Capítulo 4

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Disclaimer: los personajes son de las maravillosas CLAMP, la historia sí es mía.

*Disculpen la tardanza, pero se me complicaron algunas cositas por acá, en casa >.<

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El juego del amor

| The Game of Love |

#4

~Tomoyo

Abrí mis ojos desesperadamente y sentí un golpe en el corazón; quise gritar, pero el aire estaba atorado en mi garganta y mi cabeza me dolía horrores como si una gran mole de cemento hubiese caído sobre mí.

¿Qué mierda había pasado?

Con un estremecimiento casi fatal, mi corazón se encogió al sentir la fría piel de la persona que estaba a mi costado... volteé y lo vi. Era Eriol.

¡Oh por Dios! ¡Y se estaba desangrando!

La impresión de verlo así, con la camisa cubierta de sangre vivida me impactó, me confundió, me llevó a una noción absoluta de la irrealidad... ¿Quién se había atrevido a tanto? ¡¿Por qué?!

Paulatinamente, fui recobrando la consciencia, ya no hiperventilaba y sólo sentía un dolor intenso y punzante en el brazo derecho que era nada a comparación del dolor que sentía al ver a Eriol tirado en el piso, pálido y débil por la pérdida de sangre. ¡Quien quiera que haya sido, quería agarrarlo a golpes!

—Código uno. Oficial herido, repito, oficial herido —escuché decir de pronto—. Señorita Daidouji, por favor, no se levante. —Con extrañeza, aquella voz me causó cierto alivio, un alivio que no duró ni dos segundos porque un estallido de voces y tiros al aire retumbaron en el ambiente, llenando de gritos enérgicos las calles aledañas. La persecución había iniciado.

Ya no me creía capaz de soportar un ataque más.

Con el alma en la boca, cerré los ojos, deseando que todo esto fuera una pesadilla. Ni la incipiente lluvia podía disipar las tinieblas de mi corazón. Nada podría mejorar aquella fatídica escena: casquillos de balas tirados por doquier, alaridos y blasfemias que sonaban lejanos cada vez y Eriol aún sin reaccionar.

El polvo se sostenía en el aire inquieto al igual que el humo de las armas que estaban siendo disparadas.

—¡Yamazaki! ¡Date prisa! —le gritaron al moreno. Velozmente, apoyó a Eriol contra la rueda del coche y le hizo un nudo con un pañuelo para detener la pérdida rápida de sangre. Vi que le tomaba el pulso y su semblante se volvía aún más grave.

—¿Es-está bien? —pregunté, asustada. No podía perder a Eriol tan rápido, ¡no! Eso no. A él no.

—Descuide, no es nada grave —dijo con más calma. Sostuvo la radio y llamó a Emergencias, cortante y rápido; escuché decir «disparos» y las coordenadas de ubicación. ¿En dónde se habían metido el resto de policías? ¿El teatro no estaba rodeado de ellos?

—¡Yamazaki! —insistieron.

Noté a Li agachado en el auto vecino, mirando hacia todas las direcciones, con la pistola en mano, vigilante. Su teniente estaba bajo fuego.

—¿Usted se encuentra bien?

—Sólo me he... hecho un corte —dije con dificultad. Mi presión sanguínea aumentaba a cada latido y, la rabia y la impotencia a cada segundo que pasaba. No tenía que ser un genio para darme cuenta que esa bala había sido para mí, así como tampoco me perdonaría lo sucedido con Eriol. Era mi culpa que él estuviese herido e inconsciente, con un charco de sangre que crecía escandalosamente a causa de la lluvia.

—Enseguida vuelvo señorita Daidouji. Tranquilo, teniente.

Yamazaki se dirigió reptando hasta el coche vecino para reunirse con Li, se detuvieron para empuñar el revólver y salieron detrás del gentío, en búsqueda del culpable. Me daba la impresión que todo iba a cámara lenta, pero otra parte de mi cerebro veía pasar todo muy rápido, escenas borrosas, irreales, imposibles a pesar que todo estaba más claro que el agua.

Reconocía que aún me sentía mareada y sabía que la parte más racional de mi mente me daba aviso de que estaba a punto de derrumbarme a causa del estrés, del terror, pero la furia que transitaba por mi cuerpo hacía que realizara un esfuerzo sobrehumano para mantenerme en pie y defender a quien se atreviese a atacarnos otra vez.

Me arrastré debajo de la llanta, tratando de visualizar algo o algún lugar donde pudiésemos escondernos, pero el aparcamiento exterior sólo estaba conformado por dos autos. Lancé una mirada por encima del maletero y volví a agacharme sigilosamente; lo hice un par de veces más hasta que las luces de dos coches-policía con sus balizas encendidas y sus estridentes sirenas entraron en el aparcamiento, y de cada uno de ellos, bajaron dos agentes con las armas en la mano. Además, ya había más unidades que se dirigían al lugar; por el estrepitoso ruido, parecía que venían de todas las direcciones.

Y entonces lo vi, ¡lo vi! No era una alucinación, ¡ahí estaba el Honda!, estacionado al frente, todo sencillo, de color blanco y manchas cafés.

