Capítulo 2

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Disclaimer: los personajes no me pertenecen, son de CLAMP, yo sólo juego con ellos.

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El juego del amor

| The Game of Love |

#2

~Tomoyo

—¡Les dije que alguien vigilaba mi casa! —exclamé sintiendo aún la piel de gallina. El teniente Hiragisawa no me miró, pero pude notar la presión que ejercía sobre el volante, era tan fuerte que sus nudillos se habían tornado de un color carmesí.

Su beeper no dejaba de sonar y eso lo perturbaba. Manejó como un loco, se pasó el semáforo dos veces y tuvo suerte que no había nadie en la Calle Dorada un domingo al mediodía. Aquella avenida era la más concurrida de Tokio por su alameda de Ginkgos dorados y siempre había un par de policías vigilando cada doscientos metros.

Atravesó Shinjuku en diez minutos y sin mirar el GPS ni una vez, llegó a mi barrio. No debía sorprenderme, era poli y seguro que antes de ir a buscarme al monte Takao, había venido a verme.

Se detuvo a una cuadra de mi casa, en el frontis de los señores Yamato y me ayudó a bajar del auto. No entendía por qué estábamos lejos hasta que lo vi, hasta que estuve al frente de la escena más bizarra que haya podido observar: mi bonita casa de diseño, estaba hecha un caos, rodeada de coches patrulla, policías y cintas de seguridad... Aquellas desagradables y terribles tiras amarillas que sólo me traían malos recuerdos de cuando era niña.

¡Mierda!

Y ahí fue cuando caí de bruces al piso, cuando la realidad me asaltó y me golpeó rotundamente. ¿Qué había pasado realmente?¡¿Por qué tantos policías si había sido un simple robo?!

Ante mi nerviosismo, Eriol me tomó de la mano, se había mostrado muy reservado durante todo el trayecto y solo me había explicado lo mínimo; sin embargo, su rostro era de entera preocupación, como si sintiera lo que yo sentía, como si los malhechores se hubiesen metido con él y no conmigo, y eso me reconfortó a tal punto que sentí que no estaba sola... al menos no por el momento.

—Hiragisawa —le saludó el mismo oficial de ayer, el de cabello castaño, solo que ahora estaba vestido de civil y casi irreconocible pues tenía el pelo desordenado y una libreta entre sus manos.

—Tomoyo, este es el sargento Li Syaoran, quien me avisó del robo. —Lo miré y correspondí a su saludo formal inclinando la cabeza—. Li, la señorita Daidouji.

—Mucho gusto.

—El placer es mío.

—Y bien, ¿qué lograron recabar? —Adoptó una seriedad escalofriante.

—Cuando llegamos no encontramos rastros del ladrón, ni tampoco estaba forzada la entrada; lo que es extraño pues la alarma sonó dando aviso de la irrupción. —Hizo una pausa—. Terada llegó hace diez minutos, inspeccionó la parte trasera y se percató que la puerta estaba abierta.

—Imposible —me apresuré a decir—. Siempre que salgo, cierro todas las puertas con llave y confimo que la alarma esté activada.

—No existe, entonces, la posibilidad de que usted se haya olvidado de...

—Jamás —respondí sin titubeos. Él asintió y tomó nota. Ahora que lo veía mejor, tenía un bonito perfil, que, conjuntamente con sus ojos ámbar, lo hacían un hombre atractivo.

—Creo que —habló Eriol—, alguien, que conoce la casa y que estuvo vigilando a Tomoyo de cerca, pudo manipular la alarma para revisar a su antojo y luego la activó, justo antes de salir y darse a la fuga.

—Entonces, el ladrón quiso confundirnos. —Eriol asintió—. Lo raro, teniente, es que no se llevó nada.

Hubo un breve silencio, intercambiaron miradas sospechosas.

A mi también me pareció rarísimo que no se hubieran llevado ni el televisor ni la laptop, ni nada de la Sala de Cinema... ¿Quién no quisiera un equipo de grabación y fotografía de última generación? Podría venderlo en el mercado negro a un muy buen precio. Un momento... ¿Alguien que conociera mi casa? ¿Alguien que tuviera una copia de la llave y entrara sigilosamente? ¿¡Pero quién!? Y lo peor ¿para qué?

Si no era un robo, entonces...

—¡Oh Dios! Venían por mí, ¿cierto? —pregunté, nerviosa.

Su silencio fue peor que mil palabras. Por desgracia, ciertas cosas son decididamente demasiado evidentes como para ignorarlas y la verdad acabó por penetrar en mi carrusel mental.

—¿Quisieron secuestrarme? O... —me tapé la boca horrorizada—. ¡Querían matarme! ¿No es cierto? ¡Querían matarme!

Grité tan fuerte que los peritos que tomaban fotografías levantaron la cabeza y me miraron.

—Tranquila, Tomoyo. —Con dulzura, Eriol se me acercó y me abrazó, transmitiendo su calor—. Respira.

Me empezó a sonar un silbido en los oídos y supe que estaba a punto de desplomarme.

