𝒕𝒘𝒆𝒏𝒕𝒚 𝒇𝒐𝒖𝒓

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(☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑇𝑊𝐸𝑁𝑇𝑌 𝐹𝑂𝑈𝑅  )
𝚑𝚎́𝚛𝚘𝚎𝚜 𝚍𝚎𝚕 𝚍𝚒́𝚊.

Las hojas de los árboles susurraban movidas por la brisa, la luna aparecía y desaparecía tras las nubes. Entonces después de una hora:

—¡Ya salen! —Exclamó Hermione.

Se pusieron en pie. Vieron a Lupin, Ron y Pettigrew saliendo con dificultad del agujero de las raíces. Luego salió Hermione. Luego Snape, inconsciente, flotando. A continuación iban Harry y Black y por Alaska. Todos echaron a andar hacia el castillo.

La luna salió de detrás de la nube y la transformación del profesor Lupin comenzó.

—¡Hermione! —Dijo Harry de repente—. ¡Tenemos que hacer algo!

—¡No podemos!

—¡No hablo de intervenir! ¡Es que Lupin se va a adentrar en el bosque y vendrá hacia aquí!

Hermione ahogó un grito.

—Vamos ¡Rápido! —Gimió, apresurándose en desatar a Buckbeak—. ¿Dónde vamos? ¿Dónde nos ocultamos? ¡Los dementores llegarán de un momento a otro!

—¡Volvamos a la cabaña de Hagrid! —Dijo Harry—. Ahora está vacía. ¡Vamos!

Corrieron todo lo aprisa que pudieron. Buckbeak iba detrás de ellos a medio galope. Oyeron aullar al hombre lobo a sus espaldas y Alaska se sobresaltó, tropezó con una raíz de uno de los tantos árboles del bosque pero se levantó de inmediato, el hombre lobo había escuchado su caída.

—¡Vamos, Alaska! —La apresuraba Hermione, se había quedado atrás.

Siguió corriendo mientras sacaba su varita, entonces se detuvo, a pesar de lo que sus instintos le decían. El hombre lobo estaba a metros de ella y se acercaba con rapidez, tenía el hocico entreabierto y se le podían ver los afilados dientes.

—¡Alaska no te detengas! Corre.

Ya estaba a solo unos metros de la peligrosa criatura, entonces levantó la varita reuniendo valor y recordando el hechizo que le enseñaron en el Club de Encantamientos.

—¡Lumos Lunae! —Gritó, y un haz de luz lunar salió desde la punta de la varita.

La luz no lo afectó, pero el licántropo retrocedió ante el temor de aquella luz y desapareció por el bosque.

—¿Que fue eso? —Le preguntó Hermione, anonada.

—Un hechizo para espantar a los hombres lobo.

—¿Y dónde lo aprendiste?

—No eres la única que sabe cosas, Hermione —Le dijo la chica—. Ahora vayamos a la cabaña de Hagrid, podría regresar en cualquier momento.

Abrieron la puerta de un tirón y Harry dejó pasar a Hermione, a Alaska y a Buckbeak. El chico entró detrás de ellas y puso el cerrojo. Fang, el perro jabalinero, ladró muy fuerte.

—¡Silencio, Fang, somos nosotros! —Dijo Hermione, avanzando rápidamente hacia él y acariciándole las orejas para que callara—. ¡Nos hemos salvado por poco!

—Sí...

Alaska miró por la ventana, junto a Harry. Desde allí era mucho más difícil ver lo que ocurría. Buckbeak parecía muy contento de volver a casa de Hagrid. Se echó delante del fuego, plegó las alas con satisfacción y se dispuso a echar una buena siesta.

—Será mejor que salga —Dijo Harry pensativo—. Desde aquí no veo lo que ocurre. No sabremos cuándo llega el momento —Hermione levantó los ojos para mirarlo con recelo—. No voy a intervenir —Dijo de inmediato—. Pero si no vemos lo que ocurre, ¿cómo sabremos cuáles el momento de rescatar a Sirius?