Un tipo rudo de cabello platinado bajó del auto, alertó mis sentidos y opté por una posición de defensa.

Agudizó su vista y con la agilidad propia de un halcón, barrió la zona hasta que dio conmigo. Desde ese momento sus ojos no se despegaron de mí y un miedo atroz y galopante se instaló en mi pecho. Me había reconocido, claro que sí, y cómo no iba a serlo ¡si venía siguiéndome por días! Yo era su víctima, a quien debía desaparecer, pero, ¿Quién mierda era él?

—¡Eriol, despierta, por favor!

No obtuve respuesta.

El platinado dejó caer la colilla de su cigarrillo al hormigón y se fue acercando a mi escondite. Todo parecía a cámara lenta... ¡Deténganlo! ¡Policía!

En cualquier otra circunstancia, si no estuviese débil y mareada y lo viera frente a mí, tomaría a Eriol y saldría huyendo de puro miedo pues la clara señal de peligro que se dibujaba en su semblante y que mostraba cada ángulo de su cuerpo se esparcía por todo el lugar con la misma velocidad que el fuego... era tan brutal que funcionaba a la vez como su propio repelente.

Pero no podía moverme, estaba paralizada... Quise gritar y no pude porque sabía que si gritaba me podía matar más rápido.

Levantó su pistola y apuntó directo al corazón de Eriol.

Un sollozo estrangulado brotó de mi garganta.

—Te lo advertí una vez, Hiragizawa —pronunció con una auténtica seriedad de muerte—. La concentración no es negociable, pero tu vida sí.

El cemento estaba frío, más frío que hace minutos...


Fue como un ruiseñor.

El sonido que escuché parecía provenir de un melodioso instrumento, de armonías angelicales y fastuosas; peyorativas y melancólicas; como aquella obra, aquella tragedia en la que la historia de dos amantes llega a su fin.

Sopesé la idea de abrir o no los ojos, podía fingir un poco más, total, quería seguir sintiéndome en la nada, deleitándome con aquella extraña música... pero, la angustia atravesó mi piel y los recuerdos se hicieron más vívidos, ¿en dónde estaba? ¿Y Eriol? ¿Y el Honda? ¡No! Tenía que despertar, ¡necesitaba saber qué había pasado!

Con mucha lentitud, fui abriendo los ojos. El ruido estridente de las balas y el metal seguían haciendo eco en mí. ¿Alguna vez les había sucedido que, a pesar de encontrarse en una habitación llena de luz y color, sus ojos solo son capaces de navegar entre tinieblas?

Enfrentándome al miedo y abandonando paulatinamente el estado de inconsciencia natural producido por el sueño, abrí los ojos. Estaba agitada.

—¡Despertó, doctor! — gritaron.

—¿Sa-Sakura? —pregunté. De inmediato mi prima se me echó encima y comenzó a sollozar. Las paredes frías y el olor a lejía fueron los que me alertaron del lugar donde me encontraba.

—¡Pensé que no despertarías! Has estado inconsciente muchas horas, debió ser un shock terrible. —Los escalofríos respondieron por mí y una nueva sensación de náuseas y dolor me atacaban sin piedad. Nunca había estado tan cerca de la muerte.

Hablando de ello...

—¿Dónde está Eriol? ¡Quiero verlo!

—Tranquila, Tomoyo, él está bien. —Se enjugó las lágrimas.

—Le están suturando la herida, señorita Daidouji —respondió una nueva voz, levanté el rostro y era Li que estaba recostado en la pared opuesta con los brazos cruzados, traía el rostro sucio y la camisa deplorable—. La bala ha dejado un agujero en la parte exterior del bíceps, un poco por debajo de la articulación del hombro.

—¡Oh Dios! —Una ola de desesperación cayó súbitamente sobre mí, dejándome tambaleante—. Quiero verlo, por favor.

Él asintió.

Enfrascada en mis pensamientos, sólo perturbada por el péndulo del reloj que señalaban los segundos en una cadencia regular, esperé la última revisión del médico. Me recetó unas pastillas para el dolor, y me indicó regresar de inmediato al hospital si tuviese alguna molestia. Luego de eso, me tomaron el pulso y la presión sanguínea. Yo solo tenía un raspón, producto de la caída al pavimento; pero eso no limitó a que la enfermera hiciera su trabajo.

Cuando ya estuve lista, me dirigí a la habitación de Eriol con miles de sensaciones a flor de piel.
Syaoran y Sakura me pusieron al tanto de lo que había pasado con él. Resulta que le habían hecho una serie de estudios, entre ellos una resonancia magnética para corroborar que la herida no haya comprometido ni el hueso, ni los tendones y ligamentos.

Felizmente era una herida superficial, sin nada estructural dañado; aun así, le realizaron un examen neurovascular para ver el daño en sus vasos sanguíneos y nervios y comprobar que no existiera ningún problema con su circulación.