—Todo estará bien, Bonita —susurró en mi oído.

No. No podría calmarme. Jamás había vivido una experiencia como ésta. Las piezas de teatro que interpretaba estaban cargadas de drama y comedia; musicales al estilo Broadway con todo el glamour y la magia, e incluso del escepticismo de los leyendas modernas... obras que las llevaba en mi piel y mi alma, y que habían generado en mí cientos de sensaciones.

Pero jamás había vivido algo así, como lo que estaba viviendo. Ni mis mejores armas de actuación podrían haberme preparado para enfrentarme ante el peligro y el miedo. ¡Podría haber estado en las manos de un asesino!

—Registro completo, teniente —dijo una voz que no conocía—. El agente Terada quiere hablar con usted.

—Ahora mismo —respondió.

Tuve náuseas.

No noté cuando otro oficial me llevó hasta el auto. Realmente estaba aturdida y demasiado atontada para reaccionar; no fue hasta que un aire frío me dio en la cara y tuve la necesidad de abrazarme para darme calor, que me percaté que estaba sentada en el asiento delantero de un coche patrulla muriéndome de una terciana por el aire acondicionado. Cuanto tiempo estuve allí, no lo sabía; ni tenía energía para apagar el aparato o bajar del auto, sólo el miedo y el pánico eran los únicos dueños de mí.

Al cabo de un rato Eriol se acercó y abrió la puerta. Me encontró acurrucada y de seguro sucumbió a mi mirada de corderito porque sin pensarlo dos veces, se quitó la chaqueta y se inclinó hacia adentro para abrigarme con ella. La tela estaba tibia por el calor de su cuerpo y fue una alegría sentirlo, más porque aquel acto me transmitió ternura y protección; y aunque me hiciera la difícil, era lo que necesitaba. Me arropé con ella y decidí escuchar con cautela lo que tenía que decirme.

—Ya coordiné todo. Yamazaki va a identificar el rastro de calzado que encontró en la parte trasera y Terada procesará el ADN encontrado, además hará un levantamiento de todas las superficies en las que hayan podido dejar huellas —puntualizó, pero su expresión no era tan esperanzadora—. Si son inexpertos, no dudo que encontraremos alguna evidencia que los incrimine.

Tragué en seco y empecé a morderme los labios.

—Toma, te traje esto —sacó de su bolsillo un paquetito dorado, lo abrí y encontré dos trufas de chocolate de mi marca favorita. Abrí los ojos y lo miré de inmediato—. Pensaba dártelo en el hotel, recuerdo que te gustaban mucho. Y en estas circunstancias, te hará bien.

¡Wow! ¡Esto ya era surrealista! ¿Cómo podía recordar aquellos detalles? Bueno, no era que yo no recordara cómo le gustaba el té inglés, con una cucharadita de azúcar ni tampoco la extraña combinación de salsa teriyaki con salmón... ¡Ok, Tomoyo, detente! Lo que sí debo decir, es que, en aquel momento me sentí realmente reconfortada, ojalá que así de fácil fuera olvidar que había estado a punto de ser secuestrada, o peor aún, asesinada.

—¿Hasta cuándo podré entrar a mi casa? —pregunté saboreando la intensidad del cacao. Como decía mi mamá: "a falta de amor, chocolate" y estaba haciendo efecto. El chocolate bitter siempre me brindaba tranquilidad. Antes de iniciar una función, no podía olvidar un bombón o una trufa de Bruyerre para calmar mi ansiedad.

—Un par de días, hasta que termine la diligencia.

—Necesito estar en mi casa —exhalé pesadamente.

—Créeme cariño, el peor lugar donde puedes estar ahora es justamente éste.

No respondí. Realmente quería olvidar todo, que fuese una pesadilla, un sueño; abrir los ojos y despertar en el Monte Takao, en las aguas termales o en mi dormitorio... ¡Eso! Necesitaba mi cama, una ducha, un buen libro y dormir.

—Sé que estás resentida por lo que pasó entre nosotros —dijo de pronto.

No le hice caso. Preferí jugar con mi iWatch y masticar silenciosamente una segunda trufa, estaba rellena de manjar.

—Tomoyo... —Con su dedo, levantó mi mentón y me instó a verlo—. Déjame cuidarte, Bonita. Vamos a mi departamento, te quedarás conmigo.

—¿Ah? —¿acaso estaba loco?—. No, gracias. Tengo buenas amigas que me dejaran quedar con ellas o en su defecto, iré a un hotel. —Tenía que estar en un lugar neutro, no podía de buenas a primeras irme con el niño a casa—. Además, pueden deducir que estoy contigo, pueden indagar en el pasado y...

—Y nada. Iremos a mi casa. No podrán dar conmigo, no sabrán con cuál de todos los policías estás, y tampoco podrán encontrar mi teléfono, no figura en la guía y te aseguro que nadie en el departamento daría información sobre mí u otro agente.

—¿Cómo sé que puedo confiar en ti? —Lo miré otra vez, ya con mejor ánimo.

