━ 𝐈𝐈𝐈: La otra cara de la moneda

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── CAPÍTULO III ────

LA OTRA CARA DE
LA MONEDA

───────⪻•⪼───────

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        LAS MAZMORRAS DE KATTEGAT estaban constituidas por pequeñas barracas en las que se encerraban y encadenaban a todos aquellos que incumplían las normas y/o cometían algún delito. Desde hacía dos días aquellos barracones permanecían a rebosar de hombres y mujeres a los que Ivar Ragnarsson había considerado desleales y, por tanto, totalmente prescindibles. Su victoria frente a las tropas de Lagertha no había sido bien acogida por parte de ciertos sectores del pueblo llano, de ahí que algunos inconscientes se hubiesen mostrado en desacuerdo con la ascensión al trono del Deshuesado. Inconscientes que ahora se encontraban a la espera de recibir su castigo correspondiente, por supuesto.

El menor de los hijos de Ragnar Lothbrok no había mostrado piedad a la hora de tomar represalias contra todos aquellos que habían osado plantarle cara, lo cual había servido de advertencia para el resto de aldeanos, quienes se habían limitado a agachar la cabeza y aceptar que ahora él era el nuevo gobernante de Kattegat. Harald había cumplido su palabra de cederle el trono durante el poco tiempo de vida que le quedase, por lo que Ivar había tenido vía libre para tomar aquello que tanto había codiciado y ambicionado desde que su madre había sido injustamente asesinada.

Aunque tampoco es que Cabello Hermoso hubiese tenido otra opción, y más teniendo en cuenta que si habían ganado aquel conflicto civil era gracias a la inestimable ayuda de Rollo, quien había aparecido sorpresivamente en Kattegat junto a una pequeña camarilla de soldados con el objetivo de establecer los términos de la nueva alianza entre Frankia y Noruega. Habían sido sus hombres los que habían marcado la diferencia entre la victoria y la derrota, permitiéndoles aumentar el grueso de sus filas hasta alcanzar una ventaja insuperable. A Lagertha, Björn y Ubbe no les había quedado más remedio que resignarse y huir como ratas despavoridas, tratando de salvar sus vidas y sufriendo infinidad de bajas en el proceso.

Desconocían dónde se encontraban actualmente, aunque eso pronto cambiaría. Tanto Harald como Ivar habían enviado hombres en su busca. Por no mencionar que habían puesto precio a sus cabezas para incentivar a los bóndi a capturarlos y entregarlos en caso de que las nornas decidieran ponerlos en sus caminos.

Con aquella bandeja que había hurtado de las cocinas del Gran Salón entre sus manos, el joven avanzó con paso firme y decidido hacia una de las portezuelas que eran custodiadas por varios guardias. Los dos hombres que se encontraban apostados a ambos lados del marco de madera cuadraron sus posiciones al verle... Y al reconocerle. Hvitserk no necesitó hablar para que estos, tras llevarse el puño cerrado al pecho en una clara señal de respeto, le abrieran la puerta y le permitiesen el paso.

Sin más preámbulos, el caudillo vikingo se adentró en el interior de la mazmorra, donde reinaba una penumbra inquietante. No era muy grande en comparación con las otras barracas, que eran más amplias y espaciosas. Aunque había una explicación para ello: allí se encerraban a los prisioneros que se quería que estuviesen aislados, ya fuese por una razón u otra. De hecho, según tenía entendido, había sido en aquel habitáculo donde Lagertha había mantenido retenido a Harald lunas atrás, antes de que estallara la guerra.

Hvitserk entornó los ojos ante la falta de luz; los rayos de sol apenas atravesaban el estrecho ventanuco con el que contaba el barracón. No obstante, estos eran suficientes para que la única figura que había en su interior —aparte del Ragnarsson, claro está— resaltara entre tanta lobreguez.

Los orbes verdes de Hvitserk se clavaron en aquella silueta encorvada a la que Ivar había mandado confinar en una de las esquinas para que pudiera estar encadenada. No porque fuera peligrosa, ni mucho menos, sino para humillarla y regodearse a su costa. Para recordarle que su vida estaba ahora en sus manos, pendiendo de un fino hilo.

