CAPÍTULO 12

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¡Hoy conoceremos un poco a mi queridísimo pelirrojo! Además, lo tenemos en multimedia ❤
Espero puedan disfrutar éste cap, y vayan con cuidado, porque éste amorcito es un poco siniestro 🙊. Sin más que decir, disfruten la lectura.

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Lunes, 15 de octubre de 2018.

CARTER.

Miro mis nudillos ensangrentados y la manera en la que la sangre se desliza entre mis dedos hasta caer al sucio piso del calabozo. El olor aquí no es muy agradable, pero eso no es importante cuando te encuentras tan concentrado haciendo lo que tanto disfrutas.

Torturar.

Se debería estar muy jodido para sentir satisfacción al hacer tal cosa y ¿Adivina qué? La vida me ha jodido tanto que me convirtió en una de las peores mierdas que habitan en este mundo de porquería. Solo soy una basura más en este basurero.

Aunque debes saber que aun en la basura siempre existe una peor que la otra.

Otro dato. Aunque la basura normalmente esta junta, siempre habrá algo que las diferencie a cada una.

En el mundo criminal es lo mismo, todos podemos movernos en el bajo mundo, realizar actos ilícitos, traficar droga, traficar mujeres o niños, torturar personas, matar. ¿Y las diferencias? La diferencia es que algunos están en este mundo porque les tocó y no porque lo eligieron; otros matan porque hallan satisfacción al arrebatar una vida, creyéndose unos dioses invencibles; otros pocos sólo matan para sobrevivir, porque saben que la ley en esta vida es: "matas, o te matan". Y otros, que son los que yo considero la peor escoria de este mundo, son aquellos que tienen la capacidad de esconder su verdadera cara, se disfrazan de ovejas, levantan instituciones para "ayudar" a gente necesitada, les dan de comer y un techo donde dormir, pero cuando la noche cae, se quitan el disfraz y dejan salir el demonio que son por naturaleza, envolviendo a niños inocentes y mujeres desprotegidas con una oscuridad de la que solo sales por un milagro, o porque la muerte llega primero.

Mi caso es algo retorcido; estoy en el narcotráfico porque eso fue lo que elegí, sin embargo, esa decisión la tomé por falta de opciones. Pasé catorce años de mi vida en un maldito orfanato gracias a una mujer que no tuvo el valor ni las ganas para criar al hijo que había traído al mundo, y que sin dudarlo dejó en manos de unos desconocidos que prometieron buscarme un mejor hogar. Eso jamás pasó porque esas no eran sus principales razones, pero por algún motivo del destino, conocí a Zack y John Sellers. Ese día el padre de Zack había ido al orfanato porque ahí se llevaría a cabo una de sus reuniones de negocios con el dueño de ese lugar. Mientras ellos estaban en la reunión, Zack merodeaba por el orfanato, en tour que hizo por el lugar, terminamos encontrándonos. Al parecer no le desagradé tanto como él decía, porque a los pocos minutos de haberse ido no demoró demasiado en regresar, pero no lo hizo sólo, sino iba acompañado de John, quien me informó que cambiaría de infierno y a partir de ese momento trabajaría para ellos; y el resto es historia.

—Mejor mátame de una vez, porque no pienso decirte ni una puta mierda —escucho decir a uno de los tipos que se encuentran en las sillas frente a mí con la voz contenida por el dolor. Me hace salir de mis pensamientos.

Levanto la mirada hacia ellos. Ambos tienen la cara hinchada, y los cortes a causa de los golpes que le he propinado hacen que la sangre les cubra una gran parte de ella. Están irreconocibles. Sus respiraciones son dificultosas y a cada nada sueltan jadeos, que estoy seguro son involuntarios, pero son el resultado del dolor que están experimentando en este momento. Y es una lástima, porque no se compara en nada a lo que viene. Órdenes, son órdenes.

—¿Matarte dices? ¿Y perderme toda la diversión? —cuestiono con burla—. Buen intento, pero no. Tal vez para la próxima.

Camino hacia la pequeña mesa de metal que hay en el lugar y que contiene una bandeja con todos mis juguetes favoritos.

