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FLASHPOINT

Onceava semana. 

Audrey abrió los ojos siendo lo primero que vio en el día el techo blanco de la habitación donde estaba. Intentó moverse sabiendo que debía tomar una rápida ducha, vestirse e ir directo a la editorial a trabajar. 

Gracias a Dios y gracias a aquella noche donde Marilyn fue a pedirle ayuda a Barry con su hermana, Audrey pudo volver a centrarse. 

— ¿A dónde vas?

Aunque no del todo. 

Si bien había dejado de asistir a bares y antros y dejar de consumir cantidades enormes de alcohol, ella seguía viendo a Beverly y Jason. 

—A trabajar. 

—No. 

—Mira, Jason, el hecho de que a ti te encanta faltar a la universidad no quiere decir que... oh. 

La tercera invitada en la cama había empezado a estimular a Audrey ahí y Jason aprovechó para dejar besos en el hombro de la chica. 

—No hagan eso. Debo irme. 

— ¿Regresarás?

—Obviamente —aseguró ella—. Cielos, Bevs, déjame en paz. 

—Lo siento, es que imagínate despertar y encontrar a alguien como tú desnuda —dijo Beverly soltando una carcajada—. Me gustas tanto, Auds.

Entonces la sonrisa de Audrey se borró. 

—No me digas Auds, Beverly. 

Nadie tenía permitido decirle así, nadie que no fuera su familia de vez en cuando y él. 

Barry. 

—Lo siento, yo...

—Debo irme. 

—Audrey, nena, no te enojes por eso. 

—Cállate, Jason. 

Audrey logró salir de la cama, bañarse y vestirse en menos de cuarenta minutos y en el umbral de la puerta de entrada ella le gritó a sus dos acompañantes que quizá sí regresaría esa noche. 

No quería pero daba igual, todo le daba igual desde hace mes y medio. 

Perder al amor de tu vida te hacía sentir miserable. A Audrey la hacía sentir... perdida. 

Estaba más absorta en su mundo, a veces no prestaba atención cuando Thalia o alguien de la editorial estaba hablándole porque estaba demasiado ocupada pensando qué había hecho mal para que Barry empezara a sentir cosas por alguien que no era ella. Otras veces se levantaba en las noches para salir a su terraza y mirar el cielo estrellado. Otras, cuando se sentía demasiado triste para estar sola, accedía a ir a casa de Jason para pasar la noche y olvidarse de todo; tal cual hizo la noche anterior. 

Agachó su cabeza cuando sintió que se le nublaba la vista y estuvo segura de haber soltado un sollozo al ver el dedo anular de su mano izquierda sin nada en él. 

Le dolía. 

Le dolía mucho. 

Y de nuevo, tan absorta en sus pensamientos, Audrey ni siquiera se molestó en fijarse en la calle al momento de cruzar y lo siguiente que pasó es que de alguna manera había terminado en el otro lado de la banqueta, alguien tocaba la bocina de su carro como loco y su pelo estaba despeinado. 

— ¿Pero qué...?

— ¿No te enseñaron a fijarte en la calle al cruzar, cierto?

Audrey ladeó su cabeza, dándose cuenta de que el héroe de Central City estaba frente a ella. 

—Lo siento, yo no... 

—Iban a atropellarte —la interrumpió el hombre de traje amarillo—. Es bueno que haya estado pasando por aquí. 

—Supongo —murmuró Audrey. 

La sonrisa en el rostro del superhéroe se borró, convirtiéndose en una mueca y ceño fruncido. 

—Oye, ¿estás bien?

—Sí, yo estaba... pensando en algo. 

— ¿En algo que te pone triste?

—Los humanos nacimos para ser masoquistas. Sabemos qué nos duele. Es

como cuando sabes que te enfermas al comer sandía pero de todas formas la comes porque te gusta sufrir. 

—Cierto —estuvo de acuerdo el superhéroe—. Guau, te rompieron el corazón.

Audrey se encogió de hombros. 

—En realidad me lo arrancaron. 

—Eso apesta —dijo él—. Oye, si te sirve de algo, no creo que valga la pena llorar por alguien o algo que te rompió el corazón. Es ilógico. Es como probar el café una y otra vez cuando sabes que no te gusta. 

Audrey frunció el ceño con curiosidad. 

— ¿Acaso Flash está usando un ejemplo como el mío?