—Porque soy el único que puede protegerte —finalizó con una profunda mirada color océano que te transmitía mil cosas, una de ellas, la sólida certeza de que cumpliría su palabra.

Suspiré. Cuando Eriol Hiragisawa te observaba así, no podías negarle nada. ¿Y yo? No es que dejara de odiarlo, pero de alguna forma, mi corazón y mi mente se pusieron de acuerdo por una sola vez para decirme que él podría realmente cuidarme. Traicioneros. Aunque, esta fugaz decisión podría deberse también al efecto del chocolate en mí, estaba segura que mis niveles de triptófano y serotonina se habían elevado.

—De todos modos, tengo que sacar unas cuantas cosas de aquí.

—Te compro lo que quieras, pero nos vamos ya, ¿sí? —dijo, cogiéndome la cara con las dos manos y rozándome los labios con el pulgar. Desbloqueó mis defensas una vez más.

—¿Así sean mis pantuflas de unicornio?

—¿Qué? —me miró aturdido, como si le hablara en otro idioma, yo seguía circunspecta—, bueno, sí. Hasta tus pantuflas de unicornios.

—¿Y mis croquetas de jamón y queso?

Entonces rió y con su exquisita y devastadora sonrisa ladina me respondió, fue un gesto que llegó hasta mi corazón.

—Si. Hasta tus croquetas de jamón y queso.

Sonreí internamente. Me bajó un alivio tan grande y una ternura increíble ¡que podría haberlo besado!

¿¡Qué me estaba pasando!?

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✨✨✨✨✨✨✨

—Te dije que no combinaba el animal print con las rayas —le reclamé ni bien ingresamos a la sala. La recordaba igual, amplia, moderna pero acogedora, con una bonita terraza americana y una excelente vista a la Torre de Tokyo; pero también recordaba esos horribles cojines a rayas que le quitaba personalidad—. Para que soluciones esto, necesitas comprar nuevos muebles, unos de color granate.

—Ahora sí que lo recuerdas —rió—. Pensé que también te habías olvidado de eso.

Rodé los ojos. Prendió el resto de las luces con el codo y con mucha sutileza me dejó sentada en el sofá para salir hacia la cochera. Al cabo de un rato, regresó con mi maletín deportivo y dos bolsas con las compras del supermercado. Y no, no compré mis pantuflas de unicornio, pero sí unas riquísimas croquetas de jamón y queso. Para Eriol, eso debía de combinar con un Cabernet, sin embargo, yo escogí un Pinot Noir. Regla número tres: el vino sí es importante y la chica debe elegirlo.

—¡¿Qué crees que estás haciendo?! —Estaba parada a mitad de la salita, tratando de llegar a mi bolso. Para mi tobillo era una misión suicida, la lidocaína ya no funcionaba conmigo, y aunque me dolía horrores, realmente quería llamar a Sakura.

—Voy a llamar a mi prima —contesté con naturalidad.

—No puedes hablar con nadie sobre esto —señaló con seriedad—. La policía lo está manejando con prudencia. Y más, siendo tú, tan reconocida en Japón.

—¡Ja! Esas bonitas cintas amarillas llamarán la atención de todo el barrio, teniente —refuté mordaz—. Es cuestión de horas que salga en los noticieros.

Sin dejar de sonreír triunfante, seguí en mi fiel misión de llegar hasta la silla del comedor y sacar mi celular, pero sus brazos me rodearon y me levantaron en el aire.

—Tengo que cambiarte la venda y aplicar el ungüento. —Su voz sonó a reprimenda—. Venga, vamos a la ducha.

—¿Qué? ¡No! —me removí en sus brazos y su mirada se deslizó por todo mi cuerpo—. ¡No lo haré!

Sin embargo, nada funcionó, todo él ejercía poder sobre mí... su piel, su aliento, sus labios, sus tan delineados labios que cada vez que los movía, me hipnotizaba. Aunque me negara a reconocerlo, el calor de su cuerpo se seguía sintiendo como en casa. Entramos a su dormitorio, me depositó en la cama con cuidado y volvió a insistir en que me bañara. Lo haría, claro, pero sola. Jamás con él. ¡O dejaba de ser una Daidouji!

—Con su permiso, señorita, pero yo sí acostumbro a bañarme después de hacer ejercicio o llegar del trabajo.

Y se metió al baño. ¡Qué abusivo y antipático! Dos cargos más a mi lista de denuncias contra él.

Cuando salió, veinte minutos después, decidí encararlo, sin embargo... el aire se me atascó en la garganta. Estaba desnudo de la cintura para arriba. Me quedé mirando su espalda fibrosa y sus brazos musculosos, la profunda marca de la columna y la ligera hendidura en ambos lados, justo por encima de la toalla que lo cubría y el corazón volvió a darme un vuelco. Su figura parecía cincelada a mano, como un David posmoderno, una copia exacta del de Miguel Angel o Bernini.

―¿Estás bien? ―preguntó, alzando una ceja con mucha picardía.

