━ 𝐈𝐕: Es un traidor

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── CAPÍTULO IV ────

ES UN TRAIDOR

───────⪻•⪼───────

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        DRASIL APENAS HABÍA PROBADO BOCADO en todo lo que llevaban de día. Habían tenido la suerte de cazar varios conejos y alguna que otra ave despistada, de ahí que los hubiesen cocinado y repartido de forma equitativa. Sin embargo, ella tan solo había comido un par de trozos, puesto que tenía el estómago cerrado a cal y canto. El resto se lo había dado a Hali, cuyos ojillos se habían iluminado ante aquel gesto por su parte. El pobre tenía tanta hambre que se había visto incapaz de rechazarlo, devorando la carne en cuestión de minutos. Aunque aquello —el hecho de que se estuviera descuidando tanto y que apenas se estuviese alimentando en condiciones— no había hecho más que alarmar a Ubbe, quien no lo había dudado a la hora de comentárselo a la propia Drasil... Solo para recibir aquel crispante silencio que ya se estaba convirtiendo en algo característico de su persona.

Ahora que habían dejado atrás el mediodía y que todos poseían sus estómagos medianamente llenos, se habían retomado las guardias en el exterior. Björn había apostado vigilantes en todos y cada uno de los flancos de aquella granja a medio derruir, dado que toda precaución era poca. Eran un grupo de casi veinte personas, de modo que las rotaciones eran más o menos constantes, haciendo que las horas que comprendía cada turno no fueran excesivas. Dentro de lo que quedaba de edificación, por otro lado, quienes se encontraban libres de guardias permanecían acomodados en torno al fuego, reposando la escasa comida que habían ingerido y descansando un poco.

Drasil se hallaba tumbada sobre un par de pieles que apenas aplacaban la dureza del suelo que había debajo. Se había acomodado sobre su costado derecho para poder darles la espalda a sus compañeros, quienes departían en susurros. Sus voces, junto con el suave crepitar de las llamas y los sonidos que provenían del exterior, era lo único que se escuchaba a esas horas de la tarde.

De vez en cuando sentía la penetrante mirada de su marido clavada en su nuca, al igual que la de su progenitora; ambos observándola con desasosiego, con aquella expresión abatida y quejumbrosa que llevaba acompañándolos desde que se habían visto obligados a abandonar Kattegat. Pero la muchacha simplemente los ignoraba, así como también ignoraba al resto. Se había encerrado tanto en sí misma, aislándose de todo y de todos, que ya no hablaba ni se relacionaba con nadie. Era como si todo hubiese dejado de importarle, de tener sentido para ella. Lo único que quería era que la dejaran en paz, que cesasen en su empeño de tratar de unir las piezas en las que se había quebrado su corazón. Porque estaba convencida de que ya no tenía arreglo.

Fue en ese momento cuando el sonido que producían los cascos de los caballos al impactar contra el suelo llegó amortiguado a sus oídos, junto con las voces de los hombres y las mujeres que vigilaban incansablemente los alrededores, alertándolos de que tres jinetes desconocidos se acercaban a su posición.

En un abrir y cerrar de ojos, Björn, Ubbe, Kaia, Lagertha y Torvi se pusieron en pie y abandonaron la escasa protección que les conferían aquellos muros recubiertos de musgo y líquenes. La hija de La Imbatible no tardó en imitarles, reuniéndose con ellos en el exterior.

Drasil avanzó varios pasos hasta alcanzar a su madre, cuya fisonomía se había crispado en un rictus mortalmente serio. Los iris cenicientos de Kaia permanecían fijos en esas tres figuras que despuntaban en el horizonte. La distancia a la que todavía se encontraban les impedía identificar de quiénes se trataban, ya que no parecían portar ninguna clase de emblema o estandarte.

Movidos por el recelo y el instinto de supervivencia, algunos de sus camaradas se prepararon para disparar, con sus arcos alzados y las cuerdas tensadas. Aunque un solo gesto por parte de Piel de Hierro bastó para que ninguno fuera el dueño de una flecha perdida. El mayor de los hijos de Ragnar Lothbrok dio un paso al frente y entrecerró los ojos en tanto los jinetes se aproximaban a ellos a través de un angosto sendero. No había rastro de nadie más en toda la zona, de ninguna comitiva que les siguiera a la zaga. Aunque no podían confiarse.