Él se encogió de hombros. 

—Tal vez. Pero en serio, si algo te lastima no llores por eso, si en realidad fuera algo bueno para tu vida no te haría sufrir. 

—Gracias por el consejo, Flash. 

—De nada —dijo él—. Ahora, ¿a dónde es que esta bella dama se dirigía cuando estuvo a punto de morir si este héroe no hubiera aparecido?

—Al trabajo. 

— ¿Dónde trabajas?

—Hamilton Editorial. 

—Perfecto. 

Segundos más tarde, Audrey y el superhéroe de Central City estaban fuera del recinto donde la chica trabajaba. 

Guau. Asombroso. Imagínate tener ese súper poder y llegar a tiempo a todos los lugares donde quieras ir. No puedo identificarme. 

—No es tan bueno, a veces tienes villanos. 

—Oh, sí. El Rival. 

—Exacto. 

—Ha habido muchas noticias de eso, de hecho mi... un... conocido, fue a hacer algo en uno de tus enfrentamientos. 

— ¿"Mi... un... conocido"?

—Sí. Es el alguien que me hacía llorar hace un rato. 

—Oh. 

Audrey tronó la lengua antes de empezar a dar unos pasos hacia atrás para poder entrar a la editorial. 

—Bueno, gracias, Flash. 

—Ha sido un placer —dijo—. Por cierto. 

— ¿Qué?

—No sufras. Encontrarás a alguien mejor. 

—Gracias. 

Flash hizo una despedida como las que hacen los militares antes de salir corriendo de ahí dejando a Audrey parpadear con confusión. 

¿Acaso el superhéroe de Central City había estado flirteando con ella? 

Dio media vuelta para entrar en la recepción. 

—Buenos días, señorita Cooper. 

—Hola, Kane —saludó ella al guardia. 

La planta baja de la editorial era la recepción donde el mismo guardia con otras dos personas recibían a toda la gente que quisiera entrar haciéndolas escribir su nombre en un cuaderno. La estructura estaba dividida en cinco pisos, cada uno se dedicaba a cosas diferentes. 

En el primer piso encuadernaban libros; en el segundo acomodaban los libros que estaban listos para ser enviados a las librerías; en el tercero estaba la sala de corrección donde todos los errores de libros, periódicos y revistas eran enviados para ser, obviamente, corregidos; en el cuarto mantenían un registro de todas las cosas que se hacían en un día en la editorial y; finalmente, en el quinto piso estaban los encargados de leer, revisar y releer todos los textos enviados para mandarlos al tercer piso y también estaba la oficina de Audrey Cooper. 

Se metió en el elevador presionando el número cinco y en cuanto las puertas se abrieron, Thalia la esperaba con una sonrisa. 

— ¿Cómo sabías que venía?

—Te vi por la ventana —le dijo la chica—. ¿Ese que te trajo era Flash?

—Sí. 

— ¿Desde cuándo conoces a Flash?

—Desde hoy, Thalia. Me salvó la vida. Creo. 

— ¿A qué te refieres?

Audrey empezó a caminar hacia el pasillo que la conducía a su oficina, sonriendo como podía a los trabajadores. Últimamente no tenía muchas ganas de sonreír. 

—Estaba cruzando la calle sin fijarme y un carro me iba a arrollar. 

— ¿Cómo dices que dijiste?

Audrey dejó de caminar. 

— ¿Estás viendo Hannah Montana de nuevo?

Thalia no dijo nada durante unos segundos. 

— ¡Es inevitable! A Gwen le encanta esa serie. 

Gwen era la sobrina de Thalia, la niña había llegado junto a su madre —hermana de Thalia— hace una semana a Central City. Según lo que Thalia le contó, su hermana se divorció de su esposo y decidió mudarse de vuelta ahí pero no tenía dónde quedarse así que Thalia le dio hospedaje hasta que encontrara una casa. 

—Audrey, llegó esta postal para ti hace un rato. 

—Oh, gracias, Ed —dijo ella recibiendo el sobre, frunció el ceño. 

— ¿De quién es?

—De mis tíos en Gotham. 

Audrey abrió su oficina entrando en ella siendo seguida por la otra chica.

Rompió el sobre para poder leer la carta mientras caminaba a su escritorio. 

—Deben estar bromeando. 

— ¿Qué? 