Desde aquel frío y húmedo rincón unos ojos azules le dedicaron una mirada afilada. El inconfundible tintineo de las cadenas se coló en sus oídos, al igual que un suave siseo por parte de la prisionera al tratar de encontrar una postura más cómoda sobre el duro suelo. La vio estirar las piernas por debajo de su vestido sucio y arrugado, ocasionando que un nuevo jadeo hiciera eco entre aquellas cuatro paredes.

—Hvitserk Ragnarsson. —La ajada voz de la mujer se impuso a cualquier otro sonido que pudiera llegarles desde el exterior—. ¿A qué debo el honor, hum? ¿Acaso tu hermano te ha enviado para interrogarme? —inquirió con socarronería—. De ser ese el caso, lamento comunicarte que mis respuestas siguen siendo las mismas que las de ayer y anteayer.

El susodicho avanzó un par de pasos, permitiendo que la escasa luz que se filtraba por la ventana incidiera en la bandeja que sostenía en sus manos. Los iris de la prisionera detallaron el trozo de pan y la porción de queso que reposaban sobre un plato de metal, junto a un vaso de cuerno cuyo contenido seguramente fuera agua o leche.

—Vengo a traerte esto —pronunció Hvitserk, justo antes de agacharse para poder dejar la bandeja en el suelo. Acto seguido, la empujó hacia delante para acercársela a la mujer—. Tengo entendido que no te han dado de comer, así que supongo que estarás hambrienta —puntualizó debido a la reticencia de la prisionera. No podía verle la cara, puesto que las sombras que la envolvían se lo impedían, pero saltaba a la vista que estaba necesitada de alimento.

Una risita sardónica brotó de los agrietados labios de la mujer.

—Vaya, qué atento. Es todo un detalle por tu parte —se burló—. ¿Aunque Ivar está de acuerdo? ¿Sabe siquiera que estás aquí?

Y ahí estaba de nuevo, aquel dardo envenenado. El hecho de mencionar constantemente a su hermano pequeño era una provocación en toda regla, dado que era Ivar quien estaba sentado en el trono. Desde que el menor se había autoproclamado rey de Kattegat, él se había quedado relegado a un discreto segundo plano. No era algo que le molestara —al menos, no en exceso—, pero sí era cierto que estaba empezando a abordarle la misma sensación de frustración e inutilidad que había experimentado en Inglaterra, cuando, por culpa de las decisiones de Ubbe, se habían convertido en el hazmerreír de todo el ejército.

Volvía a sentirse a la sombra de alguien, y lo detestaba.

Su único consuelo ante aquellos turbulentos pensamientos era saber que estaban a un paso más cerca de vengar a su progenitora. Esa era su única motivación, lo que le había impulsado a cambiarse de bando y aliarse con Ivar: sus ansias de impartir justicia y hacer algo honorable. Al principio no lo vio claro, puesto que Ubbe —especialmente su relación con Drasil— había influido mucho en su forma de ver las cosas. Pero ahora tenía claro que Lagertha debía pagar por lo que había hecho.

—Has visto dónde estás, ¿no? —volvió a hablar Hvitserk.

La aludida apoyó la cabeza en la pared sobre la que estaba recostada, refugiándose en aquel crispante silencio que tan cerca estaba de hacer explotar al Deshuesado y a todos aquellos que habían intentado sonsacarle información. Sus dientes resplandecieron en una sonrisa taimada que dejaba claro que no pensaba contestar a algo tan obvio.

—Vas a pudrirte aquí dentro hasta que Ivar se canse y decida matarte —soltó el muchacho sin rodeos. Se había acuclillado frente a ella, salvaguardando una distancia prudencial para así evitar cualquier sorpresa indeseada. Era consciente de que no suponía ningún peligro a nivel físico, pero no se sentía cómodo en su presencia. Había algo en sus ojos, en la manera en que parecía traspasarlo con ellos, que le ponía el vello de punta—. Si no colaboras, las cosas irán a peor. Que no te quepa la menor duda.

La prisionera entrecerró los ojos.

—Y, aun así, tú me traes comida y bebida. Probablemente a escondidas de tu hermano y sus perros falderos —señaló mientras se abrazaba a sí misma en un vano intento por conservar algo de calor corporal. Debía de tener bastante frío, dado que apenas contaba con aquel vestido andrajoso—. Es un poco contradictorio, ¿no crees? —apuntilló. No había vuelto a prestarle atención a la bandeja desde que Hvitserk la había dejado en el suelo.

El caudillo vikingo inspiró profundamente por la nariz.

