizá hubieran captado a la persona que me asesinó.

Llamé a Peter, mi chofer. Me coloqué una sudadera grande y unos anteojos para poder pasar por desapercibida en el limitado trayecto entre la acera y el asfalto húmedo y brillante. Me subí con cierta vacilación y le indiqué que me dirigía hacia el QueenRoll.

—¿Todo bien señorita Morgan? —preguntó mirándome por el espejo retrovisor.

—Todo bien, Peter —sonreí.

Miré por la ventana. La noche lucía algo clara; las nubes grises hacían contraste con pequeños destellos plateados que la luna llena reproducía. El halo que la rodeaba me daba indicios de que la lluvia se aproximaba y que, junto con eso, podía interferir uno que otro relámpago.

Entonces escruté el lugar cuando Peter aparcó. El letrero llamativo del QueenRoll se había apagado. Era todo tan secreto que le di las gracias al chofer y me bajé hasta dirigirme hasta allá.

Apenas mis zapatillas de tela comenzaron a desplazarse hacia adentro, se pintaron de un color azabache y fueron decoradas por destellos plateados que se movían constantemente al ritmo de la música. Mi vista observó a todo el lugar como si me recordara a mi antigua yo. Ese olor a cigarrillo, ese aire que se teñía de negro humeante que ardía los ojos, esa melodía que retumbaba en mis oídos y toda esa gente fuera de control que se disfrazaban de una falsa libertad.

Mía había mentido. No era una fiesta tranquila.

Fue mala idea.

Me di la media vuelta para irme; sin embargo, Dylan y Derek se aproximaban hacia la fiesta.

Mierda. ¡Qué demonios hacían ahí!

Me tomé la licencia de girarme de vuelta y avanzar para esconderme en algún lado, pero entre más me adentraba, más drogas ilícitas veía.

—¡Callie! —Mía me sorprendió tomándome desde atrás. Por su voz, deduje que estaba borracha—. Callie, ¡creí que no vendrías! Oh, Honey, ven y dame un abrazo. —Ella rodeó sus brazos en mi cuello y yo recibí su aliento a alcohol—. Creí que nunca me perdonarías, pero agradezco que dejáramos el pasado atrás...

La separé empujándola sutilmente, tratando de ignorar ese olor a ron que salía de su boca.

—¿Dónde está Sera? —Miré para todos lados. 

—No lo sé, no ha llegado. Por cierto, ¿qué le pasa a tu hermano? Ayer lo fui a ver y me dijo que te habías ido. ¿Están enojados?

Se me formó un nudo en la garganta apenas su nombre fue mencionado.

—No. Si me disculpas, iré a buscarla y me iré.

—Vale. ¿Quieres una cerveza? ¿Un cigarrillo? ¿Una línea? ¡Pff! —soltó una carcajada—. Mal chiste, perdón. Estoy un poco ebria y hablo incoherencias. He estado al tanto de todo lo que te pasó, ¿eh?, no te creas. Sé que te liaste con los dos hermanitos... ¿Qué tal estuvo? ¿Cuál es mejor?

—Compermiso —dije tratando de alejarme, pero ella continuó tomándome del brazo, porque, en serio, estaba muy borracha.

—Con Marcos recordamos esa vez que te follaste a Dylan... ¿Lo recuerdas? ¿Cómo lo haces para tener a todos estos músicos a tus pies? ¡Es increíble! Quiero tu suerte.

¿Qué? 

—¿Como...? ¿Cómo sabes eso? 

—Porque estábamos ebrias en tu cumpleaños y me dijiste que un chico te había invitado a tu cama. ¿Duh? Y te fuiste con él. —Se encogió de hombros y volvió a beber. 

—Estaba borracha y él no. No lo detuviste. 

—Ay, Callie. No seas dramática. 

Tensé la mandíbula. Sentí los dientes presionarse de una manera tan fuerte y a mis ojos aguarse y arder de rabia que solo me limité a salir de ahí empujando mi hombro con el de ella.

—Quítate. 