—Es una carta donde me informan que asistirán a mi boda con Barry —Audrey dejó la hoja en su escritorio—. Estuve esperando su aceptación durante casi siete meses y deciden enviarla no solo por carta como si estuviéramos en el siglo diecinueve sino semanas después de que Marilyn y mamá se aseguraran que todos los invitados supieran que no habría boda. 

—Guau, tus tíos son despistados. 

—Mis tíos son idiotas —dijo la chica—. Los llamaré para decirles que todo se canceló. 

Justo cuando iba a tomar el teléfono de su oficina, Audrey sintió que su corazón se estrujaba. 

—No habrá boda. 

Ahora que lo recordaba, la única vez donde sufrió la cancelación de su boda con Barry había sido esa misma noche, la noche donde rompió su vestido y corrió al chico de la casa porque no se casarían, lo demás que hizo como emborracharse y liarse con dos jóvenes eran más que una distracción. 

Solo había llorado una vez. 

— ¿Audrey?

—No voy a casarme, Thalia. 

—Lo sé —dijo su amiga. 

Audrey se sentó en su silla, su mirada estaba perdida. 

— ¿Audrey? —Repitió Thalia. 

— ¿Sabes que es más difícil cancelar una boda? —Le preguntó Audrey— Mamá y Marilyn no me dejaron hacerlo pero lo sentí, Thalia. Cuando la organizas lo único que te ayuda a sobrellevar el estrés es el saber que todo eso que estás haciendo será para el día más feliz de tu vida. Pero cuando la cancelas... lo que lo hace más difícil es que tu corazón te duele, el alma te duele, respirar te duele. 

Audrey arrugó la frente al sentir que una lágrima salía de sus ojos. 

—Hubo veces donde quería ir a casa de los Allen a decirle a Barry que no importaba que sintiera algo por alguien más —siguió hablando—. Me dolía tanto la idea de vivir sin él que me sentía capaz de pasar aquella humillación. Imagínate, la estúpida mujer que se casó con su esposo sabiendo eso. 

—No eres estúpida, Sophia. Estás herida, eso es todo. Hacemos cosas estúpidas cuando alguien nos lastima. 

—Es una mierda —declaró Audrey. 

Inhaló profundamente antes de cerrar los ojos, bajar la cabeza y que las lágrimas salieran de sus ojos. No esperaba que Thalia la consolara, Audrey sabía cómo pensaba su mejor amiga. 

Cuando alguien llora es mejor dejar que lo haga y no consolarlo, si lo haces, pensará que siempre vas a estar ahí cuando se sienta mal. 

Thalia era de esas personas que te defendía a capa y espada si te quería lo suficiente, también era de esas que decía que las personas no se quedaban para siempre en tu vida entonces ¿para qué consolar a alguien y hacerlo pensar que siempre estarás ahí si quizá no sea verdad?

—Supongo que tienes razón, Thalia. La gente se va. 

—No me siento muy bien teniendo la razón en estos momentos, Audrey. 

—Lo sé. 

— ¿Te sientes bien?

—No —admitió—. Pero estoy harta. 

— ¿De qué?

—De estar involucrándome con un par de idiotas para tener sexo solo porque no quiero llorar —dijo Audrey, pasando el dorso de su mano por sus ojos—. Estoy lista para esa etapa. 

— ¿Tristeza y desgracia?

—Para poder llegar a la aceptación y empezar de cero porque no sufriré toda la vida, ¿verdad?

—Así se habla, Sophia. 

(...)

A las tres de la tarde, Audrey quiso salir a comprar café y como estaba lejos de la editorial Thalia le prestó su carro. 

Lo aparcó al otro lado de Jitters, agradeciendo a Dios que no tuviera que batallar por encontrar un lugar libre, apagó el auto, se bajó y cruzó la calle en cuanto pudo. Al abrir la puerta de la cafetería la recibió el aroma a café y el sonido de la campanilla que anunciaba que un cliente había entrado. 

Se formó en la fila soltando un suspiro. Siempre odió esa campanilla, recordaba una vez que entró a la cafetería junto con Barry y aquel objeto se le cayó encima de la cabeza porque el tornillo se aflojó. 

Audrey soltó un suspiro. 

Se preguntaba cuándo sería el día en que no recordara a Barry en cualquier cosa cotidiana que la rodeara pero eso sería casi imposible, había pasado los últimos años de su vida al lado del chico. 

