CAPÍTULO 9

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Cuando Zack por fin termina la llamada y sale del baño, han pasado ya alrededor de unos veinte minutos. Para ese momento, yo me encuentro sentada frente a la peinadora atando mi cabello en una coleta alta y enfundada en un vestido azul marino que me llega por sobre las rodillas y es de mangas tres cuartos.

No me pasa desapercibido la mirada dura y el ceño fruncido que ahora lleva estampada en la cara, pero cuando sus ojos se encuentran con los míos su semblante se suaviza considerablemente.

—Tenía planeado llevarte a un lugar, pero tengo un asunto que debo resolver ya mismo. —y no entiendo por qué su confesión me desilusiona un poco. Sin embargo, me abstengo de demostrarlo, por el contrario, me muestro con aire relajado.

—Entiendo, no hay problema. —digo tranquilamente. Regalándole una sonrisa conciliadora.

Me pongo de pie y camino hasta el centro de la habitación, él me imita y se planta frente a mí. Me mira con intriga, algo de duda e indecisión. Aparentemente, Zack tiene una lucha interna. Y me gustaría saber con referente a qué.

—Ven conmigo. —pide—. Te llevaré a mi casa y podrás esperarme ahí hasta que regrese. Hay unos chicos a los que me gustaría que conocieras, ellos son mi familia.

Su petición me toma por sorpresa, es algo inesperado. Y por tal motivo, me hace enmudecer.

Zack se limita a observarme, expectante, mientras espera pacientemente a que yo le dé una respuesta a su petición.

Así que después de unos minutos me aclaro la garganta y respondo:

—¿Estás seguro de ello? —es lo único que se me ha ocurrido preguntar.

—Más que nunca. —responde sin titubear. Y su respuesta me hace sonreír.

—Bien, entonces vamos antes de que me arrepienta —digo empezando a caminar hacia la puerta de la habitación.

Lo escucho soltar una risa a mis espaldas, y solo transcurren unos segundos antes de que yo sienta su presencia detrás de mí.

Caminamos juntos por el pasillo hasta llegar a las escaleras, bajamos cada peldaño, yo tratando de hacerlo con cuidado de no lastimar mi tobillo, y en absoluto silencio, el cual no es para nada incómodo, por el contrario, es agradable.

Cruzamos la recepción y llegamos a la salida, y sin perder tiempo tomo la perilla de la puerta y la abro. Zack me deja salir primero y en cuanto estoy afuera, solo logro dar unos cuantos pasos antes de darme cuenta de la figura que viene caminando por el sendero de concreto que hay desde la entrada y que se dirige a la puerta principal de la casa, justo donde el pelinegro y yo nos encontramos.

El aire escapa de mis pulmones y una ola de nerviosismo me ataca en el momento en el que sus ojos encuentran los míos para luego dirigirse al hombre a mi lado.

Se encuentra a pocos metros de distancia, de modo que puedo observar el ceño fruncido que trae estampado en el rostro y sus labios apretados formando una fina línea con ellos.

—¿A dónde vas? —cuestiona con el ceño fruncido apenas se planta frente a mí. Su voz a sonado bastante demandante. Podría intimidar a cualquiera, pero no a mí.

—Necesito salir por un momento —me encojo de hombros, restándole importancia. No quiero discutir con él ahora.

—Tu tobillo aún está en recuperación —dice lo obvio—. No te puedes ir así, a menos que sea algo urgente.

—Ya estoy bien Chris, no te preocupes. —trato de tranquilizarlo. Añado—. Además, sólo será por un momento.

Mi hermano me mira con los ojos entornados, y después de unos segundos, se enfoca en mi acompañante; su rostro se vuelve más serio y con la mirada fría lo escudriña de pies a cabeza sin ningún disimulo y yo trato de mantenerme en calma. No quiero delatarme y que Zack se dé cuenta de lo nerviosa que me encuentro en éste momento por haber sido detectados saliendo juntos de casa.

Conozco a mi hermano. Sé que puede sacar conjeturas erróneas, y eso sólo traerá consigo una gran discusión entre nosotros, lo sé, lo percibo. Sin embargo, no estoy dispuesta a que sea en éste momento, no con Zack presente.