—Porque confío en que serás inteligente y me dirás lo que quiero saber —declaró él en tono calmado—. A cambio prometo ayudarte. No dejaré que Ivar te toque ni te cause el menor daño, pero para que eso sea posible debes hablar.

La mujer volvió a carcajear, solo que esta vez su repentino ataque de risa se vio interrumpido por un acceso de tos que la obligó a encogerse sobre sí misma. La humedad gélida que cargaba el ambiente no les estaba haciendo ningún favor a sus pulmones, era más que evidente. Y es que ni siquiera le habían proporcionado una manta con la que poder cubrirse por las noches.

—¿De verdad piensas que me habrían dejado aquí si estuviera al corriente de sus planes? —cuestionó su interlocutora con voz estrangulada. Se había llevado una mano al pecho para poder darse toquecitos con los que aplacar aquella tos ronca y seca—. No quise saberlo, y ellos tampoco me lo dijeron. —Volvió a echarse hacia atrás, apoyándose en la pared con cierta dificultad—. Podéis hacer conmigo lo que queráis, porque no tengo nada que confesar.

Hvitserk frunció el ceño, poblando su frente de arrugas. En aquellos dos últimos días —desde que habían ganado la batalla y tomado Kattegat— no habían conseguido arrancarle otra respuesta a la mujer. Sin embargo, esa era la primera vez que el guerrero escuchaba aquella negativa de boca de la propia prisionera, puesto que los anteriores interrogatorios habían sido llevados a cabo por Ivar y sus hombres de mayor confianza. Interrogatorios que no habían resultado tan fructíferos como se esperaba y deseaba, dadas las circunstancias.

—Eso a Ivar le da igual —manifestó Hvitserk luego de unos instantes más de fluctuación—. Disfrutará destrozando cada parte de ti por tu simple vinculación a Lagertha —añadió con naturalidad.

De nuevo, aquella sonrisa ladina asomó al rostro de la mujer.

—¿Estás seguro de eso?

El Ragnarsson arrugó aún más el entrecejo, sin comprender a qué venía aquella pregunta. Conocía a su hermano como la palma de su mano y sabía perfectamente de lo que era capaz. No obstante, todo vestigio de duda y confusión desapareció cuando la prisionera se desplazó hacia delante, arrastrando su entumecido cuerpo por el suelo terroso y dejando atrás aquel oscuro rincón en el que permanecía retenida. Los escasos rayos de sol incidieron en su marchito semblante, lo que ocasionó que una mueca de auténtica sorpresa se adueñara de los rasgos faciales de Hvitserk; su piel estaba limpia de cualquier herida. En las pronunciadas arrugas que surcaban su fisonomía solo había restos de polvo y suciedad, nada más. No había signos de que la hubieran maltratado o golpeado, ni el más mínimo rasguño.

Hvitserk parpadeó varias veces seguidas, desconcertado. La fama de Ivar le precedía, sobre todo a raíz de su estancia en Inglaterra. El cómo había atormentado, torturado y mutilado a los cristianos supervivientes a la masacre de York había corrido de boca en boca, granjeándole una fama de sádico y cruel de la que él mismo se había aprovechado para infundir temor en sus enemigos. Era por ello que no entendía por qué no había hecho lo mismo con la mujer que tenía delante, quien además estaba estrechamente relacionada con Lagertha. ¿Por qué no había empleado aquellos métodos con ella? ¿Qué había frenado su mano? La compasión no, eso desde luego. Pero, entonces, ¿qué?

—Parece que tu hermano tiene miedo de una simple vieja —se mofó la prisionera, para posteriormente regresar junto a la pared.

Ahí estaba la respuesta a todas sus preguntas.

Hvitserk no tardó en atar cabos, llegando a la conclusión de que si no le había puesto la mano encima era por ser lo que era: una völva. De todos era sabido que aquellas mujeres estaban en constante contacto con los dioses, de ahí su poder y capacidad para ver cosas que los demás no podían. Eran elegidas por la mismísima Freyja para predecir el futuro y practicar el seiðr, y Hilda se había convertido en la fjǫlkunnig más famosa y reputada de Kattegat. Puede que hasta incluso de toda Noruega. De modo que no era de extrañar que ni Ivar ni mucho menos sus hombres hubiesen querido tentar a la suerte. Porque una cosa era matar a un hombre o a una mujer cualquiera, y otra muy diferente a una völva con poderes sobrenaturales.

