Capítulo 4

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Las partidas de ajedrez se convirtieron en una rutina diaria, aunque las horas a las que jugaban variaban en función de lo que ocurriera. A veces, si Harry tenía que salir, jugaban por la tarde, después de que él volviera a casa. Nunca se perdía una partida, aunque hubiera estado fuera todo el día y pareciera cansado al volver. El chico estaba mejorando poco a poco, aunque todavía no era un gran desafío.

De todos modos, Snape, disfrutaba de las sesiones y las esperaba con una anticipación que prefería ignorar. Sus masturbaciones se estaban volviendo cada vez menos superficiales y su figura sombría se hacía más sólida con cada día que pasaba. Tampoco le dio mucha importancia a esto. Tenía una idea del rumbo que estaban tomando las cosas y aún no había decidido lo que quería. Si las cosas salían mal, podía arriesgarse a perder la pequeña felicidad que había encontrado aquí y eso era algo que no deseaba que ocurriera.

Haría cualquier cosa para evitar ser enviado de vuelta a los corrales si era posible. Eso incluía tanto seguir la corriente como luchar contra ella, dependiendo de cómo soplara el viento, pero no podía, no quería ser él quien iniciara nada. Su situación, bastante precaria, se lo impedía.

Parecían llevarse bastante bien y con el pasar de los días solo era mejor. Algo bastante improbable dadas sus interacciones anteriores, Snape, nunca lo habría predicho, pero a caballo regalado no se le ve colmillo. Había sido muy afortunado; era perfectamente consciente de ello. Se dijo a sí mismo que no haría nada que pusiera en peligro lo que tenía ahora. Por supuesto, la Ley Murphy dictaba que, una vez dijera eso, ocurriría todo lo contrario.

Y así fue.

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Un día, Harry chasqueó la lengua con fingida exasperación y dijo: —Me he olvidado de algo— Cuando Snape levantó una ceja inquisitiva, el mago más joven explicó: —Me olvidé de quitarte los hechizos.

—¿Hechizos?— Snape pareció desconcertado al principio y tras meditarlo unos instantes obtuvo claridad —¡Oh!.

—Sí, me hablaron de ellos cuando arreglé la compra y me dieron las instrucciones para controlarlos. Creo que se supone que no debo quitarlos, pero no dijeron nada al respecto y tampoco se menciona en el contrato, así que voy a suponer que tengo derecho a hacerlo.

—Hace tanto tiempo que los llevo encima que olvidé de que estaban allí— Dijo Snape en tono reflexivo —Supongo que eso demuestra que cualquiera puede ser sometido a un patrón de comportamiento específico— Había un leve rastro de amargura en su voz, apenas presente y luego desapareció por completo. Miró a Harry —¿Quieres quitártelos? ¿No te preocupan las consecuencias?.

—Como he dicho, nadie mencionó específicamente que no podía, así que... ¡Oh!. Quieres decir...

Snape, asintió.

—Eso es ridículo— Profirió Harry, mostrándose molesto. No con Snape, sino con el mundo mágico en general.

—No tienes miedo del león domesticado, ¿verdad?— Cuestionó Snape, burlonamente. Sin embargo, la expresión de su rostro era más seria que su tono y Harry lo notó.

—En absoluto. Sé muy bien de lo que eres capaz. Pero nunca has hecho nada para herirme, ni una sola vez en todas las veces que tuviste la oportunidad de hacerlo. Y no creo que lo hagas ahora.

—Hay diferentes formas de dañar a una persona— Refutó Snape, pensativo y mirando por la ventana. Harry se estremeció.

—¿No quieres que te quite los hechizos?.

—Por supuesto que sí.

—¡Excelente!.

Snape extendió las manos e inclinó la cabeza, como si dijera: "A su servicio".

—Bien, quédate quieto un momento— Hubo una sensación de frío repentino que inundó a Snape y luego Harry dijo: —Hecho.

No se sintió diferente. No conocía todos los hechizos que le habían lanzado; el más obvio era el que prohibía a los prisioneros defenderse de los guardias o de sus contratantes. (No había habido ninguna orden contra los prisioneros que luchaban entre sí; a los guardias no les importaba y a menudo incluso hacían apuestas sobre quien ganaría). Pensó que también había uno para evitar que los hombres huyeran de los corrales o de sus contratantes. La idea de poder levantarse ahora y marcharse, de alejarse y desaparecer para no volver jamás, era tan tentadora como aterradora.

Era vergonzoso, pensó, tener miedo a la libertad cuando había estado privado de ella durante tanto tiempo. No diría que había soñado con ella, porque no se lo había permitido. Pero no le gustaba considerarse débil en ningún sentido y tener miedo de salir de una jaula cuando la puerta se había abierto para él le parecía extremadamente patético.

—¿Te vas a ir?— Preguntó Harry, con un rostro casi neutro y a Snape se le ocurrió que el chico se había arriesgado al tomar esta decisión y ahora solo estaba esperando a ver como caía el dado.

