Capítulo 3

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Cuando terminaron el té, Snape, ayudó a Potter a lavar y recoger los platos. Siguieron hablando mientras aseaban, divagando sobre diversos temas, casi como si estuvieran ebrios.

Potter le contó a Snape, quien más se había ido, quien estaba malherido y quien se había casado. Severus le dio a Harry la lista de mortífagos que había visto morir durante su encarcelamiento. Luego hablaron un poco más acerca del contrato.

—No deseo ser un peso muerto— Habló Snape, con firmeza —Debe haber algo que pueda hacer en la casa, incluso sin varita— Mientras lo decía, sintió que la magia se arremolinaba con fuerza en sus venas y en sus extremidades, pidiendo a gritos ser liberada. Era un dolor sordo y muerto en los mejores días, y una agonía despiadada y desgarradora en otros. Lo ignoró sin inmutarse, con la calma y el control de cinco años de práctica.

—No estoy de acuerdo...— Potter lo interrumpió con inseguridad.

—Me volveré loco si no tengo algo que hacer. Puedo limpiar la cabaña, cocinar o hacer el papeleo. Cualquier cosa— Snape, esperaba que no sonara como si estuviera suplicando. Imaginó que podría hacerlo. La idea de sentarse sin nada que hacer más que soportar la sofocante añoranza de su magia aprisionada le hizo estremecerse. La pérdida de la misma era un castigo peor que todo lo que le habían hecho pasar. El resto no era más que un trago amargo en su memoria.

—Bueno...— Potter volvió a rascarse la cabeza —Puedes hacer lo que quieras. Aquí solo estoy yo, así que generalmente me encargo de todo yo mismo. Cualquier cosa que quieras realizar será de gran ayuda. ¿Qué es lo que más te gustaría hacer?.

—¿Necesitas ayuda con tu negocio?. Nunca dijiste qué era.

—En realidad no hay mucho trabajo de negocios en este momento, para ser sincero— Respondió Potter, luciendo ligeramente avergonzado —Desde que salí de San Mungo no he perseguido nada más que...

Snape, lo miró fijamente.

—Bueno, ya sabes. Ya tengo todo ese dinero en Gringotts y solo se fue acumulando mientras yo estaba en ese maldito coma. Puedo vivir solo de los intereses de eso sin tocar nada más. Ni siquiera me cobraron por mi estancia en San Mungo, por todo el estúpido asunto del héroe de guerra. Y luego, además, están los beneficios de las tiendas de los gemelos. Volvieron al negocio después de la guerra y les fue tan bien que ahora tienen toda una cadena. Les dije que no era necesario que me mantuvieran en ella, pero insistieron, así que también he estado recibiendo una parte de sus beneficios todo este tiempo. Incluso después de que rompiera con Ginny, es muy amable por su parte.

—Potter...

—Llámame Harry, por favor— Pidió Potter, con seriedad.

Sacudiendo la cabeza como si se deshiciera de una molesta mosca, Snape, habló, frunciendo el ceño: —Has hecho demasiado por mí, Harry. Apenas has salido del hospital y ni siquiera has recuperado tu propia vida. No deberías gastar tanto tiempo y dinero en mí— Con retraso, añadió: —También puedes llamarme Severus. Parece que te debo mucho.

—¡No me debes nada!" Exclamó Harry —¡Es mi culpa qué hayas terminado siendo enviado a los corrales de esclavos!. Tengo que enmendar mi error de alguna manera.

—No es tu culpa. Estabas en coma.

—Eso es irrelevante.

—¿Qué?— Dijo Snape. Luego se rió. No pudo evitarlo —Eso es lo más ridículo que he escuchado en mucho tiempo.

Harry, se rió tímidamente —Independientemente. Me considero responsable de lo que te ha pasado y me voy a asegurar de que se arregle. En cuanto al trabajo, puedes hacer lo que te apetezca y ver como se te da. Si encuentras algo que prefieras, podemos dividirnos las tareas. Probablemente pueda poner algunos hechizos automáticos en el equipo de la casa para que no necesites magia para usar la mayoría de las cosas, solo avísame cuando te encuentres con algo que necesite ser arreglado— Tras un breve silencio, continuó —O... o podría intentar encontrarte un trabajo en algún sitio con alguien. Pero no estoy seguro de que eso sea seguro ahora mismo. Que salgas de casa por tu cuenta, quiero decir. Sobre todo cuando la gente se entere de que te he comprado.

Se quedaron en silencio un momento y luego Harry, añadió.

—¿Sabías qué eres el último?.

—¿El último qué?.

