━ 𝐕𝐈: Nadie volverá a hacerte daño

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── CAPÍTULO VI ────

NADIE VOLVERÁ A
HACERTE DAÑO

───────⪻•⪼───────

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        SENTADO EN EL TRONCO de un árbol caído que habían colocado junto a la hoguera para que sirviera de banco, Ealdian se inclinó hacia delante y apoyó los codos en las rodillas. El dolor que se había extendido por gran parte de su rostro era intenso, casi tanto como las náuseas que vapuleaban su estómago. Infinidad de gotas carmesíes se precipitaban al suelo desde su nariz, que estaba empezando a hincharse y amoratarse. Björn Piel de Hierro le había dado un buen golpe, de eso no cabía la menor duda. El codazo que le había propinado en un intento desesperado por librarse de su agarre había impactado de lleno en su tabique nasal. Aunque, por suerte, no parecía tenerlo roto ni desviado.

Escupió a un lado, liberando su boca del exceso de sangre y saliva. Tenía la visión desenfocada y estaba algo aturdido, por lo que cerró los ojos para tratar de recomponerse. A sus oídos llegaban amortiguadas numerosas voces, todas ellas provenientes del exterior.

Gracias al Altísimo, habían logrado contener a Björn, quien parecía haber entrado en razón y cesado en su empeño de intentar asesinar a su tío. No es que la vida de este último le importase, pero estaba al corriente de que ahora era cristiano, un hombre de fe. Rollo había nacido siendo pagano —uno temible, además—, pero quiso cambiar y convertirse en un hombre mejor; cosa que había conseguido con mucho esfuerzo y sacrificio. Ya solo por eso no merecía morir en aquella tierra dejada de la mano de Dios.

Una suave corriente de aire le hizo saber que Guðrun andaba cerca. Aún con los sentidos abotargados, Ealdian abrió los ojos y alzó la cabeza con cuidado. La rubia se había acomodado a su lado y ahora le tendía un paño que había humedecido con el agua que habían recogido del arroyo.

—Ten. Está bastante fría, así que te ayudará con el dolor y la hinchazón —articuló ella, todavía con el brazo extendido en su dirección. Lucía un sencillo vestido de lino sobre el que llevaba una capa que la ayudaba a protegerse de las bajas temperaturas que azotaban el páramo.

El inglés aceptó el trapo de buen grado, para posteriormente llevárselo a las fosas nasales. Un suspiro de alivio brotó de sus carnosos labios cuando aquel trozo de tela entró en contacto con su piel magullada. La hemorragia aún no se había detenido, pero esperaba que lo hiciera pronto. La visión de su propia sangre, junto con el ardor que sentía en la zona, le tenían algo mareado.

—Gracias —musitó él con voz ronca. Le resultaba extraño hablar con ella en nórdico en lugar de en sajón, que era lo que acostumbraban a hacer.

Guðrun tan solo se encogió de hombros.

La muchacha había sido la única que se había molestado en socorrerle. Se había arrodillado a su lado y le había pedido que se apartara las manos de la cara para poder evaluar sus heridas, y después le había agarrado de la camisa para ayudarle a levantarse. Le había sorprendido sentir su mano en la parte baja de la espalda mientras le conducía hacia el interior de lo que quedaba de granja, además de la delicadeza con la que lo había instado a que tomara asiento junto al fuego. Incluso ahora que ya podía encargarse él solo de sus lesiones continuaba manteniéndose a su vera, como si realmente quisiera cerciorarse de que se encontraba bien.

—Esto empe... empieza a ser una costumbre —volvió a hablar Ealdian en un improvisado tono jocoso. A su lado, Guðrun imitó su postura, solo que ella se abrazó a sí misma—. Una costum... costumbre demasiado dolorosa. —Rio ante su propio comentario, provocando que una punzada de dolor aguijonease su fisonomía.

No había pasado mucho tiempo desde la última vez que se había visto en una situación similar: él con la nariz sangrando y ella ofreciéndole su ayuda. Seguía pareciéndole increíble lo mucho que podían cambiar las cosas en apenas unos meses, puesto que ese era el tiempo que había transcurrido desde que se habían conocido aquel día en la plaza del mercado.

La esclava exhaló por la nariz.

—Lamento que tengas que aguantar todo esto —manifestó con la vista clavada en el fuego. Sus exuberantes rizos dorados cubrían la mitad de su semblante, aquella en la que se encontraban las cicatrices—. Ese hombre es un bruto. Un maldito salvaje —rezongó sin moderar el tono de voz. No parecía temer que la escucharan.

Ahora fue el turno de Ealdian de suspirar. Podía sentir cómo la sangre continuaba manando de sus fosas nasales, por lo que presionó un poco más el paño contra ellas. Aquello le arrancó un siseo que hizo que Guðrun volviera a mirarle con lo que parecía ser un poso de preocupación latiendo en el fondo de sus iris verdemar. A él se le encogió el corazón en consecuencia, aunque no tardó en realizar un gesto con la mano para que no se alarmase.