Frunció el ceño y se buscó a sí mismo. Al final dijo, algo ronco —No. Me quedaré— Las palabras cayeron en el aire como diamantes, brillantes y afilados. Casi pudo verlos caer y dispersarse sobre la mesa, reflejando la luz de sus facetas en los ojos de Harry. Snape se dio cuenta de repente, incongruentemente, de que estaba excitado. Sacudió la cabeza, no en señal de negación, sino para despejarla. No sirvió de nada —Harry...— Habló sin saber muy bien lo que estaba pronunciando. Tenía la garganta seca.

Sus ojos se encontraron y se sostuvieron la mirada. Harry dijo, con la voz igualmente tensa: —¿Qué?.

—Yo... Nada— No sabía que decir y Harry tampoco expresó nada. Se quedaron sentados, mirándose fijamente en un silencio cada vez más abrumador, hasta que Snape, apenas pudo ver la cara del chico, entonces se dio cuenta de que el sol se había puesto. Tragó saliva y habló, con la voz tan espesa como la melaza sobre la grava: —Probablemente deberíamos empezar a cenar.

—Está bien— Respondió Harry, como si simplemente estuviera aceptando que le lustraran los zapatos o una sentencia de muerte, como si en realidad no tuviera idea de lo que en verdad estaba aceptando. No se movieron.

Finalmente Snape se obligó a levantarse. Los ojos de Harry parpadearon hacia su cintura, luego por debajo de ella. Era demasiado tarde para ocultar su erección y el simple hecho de Harry mirándolo la empeoraba, hizo que sus rodillas se debilitaran. Buscó a tientas detrás de él el respaldo de la silla y se apoyó sin fuerzas en el. Le costó todo lo que tenía para no desplomarse en el asiento, con las piernas extendidas y jadear. De todos modos, abrió la boca y se oyó respirar, un resoplido suave y casi insonoro mientras su pecho subía y bajaba rápidamente, fruto de su repentina agitación.

—¿Tú estás...?.

—¿Qué quieres...?.

Sus voces chocaron en el aire y se anularon mutuamente.

Harry lo intentó de nuevo. Muy suavemente, dijo: —Quiero tocarte, pero no puedo moverme.

Snape gimió, también muy suavemente.

—¿Es una buena idea?— Dijo, forzando las palabras entre respiraciones.

—Probablemente no— Respondió Harry, con aspecto resignado e irónico —Pero...

Abandonando la lucha, Snape se dejó caer de nuevo en su silla. Harry pensó que sus ojos brillaban como los de un gato en la oscuridad y se habría sorprendido al saber que Snape, pensaba exactamente lo mismo de él.

—No podemos quedarnos aquí sentados para siempre— Soltó Snape con sorna, con la voz finalmente bajo un precario control.

—No, supongo que no— Habló Harry, mirándolo y el corazón traicionero de Snape comenzó a acelerarse de nuevo —Voy a levantarme ahora— Continuó el mago más joven y adecuó la acción a sus palabras. Snape lo vio acercarse en una serie de escenas congeladas, una animación en stop-motion de sombras y fuego verde brillante. Era la figura del fondo de su mente que cobraba vida. Se estremeció una vez y luego otra cuando Harry lo alcanzó y se inclinó sobre su silla —Si dices que no, me detendré— Dijo Harry, poniendo un dedo vacilante en la mejilla de Snape, como si realmente no pudiera hacerlo.

Fue un relámpago, su cuerpo dejó de existir o tal vez todos sus nervios se habían aglutinado en torno a ese dedo como una marca ardiente en su rostro. Snape no podía responder y no lo hizo. Volvió a gemir y a cerrar los ojos y no se percató cuando Harry se acercó a matar plantándole un beso en los labios.

Solo un beso, pensó Snape. Pero se sintió morir igualmente.

Los labios de Harry eran suaves y firmes, ligeros como plumas contra los suyos. Su lengua se deslizó suavemente contra los labios de Snape, deteniéndose para recorrer la blanca y afilada dureza de los dientes, chasqueando juguetonamente contra su gemelo. Se echó hacia atrás, respirando con dificultad y dijo: —Mis piernas no van a aguantar mucho más, Harry.

Snape gimió y se rió, casi dolorosamente. Sentía como si la risa fuera sacada de él contra su voluntad. Era un sobreesfuerzo simplemente emitir un sonido, mantener los ojos abiertos o moverse de alguna manera. Levantó la mano, sintiéndose como si estuviera empujando el barro y enganchó el dedo en el cinturón del pantalón de Harry.

Con sus últimas fuerzas, tiró y fue recompensado con un regazo lleno de calor con aroma a manzana. A Harry se le cortó la respiración y sus brazos salieron disparados para sostenerse en el respaldo de la silla, con una mano a cada lado de la cabeza del mago mayor.

—Manzanas— Gruñó Snape, frotando la cara contra el pecho de Harry.