Siento la adrenalina recorrer mis venas, y las sensaciones que siempre me abarcan cuando se trata de causarles dolor a este tipo de mierdas que existen en el mundo ¿eso en que me convierte a mí? No tengo idea, pero la vida me jodió tanto que ahora disfruto el poder acabar con escorias como las que un día me jodieron a mí. Solo le estoy devolviendo al mundo un poco de lo que a mí me dio.

Si la vida te da la espalda, ¿Por qué tú tienes que darle la mano?

Observo con atención cada una de las herramientas que están en la bandeja, es difícil elegir una cuando ya conoces el grado de dolor que causa cada una de ellas; provoca que quieras emplearlas todas al mismo tiempo en tu víctima. Paseo la punta de mi dedo índice sobre la orilla de la bandeja, contemplando lo que tengo frente a mis ojos; me gusta tomarme mi tiempo para elegir mi herramienta de tortura, además de que es una buena forma de acabar con la estabilidad mental y emocional de la víctima. No hay nada más satisfactorio que contemplar en sus ojos el brillo de pánico y terror cuando te miran tomar un objeto y saben a la perfección que será usado en ellos.

Quiero disfrutar este momento y alargarlo lo más que pueda, así que me voy por lo sencillo. Cojo la navaja en mi mano y me giro para encararlos; me encuentro con sus rostros pálidos y sus ojos llenos de pánico fijos en la navaja que está en mi mano. Los veo tragar saliva con dificultad.

—Bien...—empiezo a decir caminando hacia ellos a paso lento mientras juego con la navaja entre mis dedos; como un depredador listo para atacar a su presa—...lo preguntaré una vez más, y les daré la oportunidad para que al menos sus muertes sean menos dolorosas.

Me quedo de pie frente al tal Mark. He notado que él es de mente más débil; es un maldito cobarde, pero actúa muy bien para parecer fuerte. Lástima que cuando finges ser algo que no eres, el teatro no dura para siempre.

Le coloco la punta de la navaja justo en el centro de la frente presionando lo suficiente para hacerle un pequeñísimo corte del que brota un fino hilo de sangre.

—Dime, Mark. —continuo—. ¿Quién la quiere muerta?

El tipo cierra los ojos con fuerza y niega con la cabeza repetidas veces. De su garganta sólo salen pequeños sonidos de dolor que trata de contener. Sé que tiene miedo a morir, pero, aun así, se rehúsa a hablar. Así que viendo de que necesita un incentivo para que abra la boca, empiezo a deslizar el filo de la navaja que no había despegado de su frente en línea recta. Intenta alejarse cuando siente el dolor, pero lo tomo del pelo con fuerza para impedírselo, dejando un corte sólo hasta la mitad de su rostro. Sacude la cabeza con desesperación mientras suelta alaridos de dolor.

—No, puedo. —suelta con voz temblorosa—. Él me matara si lo defraudo.

Suelto una carcajada.

—Mark, si no lo dices yo te mataré mil veces más doloroso que él. —mi voz se escucha un poco distorsionada, tal vez por el éxtasis que siento al ver la sangre brotar del corte que le he hecho.

Y eso que apenas empiezo.

Mis manos pican por las ganas de querer hacer más cortes, pero en esta ocasión debo contenerme un poco. No puedo matarlos sin antes obtener algo de información.

El tipo vuelve a negar.

—Mátame. —pide.

Bien, tendré que hacerle una demostración de lo que pasara con él si no abre la boca.

—Creo que lo que tú necesitas... —digo acercándome a su compañero—... es una motivación. ¿Y qué crees? Tu amigo y yo te la vamos a dar.

El hombre palidece aún más, si es que eso es posible. Empieza a forcejear intentando zafarse de los amarres de sus muñecas contra el reposabrazos, pero es imposible. Estas sillas fueron diseñadas exclusivamente para realizar torturas, creaciones de un viejo amigo mío.

Empiezo a cortar la tela de su camiseta con la navaja sin el más mínimo cuidado, esto provoca que le haga algunos cortes en el torso y empiece a teñirse de carmesí, mi color favorito.