Cuando entré a su habitación, su hermoso rostro estaba más desencajado que antes y sus párpados estaban caídos, delimitados por unas grandes ojeras que se marcaban, con mayor notoriedad, a cada pestañeo. Entonces, si antes llegué a sentirme mal, ahora realmente me sentía fatal, con un peso terrible implantado en mis hombros que me provocaba dolor; y otro, que azotaba mi alma, con punzadas directas al corazón...

Sin embargo, también fue sorprendente la repentina sensación de seguridad y confianza que me invadió en ese momento, pues mi alma y mi cuerpo nuevamente sabían que no me encontraba sola... mi presuntuoso teniente estaba aquí... Estaba segura que con solo mirar su hermosa sonrisa o escuchar su voz aterciopelada en mi oído, pronunciando alguna frase tan hilarante y cómica como sólo él sabía, estaría tranquila, viva, en paz.

¿Cómo habían cambiado las cosas?! ¡Impresionante!

 —Hola, Bonita.

—No te muevas, por favor —le dije, mordiéndome el labio con contrariedad. Le habían colocado un suero endovenoso y un brazalete para la presión del brazo.

Me acerqué y le acaricié sus arruguitas; con el dorso, sus mejillas y luego delineé sus labios. Él me miró absorto. Se veía tan vulnerable...

Suspiré.

—¿Qué pasa, Tomoyo?

—Discúlpame. —Bajé la mirada, realmente estaba apenada—. No sé cómo te metí en este lío justo en el día de tu cumpleaños.

—No es tu culpa, Bonita.

—Pero... —El dolor me estaba torturando y me ponía cada vez más nerviosa.

—Es sólo una fecha más. Podemos festejarlo mañana o pasado o cualquier día del año. Con que estés tú, para mí es suficiente —besó mi mano y limpió las lágrimas que caían copiosamente por mis mejillas—. Además, sé que tendremos muchos más cumpleaños por celebrar. Desde ya tengo unas ideas interesantes —finalizó con una sonrisa pícara. Un rayo de luz invadió su faz, brotando en mí un cariño indescriptible.

—¿No te irás? Ya confié en ti y te marchaste... —se apagó mi voz.

—Tomoyo... mírame. —Me sostuvo un minuto antes de besarme el pelo y soltarme—. Hace dos años, me porté mal... lo reconozco, debí buscarte y darte una explicación... fui un estúpido.
—Muy estúpido —solté.

—Sí —sonrió de lado—. Lo sé, y no creas que no la pasé mal en Hong Kong.

—¿No estabas en Inglaterra? Pensé que te fuiste ya que...

—¿Por qué no quería verte más? Imaginé que eso dirías, lo siento —suspiró acongojado—. Me enviaron a Hong Kong como parte de una misión en conjunto con la FBI. Cuando regresé, supuse que no querrías saber de mí; aun así, no pude evitar ir a Shibuya a verte actuar. Me encantan tus musicales.

—Pensé que te gustaba mi Julieta.

—Sí, también, pero amo tu voz, es preciosa y tan dulce que cuando cierro los ojos, puedo sentir una paz absoluta que abriga mi corazón. —Colocó un mechón de mi cabello hacia atrás para luego desviar su mano hacia mi pecho, a la altura del corazón—. Y lo que llega aquí, no se va jamás.

Fue lo más dulce que me habían dicho en mi vida.

—No toda es culpa tuya, Eriol... Yo también debí ser más cariñosa... —Él negó rápidamente, no lo dejé intervenir, tenía que también soltar lo que guardaba en mi interior—. Yo... guardo mucho dolor y angustia por lo que le pasó a mi padre. Tuve miedo de enamorarme más y poder perderte, y ¿sabes lo más irónico? Que sucedió, quizá en menor grado, pero fue lo mismo: te fuiste sin más.

Ensombreció su rostro.

—Y ayer... pude volver a perderte.

Me besó la mano y con la otra me acarició la mejilla.

—Juntos podremos resolverlo, Tommy. Te quiero... te quiero con toda mi alma —el brillo de sus pozas azules fue hermoso, delirante.

Mi rostro fue acunado por su mano derecha y sus labios rozaron mi piel transportándome a otra dimensión, donde sólo existíamos él y yo. Quise besarlo con todas mis fuerzas y olvidarme de lo que había pasado la semana pasada y lo que venía sucediendo; besarlo y borrar el fastidio que era saber que una mujer me perseguía, me rastreaba y amenazaba con la muerte...

Besarlo y ser suya nuevamente en aquel encuentro de piel y alma.

—Yo... yo siento lo mismo, Eriol.

Sonrió de oreja a oreja como un niño pequeño.

—Lo sé.

—Daría lo que fuera por no verte así. Lo siento... soy un peligro andante.

—De eso no lo dudo, eres un caso sin resolver; pero no, Tomoyo... ¿Acaso crees que es la primera vez que me sucede esto? —Negué con la cabeza—, entonces no tengas miedo; nada ni nadie hará que nuevamente me aleje de ti. Si ya te encontré, no pienso dejarte ir jamás... Eres tú, la única a quien le quiero dedicar mi tiempo entero, a la que cuido y cuidaré como mi gran tesoro y a quien le he encargado mi corazón.