—¿Quiénes son? —preguntó Leidolf, un hombre del grupo.

—¿Son soldados de Harald o Ivar? ¿Nos han encontrado? —cuestionó Valka, escudera con conocimientos en el ámbito de la sanación.

Drasil también achicó la mirada, tratando de reconocer las identidades de aquellas tres siluetas —a todas luces masculinas— que habían aparecido de la nada. Ese día había niebla. Una niebla densa que se extendía por todo el páramo y que dificultaba bastante la visión. No obstante, a medida que los extraños se acercaban a la granja, la joven skjaldmö pudo reparar en algo que hizo que el vello de la cerviz se le erizara.

—Son solados francos.

Su progenitora dio voz a sus turbulentos pensamientos, habiendo reparado en lo mismo que ella: las largas capas azules que ataviaban a dos de los tres jinetes. El tercero, por el contrario, vestía ropas mucho más opulentas y sofisticadas, dignas de alguien de alta categoría. Parecía... No, debía ser alguien importante, a juzgar por su indumentaria y por el hecho de que era respaldado por los otros dos.

—Rollo —masculló Björn entre dientes.

Drasil se quedó paralizada, con sus orbes esmeralda clavados en aquel hombre que tantas veces los había traicionado. Tenía sentido que fuera Rollo, el hermano mayor de Ragnar. Pero ¿acaso él no se había quedado en Frankia? Piel de Hierro les había comentado que, durante su visita a Tamdrup para tratar de renegociar con Harald y sus hermanos menores, estos últimos le habían comunicado que su tío se había quedado en territorio cristiano, limitándose a enviarles a una nutrida hueste de guerreros normandos con los que poder aumentar el grueso de su ejército. ¿Habían mentido, entonces? ¿O habría llegado recientemente con motivo del acuerdo pactado?

—¿Qué diantres está haciendo aquí? —Esta vez fue Ubbe quien habló, empleando un tono furibundo—. ¿No dijiste que se había quedado en Frankia? —inquirió, dirigiéndose al mayor.

—Eso me dijeron, sí.

—Si Rollo sabe dónde estamos, entonces Ivar y Hvitserk también —volvió a hablar el primogénito de Ragnar y Aslaug, empuñando su hacha arrojadiza. Permanecía un par de pasos por detrás del rubio, a la derecha de Kaia, quien se había tensado como un resorte—. Tiene que ser una trampa.

Ante la afirmación de su esposo, un escalofrío recorrió a Drasil de pies a cabeza. Sus ojos volvieron a escrutar con inusitada atención los alrededores, en busca de cualquier indicio que pudiera delatar la presencia de más soldados francos. O de los propios Ivar y Hvitserk. Pero nada, no veía absolutamente nada más allá de metros y metros de extensa llanura.

—No. Viene solo —rebatió Lagertha en su mejor tono neutral.

—Podría haber un grupo más numeroso al otro lado de las montañas, esperando el momento justo para atacar —insistió Ubbe, sacando a relucir su vena más desconfiada.

Drasil comprimió la mandíbula con fuerza cuando los tres jinetes los alcanzaron. Primero desmontaron los dos guardias, quienes, bajo aquella característica capa azul, llevaban una armadura perfectamente lustrada. Y finalmente fue Rollo quien bajó de su caballo, entregándole las riendas al subalterno que tenía más cerca. No eran pocas las historias que había escuchado acerca de él, a quien muchos habían llegado a considerar un temible berserker. Pero, ahora que por fin lo tenía delante, solo veía a un hombre viejo y cansado. Los años no pasaban en balde, y Rollo no era inmune al transcurso del tiempo.

—Dame una sola razón para no matarte aquí mismo —pronunció Björn. Su voz se había convertido en un gruñido ronco y gutural.