—El último mortífago.

Snape, se quedó mirando a Harry —¿Qué quieres decir? Seguramente...

—Por lo que sabemos, solo quedas tú. Todos los que fueron capturados han muerto: por heridas, por asesinato, por enfermedad o por suicidio. Algunas figuras menores pueden haber huido del país o haberse escondido, por los demás... tú eres el mayor y único que queda vivo, el único cuyo paradero se conoce. Eres prácticamente más famoso que yo hoy en día.

El mago más alto buscó a tientas una silla y se hundió en ella. No es que le importara especialmente ninguno de sus antiguos compatriotas. Era simplemente la conmoción de la declaración, la enormidad de la misma. No le gustaba sentirse como una especie en peligro de extinción y él era literalmente toda la especie ahora, si lo que decía Potter era cierto.

—Anímate— Dijo Harry, de forma reconfortante —Se podría decir que yo también soy el último de mi especie. Pero siempre he sido el único de mi especie— Sonrió.

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Snape, empezó lavando los platos y barriendo el suelo (un uso novedoso del palo de la escoba, pensó), y luego pasó a intentar cocinar. No estaba seguro de lo que pensaba al respeto de esa tarea: por un lado, era como hacer una poción, pero sin magia.

Si estaba de buen humor, por lo general la encontraba agradable, una actividad relajante y absorbente que requería el mismo tipo de precisión y cuidado que la elaboración de pociones. Si estaba de mal humor (¿de qué servía un maestro de pociones que no sabía hacer pociones?), se limitaba a hacer las camas y a guardar los cubiertos.

El arresto domiciliario de facto lo agotaba a veces. Al menos, no había estado mucho tiempo en los corrales; tuvo la oportunidad de estar fuera casi todos los días. Por supuesto, eso había tenido un precio. El hecho de que no siempre estuviera seguro de qué era peor, si las lesiones internas y la amenaza constante de muerte o la pérdida de su capacidad -aunque restringida- de moverse por el gran exterior, le habría angustiado ligeramente si fuera del tipo que se preocupaba. Sin embargo, hoy en día se le daba muy bien apartar las cosas de su mente.

Harry, hacía lo que podía para facilitarle las cosas, consiguiéndole libros, revistas para leer y alguna que otra revista académica en la que Snape, se preguntaba si alguna vez volvería a publicar. Mantenían la educada ficción de que todos los gastos corrían a su cuenta; que Severus le devolvería todo a Harry algún día. Por pura insistencia de Snape, por supuesto -Harry ya había proclamado desde el primer día que lo consideraba su responsabilidad, pero el maestro de pociones no quería oír u hablar de ello-.

Si estaba de un humor específico y agradable -y era difícil decir si eso era bueno o malo; dependía del punto de vista de cada uno-, Snape, escribía largos y eruditos discursos sobre pociones oscuras, monografías sobre ingredientes raros, vitriólicas diatribas sobre artículos o cartas particularmente imbéciles que había visto en los diarios. A veces quemaba los pergaminos cuando terminaba y otros los metía en una carpeta que guardaba en un cajón de la mesa de escribir de su habitación.

Los días se desvanecían uno tras otro, en ocasiones con rapidez, pero casi siempre con una lentitud agonizante, al menos para el antiguo mortífago. Sus principales fuentes de entusiasmo eran los informes irregulares de Humbugge sobre el progreso de la solicitud de Harry para limpiar el nombre de Snape. Estaba avanzando, pero eso era lo máximo que podían decir en ese momento. Como era de esperar, hubo bastante resistencia al intento.

Nadie quería escuchar que el último mortífago era en realidad un héroe o pensar que podrían haber sido responsables dar a un hombre inocente una brutal sentencia de muerte. O que ya no quedaba nadie a quien castigar y utilizar como chivo expiatorio por el daño que había causado el Señor Tenebroso.

Severus, se negó a pensar demasiado en ello o a siquiera esperar algo. Tenía la suerte de haber sobrevivido para ser sacado de los corrales, la suerte de haber sido comprado por alguien bien intencionado, la suerte de tener un refugio seguro en el que esperar los próximos quince años. Aunque la posibilidad de estar atrapado entre estos muros durante la totalidad de esos quince años a veces le hacía sentir enfermo.

No quería pensar en lo que pasaría si Potter encontraba por fin una mujer con la que pudiera establecerse. Era una suerte que el chico tuviera alma de Gryffindor y probablemente se encargaría de hacer algún tipo de arreglo para Snape si eso ocurría. No pensaría en ello. Seguiría como en los corrales, aunque algo más cómodo y con algo más de salud.