Su aliento se mezcló con el mío y por fin sentí la maravilla y la tranquilidad que transmitía un beso dulce de la persona que quería.

—Te iba a matar. —Sus labios pronunciaron aquello con un terror escalofriante.

Afirmé.

—Juro que haré que ese maldito lo pague.

La amenaza, el odio brillaba en su mirada.

—¿Ya sabes quién fue?

—Tengo sospechas —frunció el ceño.

Estaba metida en un problema grave, y no era sólo porque había un asesino que me buscaba para matarme... sino porque estaba sintiendo algo más, ¡qué va! Estaba calada hasta los huesos de amor por él.

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No fue una noche común. ¿Cuántas veces celebras el cumpleaños de tu chico en un hospital, con una herida de bala y rodeado de agentes policiales?

Exacto.

A eso súmenle la cara de estúpido de Iwasaki en cuanto vio a su teniente tirado en la cama. Tuve rabia, demasiada rabia, ¡si todo esto se debió a su culpa! A su ineptitud.

Viejo idiota.

Pasé gran parte de la madrugada viéndolo dormir y recordando lo nefasto que eran para mí los hospitales. Mi papá estuvo internado mucho tiempo y gran parte de mi adolescencia, la pasé del colegio al hospital y viceversa.

Ese fue el temor que tuve desde que empecé a salir con Eriol hacía dos años y que posiblemente haya impedido que me compenetrara por completo en la relación como ahora sí lo estaba haciendo. Si me enamoraba era consciente que podía perderlo en batalla, en campo abierto. Y no quería volver a pasar por ese sentimiento tormentoso y lapidante que era perder a alguien que amas.

Algunas heridas son superficiales, otras, eternas.

El sofá no fue muy cómodo, pero supe apañármelas y logré dormir un par de horas o quizá menos porque me desperté dos veces sudando frío y muy agitada. Tuve pesadillas. La última vez, abrí los ojos sintiendo el retumbar de las balas en mi oído como si estuviera viviéndolo todo otra vez.

Con miedo, decidí no dormir más. Odiaba a mi subconsciente por ser tan bribón y jugar así conmigo.

Finalmente, a las siete de la mañana, con toda la precaución del mundo de no hacer ningún ruido para despertarlo, me levanté y fui por un café a una de esas maquinitas expendedoras. El olor y sabor de aquella sustancia fue gratificante, me tranquilizó y me ayudó a darle forma a la pequeña sorpresa que haría para Eriol por su cumpleaños.

Pero de eso me encargaría más tarde, ahora, mi problema era un guapo detective que me miraba desde la cama. Su tez ya no estaba tan pálida y había recobrado ese sonrojo natural de sus mejillas que lo hacía tan o más apuesto que antes. Le favorecía mucho estar en excelente condición física, sin embargo, el doctor había dicho que, por lo menos un mes, nada de pesas ni gimnasio hasta que los músculos lograran superar el trauma.

—Hola.

—Hey... ¿Cómo amaneciste?

—Contigo a mi lado, mucho mejor —sonreí tomando su mano extendida y apoyándome en su pecho; dulcemente, él besó mi frente—. ¿Lista para irnos a casa?

—¡Por favor! —Ambos reímos. Le dio un último besito a mi mano para luego depositar otro en mi mejilla.

—¿Ves? Te dije que terminaríamos viviendo juntos en mi departamento, aunque las circunstancias hayan cambiado —pronunció orgulloso, señalando su férula con carita de niño; yo arqueé una ceja al estilo Daidouji—. ¿O vas a dejar a un pobre hombre convaleciente que se las apañe solo en tremendo departamento? No serías tan cruel —finalizó bromeando.

Amé su sonrisa. Sólo él podía lucir una simple bata de hospital a medio poner y convertirla en un atuendo atractivo. ¿Ya se los había dicho?

—Si me pides que te cuide, tendrás que atenerte a mis requerimientos —le contesté con las mismas palabras que él me dijo cuándo nos reencontramos en su oficina la semana pasada.

—¿Y cuáles son esos?

—Yogurt griego, ensalada de frutas y nada de ejercicio. ¡Ah! —me acerqué a su oído—. Ni sexo.

—Aunch. Touché —hizo un tierno pucherito.

De pronto, escuchamos un ruido y la puerta se abrió.

Alguien carraspeó.

—Perdón por interrumpir.

Dos hombres estaban parados en el umbral. Reconocí al primero, era el fiscal Kurogane con su rostro moreno y porte distinguido y el otro...

¡Ay Dios!

—¿Qué hace él acá?! —grité asustada—. ¡Llamen a Seguridad, por favor!

Temblé de pies a cabeza. Era él. El mismo hombre que apareció en medio de la calle, melena platinada, aquel que tenía el Honda y que intentó matarme.

¡Válgame Dios! solo esto me faltaba, que mi asesino apareciera bien fresco en el hospital.

—Déjeme presentarme, por favor —Eriol me contuvo con su mano libre, sin quitarle los ojos de encima—. Me temo que no hemos tenido la mejor primera impresión.

