━ 𝐈𝐈: Hasta los confines de Midgard

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

── CAPÍTULO II ────

HASTA LOS CONFINES
DE MIDGARD

───────⪻•⪼───────

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

◦✧ ✹ ✧◦

        LOS OJOS DE KAIA, fríos e implacables como el hielo de Niflheim, no se apartaban de Björn, quien acababa de pedirle a Ubbe que se llevara a Drasil para que su discusión con Lagertha no fuera a más. Si bien comprendía por qué Piel de Hierro se había visto en la obligación de intervenir, no le había hecho ni pizca de gracia que hubiese echado a su primogénita de esas maneras, como si no fuese más que una piedra en su zapato. Ella misma había estado a punto de inmiscuirse en la disputa para poder ponerle fin, pero Björn se le había adelantado... Favoreciendo a su madre en el proceso, como no podía ser de otra forma.

La Imbatible continuaba acomodada frente a la pequeña hoguera que habían encendido hacía escasos minutos, con la mandíbula comprimida y las manos cerradas en dos puños apretados. Ahora que ni Ubbe ni Drasil estaban presentes, solo quedaban entre aquellas cuatro paredes Björn, Lagertha, Heahmund, Ealdian, Torvi, los niños y ella. El resto —incluida Guðrun, quien solía pasar la mayor parte de su tiempo con los caballos— se encontraba en el exterior; o bien haciendo guardia o bien cazando y recolectando cualquier cosa que pudiera servirles de alimento.

—No vuelvas a hacer eso —articuló Kaia con seriedad, provocando que el peso de todas las miradas recayera sobre su persona.

El cuello del mayor de los Ragnarsson dio un latigazo al encararla y su ceño volvió a fruncirse apenas cayó en la cuenta de que era él a quien iba dirigida esa advertencia. Que él era el destinatario de aquella mirada cargada de desaprobación.

—¿El qué? —preguntó con un suspiro.

La mujer cuadró los hombros e irguió el mentón con altivez.

—Desautorizar a mi hija —contestó ella sin ambages—. Tratarla como si fuera una desequilibrada y quitártela de en medio solo porque no te gusta lo que dice —añadió, cada vocablo más ardiente que el anterior.

Ante aquella pulla, Björn endureció su expresión.

—¿De verdad crees que Drasil puede aportar algo positivo ahora mismo, estando como está? —cuestionó, arrugando aún más el entrecejo. Los demás eran meros espectadores en aquel intercambio de reproches y comentarios mordaces—. La quiero como a una hermana, maldita sea. Pero lo último que necesitamos ahora mismo es pelearnos entre nosotros —puntualizó, haciendo especial hincapié en la última frase—. Todos estamos muy nerviosos, pero discutiendo no vamos a solucionar nada.

Sin variar lo más mínimo su postura, Kaia entornó los ojos. Sus iris grises se clavaron en Björn con tanta intensidad que parecía querer ver a través de él, llegar a aquello a lo que los cristianos llamaban «alma». Fuera como fuese, era obvio que su discurso no había sonado lo suficientemente convincente. Al menos para ella.

—No vuelvas a hacerlo —repitió, enronqueciendo la voz.

El caudillo vikingo sostuvo con entereza su incisiva mirada, aunque se abstuvo de argüir nada más en su defensa. Conocía a La Imbatible desde hacía muchos años, los suficientes como para saber que, en todo lo relacionado a Drasil, lo más sensato era no llevarle la contraria.

Bufó, limitándose a cruzar los brazos sobre su pecho y a apartar la mirada en tanto mascaba su propio enfado.

—Björn tiene razón —declaró Torvi a la par que arrullaba entre sus brazos a la pequeña Asa, que estaba empezando a alterarse debido a la tensión que se respiraba en el ambiente—. Si queremos sobrevivir a esto debemos mantenernos unidos. —Kaia inspiró profundamente por la nariz al escucharlo—. No tenemos un ejército con el que hacer frente a Ivar, de modo que nuestra única opción es escondernos y tratar de pasar desapercibidos. Seguro que hay algún sitio al que podamos ir —adujo, queriendo mantener una actitud positiva entre tanta negatividad.

El primogénito de Ragnar Lothbrok se restregó la cara con frustración. Era evidente que no tenía muchas esperanzas de salir vivos de aquel aprieto. Lo habían perdido todo y no veía forma alguna de remontar.