El enterarme que estaba presenciando que un hombre me llevara a una habitación sin yo estar consciente terminó por arruinarme. No porque creí que era una amiga fiel, no porque nos conocíamos hace años, sino porque pude haberme salvado de algo así si tan solo ella me hubiera ayudado.

Fue el primer eslabón de la cadena. 

Empecé a avanzar hacia las escaleras. Divisé el entorno; analicé como Dylan, con un cigarrillo entre sus labios, me miraba afirmado en la puerta. Y pese a que había mucha gente saltando y gritando con la música, su presencia no dejaba de relucir como diablo en el infierno.

Choqué con Meredith.

—Joder... ¿Qué haces aquí, Callie?

—Yo solo vine a ver a Sera.

—¿Te digo algo? Estás mejor en tu casa. Vete.

—¿Te estás... preocupando por mí?

—De hecho, te estoy salvando la vida.

—Bien... Si quisieras salvar mi vida me dirías qué es lo que realmente pasa, ¿no?

—Pasa que me tienes harta. —Entonces miró su reloj y exclamó—: Tic tac tic tac... aún hay tiempo. Que conste que te lo advertí.

Una brisa helada me invadió. Fue como si millones de cubos de hielo se hubieran desplazado por mi espalda, por mi erizada y nerviosa espalda.

Mi piel estaba erizada. 

Volé escaleras arriba y me encaminé hacia una habitación con la intención de aislarme. Para ser honesta, lo único que quería era silencio para hablar con John y decirle que quería largarme del lugar.

Pero John estaba tardando mucho en llegar.

Apenas vi la manilla de la puerta del baño la giré y entré. Lamentablemente, la luz estaba ya prendida. Había alguien que me hizo caer como lanzar una roca a un pozo.

Encontré a Chris esnifando drogas arrodillado en el excusado.

Una puntada se manifestó en mi pecho. Fue una de las cosas más fuertes que me tocó ver. 

Como si hubiera visto agua en el desierto, como si hubiera visto fuego en la Antártida, como si hubiera visto comida tras semanas sin comer. La ansiedad se manifestó nuevamente en mí al verlo a él. Me proyecté en él. 

Además, era muy fuerte ver las condiciones que estaba. 

Cuando él sintió que la puerta se abrió, se fregó la nariz y se puso de pie. Estaba despeinado, poseía una gota de sangre en su nariz y lucía una piel tan pálida y ojerosa que me dio temor.

—¿Callie? Pensé que no vendrías...

—Chris... Joder... —Quedé sorprendida al verlo. No, no sorprendida, pasmada—. Yo... ya me iba.

—No, no, no... No te vayas —suplicó, cerrando la puerta—. Por favor.

—Estás muy drogado... Después hablamos, ¿sí?

—De hecho, no sé si eres real... ¿Eres real?

—Vamos hacia afuera... Yo te ayudo, ¿vale?

—¿De verdad te sanaste? Luces... hermosa.

—Sí, lo hice, Chris. Déjame que te ayude... Quizá tomar aire fresco te esclarezca un poco la cabeza.

—¿Y no lo extrañas, aunque sea un poquito? ¿No extrañas cuando fumábamos durante horas en las colinas? Dime porfavor que lo extrañas, total, de todas maneras, no me acordaré de que te dije esto.

Comencé a repiquetear mi pierna y a tronarme los dedos.

—No, no lo extraño.

—Eres una linda mentirosa —me acusó, balbuceando.

—¿Qué tal si bajamos al bar a tomarnos algo? —Joder, traté que despertara un poco.

—Te extrañé tanto, joder.

—Y yo a ti. Vamos abajo a despejarnos ¿sí?

—No has pensado en divertirte una noche... ¿solo una? Joder... mi cabeza me duele.

—Me estoy divirtiendo... De hecho, lo estoy pasando muy bien...

—Te ves tan linda cuando mientes —dijo, deslizando su mano hacia su bolsillo—. Mira lo que tengo aquí. —Me mostró un frasco de pastillas—. Podrías tomarte el frasco completo y tener el efecto durante horas ¡Horas! Te olvidabas de todo y de todos. ¿Lo recuerdas? —Se tropezó, confundido.

