Capítulo 1

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Disclaimer: los personajes no me pertenecen, son de CLAMP, yo sólo juego con ellos.

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El juego del amor

| Game of Love |

#1

~Tomoyo

—No me iré de aquí hasta que alguien me dé una solución.

Sin dejar de mirar a ese par de ojos azabache, que, de cierta manera, me inspeccionaban perplejos, me aferré a una de las pocas sillas que tenía la oficina de Investigación Criminal de Tokio.

El resto de policías se mostró cauteloso, es más, desde que había ingresado, hacía veinticinco minutos y trece segundos, no dejaban de mirarme como si yo estuviera a punto de sacar un arma. Y no es que no quisiera, a estas alturas, me había ganado el derecho de utilizar mi 9mm pues durante todo este tiempo que quise asentar una denuncia, ¡no me aceptaban ni siquiera la declaración!

Había visto varias películas, e incluso estuve tentada de actuar en alguna de ellas, pero jamás había sentido en carne propia lo que era ser ignorada. ¡Podía haber muerto y nadie me hacía caso!

—¿Por qué cree que la están siguiendo, señorita Daidouji? —insistió el teniente, un hombre de cincuenta o sesenta años, pelo entrecano, pero de cuello grueso. Era obvio que iba al gimnasio, no al mío, por supuesto, pues reconocería a aquella cara de ogro al instante.

—¿Y por qué no, teniente Iwasaki? —quise saber, ceñuda—. Además, ya se lo dije, he visto un vehículo, un Honda blanco, dos veces durante esta semana, frente a mi casa. Mucha casualidad, ¿no cree usted?

—Es complicado, señorita, un Honda es un vehículo básico; quizá usted no sabe de ello o le resta importancia, pero...

—¿Perdón? —lo interrumpí y él prefirió callar, sin duda pensando en lo que había estado a punto de decir. Se tomó unos segundos para respirar y luego se dirigió a mí en un tono más afable:

—No creo que a usted le moleste ni le haga falta, pero esos autos son muy populares en Japón por su bajo costo. Y dadas las circunstancias...

Alcé una ceja, indignada.

—Además, usted tiene guardaespaldas —advirtió una voz alta, llamando mi atención—, no creo que ninguno de ellos permita que algo malo le suceda. —La voz pertenecía a una mujer esbelta, de cabello castaño cuya placa respondía a "K. Mitsuki"—. ¿Le han hecho llegar un reporte de seguimiento?

—No, pero...

—¿Lo ve? — me miró detenidamente, con una cruel sonrisa y me indigné aún más.

No quería entrar en ningún juego de palabras ni dejar en ridículo a nadie, pero cierta malicia se vislumbraba ya en su rostro. La tipa no me creía. Y encima me trataba de idiota, pues, la escuché murmurar «Artistas» en tono despectivo y casi imperceptible; lástima que yo tenía un oído privilegiado y podía escuchar hasta lo más mínimo, sino, ¿cómo podría protagonizar musicales?

Respiré profundamente y mostrando mis modales, muy superiores a los de ella, desde luego, decidí no mirarla más y enfocarme en su jefe.

—Mire teniente, popular o no, aquel auto tenía una mancha color café y una ralladura en la puerta izquierda y eso lo hace peculiar, ¿no le parece? —Iwasaki entrecerró sus ojos azabaches. Había captado el mensaje.

—Posiblemente —llegó a decir y yo sonreí triunfante por una vez.

Mitsuki se aclaró la garganta, censurando al viejo por darme la razón. La ignoré nuevamente. No tenía ánimo de pelear, solo quería que aquellos tipos se dieran prisa, me hicieran caso y

de una vez por todas, estudiaran la posibilidad de que podía ser víctima de un secuestro.

—Y hoy, en la mañana —continué—, cuando ingresé al gimnasio del Aoyama, vi a un hombre menudo, de cabello oscuro y tez fatigada que me observaba con mucha atención. —Si antes no estaba nerviosa, ahora sí lo estaba, más cuando recordé la apariencia de aquel sujeto.

Iba a agregar algo más, pero alguien situado detrás mío carraspeó tratando de encubrir algunas risitas. Yo giré de mi asiento y les lancé un sin fin de improperios tácitos.

—Antes de ser actriz, yo trabajaba como diseñadora de interiores y de escenarios —agregué de inmediato—, y si de algo puedo jactarme, es de fotografiar mentalmente los detalles que observo. Sé de colores y materiales. Así que nadie puede engañarme.