—Bueno, de acuerdo. Aguardaré aquí con Buckbeak y Alaska... Pero ten cuidado, Harry. Ahí fuera hay un licántropo y multitud de dementores.

Cuando Harry salió de la cabaña, Hermione se sentó en el sofá mientras Alaska iba a la pequeña cocina para servirse un vaso de agua. Fue la primera vez que veía su reflejo desde aquella tarde y casi deja caer el vaso por la sorpresa. En su cuello se habían formado moratones rojos y algunos de color morado, incluso era posible ver la silueta de la mano de Black. La rubia se pasó las manos por las heridas, era horrible.

Podían oír el viento hacer crujir las hojas de los árboles, ya habían pasado varios minutos y Alaska se había cansado de hacer absolutamente nada.

—Iré a ver qué ocurre. —Dijo.

Hermione salto del sofá, agarró la cuerda de Buckbeak para despertarlo de su siesta y ambas, con la varita en mano, salieron de la cabaña de Hagrid. Cruzaron el terreno, cada vez estaban más cerca del lago, donde vieron la silueta de Harry a lo lejos.

—¿Qué está haciendo? —Exclamó Hermione, alarmada.

Harry había salido de su escondite y sacó la varita.

—¡EXPECTO PATRONUM! —Había exclamó.

Y de la punta de su varita surgió un animal plateado, deslumbrante y cegador que galopaba en silencio, alejándose de él por la superficie negra del lago. Los dementores retrocedían, se dispersaban y huían en la oscuridad. El ciervo dio media vuelta y volvió hacia Harry y se desvaneció en la orilla del lago.

—¿Qué has hecho? —Dijo Hermione enfadada—. Dijiste que no intervendrías.

—Sólo he salvado nuestra vida... Vengan aquí, detrás de este arbusto: se los explicaré.

Harry les explicó a ambas como había caído en cuenta de que, a quien había visto en el lago, era el mismo y no su padre muerto.

—¿Te ha visto alguien?

—Sí. ¿No me has oído? ¡Me vi a mí mismo, pero creí que era mi padre!

—No puedo creerlo... ¡Hiciste aparecer un patronus capaz de ahuyentar a todos los dementores! ¡Eso es magia avanzadísima!

—Sabía que lo podía hacer —Dijo Harry—, porque ya lo había hecho... ¿No es absurdo?

—No lo sé...

—Miren, ya llega Snape. —Les señaló Alaska.

Observaron la otra orilla desde ambos lados del arbusto. Snape había recuperado el conocimiento y estaba haciendo aparecer por arte de magia unas camillas, subiendo a ellas los cuerpos inconscientes de Alaska, Harry, Hermione y Black. Una quinta camilla, que sin duda llevaba a Ron, flotaba ya a su lado. Luego, apuntándolos con la varita, los llevó hacia el castillo.

—Bueno, ya es casi el momento —Dijo Hermione, nerviosa, mirando el reloj—. Disponemos de unos 45 minutos antes de que Dumbledore cierre con llave la puerta de la enfermería. Tenemos que rescatar a Sirius y volver a la enfermería antes de que nadie note nuestra ausencia.

Aguardaron unos minutos más. Veían reflejarse en el lago el movimiento de las nubes. La brisa susurraba entre las hojas del arbusto que tenían al lado. Aburrido, Buckbeak había vuelto a buscar lombrices en la tierra.

—¿Creen que ya estará allí arriba? —Preguntó Harry, consultando la hora.

—¡Mira! —Susurró Hermione—. ¿Quién es? ¡Alguien vuelve a salir del castillo!

Observaron en la oscuridad. El hombre se apresuraba por los terrenos del colegio hacia una de las entradas. Algo brillaba en su cinturón.

—¡Macnair! —Dijo Harry—. ¡El verdugo! ¡Va a buscar a los dementores!

Alaska subió primero al lomo del hipogrifo. Luego Harry ayudó a Hermione a montar, y subió al último. El pelinegro pasó la cuerda por el cuello de Buckbeak y la ató también al otro lado, como unas riendas.