Comencé a comerme las uñas.

A temblar. 

A sudar. 

—¿Sabes qué, Callie? Las personas como tú no cambian. Solo viven y ya. Es demasiada intensidad para alguien tan joven. Yo no soy un idiota, ¿sabes? ¿Crees que me creo esa mierda del tiempo que estuviste en rehabilitación? —dijo. Tragué saliva, escuchándolo—. Tu corazoncito es muy apresurado, my love.

Quería irme, pero no tenía ni la voluntad ni las ganas de hacerlo.

—Me iré de aquí. —Abrió el frasco—. No tengo ni puta idea de qué estoy haciendo, pero me pondré todas las drogas que se me plazcan. A la mierda el mundo y la mierda las personas que viven en él.

Abrió la puerta y salió por el pasillo, pero antes de que pudiera desaparecer, le grité:

—Solo una.

Él, sin tomar mayor importancia, me lanzó el frasco y se marchó, casi inconsciente, casi incapaz de bajar las escaleras.

Apenas las pastillas reposaron en mis manos, sentí lo bajo que era el poder de mi mente para decirme que no. Me odiaba tanto por eso... Me odiaba cada segundo mientras dejaba caer esa droga en la palma de mi mano, me odiaba cuando las voces de mi cabeza me hacían dirigirla hasta mi boca, me odiaba cuando la dejé unos segundos sobre mi lengua... Y sobre todo me odiaba cuando comenzó a hacer efecto.

Chris se dio vuelta con una mano afirmada en la barandilla y me dijo:

—Eso pasa cuando no luchas contra tus propios demonios. Nos mentimos a nosotros mismos.

2:55 de la madrugada:

Pum, pum, pum... El sonido de los amplificadores retumbaban en mis oídos.

—¡Hasta el fondo! —exclamaba alguien dejando caer la cerveza por mi boca. Cuando lo dejé de hacer, me aplaudieron. ¡Yuhuuu!

—¡¿Qué se supone que hacen?! —exclamó Sera, indignada—. ¡Idiotas! ¡Ella no puede beber!

—¡Mi amiga se está divirtiendo! —le respondió Mía, riendo.

—¡Me hubieras dicho que esto sería un confeti de drogas, idiota! 

—Déjala que se divierta. ¡Viva, Callie! 

—¡Viva, Callie! —gritaron todos. 

Seré sincera: en ese momento creí que estaba soñando. Era extraño como si sometiera a mi cuerpo en otra dimensión. Nada era real, sin embargo, y a la vez, todo lucía tan verdadero que asustaba. 

—Déjame sola, hoy vengo a divertirme —balbuceé limpiando mi boca con el puño.

Comencé a bailar con Chris al ritmo de la música electrónica y se sentía como estar sobre una cama elástica..., o también como si estuviéramos flotando en el espacio. No tenía idea de nada, de lo que decía, de lo que hacía... Todos mis actos se remontaban en un idílico y ambiguo proceder de emociones que no sabía de dónde salían. Estaba perdida.

Me acerqué más a Chris y todos los demás desaparecieron. Por lo que recuerdo, existía una máscara rondando la zona. Era negra y algo escalofriante. Chris se la colocó y luego la lanzó al aire y así otro la recibía.

La máscara pasó por todos.

La música cada vez era más fuerte, no necesariamente más movida. Muchas veces sonaba una mezcla de canciones románticas de rock, duras y profundas. Donde las guitarras lloraban y las baterías no les quedaba de otra que gritar. El bajo representaba lo oscuro y roto que podía estar un corazón.

Y el canto pedía auxilio a gritos.

Cuando comenzó a reproducirse la canción Los Días Raros de Vetusta Morla, Chris y yo nos encontrábamos bajo una escalera. Alex estaba en el bar, bebiendo. 

Ojos a la izquierda: Dylan.

Ojos a la derecha: Meredith.

Ojos al centro: Chris.

Sentí que el piso se movía y que las paredes se habían comenzado a derretir como helado en un día de sol. Me afirmé de inmediato en los hombros de Chris y él tomó de mi espalda alta tratando de sostenerme. Y pese a que sus ojos casi se dormían, presionaba un poco para que no cayera al piso.