—Sí —afirmé; de pronto, me sentí como la mantequilla derretida en una tostada caliente. ¿Ya mencioné que sus largas pestañas formaban una curva perfecta? Despierta, Tomoyo—. Ah no. No lo estoy —me crucé de brazos.

—¿No? —se me acercó lentamente.

—Quiero llamar a Sakura y no me dejas hacerlo —seguía sin hacerme caso, él caminaba hacia mí como un león a punto de atacar—. ¿Siempre eres así de abusivo?

—¿Abusivo? —preguntó, imitando un trueno a la perfección.

Y presumido, arrogante y...

—¿Le parezco abusivo, señora Daidouji? —susurró en mis labios. Tragué en seco por la sensualidad que exhibió su tono de voz y tuve que hacer presión en los músculos de mi entrepierna para calmar mi deseo. Estaba inclinada sobre la cama y él a centímetros mío, que, si dejaba caer la toalla, no creía poder resistir más... Madre mía. Este hombre estaba caliente.

Sus ojos eran fuego líquido.

Pon atención, Tomoyo. Sino dejarás de ser una Daidouji.

—Sí, lo es. El sargento Li estaba de franco y le hiciste ir a mi casa. No respetas ni a tu gente, ¿cierto?

—¡¿Qué?! —se extrañó tanto que se retiró—. ¿Por qué lo dices?

—Por la ropa, naturalmente. No estaba vestido como poli. Todo lo contrario.

—Para ser actriz, te falta imaginación o ¿juegas a ser poco o nada convincente?

Arqueé una ceja, molesta. La dureza de sus ojos era realmente excitante, más para un oficial como él.

—Li estaba encubierto, sabes que hacemos eso ¿no? Te lo expliqué hace dos años.

—Podría haberme olvidado hace dos años —respondí mordaz.

—No lo creo, fue así como nos conocimos. Aquella vez en el gimnasio, no tenías ni la más mínima idea de que estaba en plena misión —volvió a acercarse—, estuvimos igual o casi igual de condiciones. Tú con ese top violeta y yo...

Sí... con el torso desnudo, tal cual estaba. Nos presentó su hermana Emma mientras él hacía una secuencia de Hammer curl de bíceps. Su espalda perfecta y las pequeñas gotitas de sudor que perlaban su pecho mientras ejercía una flexión deliciosa con sus brazos, me hicieron vibrar, así que no dudé en aceptar una cita en la segunda vez que nos vimos. Yo no era tan famosa por aquel tiempo, recién empezaba y disfrutábamos muchísimo nuestras andanzas por Tokio... hasta que él decidió irse sin ninguna explicación.

Y claro, dejando mi corazón hecho trizas.

—Olvídalo.

Caminó hacia su clóset y empezó a buscar en sus cajones. Encontró lo que quiso con rapidez porque... ¡el muy sinvergüenza se empezó a vestir delante mío! ¡Por Dios! Si sus brazos eran un deleite a la vista, sus piernas y muslos eran una apología a la perfección, ¿qué no podría hacer con ese cuerpo? La sangre se me subió a la cabeza y me dieron ganas de montarme en él y ocuparme del asunto.

—¿Te suena el nombre de Akiho Shinomoto?

—¿Akiho? —parpadeé, no me había dado cuenta que Eriol observaba su celular. En mi mundo, mi corazón aun latía como loco por la forma en que se desnudó—. No... no realmente.

Se mantuvo callado, con el ceño fruncido.

—Es ella —puntualizó, enseñándome una foto de su whattsap. Era una chica joven, no más de veinte años, con cabello castaño oscuro y grandes ojos azules.

—Ah sí, claro. Ya la recuerdo. En cada una de las funciones siempre la he visto en las primeras filas. Y una vez me regaló mis flores favoritas. Lo recuerdo bien porque ese mismo día recibí este collar. —Le señalé la bonita joya que colgaba de mi pecho, la piedra era hermosa, de un amarillo intenso como las astromelias.

—Mmmm... Osea que es tu fan.

—No lo sé... supongo, ¿por qué me preguntas? ¿Qué pasó con ella?

Agudizó sus facciones.

—Es nuestra sospechosa. Dos de las huellas halladas en el manubrio de la puerta trasera son de ella, sólo que... —ladeó la cabeza.

—Dilo de una vez.

—La imagen que aparece en AFIS es distinta, mírala.

—Pero ¡¿qué es esto?!

Mierda. La mujer de la foto tenía las mismas facciones de la tal Akiho, salvo por el cabello rubio y los dos rizos que colgaban a cada lado de su rostro. ¿Era su gemela? ¿Su hermana? Lo que fuere, Eriol ya se estaba encargando de conseguir para, a primera hora, una orden de detención por parte del fiscal. Aún faltaba analizar más pruebas, claro, pero esa evidencia era para mí suficiente para saber que esa chiquilla había sido la causante de todo esto. Si no era Mitsuki, era la tal Akiho, ¡¿acaso no podían existir personas más mustias que esas dos?! Su único propósito era malograr mi día.