Me dirijo hacia el fondo del calabozo, justo donde se encuentra el gran horno donde lanzamos los cuerpos después de haberlos torturado. Ya todo está preparado, solo es cuestión de lanzar una llama dentro y prendera en segundos.

Saco el encendedor que cargo en el bolsillo de mis vaqueros y lo prendo antes de lanzarlo dentro del horno que no tarda más de unos segundos en prender en grandes llamaradas de fuego. El calor empieza a intensificarse así que soy rápido a la hora de sacar con la enorme espátula algunas brazas que ya se han formado y las lanzo dentro del bote de metal que había preparado para esto antes de empezar a jugar. Recojo los guantes negros que se encuentran a un lado de este antes de tomarlo y regreso de nuevo donde deje a esas dos basuras humanas, los escucho susurrando cosas que no alcanzo a entender y apenas notan mis pasos acercándose, se callan. Sé que ahora sí están a punto de cagarse en los pantalones mientras se hacen una idea de lo que les espera, pero lo que ellos no saben es que será mucho peor a como lo imaginan.

Estar cerca del horno me ha hecho sudar tan jodidamente que siento mi cabello pegarse a mi frente, así que paso mi mano por ella para apartarlo, pero termino manchando mi rostro con la sangre que tengo en ella, no me asquea en lo absoluto ya que estoy familiarizado con ella, pero en este momento mi aspecto ha de ser el de un maldito psicópata. Aunque... ¿Quién me asegura que no lo soy? Agh, da igual.

Por otro lado, hasta ahora me doy cuenta de que ya he dejado crecer demasiado mi cabello y necesito recortarlo pronto.

Me acerco de nuevo a la bandeja y tomo de ella la varilla de hierro con mango de cuero en un extremo, mientras que del otro se encuentra una punta bastante puntiaguda.

Coloco el bote de metal frente a los tipos e introduzco dentro de este la varilla de hierro para que las brasas empiecen a hacer su trabajo. La mirada de horror de ambos sujetos cae sobre el bote que se encuentra junto a ellos y una sonrisa se desliza en mis labios, disfrutando de este momento y del miedo que desprenden.

Saco de nuevo la navaja bajo sus atentas miradas y me acerco al compañero de Mark. El tipo traga grueso cuando acerco el filo de la navaja a su rostro, pero no se aparta. Tiene agallas, no puedo negarlo, pero en situaciones como éstas donde te encuentras con un malnacido como yo, tu valentía solo termina siendo tu pase directo al infierno.

Y estoy por demostrárselo.

Sin miramientos hundo la punta de la navaja en su mejilla lentamente, sintiendo como el filo va cortando cada capa de piel; el tipo grita de dolor y se mueve desesperado intento alejarse, pero soy más rápido y lo agarro con fuerza de la cabeza impidiéndole moverse mientras expando el corte hasta su barbilla. La sangre sale a borbotones y me hace aspirar profundamente logrando que el olor metálico característico de ella entre a mis fosas nasales, provocando esa sensación de placer que recorre mi cuerpo cada vez que causo dolor. Estoy jodido, lo sé. Pero disfruto ser el monstruo en el que me he convertido; esto es lo que soy, es lo que me tocó vivir y estoy bien con eso.

Hago otro corte en su otra mejilla y después me enfoco en su torso, realizo un corte tras otro, tratando de no hacerlos tan profundos porque aún no quiero matarlo, solo causarle dolor.

Cuando me aparto de él mi respiración es agitada, tengo la ropa salpicada de sangre por los movimientos bruscos que el sujeto hizo mientras cortaba su carne y mis manos están cubiertas de ese mismo líquido carmesí.

Para este momento, Mark se encuentra llorando no sé si por lo que acabo de hacerle su compañero o por miedo a que le haga lo mismo a él, o quizá por ambos.

Noto que su compañero está a punto de quedarse inconsciente y decido que es momento de hacerlo reaccionar.

Les doy la espalda y voy por la varilla de hierro. La tomo del mango de cuero y al sacarla puedo ver el hierro completamente enrojecido por el calor de las brasas, justo como la necesito. Sin perder tiempo me acerco de nuevo al sujeto y sin una pizca de compasión introduzco la punta de la varilla en una de las heridas que le hice con la navaja y la giro cuando ya está dentro de su carne. El grito que sale de su boca hace eco en todo el lugar y es música para mis oídos.