Esa voz, ese rostro perfilado y esos ojos sagaces provocaron que todo mi cuerpo se estremeciera de irritación. Lo miré desconfiada, ¿por qué nadie actuaba en su contra?

—Señorita Daidouji, le presento a Yue Liang —dijo el fiscal de inmediato—. Es el agente especial de la oficina de análisis del comportamiento del FBI.

¿Qué es qué?

—¿Señorita Daidouji?

¿Este tipo era del FBI?

—Usted tiene un Honda... —apunté, desafiante.

—Sí. Debió habernos visto un par de veces.

—¿Un par de veces? ¡Los he visto siempre! Y nunca me dijeron nada. He podido morir de un susto hoy. ¿Por qué me apuntaba con el arma?

—No fue mi intención, señorita, pero debe entender que estábamos bajo fuego y debía tener el arma preparada ante cualquier circunstancia —puntualizó.

No le contesté. ¡¿Por qué todos los policías tenían que ser tan egoístas y presuntuosos?!

El sujeto ni se inmutó, todo lo contrario, adoptó una seriedad irrompible que me permitió verlo con mayor claridad: tenía facciones finas, unos ojos tan claros como el hielo, similares a los de un felino y se movía con donaire.
Ante mi silencio, el platinado procedió:

—Queremos la joya que porta en su cuello. Hemos estado detrás de ella desde hace buen tiempo.

¡¿Qué?! ¿La joya?

Instintivamente llevé mi mano a la bonita piedra amarilla que me regalaron hace unos meses.

—¡¿Me querían matar por esto?! —atiné a decir o casi gritar.

—No nosotros, naturalmente —dijo otro poli haciendo su aparición. Éste era más bajito y regordete, su vestimenta y bigote me hicieron recordar al inspector Clouseau, de la Pantera Rosa—. Disculpen la tardanza, señores. Buenos días, señorita Daidouji, teniente Hiragisawa —nos sonrió—, estuve dialogando con los malhechores, ¡vaya que saben jugar sus últimas cartas!

Me mordí el labio tan fuerte que hasta sentí el sabor metálico de la sangre. Mientras el recién llegado daba una explicación de lo que había sucedido en la Comisaría, espasmos de terror me empezaron a recorrer el cuerpo otra vez, revivía en mi mente la tragedia que fue estar en medio de una balacera, recordé el sonido agudo de las balas, la sangre de Eriol en el pavimento, el miedo y el pánico que sentí... él podría haber muerto...

Hasta ayer podría haber negado que lo quería, que me era indiferente, hubiera seguido con mi juego de seducción, pero la circunstancias habían cambiado, él me había salvado de una muerte segura, y a pesar que aún seguía débil, sentir su cariño, su protección y la fuerza de su corazón cuando agarró mi mano, me infundió tranquilidad.

—Al parecer, habían acordado robarle la joya a la salida del teatro. Fueron astutos, sin embargo, no contaban con que el FBI había dado con ellos y los estábamos esperando —continuó, acomodándose el bigote—. Identificamos a un sospechoso escondido detrás del auto del teniente, otro, agazapado en la vereda del frente. En cuanto presionaron el gatillo, nosotros también lo hicimos. Lamentamos lo ocasionado, señores, nunca quisimos que uno de los nuestros saliera herido.

Con todas mis fuerzas evité sentirme débil, pero todo lo que estaba viviendo, toda la información recibida en tan pocos minutos, me oprimía el pecho. Quise vomitar.

—¿P-por qué ahora decidieron atacar? —logré decir—. ¿Qué los hizo hacer eso?

—Notaron que la policía iba detrás de una tal Akiho Shinomoto y según la hipótesis fiscal —miró a Kurogane, él asintió—, vieron la ocasión perfecta para delinquir sin ser identificados.

—Y confundirnos otra vez, mientras ellos huían del país con la joya, ¿cierto? —dijo Eriol y noté cierta tensión en su voz

Asintieron. Oh mierda.

—Pero ¿qué tiene que ver la joya aquí? ¿Por qué tanto escándalo por esto?
Todos, a excepción de Eriol, me vieron como si hubiera dicho una palabrota.

—La gema amarilla que tiene usted proviene de una familia antiquísima de Venecia. Se le conoce como "el Amaretto" y fue robada hace unos años del Palazzo Pitti de Florencia. Desde entonces, hemos estado tras los pasos del delincuente.

¡¿Qué?! Ahogué un grito.

Mis labios de seguro dibujaron una "o" gigante.

—Hemos tenido algunas pistas, nada certero, pero todo indicaba que el collar podría estar en Estados Unidos o en Reino Unido, países de habla inglesa. No obstante, al ver la publicidad y las entrevistas que usted dio a los medios de comunicación por el estreno del musical, notamos algo curioso: la joya estaba con usted —prosiguió explicando el tal Yue con voz fría, que de por sí, su sola presencia ya era intimidante—. Analizamos todos los datos y llegamos a la conclusión que las pistas no hablaban del lugar en sí, sino de la procedencia.