Hablando de eso. Se inspeccionaba diariamente en el espejo del baño, no por vanidad, pero sí por placer. Era bueno ver que su cuerpo se llenaba con toda la comida que había estado ingiriendo, la carne comenzaba a cubrir gradualmente sus costillas de nuevo. Nunca había sido gordo, pero los corrales habían reducido a todos a un estado de extrema delgadez. Si no hubiera tenido tanto éxito luchando por las raciones como lo había hecho, probablemente no habría durado tanto.

Snape, nunca cuestionó las cosas que había hecho para sobrevivir: para él, los corrales no habían sido una cuestión de ética o moral, ni siquiera de justicia. Se trataba de la reducción de un ser humano a su esencia, a una fuerza elemental de pura voluntad de existir. Las cosas habían sido como habían sido; nada cambiaría lo que había sucedido ahora, así que no tenía sentido cuestionar sus acciones. En ocasiones se preguntaba si era demasiado animal. Nadie más había sobrevivido tanto como él en aquella situación, pero algunos podrían preguntarse si sobrevivir había merecido la pena. Mirando ahora a su alrededor, a su cómodo entorno y a su escritura y a su reflejo en el espejo, pensó que su respuesta era un rotundo sí.

En su tiempo libre -no es que tuviera mucho que hacer, en realidad- había comenzado un programa de ejercicios. Nada del otro mundo, solo estiramientos, abdominales y flexiones, ese tipo de cosas.

Un día, Harry, lo sorprendió mientras hacía abdominales en el suelo de su habitación. El chico se sonrojó y salió por la puerta, balbuceando una disculpa por haber irrumpido y diciendo que volvería a hacer su pregunta más tarde. Snape, supuso que la visión de sus numerosas cicatrices había sido demasiado para Potter. A partir de entonces se mantuvo con la camiseta puesta cuando hacía ejercicio, por si acaso, pero Harry, no volvió a entrar en su habitación sin avisar.

Esa noche, mientras se masturbaba perfunctoriamente en el baño -su libido había hecho una lenta pero innegable reaparición en los últimos días, a medida que su salud general mejoraba-, pensó ociosamente en Potter. Era extraño que el chico no pareciera salir nunca, excepto cuando necesitaba conseguir provisiones o comestibles o reunirse con su abogado. Un joven de veinticinco o veintiséis años, especialmente uno de aspecto tan razonablemente atractivo como Harry, debería tener una vida social activa, debería entrar y salir de casa a todas horas. Pero parecía ser un ermitaño tan autoimpuesto como Snape, lo era por obligación.

No es que estuviera suspirando por la chica Weasley; él había dicho claramente que no sentía "eso" por ella y que había sido él quien había roto su compromiso. ¿Por qué no buscaba a otra persona entonces?. El abogado tenía el caso de Snape bien controlado y no es que Potter, tuviera mucho que hacer en la casa. ¿No estaba cansado de tener a otra persona bajo sus pies, de tener a un extraño como invitado permanente en su espacio privado todo el tiempo?.

Cuando Snape se corrió, se concentró puramente en la sensación física de su mano en su pene, la necesaria liberación y el placer que la acompañaba. No se dio cuenta de la sombra de ojos verdes de un joven de cabello desordenado que rondaba en el fondo de su mente. Si lo hubiera hecho, lo habría atribuido a la especulación ociosa a la que acababa de entregarse.

Al día siguiente, durante el almuerzo, Snape dijo: —Parece que no sales mucho. No estás obligado a hacerme compañía todo el tiempo, ¿sabes?. Que yo esté obligado a quedarme aquí no significa que tú también tengas que estar encarcelado.

—Lo siento— Dijo Potter, disculpándose inmediatamente —Seguramente estás harto de estar siempre pegado a mí y no puedes ni siquiera salir de casa para escaparte. Intentaré salir más a menudo a partir de ahora, para que tengas más tiempo a solas.

—No, no, no era eso lo que quería decir— Cortó Snape, frunciendo el ceño —Viví durante cinco años en una proximidad forzada con más de cien hombres y tenía mucha menos privacidad que aquí. No es un problema para mí en absoluto. Simplemente quise decir... bueno, lo que dije. Eres un hombre joven, eres razonablemente atractivo, seguramente debes tener amigos y gente con la que deseas salir. No quiero que mi presencia aquí sea un obstáculo para tu vida social.

