Capítulo 5

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—Tengo hambre— Murmuró Harry, mordisqueando el lóbulo de la oreja de Snape.

—Me ha comprado un caníbal— Dijo Snape, con una expresión cómica hasta ahora nunca vista en su rostro —Ay de mí.

—Imbécil— Musitó Harry, pasando la lengua a lo largo de la sabrosa concha y detrás de ella, empujando en el punto que ahora sabía que haría que Snape gimiera y se estremeciera —Ya ha pasado la hora de la cena. ¿No tienes hambre?.

—Hmm... Sí. Pero he estado distraído. Y estoy acostumbrado a no tener comida cuando la quiero.

La lengua hizo una pausa en sus ministraciones y Harry, suspiró —Sé que has dicho que no hay más disculpas, pero no puedo evitar sentirme mal cada vez que dices algo así.

—Entonces no diré más esas cosas.

—¡No!. No quiero que pienses que tienes que tragarte tus palabras a mi alrededor. Quiero que hables libremente, como solías hacerlo.

—¿Quieres decir que prefieres que te grite, insulte y denigre como antes?.

—Sí— Tragó Harry —Si eso es lo que quieres hacer.

Snape se rió.

—No— Dijo y explicó con más suavidad —No es lo que quiero hacer. Lo que quiero hacer...— Se frotó de nuevo contra Harry —Es hacerte el amor una y otra vez durante los próximos quince años.

—¿Sólo quince?.

—Bueno, después te librarás de mí.

—¿Y si no quiero?.

—Es un lapso de tiempo arbitrario. Podría cambiarlo si eso es lo que quieres.

—Sí— Dijo Harry y lo besó de nuevo —No habrá más fechas de caducidad, en nada ni en nadie. Ahora vamos— Sonrió, poniéndose de pie y tirando de la mano de Snape —¡A comer!.

Severus, hizo una mueca, mirándose los pantalones —O tal vez una ducha y un Scourgify primero.

(...)

Apuraron la cena, sin apenas probarla, luego se besaron y salieron a tientas de la cocina para ir a la habitación de Harry, por ser la más cercana de donde estaban.

Snape pensó, solo una vez, que el permitirse disfrutar de esto, desearlo y dejar entrar a Harry era un error. No había garantías; su vida había sido una prueba de ello. Permitirse desear algo era darle al mundo un arma que podía usar en su contra. Entonces borró ese pensamiento de su mente. Si tenía que volver a los corrales mañana o la semana siguiente, prefería tener esto en sus recuerdos para llevárselo consigo a no haberlos experimentarlos nunca.

Hicieron el amor durante toda la noche, primero a la luz de las velas parpadeantes que Harry había encendido por toda la habitación y luego, cuando ya se habían desahogado, a la luz del pálido resplandor marfil de la luna creciente y sus estrellas tímidamente voyeristas. Snape descubrió que a Harry no le importaban en absoluto sus cicatrices. Aunque el chico dijo en un momento dado, en voz baja y enfadada, que iba a conseguir una curación adecuada para Snape en cuanto se arreglaran las cosas.

—Olvídalo— Articuló Snape, acariciando su garganta —Las cicatrices no me molestan. Soy feliz, eso es lo único que importa.

Harry no dijo nada más, pero era tan bueno como Snape a la hora de archivar las cosas para actuar más tarde.

La mañana los encontró al final profundamente dormidos, Snape recto como una tabla y Harry despatarrado sobre él. No se despertaron hasta el mediodía y entonces fue solo para ir al baño y volver a la cama.

—¿Crees qué nos estamos pasando un poco?— Cuestionó Harry entre besos.

—No— Gruñó Snape, atacando el delicioso hoyuelo en la parte baja de su espalda —No sé tú, pero yo me he privado de esto durante demasiado tiempo. No vas a salir de esta cama hasta que esté bien satisfecho.

—Hmm— Murmuró Harry contra la almohada —No es que me queje pero... ¿No tienes hambre?.

—No eres más que un estómago con piernas— Replicó Snape, con fingida exasperación "Bien, ve a comer si es necesario. Te doy diez minutos.

—¡¿Qué?!.

—Oh, está bien. Que sean veinte.

—¡Maldición, tú también vienes!. No permitiré que vuelvas a perderte una comida, aunque esta vez sea por una buena causa".