Él sigue retorciéndose de dolor e intentando inútilmente de librarse de la tortura a la que lo someto, yo por mi parte, sigo introduciendo la varilla en su piel que empieza a tornarse negra conforme se va quemando y la carne queda expuesta mientras el flujo de sangre se desliza por su torso sin la más mínima intención de detenerse. Ignoro sus suplicas y lamentos; sigo con mi tarea, haciendo lo mismo con el resto de las heridas.

Para cuando termino, el hombre solo es capaz de soltar débiles quejidos manteniendo la cabeza gacha, mientras que su cuerpo se encuentra completamente lacerado, lleno de sangre y piel quemada. Me aparto de él.

Volteo hacia donde se encuentra el otro tipo, Mark. Él ya se encuentra mirándome horrorizado y no lo culpo, presenciar el sufrimiento de su compañero y saber que es el mismo destino que le espera a él no debe ser algo muy agradable que digamos.

—Este es el momento en el que sueltas todo lo que sabes —aconsejo—. A menos que quieras acabar como él.

Señalo el cuerpo de su compañero. Mark sacude la cabeza.

—T-te l-lo diré —tartamudea—. Te diré todo lo que sé.

—Habla.

—Josh —declara—. El sujeto que nos contrató se llama Josh Lane, pero una noche después del accidente lo escuche hablar por teléfono diciéndole a la persona detrás de la línea que el plan no había salido como lo habían planeado.

—¿Quién era el sujeto de la llamada? —cuestiono serio.

—N-no lo sé —se pone nervioso.

—Esa no es la respuesta que quiero escuchar, Mark. —advierto acercándome a él.

Él empieza a removerse en la silla y niega frenéticamente mientras unas lágrimas salen de sus ojos. Magnífico, ha resultado ser todo un marica.

Saco mi navaja.

—¡Lo juro! —grita desesperado—. Josh no mencionó su nombre y nosotros no interactuamos con nadie más, siempre fue él quien nos daba las órdenes.

—Bien, te dejaré vivir por ahora. —informo—. Solo para comprobar que lo que dices es verdad, porque si lo que quieres es verme la cara de idiota, juro que lo lamentaras.

Lo veo tragar grueso y sacude la cabeza.

—No estoy mintiendo. —asegura con voz trémula.

—Entonces pronto tendrás visitas —digo—. Y yo nuevos juguetes.

No dice más nada y yo decido que es momento de seguir con mi trabajo.

Empiezo por liberar las muñecas del otro tipo de los amarres en la silla; creo que aún sigue con vida, aunque no por mucho.

Llamo a dos de mis hombres que se encuentran vigilando la entrada del calabozo para que se encarguen del sujeto moribundo. Ellos obedecen y van por él, lo cargan y lo llevan en dirección al horno conmigo siguiéndolos de cerca. Lo recuestan sobre la plancha de metal y empujan el cuerpo, éste cae dentro del horno y rápidamente cierran la ventanilla para que ningún residuo escape de ahí dentro.

Sí, el tipo aún seguía vivo. El grito proveniente del horno lo confirma.

Lamentablemente no puedo cambiar las cosas, ni mucho menos ablandarme ante gente como ésta.

Doy media vuelta y empiezo a caminar en dirección a la salida del calabozo, pasando por el lado derecho de la silla en donde se encuentra Mark.

—¿Qué hacemos con el otro tipo, señor?

La voz de uno de mis hombres hace que detenga mis pasos, pero no volteo.

—Pónganlo en una de las celdas —ordeno—. Lo quiero vivo, por lo menos hasta confirmar que lo que ha dicho es verdad. Después, Zack se encargará de él.

Estoy seguro que él quiere cobrárselas por haber lastimado a la chica, a su chica.

En fin. Que jodido es el karma.

La vida es una desgraciada, pero te enseña muchas cosas; a mí, por ejemplo, me enseñó cómo ser un hijo de puta.

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