Y no se lo iba a permitir, claro que no.

.

.

Cuando desperté, la habitación tenía un aroma a vainilla y café. Al parecer el señor presumido se había despertado temprano y había hecho el desayuno. Anoche, después de cenar, Eriol se portó como todo un caballero, no había intentado nada conmigo y sugirió dormir en la habitación de huéspedes, lo que me ayudó a tener por fin un momento a solas, el cual aproveché muy bien para llamar a Sakura y contarle lo ocurrido.

Tomé una ducha y decidí alistarme. Faltaban varias horas para el mediodía, pero quería estar lista para cuando llegara Eriol a recogerme e ir juntos al teatro. Fue un pedido expreso de él, no quería que ni el chofer me recogiera y yo no pude protestar porque aún no podía manejar. Tampoco es que tuviera un dolor terrible, pues las pastillas y la pomadita me ayudaron mucho, pero... dejarme mimar era mi pasión y si él quería hacerlo, ¿por qué no?

Cuando ingresé a la cocina, ¡Oh, Dios! Había una notita en la encimera al lado de ¡un jugo de naranja! Totalmente emocionada, me acerqué y lo que leí me arrebató una sonrisa: «Espero esté a su altura, señorita Daidouji». ¡Y me saltó el corazón! Su pulcra caligrafía no parecía de poli, menos de un gruñón; todo lo contrario, era bonita y de trazos definidos.

Contenta por mi jugo, lo acompañé con un par de tostadas y yogurt griego con hojuelas de avena. Tampoco podría abandonar mis hábitos saludables, así una asesina estuviera detrás de mí. Además, un buen desayuno me mantendría alerta durante todo el día y libre de malos pensamientos.

—¿Lista? —Asentí una hora después, mientras veía televisión, un especial de Home and Health—. Un minuto.

Bien, el teniente había llegado puntual, pero yo no me sentía tan lista pues toda mi ropa estaba en mi casa y sólo cargaba con unos vaqueros y una camiseta azul sencilla. Felizmente tenía mis gafas de sol Calvin Klein, un brazalete de perlas divino y la fastuosa joya amarilla que resaltaba en la tela.

Algo decente para ir a un ensayo.

En cambio, él... ¡Dios! Cuando lo vi ingresar a la cocina, bajo la tenue luz del corredor, me quedé sin aliento, con el corazón desbocado por la impresión de verlo tan hermoso e imponente frente a mí. La piel de su rostro, pálida, en perfecto contraste con el color de su corbata y de sus ojos, hizo que nacieran en mí unas ansias por besarlo, arrinconarlo contra la pared y no dejarlo escapar hasta el día siguiente. ¿¡Qué me estaba pasando!?

Mi boca debió dibujar una "o" gigantesca porque el muy coqueto no dejaba de mirarme tras las gafas. No llevaba su típico uniforme, no, portaba un elegantísimo terno azul noche.

—No creías que iría con mezclillas, ¿no?

—Ni pensé que asistirías a la función —solté.

—¿Y dejarte en manos de otra loca fan tuya? ¡Imposible!

Rodé los ojos. Ya le había dicho que esa mujer no podía ser fan mía. De eso, muerta.

Durante el trayecto me contó lo que descubrió en la estación de policía y cómo eso afectó a su plan inicial. Primero, la susodicha parecía un fantasma, no solo por su look distinto sino porque era inubicable. No había rastros de ella en la dirección que figuraba en su carnet de identidad, ni nadie en su barrio la reconocía con el cabello oscuro...

Segundo, el fiscal adjunto de crimen organizado se había interesado en el caso y quería dar con el responsable antes que mi teniente presumido. ¡Y para qué mencionarlo! Ese hombre tenía una vena competitiva y un vocabulario magnífico que logró convencer a Iwasaki de conseguir una orden de allanamiento por delito flagrante en cuestión de horas. Eso, o hacía trampas, al final no me importaba, yo sólo quería que atraparan a la tipa esa.

—Vamos, Bonita. Es la hora decisiva —me tendió la mano y me hizo descender del auto con sumo cuidado.

El Nuevo Teatro Nacional de Shibuya se encontraba a exactamente treinta minutos en auto desde el departamento de Eriol. Era un lugar ejemplar por su diseño acústico y arquitectónico contemporáneo y yo amaba tener que actuar aquí y no en Chiyoda.

Cuando llegamos, Sakura ya estaba esperándome, muy inquieta. Ni bien me vio ingresar con Eriol, sus ojos verdes brillaron y se emocionaron por mil y eso que no había hablado mucho de él ni tampoco le había dicho que el niño me había comprado mis croquetas de jamón y queso y ¡me había hecho un zumo de naranja!

—¿Trajiste lo que te pedí? —le pregunté después de que Eriol nos dejó solas, en búsqueda del administrador y el jefe de seguridad.

—Sí, todo está en mi auto. —Movió su cabellera castaña a ambos lados y cuando no vio a nadie cerca me preguntó con voz baja—: ¿Ahora si me contarás todo sobre el inspector sexy?