El duque normando, de cuyo talabarte colgaba una espada larga, se detuvo a una distancia prudencial de ellos e inspiró profundamente por la nariz. Puede que con esos ropajes se sintiera franco, pero sus rasgos revelaban claramente cuáles eran sus verdaderos orígenes. Incluso la hija de La Imbatible podía apreciar cierto parecido con Piel de Hierro, y hasta incluso con Ubbe. Aquella complexión alta y robusta, aquel porte firme y autoritario, aquella mirada desafiante... Sí, no podía negarse que eran familia.

Rollo se llevó las manos a su cinturón y cruzó miradas con cada uno de los presentes. Varias hebras grises surcaban su cabello —que le llegaba a la altura de los hombros— y pequeñas arrugas cincelaban su frente y las comisuras de sus ojos.

—Porque quizá yo sea vuestra única oportunidad de salir vivos de este aprieto —declaró el recién llegado, provocando una ola generalizada de confusión entre sus oyentes—. Vengo a ayudaros.

Una risita sarcástica brotó de la garganta de Björn.

—¿Que quieres ayudarnos? —repitió a la par que lo señalaba con el dedo índice—. ¿Tú, el traidor que no lo dudó a la hora de enviarles un maldito ejército a Ivar y a Hvitserk? —prosiguió, alzando la voz. Su enorme mano permanecía asentada sobre el pomo de la espada que pendía junto a su cadera derecha.

—Fueron tus hombres los que marcaron la diferencia entre la victoria y la derrota —intervino Ubbe, quien había dado un par de zancadas para ponerse a la altura del rubio—. Por tu culpa lo hemos perdido todo, hasta nuestro hogar.

Si hizo el silencio. Uno condenadamente incómodo.

La mano derecha de Drasil continuaba cerrada en un puño tembloroso. ¿Cómo tenía la osadía de presentarse allí y ofrecerles su ayuda, como si él no hubiese sido el principal causante de su derrota en la guerra civil? ¿Se trataba de alguna clase de triquiñuela por su parte? ¿Realmente su marido estaba en lo cierto al sospechar que aquello era una trampa? Si Rollo estaba allí, si había sido capaz de encontrarles, ¿qué les garantizaba que Harald, Ivar y Hvitserk no estuvieran al corriente de su visita?

Miró por el rabillo del ojo a su madre, cuyo semblante se había puesto lívido. Kaia también estaba rígida a su lado, con sus propias manos convertidas en dos puños apretados. Sus iris grises no se apartaban del hermano mayor de Ragnar, traspasándolo con la mirada como el más afilado de los cuchillos. Era evidente que ella también se estaba conteniendo, que estaba reprimiendo el impulso de acortar la distancia que los separaba para poder lanzarse a su yugular.

—Es cierto. Yo mandé a esos soldados —concedió Rollo. Su manera de hablar era tan cínica que todo cuanto podía desear la hija de La Imbatible era hacerle callar a golpes—. Vuestros hermanos me ofrecieron un jugoso acuerdo que no pude rechazar. Un acuerdo que beneficiaba a mi gente. —Björn soltó una carcajada amarga ante esas dos últimas palabras, mientras que Ubbe chasqueó la lengua con fastidio—. Pero también quiero ayudaros a vosotros, por eso estoy aquí. Por eso me he arriesgado a venir, aun sabiendo que estoy haciendo peligrar mi propia vida.

El mayor de los Ragnarsson dio un paso al frente. Una palpable tensión se había apoderado de la línea de su mandíbula, al igual que de sus hombros. Sus ojos refulgían con intensidad, consumidos por el fuego de la ira.

—Eres un maldito embustero —le recriminó sin pelos en la lengua—. ¿Sabes qué fue lo que me dijeron Ivar y Hvitserk cuando les pregunté por ti? Que simplemente estabas dispuesto a ayudarles a acabar con nosotros —escupió entre dientes, volviendo a apuntarle con el dedo en un ademán acusatorio—. Todos somos tus sobrinos, sangre de tu sangre... ¡Yo siempre he sido el más cercano a ti, maldita sea! ¡Con el que más momentos has compartido! —Se golpeó el pecho con violencia, preso de una rabia que Drasil había visto muy pocas veces—. Y, aun así, decidiste ponerte de su lado. Les preferiste a ellos.

Rollo tragó saliva, aunque mantuvo una expresión imperturbable.