Audrey se abrazó a sí misma al sentir una ráfaga de dolor en el pecho y entonces su celular sonó. Lo buscó en su bolso y al momento de ver quién le marcaba decidió ignorar la llamada. 

Jason. 

Sonó de nuevo. 

Beverly. 

Audrey gruñó. 

— ¿Es Living On A Prayer?

— ¿Disculpa?

El chico detrás suyo aclaró su garganta. 

—Living On A Prayer, tu tono de llamada. 

—Oh. Oh, sí. Sí. 

—Esa canción es buena. 

Audrey le sonrió al chico moreno. 

Sí, era buena. Cuando Barry y ella estaban solos, Audrey solía ponerla a todo volumen, Barry comenzaría a saltar haciendo que la chica lo siguiera y, de pronto, los dos cantarían a todo pulmón la canción. 

—Lo sé —respondió ella. 

El chico sacó sus manos de los bolsillos de la chamarra y le extendió la derecha a Audrey. 

—Soy Wally. 

—Audrey —dijo ella. 

La chico movió su cabeza un poco pensando que aquel chico se le hacía conocido, como si ya hubiera platicado con él pero era imposible así que dejó su sexto sentido de un lado y sonrió un poco. 

—Oye, no es que sea una despistada que olvida todo pero, ¿ya hemos hablado antes?

— ¿Qué? No. No, no. En definitiva no. Nop. 

— ¿Seguro? Tu... voz me suena conocida. 

—Es la primera vez que hablo contigo. 

Ella tronó la lengua, Wally estuvo a punto de decirle algo pero ahora el celular que sonó fue el de él. Le hizo una seña a Audrey para que esperara a lo cual ella volvió a sonreír más a fuerza que de gana. 

— ¿Hola? —Dijo él— Hola. No, no. Estoy en Jitters. Te dije que vendría. Sí te dije, Iris. Bueno, ¿qué quieres?

Audrey sintió que su semblante cambiaba de un momento a otro. 

Iris. 

Tragó saliva agachando la cabeza. 

Iris. 

La mujer que había roto su matrimonio. 

Iris. 

Ahora que lo pensaba, Audrey fue quien rompió el matrimonio. 

Iris.

¿Tal vez fue una decisión precipitada?

Iris. 

Quizá a Barry solo le llamaba la atención y no sentía nada por la periodista. 

—Listo, lo siento. 

—No te preocupes —Audrey aclaró su garganta—. Entonces... ¿Iris?

—Oh, sí. Mi hermana mayor. 

Oh, cielos. 

— ¿West?

—Sí. ¿La conoces?

Pero claro que sí. 

—He visto su nombre en algunos reportajes del periódico. 

Wally asintió. 

Siguieron platicando hasta que fue el turno de ordenar de Audrey, la chica esperó su pedido y luego se vio obligada a esperar a Wally para ser amable y despedirse de él. 

—Debo regresar al trabajo, Wally. 

—De acuerdo —dijo—. Oye, ¿me pasas tu número? Ya sabes, para... vernos otro día. 

—Seguro —accedió Audrey, dándole su número. 

—Bien. Te llamaré, Audrey. 

Ella fingió una risa amigable antes de empezar a hacer su camino fuera de la cafetería, y ese fue el momento donde se dio cuenta que alguien la miraba con insistencia así que buscó la mirada, al encontrarla, su corazón se detuvo. 

Barry. 

Barry Allen estaba mirándola. Los ojos del muchacho lucían cansados, él lucía cansado. Emanaba un aura triste y nervioso. 

Audrey se sentía de la misma manera. 

Cuando Barry se dio cuenta de que Audrey lo había atrapado se removió en su asintió y tamborileó los dedos en su vaso de café. 

La chica inhaló profundamente, miró al chico por última vez y caminó fuera de la cafetería. 

Ya. No. Más. 

(...)

Era la primera vez en lo que parecía ser toda una eternidad que Barry Allen y Audrey Cooper no estaban juntos por más de tres días y Barry ya había empezado a sentir la ausencia de su mejor amiga desde hace mucho. 

El chico se sentía miserable, la extrañaba demasiado. Nadie lo había acostumbrado a estar lejos de ella. 

Era la primera vez en su vida que no tenía nuevos recuerdos con Audrey Cooper. 