—No... no entiendo —apresuré a decir.

—Casualmente la obra es del británico Noel Gay, pero ha tenido gran repercusión en Broadway; la Compañía Takarazuka, para la que usted trabaja, ha comprado los derechos de varias obras neoyorquinas. Entonces, ¿qué tal si las pistas no nos llevan a América, sino a una obra americana de fama mundial? El traficante apeló a esconder algo a simple vista, y qué mejor con usted ―finalizó puntualizando estas últimas palabras.

—Un acertijo ingenioso, debo decir —intervino Kurogane, ganándose una mirada asesina por parte de Yue.

Sin más, el platinado empezó a dar vueltas por la habitación, notando con resentimiento a Eriol y agudizando su vista hacia mí.

—Mi trabajo es analizar e interpretar el comportamiento de los individuos y la interacción que guarda con la víctima, así como su exhibición durante la comisión del delito — Bien, el tipo era importante y peligroso, no me había equivocado con ello—. Por lo que, las pistas, la estrategia y la manera tan escurridiza de transitar entre países me lleva a pensar que detrás de todo esto, están los LeBlanc.

—¿Los hermanos LeBlanc? —interrumpió Eriol quien había permanecido totalmente inescrutable.

—Efectivamente —dijo el regordete. Anotó en su libreta con rapidez—. Son traficantes de joyas y expertos en robar obras de arte de las casas de subasta. Los más buscados por la INTERPOL.

—¿Tienen algo que ver con los Fujimoto? —replicó Eriol.

—Tenemos evidencia de que es el testaferro de los LeBlanc aquí en Japón. ¿Por qué?

—Fujimoto realizó un depósito de cincuenta mil dólares en la cuenta del hombre que llamó a la policía para hacernos creer que la señorita Daidouji o su imitadora, Akiho Shinomoto, estaba muerta. ¿Podrían guardar alguna relación?

—Posiblemente, no lo sabremos hasta que no consigamos su declaración. Por el momento, seguiremos interrogando a los detenidos —contestó Yue, fijando su vista nuevamente en mí. ¡Este hombre me ponía los nervios de punta! —. Lo más curioso es usted, ¿por qué la joya llegó a sus manos? ¿Cómo la obtuvo?

—Fue un obsequio.

—¿Un obsequio? —refutó sagaz. Su cabello color plata le corría por la espalda en una cola de caballo suelto.

—Sí.

—¿No le pareció raro que le regalasen un dije de piedras preciosas?

—No, para nada —zanjé—. No es nada extraño para mí, me han obsequiado perfumes, pulseras, cachemira entre otras cosas —expliqué calmadamente—. Incluso hacemos un Meet and greet una vez al año para reunirnos con fans.

Analizó cada palabra que dije sin dejar ni un segundo su crítica incisiva. Claramente.... Él sospechaba de mí, pero, ¡¿cómo era posible si estuve a punto de morir?!

—Por lo visto alguien ha querido incriminarla y nadie sabe por qué, ni siquiera usted —afirmó con sorna—. ¿Segura que no conoce los LeBlanc entonces? Son asiduos asistentes a óperas y teatros.

—¡Por supuesto que no!

¡No sabía nada! Sólo era incertidumbre, dudas y un saco lleno de preguntas.

—¿Ha tenido algún problema con la policía antes? ¿Algo que quiera declarar? —habló de manera macabra.

—¡¿Qué?! ¿Perdón? —Apreté los puños con mucha fuerza reprendiendo las ganas de golpearlo.

—Son conjeturas, Liang —dijo rápidamente Eriol al hombre platinado. Éste seguía irradiando temor.

Se produjo un silencio incómodo y la tensión era tan fuerte que podía cortarse con una navaja afilada. Maldije internamente.

—Siempre tan confiado, Hiragisawa —torció los labios—. Y mírate en donde estás.

Ambos se miraron desafiantes. Yue Liang con un gesto profundamente mordaz y Eriol con la misma intensidad, acomodando sus gafas sobre su pétrea expresión. Fuese lo que fuese, había algo de razón en esto: alguien tuvo la intención de matarme o enviarme a la cárcel por una joya, una estúpida piedra que tuve que entregar en una bolsa bajo la atenta mirada de todos en la sala, como si fuera un burdo delincuente más.

Cerré los ojos. Quise desaparecer.

—Recuerde que son millones en juego, teniente. —Y con esto, el fiscal dio por finalizada la visita.

Había una brisa fresca y húmeda, que después del invierno, parecía templada.

Eriol durmió casi todo el día por el cóctel de pastillas que tuvo que tomar después del desayuno. Y durmió de la forma en la que más me gustaba: desnudo, sólo con unos bóxer.

¡Imagínense despertar con tal espécimen al lado! Fue una nueva apología a lo que debería ser la belleza masculina.

Cuando abrí los ojos pude maravillarme del desfile casi caprichoso del sinfín de lunares que tenía repartidos por toda la espalda. Delineé cada pequeña manchita marrón que adornaba su piel blanca hasta llegar al triángulo lumbar, donde una curva prominente y perfecta se asomaba tras los calzoncillos mostrándome los inicios de su bien formado trasero...