—Tran... Tranquila, ya estoy acostumbrado —solventó él, queriendo restarle importancia al asunto. Podría haber sido mucho peor, y lo sabía—. Es lo que toca. Para ellos no soy... no soy nada. Ni nadie.

La más joven frunció la boca en una mueca contrariada. La cálida luz de las llamas se reflejaba en su cabello y en sus facciones, confiriéndole un aspecto casi angelical. Por Dios y por todos los Santos... Era hermosa, mucho. Con sus ojos claros, su piel lechosa y aquel lunar junto a la delicada curva de sus rosados labios. Sus marcas no lograban opacar su belleza; al menos, no desde su punto de vista.

—No, en eso te equivocas —contrapuso ella. Ealdian la observó con una pizca de curiosidad, con el pelo revuelto y la camisa manchada de su propia sangre—. Ya no eres un thrall, así que no tienen por qué tratarte así —farfulló, visiblemente molesta.

Todo cuanto pudo hacer el inglés fue encogerse de hombros.

—Dudo mucho que, en ese momento, Björn fuera... fuera consciente de lo que hacía —señaló a la par que dirigía la mirada hacia el punto exacto en el que se encontraban los escandinavos, quienes habían rechazado la oferta de Rollo. Ahora este, junto a sus dos hombres, se alejaba por el mismo sendero por el que había llegado—. A veces no tenemos control sobre nuestras propias acciones, y más en situaciones que nos sobre... sobrepasan.

—Pues ya podría haberle golpeado a su hermano en lugar de a ti —volvió a mascullar Guðrun entre dientes. Ella también fijó la vista en sus compañeros, solo que para poder fulminar con la mirada a Piel de Hierro—. No trates de justificarle, Ealdian. Porque no lo merece. —Sacudió la cabeza de lado a lado, enfatizando así sus palabras—. Es un idiota que apenas puede controlarse a sí mismo.

El susodicho tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no echarse a reír, dado que era evidente que Björn no le caía en gracia. De hecho, se atrevería a decir que aquello era así desde hacía dos días, cuando el caudillo vikingo se había negado a que los acompañara en su huida. Según él, porque ya eran demasiados y cualquier incorporación más solo los retrasaría. Guðrun parecía tenérsela jurada desde entonces, y Ealdian no la culpaba por ello. De haber sido por Björn, la rubia se habría quedado en Kattegat, a merced de Ivar o de algún vendedor de esclavos.

—Estoy bien, de verdad —le aseguró el soldado con la sombra de una sonrisa tironeando de las comisuras de su boca—. He pasado por cosas per... peores. Sobreviviré, no te preocupes.

La muchacha le observó no muy convencida.

—Anda, trae. Deja que te lo aclare —pronunció Guðrun, volviendo a estirar el brazo en su dirección. Sus dedos se movieron de atrás hacia delante con impaciencia.

Ealdian obedeció sin rechistar: se apartó el trapo de la cara y se lo entregó a la thrall. Esta lo metió de nuevo en el cubo que reposaba a su derecha y lo frotó con energía para eliminar la sangre que se había adherido al tejido. El agua se tiñó de rojo a causa de ello, aunque no pareció producirle la más mínima impresión. Entonces volvió a sacar el paño y lo estrujó con fuerza antes de devolvérselo. El cristiano no demoró en conducirlo a su rostro y presionarlo nuevamente contra sus fosas nasales, agradeciendo el frescor del agua en aquella zona tan maltratada de su cuerpo. La hemorragia ya se había cortado, pero el dolor y la quemazón persistían como la mala hierba.

—¿De verdad piensas que es una buena idea que vayamos a Inglaterra? —cuestionó Guðrun al tiempo que se secaba las manos con el calor de la fogata. Sus dedos temblaban descontroladamente debido a la gelidez del agua—. Frankia ya no es una opción, y quedarse en Noruega es demasiado arriesgado. Es obvio que aceptarán la oferta de Heahmund. —Viró la cabeza hacia el moreno, restableciendo el contacto visual con él—. No les queda más remedio que hacerlo. No si quieren sobrevivir.

Ealdian respiró hondo y exhaló despacio.

Hasta él tenía sus reservas.

No puedo saber con exactitud lo que pasará —concedió, esta vez empleando su lengua materna para que tuvieran algo más de privacidad—. Pero te prometo que no te sucederá nada. No lo permitiré —añadió con la convicción grabada a fuego en sus titilantes pupilas—. Tienes mi palabra, Guðrun. Nadie volverá a hacerte daño. —Aquello último lo dijo apartando el trapo de su nariz hinchada y congestionada.