Refunfuñando, Snape se puso una bata y caminó detrás de Harry. Él también tenía bastante hambre, aunque se negaba a admitirlo. Hirvieron agua para la pasta, era lo más rápido que se le ocurrió preparar si solo usaban salsa de bote. Nadie tiene que saberlo nunca, le dijo a su conciencia. Compensó el tiempo perdido y la mala cocina molestando a Harry todo el rato y luego arrastrándolo de vuelta a la cama en el momento en que el último trozo de fideo pasó por los labios del mago más joven.

Pasaron otros cuatro días antes de que volvieran a tener algo parecido a un horario normal y solo por que el abogado había enviado una lechuza quejándose de que Harry no atendía el red flu, mencionando que las personas en el ministerio no querían que se escuchara el caso de Snape.

En realidad, no hacía mucha diferencia si Harry respondía o no a su red flu. El caso se tomaría un tiempo. O mejor dicho, el ministerio lo hizo. Ahora estaba detenido en algún lugar de la larga cadena burocrática que constituía los procedimientos de apelación del Wizengamot. Presumiblemente en algún lugar del fondo del desordenado pajar de la caja de "pendientes" de alguien. Harry pensó que era interesante la rapidez con la que el ministerio podía moverse cuando quería algo y lo lento que era cuando no. Sin embargo, eso no era nada nuevo.

No les importaba demasiado; era terrible decirlo, pero Harry en ocasiones pensaba que no se opondría a que Severus tuviera que seguir siendo su esclavo durante los próximos quince años. No podía encontrar en sí mismo la forma de indignarse ante la idea de tener al hombre para sí mismo durante otra década y media. Pero luego lograba vislumbrar la mirada de Severus cuando creía que Harry no le estaba prestando atención, podía ver en su rostro y en su mirada la terrible agonía del anhelo por la magia, entonces su determinación de impulsar la apelación se redoblaba.

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Después de varios meses, Snape volvía a parecerse mucho a su antiguo yo otra vez. Mejor incluso en algunos aspectos, pensó Harry, porque comía y hacía más ejercicio que antes. Él mismo había hecho un poco de curación rudimentaria en las cicatrices de Snape, pero el trabajo más complejo tendría que dejárselo a un verdadero sanador. Harry había querido traer a alguien a la casa para que se encargara de ello, pero Snape se había negado rotundamente. No estaba seguro de por qué. Pensó que, después de todo, que podría estar actuando como un animal: la cabaña era su cueva y se había retirado a lamerse las heridas.

No tanto por las heridas físicas, que no le preocupaban demasiado, excepto por los huesos que le dolían a veces cuando hacía frío. Pero deseaba ese tiempo idílico para volver a ser humano, para reaprender el habla y los patrones normales de comportamiento, para recordar lo que era sostener y ser sostenido en brazos por un cuerpo cálido y besar y ser besado. No le explicó esto a Harry, no podía. Pero el joven pareció entenderlo igualmente.

—Tú y yo somos iguales— Confesó un día Snape y Harry asintió sin sorpresa y sin pregunta. No había necesidad de explicaciones. Lo entendía todo muy claramente, con la certeza instintiva de un compañero superviviente de las atrocidades que los seres humanos eran tan terriblemente capaces de infligirse unos a otros.

Cayeron en la rutina de las tareas domésticas y partidas de ajedrez, de largas charlas mientras tomaban el té y animadas discusiones sobre la inutilidad del ministerio. Por la noche (y a menudo también por el día), hacían el amor, a veces de forma lenta y suave y sin palabras, a veces de forma salvaje, estridente y violenta.

El fin de año llegó y se fue sin una señal de que la promesa de exoneración de Harry se cumpliría, pero Snape no escatimó en pensamientos para ello. Había tantos matices de libertad como formas de hacer daño a la gente, reflexionó. Tenía una cama, un techo, comida cuando quería y un hombre de en sueño de ojos verdes como la hierba que se hallaba a su lado cada mañana cuando despertaba del letargo. Eso era suficiente magia por el momento, no esperaría nada más.

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Pasaron dos años más antes de que la apelación llegara por fin al Wizengamot y solo después de muchos acuerdos de trastienda, brazos torcidos y manos engrasadas. Como en el primer juicio, a Snape no se le permitió hablar por sí mismo. Estaba de pie, encadenado, en la estrecha jaula de hierro situada en el centro de la sala y se obligó a mantener un semblante calmado.