Iwasaki, con su porte intimidante y una sonrisa socarrona siguió sin dar crédito a lo que yo confesaba. Me dejó que le repitiera una tercera y cuarta vez lo que había visto, sin embargo, podía jurar que, con cada frase, un destello de luz jocoso se asomaba por sus pupilas, logrando transmitir al par de policías que estaban en su frente que yo era una exagerada y mentirosa. Mitsuki sólo me observaba, dejando en claro su posición como teniente del escuadrón de seguridad.

Una intensa indiferencia se apreciaba en el ambiente y la impotencia empezaba a nublar mis sentidos. ¡¿Pero qué carajos les pasaba a todos?!

—Estoy segura de lo que vi, teniente —finalicé.

Bien, me mostraba reacia, no daría mi brazo a torcer a pesar del cúmulo de sensaciones que azotaban mi cuerpo. ¡Estaba nerviosa!

Minutos después, Iwasaki terminó de garabatear en un papel y se lo entregó al menor de los polis para luego mirarme por última vez e invitarme a pasar a la oficina del experto que vería mi caso. Antes de retirarme, podía jurar que la teniente Mitsuki había farfullado algo más entre dientes. Estúpida.

El jovencito, que no debía de pasar de los veinte años, me guió por todo el pasillo hasta la oficina de Cuarta División, encargada de robo, secuestro y chantaje. Durante todo el trayecto, pude observar tras los grandes ventanales, el paisaje moderno y caótico de Tokio. A la derecha, el edificio rojo del Ministerio de Justicia, y metros más allá, al fondo, logré reconocer los jardines paisajísticos del Palacio Imperial, que, cuando era niña me gustaba visitar para observar las ruinas del castillo Edo envuelto en magia y misticismo.

Ahora lo veía lejano, incluso irreconocible, ¿desde cuándo estaba ese edificio clásico ahí, en medio del parque, irrumpiendo esa maravillosa vista? ¿Y desde cuándo no había salido a dar una vuelta?

Una idea cruzó por mi cabeza y de inmediato la aprobé. Era urgente, necesitaba darme un respiro y huir de acá, de esta estúpida situación, de esta estúpida ciudad. Sólo debía esperar unos minutos al policía y alegar a su experticia.

—Adelante, por favor, señorita Daidouji —escuché decir al policía, quien sostenía la puerta abierta para que ingresara a la oficina principal, lejos del resto de polis.

Pestañeé unos instantes y sólo cuando puse real atención, miré su placa; le sonreí y sus mejillas se tornaron de un rojo vivo. Recién me percataba del outfit que traía hoy, unos pantalones de yoga y una camiseta ceñida color violeta. Cuando salí del gimnasio Aoyama, aquel sujeto andrajoso seguía observándome y lo único que atiné a hacer, fue acudir directamente a la comisaría, sin arreglarme. Error número uno, claro está, pues jamás de los jamases, uno debe exponerse sin maquillaje o al menos sin un lindo vestuario; pero realmente estaba asustada.

—Es-este... —titubeó el poli—. Dis-Disculpe el atrevimiento, pero ¿me daría un autógrafo?

—Sí, claro —respondí, con el mismo tono de cortesía y me senté en uno de los asientos de la nueva oficina. Tomé el lapicero e hice una de mis mejores firmas; nunca, pero nunca, había que dejar que la diva interior se opacara, había que mostrar brillo, incluso, ante las peores situaciones.

—Soy una gran fan suyo —me miró con mucho nerviosismo y decidí regalarle otra sonrisa.

Se alejó contento, dejándome sola en ese insulso lugar, algo corriente para mi gusto, con un estante de libros en diferentes idiomas y una pizarra llena de imágenes, notas y garabatos típicos de polis. Resaltaba un calendario occidental de números grandes, con dos círculos rojos en él.

Ante aquel silencio sepulcral y los minutos que pasaban lentamente, empecé a captar los ruidos de los cubículos exteriores, ya saben, la bulla típica de una estación policial: el repiquetear de los teléfonos, un montón de voces, los papeles manipulados y el de las fotocopias... sonidos que nunca paraban y que formaban una melodía exasperante, al menos para mí.

Al cabo de diez minutos, los murmullos se volvieron palabras inteligibles y se escucharon con mayor fuerza; hablaban de un secuestro en Yokohama o algo similar. Después, un par de siluetas se estacionaron en la puerta traslúcida y pude diferenciar a dos hombres altos, de buen porte que parecían discutir.

—...mañana a primera hora, tendré el reporte de balística. Al parecer el recorrido del proyectil indica que hubo un tercero en la escena del crimen —dijo uno.

—Bien, pídele a Yamazaki, las coordenadas del COAM —le respondió el otro, con un tono más varonil y... ¡Mierda!

Prefería mil veces el silencio de hace instantes o saltar por la ventana a escuchar esa voz.