—Da igual a dónde vayamos —contrapuso, a lo que su exesposa lo observó con una mueca compungida contrayendo sus facciones—. Ivar nos perseguirá hasta los confines de Midgard. No se detendrá hasta encontrarnos.

Aquello fue como un jarro de agua fría para Torvi, quien no pudo hacer otra cosa que abrazar a sus vástagos. La sola idea de que El Deshuesado los capturara e hiciera con ellos lo que le viniese en gana le ponía el vello de punta. Ya había perdido a su primogénito, a su bienamado Guthrum, de manera que no podía permitirse perder también a Hali o a Asa. No podría soportarlo.

El silencio cayó sobre ellos como una losa de piedra, opresiva y asfixiante. El tiempo jugaba en su contra, pero ninguno tenía la menor idea de qué hacer ahora que se habían convertido en fugitivos.

—Hay un sitio al que no podrá ir por mucho que lo desee. —La voz de Heahmund acaparó irremediablemente la atención de los escandinavos, quienes no tardaron en mirarle con una mezcla de curiosidad y expectación. Incluso Ealdian, que permanecía sentado a su lado, lucía intrigado—. Inglaterra —reveló tras unos instantes más de fluctuación.

Björn dejó escapar una carcajada que rebotó en los muros de piedra.

—Sí, claro. Para que nos maten —se mofó.

—Es una posibilidad, no lo voy a negar —concedió el obispo. Su cabeza ya no estaba vendada, pero la herida de su torso tardaría en cicatrizar—. Aunque no creo que lo hagan, pues yo mismo intercederé por vosotros ante el rey Æthelwulf. Puede que os abra sus puertas, pero os pedirá algo a cambio. Probablemente luchar a su lado contra daneses y otros pueblos vikingos que, cada primavera, desembarcan en nuestras costas para saquear y sembrar el caos —explicó, causando el más absoluto mutismo entre sus compañeros paganos.

Piel de Hierro chistó de mala gana, dejando entrever su irritación ante la falta de opciones. Venderse a los sajones a cambio de protección... Eso era caer muy bajo.

—¿Y por qué ibas a hacer eso? —inquirió Kaia, desconfiada—. Fue nuestra gente la que te trajo aquí en contra de tu voluntad. Por no mencionar que eres cristiano —remarcó—. Uno que, según tengo entendido, disfruta matando nórdicos.

Los labios de Heahmund se elevaron en una sonrisa taimada. No había que ser muy avispado para darse cuenta de que la castaña seguía sin confiar en él. Solo había que fijarse en cómo le miraba, en la forma en que siempre parecía estar monitoreando cada uno de sus movimientos, como un depredador al acecho. Al hombre no le cabía la menor duda de que, de haber sido por ella, hacía tiempo que habría dejado de respirar. Kaia no era como Lagertha, quien lo había salvado y puesto bajo su protección porque estaba convencida de que podía serles de utilidad, que el hecho de que sus caminos se hubiesen cruzado era una señal de sus dioses. Un buen presagio.

Pero aquella a la que llamaban La Imbatible era otro cantar.

Un hueso más duro de roer.

—Porque sois nuestra mejor baza para poder regresar a nuestro hogar sanos y salvos —respondió Heahmund con naturalidad. No se molestó en maquillar la verdad, dado que a esas alturas no tenía sentido seguir ocultando que lo único que lo movía eran sus propios intereses—. Necesitamos un barco —indicó al tiempo que le lanzaba a Ealdian una rápida mirada de soslayo—, pero también una tripulación. Dos hombres no pueden manejar un drakkar.

Kaia contempló fijamente al obispo, como si con ello pudiera obtener la respuesta a todas esas preguntas que pululaban por su mente. Sabía lo que se hacía, eso estaba claro. Pero precisamente por eso no podía confiar en él. Heahmund era astuto y sibilino; un hombre que había participado en infinidad de batallas y que contaba con una amplia experiencia, ya no solo en el ámbito bélico, sino en la vida en general. Pasar por alto su peligrosidad, el hecho de que no era más que un lobo vestido con piel de cordero, era de necios.

