━ 𝐈: Fugitivos

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── CAPÍTULO I ────

FUGITIVOS

───────⪻•⪼───────

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        EL TIEMPO SE DILATABA Y CONTRAÍA en torno a ella. Ya habían transcurrido dos días desde que se habían visto obligados a abandonar Kattegat y huir como ratas despavoridas; dos días desde que habían tenido que dejar atrás todo lo que hasta ahora habían conocido para poder sobrevivir. Y en esas cuarenta y ocho horas el insufrible dolor que atenazaba su cuerpo y martilleaba su corazón no había disminuido ni un ápice. Se sentía enferma, como si hubiera sido intoxicada por un veneno que la abrasaba por dentro. No podía dormir, no quería comer... Y nada ni nadie era capaz de hacerla sentir mínimamente bien, ni siquiera la presencia de sus jóvenes e inocentes sobrinos.

Los ojos de Drasil no se apartaban de la pequeña fogata que ardía frente a ella, a fin de proporcionar algo de calidez a aquel refugio a medio derruir en el que se habían cobijado con la vana esperanza de pasar desapercibidos. Incluso habían creado una rudimentaria hornacina para que el fuego no se viera a lo lejos, aunque dudaba que alguien recordase siquiera la existencia de aquel lugar que parecía haber caído en el olvido.

Antaño fue una granja, aquella en la que Ragnar Lothbrok y su familia —junto a todos aquellos que les eran leales— se habían escondido luego de que jarl Borg los expulsara de Kattegat. Ahora, en cambio, no era más que un montón de rocas y escombros, pero al menos los muros que aún quedaban en pie les protegían del frío y la lluvia.

Arrebujada en una gruesa capa que la ayudaba a mantenerse caliente, la hija de La Imbatible se dejó encandilar por el hipnótico baile de las llamas. Todavía se encontraba malherida, con el brazo izquierdo recogido en un incómodo cabestrillo y el muslo derecho vendado a causa de aquel profundo corte que le dificultaba realizar hasta el más mínimo movimiento. No obstante —y por muy descabellado que pudiese sonar—, lo prefería. Necesitaba sentir aquel dolor para que este opacase todo lo demás.

La vocecilla de Hali se coló sin previo aviso en sus oídos, impulsándola a virar la cabeza hacia su izquierda. Torvi también se había acomodado junto al fuego, con sus dos vástagos —los únicos que le quedaban con vida— abrazados a ella. La exesposa de Björn también permanecía sumida en su propio dolor, pero ella se había forzado a ser fuerte y seguir adelante por Hali y Asa, cuyas mentes infantiles les impedían comprender por qué habían tenido que marcharse tan apresuradamente del único hogar que conocían.

El mayor de los Björnsson volvió a hablar, tan bajito que Drasil fue incapaz de entender lo que decía. Torvi siseó suavemente para acallarlo y lo apegó aún más a ella, cubriéndolo con su propia capa. Asa, por otro lado, permanecía acomodada sobre las rodillas de la rubia, con la cabeza apoyada en su pecho y el dedo pulgar dentro de la boca. Era evidente que estaban hambrientos y que tenían frío, hasta el punto de que Torvi comenzaba a desesperarse y a temer por su seguridad y bienestar.

Si bien era cierto que habían conseguido cazar algunos conejos, aquel sitio tan solo era un refugio de paso. Eran demasiados, puesto que se les habían unido varios guerreros y escuderas que todavía les eran fieles a Lagertha, Björn y Ubbe, de modo que no tardarían en llamar la atención de cualquier viajero o comerciante que pasara por allí.

No podían quedarse mucho más tiempo. No debían.

Una serie de pasos acapararon irremediablemente su atención, ocasionando que volviera la vista al frente. La repentina aparición de Ubbe, de cuya mano derecha colgaba un cubo que había llenado con el agua del arroyo que fluía a unos metros de distancia, hizo que un molesto nudo se aglutinara en su garganta, constriñéndole las cuerdas vocales. Su marido le dedicó una rápida mirada que apenas duró un par de segundos, dado que enseguida se centró en Piel de Hierro, quien no paraba de caminar de un lado a otro como un animal enjaulado.

—Debemos pensar qué hacer —pronunció Ubbe con firmeza—. No podemos seguir posponiéndolo. Hay que tomar una decisión. —Ante sus palabras, Björn se detuvo en seco y se llevó las manos a la cabeza—. Podríamos ir a Hedeby y buscar aliados en los condados limítrofes.