Aunque no iba a negar que le resultaba curioso que su hermano menor fuera tan agorero. Cosa que no había sido Lagertha cuando asesinó a sangre fría a su madre, quien también había sido bendecida con el don de Freyja al nacer. A la rubia no parecían importarle lo más mínimo las supersticiones. No como a la mayoría de los escandinavos, al menos. O puede que directamente se sintiera con el poder suficiente para hacer y deshacer a su antojo, sin pararse tan siquiera a pensar en las consecuencias de sus actos.

—¿Y tú, joven Hvitserk? —La voz de Hilda volvió a colarse en sus oídos, provocando que saliera de su ensimismamiento. El susodicho restableció el contacto visual con la anciana, cuya boca se había curvado en una media sonrisa que le erizó la piel—. ¿Tú a qué le tienes miedo?

Hvitserk tragó saliva, ocasionando que su protuberante nuez de Adán se desplazara de arriba abajo con un movimiento seco.

—Yo no le temo a nada —solventó—. Y Ivar tampoco. Si piensas que tu conexión con los dioses va a frenarle, estás muy equivocada. Tarde o temprano acabará desquitándose contigo, y entonces lamentarás haber rechazado mi oferta. —Se encogió de hombros con simpleza, como si lo que acababa de decir fuera lo más obvio de los Nueve Mundos.

La sonrisa de Hilda se ensanchó.

—Hablas igual que tu padre. —La prisionera chasqueó la lengua y realizó un ademán con la mano—. Él también llegó a considerarse invencible, ¿sabes? Durante mucho tiempo tuvo la suerte de su lado... Hasta que sus propias acciones lo condujeron a su declive —apostilló, a lo que el chico comprimió la mandíbula con fuerza—. Puede que los rumores sean ciertos y que realmente los hombres de vuestra familia seáis descendientes de Odín, pero eso no os convierte en dioses. Haríais bien en tenerlo presente.

Ahora fue el turno de Hvitserk de sonreír.

Todavía agachado frente a la seiðkona, bajó la mirada y se pasó una mano por la cabeza. Como no cuidara su lengua y midiese más sus palabras, Ivar le rebanaría el cuello más pronto que tarde. Por muy importante que fuera a nivel espiritual, su hermano acabaría cediendo a su sed de sangre. Puede que de forma premeditada —aprovechando que los Æsir y los Vanir estaban de su parte— o como consecuencia de algún impulso, como había hecho con Sigurd.

—No dejo de preguntarme por qué estás aquí —comentó el caudillo vikingo, alzando de nuevo la cabeza. Sus ojos se entornaron sutilmente, tratando de distinguir las facciones de Hilda en la penumbra—. Cualquiera en tu lugar se habría marchado sin mirar atrás. Pero tú decidiste quedarte en Kattegat en vez de huir con el resto —continuó divagando—. Eso solo lo haría alguien que ya no tiene nada que perder. —Las comisuras de sus labios temblaron ante la chispa que rieló en los orbes de la mujer. Sus sospechas no iban por mal camino—. Eivør no ha sobrevivido a la batalla, ¿verdad? Tu nieta está muerta, por eso has preferido quedarte. Porque no te importa morir.

La völva no dijo nada, limitándose a apretar los labios en una fina línea blanquecina. Se removió en su sitio con incomodidad y convirtió sus manos en dos puños temblorosos, haciendo tintinear las cadenas que aprisionaban sus muñecas y que ya empezaban a lastimar la piel de la articulación.

Entonces Hvitserk se irguió, recuperando la verticalidad.

Su expresión volvía a ser neutral, estoica incluso.

—Disfruta de la comida mientras puedas —le aconsejó, señalando con un suave cabeceo la bandeja que tenía a sus pies—. Porque es bastante probable que sea la única que ingieras en varios días.

Y ahí mismo, tras dedicarle una última mirada a la harapienta mujer, Hvitserk se dio media vuelta y se encaminó hacia la salida.

Un tenue suspiro se escabulló de sus labios en cuanto puso un pie en el interior del que volvía a ser su hogar. La vivienda en la que se había instalado junto a Margrethe, antes de que el Gran Ejército se embarcara en aquella incursión a territorio cristiano para poder vengar la muerte de Ragnar, no había cambiado lo más mínimo en los últimos meses. Y, sin embargo, a Hvitserk se le antojaba ajena, como si ya no tuviera nada que ver con él. Su reencuentro con la que todavía era su esposa también le había resultado de lo más amargo, como si ella también se hubiera convertido en una persona totalmente desconocida para él, alguien con quien ya no compartía nada.