Su atención vuelve a mí y habla:

—No deberías ir Alex. Tu amiguito debería ser un poco consciente del estado en el que te encuentras y no debería insistir en que vayas. —su voz va cargada de irritación y veneno, y lo deja en claro cuando le da una mirada despectiva a Zack. Y por alguna razón eso también me hace irritar a mí, aunque Zack se mantenga inalterable.

—Y tú no deberías meterte en mis asuntos, Christopher. —digo con voz fría y tajante—. Deberías entrar ya, yo volveré en unas horas.

Sin esperar una respuesta de su parte, tomo el brazo de Zack y jalo de él para empezar a caminar en dirección a la salida de la propiedad.

—No tienes de qué preocuparte, Christopher — escucho a Zack hablar con tanta confianza, como si conociera a mi hermano de siempre y buscara mantenerlo tranquilo—. Mientras tu hermana esté conmigo, estará a salvo.

Sus palabras me intrigan, pero trato de no darle tantas vueltas al asunto. Después de haber avanzado unos cuantos metros escucho la voz de mi hermano aún en la distancia.

—No debería hacerlo, pero eres mi hermana Alexa. Mi única familia. Mi deber siempre será protegerte, y sabes que daría mi vida si eso significa salvar la tuya. Porque eso hacen los hermanos. —su voz suena triste pero firme.

Le hecho una última mirada por encima de mi hombro y lo miro parado aún en el mismo lugar, con el rostro serio pero su mirada afectada.

Continuamos nuestro recorrido y ninguno de los dos dice más nada, aún después de subir al auto de Zack, sólo me indica que me ponga el cinturón de seguridad antes de que él empiece a conducir en silencio, lo cual es un gran alivio. No tengo ánimos de iniciar una conversación y mucho menos una discusión. Así que decido morderme la lengua cuando me percato de que él no se ha puesto su cinturón de seguridad.

En cuánto empezamos a alejarnos de la ciudad, el sonido de unas alarmas empieza a resonar en lo recóndito de mi cabeza. Y ahora sí que decido romper el silencio que se había instalado entre nosotros durante todo el camino.

—¿A dónde vamos? Dijiste que me llevarías a tu casa. —cuestiono tratando de no sonar nerviosa.

—Y para haya vamos —informa. Me mira de soslayo y una sonrisa torcida se dibuja en su rostro, poniendo su atención nuevamente en la carretera.

—No tenía idea de que tu casa se encontraba fuera de la ciudad —confieso.

—Bueno... no es como si pudiera darme el lujo de vivir en un lugar muy transitado sabiendo que estoy metido en cosas ilegales. —explica—. No puedo correr el riesgo de que la policía encuentre las toneladas de mercancía que se almacenan en mi sótano.

—Entiendo. —digo asintiendo en acuerdo, aunque él no me ve—. Aunque, creí que tenías un lugar exclusivo para eso.

—No debo confiarme demasiado. Bien podría hacerlo, a tener un lugar sólo para la mercancía me refiero, pero sería arriesgar demasiado.

—¿No confías en tu gente? —cuestiono un tanto confundida.

—Sería un imbécil si lo hiciera —suelta con rudeza—. Esos tipos sólo cuidan mi trasero porque les pago una fortuna para hacerlo. Pero no soy estúpido, sé que, a la más mínima oportunidad de traicionarme, lo harían, siempre y cuando aparezca alguien que les ofrezca más de lo que yo les ofrezco. Lo cual cualquiera podría hacer con tal de eliminarme del camino.

» En esta vida no podemos fiarnos de nadie Alexa, ni de nuestra propia sombra. Las personas sólo buscan su propio beneficio. El ser humano, tiende a hacer lo que sea para sobrevivir, aún más cuando se encuentra en el mismo mundo ilegal que el nuestro, y si para salvar su pellejo tienen que acabar contigo, lo harán sin dudarlo. Por esa razón debes mantenerte siempre alerta, con los ojos bien abiertos y los pies sobre la tierra, lista para defenderte de quien sea.

Sus palabras me han dejado un mal sabor de boca ya que ha sonado como una advertencia, y de igual forma me encuentro sumamente intrigada. Es decir, soy consciente de que ser el hombre que encabeza la red más grande de distribuidores en el narcotráfico lo ha llevado a comportarse y pensar de esa manera, pero sabrá Dios por qué tantas cosas habrá pasado éste hombre, que lo han orillado a desconfiar de todo el mundo. Sin embargo, tampoco puedo evitar que la decepción me invada al saber que esa desconfianza también va dirigida a mí.