—No. —La voz de Kaia, que hasta ese momento había estado conversando con una de las skjaldmö que hacían guardia en el exterior, se impuso a todo lo demás—. Eso es exactamente lo que espera Ivar. No podemos regresar a Kattegat, sería demasiado arriesgado —declaró al tiempo que avanzaba hacia la chispeante hoguera—. Ahora mismo nos estarán buscando. Lo más probable es que hayan puesto precio a nuestras cabezas, de manera que no podemos confiar en nadie.

Un silencio demoledor se instauró entre los presentes.

—¿Y entonces qué hacemos? Porque si eso es cierto no tardarán en encontrarnos —intervino Torvi, acongojada—. Vayamos donde vayamos, seremos fugitivos. Porque no solo nos buscan en Kattegat, sino también en Vestfold —les recordó.

Al escucharlo, Ubbe chasqueó la lengua y Björn se pasó una mano por la cara en un gesto cansado. Kaia, por su parte, tomó asiento junto a una silenciosa Drasil y le acarició la espalda en un ademán cariñoso. Cerca del fuego, sentados sobre unos tocones de madera, Heahmund y Ealdian no perdían detalle de la conversación, al igual que Lagertha, cuya espalda permanecía apoyada en una de las pilastras que sostenían lo que quedaba de techo.

—Quizá podamos ocultarnos en el bosque, como hacen los sámis —propuso el mayor de los Ragnarsson. Estaba empezando a quedarse sin ideas, sin opciones, y eso le frustraba a más no poder—. Al menos hasta que se calmen un poco las cosas y contemos con un plan más elaborado.

La Imbatible sacudió la cabeza de lado a lado.

—Los bosques son peligrosos. Podríamos toparnos con bandidos o skogarmaors¹ —remarcó, descartando rápidamente aquella idea.

De nuevo se hizo el silencio. Uno que solo era interrumpido por las voces de aquellos que vigilaban los alrededores y se hacían cargo de los caballos.

Drasil no reaccionó a las caricias de su progenitora, puesto que estaba demasiado ocupada preguntándose qué iba a ser de ellos ahora que se habían convertido en un grupo de apestados. Había una vocecita en su cabeza que no dejaba de repetirle que quedarse en Noruega no era una opción, pero ¿qué otra cosa podían hacer? Poseían muchos enemigos más allá de sus fronteras. Su política de incursión y saqueo les había granjeado una situación sumamente desfavorecedora ahora que se encontraban en la necesidad de huir y pasar desapercibidos. Bien era cierto que podrían ir a Suecia o a Dinamarca, suplicarles asilo a sus hermanos escandinavos... Pero ¿cuánto tardarían los espías de Ivar o Harald en dar con ellos? ¿Cuánto tardaría en correrse la voz sobre su paradero? ¿Acaso estaban condenados a tener una vida de renegados?

—Me niego a aceptar que aquí se termine mi historia.

La hija de La Imbatible se tensó como un resorte ante el comentario de Lagertha, quien se había mantenido relegada a un discreto segundo plano durante toda la conversación. La exsoberana de Kattegat, que continuaba apostada junto a la columna de madera, se había cruzado de brazos mientras negaba con la cabeza. Todos estaban sufriendo los efectos de la derrota y el posterior exilio, pero Lagertha era la única —o casi la única— que parecía haberse convertido en una persona totalmente diferente. Lucía demacrada, como si los años se le hubiesen echado encima de golpe. Como si no solo hubiese perdido un reino y una corona, sino también una parte de sí misma.

—Que Ivar me capture, que me humille... Y que me quite la vida —continuó diciendo la afamada escudera—. No, ni hablar. Merezco algo mejor.

Drasil cerró la mano que tenía libre en un puño apretado. No le importó lo más mínimo que sus uñas se hundieran con saña en su temblorosa palma, y es que la rabia y la frustración que la embargaban cada vez que Lagertha abría la boca eran prácticamente incontrolables. Hasta el punto de que amenazaban con llevarla al límite de su cordura.

Era una maldita egocéntrica.

—¿Estamos como estamos y tú sigues pensando únicamente en ti? —farfulló, siendo esas sus primeras palabras desde que se habían visto en la obligación de dejar atrás la capital. A su lado, Kaia se puso rígida, al igual que Torvi—. Ya no solo se trata de ti y de tu maldita historia... Sino de todos nosotros. —Sus iris esmeralda traspasaron a la rubia como la más afilada de las dagas—. Porque, que yo sepa, tú nos has conducido a esto. Tú y solo tú.

Debido a sus acusaciones, Lagertha respiró hondo y exhaló despacio.

—Drasil, ahora no —le pidió Björn.

—No. Tiene razón. —La antigua reina de Kattegat alzó la mano en un gesto conciliador—. Ivar me quiere muerta y no parará hasta encontrarme. A mí y a todos aquellos que todavía me son leales —concedió, procurando mantener sus propias emociones a raya—. Comprendo tu resentimiento, Drasil. Pero yo soy la primera que no quería que nadie más muriera.