Harry le había recolocado los hechizos antes de la audiencia, por si a alguien se le ocurría comprobarlo. Le picaban los dedos por agarra su varita, una tortura mucho peor que la de ser exhibido ante los espectadores boquiabiertos como una bestia muda e impotente. Se mordió la lengua, las manos no le temblaban. Ellos querían verlo quebrado y sangrando, eso lo sabía; no les daría el placer.

Al final todo terminó mucho más rápido de lo que esperaba. Había un as en la manga -más de uno en realidad- del que no había sido consciente. Al parecer, el director había dejado atrás un tesoro de recuerdos que demostraban la inocencia de Snape. Conociendo al ministerio como lo conocía, el viejo mago astuto no se había detenido ahí. El Wizengamot fue inundado con una avalancha de pruebas incontrovertibles, incluyendo cartas y otros registros escritos, todos proporcionados por Dumbledore y McGonagall. Todo se había mantenido a salvo en una sala oculta de Hogwarts, cuya ubicación solo conocían Harry y Minerva. Harry había ido con su abogado a recuperar los objetos el día anterior.

Snape se estremeció al oír esto. Ahora comprendía la razón de que Harry nunca le hablara de ello.

¡Qué cerca había estado!. Si Minerva y Harry hubieran perecido en la guerra, si Harry nunca hubiera despertado del coma... Era demasiado terrible para contemplarlo. Ese era el problema de dejarse llevar, pensó. La felicidad y el disfrute que se había permitido experimentar estos últimos años eran un punto de vulnerabilidad para el que no tenía armadura. Saber lo que podría haber pasado, lo que podría no haber pasado nunca, lo que podría perder ahora, era suficiente para provocarle nuevas pesadillas en el futuro previsible.

Fue despertado de su ensoñación por el estruendo de los espectadores. Miró rápidamente a Harry, que acababa de bajar del estrado de los testigos. El joven mago sonreía ampliamente y el corazón de Snape dio un vuelco. ¿Podía realmente acabar así, después de todos estos años y todo ese dolor?.

Sí, podía. Se oyó un fuerte tintineo cuando las púas de la jaula se retrajeron y el mago guardián abrió la puerta. Snape salió entre aplausos dispersos y no pocos abucheos. Lo ignoró todo, con los ojos clavados en la aproximación de Potter. Se puso rígido cuando el joven se acercó, preparado para rechazarle y crear algún tipo de distracción, pero Harry, al parecer, era lo suficientemente inteligente por su cuenta.

No hizo ningún movimiento abierto hacia Snape, manteniendo las manos en los bolsillos de su túnica. Su expresión, sin embargo, lo decía todo.

—Vamos— Dijo Harry, sonriendo ampliamente.

Extendiendo las manos, Snape esperó a que el guardia le quitara los grilletes de las muñecas y luego los que le encadenaban los tobillos. Los últimos en ser retirados fueron los hechizos sobre él, que el guardia levantó con perezosa despreocupación. Asintió al mago y luego se dirigió con lenta dignidad hacia el muchacho que lo esperaba. Lo que realmente quería hacer era abrazar a Harry y plantarle un gran beso húmedo en los labios, pero eso tendría que esperar. No había necesidad de dar a las sanguijuelas más material para chismes del que ya tenían.

Uno al lado del otro, con las manos sin llegar a tocarse, salieron de la sala de audiencias.

(...)

—¿Adónde vamos?— Preguntó Snape mientras Harry, se dirigía a los red flu públicos del vestíbulo del edificio del ministerio.

—A Ollivander's, por supuesto— Respondió Harry, sonriendo locamente.

El corazón de Snape volvió a latir con fuerza y apretó los puños para no gritar.

(...)

—Ah, profesor Snape— Dijo Ollivander —Supongo que ha venido por una varita nueva.

Snape asintió con calma y majestuosidad. No podía hablar.

—Tengo justo lo que necesita. Creo que te ha estado esperando— Dijo misteriosamente el pequeño mago. Metió la mano bajo el mostrador y sacó una estrecha caja negra colocándola sobre el mostrador con una extraña media reverencia y una sonrisa. Levantando la tapa y dejándola a un lado, hizo un gesto de invitación a Snape —Muy inusual, profesor, muy inusual. Catorce pulgadas, madera de roble, pluma de búho y núcleo de diamante. ¡Ha tenido una década interesante, señor!.