—Disculpe teniente, pero el general Iwasaki le envía este papel y un nuevo caso de secuestro —dijo el joven poli al dueño de aquella voz grave, interrumpiendo obviamente su diálogo policial. No me había percatado que el muchacho lo había estado esperando.

—¿De quién se trata?

Ay no. ¡Que no le diga mi nombre!

—La señorita Daidouji, la actriz de teatro —dijo con orgullo.

¡Demonios!

—¿En dónde está? —preguntó enérgicamente.

No lo menciones y te doy mil autógrafos.

—En su oficina.

Trágame tierra.

Entonces, la puerta se abrió de par en par dejándome ver aquellos dos sujetos, uno de cabello chocolate y mirada penetrante y; el otro, alto, musculoso, de cabellera negra e impresionantes ojos azules. La placa la tenía abrochada al cinturón, y llevaba la pistola en la funda bajo la axila, por encima de su camiseta. Me miraba fijamente y yo sentí las piernas de gelatina pues el atractivo sexual era inminente. Felizmente estaba sentada.

—¿Tomoyo, estás bien? —me preguntó, acercándose como si me hubiera visto ayer.

Lo miré perpleja, ligeramente alarmada, como miran las mujeres cuando un extraño se les acerca demasiado.

Sí, ahí estaba él. Aquel sujeto que había desaparecido hacía dos años, aquel que se había ido sin ninguna explicación. ¡¿Por qué se atrevía a llamarme por mi nombre?!

Tenía que haber sospechado. Tenía que haber pensado que este escenario podría ocurrir... ¡pero habían pasado dos años! ¿Y cómo iba a saber que aparecería frente a mí? En Japón, en Tokio, en esta estación de policía, ¡si él tenía que estar en Inglaterra!

Respira, Tomoyo, respira.

—Tomoyo... —su voz se tornó aterciopelada y se dirigió hacia mí con aprehensión. Si el escrutinio de Iwasaki fue letal, éste era mil veces peor, me miraba como si fuera una criatura exótica—. ¿Te encuentras bien?

—Sí... teniente... —dije con expresión cauta, luego cambié sutilmente y lo miré vacilante como si no lo reconociera, como si fuera un extraño. Interpretaba muy bien mi papel de doncella confundida.

Él me miró desesperado y noté un destello de rabia poderosa en sus ojos azules.

—Eriol.

—Eriol... ¿qué? —inquirí, inclinando la cabeza a un lado y mirando más allá de él, donde estaban los otros dos policías, como preparándome para gritar.

—Eriol Hiragisawa —masculló doblemente molesto. Era obvio que mi comportamiento lo enervaba.

Conté hasta tres en mi mente... hasta que dejé que el rostro se me iluminara.

—¡Oh claro, claro! ¿Cómo está tu hermana?

Ocultando un gruñido, Eriol tuvo que despedir a los otros dos polis no sin antes decirle al castaño, de apellido Li, que clasificara la evidencia y las huellas dactilares de los sospechosos.

Al cerrar la puerta, se volvió hacia mí y el destello azulino de sus ojos se transformaron en el carrusel de mi vida, en un torbellino que me hizo recordar todo lo que habíamos vivido hacía algún tiempo. Lo había reconocido, ¿cómo no iba a hacerlo?, incluso, después de dos años había reconocido su timbre grave; además de ese ligero acento británico que decía que había crecido en alguna campiña londinense del sur. Sus ojos eran los mismos: observadores, agudos, inteligentes con aquella dureza que los policías tenían que adquirir sí o sí; y sólo a él, en pleno siglo XXI, le podían quedar los tirantes clásicos de cuero. Aunque ya lo había visto con mezclillas, y sin camiseta; en cualquier aspecto, con su metro ochenta de estatura, el hombre era un digno miembro de la triple E: excitante, exquisito, elegante.

Pero lo odiaba, lo odiaba con todo mi ser por lo que me había hecho y por estar parado frente a mí sin ningún tapujo ni vergüenza, repasando su mirada descarada por mi cuerpo ligeramente cubierto por aquellas diminutas prendas.

Lo odiaba, no estaba preparada para verlo, no hubiese querido verlo... ¿por qué no se me ocurrió preguntar al jovencito quién era el teniente de cuarta división?

—¿Te han hecho daño? —parpadeé, recordando que mi cabello estaba desbaratado. Debía repetirme una vez más el no salir de casa sin un set de maquillaje portátil y gel micelar.

—Aún no, pero con la ineficacia de estos policías, estoy segura que es sólo cuestión de tiempo.

—¿Qué le has dicho a Iwasaki?

—La verdad —apunté—, pero no me cree.