—Creía que seríais más inteligentes —manifestó el duque normando. Junto a él, los caballos relincharon con intranquilidad—. Que, en cuanto vieseis a mis soldados, os echaríais atrás y trataríais de arreglar las cosas de un modo distinto. He cometido muchos errores a lo largo de mi vida... Yo mismo me enfrenté a mi propio hermano en varias ocasiones. —Ante la mención de sus múltiples traiciones a Ragnar, algo pareció flaquear en el fondo de su mirada—. Tan solo quería evitar que siguierais nuestros mismos pasos.

Los labios de Ubbe hilvanaron una sonrisa mordaz.

—Y no se te ocurrió mejor forma de hacerlo que enviándoles a Ivar y a Hvitserk un ejército de guerreros francos —ironizó—. Intentamos hacerles entrar en razón, buscar una solución pacífica a nuestra enemistad, pero Ivar se negó en rotundo. Decidiste ayudar a los hermanos equivocados.

Contra todo pronóstico, Björn desenvainó su espada, provocando que los caballos volvieran a relinchar y que incluso se alzasen sobre sus patas traseras. Los dos soldados que acompañaban a Rollo se pusieron en guardia, tratando de disimular su preocupación al darse cuenta de que estaban en clara desventaja numérica.

—Y ahora tú y tus hombrecillos moriréis aquí y ahora —canturreó Piel de Hierro—. Debiste quedarte en la comodidad de tu fortaleza, tío.

Todo cuanto pudo hacer el aludido fue cuadrar los hombros y enderezar la espalda en un gesto solemne. No parecía tener la menor intención de defenderse.

—Basta. —La voz de Lagertha sonó clara y firme.

La exsoberana de Kattegat se aproximó a su hijo y le puso una mano en el pecho, instándole a bajar el arma. Björn apretó los dientes como un perro rabioso, pero no le quedó más remedio que obedecer cuando Lagertha le repitió en un tono inflexible que volviera a guardar la espada en su vaina. El rubio apartó la vista de Rollo para poder centrarla en su progenitora, que realizó un leve asentimiento. Entonces Björn dejó escapar todo el aire que había estado conteniendo y enfundó su arma.

En cuanto Lagertha se aseguró de que su vástago no iba a cometer ninguna imprudencia, cediendo a la sed de venganza que lo corroía por dentro, giró sobre sus talones y encaró nuevamente a Rollo.

—Tú y yo tenemos mucho de qué hablar.

Los iris esmeralda de Drasil no se despegaban de las figuras de Lagertha y Rollo, quienes se habían apartado del resto del grupo para poder conversar a solas. Luego de que la reputada escudera intercediera a favor del que había sido su cuñado, evitando así que Björn lo atravesase con su espada, esta había accedido a hablar con él para escuchar la oferta que tenía para ellos. Ahora todos esperaban a que aquella plática llegase a su fin, aunque saltaba a la vista que la mayoría de los allí presentes no se fiaba de Rollo, que su repentino altruismo les daba mala espina. Lo cual era comprensible, y más teniendo en cuenta sus antecedentes.

Su pierna sana, la izquierda, se movía constantemente en un mohín nervioso. Los hombres y las mujeres que estaban de guardia habían regresado a sus puestos por orden de Piel de Hierro, quien no estaba dispuesto a dejarse sorprender por segunda vez. Pero el resto, todos aquellos que no se encontraban atados a ningún turno de vigilancia, se habían agrupado en el exterior de la granja, en la zona que antaño debía de haber sido la fachada.

Sentada sobre un tocón de madera, Drasil se tomó unos segundos para poder alternar la mirada entre sus compañeros. Björn y Ubbe se hallaban el uno junto al otro, hablando en susurros. Torvi estaba con los niños para tratar de distraerles y evitar que la intranquilidad que atenazaba a todo el grupo se contagiara también a ellos. A un par de metros de distancia se encontraba la misteriosa Guðrun, antigua esclava de Lagertha. Y detrás de ella, apostados junto a una de las paredes a medio derruir, los dos cristianos se mantenían en silencio, limitándose a ser meros espectadores de todo aquel embrollo.

La castaña volvió la vista al frente, justo cuando Kaia tomó asiento a su lado. Su madre se acomodó en el trozo de madera que quedaba libre a su derecha y se inclinó ligeramente hacia delante para poder apoyar los codos en las rodillas.