La aludida arrugó el entrecejo, como si no terminara de creérselo. Se notaba a la legua que aquella idea no terminaba de convencerla, que dudaba que aquel fuese el camino correcto. Pero si de algo estaba seguro Ealdian era que no pensaba permitir que le ocurriera nada malo. No sabía a qué se debía ese deseo irrefrenable por protegerla, por evitar a toda costa que volvieran a lastimarla y a tratarla como a un simple pedazo de carne. Pero no pensaba reprimirlo por nada del mundo.

Bueno, llegados a este punto —bisbiseó Guðrun, hablando también en sajón—, la que siempre acaba cuidando de ti soy yo —declaró con un deje divertido impregnando sus palabras. Incluso sonrió sutilmente, logrando contagiar al guerrero—. Así que me corresponde a mí decirte eso.

Ealdian rio entre dientes.

Tienes razón, no lo voy a negar —contestó él en el mismo tono.

La sonrisa de la rubia se ensanchó, ocasionando que un hoyuelo de lo más gracioso se formara en la piel subyacente de su mejilla izquierda. Como consecuencia de ello, el hombre no pudo hacer otra cosa que contemplarla con un brillo de fascinación rielando en sus orbes oscuros, como si realmente se tratara de un ángel caído del cielo. De una criatura enviada por Dios para que alumbrara su camino en aquella tierra fría, inhóspita y salvaje.

«Y no me desagrada que lo hagas», susurró una voz en su cabeza.

Los iris grises de Kaia no tardaron en localizar a Heahmund, que había vuelto a alejarse del grupo para poder proseguir con sus rezos y oraciones. El obispo se había arrodillado frente al muro de piedra que cercaba la granja, con los codos apoyados en la fría roca y la barbilla colocada en el dorso de sus manos unidas. Tenía la cabeza inclinada hacia delante y los ojos cerrados, y sus labios se movían de manera continuada, bisbiseando cosas ininteligibles. Ya había visto a cristianos rezar antes —mismamente a Ealdian cuando todavía era su esclavo—, pero debía reconocer que aquella práctica seguía pareciéndole tan curiosa como el primer día.

Sin realizar el más mínimo ruido, La Imbatible avanzó hacia Heahmund, que permanecía absorto en sus plegarias. Se detuvo a un par de metros de él y guardó silencio para poder someterle a uno de sus rigurosos escrutinios. La contusión en su cabeza ya estaba curada, pero la herida de su torso aún requería atención y cuidados constantes. Valka se encargaba de ello cada día, de cambiarle el vendaje y comprobar que el tajo cicatrizaba correctamente.

—¿Qué te perturba, Kaia La Imbatible?

La voz de Heahmund se coló en sus oídos antes de que este abriera los ojos y los clavase en ella, demostrando una vez más que no se le escapa nada de lo que sucedía a su alrededor. Kaia lo contemplaba con los brazos cruzados sobre su pecho y una expresión indescifrable contrayendo sus facciones, que parecían amortajadas en piedra. Ahora que Rollo se había marchado, prometiendo que sus caminos no volverían a cruzarse, parte de la tensión que contraía sus músculos se había desvanecido.

La afamada skjaldmö inspiró profundamente por la nariz.

—Pienso en tu oferta, en esa propuesta que has dejado en el aire —respondió sin apartar la vista de él. No le permitían llevar armas de ningún tipo, pero, aun así, Kaia no podía evitar estar en guardia en su presencia—. Pareces muy seguro de que tu rey te hará caso. ¿Tanto poder ostentas, cristiano? ¿De verdad eres tan importante en tus tierras? —inquirió con recelo. Estaba de más decir que no se creía ni una sola de sus palabras, que le costaba confiar en que fuera tan sencillo.

Heahmund se puso en pie y se volteó hacia ella. Ni siquiera con aquellos ropajes escandinavos podía ocultar su procedencia, sus verdaderos orígenes. Cada poro de su piel gritaba a los cuatro vientos que era sajón, uno cuya fe se hallaba intacta a pesar de las adversidades.

—Siempre he sido un servidor leal de Su Majestad —explicó. Su acento no era tan marcado como el de Ealdian, pero ahí estaba—. Me encargo tanto de difundir la Palabra de Dios como de defender mi patria de aquellos que solo buscan desatar el caos y sembrar la discordia. De modo que sí, soy un aliado valioso para Æthelwulf —concluyó a la par que enderezaba la espalda y cuadraba los hombros en un gesto solemne.

Sin descruzar los brazos, Kaia avanzó hacia el muro y se sentó sobre él. El obispo hizo lo mismo, aunque salvaguardando una distancia prudencial con ella. Aquel gesto amagó con hacerla sonreír.