—Entiendo tu punto. —le hago saber—. Pero no todas las personas están esperando tu descuido para apuñalarte por la espalda Zack, hay quienes se encuentran a tu lado por el simple hecho de que te aprecian, porque te tienen cariño.

El pelinegro engreído suelta una risa amarga para luego echarme un vistazo rápido antes de volver su atención nuevamente a la carretera. Yo sólo regreso la mirada para observar por la ventanilla, perdiendo la vista en el paisaje. Tratando de mostrarme tranquila.

—Es una manera muy ingenua de pensar. —replica de manera burlona.

—¿En serio lo crees? —mi voz ha dejado entrever lo molesta que ahora me encuentro por su comentario. Éste hombre me hace cambiar de humor demasiado rápido y eso no es bueno—. Porque a mi parecer, no se debe pesar a la gente buena en la misma balanza en la que has pesado la mierda.

—El problema es, que el mundo está lleno de mierda. La mierda es quien lo gobierna.

Su comentario ahora sí me hace enojar.

—Y tú eres el jodido Rey.

Lo escucho soltar una risa divertida, lo miro ceñuda y me siento aún más frustrada porque a pesar de mi enojo puedo darme cuenta de que se ve malditamente sexi al sonreír.

—No voy a contradecir eso —espeta, su sonrisa se esfuma y su semblante se ensombrece—. Debes saber dulzura, que mi vida está llena de mierda. Que constantemente me mantengo rodeado de ella. No quiero que te asustes cuando tengas que enfrentarte a ella.

—No eres el único que carga con un montón de mierda, Sellers —me limito a responder, seria.

Y es totalmente cierto, mi vida no ha sido reluciente. También cargo con una inmensa cantidad de mierda encima. Desde la mierda en que me obligaron embarrarme, hasta en la que yo misma me he revolcado por mis decisiones no tan sensatas. Sin embargo, no me quejo. He aprendido a aceptar las consecuencias de mis actos y a hacerles frente en todo momento, aunque en ocasiones sienta que me cago del miedo.

—Lo sé —murmura por lo bajo, pero aun así logro oírlo.

Lo miro una vez más y decido que lo mejor es mantenerme callada de nuevo. Y así lo hago.

Han pasado alrededor de una hora de camino cuando lo veo desviarse de la carretera principal y entrar a una terracería. No digo nada, sólo me entretengo mirando a través de la ventanilla, como si la vista fuese muy entretenida en verdad, cuando sólo hay kilómetros de camino desértico lleno de gravilla.

Cuando el auto reduce la velocidad miro hacia adelante para percatarme de que a unos metros se encuentra un panel de seguridad «interesante».

No pasaron más de quinientos metros aproximadamente cuando un segundo panel nos esperaba. Demonios, éste hombre sí que era muy precavido.

Giro mi cabeza para poder mirarlo y ¡Dios!, la imagen que me recibe es increíble. Zack Sellers es jodidamente caliente, incluso al hacer algo tan mundano como lo es conducir, ni siquiera quiero imaginar la larga lista de mujeres que andan detrás de él porque el sólo pensarlo me hace querer sacarle los ojos a cualquiera que se atreva a mirarlo. Estoy jodida, lo sé.

Zack detiene el auto por completo y cuando lo hace, su mirada cae sobre mí, quien ya estaba mirándolo desde antes. Aun así, el hecho de que me haya descubierto observándolo no me amedrenta, sino que le sostengo la mirada. Permanecemos así por unos minutos hasta que él se inclina sobre mí y todo el aire escapa de mis pulmones cuando pienso que va a besarme.

Su mano recorre uno de mis muslos provocando que la piel expuesta por el vestido se erice debido a su tacto, continúa subiendo sólo un poco más para luego detener la caricia, y estirar su mano hasta llegar en donde se encuentra el cinturón de seguridad y lo desabrocha. Y entonces su tacto empieza el recorrido en mi brazo derecho y cuello, hasta que llega a mi rostro y lo acuna en su mano. En ningún momento ha dejado de mirarme, de observarme con esa mirada tan penetrante que me hace temblar, que con sólo un vistazo tiene la capacidad de explorar cada parte de mi alma dañada. Y está bien, yo estoy bien con eso. Después de todo, ambos asemejamos a dos pajarillos con el ala rota, sólo que, a nosotros, se nos rompió el alma.

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