—¿Preparadas? —Les susurró Harry—. Será mejor que te sujetes a Alaska, Hermione.

Buckbeak emprendió el vuelo hacia el oscuro cielo.

—Ay, ay, qué poco me gusta esto, ay, ay, qué poco me gusta. —Murmuraba Hermione.

Planeaban silenciosamente hacia los pisos más altos del castillo.

—¡Detente! —Dijo Harry, tirando de las riendas todo lo que pudo.

Buckbeak redujo la velocidad y se detuvieron. Pasando por alto el hecho de que subían y bajaban casi un metro cada vez que Buckbeak batía las alas, podía decirse que estaban inmóviles.

—¡Ahí está! —Dijo Harry, localizando a Sirius mientras ascendían junto a la ventana.

Sacó la mano y en el momento en que Buckbeak bajaba las alas, golpeó en el cristal. Black levantó la mirada y se quedaba boquiabierto. Saltó de la silla, fue aprisa hacia la ventana y trató de abrirla, pero estaba cerrada con llave.

—¡Échate hacia atrás! —Le gritó Hermione, y sacó su varita, sin dejar de sujetarse con la mano izquierda a la túnica de Alaska—. ¡Alohomora!

La ventana se abrió de golpe.

—¿Cómo... cómo...? —Preguntó Black casi sin voz, mirando al hipogrifo.

—Monta, no hay mucho tiempo. —Dijo Harry—. Tienes que huir, los dementores están a punto de llegar. Macnair ha ido a buscarlos.

Black se sujetó al marco de la ventana y asomó la cabeza y los hombros. Fue una suerte que estuviera tan delgado, en unos segundos pasó una pierna por el lomo de Buckbeak y montó detrás de Harry.

—¡Arriba, Buckbeak! —Dijo Harry, sacudiendo las riendas—. Arriba, a la torre. ¡Vamos!

El hipogrifo batió las alas y volvió a emprender el vuelo. Navegaron a la altura del techo de la torre oeste. Buckbeak aterrizó tras las almenas con mucho alboroto, y Alaska, Harry, Hermione se bajaron inmediatamente.

—Será mejor que escapes rápido, Sirius —Dijo Harry jadeando—. No tardarán en llegar al despacho de Flitwick. Descubrirán tu huida.

Buckbeak dio una coz en el suelo, sacudiendo la afilada cabeza.

—¿Qué le ocurrió al otro chico? A Ron. —Preguntó Sirius.

—Se pondrá bien. Está todavía inconsciente, pero la señora Pomfrey dice que se curará. ¡Rápido, vete!

Pero Black seguía mirando a Harry.

—¿Cómo te lo puedo agradecer?

—¡VETE! —Gritaron a un tiempo Harry y Hermione.

Black dio la vuelta a Buckbeak, orientándolo hacia el cielo abierto.

—¡Nos volveremos a ver! —Dijo— ¡Verdaderamente, Harry, te pareces a tu padre!

Presionó los flancos de Buckbeak con los talones. Los tres se echaron hacia atrás cuando las enormes alas volvieron a batir. El hipogrifo emprendió el vuelo y pronto se perdieron de vista.

—¡Tenemos que darnos prisa! —Hermione tiró la manga a ambos—. Tenemos diez minutos para regresar a la enfermería sin ser vistos. Antes de que Dumbledore cierre la puerta con llave.

—¡Pongámonos en marcha! —Les dijo Alaska.

Entraron por la puerta que tenían detrás y bajaron una estrecha escalera de caracol. Al llegar abajo oyeron voces. Se escondieron tras la pared y escucharon. Parecían Fudge y Snape. Caminaron aprisa por el corredor que comenzaba al pie de la escalera.

—... Sólo espero que Dumbledore no ponga impedimentos —Decía Snape—. ¿Le darán el Beso inmediatamente?

—En cuanto llegue Macnair con los dementores. Todo este asunto de Black ha resultado muy desagradable. No tiene ni idea de las ganas que tengo de decir a El Profeta que por fin lo hemos atrapado. Supongo que querrán entrevistarle, Snape... Y en cuanto el joven Harry vuelva a estar en sus cabales, también querrá contarle al periódico cómo usted lo salvó.