—No hay nada que contar.

—¡Pero sí te miró con una dulzura entrañable antes de irse!

Esbocé una media sonrisa y traté por todos los medios de que el rubor no empañase mis mejillas.

Fue en vano.

.

.

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✨✨✨✨✨✨✨

Supe el momento en que Eriol nos notó, porque su voz se fue apagando. Me esperaba en la puerta de mi camerino mientras conversaba con el agente Li, quien vestía un elegante traje negro, sin corbata. Sakura sonrió nuevamente al verlo y finalmente logró presentarse con él.

—¿Cómo estás, Bonita? —me preguntó mi ojiazul, abriéndome la puerta, como buen caballero inglés.

—Bien, un poco adolorida —hice una mueca—, pero puedo apañármelas.

Ni bien tomé asiento, Eriol se arrodilló y con su tacto sutil, me sacó la compresa para examinar mi tobillo. Fue un gesto tan dulce que derrumbó mis defensas. Me sentí especial. ¡Quise darle un beso!

Como tenía una hora de descanso entre funciones, aproveché para descansar y colocar hielo en mi tobillo. No crean que la media compresora no hizo su trabajo, claro que sí, pero actuar en comedia musical era estar en constante movimiento y ya lo notaba inflamado.

—Hemos desplegado media docena de hombres en los alrededores del teatro y un par de infiltrados entre el gentío —dijo minutos después, acomodándose los lentes. Su tono fue serio.

—¿Crees que funcione?

—Debería. Es una aficionada que no tiene idea de que la estamos buscando, así que... —lancé un sonoro gruñido de protesta, esa loca no podría ser fan mía, ¡en la vida! Eriol entrecerró los ojos—. Tomoyo, es el estreno de la obra y todo aquel que se diga fan, no puede dejar pasar una oportunidad así.

Dudé un poco.

En mi cabeza no cabía razón del porqué una fan quería atentar contra mí.

—Si vemos algún indicio o algo que nos llame la atención, la podríamos reducir en dos segundos —acotó Li—. Así que descuide, señorita Daidouji, desde cualquier ángulo, usted está segura.

—Además, en el vestíbulo, hemos colocado un lector biométrico. Sabremos a qué hora ingresó.

—¡Wow! ¡Me siento en un episodio de CSI! —exclamó Sakura llamando la atención de todos, en especial del joven Li. Ella se ruborizó de inmediato y quiso balbucear una disculpa—. No fue mi intención...

Li siguió observándola con extrañeza y algo más... algo que yo pude reconocer.

Los chicos continuaron brindándonos detalles sobre el plan y, en un par de veces, cuando la pantalla de sus celulares se iluminaba, vi que intercambiaban miradas sospechosas. Presentía que había algo más, que me ocultaban información, pero ¿qué? ¿Qué más podría esperar de todo esto?

Mi respuesta la obtuve cerca de las diez de la noche, cuando las dos funciones de estreno acabaron y estaba sentada en el asiento de copiloto del auto de Eriol: no había rastros de la tal Akiho Shinomoto. Seguía siendo un fantasma... era como el agua que se escurría entre tus dedos... ¿acaso, ya se había enterado del operativo? Si fuera así, ¿quién sería su cómplice?

—Alguien que esté dentro de la policía —musité con un hilo de voz, tuve que llevarme una mano al pecho. Demonios.

—No... no hay motivo. —Tomó aire—, pero dime, ¿no hay nadie que pueda tramar una venganza en tu contra? —me miró de soslayo—, sé sincera.

—¡Soy sincera! ¿Por qué no me crees?

Idiota.

—Te creo, lo... ¡Mierda!

—¡No!

La pista vibró y el retumbar de los motores encendidos fue atroz.

Un par de autos pasaron por nuestro costado, totalmente descontrolados, fuera de sí, zigzagueando en la pista y acelerando como si fueran extraídos de la película Rápidos y furiosos.

Atrás un tercero obligó a Eriol a voltear el timón a la derecha y luego a la izquierda con rapidez. Sus buenos reflejos no permitieron que saliéramos desbocados de la pista, pero el chillido agudo de las llantas fue tremendo que me asustó y pensé que moriría en ese instante.

—Pero ¡¿qué les pasa?! —grité, aun con el corazón descolocado. Nunca Tokio me había parecido tan funesto.

—¡Estúpidos! —bramó y tomó la radio de su coche—: Código 1, 10-15, ¡urgente! Envíen unidades a Minato, altura del colegio Nishimachi, con rumbo a la 105, repito (...)

A los cinco minutos estuvimos en su departamento y esta vez sus ojos mostraban algo más. No me dejó en la sala, me llevó directamente al cuarto.

Si no era en mi casa, podía ser en el teatro o en la calle, en cualquier momento podría perder la vida... y eso me escarapeló el cuerpo, temblé de miedo, todo mi mundo se estaba desmoronado, haciéndome sentir vulnerable, pequeñita, alguien insignificante...

—Podrían habernos hecho daño —manifestó.

—Lo sé.