—Aunque en ningún momento he dicho que vaya a hacerme caso —corrigió Heahmund—. Æthelwulf es un hombre inteligente, sí. Pero un hombre, a fin de cuentas. Los Ragnarsson tomaron Winchester y mataron a Ecbert, su padre —le recordó—. Es probable que al principio le pueda más el orgullo y el rencor, pero haré todo lo que esté en mi mano para que cambie de opinión y os acoja bajo su techo.

La escudera frunció el ceño en una mueca escéptica.

—¿Y si no lo hace? —contradijo.

—Lo que le ofreceréis a cambio de que os brinde asilo y protección le ayudará a veros como lo que realmente sois: unos aliados potenciales —solventó el inglés con simpleza—. Nuestro reino es atacado cada año por otros pueblos vikingos, especialmente daneses. Vuestra ayuda puede ser vital para repelerles con mayor éxito y evitar bajas innecesarias.

Kaia entornó los ojos, como si quisiera ver a través de él.

—¿Y por qué ibas a tomarte tantas molestias? —cuestionó en un tono incisivo—. En cuanto regreses a tu tierra y vuelvas a ser libre, nada te impedirá traicionarnos y darnos la espalda. Al fin y al cabo, solo nos necesitas para tripular el drakkar. Tú mismo lo has dicho —remarcó, queriendo ponerle contra las cuerdas.

Heahdmund hizo un mohín con la boca, como si la respuesta a esa pregunta fuera evidente. Entrelazó las manos sobre su regazo y centró toda su atención en las ruinas de la granja, allá donde el resto de escandinavos se recuperaba de la inesperada visita del duque Rollo de Normandía.

—Hay mujeres y niños entre vosotros —manifestó, señalando con un suave cabeceo a Torvi, Hali y Asa—. Lagertha me salvó, evitó que muriera en el campo de batalla. Os debo la vida y, si hay algo que te puedo asegurar, es que soy un hombre de honor y de palabra—. Aquello último lo articuló virando la cabeza hacia La Imbatible, cuyos ojos eran tan claros como el hielo—. No confías en mí, y lo entiendo. Yo tampoco lo haría de estar en tu lugar —prosiguió ante la reticencia de su interlocutora—. Pero espero poder demostrarte que no soy una amenaza para vosotros. Ya no.

Contra todo pronóstico, Kaia volvió a erguirse en toda su altura, dejando atrás aquel muro recubierto de musgo y líquenes. Todavía con los brazos cruzados sobre su pecho se aproximó a Heahmund, quien no se movió ni un ápice de su sitio. Este la contempló en silencio, con aquellos iris zarcos que tantos secretos parecían esconder fijos en ella.

—Espero por tu bien que así sea —pronunció Kaia con una cadencia lenta, casi como un ronroneo. Se había detenido frente al sajón, dejando apenas un par de palmos de separación entre sus respectivos cuerpos—. Porque, como les ocurra algo a mi hija o a mi yerno por tu culpa, te destruiré —le amenazó con una calma inquietante, a lo que él esbozó una sonrisa taimada—. Y ni tu rey ni tu dios podrán salvarte de mí.

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· INFORMACIÓN ·

— ೖ୭ Fecha de publicación: 19/07/2024

— ೖ୭ Número de palabras: 2868

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· NOTA DE LA AUTORA ·

¡Hola, vikingos y valquirias!

¡Ay! Adoro las escenas de Ealdian y Guðrun. Son tan tiernos y adorables que se me cae la baba con ellos :'3 ¿A vosotros también os pasa? ¿Qué pensáis de su relación? ¿Y de sus acercamientos? ¿Qué os gustaría que ocurriera de cara al futuro? Contadme, querubines míos, que estoy a vuestra disposición u.u

El caso es que Guðrun no lo ha dudado a la hora de acudir al rescate de nuestro cristiano favorito, y Ealdian está empezando a fijarse en ciertas cositas que, vistas desde fuera, pueden ser muy reveladoras (͡° ͜ʖ ͡°)

¿Y qué me decís de la segunda escena? Porque es evidente que Kaia no se lo va a poner nada fácil a Heahmund. No confía en él, eso está claro. ¿Le damos un voto de confianza al obispo o nos vamos preparando para lo peor? Porque recordad que va a haber muchos cambios en el canon original de la serie (¬‿¬)

Y poco más tengo que decir, la verdad. El próximo capítulo volverá a rompernos el corazón en mil pedazos, y el siguiente a ese (es decir, el ocho) será... bastante curioso, jeje. Se vienen muchas cositas, mi gente. Así que espero que os agrade todo lo que tengo planeado ;)

Así que lo dicho. Espero que os haya gustado el cap. y que hayáis disfrutado la lectura. Si es así, por favor, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

P.D.: tengo un canal de difusión de WhatsApp en el que hablo de mis historias, comparto adelantos, hago recomendaciones y encuestas, doy consejos de escritura y edición... Si queréis uniros, decídmelo y os paso el link :3

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