Apelé e idealicé a aquella remembranza de lo que era el movimiento de sus músculos a cada embestida, de la presión que ejercía sobre ellos cuando me hacía suya... aquello era una de las utopías más perfectas de la tierra.

Ciertamente me sentía afortunada y no me arrepentía de nada de lo que había pasado... pues me llevó hacia él. Y claro, insisto que no debí acostarme con él tan rápido, pero ¿qué le vamos a hacer? Ese hombre era la tentación en persona y a veces simplemente hay que ir con la corriente.

Con mucha precaución, me dirigí hacia la cocina. Preparé un poco de café y me puse manos a la obra. En un recipiente tamicé la harina, el cacao, la sal y el polvo de hornear para luego mezclarlo con la vainilla y los huevos y tener listo mi bizcochuelo para sorprender a Eriol por su cumpleaños con un Red Velvet. Era su postre favorito porque le hacía recordar a su abuelita materna que vivía en las campiñas de Kent; además existían muchas teorías y leyendas acerca de su origen y él, como buen amante del misterio, era su imperdible. «¡Dicen que se creó durante la segunda guerra mundial como rebeldía a las decisiones políticas de Churchill!» me había dicho una vez totalmente entusiasmado.

Para cenar, preparé espaguetis a la boloñesa. ¡Me estaba quedando delicioso! Debería ganar un premio por ser una ama de casa eficiente, de esas sexys claro, pero ama de casa al fin y al cabo.

Un momento, ¿yo dije eso? ¡por Dios! Sólo habían pasado doce horas desde que empecé a cocinar para él y ya hablaba como mujer casada.

¿Podría llegar a serlo?

Ensimismada por mis ocurrencias, llené con agua el hervidor de aluminio que puse sobre la estufa y no me percaté de una brisa fresca y de un intenso aroma a mentol que hizo cosquillas a mi piel.

Eriol me dio un besito en el cuello.

—¿Qué estás preparando? ¡Huele tan bien! —Había aparecido en la salita solamente con un buzo deportivo y su férula. Para no ponerme en evidencia, ruborizada a más no poder, me di la vuelta y metí los panes con ajo en el horno.

—Tus favoritos —le respondí.

—Tú eres mi favorita —me atrapó contra la encimera y mordisqueó mi cuello hasta llegar al lóbulo de mi oreja reemplazando su boca por ligeros soplidos tibios que erizaban hasta los vellos más escondidos de mi cuerpo.

Gemí bajito.

Tranquila. Tomoyo.

—¡Quieto, señor Hiragisawa!

—¿Por qué? —Mi piel ardía bajo su frío tacto.

—Debes recuperarte primero, luego ya...

—Mi brazo no tiene nada que ver con el resto de mi cuerpo. Si deseo puedo estar encima tuyo en dos segundos.

Ay...

—Pr-prefiero que sea... cuando estés mejor —aseveré con dificultad y el brillo de sus ojos oscuros hizo que mi cuerpo deseara su pronta recuperación con más urgencia que antes.

—De acuerdo —me acarició un pómulo con el pulgar, muy ligeramente—. Como usted ordene, jefa.

Como previo a la cena, le serví una taza de té con limón de una marca nueva que conseguí en el supermercado que estaba camino a casa.

Ni bien terminó el interrogatorio en el hospital, Eriol pasó un control médico breve, firmó unos papeles y salimos de inmediato. No quise estar ni un minuto más en ese horrible lugar.

El único problema fue el auto, estaba en custodia por cuarenta y ocho horas hasta que saliera el dictamen pericial en balística; así que tuvimos que movilizarnos en taxi. No podía recurrir a Sakura pues ella se había ido a dormir a las tres de la mañana gracias a Syaoran que muy amablemente y con una cara teñida de rojo aceptó llevarla en su moto.

«Creo que le gusta», me había dicho Eriol en el taxi, «Nunca lo he visto tan atento con una chica como lo es con tu prima.»

Quizá el joven castaño era fan acérrimo de CSI o NCIS y congenió demasiado bien con Sakura o simplemente le había gustado su dulzura.

—Princesa —llamó mi atención, minutos después, mientras degustaba sus tallarines—, mañana van a interrogar al principal sospechoso, ¿quieres estar presente?

Hice una mueca, nuevamente nerviosa. No era fácil enfrentarse a esos criminales, pero quería hacerlo. Necesitaba respuestas. Necesitaba un porqué.

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•.•.•.•

—Ellos no pueden verte ni oírte, pero trata de no hacer comentarios.

—¿Por qué? —refuté molesta.

—Hazme caso por una vez, Tomoyo. —Rodé los ojos y tuve que callarme automáticamente al entrar al pequeño recinto.

La cámara Gessel se dividía en dos partes: la primera habitación en la que estaban el agente regordete del FBI llamado Arthur Smith, Syaoran y un tipo de cabello negro que miraba de un lado a otro con total indiferencia; y la del costado, separada por una pared de vidrio unilateral. Ni bien ingresé, Iwasaki salió dejando a Kaho al mando. A diferencia, Kurogane sí me saludó con total galanteo y una franca sonrisa.