—No, no lo sabes, Tomoyo... —me refutó con un ligero tono de reproche—, prometí cuidarte y te estoy exponiendo al peligro. Si te pasara algo... —se acercó pausadamente a mi rostro y lo acarició con la punta de su nariz para luego darme un besito en la mejilla—, no puedo cometer errores... no.

—No te culpes, Eriol. —Cerré los ojos, sintiendo sus labios en mi piel. Eran electrizantes.

—Sé que te lastimé y sé también que no debería insistir, pero soy incapaz ya de mantenerme lejos de ti confesó con voz dulce.

Entonces me regaló aquella mirada imposible de rechazar, aquella que exponía todos sus miedos y anhelos, aquella que reflejaba el profundo cariño que sentía por mí, aquella que activó todos mis sentidos de pertenencia que pedía a gritos disiparse en el aire para al menos rozar su inaudita piel en un suspiro.

Otra ráfaga suave de calor se impuso en mi rostro, haciendo que mis piernas flaquearan. Lo tenía a milímetros, podía aún percibir su aliento a menta y chocolate, y lejos de rehusarme, quise con todas mis fuerzas, dejarme arrastrar por él...

—No te olvidé en estos dos años y sé que tú tampoco —susurró, erizándome la piel.

Quise articular una respuesta, quise negarme y decirle que no...

Que no lo había olvidado, que aún recordaba su tacto en mí, pero su cuerpo y sus labios no esperaron a nada y engañaron a mis sentidos, confundiéndolos con las ansias del placer.

Me besó.

Y yo le respondí como jamás pensé que lo haría.

Oh, Dios... Me había propuesto no dejar pasar esta ocasión, pero estaba perdiendo la partida. Su sabor, su aroma, su piel... Todo convergía en una melodía sensual y estimulante que hacía que a cada segundo perdiera más la razón.

Como detonante a mi deseo, mordisqueó suavemente mi cuello y trazó un camino ascendente de besos hasta llegar al lóbulo de mi oreja, la cual lamió. Sin duda, él recordaba cada una de mis puntos débiles, aquellos que con su suave boca los activaba al cien por ciento para hacerme vibrar.

Debí prohibirle, negarle mi piel, pero el control y el pudor ya no eran parte de mí, habían desaparecido como una nube volátil, convirtiéndome en prisionera de lo que estaba sintiendo.

—La vida me ha dado otra oportunidad y no quiero perderla, Tomoyo. —Levantó mi mentón y noté sus órbitas oscurecidas; él estaba ardiendo por dentro, pero a su vez, me pedía permiso, solicitaba acceso a mi alma.

Había tanto amor, tanta intensidad... Nunca antes había sido así.

Entonces...

¡A la mierda las convicciones!

Me levantó y me afiancé a su espalda, enrollando mis piernas en su cadera para seguir besándonos furiosamente.

El reconocer que podía haber muerto, que nos podíamos haber estrellado o que alguien intentaba matarme fue nuestro inusual afrodisiaco para desenterrar los más oscuros deseos y sentimientos que pensé se habían apagado hacía dos años.

Con su boca, tentó mi cuello mientras que su mano se deslizaba por el centro de mi cuerpo en busca de los botones de mi blusa, mis pezones se endurecieron a su suave toque dispuestos a todo. Con una sutil rapidez, logró quitarme la prenda dejándola caer por mis brazos. Inclinó la cabeza y succionó a través de la seda de mi brasier. La humedad de su boca provocó que la tela se clavara en mis pezones excitados haciéndome arquear la espalda, ofreciéndole los senos con más convicción para que él los recorriera con los labios y la lengua.

—Había extrañado esto —volvió a susurrar, y me estremecí aún más cuando retornó a su faena, esta vez sin tela de por medio.

¿Cómo era posible aquel grado de conexión tan íntima que tenía con él? Habían pasado dos años y aún no entendía qué efecto tenía este hombre en mí que hacía que desfalleciera en sus brazos y estuviese perdida de deseo por él.

Dejé la superficie de madera para caer en el suave colchón de su dormitorio y ya no quise esperar más, lo apresé con fuerza y lo insté a colocarse encima mío.

Él entendió el mensaje y se desnudó con total prontitud. Debería estar avergonzada por comportarme así, pero me hallaba absorta en una bruma sensual y apasionada donde lo único que me importaba era fundirnos en uno solo y calmar el ardor de mi interior.

Su magnetismo sexual era evidente y el poder de sus ojos me tenía totalmente desinhibida. Me hacía querer más... Pedir más... Necesitar más.

—¡Eriol! —exclamé cuando lo sentí invadir mi interior. Jamás en la vida hubiera podido olvidar esa sensación tan placentera de complementarme con él.

Mi corazón latía furioso y el nudo de placer en mi vientre se estaba convirtiendo en un remolino fortuito de sensaciones excitantes y deliciosas, a punto de explotar.

Eriol rugió frente a mis palpitaciones, me sujetó por las caderas con muchísima más fuerza e intensificó sus penetraciones a la vez que murmuraba una y otra vez mi nombre. ¡Por todos los dioses! Lo recordaba así, apasionado, dulce y demandante.

