Nuggets

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Sana realmente, realmente, quería arrojarle a su prima un sartén a la cabeza. O cualquier utensilio para que dejase sus manos de mocosa curiosa tranquilas.

Desde niñas han llevado esa relación de "te molesto y yo te molesto el doble", un completo caso para sus respectivos padres. Juntas eran como un maremoto, o un tornado, volviendo los hogares un desorden entre sus juegos y peleas por quién era más tonta que la otra, o quién se quedaría con el último lego que quedaba en la caja de juguetes.

Tan solo llevándose dos años, las hacía lo suficientemente paralelas como para no tener esa brecha de respeto que se supone deberían; simplemente para Momo llamar a la omega "unnie" sería una completa abominación.

Las bromas y burlas nunca hacían falta, incluso cuando sus naturalezas se presentaron, estas llenaron sus oídos al momento por parte de la ajena. Sana recuerda perfectamente la patada en el trasero que le dio a Momo cuando le dijo que ahora era una omega chiquita y débil, pero ella se equivocaba.

Porque Sana no estaba chiquita.

O cuando ambas fueron castigadas a abrazarse y compartir las gomitas de osito de Sana porque se habían pasado toda la tarde discutiendo si ser omega o beta era mejor. Por supuesto, Momo hubiera preferido ser una alfa fuerte y guapa, aunque lo de guapa ya lo tenía, pero la madre luna había decidido otro camino para ella y con mucho gusto lo iba a aceptar, dejando en claro que incluso ser una beta era mejor que ser una omega.

Cosa que hizo que Sana le pegara otra patada en sus partes traseras.

A medida que iban creciendo, su relación se iba estrechando, pero las mareas nunca estaban calmadas entre ese par de primas. Las típicas disputas de niñas pequeñas, robar los juguetes de la otra, sacarse la lengua, tomar sin permiso las golosinas que tanto le gustaban a la mayor. Eran un dúo caótico, pero que en el fondo se cuidaban y querían más que a nada.

Con el comienzo de la pre-adolescencia, las cosas subieron a un nuevo nivel. Y dejaron de ser "¡Tía, Sannie me quitó mi peluche!" a canturreos acerca de que a alguna le gustaba tal niña, que dichoso niño había besado la mejilla de, y tonterías amorosas propias de la etapa.

A pesar de ello, nunca sucedió algo tan grave, o una pelea real, tan solo juegos y extrañas formas de demostrarse cariños, basados en cortos abrazos disfrazados de asco, o tirones de cabello ocasionales. Pero al final del día, siempre terminaban pidiendo permiso para hacer una pijamada, y al apagar la luz se les veía cómodamente acurrucadas juntas.

Una relación agridulce, por así decirlo.

Y Sana mentiría al decir que no había extrañado a su prima, que después de un mes finalmente se había dignado a aparecer en su puerta con esa mirada y sonrisa de tonta que se cargaba. Pero también estaría siendo una vil mentirosa si decía que no tenía ganas de pegarle en esos momentos.

¿Quién mierda se pone a hacer torres con las cajas de las despensas?

—Momo, deja ya— regañó, cruzando sus brazos mientras la veía muy entretenida jugando con las cosas de su cocina. —Si tiras algo tendrás que limpiarlo, y reponerlo.

La peliazul solo rodó los ojos, ignorando completamente las palabras de su mayor, tratando de obtener la concentración máxima para dejar una caja de mezcla para pancakes como pilar para el siguiente piso.

—De todas maneras, ¿para qué las necesitas? Ni siquiera sabes cocinar— se burló la menor, sacando un poco la lengua de entre sus labios como si eso le ayudase a estar más enfocada en lo que hace.

Sana llevó su mano a su corazón, y su boca se abrió con incredulidad. Esa mocosa, era una completa descarada. Como osaba a decir aquello...o sea, ella sabía que era una pésima chef, pero no necesitaba que se lo recordaran, gracias.

Y cuando quiso quejarse del poco respeto que su molesta prima le demostraba, Momo habló primero.

—Hablando de cocinar, tengo hambre. ¿Qué comeremos? — preguntó, apilando un par de cajas más, obteniendo cada vez mayor altura para su construcción digna de un premio.

Oh, la comida. Había olvidado completamente ese detalle, y ahora que lo mencionaba, su estómago había rugido como un león hambriento. Giró su vista hacia la encimera, observando un poco el desorden, para luego regresar su mirar a Momo y admirar más desorden.