Fudge y Snape pasaron ante el lugar en el que estaban escondidos. Sus pasos se perdieron y aguardaron unos instantes para asegurarse de que estaban lejos, entonces echaron a correr en dirección opuesta. Bajaron una escalera y otra más, continuando por un corredor y antes de doblar en un pasillo escucharon la risa de Pevees ante ellos.

—¡Peeves! —Susurró Alaska—. ¡Entremos aquí!

Corrieron a toda velocidad y entraron en un aula vacía que encontraron a la izquierda. Peeves iba por el pasillo dando saltos de contento, riéndose a mandíbula batiente.

—¡Es horrible! —Susurró Hermione, con el oído pegado a la puerta—. Estoy segura de que se ha puesto así de alegre porque los dementores van a ejecutar a Sirius... —Miró el reloj—. Tres minutos, chicos.

Aguardaron a que la risa malvada de Peeves se perdiera en la distancia. Entonces salieron del aula y volvieron a correr.

—Hermione, ¿qué ocurrirá si no regresamos antes de que Dumbledore cierre la puerta? —Preguntó Alaska, mientras seguían corriendo.

—No quiero ni pensarlo —Dijo Hermione, volviendo a mirar el reloj—. ¡Un minuto!

Llegaron al pasillo en que se hallaba la enfermería.

—Bueno, ya se oye a Dumbledore —Dijo una nerviosa Hermione—. ¡Vamos, rápido!

Siguieron por el corredor cautelosamente. La puerta se abrió y vieron la espalda de Dumbledore.

—Les voy a cerrar la puerta con llave —Le oyeron decir—. Son las doce menos cinco. Señorita Granger; tres vueltas deberían bastar. Buena suerte.

Dumbledore salió de espaldas de la enfermería, cerró la puerta y sacó la varita para cerrarla mágicamente. Asustados, Alaska, Harry y Hermione se apresuraron. Dumbledore alzó la vista y una sonrisa apareció bajo el bigote largo y plateado.

—¿Bien? —Preguntó en voz baja.

—¡Lo hemos logrado! —Dijo Harry jadeante—. Sirius se ha ido montado en Buckbeak...

Dumbledore les dirigió una amplia sonrisa.

—Bien hecho. Creo... —Escuchó atentamente por si se oía algo dentro de la enfermería—. Sí, creo que ya no están ahí dentro. Entren y les cerraré.

Entraron en la enfermería. Estaba vacía, salvo por lo que se refería a Ron, que permanecía en la cama. Después de oír la cerradura, se metieron nuevamente en sus respectivas camas. Hermione volvió a esconder el giratiempo debajo de la túnica y un instante después, la señora Pomfrey volvió de su oficina con paso enérgico.

—¿Ya se ha ido el director? ¿Se me permitirá ahora ocuparme de mis pacientes?

Estaba de muy mal humor y aceptaron el chocolate en silencio. La señora Pomfrey se quedó allí delante para asegurarse de que se lo comían. Y entonces, mientras tomaban el cuarto trozo del chocolate de la señora Pomfrey, escucharon un rugido furioso, procedente de algún distante lugar por encima de la enfermería.

—¿Qué ha sido eso? —Dijo alarmada la señora Pomfrey.

Se escucharon voces de enfado, cada vez más fuertes. La señora Pomfrey no perdía de vista la puerta.

—¡Hay que ver! ¡Despertarán a todo el mundo! ¿Qué creen que hacen?

Alaska intentaba escuchar lo que decían.

—Debe de haber desaparecido, Severus. Tendríamos que haber dejado a alguien con él en el despacho. Cuando esto se sepa...

—¡NO HA DESAPARECIDO! —Bramó Snape, muy cerca de ellos—. ¡UNO NO PUEDE APARECER NI DESAPARECER EN ESTE CASTILLO! ¡POTTER TIENE ALGO QUE VER CON ESTO!

—Sé razonable, Severus. Harry está encerrado.