—¿Y qué nos garantiza que no nos entregarás a Æthelwulf apenas pisemos suelo inglés? —tanteó la skjaldmö sin despegar sus orbes cenicientos del cristiano.

Este se encogió de hombros e hizo un mohín con la boca.

—Nada. Pero creo que no os queda otra que confiar en mí.

Aún no habían tomado una decisión.

Por mucho que Heahmund les hubiera propuesto ir a Inglaterra, ninguno se había pronunciado al respecto, dejando que el silencio volviera a instaurarse entre ellos. Saltaba a la vista que la idea del obispo había generado dudas —y reticencias— entre los escandinavos, lo cual era comprensible, y más teniendo en cuenta su historial. Todas las incursiones que habían realizado a territorio sajón habían sido con un único propósito: saquear y arrebatarles poder a los monarcas ingleses. De ahí que a Kaia le costase creer que, por mucho que Heahmund intercediera por ellos ante Æthelwulf, este simplemente accediera a ofrecerles asilo, como si los Ragnarsson no hubiesen sido los responsables de la muerte de su progenitor, el rey Ecbert.

La mujer suspiró, dejando atrás las paredes a medio derruir de la granja, aquella que tantos recuerdos le traía de su juventud, de su antigua vida. Estar allí, en aquel lugar que también había sido pisado por Søren y Jórunnr, era como echar sal sobre una herida abierta. Porque sí, por más que transcurriera el tiempo, las pérdidas de su marido y su hermana mayor continuaban doliendo tanto como el primer día. Como el instante en que tuvo que decirles adiós.

Sacudió la cabeza con brusquedad, a fin de librarse de esos pensamientos tan lacerantes y tortuosos. No era el momento de evocar antiguas remembranzas, y mucho menos de lamentarse por los que ya no estaban. Su prioridad en aquellos instantes era hablar con Ubbe y Drasil para poder ponerles al corriente de lo debatido en el interior del refugio. Quería saber su opinión respecto a la oferta del obispo, si eran capaces de arrojar algo de luz sobre todo aquel asunto.

Echó un vistazo rápido a su alrededor, buscando con la mirada las figuras de su hija y su yerno. Por suerte para ella, no tardó en localizarles. Estos se encontraban a su izquierda, a unos metros de distancia. Drasil estaba de espaldas a ella, frente a la orilla del pequeño arroyo que fluía junto a la granja, mientras que Ubbe permanecía unos pasos por detrás, con el cuerpo rígido y los hombros caídos en señal de abatimiento.

Kaia avanzó hacia ellos con paso apresurado, sorteando a los hombres y las mujeres que habían querido acompañarlos en su huida y posterior exilio. Eran un grupo medianamente numeroso, aunque no llegaban a la veintena.

—¿Cómo está? —quiso saber una vez que se hubo detenido junto al primogénito de Ragnar y Aslaug. Sus iris grises se posaron en Drasil, quien no se volteó hacia ellos en ningún momento, ni siquiera cuando escuchó su voz. Algo le decía que, tras su disputa con Lagertha, había vuelto a refugiarse en aquel silencio ensordecedor que tan preocupados los tenía.

Ubbe soltó por la nariz todo el aire que había estado conteniendo.

—No lo sé. —El muchacho negó con la cabeza, desasosegado. Estaba pálido y ojeroso, y sus orbes azules habían perdido su habitual brillo—. Está... Esas han sido sus primeras palabras en dos días.

La experimentada guerrera tragó saliva.

—Está todo muy reciente. Tan solo necesita tiempo para asimilarlo —manifestó, a lo que Ubbe volvió a suspirar con derrota.

Los dos guardaron silencio, con la vista fija en Drasil. Esta cargaba casi todo su peso en su pierna izquierda, teniendo la derecha ligeramente flexionada debido al corte que poseía en el muslo.

—Hemos estado debatiendo qué hacer —prosiguió Kaia, cambiando intencionadamente de tema. Su interlocutor viró la cabeza hacia ella, dedicándole una mirada interrogante—. No hemos tomado una decisión todavía, pero el obispo ha propuesto ir a Inglaterra. Dice que él mismo hablará con Æthelwulf para que este nos ofrezca su amparo y protección.

Ubbe arrugó la nariz en una mueca escéptica.