Una risita sardónica brotó de los agrietados labios de la susodicha.

—Cómo puedes decir eso después de todo lo que has provocado y desencadenado... —le recriminó, enronqueciendo la voz—. Tú lo iniciaste todo. Y ahora por tu culpa Eivør y Astrid están muertas.

No sabía en qué momento había comenzado a temblar, pero todo su cuerpo se sacudía violentamente bajo su ropa de abrigo. Sentía tantas cosas a la vez, tantas emociones contradictorias, que se veía incapaz de canalizarlas de otra manera que no fuera a través de esa furia ciega que la corroía por dentro. Y Lagertha, aquella mujer a la que una vez había considerado uno de sus mayores referentes, era el foco de ese odio y ese rencor que no hacían más que envenenarla.

Una sombra de dolor cruzó el semblante de la aludida, cuyas facciones se contrajeron en un rictus turbado. El poco brillo que aún rielaba en sus orbes celestes terminó de desvanecerse ante la mención de quienes habían sido dos de sus más fieles —y jóvenes— huscarles. La pérdida de Eivør había sido inesperada y un golpe demasiado duro, de eso no cabía la menor duda. Pero la de Astrid... No podía pensar en su antigua pupila y amante sin que una desagradable presión le oprimiera el pecho, justo donde se encontraba su corazón. La visión de su cuerpo tendido en el suelo, de sus ojos azules abiertos de par en par y de la sangre manando a raudales de su boca entreabierta no dejaba de repetirse una y otra vez en su cabeza, atormentándola incluso cuando dormía. Había dado por hecho que aquel era su castigo. Un castigo impuesto por los dioses por haberles defraudado al perder la guerra civil.

—Sus muertes me duelen tanto como a ti, que no te quepa la menor duda. —Fue lo único que atinó a decir—. Las conocía desde que eran unas niñas.

Guiada por un impulso visceral que no pudo reprimir, Drasil se puso en pie y amagó con acortar la distancia que la separaba de Lagertha. Todos se tensaron ante ello, ante el inusual brillo que se había apoderado de la mirada de la más joven, pero fue Ubbe quien la interceptó a medio camino para evitar que hiciera algo de lo que luego pudiera arrepentirse.

—¡¡Tú mataste a Astrid!! —estalló la castaña—. Eivør vio cómo le clavabas tu espada... ¡Por eso el úlfheðinn pudo pillarla desprevenida! ¡¡Porque vio cómo la matabas!!

Quiso abalanzarse sobre la rubia y dejarse llevar por su deseo irrefrenable de desquitarse con ella, de hacerle pagar por todo lo que le había arrebatado, pero el primogénito de Ragnar y Aslaug fue inflexible a la hora de contenerla. Su cuerpo era más grande y pesado que el suyo, y en aquellos instantes poseía mejores reflejos. Por más que Drasil intentara quitárselo de en medio, no podía.

—Ya hemos hablado de esto, Drasil —articuló Lagertha en tanto cuadraba los hombros y erguía el mentón con altivez. Era una fachada, su forma de protegerse y no quedar expuesta ante todos, aunque saltaba a la vista que aquel tema en particular había vuelto a desestabilizarla—. Jamás quise hacerle daño a Astrid, mucho menos matarla —añadió, consciente de que se había convertido en el centro de atención de los allí reunidos—. Fue ella la que se me echó encima en el campo de batalla. Se abalanzó sobre mí e intentó atacarme, así que simplemente me defendí. Quería que la matase, me lo pidió varias veces... Por eso hizo el amago de agredirme, para que reaccionara —explicó con un nudo en la garganta—. No quería seguir viviendo.

Ante eso último una dolorosa punzada le atravesó el pecho a Drasil, cortándole la respiración durante unos segundos que se le hicieron eternos. Como bien había mencionado Lagertha, ya habían tenido esa conversación, pero a la hija de La Imbatible le resultaba imposible no seguir culpándola del trágico final que habían sufrido sus dos amigas de la infancia. Sus excusas vacuas no servían de nada, más que para reafirmar que ella era la causante de todo. Que habían sido su orgullo y ambición lo que les había conducido a ese punto de no retorno.

—La abandonamos a su suerte... La dejamos a merced de ese maldito bastardo —bisbiseó Drasil con voz estrangulada. Había dejado de intentar acercarse a la exsoberana, pero aun así Ubbe continuaba frente a ella, bloqueándole el paso—. Cómo puedes esperar que quisiera seguir adelante cuando ni siquiera intentamos rescatarla.

Un pequeño músculo tembló en la mandíbula de Lagertha.