Snape no lo escuchó. Dio un paso adelante como un hombre que va a su funeral, con el rostro pálido y serio. Cuando puso sus manos sobre la varita, estas le temblaron y se detuvo un momento, inclinando la cabeza como si tuviera pena o alguna otra emoción demasiado grande y pesada para soportarla.

Por fin la recogió con reverencia, deslizando una mano bajo el eje y la otra bajo el mango. Su cuerpo se sacudió como un sauce en el viento. No trató de lanzar un hechizo.

—¿Cuánto cuesta?— Inquirió.

—Oh... Ya está arreglado— Arguyó Ollivander, asintiendo amablemente a Harry y sonriendo de nuevo.

Desesperado, Snape miró de soslayo a Harry y no pudo decir nada más.

—Gracias, señor Ollivander— Habló Harry, devolviendo la sonrisa y el asentimiento —Creo que ya nos vamos— Cogió la caja vacía con una mano y con la otra le dio unas ligeras palmaditas en la espalda a Snape. El mago más alto le siguió lentamente por la puerta, moviéndose como si estuviera aturdido, todavía apretando su nueva varita contra el pecho. La varita vibraba alegremente en sus manos, como si lo reconociera, como si lo llamara, como si le diera la bienvenida a su toque.

Tan pronto como doblaron la esquina, Harry lo agarró del brazo y los hizo aparecer en la cabaña, llevándolo suavemente a la sala de estar y empujándolo a una silla.

—¿Estás bien, Severus?— Preguntó, con los ojos entrecerrados por la preocupación.

—Sí— Respondió Snape, sonando compungido —Solo... dame un momento.

El mago más joven se agachó a su lado mirándolo con preocupación y luego se ocupó de preparar el té. Para cuando el agua hirvió y todo yacía colocado en la mesa del café, Snape se había recompuesto un poco.

—Lo siento— Habló —Fue... difícil. No me había dado cuenta....

—¿De qué?— Inquirió Harry, incapaz de contenerse.

Snape enseñó los dientes en una parodia de sonrisa sin gracia —De que tenía miedo.

—¿De qué?— Repitió Harry, esta vez en estado de shock.

—Tenía miedo y por mucho que odie admitirlo, todavía lo tengo. Ha pasado tanto tiempo. Quería probar la varita y no pude. No me atreví. No sabía qué hechizo lanzar. ¿Y si no funciona?. ¿Y si ya no puedo hacer magia?.

—Eso sí que es ridículo— Dijo Harry, sonriendo de nuevo —No puedes dejar de tener, ser o hacer magia, como tampoco puedes dejar de respirar.

—Supongo que esa es la cuestión— Murmuró Snape, pensativo —¿Estoy muerto?.

—¿Te parezco un necrófilo?.

Snape se sorprendió con una carcajada.

—Así está mejor. Vamos, profesor, estás hecho de la madera más dura— Animó Harry, besándole ligeramente en los labios.

Snape sonrió con ironía —No si tienes que recordármelo— Pero se enderezó en su silla y talló la varita inquieta entre sus manos. Estaba oscureciendo en el salón mientras el sol bajaba en el cielo de fuera. Miró a su alrededor, aparentemente perdido por un momento. Luego, respirando profundamente, levantó la varita y dijo: —Lumos.

Cuando el fino chorro de luz salió de la punta de la varita, lloró.

—Shhh— Chitó Harry, besando la parte superior de su cabeza y frotando sus hombros de forma reconfortante —No pasa nada. ¿Ves?. Ha funcionado.

Se dejó llevar un minuto más, cubriéndose la cara con la mano libre y luego dijo: "Si alguna vez le dices a alguien que he llorado, te hechizo hasta el infinito y más allá.

—El soborno funcionaría mejor— Dijo Harry y le entregó un pañuelo algo arrugado —Ahora, ¿qué tal un poco de luz de verdad?.

Limpiándose la cara, Snape verbalizó: —Nox— Luego encendió las velas de la repisa, las lámparas de las paredes y los troncos de la chimenea —Magia— Dijo con asombro. La mirada de su rostro era cruda, despojada dolorosamente de su habitual porte controlado y Harry lo besó de nuevo para no llorar él mismo.

—Bienvenido, Severus Snape— Bisbiseó y luego, para aligerar un poco el ambiente, añadió: —¿Has oído lo que he conseguido que el ministerio acepte al final?.