—¿Cómo estás, cariño? —consultó con voz dulce y aterciopelada.

Drasil apretó los labios en una fina línea blanquecina.

—Sigo sin comprender qué hace aquí, por qué se está arriesgando tanto —bisbiseó, evadiendo por completo la pregunta de La Imbatible—. Nada de lo que dice tiene sentido. ¿Primero ayuda a Ivar y a Hvitserk y ahora quiere hacer lo mismo con nosotros? —Chistó de mala gana en tanto observaba a Rollo en la distancia. De haber sido por ella, aquel maldito bastardo habría dejado de respirar antes incluso de que pudiera bajarse del caballo.

Kaia respiró hondo y exhaló despacio.

—Hasta donde yo sé —comenzó a decir—, Rollo estuvo enamorado de Lagertha cuando eran más jóvenes. Y sé que en el fondo también quiere a Björn, por mucho que este lo haya repudiado. —El cuello de Drasil dio un latigazo al encararla. Había escuchado rumores, habladurías sobre ese supuesto amor que el hombre había llegado a profesarle a la rubia, pero nunca había terminado de creérselo. Hasta ahora—. Tal vez esos sentimientos sean lo que le ha impulsado a venir hasta aquí. Quizá sea su forma de redimirse —apostilló.

La más joven negó con la cabeza, asqueada.

—Es un traidor —farfulló con el ceño fruncido—. Y quien traiciona una vez, lo hace siempre. No me creo nada de lo que dice. —Intentó aquietar su pierna izquierda, que continuaba moviéndose descontroladamente, pero le resultó imposible—. Además, no está en Frankia, sino en Noruega. Por mucho que nos ofrezca un salvoconducto, Ivar no permitirá que nos vayamos así como así.

Su progenitora suspiró de nuevo.

—Sea como sea, este ya no es un lugar seguro para nosotros —sentenció Kaia con seriedad—. En cuanto Rollo se marche, si es que no lo mata Björn antes, tendremos que desaparecer. Porque nada nos garantiza que, a su regreso, no ponga sobre aviso a Harald, Ivar y Hvitserk.

Al oírlo, un escalofrío recorrió a Drasil de pies a cabeza.

Su madre tenía razón. No podían quedarse, y mucho menos confiar en el duque normando. Pasara lo que pasase en los próximos minutos, iban a tener que recoger sus escasas pertenencias y huir lo más lejos posible. No tenían elección.

—Allá donde vayamos estaremos en peligro —bisbiseó en tono sombrío—. Me temo que ya no existen lugares seguros para nosotros.

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· INFORMACIÓN ·

— ೖ୭ Fecha de publicación: 12/05/2024

— ೖ୭ Número de palabras: 3091

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· NOTA DE LA AUTORA ·

¡Hola, vikingos y valquirias!

Uy, uy, uy... Que Rollo ha entrado en escena. ¿Quién más tiene sentimientos encontrados con este hombre? Porque es un personaje que siempre me ha gustado muchísimo por su complejidad y profundidad (de hecho, me recuerda bastante a Shane de The Walking Dead), pero al mismo tiempo lo odio por todos los problemas que ha causado ^^'

El caso es que se ha presentado en el páramo como si nada, alborotando aún más el gallinero :S

Que, a todo esto, recordemos que Søren murió en Frankia, concretamente en la batalla final de la temporada 4A. Uno de los hombres de Rollo lo mató, por eso Kaia está haciendo ejercicios de autocontrol para no atravesarle con su espada y Drasil está a un tris de explotar u.u ¿Alguna vez habéis pensado en cómo serían sus reacciones al volver a tenerlo cara a cara? Pues tanto este capítulo como el siguiente servirán para saciar vuestra curiosidad =P

No tengo mucho más que decir, la verdad. Tan solo quiero disculparme por la falta de actualizaciones. No estoy atravesando un buen momento a nivel personal, así que apenas tengo ganas de escribir y subir caps. nuevos. Pero bueno, espero ir remontando poco a poco =')

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo y que hayáis disfrutado la lectura. Si es así, por favor, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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