—¿Entonces por qué dice que necesitas pasar por un peritaje psicológico? ¿Por qué necesito tu perfil de... —hizo una pausa—, y una valoración de... ¡Por Dios! —se aclaró la garganta—. Bien. Creo que hay un error.

Abrí mi boca, formando una "o" gigantesca. ¿El viejo canoso me estaba llamando loca?

—¡Quiero ver esa hoja! –exigí, malhumorada.

—No, olvídalo.

—Estoy en mi derecho. ¡Quiero saber qué escribió ese viejo loco!

Estalló en carcajadas y pude recordar lo bello que era ver sus pequeñas arruguitas alrededor de sus ojos azules. Así no se veían tan intimidantes, todo lo contrario.

—En eso te doy la razón, Iwasaki está zafado.

—¡Al menos alguien lo dice! Muy coronel o teniente o lo que fuera que sea, pero déjame decirte, que es un idiota. Igual que Mitsuki.

—¿Kaho? —murmuró bajito— ¿Te trató mal?

Alcé una ceja disgustada. No por la familiaridad con que ellos seguro se trataban por ser compañeros, eso no debería importarme; sino porque parecía defenderla y no había excusa para eso. Ella era una idiota y punto.

Se recostó en su escritorio, quedando frente a mí y empezó a hacerme preguntas que anotaba cuidadosamente en una pequeña libreta. Con mis ojos fui delineando su varonil silueta, aquella elegancia perfectamente lograda bajo un halo de seguridad, rudeza y enigmatismo. Era zurdo y tenía una peculiar manera de coger el lapicero y de hacer ejercicio, tenía un gancho izquierdo letal. Por eso, tras la tela, sus bíceps se le marcaban, eran gruesos y fuertes, dignos de un atleta y con aquella masa muscular ideal para ser policía.

Movía la boca, gesticulaba, pero yo era incapaz de entender lo que decía, solo sabía que estaba obnubilada por su cuerpo de proporciones áureas. Era puro atractivo sexual y Eriol Hiragisawa lo tenía de sobra, era química pura.

—¿Tomoyo? ―preguntó, trayéndome de vuelta de mis pensamientos.

Le miré pestañeando. Sin darme cuenta mi respiración estaba más agitada, y cuando desperté del aletargamiento, un calor interno se apoderó de mí, y ruborizó mis mejillas. Él se había percatado, porque sus ojos brillaban, y no dejaba de sonreír, completamente seguro de sí mismo. Idiota.

—Como te decía, Tomoyo...

—Señorita Daidouji, si no le molesta, teniente —frunció los labios e hizo caso omiso pues siguió tratándome con familiaridad. ¡Mil veces idiota!

—Como te decía, debes cambiar tus rutas de tránsito y tus horarios habituales.

—¿Me crees novata? Claro que he cambiado de ruta dos veces esta semana; siempre le he pedido a mi chofer que tome la ruta más larga para llegar a donde tenía que llegar. Y claro, que antes dé un par de vueltas por algún barrio.

—Bien, me alegra que hayas aprendido —respondió, con una sonrisa ladina—. Estar conmigo te sirvió de mucho.

Entorné los ojos y preferí desviar mi mirada a los libros del estante. Ahora entendía por qué un poli tenía una colección en diferentes idiomas: inglés, español, japonés y ¿francés? Debía sospechar, incluso al ver aquel calendario occidental, pues sólo él podría tener una imagen del Big Ben y el puente de Londres al atardecer.

—¿Me puedo ir? No puedo estar todo el día aquí, tengo que ir a ensayar.

Cerró su libreta y la dejó sobre su laptop, para observarme un largo rato tras sus anteojos negros.

Se cruzó de brazos, su musculatura volvió a impactarme.

—Te vi en Shibuya la temporada pasada.

—Fuiste —dije más como un reclamo que afirmación. De cierta manera me sentía invadida, pero de una buena manera. ¡Qué contradictorio era mi cuerpo!

—Fue lo primero que hice al llegar a Tokio —me miró fijamente—. Quise recordarte, fuiste una Julieta increíble.

Traté con todas mis fuerzas de no hacerle caso, ¡lo juro!, pero era imposible. Su porte, sus ojos penetrantes y extremadamente azules, activaron y dieron vida a mis terminaciones nerviosas, a cada una de ellas, que no hacían otra cosa que avivar mis sentidos, las náuseas y los recuerdos... ¡después de dos años y mi cuerpo seguía reaccionando como si hubiese sido ayer!

Cerré los ojos un instante mientras me paraba y rodeaba la silla, y luego lo miré con mi mejor cara de poker:

—¿Y bien, puedo irme? —Ante mi reacción, él negó con la cabeza, ¿qué quería? ¿Qué me lanzara a sus brazos por decirme aquello?