—No, ¿qué?.

—Hmm. Me imaginé que no estabas prestando atención, por la forma en que estabas mirando las tetas de esa mujer todo el rato.

—¡¿Qué?!. ¡No hacía tal cosa!.

Harry sonrió con picardía —Eso es lo que parecía desde donde yo estaba sentado.

—¡Mocoso insolente!.

—Ah, aquí vamos. Sabía que era demasiado bueno para durar. Te doy un poco de libertad y aquí vienen los insultos.

Snape balbuceó y lo miró con desprecio, pero de todos modos se inclinó hacia los brazos de Harry.

—De acuerdo, de acuerdo. Sé lo que intentas hacer. Estoy bien. Infórmame de lo que me perdí mientras aparentemente le estaba mirando los senos a esa mujer.

—Hice que se comprometieran a devolverte todas tus pertenencias, cada uno de los objetos y galeones que confiscaron, además de pagarte una fuerte suma adicional en compensación y pagarte también los intereses de todo el dinero a partir del día de la última batalla— Harry sonrió con suficiencia y añadió: —Por supuesto, es probable que algunas cosas hayan desaparecido definitivamente, fueran destruidas o robadas. Pero hay un inventario y han jurado compensarte por todo lo que no puedan devolver. Ahora eres casi tan rico como yo. ¿Vas a dejarme por alguna jovencita sexy?.

—Ya tengo un jovencito sexy y caliente. Si él fuera más joven, probablemente estaría en Azkaban— Comentó Snape, con sorna.

El mago más joven se pavoneó.

—¿Crees qué soy caliente?.

—Abrasador— Dijo Snape, tirando de Harry hacia su regazo —Ardiente y fogoso— Continuó: —Posiblemente incluso explosivo— Susurró unos minutos después en la boca del joven —Pero nunca lo admitiré en público.

—¿Ni siquiera si hago esto?.

—¡Por las barbas de Merlín, Harry!.

—¿O esto?.

Snape gimió —Bien, sí, tal vez... De acuerdo. Pero no te detengas.

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Harry le dio a Humbugge una enorme bonificación por su duro trabajo, tanto legal como cuasi legal al servicio del caso. Luego, él y Snape cerraron la cabaña y desaparecieron de Inglaterra durante tres meses para pasar unas largas vacaciones en lugares desconocidos, dejando que el obediente abogado cumpliera la promesa del ministerio de restituir los bienes de Snape.

El diario El Profeta, incapaz de seguirles la pista, se contentó con inventar historias sobre los viajeros, lo cual no era muy distinto de lo que hacía normalmente. Comenzó con una serie en la página dos con "registros de viaje" diarios de un corresponsal completamente imaginario que sonaba sospechosamente como el vuelapluma de Rita Skeeter. La imagen pública de Snape se había rehabilitado y se convirtió en la de un héroe de guerra atormentado y muy agraviado, cuyo corazón roto estaba siendo curado pacientemente por su adorado joven compañero. Era una ligera mejora respecto a los viejos tiempos de "malvado asesino de inocentes".

A Snape y a Harry no les importaba. Se estaban divirtiendo demasiado en China y Japón. Y luego, en el sudeste asiático, donde Snape encontró muchos ingredientes potenciales interesantes para pociones e hizo no pocos amigos nuevos entre los bomohs indonesios y malayos. Al igual que en su recorrido de regreso a Europa.

Mientras estaban en los Alpes, se detuvieron en la casa de la sanadora más importante de Suiza, ella hizo un trabajo maravilloso para curar a Snape. Sus cicatrices apenas eran visibles ahora y todas las viejas heridas habían sido atendidas adecuadamente por fin.

Regresaron a la cabaña una tranquila noche de primavera. Sus vecinos se habían ido a la cama temprano y la calle estaba oscura y vacía, sin ojos curiosos que observaran su regreso a casa.

El interior estaba un poco mohoso, abrieron las ventanas para ventilar la residencia y encendieron la chimenea. Snape se dio cuenta de que, después de todo, podría haber echado de menos la cabaña, a pesar de su exterior excesivamente bonito. Parecía estar feliz de verlos de nuevo. Tuvo la extraña sensación de que estaba ronroneando, frotándose contra ellos, dándoles la bienvenida.