—Esto está demasiado fuerte. —Abrí mis ojos tratando de reaccionar, pero después troné mi cuello y comencé a ver formas de distintos colores alrededor de Chris.

Lucía hermoso y emitía ese olor a café que tanto me fascinaba. No sabía si era producto de las drogas, pero sentí que su piel me daba cierta calidez que calmaba a mis escalofríos. Era una manta y leña en un día de nieve.

Era Chris, mi dulce y hermoso Chris, mi espejo, mi confidente. El chico que me había confesado su amor y jamás le correspondí. En ese momento brillaba y ostentaba un semblante groseramente genuino y hermoso.

Chris Freedman eres tú...

Chris Freedman te entiende...

Chris Freedman mataría por ti.

Esas voces sonaban reiteradamente en mi cabeza. ¿Qué pasaba? No lo sabía. Solo era consciente de que él comenzó a acariciarme el cabello.

—¿Por qué nunca me quisiste? —lamentó.

—¿Quién te dijo que no? —Comencé a mirarlo de una manera mucho más íntima y se me quebró la voz.

—Yo sé que no. Tan solo me gusta imaginarme que sí.

Sonreí.

—No es que no te quiera, es que nos destruimos cuando estamos juntos. 

—¿Sientes siquiera un poquito? Joder, dime que sí... 

Lentamente y de manera dificultosa, mis manos se fueron hacia su rostro. Mis ojos proyectaban una imagen difusa de mis movimientos. El calor estaba en todas partes, sobre todo en ese rostro que me miraba de una manera vulnerable. Con seguridad puedo decir que ese ambiente íntimo se estaba tornando mucho más confidencial y acogedor.

—Mi hermano es jodidamente afortunado, Callie —dijo colocando ambas manos en mi cuello—. Supongo que siempre fui el que te miró de lejos y no pudo hacer nada al respecto. Un maldito espectador que en este momento quiere besarte como no tienes ni idea... Como no tienes ni jodida idea.

Oh, mierda.

Me quedé sin aire y, todo el sonido que había en la fiesta, solo quedó en el olvido.

Bésalo...

Di que sí...

No... Tú no lo quieres...

Siempre fue John.

Pues puedes fingir que es él...

Callie, Callie Morgan... Pequeña Morgan Johnsson, basta de rodeos. Sabes que no puedes evitarlo. ¡Qué risa me das!

Tragué saliva sin dejar de mirar a esos ojos esmeralda que me quitaron el aire.

Había silencio entre nosotros.

Hubo una pausa confidencial, una que solo necesitaba un pequeño empujón para llevar a cabo una acción.

Sus labios puntiagudos y brillantes estaban entreabiertos. Su mirada brillaba, emitía calidez. Debilidad. Mis manos acariciaban sus mejillas mientras que él tenía un claro semblante de que se estaba muriendo por probar mi boca.

Esa mirada tomó la iniciativa.

Desplacé mis manos desde sus orejas hasta sus hombros y él comenzó a acercarse cada vez más con su dedo pulgar rozando mi barbilla. Sus ojos terminaron por oscurecerse, atrayendo cierta parte de mí hacia él.

Tragué saliva y miré sus labios, agitada. La distancia cada vez se reducía como lo hacía toda la gente a nuestro alrededor. Todo el frío, toda la ansiedad, todos mis pensamientos llenos de pavor habían quedado suspendidos en el aire. Solo éramos nosotros dos, a punto de besarnos.

Su respiración ya recaía sobre mi piel y el tiempo se transformó en una trivialidad.

Cerramos los ojos y, de manera ralentizada, sentí como su boca se estrelló lenta y profundamente con la mía.

Me dejé llevar cuando esos labios hecho fuego se movían sobre mis labios. Sus manos en mi cuello ardían de tal manera que me hizo quedar sin aliento. El contacto era suave, estremecedor. Traté de pensar en qué era lo que estaba pasando, pero me derretía ante la calidez y el cariño que me regalaba.