Ciertamente le daba mucha pereza arreglar su cocina en esos momentos, así que preparar algo ella misma no estaba dentro de sus ideas. Tal vez salir a comer sería una buena opción.

— ¿Quieres ir al McDonald's?

Nada como unas buenas papitas y unos nuggets de pollo que no solucionaran todo.

Sin embargo, la mocosa a su lado no parecía pensar lo mismo.

—Tengo ganas de pollo, pero no de salir. ¿Qué tal si lo preparamos nosotras aquí? Encontré en tu refrigerador una bandeja de nuggets congelados y una bolsa de papas fritas— sugirió.

—Pero no quiero cocinar, Momo— lloriqueó Sana, pataleando un poco como una niña pequeña.

A esto la de cabellos azules rodó los ojos, dejando de lado su asombrosa obra de arquitectura maestra para mirar a su berrinchuda mayor.

—Entonces cocinaré yo.

Okey, eso sonaba como la peor idea de toda la existencia.

Su bien era cierto que Sana no entraba ni por suerte dentro de los candidatos para participar en Master Chef, Momo probablemente carecía completamente de aquello llamado 'paciencia', cosa imprescindible según su mamá para llevar a cabo cualquier platillo.

La castaña no era tan impaciente, pero sí distraída. Y Momo, bueno ella era las dos cosas.

Preparándose para decir no y sugerirle a su menor que dejase de ser una vaga, su pancita sonó nuevamente y una sonrisa se pintó en el rostro altanero de la mocosa frente a ella, como si aquello significase una victoria para la rubia.

—Mm, creo que eso es un sí por parte de tu estómago— canturreó, llevando su dedo índice a dar un toque en el vientre de Sana.

Rápidamente le dio un manotazo, observándola con sus cejas fruncidas. Bien, solo era freír algunas cosas, en el refri había refrescos y con suerte Momo estaría tan llena como para desear ir a su casa a descansar.

¿Qué tan mal podría salir?

—Bien, solo...No destruyas nada, después de todo eres hija de mi tía Jihyo— su mano cubrió su rostro un momento, antes de suspirar, dándose la vuelta para comenzar a caminar. —Tomaré una ducha.

Después de decir aquello, desaparece por el pasillo de su departamento, y minutos después, el sonido lejano de agua cayendo se percibió. Una vez estuvo sola, Momo se aproximó al refrigerador y de allí sacó la bandeja de nuggets y esa bolsa de papas que había visto antes.

Las dejó sobre la encimera y comenzó una búsqueda de algún sartén, olla, o donde sea que se pudieran hacer esas cosas. Momo tenía de conocimientos culinarios lo que tenía de fea, es decir, ni un pelo. Finalmente, agachándose para buscar en los gabinetes de abajo, encontró al fondo una caja mediana y la curiosidad la mató por saber que había allí dentro.

¿Un tesoro? ¿Una máquina del tiempo? ¿Más cajas?

Su imaginación volaba entre miles de escenarios, pero se llevó una decepción al ver que solo era una freidora. Tal vez veía muchas películas.

Una sonrisa pintó sus labios y se levantó del suelo, dejando aquella caja en algún espacio sobre la superficie de granito para proceder a sacar la freidora, felicitándose internamente por haber encontrado una salvación para su almuerzo tardío. La verdad no tenía ni idea de cómo usarla, pero ya se las ingeniaría.

Buscó aceite y preparó la máquina, leyendo por encima las instrucciones de la caja. Vertió el aceite en donde se supone que debía hacerlo y la encendió, esperando un rato a que el aceite se calentara o lo que sea. Primero haría los nuggets, y aprovechando que Sana no estaba, podría robarse unos cuantos antes de que regresara.

Retiró el plástico que cubría las piezas de pollo, y tomó un puñado de estas para dejarlas en la cesta, tomando el mango para bajarla y empezar a escuchar la burbujeante melodía de su deliciosa comida.

¡Ajá! Tómala, Sana. Que no sabía cocinar, patrañas.

No sabía cuánto tiempo exacto debían estar así, así que optó por la vieja confiable de algunos minutos de cocción. Mientras tanto, sacó su teléfono para escribirle a su bonita novia. Sonrió cuando esta le pidió una llamada, usando la excusa de querer escuchar su voz.