Se sentía vacío. Pero esa clase de hueco en su corazón no era normal; no era como ese hueco que queda cuando dejas de hablarle a tu mejor amigo sino el que dejan aquellos a los que amas con cada onza de tu ser. 

Barry estaba seguro de que amaba a Audrey con cada onza de su corazón, pero no de su ser. Le hacía falta Audrey para sentirse completo. 

Y esa tarde al verla en Jitters sintió que ese hueco volvía a llenarse y se alegró todavía más al verla con Wally. En su antigua línea temporal aquellos dos eran muy buenos amigos, Barry a veces la molestaba porque le parecía increíble que odiara a Iris pero que se llevara tan bien con Wally a lo que Audrey contestó Oye, toda mi vida me he llevado bien contigo a pesar de que tienes ese gran crush con esa perra. Puedo con esto, Bartholomew. 

Barry siempre se reía. 

El chico deslizó la puerta de la bodega donde todavía tenía capturado a Reverse Flash pasando la bolsa de cartón donde le llevaba comida a su mano izquierda. 

Lo primero que Thawne dijo cuando Flash entró fue: —Oh, ¿acaso hoy será el glorioso día en el que Flash me ruegue porque mate a su madre?

—Ese día nunca va a llegar, Thawne. 

—Llegará, Flash —se burló el hombre—. Ya perdiste a Audrey en esta patética línea tuya. Lo siguiente que pierdas va a dolerte más. 

— ¿A qué te refieres?

Thawne alzó sus manos, encogiéndose de hombros. 

—Dejaré que sea una sorpresa. 

—Thawne —masculló. 

—Creo que a Flash le vendría bien una mejor amiga, ¿eh?

Barry apretó su mandíbula acercándose a donde tenía encerrado a Reverse Flash. 

—Es suficiente, Thawne. Déjame en paz. 

—Quizá deberías darme mi comida y largarte de aquí. 

—Es la primera vez que estoy de acuerdo contigo. 

Barry abrió la ventanilla de la jaula de Thawne para darle sus alimentos y dio media vuelta para irse de ahí y dejar de desperdiciar su tiempo con el de traje amarillo. 

El chico todavía no tenía carro en esta línea temporal, tampoco lo necesitaba. Últimamente usaba su velocidad más a menudo cosa que no había hecho desde que creó esta línea. 

Entonces, caminando en las calles de Central City que empezaban a oscurecerse, le pasó algo extraño. 

Le dolió la cabeza de una manera horrible, haciendo que tomara sus sienes con las manos y gruñera por el dolor. Barry se detuvo y se recargó en una de las paredes de un edificio que estaba cerca. 

Luego pasó de extraño a extremadamente extraño. 

Recordó un día cuando él y Audrey eran niños. Barry se sentía triste porque Joe no lo dejaba ir a visitar a su padre en la cárcel así que Audrey llegó de la nada a casa de los West. 

—Barry. 

— ¿Qué sucede?

—Estás triste porque no puedes ver ni hablar con tu padre —le dijo ella—. Además tu madre... así que te propongo algo. 

— ¿Qué?

—Te prestaré a mis padres. 

— ¿De qué hablas, Auds?

—Sí —chilló Audrey, aplaudiendo un par de veces—. Cuando sientas la necesidad de hablar con una mujer, mi madre será la tuya. Cuando Joe no te deje ir con tu papá, mi padre será el tuyo. ¡Seremos como hermanos, Bartholomew!

Y ya no estaba. 

El recuerdo se había esfumado, ya no estaba en la mente de Barry cosa que lo hizo fruncir el ceño. Segundos más tarde, el dolor de cabeza regresó; otro recuerdo le vino a la mente. 

— ¡Barry, Barry, Barry!

— ¿Qué sucede, Auds?

La chica que tenía diecisiete años en ese entonces había entrado al cuarto de Barry como loca, se echó sobre la cama de su mejor amiga y se puso a brincar como loca en el colchón. 

— ¡Me aceptaron!

— ¿En dónde?

Audrey dejó de brincar. 

— ¿Cómo que en dónde? ¡Barry, espabílate! ¡Me aceptaron en la universidad! 

—No hay forma —dijo Barry de repente bien despierto, incluso se incorporó en su cama para estar sentado. 

— ¡Sí la hay! ¡Estás hablando con una futura universitaria!