Tardé minutos en darme cuenta de que le estaba devolviendo el beso con la misma intensidad.

Me despegué suavemente mirándolo a los ojos.

—Chris... 

—Joder... —Él se mordió el labio inferior, aún con los ojos cerrados.

Lo has besado...

Lo hiciste...

Idiota, idiota, idiota...

¿Te gustó?

Date cuenta lo que pasa a tu alrededor, pequeña traviesa... Solo mira quién está atrás.

Vi a John pasando por entremedio de todo ese público en dirección hacia la salida.

Entonces empujé a Chris rápidamente y salí tras él.

—¡Dios, no! ¡John, espera!

Traté de pasar por en medio de la gente, pero él resultaba ser mucho más rápido. Resulta que las drogas en mi cuerpo transformaban el camino en una ilusión. Tropecé. Ni siquiera veía bien... 

La máscara le llegó a él y se fue hasta afuera con ella.

Me sentí la peor mierda del mundo.

—¡John, espera! ¡John! —Me afirmé en la puerta. 

Una vez que logré salir a la acera, estaba lloviznando. Vi a John caminar sin vuelta atrás. No quería darse la vuelta bajo ninguna circunstancia. Chris frenó su trote y se ganó detrás de mí.

—John, puedo... ¡Puedo explicarte!

—John, hermano —Chris también decidió hablar, como diciendo: «Hey, deja que te explique».

Corrí lo que pude para alcanzarlo.

Sentí como el piso se derretía y como aún quedaba efecto de la pastilla en mí.

—Hey, hey... ¡Lo siento, pero escúchame!

—¿Qué quieres que escuche, Callie? —Se dio la vuelta y, por primera vez, vi un rostro que pedía que no le siguiera hablando para no lastimarlo.

—Creí que podía... —traté de explicarme, pero las palabras no me salían de la boca—. Que...

Él se frotó la frente con su mano y luego se despeinó el cabello con algo de rabia, pero se contuvo.

—¿Sabes que es lo peor de todo? Que pese a todo lo que me hiciste te voy a seguir queriendo... Y eso duele como no tienes idea.

Miré hacia el cielo, tratando de no llorar. Chris miraba desde la distancia.

—Estoy... drogada y...

—Dime la verdad: ¿Todo ese tiempo en rehabilitación... fue verdad o saliste de alguna u otra forma de ahí? Porque por más que me lo preguntara, no tiene sentido que te hayas recuperado y que luego hayas querido venir a un lugar LLENO DE DROGAS, CALLIE.

—¿Podemos hablar de esto en otro lado? Me quiero... Me quiero ir de aquí... Por- Por favor, John, p-or favor.

—Mi intención jamás fue cambiarte, ¿sabes? Es que, joder. Pasa que brillas tanto que la única persona que no lo nota eres tú. Esta mierda te apaga, y te terminará por apagar hasta el último destello que salga de tu cuerpo.

—John...

—No, Callie, solo quiero que sepas que te quiero, te quise y te querré tal como eres, siempre fue así. Pero se acabó. Y si tú me quieres de la misma forma que yo te quiero, entonces no vengas detrás de mí.

Inflé mis pechos para recuperar un poco el aire; sin embargo, la agonía terminaba por ceñirse en mi cuerpo. Estaba destrozada, y no tenía argumento lógico alguno. Sabía que tarde o temprano lo perdería. Que los perdería a ambos, porque pese a que estaba lastimando a John, también estaba tratando como basura a Chris. Y ninguno de los dos se lo merecía.

Si tenía repercusiones o no, pues ya era demasiado tarde.

Su mandíbula se tensó y, lentamente, se dio la media vuelta para irse.

Hasta un camino desconocido.

Después de unos segundos, comencé a golpear la muralla con mis nudillos y a afirmar mi rostro en los ladrillos.

—¡Por qué! ¡Maldita sea, por qué!

Chris fue tras de mí, con un rostro de que la había cagado.

—Llévame a mi casa —exigí—. Toma tu auto, quiero largarme de aquí.

—Callie, yo ni siquiera soy capaz de manejar.