—No era viable, y lo sabes —contestó.

Drasil esbozó una sonrisa carente de humor.

—Tampoco lo era asesinar por la espalda a una mujer que se había rendido públicamente y esperar que sus hijos no hicieran nada al respecto —soltó, cáustica y mordaz. Ya no le daba miedo decir en voz alta lo que pensaba, por muy controvertido que pudiera ser. Lagertha había perdido todos sus respetos.

Pese a no estar mirándole directamente, Drasil pudo percibir cómo los músculos de Ubbe se contraían bajo la tela oscura de su camisa. No cabía la menor duda de que sus palabras, la simple mención de Aslaug y de cuál había sido su destino, habían generado un gran impacto en su esposo. En otras circunstancias aquello la habría hecho sentir tremendamente culpable, pero en esos momentos nada le importaba. Su único objetivo era infligirle el mayor dolor posible a la rubia.

—Ya está. Es suficiente —se inmiscuyó Björn. Su voz se había convertido prácticamente en un gruñido—. Ubbe, sácala de aquí.

La hija de La Imbatible desvió su atención hacia Piel de Hierro, cuya mandíbula permanecía tan apretaba que daba la impresión de que en cualquier momento se le rompería algún diente. Björn la observaba con el ceño fruncido y un poso de innegable molestia latiendo en el fondo de sus ojos azules, como si se tratase de una niña pequeña a la que había que reprender por su mal comportamiento.

Entonces Ubbe la tomó con suavidad del brazo sano y la instó a moverse. Drasil se dejó hacer, dado que ya había conseguido lo que quería. Aunque no se contuvo a la hora de lanzarle una mirada contrariada al mayor de los Ragnarsson.

«Cobarde».

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· INFORMACIÓN ·

— ೖ୭ Fecha de publicación: 28/01/2024

— ೖ୭ Número de palabras: 2575

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· GLOSARIO ·

— ೖ୭ ¹ Los skogarmaors, también llamados útlagi («fuera de la ley»), eran hombres condenados al exilio; forajidos que vivían en bosques y otros lugares aislados. Dichos hombres eran privados de sus derechos, hasta el punto de que todos sus bienes eran confiscados. Se les solía marcar con fuego para que el resto de la población supiera lo que eran y podían ser asesinados con impunidad. La única forma de que un skogarmaor pudiera revocar este temido estatus era pagando una gran suma de dinero.

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· NOTA DE LA AUTORA ·

¡Hola, vikingos y valquirias!

Bueno, pues aquí tenéis el primer capítulo de Fimbulvetr. Decidme, ¿qué os ha parecido? ¿Extrañabais a mis niños tanto como yo? Porque yo ya necesitaba una buena dosis de drama y salseo, y con este primer cap. hemos tenido de ambas cosas a montones =P

No os voy a mentir: me parte el alma ver a Drasil así. Las pérdidas de Eivør y Astrid la están consumiendo, hasta el punto de que no parece existir nada más para ella =') No reacciona al cariño ni al apoyo de Kaia, a Ubbe ni siquiera le dirige la palabra y ya habéis visto que con Lagertha y Björn está teniendo sus primeros roces. Ya os aviso que vamos a ver muchos cambios en los personajes, tanto para bien como para mal. Así que idos preparando... Porque se avecina muchísimo salseo, jeje.

Que, a todo esto, ¿soy la única que se ha levantado a aplaudir a Dras cuando esta le ha puesto los puntos sobre las íes a Lagertha? Os juro que siempre que veo ese capítulo de Vikingos (y concretamente esa escena) me pongo malita, porque literalmente a Lagertha se la suda todo: solo piensa en sí misma. Le da igual que sus (pésimas) decisiones hayan provocado una guerra civil en la que han muerto decenas de personas o que haya arrastrado a otras tantas al exilio. Lo único que le preocupa es no dejarse vencer por Ivar, no vaya a ser que eso manche su buen nombre ¬_¬ El caso es que ya va siendo hora de que alguien le pare el carro y le diga las verdades a la cara, porque cada vez que abre la boca no sabe si mata o espanta :S

Vamos, que las cosas están muy calentitas. Y no en el buen sentido de la palabra xP So, la pregunta aquí es: ¿lograrán dejar sus diferencias a un lado y trabajar en equipo para tratar de sobrevivir? ¿O los últimos acontecimientos los habrán conducido a un punto de no retorno? ¿Drabbe está igual de hundido que Kagertha o todavía hay esperanza para ellos? Y lo más importante... ¿DÓNDE ESTÁ NUESTRA BIENAMADA EIVØR?

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el cap. y que hayáis disfrutado la lectura. Si es así, por favor, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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