Dejaron sus baúles y maletas en la sala. Habían acumulado un gran número de recuerdos y otros objetos; tardarían semanas en ordenarlo y guardarlo todo. Pero mientras tanto...

—¿Tienes hambre?— Preguntó Harry —Me apetece un tentempié de medianoche.

Snape torció los labios con resignada diversión —Acabamos de comer hace menos de tres horas, en Rouen, ¿lo recuerdas?.

—Sí, pero eso fue hace tres horas— Refutó el mago más joven de forma lastimera. Su estómago rugió como para enfatizar el punto.

Suspirando, Snape rebuscó en sus bolsas. Se alegró de haber tenido la previsión de comprar algo de comida en Francia antes de partir. No tenía ganas de cocinar. Tenía ganas de hacer algo bastante diferente, de hecho, pero ya conocía a Harry lo suficiente como para comprender que no iba a conseguir nada del joven si no lo alimentaba.

Sacando el pan, el queso y el vino, se dirigió a la cocina, seguido por un ansioso estómago de ojos verdes.

(...)

En cuanto Harry estuvo satisfecho, Snape lo arrastró hasta el dormitorio. Hacía tiempo que fusionaron la habitación de Snape con la de Harry y ahora era una sola y espaciosa recamara con un gran baño de suite con una cama gigantesca. El maestro de pociones había puesto en correr el agua mientras Harry comía y la tina ahora estaba casi llena.

—Baño— Ordenó Snape —Luego a la cama.

—Todavía no tengo sueño— Protestó Harry, quitándose la ropa.

—¿He dicho algo acerca de dormir?.

—Oh. Entonces sí.

El mago más joven saltó a la bañera, haciendo que el agua chapoteara precariamente contra los relucientes bordes. Entonces Snape se deslizó dentro también y la tina se desbordó. El agua cayó en cascada sobre el borde y empapó el suelo. Severus no se dio cuenta; estaba demasiado ocupado sacando sus sonidos favoritos de la boca de Harry y enviando aún más ondas sobre las paredes de la bañera.

—No nos estamos bañando exactamente— Murmuró Harry, rodeando la cintura de Snape con las piernas.

—No te importa, ¿verdad?.

—Hmm. No. ¿Cama?.

—A la cama— Asintió Snape, zafándose con cierta dificultad, salió de la tina sin que el agua cayera, ya que de alguna manera se las habían arreglado para sacar la mayor parte de la misma en algún momento. Snape, lanzó una toalla a Harry, aterrizando en la cabeza del más joven. Agarró otra y se secó enérgicamente, sonriendo ante la imagen de desorden despeinado que emergía de debajo del esponjoso algodón.

Mientras Harry se secaba, Snape hizo unos cuantos encantamientos rápidos para quitar el agua y limpiar el piso. Su actitud hacia la magia seguía siendo diferente, incluso después de los últimos meses de despreocupación: era más reverente, más reflexiva y más agradecida. Tal vez nunca volvería a darla por sentada, como lo había hecho antes. Hoy en día encontró un mayor nivel de felicidad -incluso de alegría- al lanzar hechizos y hacer pociones. No fue necesariamente un mal cambio.

Entrando a zancadas al dormitorio, apartó las sabanas y se metió en la cama, esperando impacientemente a Harry.

—Te quiero dentro de mí — Dijo con la voz baja y ronca cuando finalmente apareció el mago más joven y fue recompensado por un oscurecimiento instantáneo de los ojos esmeralda.

—Y yo quiero entrar en ti— Respondió Harry.

No hubo más palabras esa noche.

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Unas semanas después, durante la noche, estaban tumbados en la cama hablando de la traición y Harry, dijo: —Has hecho muchas cosas en tu vida, pero nunca has perdido tu integridad. Quizás no en la forma en que la gente normalmente piensa, sin embargo... eso lo admiro, no tienes idea de cuanto.

—Eso no es del todo cierto— Refutó Snape, brutalmente sincero "Una vez cometí un error.

—Así es. Pero lo pagaste.

—Sí. En su totalidad.

—Más de lo necesario diría yo.

—Tal vez. Pero también he sido recompensado. Quizá haya un equilibrio en las cosas después de todo.

Harry se rió —No puedo creer que finalmente te hayan dado una Orden de Merlín. ¡Y de Primera Clase!.