—¡Llévame a casa, Chris!

Él hizo una mueca de rabia y miró hacia arriba, bufando con enfado.

—Mi auto está en la esquina, apúrate. —Su voz ácida se hizo notar.

Caminé tras él y abrí la puerta del vehículo. Me subí y me puse el cinturón. Comencé a pestañear fuerte para dejar de ver doble. Chris dio un portazo y comenzó a hacer andar el auto, sin paciencia.

—Joder... Soy una idiota —sollocé cuando el auto comenzó a avanzar.

—¡Deja ya de lamentarte, joder!

—Yo no debí venir ¡No debí hacerlo!

—¡Pero lo hiciste! Deja ya de lamentarte. Me besaste, tampoco es que sea el jodido fin del mundo.

—Tú y yo siempre terminamos en lo mismo.

—Sí, Callie, ¿qué quieres que le haga? —Chris aceleró a niveles que no estaban permitidos—. ¡Qué quieres que le haga! 

—¡Baja la puta velocidad! 

—No la pienso bajar, te iré a dejar y ojalá no nos volvamos a encontrar por un buen tiempo si es lo que quieres. 

—¡No es lo que quiero! 

—Ni tú sabes la porquería que quieres. ¿Sabes que es lo peor? Que algo te pasa, te conozco. Pero jamás nos quisiste contar. 

—Y no pienso hacerlo. 

—Guarda tus putos secretos y verás como te hundes. Oh, espera, quizá ya es demasiado tarde, ¿no? 

—¡Ya baja la jodida velocidad! 

Calle Roma 3:00 de la madrugada.

—¡Por qué demonios me ofreciste drogas!

—¡Yo no te ofrecí nada! ¡Tú misma me las pediste!

—¡Porque sabías que iba a hacerlo!

—¡Yo en este puto momento ni siquiera estoy pensando con claridad!

—¡Yo estaba bien, maldita sea, estaba jodidamente bien!

—¡Deja ya de lamentarte! ¡No soy el culpable de tus actos!

—¡Quiero bajarme del puto auto!

—¿Qué?

—¡Para el maldito auto, Chris!

—¡Claro que no!

—¡Qué lo pares!

Él frenó en seco. Me bajé y cerré la puerta con enfado. Sabía que faltaban algunas cuadras para llegar a casa, pero podía hacerlo sola. Quería irme sola. Sin embargo, cuando Chris bajó el vidrio del auto, me dijo algo que me quedó dando vueltas.

—Te diré una cosa, Callie: ¿Recuerdas cuando te dije que luego te volvería a ver después de que salieras de rehabilitación?

—Sí ¿y eso que tiene que ver? —pregunté, asomándome al auto.

—Tal vez no me refería acá en la tierra, si no en el infierno.

Tragué saliva, asustada. Entreabrí mi boca confundida para preguntarle, pero él simplemente se fue.

Y así fue como terminé camino a casa. La lluvia copiosa apareció, mi cólera se disipó, mi soledad se adelantó. Tal vez quería que las cosas pasaran de otra manera. ¡Por supuesto que quería aprender a tomar buenas decisiones! Pero por algún u otro motivo, todo siempre terminaba en la dirección contraria. Admito que reflexioné más de una vez sobre mi comportamiento, sobre el sendero que estaba formando. Traté de hacer las cosas bien, pero fallé, siempre lo hacía, así que en ese momento me dije: «¡Al demonio! Mi vida siempre fue un desastre, ¿qué importa?».

Sabía que tarde o temprano pasaría. Sabía que vivir de esa manera me llevaría hasta la muerte. Traté de evitarla, pero no pude.

Supongo que siempre fui la chica que no pudo evitar el destino.

No tardé en llegar a casa y, pese a que estaba ebria, el guardia me abrió la entrada sin siquiera mirarme a los ojos.

En cuanto me posicioné frente a la puerta, traté de colocar las llaves en la cerradura con mis manos tiritando. Después del intento número mil, logré entrar. Saqué una botella de Jack Daniels que tenía guardada bajo un mueble y me la fui bebiendo mientras subía las escaleras.