Por supuesto accedió, pero no iba a hablar allí con Sana en el lugar. Podría salir de ducharse en cualquier momento y la última vez que las escuchó hablar estuvo media hora burlándose de la cara de idiota que ponía.

Pff, que iba a saber ella del amor.

Giró su mirada hacia la máquina y le pidió un segundo a Nayeon, quien se encontraba al otro lado de la línea. Levantó la cesta con su mano libre, satisfecha al notar como estaban perfectos. Los dejó sobre un plato con una servilleta para quitar el exceso de aceite, y dejó otro puñado preparándose.

Una vez listo, acomodó nuevamente el teléfono en su oído y caminó hasta la entrada de la casa, abriendo para salir al pasillo, respondiendo la llamada de su amor.

Y dicen que cuando estamos enamorados el resto del mundo deja de existir, y algo parecido le sucedió a Momo. Se olvidó completamente de su única tarea, y comenzó a correr hasta el elevador cuando su rubia favorita le dijo que estaba cerca y que si podía bajar un momento para un besito, olvidándose incluso de cerrar la puerta.

Ah, amor adolescente.

Y ah, la sorpresa que se llevaría Sana por ese amor adolescente.

El vapor de agua caliente llenaba todo el baño, y su cabello húmedo caía por su frente al momento de cerrar el flujo de agua. Sus pies pisaron la alfombra al salir de la ducha y se estiró para tomar su bata grande y cómoda para enfundarse en ella. Avanzó hacia el espejo, y con su mano limpió una pequeña zona de lo que estaba empañado, lo suficiente para verse en él. Sonrió un poco, ladeando su cabeza, analizando sus propias facciones, con su bonito labio apresado mientras pensaba.

¿Sería alguna vez capaz de llamar la atención de algún alfa? Ella no era alguien que pidiera a gritos atención, simplemente en ciertas ocasiones le gustaría tener una pareja con quien disfrutar de la comodidad de una relación.

Se vio tan inmersa en sus propios pensamientos que no escuchó los pasos en la entrada de su hogar, que posteriormente se dirigieron a su cocina. Salió del baño, avanzando hasta el lugar, deseando supervisar un poco a su prima para saber que tanto había hecho y si su cena fue arruinada.

Sorpresa se llevó y su piel palideció al encontrar a la mujer que había estado robando sus suspiros en el último tiempo de espaldas a ella, esa alfa con aroma fresco y sonrisa de ensueño. Y luego de ponerse como un copito de nieve por lo blanco de su tez, sus mejillas tomaron un color carmesí intenso.

La ajena se dio la vuelta, sobresaltándose un poco al ver a la castañita ahí petrificada, con nada más que una bata de baño cubriéndola y un adorable rubor en sus mejillas. Se permitió sonreírle, acercándose un poco para tomar su mano y depositar un casto beso sobre esta.

— ¿Se nos hará costumbre vernos por comida quemada, bonita? — preguntó con su voz profunda, con algo de diversión perceptible en ella.

—Y-Yo...

Sana no sabía si quería esconderse o permanecer allí admirando a la contraria, pero su mano siendo sostenida por la pelinegra la distraía incluso de la parte en la que esta le confirmaba que su prima había sido la culpable de la visita de su guapa bombera.

—Creo que no nos hemos presentado adecuadamente, mi nombre es Myoui Mina.

¿Era idea suya o al pronunciar su nombre había escuchado un coro de ángeles?

—S-Soy Sana, pero puedes llamarme el amor de tu vida—susurró algo perdida en la mirada tan profunda que portaba la mujer de la que ahora conocía su nombre, haciéndola sonreír más ampliamente.

Aquella omega era muy singular.

—Está bien, amor de mi vida. Debes tener más cuidado, no me gustaría que algo malo te ocurra, ¿mh? —pidió Mina, dando leves caricias con su pulgar en el dorso de la mano adversa. —Tengo que volver, pero nos veremos pronto, bonita— se despidió, dejando otro beso en su mano antes de soltarla con delicadeza y caminar hasta la salida, dejando a Sana en un completo trance.

En su cabeza no podía decidir si gritar por lo hermosa que había sido la alfa, o si matar a Momo por quemar su comida y haber dejado la puerta abierta.

De todos modos, no podía estar más felíz de reencontrarse con la pelinegra que había robado su corazón. Y mientras festejaba internamente, aguardaría paciente para golpear a Momo por su irresponsabilidad.

Sí, ese era un buen plan.

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