Dioses, ¿tanto le había cambiado aquel último viaje? ¿Tanto le habían afectado los últimos acontecimientos, hasta el punto de sentirse perdido en lo que antes había considerado su vida? Era como si algo no terminara de encajar en él, como si se sintiera vacío y perdido.

Margrethe acaparó su atención apenas cerró la puerta tras de sí, aunque no se molestó en saludarla ni en decirle nada. La rubia, por su parte, abandonó su asiento junto al fuego que ardía en el hogar y se aproximó a él. El fino camisón que cubría su cuerpo —aquel que tan loco lo había vuelto lunas atrás, al igual que a sus hermanos— no dejaba nada a la imaginación. Pese a ello, Hvitserk la miró a los ojos en tanto desabrochaba la fíbula que cerraba la gruesa capa que llevaba sobre los hombros.

—¿Dónde has estado? —preguntó Margrethe con esa voz dulce y melosa que tanto le caracterizaba—. Me tenías preocupada.

El Ragnarsson respiró hondo y exhaló despacio.

—En el Gran Salón. —Fue su escueta respuesta.

La muchacha hizo el amago de ayudarle a quitarse la pesada capa, pero Hvitserk no se lo permitió, haciéndolo él mismo. Acto seguido, el caudillo vikingo avanzó hacia la mesa que se erguía junto a una de las paredes y depositó la capa en su superficie. La visión de una jarra y un vaso de cuerno en el otro extremo de la mesa le animó a servirse un poco de hidromiel... Solo para percatarse de que Margrethe ya había dado buena cuenta de aquella bebida elaborada por los dioses.

Todo su cuerpo entró en tensión al sentir la presencia de su esposa tras él. Las manos de Margrethe se posaron en sus hombros, a fin de masajearlos con suavidad. Antaño aquel gesto le habría traído paz, haciéndole cerrar los ojos mientras sentía las caricias de la mujer de la que estaba enamorado. Pero ahora todo cuanto podía hacer era apartarse, repeliendo su mero contacto.

—¿Por qué me rehúyes de esa manera? —sollozó Margrethe a la par que se abrazaba a sí misma. Hvitserk dejó el vaso sobre la mesa y volvió a suspirar—. Desde que has regresado no has hecho más que evitarme. Apartándome de tu lado como si no significara nada para ti.

El aludido se pasó una mano por la cara.

—Estoy cansado, Margrethe.

Intentó escabullirse por su flanco derecho, pero la rubia fue rápida a la hora de aferrar su muñeca e instarle a que no le diera la espalda. Hvitserk giró sobre sus talones con otro suspiro, quedando nuevamente cara a cara con ella y perdiéndose en aquellos iris glaucos que tanto lo habían cautivado un par de años atrás. Ahora ya no sentía nada cuando la miraba, más allá de aquella incómoda sensación que lo abordaba al verla tan cambiada. Sus ojos ya no transmitían aquella inocencia y fragilidad que lo habían impulsado a querer protegerla de todo mal, sino que ahora eran fríos y calculadores.

—Eres mi esposo... —bisbiseó ella con la mirada brillante. Su mano libre había acabado en el torso de Hvitserk, justo donde palpitaba su corazón—. Has estado meses fuera, y ahora que por fin volvemos a estar juntos no... No me has hecho tuya ni una sola vez. —El joven contuvo el aliento al sentir cómo Margrethe se apegaba a él, ocasionando que ciertas zonas de sus respectivas anatomías entraran en contacto—. ¿Es que ya no me deseas, mi amor? —prosiguió en tanto se ponía de puntillas y acercaba su boca a la de su marido, buscando provocar algo en él. Lo que fuera—. Yo no he hecho más que pensar en ti estas últimas lunas. He extrañado tocarte, besarte... Sentirte dentro de mí.

Todas sus alarmas saltaron cuando la mano que Margrethe mantenía sobre su pecho descendió con deliberada lentitud hasta la cinturilla de su pantalón, a fin de aventurarse bajo la tela. Hvitserk no titubeó a la hora de apresar su brazo con algo de rudeza, lo que hizo que la rubia pegara un ligero respingo, sobresaltada.