—Por el momento, pero no podrás salir de la ciudad. Necesito que te quedes aquí para vigilar de cerca tus movimientos.

—¡¿Qué?! —¿Estaba escuchando bien? Lo miré ceñuda—: Así parezco sospechosa.

—Pero no lo eres, es sólo por...

—¡Pues claro que no lo soy! —Respira, Tomoyo, respira—. Mire, detective Hiragisawa, yo aquí soy una víctima y no merezco este trato.

—¿Qué trato? —preguntó confundido.

—Me insultan, me tildan de loca, de estúpida y ahora de sospechosa, ¿acaso le parece poco?

En dos pasos, lo tuve a centímetros de mí, tan cerca que su fragancia, amaderada de toques frescos se colaba por mi nariz. Sí, seguía usando la misma colonia. Tragué pesado. No lo quería tan cerca, quería alejarme, mas me era imposible... Estaba frente a él, sintiendo temblar mis piernas, con las hormonas revolucionadas y recordando cómo su piel quemaba como si fuera ayer.

—Yo no te he dicho nada de eso —espetó—. Sin embargo, debes de saber que si estás aquí, pidiendo protección, debes atenerte a mis requerimientos.

—¿Y cuáles son ésos? —fingí tranquilidad, es más, mi voz sonó un tanto fastidiada.

—Quedarte quieta y no salir de la ciudad.

Si él me miró desafiante, yo lo hice con el doble de intensidad.

—Está bien, teniente —mascullé antes de alejarme de su cuerpo y dirigirme hacia la puerta—. Adiós.

Giré y con una mirada revirada le demostré que no tenía la más mínima intención de hacerle caso. Fue una mirada al estilo Daidouji, acompañada de una ligera sonrisa que no hacía más que retarlo. ¿Por qué tendría que ser él quien siguiera mis pasos? ¿Por qué me trataba como sospechosa? ¡Ja! Necesitaba un papel y un bolígrafo para empezar a escribir la lista de transgresiones que estaban haciendo conmigo en esta Dependencia y empezaría por él, por Eriol Hiragisawa. Era caprichosa, sí, un poquito exagerada, pero muy respetuosa de las fuerzas del orden, sin embargo, este hombre me exasperaba...

—Estaremos en contacto, señorita Daidouji.

Lo escuché, pero no miré atrás, sólo giré el pomo de la puerta y salí. Su actitud presuntuosa debía de parar. Si él creía que esto se quedaría así, estaba muy equivocado.

.

.

Lo que más me maravillaba de Tokio era esto: la primavera.

La temperatura era agradable y desde cualquier punto de la ciudad, se podía disfrutar de la naturaleza en todo su esplendor. Me desperté a las seis de la mañana, como nunca para ser un domingo, y decidí hacer ejercicio al aire libre. El viernes, después de ensayar, tomé mi coche y manejé por la 44A hasta Hachiōji. Necesitaba huir de los rascacielos y evitar por todos los medios al presuntuoso–e–idiota– teniente Hiragisawa. ¿Qué no le haría caso? ¡Pues claro que no! Yo no era sospechosa.

Por la prisa, no llamé a Sakura, hubiese sido genial tenerla como acompañante pues estaba segurísima que a ella le hubiera encantado, sobre todo, porque aquí, en el Monte Takao, podríamos haber recordado nuestros picnics de secundaria y habríamos disfrutado de la belleza efímera de las flores de cerezo.

Ya algunos pétalos habían caído por todo el sendero, invitando a sumergirse en él. Conforme iba trotando, mi humor iba mejorando y más al ver el hermoso contraste de los árboles con las liláceas doradas y los jazmines violetas; el espectáculo era doblemente impresionante cuando pasaba por las tiendecillas de montaña y cafeterías al paso, pues eran de un claro estilo chinesco. Yo amaba tomar la «Ruta 1», porque, hasta lo que recordaba, de niña me detenía en el templo Yakuoin, rezaba un poco y seguía mi camino hasta el parque de los macacos donde había una bonita colección de plantas y flores silvestres. Me gustaban las camelias rojas.

En eso estaba pensando, cuando, mi corazón se detuvo y sentí hervir la sangre, ¿por qué tenía que pasarme esto a mí?

Bufé, furiosa.

—¿Sabías que este árbol tiene quinientos años de antigüedad? —La imagen masculina, apoyada en uno de los cedros, me sonrió. ¡Qué bonita sonrisa!

Mierda.

—¡¿Qué haces acá?! —le pregunté de inmediato.

—Cuidándote.

—No, en serio, ¿qué haces acá? ¿Cómo supiste?