La puerta de la enfermería se abrió de golpe. Fudge, Snape y Dumbledore entraron en la sala con paso enérgico. Sólo Dumbledore parecía tranquilo, incluso contento. Fudge estaba enfadado, pero Snape se hallaba fuera de sí.

—¡CONFIESA, POTTER! —Vociferó su profesor de Pociones—. ¿QUÉ ES LO QUE HAS HECHO?

—¡Profesor Snape! —Chilló la señora Pomfrey—, ¡contrólese!

—Por favor, Snape, sé razonable —Dijo Fudge—. Esta puerta estaba cerrada con llave. Acabamos de comprobarlo.

—¡LE AYUDARON A ESCAPAR, LO SÉ! —Gritó Snape, señalando a Harry y a Hermione.

Tenía la cara contorsionada y escupía saliva. Nunca lo habia visto tan furioso.

—¡Tranquilícese, hombre! —Gritó Fudge—. ¡Está diciendo tonterías!

—¡NO CONOCE A POTTER! —Gritó Snape—. ¡LO HIZO ÉL, SÉ QUE LO HIZO ÉL!

—¡Profesor Snape! —Exclamó Alaska, ganándose la atención de todos—. Creo que ya es suficiente, debe controlarse.

—Piensa en lo que dices, Severus —Siguió Dumbledore con voz tranquila—. Esta puerta ha permanecido cerrada con llave desde que abandoné la enfermería, hace diez minutos. Señora Pomfrey, ¿han abandonado estos alumnos sus camas?

—¡Por supuesto que no! —Dijo ofendida la señora Pomfrey—. ¡He estado con ellos desde que usted salió!

—Ahí lo tienes, Severus —Dijo Dumbledore con tranquilidad—. A menos que crea que estos chicos son capaces de encontrarse en dos lugares al mismo tiempo, me temo que no encuentro motivo para seguir molestándolos.

Snape se quedó allí, enfadado, apartando la vista de Fudge, que parecía totalmente sorprendido por su comportamiento, y dirigiéndola a Dumbledore, cuyos ojos brillaban tras las gafas. Snape dio media vuelta, la tela de su túnica produjo un extraño sonido y salió de la sala de la enfermería como un vendaval.

—Su colega parece perturbado —Dijo Fudge, siguiéndolo con la vista—. Yo en su lugar, Dumbledore, tendría cuidado con él.

—No es nada serio —Dijo Dumbledore con calma—, sólo que acaba de sufrir una gran decepción.

—¡No es el único! —Repuso Fudge, resoplando—. ¡El Profeta va a encontrarlo muy divertido! ¡Ya lo teníamos arrinconado y se nos ha escapado entre los dedos! Sólo faltaría que se enterasen también de la huida del hipogrifo, y seré el hazmerreír. Bueno, tendré que irme y dar cuenta de todo al Ministerio...

—¿Y los dementores? —Le preguntó Dumbledore—. Espero que se vayan del colegio.

—Sí, tendrán que irse —Dijo Fudge, pasándose una mano por el cabello—. Nunca creí que intentaran darle el Beso a un niño inocente..., estaban totalmente fuera de control. Esta noche volverán a Azkaban. Tal vez deberíamos pensar en poner dragones en las entradas del colegio...

—Eso le encantaría a Hagrid. —Dijo Dumbledore, dirigiéndoles una rápida sonrisa.

Cuando él y Fudge dejaron la enfermería, la señora Pomfrey corrió hacia la puerta y la volvió a cerrar con llave. Murmurando entre dientes, enfadada, volvió a su despacho.

Se oyó un leve gemido al otro lado de la enfermería. Ron se acababa de despertar. Lo vieron sentarse, rascarse la cabeza y mirar a su alrededor.

—¿Qué ha pasado? —Preguntó—. ¿Harry? ¿Qué hacemos aquí? ¿Dónde está Sirius? ¿Dónde está Lupin? ¿Qué ocurre?

—Explíquenselo ustedes. —Les dijo Alaska, agarrando un poco más de chocolate.

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