—Jabón— Jadeó Harry sin aliento, sintió un estruendo que creyó que era la risa de Snape.

—Has... reducido... mi vocabulario... a inanidades— Bisbiseó Snape, todavía riendo en silencio.

—Bienvenido al club— Gimió Harry, dejándose caer sobre los talones hasta quedar frente a Snape y moviendo las manos para agarrar los hombros que aún eran demasiado finos. Una punzada de arrepentimiento lo estremeció y estuvo a punto de detenerse, pero el maestro de pociones se movió, solo un poco, separando más las piernas para dejar espacio entre ellas para que Harry se arrodillara en el asiento y Harry se olvidó de cómo pensar. Se inclinó hacia delante, capturando los labios de Snape con los suyos, acercándose hasta que el calor de sus piernas, tan estrechamente presionadas, se fusionó y se fundió en una hoguera indivisible de solidez y fuego.

Los brazos de Snape se adelantaron, rodeando la cintura de Harry por sí mismos. Sus caderas se arquearon, también por voluntad propia, mientras su erección intentaba desesperadamente -y sin éxito- rozar los muslos de Harry.

—Así es como planeas mantenerme aquí— Dijo contra la boca de Harry, gimiendo ante el vacío sobre su ingle.

—¿Funcionará?.

—... Sí...

—Bien.

—No me echarás, ¿verdad?. Si esto no funciona...— Soltó Snape, sin importarle ya si sonaba como si estuviera suplicando.

—No, Severus. Nunca te enviaría de vuelta a ese horrible lugar, pase lo que pase entre nosotros.

Cayeron al suelo, Snape no sabía cómo ni cuándo. La alfombra, por suerte, era suave y gruesa, aunque en ese momento probablemente no la habría notado aunque hubiera sido de piel de jabalí o de cáscaras de coco. Deslizó la pierna entre los muslos de Harry y empujó sin pudor, alegrándose de poder sentirlo por fin.

—¡Oh!— El mago más joven gritó ante la primera insinuación de contacto, su voz se quebró irresistiblemente y Snape redobló sus movimientos. Se besaron ferozmente, con las manos arañando la espalda y el cuerpo del otro, con las caderas rechinando en un ritmo inquebrantable. Frotándose lascivamente el uno contra el otro.

—No puedo...

—¡Sí, ahora, ahora!.

—¡Merlín...!.

Snape cedió primero, explotando dentro de sus pantalones con un grito gutural mientras se agitaba contra el calor de Harry. El mago más joven no tardó en unirse a él. Cuando las primeras réplicas desaparecieron, el maestro de pociones se deslizó por el suelo junto a Harry. Permanecieron tumbados, aún con la ropa puesta, con los miembros enredados y jadeando al unísono hasta que sus respiraciones se calmaron.

—Me dije a mí mismo que haría lo que fuera necesario para mantenerme alejado de los corrales— Habló Snape en voz baja, inusualmente sincero. Harry se puso rígido —No sabía en qué dirección iría: si pasaría esto o si sería al revés, teniendo que contenerme y frenarme" El cuerpo tenso a su lado se relajó un poco —Me alegro de que haya terminado así, aunque ahora tenga que preocuparme de que pueda arruinarlo todo— Terminó, mirando al techo.

Harry alargó la mano y deslizó una entre los largos mechones de pelo de Snape —No lo hará— Dijo.

—No se puedes hacer afirmaciones como esa. El destino tiene sus propios planes.

—Creo en hacer mi propio presente y mi propio futuro— Dijo Harry. Llevándose un mechón brillante a la boca y jugó con él, pasándolo por los labios y besándolo.

—Ya veremos— Respondió Snape —Estoy contento de obtener lo que sea, mientras lo tenga. Seguirá siendo más de lo que tenía.

Harry rodó sobre él, mirando fijamente los ojos oscuros como el humo —Apunta más alto— Dijo y empujó sus caderas hacia Snape a modo de puntuación. Ambos estaban medio duros y la presión hizo que un cosquilleo casi doloroso de placer recorriera sus cuerpos.

Snape siseó y gimió: —Lo intentaré— Dijo, arqueándose hacia arriba como si tomara a Harry literalmente —Pero un poco más de persuasión no vendría mal.

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"La libertad es la regla y su restricción la excepción; cualquier restricción de la libertad debe estar prevista por la ley y debe seguir los principios de necesidad y proporcionalidad."

Guy Canivet –.

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Estamos anhelando

siempre por la libertad aunque nuestros

rostros yacen pisoteados

en el lodo.

Esta magia es el

canto de la sirena,

la luz que brilla en

toda oscuridad,

la canción que

canta para decirte

que nunca te detengas;

puedes seguir adelante,

seguir en pie,

puedes levantarte,

aunque te pongan de rodillas,

aunque te maten.

Cada vez que te caigas

no importa lo que

te digan,

no eres

ningún maldito esclavo.

—No eres un maldito esclavo.

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