Cuando la acabé, la lancé a una pared. 

La señora Laudrie estaba durmiendo. (Bueno, eso era lo que yo pensaba, porque en verdad, tú, querido lector, ya sabes que estaba siendo parte de mi asesinato). Solo estaba esperando el momento preciso para que todo ocurriera.

3:20 de la madrugada.

Un movimiento rápido.

Me tumbé en la cama, pero gracias al alcohol, sentí que giraba demasiado rápido, por lo que deseaba vomitar. Estaba extremadamente confundida y con frío.

Y entonces, la señorita Laudrie le abrió la puerta de mi cuarto a alguien, a alguien que vestía una túnica negra y unos guantes del mismo color. Aquella persona con máscara pasó lentamente hasta situarse frente a mí.

Lo reconocí, pero estaba tan confundida que no logré enfocar bien mi vista en esa persona. Solo logré ver la Glock 17 que cargaba en su mano derecha.

Me intenté parar de la cama, pero me apuntó con el arma.

Joder...

—Quédate quieta.

Su voz sonó lejana, sin emociones. Su cuerpo parecía mentalizarse que solo tenía un objetivo en mente.

Matarme.

Sin dejar de apuntarme con su mano izquierda, comenzó a escribir una carta en mi libreta con su mano disponible:

Esta carta te la escribo especialmente a ti, porque sé que tú lo darías todo por mí y como te voy a pagar sé que no tiene precio.

Resulta que la vida no me ha tratado bien, he hecho las cosas mal y quizá tú veas esto como algo grave, pero yo no. A veces siento que solo somos pólvora pasajera en el tiempo, somos insignificantes y todo esto me consume. Necesito un jodido respiro, necesito irme, volar, descansar... Desaparecer. Necesito que lo entiendas y necesito también que cierres la malditA bOca o prometo que hablarÉ.

                                                                                                                                        Te espero por siempre.


Me senté en la cama porque estaba fatigada. Sin embargo, pareció molestarle.

—No-te-muevas.

—¿Merezco morir? —pregunté, tragando saliva. No me atreví a mover un músculo, pese a que estaba muy confundida y alterada. 

—No hables.

—Si... Si vas a matarme, asegúrate de buscar la evidencia, está en mi caja fuerte, por favor. Mi... Mi gata...

—¿Eh? No entiendo...

—Necesito que ca... —Mis párpados espesos se cerraban involuntariamente—. Que caiga...

—¡He dicho que no te muevas!

3:30 de la madrugada.

—¿Por qué haces esto?

—Deja de hacer preguntas. Tal vez te explique por qué lo hago. 

—¡Voy a hacer todas las preguntas porque no entiendo!

—¡Cállate!

—¡Deja ya esa arma y....!

Entonces me disparó.

Querido lector, ¿recuerdas cuando desde un comienzo te dije que yo no seguiría narrando la historia? Bien, mi momento ha llegado. Me han asesinado.

Sin embargo, como estoy yo narrando, me aseguro de devolver esa bala, segundos antes de que jalara el gatillo para decirte que quizá en este momento me odies o tengas emociones encontradas conmigo. Yo cumplí con mostrarte un trocito de mi corta vida. Loco, ¿no? Así fue como todo paso. Simplemente una línea destinada a llegar a su fin. Quizá esta no sea una despedida oficial, pero solo quería que te dieras cuenta de que sufrí mucho, pero también amé, reí y lloré. No me arrepiento de nada. Desde el día en que los conocí, supe que serían mi familia.

Feedback.

Alex.

Chris.

John.

Javiera.

Pasé por muchas cosas durante mis diecinueve años y tenía tantos tormentos que perdí el control de mi vida. Lo intente, querido lector, lo intenté. Fui humana, cometí errores, me rodeé de buena gente y de mala también. Incluso de gente que pensé que podía ser buena. Hoy por hoy, he muerto, he llegado a mi fin. 

Querido lector, queda a tu juicio odiarme o quererme.

Se despide, Callie Morgan.

Entonces, el gatillo se presionó y yo no vi nada más que oscuridad.





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