—Usaste tu tarjeta de crédito —lo dijo como si fuera algo obvio. Esa actitud de poli, de detective tipo CSI que se merecía saber todo, me disgustaba, pero... a la vez me excitaba. Este hombre era jodidamente caliente.

—Lo sé, pero no la he utilizado aquí, ¿cómo sabías?

—Tomoyo, la última vez que nos vimos me comentaste sobre tu lugar favorito de Tokio. No fue difícil suponer dónde estabas si te registraste ayer, en las cabañas de Shojo —rodé los ojos—. Además, te gusta trotar, no antes de las siete ni después de las nueve de la mañana y son las... —miró su reloj—, ocho y veinte. La ruta tiene tres kilómetros, y si empiezas a las siete y quince, después de tu extracto de jugo de naranja, estarías aproximadamente en la puerta Joshinmon a esta hora; pero como no has venido desde hace un buen tiempo, y la altura puede limitarte, entonces decidí esperar aquí, al lado de este árbol.

¡Lo recordaba! ¡Él recordaba todo lo que le había dicho! En otra circunstancia, ¿quién no quisiera que su chico tuviera aquella memoria privilegiada y fuera detallista? Hasta yo hubiese corrido a sus brazos, pero tenía que guardar la cordura... no quería que él se diera cuenta de lo que ocasionaba en mí. Ayer tuve un desliz, sí; ahora, debía mantenerme fuerte; si no, no me llamaría Tomoyo Daidouji.

Y si Eriol Hiragisawa quería algo conmigo, tendría que lucharla.

—Ok, Sherlock. ¿Para qué me buscas?

—Lo recuerdas —afirmó, divertido.

—Deja de ser tan engreído. —Con ligero fastidio, guardé mis audífonos en su estuche y apagué mi iWatch.

—¿Yo? —abrió los ojos, mostró ofensa—. ¡Te dije que no salieras de la ciudad!

—Prácticamente sigo en Tokio —dije y se rascó la barbilla, oscurecida más de la cuenta por falta de afeitado.

Se veía sexy, muy sexy...

No me culpen, por favor.

—Debiste esperar a que tengamos una respuesta —agudizó su mirada.

—Pero ¿por qué? Necesito respirar. No quería quedarme allí.

—Sospechas que alguien te sigue, que pueden secuestrarte y ¿quieres ir a tomar sol? ¿Correr y subir al monte? ¿Estás loca?

Ok. Otra vez con sus cosas. Necesitaba añadir más cargos a la lista: me trata de loca y me prohíbe cosas.

—Serás un blanco más fácil si te alejas de mí.

—Oh, señor protector, no sabía que era una princesa necesitada de auxilio —dije en son de burla. Él sonrió de lado.

—No, sé que puedes defenderte sola; pero nadie podrá cuidarte como yo lo haría. Soy policía.

Rodé los ojos. No estaba vestido como policía, ni se le veía el arma, sólo un buzo deportivo y una camiseta azul. Nadie podía sospechar que era detective, mucho menos poli, lo que podría ser algo provechoso para despistar al presunto secuestrador. Si quisieran atacarme, vendría el susodicho y Eriol, con su preciso gancho izquierdo o su letal patada frontal podría desarmarlo y tirarlo al suelo. De alguna manera era conveniente que estuviera a mi lado.

Además, tenía piernas fuertes... y un torso masculino bien logrado...

¡Concéntrate, Tomoyo!

—Bien, señorita, es hora de irnos —movió sus labios con una sonrisa coqueta, seguro que se dio cuenta de mi repaso visual—, quiero hacerte algunas preguntas.

—¿Más? —él asintió y yo cambié de humor—, no, esto no puede ser...

Entonces, le di la espalda y quise retomar el impulso para correr y alejarme de él, pero tropecé ¡de bruces contra el suelo! No me había percatado ni tampoco recordé que aquel roble estaba rodeado de pequeñas estatuas. Felizmente, Eriol tenía buenos reflejos y logró amortiguar la caída con sus brazos, si no estaría lamentando alguna fisura.

—¡Ay! —grité cuando su mano inspeccionó mi tobillo. Me dolía horrores a tal punto que empecé a respirar agitadamente, sin dejar de maldecir internamente. Regla número dos: nunca lanzar improperios frente a un chico, así el tipo en cuestión sea el peor patán del mundo.

—Debe ser sólo una torcedura, nada de qué preocuparse. —Por un instante, otra vez tuve miedo... ¿y si mañana no podría actuar en el estreno de la obra? Mierda—. Te dije que debía cuidarte, Bonita... —perfiló mi mejilla con la yema de sus dedos y no fue una, fueron miles las descargas eléctricas que me recorrieron por completo, albergándose en mi centro y liberando una curiosa sensación la cual era completamente extraña. Levanté mi vista y me encontré con dos pozas azules, hermosas y penetrantes que me miraban de arriba a abajo, examinando mi cuerpo, nuevamente cubierto por un legging y un top violeta.