Barry sonrió con alegría abriendo sus brazos de par en par recibiendo a su mejor amiga en un cálido abrazo. 

Ese recuerdo también se esfumó, después el dolor de cabeza se fue y Barry pudo recuperar el equilibrio. 

¿Qué había pasado? ¿Por qué olvidó cosas de su mejor amiga?

Con la frente arrugada y una punzada en su sien decidió usar su súper velocidad para correr hasta su casa. 

Se detuvo para sacar las llaves de su bolsillo trasero y las metió en la perilla para abrir la puerta de entrada. 

Esperaba que su madre tuviera medicina para este anormal dolor de cabeza. 

Al dar un paso dentro de la casa lo primero que lo recibió fue un olor agradable de la comida que Nora Allen había preparado, lo segundo fueron risas femeninas. Barry frunció el ceño lanzando las llaves a una repisa que tenían en la entrada y caminó a la sala esperando ver algo que era bastante obvio para él. 

Una de las risas había sido la de su mamá. La segundo risa fue una que llevaba escuchando casi toda su vida, haciéndola inconfundible para sus oídos. 

Era la de Audrey. 

El corazón de Barry dio un vuelco al ver a su mejor amiga —y antes prometida— sentada frente a su madre intentando no reír mientras tomaba algo de una taza; podía ser café, podía ser té. 

—Audrey —dijo él. 

La chica lo miró y para su sorpresa dibujó una sonrisa. 

¿Acaso lo había perdonado de la nada?

Barry arrugó la frente ante su ridículo pensamiento. Era imposible, Audrey nunca fue conocida como una chica que perdona fácilmente. 

—Hola, Barry —le dijo ella poniéndose de pie, su madre hizo lo mismo. Ambas dejaron la taza sobre la mesa de centro—. Vine a dejar tus cosas que se quedaron en el departamento. Pensé que las necesitarías. 

Él parpadeó varias veces. 

—Oh... oh, bueno. De acuerdo. 

Audrey dio una profunda calada de aire antes de pasar las manos por su vestido para quitar las arrugas y mirar a Nora. 

—Debo irme, Nora. Me dio gusto verte. 

—Oh —dijo la mujer caminando hacia la chica para darle un abrazo—, a mí también, Audrey. 

Barry observó cómo su madre y mejor amiga se despedían. No sabía qué hacer. La verdad se había quedado congelado ante la extraña e incómoda situación. 

—Me despides de Henry. 

—Claro —dijo Nora—. Adiós, Audrey. 

—Adiós. 

La chica caminó hacia la puerta donde Barry seguía estorbando para que ella pudiera pasar, el muchacho parpadeó varias veces antes de retroceder unos paso y abrirle la puerta a Audrey y, sin querer, salió con ella. 

Era costumbre. 

Barry siempre acompañaba a Audrey fuera de su casa porque se quedaban platicando unos veinte minutos más. 

—No estoy segura de haberte traído todo. Quizá me quedé con algo. 

Él ladeó la cabeza. 

— ¿Mi sudadera guinda?

Audrey sonrió con culpa y Barry se sintió aliviado de que en esa línea temporal su mejor amiga también amara una sudadera color guinda que él tenía. En la otra línea Barry casi no la usaba porque a ella le encantaba robársela cuando tenía oportunidad, ya era más suya que de él. 

—Creo que debo entrar a...

—Barry —Lo interrumpió Audrey, tragando saliva—, ¿puedo pedirte algo?

Lo que sea, pensó Barry. 

La chica cerró los ojos. 

—Claro. 

Una última vez. 

—Si te pregunto si me amas, ¿podrías mentirme?

El ex superhéroe de Central City no supo cómo responderle. Él en serio amaba a esa mujer, era su persona favorita en todo el mundo; sin embargo no la amaba como ella quería en esta línea temporal. 

—Barry, ¿me amas? —Preguntó ella sin darle la oportunidad a Barry de responder a la otra pregunta. 

Él suspiró. 

—Sí, Auds. Te amo. 

A Audrey le tembló el labio inferior señal de que quería empezar a llorar. 

—Gracias —murmuró ella—. Adiós, Barry Allen. 

El chico vio a su mejor amiga dar la vuelta, bajar las escaleras que llevaban a la puerta de entrada y empezar a caminar por la banqueta de su vecindario. 

—Adiós, Audrey Cooper. 

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