Harry, se encogió de hombros despreocupadamente —En realidad no hay nadie con quien salir. Estuve fuera durante mucho tiempo y el mundo siguió adelante sin mí. La mayoría de la gente está ocupada con sus vidas y familias hoy en día. Especialmente los que se casaron después de la guerra, su tiempo está ocupado con los bebés y todo eso. Y después de lo de Ginny, bueno... la mitad de mi círculo social desapareció.

—¿Y qué hay de los clubes y bares y cosas así?— Preguntó Snape, pensando que sus respectivas situaciones eran curiosamente paralelas.

—Uh. No me gustan ese tipo de cosas. Y de todos modos, nunca puedo saber si alguien quiere salir conmigo o solo con mi cicatriz.

—Lo lamento— Dijo Snape —No era mi intención entrometerme ni sermonearte sobre tu vida personal.

—Wow— Soltó Potter, boquiabierto —¿Acabas de decir que lamentas?.

—Sí, ¿por qué?.

—Eh... Nada. Es solo que... creo que es la primera vez que te disculpas.

Snape, enarcó una ceja, hizo una pausa y lo pensó —Hmm. Es cierto, he sido bastante... suave... contigo, ¿no?.

Harry, se rió —¡Sí, es una forma de decirlo!— Con serenidad, añadió: —Supuse que habías cambiado. Después de la cárcel y todo eso. No quise comentarlo por... En fin. Lo siento, no debería haber dicho nada.

—No, está bien. Creo que tienes parte de razón. Vigilar mi comportamiento se ha convertido en un hábito en los últimos años. Era necesario para evitar repercusiones. Pero te das cuenta de que algunos de mis gestos mientras estaba en Hogwarts fueron exagerados por el papel que tenía que representar, ¿cierto?— Snape observó por un momento la expresión de estupefacción de Potter y luego suspiró —Parece que no. Bueno, eso es de esperar, supongo. No niego la animosidad que sentía por ti entonces, pero a menudo la hacía parecer mucho peor de lo que era. Y en caso de que te lo preguntes, no, ese sentimiento ha desaparecido. No había lugar para esas cosas en los corrales y difícilmente me encontraría con un rencor hacia ti ahora, cuando acabas de salvarme la vida.

—Para empezar, casi te hago perder la vida— Expresó Harry, con mal humor, jugueteando con el tenedor y hurgando en su comida de una manera muy poco educada.

—Consideremos por canceladas nuestras deudas mutuas, ¿eh?— Verbalizó Snape, acercándose a la mesa y levantando la barbilla del chico con un dedo —¡No aceptaré más de tus disculpas llenas de autodesprecio!.

Los labios de Harry se separaron en un silencioso grito de sorpresa, los ojos verdes alarmados pero también llenos de algo más que hizo que Snape, ladease la cabeza y frunciese el ceño. Dejó caer el dedo y retiró la mano sin prisas, catalogando sus respuestas y las de Potter.

Claro que no, pensó. Claro que no. Pero sus ojos seguían clavados en el otro y la yema del dedo le cosquilleaba. Respiró hondo, ignorando la repentina oleada de calor en su ingle y se sentó.

Ninguno de los dos habló durante un rato, hasta que Harry, tartamudeó: —C-como quieras. A partir de ahora no habrá más disculpas— Sus mejillas estaban rosadas y apartó la vista de la ojos de Snape, apuñalando su plato a ciegas y olvidándose luego de llevarse el bocado a la boca.

—Harry— Habló Snape, lentamente —¿Hay algo que no me estás contando?. ¿Algo que no estoy viendo o entendiendo?.

Potter, negó rápidamente con la cabeza —No... No sé a qué te refieres.

—Ah. Bueno. No importa. El otro día estaba pensando que me he desacostumbrado a ciertos elementos de la interacción social. He perdido la capacidad de leer el subtexto en algunas áreas, al parecer. Demasiado tiempo en los corrales, demasiado tiempo concentrado en otras cosas— Snape, se encogió de hombros y empujó su silla hacia atrás, luego se levantó para llevar su plato al fregadero. Lo enjuagó y lo dejó a un lado para lavarlo después, luego sacó las cosas del té y las llevó a la mesa. Harry, seguía mirando su plato, aparentemente perdido en sus pensamientos —¿Té?.

—¿Eh?. Sí, claro. Estaría bien. Gracias— Potter envió su propio plato al fregadero con un movimiento de su varita. Snape se percató de que aún estaba medio lleno. También se dio cuenta de que ya no sentía las horribles punzadas de envidia que solía sentir al ver como se hacía magia delante de él. Era doloroso, sí, pero el dolor estaba apagado, era menos intenso. No estaba seguro de porqué, si era solo Harry quien incitaba esta falta de reacción o si se estaba resignando finalmente.