Eso no ayudó para nada a mí ya corazón revolucionado.

—¡Oh no! — Me levantó y me acogió entre sus brazos, quemaban como fuego vivo. Creo haber mencionado que yo me derretía como si nada cada vez que Eriol me tocaba. Era como una corriente eléctrica que me traspasaba, me magnetizaba y me atraía hacia él. Autocontrol, Tomoyo—. ¡Bájame!

—¿Te dije alguna vez que me encanta cómo combina el violeta con tus ojos y tu piel?

Pasé saliva.

—Aunque lo mejor es cuando no llevas nada. —Me guiñó el ojo.

—Pero ¿qué le pasa, teniente? —exclamé indignada—. ¡Déjeme bajar!

—No reacciones como si no supieras de qué hablo. El viernes lo dejé pasar, hoy no. Sé muy bien que te acuerdas de mí. Te tuve desnuda en mis brazos.

—¿¡Qué!?

—No lo niegues, Tomoyo.

Frunciendo los labios, aparté la mirada, negándome a darle pruebas del caos que sentía por dentro.

Sí, claro que me acordaba, pero él no tenía por qué mencionarlo. Aunque eso demostraba que me tenía muy presente a pesar del tiempo... ¿será que habrá sentido lo mismo que yo? ¿o se estaba aprovechando de mi vulnerabilidad?¡¿Y por qué me estaba llevando cargada hacia el teleférico?!

Gruñí.

Bajamos en silencio. La pareja que nos acompañaba sí iba abrazada y seguramente feliz de haber llegado a la cima y haber visto todo el skyline de Tokio. Era una bonita vista, impresionante cuando el día estaba soleado pues el majestuoso Monte Fuji podía verse a lo lejos, en el horizonte. Y hoy fue uno de esos días...

Cuando llegamos a la parte baja, quise salir disparada pero el punzante dolor me recordó que no podía, que tendría que estar a la merced del presuntuoso–e–idiota– teniente Hiragisawa.

—Vamos a cambiarte y luego iremos a la clínica —afirmó.

—¡Pero tengo mi cita en las aguas termales!

—No en ese estado, Bonita.

Inflé los cachetes y adopté la pose de una niña engreída. No me culpen tampoco, pero era hija única de un matrimonio espectacular, que siempre me había mimado y aunque mis ataques estilo Daidouji eran pocos, a veces sí, parecía muy infantil.

Y al parecer eso le gustaba al teniente Hiragisawa pues volvió a regalarme una sonrisa ladina muy seductora mientras me alzaba otra vez en sus brazos. El calor de su cuerpo no se iba, estaba ahí y su aroma seguía intacto y ya no pude hacer nada, solo dejarme llevar por él y su atractivo voraz.

Atrás quedó mi reserva en el Onsen de aguas termales y mi recorrido por las ruinas del Castillo Takiyama. Mi maravilloso fin de semana se había visto obstruido por un tobillo adolorido y un detective, arrogante y vanidoso; idiota y arrebatadoramente sexy.

Y bien, ¿a estas alturas les quedaba alguna duda? Pues déjenme decirles: Eriol S. Hiragisawa era puro atractivo sexual.

.

.

—¿Crees que esto funcione? —pregunté sin quitar la mirada a mi tobillo. Mientras más pasaba el tiempo, más dolor sentía y lo veía más hinchado. Sólo rogaba que las pastillas hicieran efecto y estar lista para mañana.

—Si seguimos las instrucciones, claro que sí —me respondió Eriol sin desviar su mirada de la carretera. En vez de ir al hotel, decidió manejar hasta el hospital, tomando la ruta alterna, que era, dada la casualidad, más rápida si salíamos de la misma Estación Takao. Por más que quise disuadirlo, alegando que su coche se quedaría en custodia del hotel, no logré más que una carcajada por parte de él; pues resultaba que había venido hasta aquí en un remisse. O era muy hábil o muy idiota. Asumí que era lo primero porque, a estas alturas, no tenía duda alguna que él sabía lo frágil que era minar mis defensas con sólo tocarme.

La doctora Sasaki fue muy amable, me indicó reposo absoluto, sumergir la zona afectada en agua helada por veinte minutos cada cuatro horas y una pomadita a base de árnica para disminuir la hinchazón. Como tenía que actuar al día siguiente, me sugirió utilizar un calcetín de compresión durante la función y luego repetir las indicaciones hasta por cinco días. Me sentí más tranquila y no tuve que llamar a Sakura para contarle. Ya se lo diría en la noche.