Por todos y cada uno de los dioses... Tenía tantos rasgos y gestos de Ragnar que Kaia a veces pensaba que estaba hablando con él, que de alguna manera había retrocedido en el tiempo para poder disfrutar nuevamente de la compañía del que había sido el primer rey de Kattegat.

—Dudo mucho que Æthelwulf nos ayude —rebatió el joven a la par que volvía la vista al frente, a Drasil. Kaia podía percibir la preocupación que expelía por cada poro de su piel, lo mucho que le asustaba el actual estado de su esposa. Miedo que ella misma compartía—. Matamos a su padre y le obligamos a huir con el rabo entre las piernas. Si tiene algo de orgullo nos ejecutará apenas pongamos un pie en Wessex —masculló entre dientes.

La Imbatible se abrazó a sí misma.

—Puede que sea nuestra única opción —señaló, observando de nuevo a su hija, quien no se había movido ni un ápice de su sitio—. Si nos quedamos en Escandinavia, Ivar nos acabará encontrando.

—Y en Inglaterra estaremos a merced de los sajones —contrapuso Ubbe—. No me fío de Heahmund. Le he visto en Wessex, luchando contra nuestro ejército... Su fe en su dios es muy fuerte, al igual que su lealtad hacia su rey. —Juntó las manos a la altura de la boca y contuvo el aliento durante unos segundos—. Nos entregará a Æthelwulf en cuanto tenga ocasión.

Kaia apretó los labios en una fina línea blanquecina.

Se encontraban en una encrucijada, entre la espada y la pared.

—Quizá podamos hacer un trato con ellos, llegar a un acuerdo —elucubró, encogiéndose de hombros—. Heahmund ha mencionado que, en caso de que Æthelwulf acepte, nos pedirá combatir contra otros nórdicos. Lo cual sería una jugada muy inteligente por su parte. —El Ragnarsson restableció el contacto visual con ella, ceñudo—. No hay nada mejor que un vikingo para acabar con otros vikingos.

Ubbe se cruzó de brazos, meditabundo.

—¿Te parece una buena idea? —cuestionó.

La mujer aspiró una temblorosa bocanada de aire, sin saber muy bien qué responder. Ni ella misma sabía qué pensar o qué opción podría ser mejor, ya que ambas poseían sus pros y sus contras. No confiaba en Heahmund, pero tal vez no les quedase otra alternativa que ceder.

—Aún no lo sé.

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

· INFORMACIÓN ·

— ೖ୭ Fecha de publicación: 18/02/2024

— ೖ୭ Número de palabras: 2401

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

· NOTA DE LA AUTORA ·

¡Hola, vikingos y valquirias!

Ay, ay, ay. Que la tensión y los malos rollos no hacen más que aumentar entre nuestros vikingos. Madre mía, si es que las cosas están que arden... Y no en el buen sentido de la expresión xP Aunque debemos reconocer que nos encanta ver a Kaia en modo mamá osa sobreprotectora. Y es que, por mucho que aprecie a Lagertha y a Björn, no puede quedarse callada ante cierto tipo de comportamientos u.u

El caso es que todos están muy nerviosos y sin saber qué hacer: ¿quedarse en Escandinavia y arriesgarse a que Ivar los encuentre o jugárselo todo y huir a Inglaterra?

La decisión está complicada, amigos *o*

Que, por cierto, creo que ya ha quedado más que demostrado que estoy haciendo lo que me da la gana con la trama de Heahmund x'D Su romance con Lagertha me da muchísima pereza (básicamente porque no tiene ningún sentido), así que no esperéis encontrarlo en esta historia. No sé, creo que es un personaje al que no supieron sacarle provecho. Le pasa un poco como a Gunnhild: mucho potencial y pésimas decisiones de guion :S

Pero bueno, para eso está Fimbulvetr =P

Por otro lado, ¿qué os ha parecido la segunda escena? Porque a mí me ha encantado escribir esa conversación entre suegra y yerno =') No exagero cuando digo que Ubbe y Kaia se están convirtiendo en uno de mis dúos favoritos. Tengo TANTAS ganas de que leáis el resto de interacciones que tengo pensadas para ellos. Es que vamos a morir de amor :'3

Y poco más tengo que decir, la verdad. Espero que os haya gustado el capítulo y que hayáis disfrutado la lectura. Si es así, por favor, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro