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Estaba paranóica. Temía la llegada de una carta de Frank y a la vez me aterraba pensar que quizás Elton ya la tuviera en su poder. Imaginada todo drástico escenario posible: la policía irrumpiendo en el apartamento, llevándose a Alex por creerla sospechosa, involucrando al orfanato por recibir dinero sucio. Elton había prometido discreción, mantener el secreto, pero a un costo demasiado alto que no estaba dispuesta a pagar.

Me apenaba Kitty, por planear una boda con un ser detestable, por estar ciega a sus encantos, por creer en cada mentira. Conocía bien ese sentimiento, esa sensación de alegría producto de la ignorancia. De no querer ver la realidad.

El humor de Alex no había mejorado, la sombra de su propio pasado la seguía, la atormentaba, mas trataba de sonreír y volver a ser el alma de la fiesta para no preocupar a los demás. No quería que siguieran preguntándole qué le pasaba, quería olvidarse de todo. Lo que no podía olvidar, sin embargo, era las imágenes del orfanato: a mí, sonriéndole al director, tomándolo de las manos con admiración.

—Aún no te he perdonado por regalar nuestro dinero —dijo, no muy seria. La verdad, ya me había perdonado por aquel disparate. Me había costado pero lo había logrado—. Pero no voy a perdonarte jamás pór esto.

Estábamos cenando en el restaurante al que concurríamos habitualmente, la música y los demás comenzales opacaban nuestra conversación, lo cual nos daba la privacidad que necesitábamos.

—Ya te he explicado.

—No me mires así, no va a funcionar. Explícame nuevamente.

—Su nombre es Marcus Flynn, es el director del orfanato. Hasta ese día solo lo conocía por su nombre, por lo poco que Louis me había contado. Es un buen hombre, Alex. Se preocupa por los niños, por su educación, por su bienestar. Siento... admiración por su trabajo. Solo eso.

Alex me miró dudosa. Dejó sus cubiertos a un lado y se inclinó sobre la mesa.

—Si estuvieras en un barco y él y yo estuviéramos en el océano, a quién...

—¿Es necesario? —la interrumpí. Ella lo tomaba muy en serio, su mirada me hacía saber que no estaba jugando. Suspiré—. A tí. Te salvaría a tí. —Eso pareció tranquilizarla—. Ven conmigo. Acompáñame al orfanato, ve por tí misma.

Mi propuesta la tomó por sorpresa y dudó un segundo, mas finalmente aceptó. Tomándolo como un reto.

*

El lugar no era del agrado de Alex, miraba todo con desconfianza, con asco. Caminaba aferrada a mi brazo, con sus manos enguantadas, sin querer tocar una sola superficie. Los niños la miraban con una mezcla de adoración y temor, con su atuendo completamente blanco y pieles ostentosas sobre sus hombros, parecía una deidad tan letal como hermosa. Louis estaba embelezado, era incluso más servicial que de costumbre.

—No me gusta este lugar —me dijo en voz baja, mirando a su alrededor—. Tiene una atmósfera tétrica.

—Eso dicen muchos —comentó Marcus, escuchándola, mientras dábamos un tour por el lugar—. ¿Le... le dan miedo los fantasmas, señorita? —balbuceó— Hay varios mitos sobre el lugar. Aquí murió gente, se dice. Encontraron sangre en el sótano, aunque nunca se encontraron cuerpos.

—¿Niños? —preguntó Alex, horrorizada.

—No. Cada niño anotado en los registros se encontraron con vida, estaban bien y muy saludables. Nadie supo de quién era esa sangre pero... una institutriz había desaparecido hacía poco tiempo.

Alex se cubrió la boca y me miró con repulsión. La música que se escuchaba de fondo no ayudaba a opacar el sentimiento de pena que el mito provocaba. O quizás era yo quien se sentía afligida. Para ellos era un mito, para mí... mi pasado. No había sido mi sangre la que habían encontrado en el sótano, sino la sangre de otras tres mujeres. Tomé una bocanada de aire y seguí caminando en silencio. Debía afrontarlo: era una asesina.

*

Nos marchamos del orfanato prometiendo volver. Alex, a medida que había transcurrido el tiempo, se había soltado o al menos ya no los miraba con desdén o lástima. Incluso, me había apoyado en continuar donando dinero al lugar (en cuanto pudiéramos). Y, lo más importante, sus celos hacia Marcus desaparecieron.

Sentía que había cerrado una etapa de mi vida. No disminuía mi culpa, pero el haber llevado a Alex allí y tener la certeza de que el orfanato volvería a funcionar como antes, me daba un poco de paz. Aún así, si bien una parte de mi pasado parecía arreglarse, mi presente se desmoronaba. Elton me tenía acorralada.

*

Esperé hasta que Alex se marchara hacia el salón y me marché hacia la casa de Elton. No obtendría lo que quería, mi dignidad no estaba a la venta, pero podía ofrecerle otra cosa: más poder, más dinero, cosas que un hombre ambicioso no se reusaría a declinar. Y si aún así se atrevía a negarse, estaba segura que Frank me ayudaría, el jefe americano me debía demasiado.

No esperé a que sus sirvientes me anunciaran, pregunté en dónde se encontraba y subí hacia las habitaciones. Lo encontré en una habitación de puertas dobles, acostado en su cama, besando a una mujer en ropa interior. Ambos me miraron desconcertados por la interrupción. Al principio no me sorprendió, pero al fijarme en la mujer...

Mi visión se nubló en quel segundo y sentí el suelo bajo mis pies dar vueltas. La escena que vi me transportó a otro tiempo, a otro lugar, a otro hombre... pero con la misma mujer: Alex. Mis brazos cayeron pesados, inertes, a mis costados. Ella se levantó y trató de hablarme, de disculparse, pero su voz era un eco distante. Mientras, Elton se quedó en la cama, con los brazos detrás de su cabeza, sonriendo, disfrutando el espectáculo. Fue su risa lo que me hizo despertar.

—Oh, Dios, Alice, yo...

No quería escucharla, quería que se callara. Sentía tanta ira, tanto dolor. Los sentimientos de aquella noche, hacía diez años atrás, volvieron a mí como una fuerte ráfaga de viento. Me sentía doblemente traicionada. A Alex no le había importado engañar a su amiga, a Kitty, había saltado a la cama de su prometido como lo había hecho con el mío. Estaba asqueada de su presencia, de su voz acongojada, de sus lágrimas falsas.

Alex se acercó y trató de tomar mis manos. No logró siquiera tocarme. Me abalancé sobre ella y la tomé del cuello, tirándola al piso, apretando tan fuerte como podía. Ella trataba de zafarse, de alejar mis manos. Se retorcía y pataleaba. Golpeé su cabeza contra el piso alfombrado tantas veces como pude hasta que Elton me quitó a la fuerza, aferrando mi torso y tirándome contra una cajonera. Alex dio una bocanada de aire y comenzó a toser.

Antes de que pudiera volver a ponerme en pie por mí misma, Elton tiró de mi cabello y me obligó a levantarme. Luego sentí su puño sobre mi mejilla, quemando mi piel, mis huesos. Caí al piso nuevamente pero, aguantando el dolor, me repuse rápido y lo ataqué. Tomé un adorno masiso y lo golpeé en la cabeza, haciéndolo trastabillar.

Alex se interpuso entre ambos y tomó mi rostro entre sus manos. El maquillaje de sus ojos estaba corrido por sus mejillas, de llorar. Sus manos temblaban. La aparté y la abofeteé.

—Golpéame, lo merezco —dijo entre sollozos.

Escuché el ruido de un arma siendo cargada, justo detrás de Alex, y me detuve. Alex miró a Elton con ojos grandes, asustada. Pero no era ella su blanco. Le pidió que se hiciera a un lado y se acercó a mí. Me alejé, retrocediendo despacio, hasta chocar con la pared. Iba a matarme, lo sabía, lo podía ver en sus ojos. No planeaba asustarme, iba a matarme y lo disfrutaría, su sonrisa lo delataba. Quitó el seguro del arma y cerré los ojos. El disparo resonó como una bomba en mis oídos y creí estar muerta. Al abrir mis ojos, era Alex quien cayó herida al suelo, manchando la alfombra de rojo.

Reaccioné al instante, aproveché el shock de Elton para quitarle el arma y vaciar el cargador en su pecho. Cayó de espaldas, muerto al instante.

—No. No. No —repetí una y otra vez, sin saber qué hacer con la herida en el abdomen de Alex. Su boca comenzaba a sangrar también—. No me dejes, por favor, no me dejes —supliqué, tomando su cuerpo desvanecido en mis brazos—. No sabía lo que hacía, nunca quise hacerle daño a nadie, no quería lastimarte, no era nada personal. Tampoco quería que terminaras así ahora. Nunca debimos regresar, tenías razón. Perdóname.

Su mano secó mis lágrimas y me miró con una sonrisa.

—Lo sé —dijo en voz baja—. Benjamin y nosotras lo merecíamos, tú no. Y ahora, he hechado todo a perder otra vez. Quería protegerte, Elton iba a entregarte a las autoridades, supo de las armas.

—¿Lo... sabías? —pregunté, anonadada. Alex recordaba lo ocurrido en el museo e incluso sabía lo de las armas. Ella solo sonrió ante mi descubrimiento.

—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, Philippa —susurró, pasando su dedo pulgar sobre mis labios—. Mi amada Alice.

Su mano se deslizó de mi rostro y cayó sin vida. Su expresión rígida, con ojos abiertos y una débil sonrisa. Alex se esfumó en mis brazos, llevándose todo mi pasado. Todo mi ser, toda mi alma.

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