Nunca se consideró el tipo de persona que se resignaba a nada. Quizá a alguien que no lo conociera le parecería así, cuando modulaba su comportamiento en determinadas circunstancias, pero en realidad era más una especie de dedicación inquebrantable a un objetivo más que otra cosa. Cuando Snape, tenía un propósito en mente, no tenía reparos en dejar de lado cualquier cosa irrelevante para alcanzar su objetivo. Esperar el momento oportuno no era en absoluto lo mismo que rendirse, aunque a un observador externo le pareciera así. No significaba necesariamente que estuviera renunciando a esas cosas extrañas o que las estuviera olvidando; simplemente las guardaba para más adelante.

—¿Estás bien?— Preguntó mientras esperaban a que la tetera hirviera.

—¿Por qué no iba a estarlo?.

Snape, se encogió de hombros —Lo que tú digas— La noticia de que Harry había comprado a Snape había salido a la luz, por supuesto; era inevitable. El Profeta se había deleitado con sus habituales insinuaciones insanamente extravagantes, algunas de las cuales habían provocado una buena carcajada en el antiguo mortífago y otras las había ignorado altivamente. Ahora empezaba a preguntarse si, después de todo, había una pizca de verdad en la prosa púrpura e inmortal de Rita Skeeter y los suyos.

No creía haber malinterpretado la reacción de Harry, pero le sorprendió. Pues no parecía muy... lógica. Por otra parte, su propia reacción tampoco había sido precisamente razonable. Tal vez era simplemente el viejo cliché de dos personas arrojadas juntas en una habitación cerrada. En cualquier caso, era demasiado pronto para saberlo y no había respuestas que obtener en ese momento. Archivó el tema para reflexionar más tarde.

Harry, se aclaró la garganta. —¿Qué vas a hacer después de comer?.

—Pensaba en lavar los platos, tal vez limpiar la sala de estar. Hacer algo de ejercicio. ¿Por qué?.

—Oh. ¿Quieres jugar al ajedrez o algo así?.

—¿Ajedrez?— Snape, miró a Potter sin comprender.

—Apuesto a que eres bueno en eso.

—Tal vez lo sea. Hace tiempo que no pienso en ello. Hace mucho que no pienso en juegos de ningún tipo— El maestro de pociones miró al techo —Sí, de acuerdo. ¿Por qué no?. Siempre y cuando no esperes un desafío. Apenas recuerdo las reglas del juego.

—En lo personal, apesto en el ajedrez. Solía jugar con Ron todo el tiempo, pero luego Ginny...— Harry hizo una mueca y agitó las manos en el aire —Estaría bien volver a tener un compañero de ajedrez. Si realmente has olvidado el juego, puede que por una vez tenga las mismas posibilidades de ganar— Sonrió.

—Muy bien. Deja que lave y guarde los platos primero, luego me reuniré contigo en el salón. O... ¿Dónde quieres jugar?.

—Sí, en el salón está bien. Te ayudaré, cuatro manos son más rápidas trabajando que dos.

—Tal vez quisiste decir que cuatro manos rompen más vajillas que dos.

—Es mi vajilla, puedo romperla si quiero— Soltó Harry, sonando más relajado y volvió a sonreír.

Terminaron de fregar en un tiempo récord y se dirigieron al salón, donde Harry, acabó encontrando el juego de ajedrez, escondido en un rincón polvoriento detrás de una mesa auxiliar. Lo limpió y lo puso sobre la mesa de centro. Acercando las sillas, empezaron a acomodar las piezas en un silencio de camaradería.

Snape había mentido, aunque sin querer. Una vez que empezaron, descubrió que recordaba bastante bien las reglas. Jugaron cinco partidas, todas ellas demasiado rápidas y Harry, las perdió todas.

—Si no te importa, me gustaría convertir esto en algo habitual. Como puedes ver, mis habilidades podrían mejorar— Sonrió con pesar, pero sus ojos irradiaban felicidad. No parecía importarle perder.

—Estoy a tu disposición— Respondió Snape, haciendo una ligera reverencia desde la cintura —No es como que mi agenda esté particularmente llena.

—Lo estaría si pudieras salir de casa— Murmuró Potter. Los oídos de Snape eran tan agudos como siempre -herramientas indispensables para la autoconservación que eran, de hecho se habían afilado aún más que antes-. Mantuvo el rostro inexpresivo.

—¿Qué has dicho?.

—Nada.

—Hmm. ¿Más té?.

—No te preocupes, yo lo preparo.

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