Snape sonrió, echando una mirada negligente a la medalla que colgaba inútilmente sobre la lámpara donde la habían arrojado al volver de la ceremonia de entrega —Disfruté bastante la mirada en el rostro de Rufus Scrimgeour, pero no era a eso a lo que me refería.

Se inclinó y besó los labios rojos que ardían profundamente, pasó su mano lánguidamente por la suave piel del pecho del mago más joven. Su pene se levantó, presionado dolorosa y deliciosamente contra la cama y se movió para sentarse a horcajadas sobre las caderas de Harry, que lo llamaban. Se balancearon lentamente el uno contra el otro, sonriendo con el conocimiento tácito de todos los días que habían pasado y de todos los días que estaban por venir.

—¡En mí, ahora!— Harry, jadeó por fin y Snape, ronroneó.

—Sí.

Estaba caliente, resbaladizo y húmedo, oscuro y claro, sable y turmalina. Eran torbellinos, tormentas eléctricas y lluvias de primavera, la furia de un terremoto y la eterna llamada de un lobo a su pareja. Estaban conectados, incandescentes de una manera que nadie más podría estar, hermanados para siempre de una manera que ninguna de las estúpidas hordas de boquiabiertos que especulaban sobre sus vidas jamás podría entender.

No había palabras, así que hablaban con sus cuerpos, con la carne, los dientes y la lengua, en el fluido lenguaje del corazón.

~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~

Por la mañana, Snape dijo: —Hay una última cosa que tengo que hacer.

—Está bien— Respondió Harry, sin preguntar.

—¿Vendrás conmigo?.

—Sí.

Se vistieron y salieron del dormitorio, Snape recogió la medalla de la Orden de Merlín y se la metió en el bolsillo al salir.

Tomando el brazo de Harry, Snape, los apareció. Aterrizaron a las afueras del campamento de esclavos, junto a la valla del corral. Era medio día y no había nadie alrededor; todos los prisioneros se habían ido a trabajar. Los guardias estaban dentro de su pequeña choza y cualquiera que estuviera demasiado enfermo para trabajar también lo estaba para salir de su choza o siquiera notar a los dos visitantes.

Apoyándose en la barandilla, Snape miró a su alrededor, sus ojos se movían de un edificio a otro, su expresión era indefinible.

—¿Aquí fue donde...?— Se aventuró Harry a preguntar.

Snape asintió.

—Espera aquí si no te importa— Le dijo a Harry con suavidad, pero con aire ausente.

—Claro.

El mago más alto caminó lentamente hacia la entrada del campamento. Dio cinco pasos hacia el interior del corral hasta que estuvo de pie en el apestoso lodo de sus recuerdos. Después de un momento, buscó en su bolsillo y sacó la Orden de Merlín. Brillaba con fuerza bajo el sol, reflejándose como un espejo en sus ojos.

—Adiós— Murmuró y la lanzó con un suave movimiento hacia el centro del corral. Voló por el aire, con la cinta de colores alegres ondeando y aterrizó brillando por los bordes mientras se hundía en el barro revuelto —Incendio.

La cinta flameó primero, prendiéndose fuego al instante y luego la medalla misma comenzó a derretirse, a chisporrotear y a encogerse hasta convertirse en un bulto gris sin forma.

A lo lejos, Harry esperaba paciente y sonriente, con las manos en los bolsillos.

Snape, se giró y se dirigió hacia la puerta. Agarró su varita con firmeza, con los ojos fijos en los de Harry mientras salía con paso firme de los corrales, alejándose del pasado y adentrándose en la libertad de un futuro gloriosamente incierto.

No miró hacia atrás.

~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~

Algo en la magia

me liberó,

me liberó para

correr y cazar

algo como las

notas altísimas de los violines,

violines que hablan por

los que no tienen voz.

Estas teclas dicen

las palabras que no puedo

encontrar,

abren el fuego que

creía perdido y

dejado atrás.

En la luz,

en las flores muertas

o en un pájaro cantando

para sí mismo.

Estoy aquí,

soy libre,

soy yo mismo.

Liberado.

~ Finite Incantatem ~

Freedom

Por: sacrilege.

Traducción por: mariferlafuria (M.F.B.V.).

Notas de traductora:

Espero hayan disfrutado la historia. Me divertí mucho con la traducción. Recuerden que pueden pedirme una copia de los documentos y yo con gusto se los enviaré.

Gracias por leer hasta el final.

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