Largué un fuerte gemido al tanto que una oleada de calor poderosa cubría mi cuerpo entero y daba paso a un maravilloso orgasmo. Era consciente de cómo me contraía en torno a él. Segundos después, se derrumbó sobre mí estremeciendo, tensando sus músculos del cuerpo y explotando en su propio nirvana.

Me sentí indeleblemente marcada por su posesión, supe que desde ese día nunca más volvería a hacer la misma.

—Eso fue maravilloso... —susurró contra mi piel. Se apoyó en mi hombro, nuestras respiraciones fueron regresando a su curso normal mientras aún disfrutaba del erótico hormigueo que provocaba nuestra unión.

Repartió pequeños besos en mi cuello, mi hombro y paulatinamente fue subiendo por mi mentón, por mis mejillas hasta llegar a mi boca, explorándola con delicadeza, con un sentimiento que no podía descifrar.

—Tal como lo recordaba. —Sonreí en sus labios. Todo mi teatro mental de negarme a su seducción se había ido al tacho. Negué con la cabeza y abrí los ojos lentamente.

Sentía la mente extrañamente desconectada al sumergirme en sus pozas brillantes y sólo podía asimilar la vulnerabilidad existente dentro de un hombre que se mostraba firme, rígido y capaz de tener todo bajo control. Nadie podría imaginarse que dentro de ese escudo se ocultaba un halo sensible y sutilmente seductor.

Ante eso, no tuve fuerzas para negarme.

—Quiero contarte algo —dijo, haciendo círculos en mi espalda—. Recibí una llamada de Yamazaki antes de que finalizara la función.

—¡Sospechaba que me escondías algo! me mordí los labios y le lancé un manotazo en su pecho por ocultarme las cosas—. ¿Qué fue? ¿La encontraron?

—No... —Se agestó—, pero sí lograron ingresar a su casa con ayuda del fiscal de turno.

—¡Oh por Dios! ¡Esa mujer es increíble! ¿No les era más fácil ubicarla por su tipo de auto? Debe tener alguna infracción.

—Espera, Tomoyo, ¿de qué auto te refieres?

—Del Honda blanco, con una mancha café al costado, por supuesto.

—¿Q-qué Honda?

—¿Cómo de qué Honda? —Rodé los ojos con cara de aburrida—. Del auto que me estaba siguiendo. Se lo comenté a Iwasaki el día que fui a la comisaría.

—¿Por qué no lo mencionaste antes? —se levantó aturdido.

—Porque se supone que tú, Sherlock, lo sabes todo. Iwasaki te lo escribió en el papel.

—No hizo nada de eso.

—¿Cómo que no lo hizo? ¡Pero si lo repetí un montón de veces! Entonces sí me llamó loca, ¿cierto? —Entrecerré los ojos. ¡Demonios! Sabía que ese viejo me miraba como si tuviera dos cabezas, pero de ahí a realmente llamarme loca...

Un aire tenso se coló en el ambiente desde ese momento, incluso sentí frío y temor, uno que llegó hasta mi corazón cuando Eriol se levantó de la cama para agarrar su celular y hacer una llamada.

Fueron los segundos más largos de la historia. Maldita sea ¡¿cómo no pude darme cuenta antes?! El viernes en su oficina no lo volví a mencionar por dos razones: estaba harta de hacerlo y confié en el viejo canoso, y segundo, el look de Eriol, tan de detective, con aquellos tirantes de cuero y su camisa remangada, me hicieron perder cualquier atisbo de cordura.

—(...) averigua entonces, urgente —colgó la llamada y giró al verme—: Ella no tiene auto, es más no tiene licencia ni ningún permiso especial para conducir.

—¿Entonces quién me está siguiendo? ¡Hay alguien más, Eriol!

En eso, aquel ruido sonó. Aquel ruido que ya no quería escuchar jamás porque siempre traía problemas.

Vio la pantalla de su beeper y volví a tener un mal presentimiento: ¿quién o quiénes eran los del Honda?

Todo estaba foja cero, regresando al punto de partida, desmantelando todo lo averiguado hasta hoy; lo único que sí sabía era que, allá afuera, había alguien que no era Akiho que quería hacerme daño.

—Kyo acaba de enviarme un mensaje, ¿en dónde es, Li? —preguntó a su interlocutor—. Voy para allá —hizo una pausa—. No, ella está conmigo.

Y colgó.

Le tomó un segundo, yo lo miré con preocupación, él destilando terror.

Y tuve nauseas.

Notas:

¡Infinitamente agradecida por sus lindos comentarios! Gracias por acompañarme en esta aventura, más que feliz que les haya gustado este Eriol.

No olviden de revisar los perfiles de WonderGrinch y GabyJaeger para leer sus historias, pertenecientes a este proyecto (A.S.M.A) dedicadas a nuestro personaje favorito.

Un fuerte abrazo,
¡Nos vemos el miércoles!
Lu.

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