—Oh, ¿en serio? —La voz del guerrero restalló como un látigo y su mirada se tornó severa, fija en Margrethe, que comprimió la mandíbula con fuerza—. No es eso lo que he oído por ahí —impugnó.

Las facciones de la antigua thrall se contrajeron en una mueca indescifrable. Aunque no pudo impedir que un brillo alarmado relampagueara en sus orbes claros, delatando que sabía perfectamente de lo que le estaba hablando. Margrethe se liberó de su agarre de un brusco tirón, para luego alzar el mentón con altivez.

—No sé a qué te refieres —contradijo ella con firmeza.

Hvitserk rio, desganado.

—¿Ah, no? —repuso él con una sonrisa carente de humor plasmada en sus finos labios.

—No. —La rubia le sostuvo la mirada con entereza—. He tenido que aguantar de todo estos últimos meses... Por ti, por el simple hecho de ser tu esposa. ¡Incluso podría haber muerto! —exclamó en un tono que distaba mucho del que había empleado hacía apenas unos segundos. Hasta su mirada había cambiado, dejando de estar vidriosa para transmitir una profunda contrariedad—. ¿Así es cómo me agradeces que te haya defendido y me haya mantenido fiel a ti cuando todos te consideraban un sucio traidor?

Todo cuanto pudo hacer Hvitserk fue poner los ojos en blanco. No eran pocos los rumores que le habían llegado acerca de su supuesta fidelidad, y todos ellos conducían a lo mismo: a una Margrethe desesperada por mantener su recién adquirida posición arrastrándose para tratar de engatusar nuevamente a Ubbe. Había renegado de él y de su matrimonio en cuanto las cosas se habían puesto feas, y lo peor de todo era que se lo creía perfectamente. Más ahora que sus propios intereses y ambiciones parecían haberle nublado el juicio.

Su boca se curvó en una mueca desdeñosa, justo antes de recular un par de pasos.

—Me voy a dormir.

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· INFORMACIÓN ·

— ೖ୭ Fecha de publicación: 07/04/2024

— ೖ୭ Número de palabras: 3871

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· NOTA DE LA AUTORA ·

¡Hola, vikingos y valquirias!

Uy, ¿qué tenemos aquí? Pero si es un capitulín centrado en Hvitserk (͡° ͜ʖ ͡°) Apuesto a que no os lo esperabais, jeje. A estas alturas, me imagino que todos (o casi todos) sabréis que Hvitserk no es santo de mi devoción. Su trama en las dos últimas temporadas de Vikings me parece un despropósito total... Así que quizás haga como con Heahmund y moldee su personaje a mi manera para tratar de sacarle el mayor provecho posible. ¿Vosotros qué pensáis al respecto? ¿Os gustaría que en este segundo libro Hvitserk tuviera un mayor protagonismo? Os leo en comentarios ;)

Debo confesar que, pese a ser la primera vez que escribo un cap. centrado en Hvitserk, me ha resultado bastante sencillo desarrollar las diferentes escenas. En ese sentido estoy bastante contenta, porque no es nada fácil escribir sobre varios personajes dentro de una misma historia =') Mi intención con Fimbulvetr es que el protagonismo coral esté mucho más marcado que en Yggdrasil, de modo que más adelante nos encontraremos con capítulos centrados en personajes que, si bien en el primer libro eran secundarios o hasta incluso terciarios, en la secuela van a cobrar mayor importancia u.u

Pero bueno, ya centrándonos en el contenido del cap., ¿qué os ha parecido la primera escena? Porque hemos descubierto que Hilda es ahora prisionera de Ivar T_T El muy bastardo la tiene recluida y en muy malas condiciones... Aunque, de momento, no se ha atrevido a ponerle la mano encima. ¿Opiniones al respecto? ¿Alguien se atreve a teorizar sobre el futuro de nuestra querida völva?

Por otro lado, la segunda escena nos ha mostrado cómo están actualmente las cosas entre Hvitserk y Margrethe. Porque no, aquí Margrethe no se ha vuelto loca ni tiene el Don de la Visión, como pasa en la serie. La tía está muy cuerda (desgraciadamente) y parece estar dispuesta a lo que sea con tal de mantener su posición acomodada. ¿Creéis que volverá a dar problemas? Ahora que Drasil no está, quizá vierta su veneno en otra persona (¬‿¬)

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo y que hayáis disfrutado la lectura. Si es así, por favor, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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