—Venga, vamos a tomar desayuno, uno como Dios manda. —Volvió a cargarme como si fuéramos una pareja de recién casados y entramos así a una bonita cafetería tradicional, de aquellas que te transportaban al Japón antiguo. Yo me moría de vergüenza, sobre todo cuando los camareros nos miraban como si fuéramos en realidad una pareja de recién casados, ¡Por Dios! De eso, jamás.

Tomamos asiento en una pintoresca mesita para dos, al frente de un ventanal por el cual se podía observar los exteriores, un campo lleno de flores de cerezo.

—¿Salmón yakijake?

Asintiendo lentamente, aparté la mirada y elegí en su lugar centrarla en los niños que jugaban en la terraza mientras reían estruendosamente. La última vez que salimos juntos, habíamos ido al parque acuático y él me comentó que le gustaría tener niños antes de cumplir los treinta y cinco para poder jugar con ellos. Le faltaban dos años y no sabría si seguía con la misma opinión... pero, ¿por qué estaba recordando esto? ¿Y por qué mi corazón dio un salto? ¡Traidor!

Realmente me estaba afectando permanecer tanto tiempo con él, pero debía reconocer también que se había ganado un par de créditos al ayudarme y mostrar su preocupación por mí.

—Y bien, ahora sí podrás responder mis preguntas.

—Bien, Sherlock, ¿qué quieres saber?

—¿Has tenido algún problema con alguien del teatro? Digo, en los últimos meses, ¿alguna riña o malentendido con el director u otro actor?

Alcé una ceja y decidí examinarlo con pereza. ¿En verdad me preguntaba eso? ¡Cómo si no me conociera! Y así decía que me había tenido desnuda, ¡Ja! Ahora pondría en tela de juicio aquello.

—Me podrías haber preguntado esto por teléfono —dije finalmente—. No creo que sea difícil para ti, ubicar mi nuevo número —observé, con tono mordaz.

Le di un largo sorbo a mi café.

—¿Y perderme este bello paisaje que tengo al frente? —movió ambas cejas hacia arriba, coqueto–. ¡Jamás!

De pronto, el sonido de su iPhone nos alertó de una llamada entrante. Él vio la pantalla y se agestó de inmediato. ¿Quién podría ser? ¿Tenía alguna novia encubierta? ¡¿Sería capaz de engañarme?! ¡Dios Santo! Dudó un par de segundos en contestar, quizá quería privacidad, pero estando conmigo al lado, eso no habría. Cuando alguien quiere conquistar a una chica, debe mostrar sus mejores armas y una de ellas es saber quién tiene la prioridad y darle su lugar.

A no ser que sea una emergencia... Como anunciaron sus pupilas dilatadas.

—Hiragisawa —lo oí decir con voz severa, dando pase a un silencio perturbador, inquietante, ¿qué carajos estaba pasando? —¡No te muevas de ahí, Li! Llama a Terada. Necesitamos un análisis del ADN encontrado —hizo otra pausa—. Sí, urgente.

Y colgó.

—¿Qué pasó? —quise saber, angustiada, pero él me respondió con otra pregunta:

—¿Dejaste la alarma encendida?

—Sí, creo que sí, ¿por qué?

—Alguien la desactivó entonces.

—¡¿Qué?! ¿De qué hablas?

Exhaló el aire contenido. Eso no podía ser nada bueno.

Una punzada terrible se instaló en mi pecho, preparándome para lo peor.

—Han intentado robar en tu casa. No sabemos qué buscaban, pero ya está mi gente ahí. Al parecer hay restos de pólvora también.

.

.

Notas:
¡Muchas gracias por leer hasta aquí! ;)

Siempre he sido fiel creyente que Eriol y Tomoyo serían una pareja ideal. ñ_ñ Y a pesar que CLAMP nos cambió el rumbo, ¡felizmente tenemos los fanfics!

Estoy muy contenta de participar en este Proyecto A.S.M.A. (Acción, sabor, magia y amor) y de haber compartido con WonderGrinch y GabyJaeger . ¡No dejen de leer sus historias! Seguro que les gustará ;)

Agradezco a Wrdkiki por permitir que utilicemos su arte para nuestros banners y portadas. =) Además, un especial mención al anime Mr love Queen choice, que tiene unos personajes bellos que permitieron hacer mi portada con un Eriol más grande.

El próximo capítulo será dentro de dos días. ;) 

Un abrazo,
Lu.

P.D. Estaré esperando sus comentarios, dudas, sugerencias o tomatazos o lo que deseen. Leerlas siempre es bonito, me dan mucho ánimo.

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