—Es el menor de los LeBlanc, señorita —me informó señalando al hombrecillo delgado, de tez clara y cabello oscuro.

Eriol se aclaró la garganta y me llevó hacia el lado opuesto. ¡Hombres! Presionó uno de los botones que estaba debajo del alféizar de la ventana e hizo que las voces de los contiguos se escucharan por todo el lugar. Kaho y Kurogane tuvieron que dejar de lado los audífonos.

Lo miré por el rabillo del ojo. Disimulaba una sonrisa. Verdaderamente, disfrutaba joder al fiscal. A los pocos segundos entró Yue con un folder bajo el brazo y sentí el cuerpo temblar cuando se paró a mi costado.

(...) Lo hemos confirmado con la base de datos de la INTERPOL. Son buscados en cinco países, y en dos hay cargos por desfalco y falsificación de pasaporte, ¿creían que nunca nos enteraríamos? ¿Eh, LeBlanc? —farfulló el agente Smith.

El aludido se cruzó de brazos y se recostó cómodamente en la silla.

Es mejor que nos diga en donde podemos encontrar a su hermano. El fiscal podría darle algunos beneficios —agregó Li muy seriamente.

No sé de qué hablan —dijo con naturalidad—. Si me disculpan, ahora debo regresar al aeropuerto. No hay más pruebas en mi contra y estoy seguro que al Teniente no agradará la idea de pagar mi...

¡Cállese! —gritó Smith. Su tono de voz fue diferente a la mera voz de autoridad, fue algo que me escarapeló el cuerpo—. No tienes salida LeBlanc, o hablas o te vas a la cárcel. Tengo información suficiente para que puedas ir preso por muchos años, sólo me falta escoger en qué país la pasarías peor.

El agente se dejó caer sobre el banco de madera, entregando una carpeta de manila de media pulgada de grosor, cuidadosamente marcada como «confidencial».

Sus ojos violetas se turbaron al ver su expediente. Se llevó una mano a la barbilla.

¿Qué le hicieron a la señorita Akiho Shinomoto?

No sé quién es.

¿A no? —Li , amenazante, se acercó a centímetros de él y tomó asiento sobre la mesa. De su chaleco sacó un papel—. Entonces, ¿qué hace al lado de ella en estas fotografías?

Una sonrisa lenta se esparció por sus rasgos, mientras que Li ni se inmutó.

Ella ya no es un problema —dijo al fin.

¿Qué quiere decir con eso?

¿Me está tomando el pelo? Usted y todos aquí presentes saben a qué me estoy refiriendo. Para nuestra organización solo fue un peón, un objeto tan fácil de manipular... de ella nació la idea de inmiscuir a la actriz esa.

¡Mientes! ¿En dónde la tienes, desgraciado? —Si Yue mataba con la mirada, el castaño podría llegar a ser tan o más intimidante.

¿Por qué lo haría? ¿No hemos hecho un trato? Mire oficial, esto es sencillo como un juego de ajedrez. Para llegar al rey, se debe derrumbar a los inservibles, a los limitados, ¿no? Y ella fue la pieza más débil d...

¡Deténganlo! —Smith golpeó la mesa con fuerza y llamó a los policías que estaban afuera para que ingresara y le colocaran las esposas.

—¡¿Qué?! ¿Qué han hecho con Akiho? —chillé. Si Eriol no estuviera a mi lado, me hubiera ido contra el vidrio, contra ese asesino.

—Tranquila, Tomoyo. Suele suceder, las usan como instrumentos y cuando cumplen su objetivo, las desechan así sin más.

—No es justo. ¡No lo es! —No pude evitar sentir empatía por ella, nadie, pero nadie merecía que le quitasen la vida ni la trataran como un costal de basura.

El tipo miró hacia donde estaba la ventana unilateral, no podía vernos, pero algo me decía que sospechaba de mi presencia, parecía que leyera los pensamientos, como si tuviera magia.

Aguarden, sé que me están observando desde el otro lado y una cosa... —lo vi acercarse a la ventana, los guardias reaccionaron de inmediato y lo detuvieron a la fuerza—. Mi reina, esto no ha acabado.

¡Espósenlo y llévenlo a la carceleta! —bramó Li—. El fiscal querrá entrevistarlo luego también.

Veremos si en el juzgado insiste con lo mismo —escuché decir al robusto hombre.

Conté hasta tres.

—¿Lo conoce? —Esperaba esa pregunta desde que ingresó a la habitación. En ningún momento, Yue me había quitado la mirada de encima, lo cual empezaba a ponerme nerviosa—. ¿Conoce a Kaito LeBlanc o a su hermano?

—¡Liang! —escupió Eriol. Sus cejas formaron una desdibujada y arqueada línea.

—¡Desde luego que no! —aseveré confiadísima, sin dar mi brazo a torcer. Así como vanidosa podía ser reacia y no iba a permitir que me acusaran de algo que no había hecho.

—Al parecer, él sí.

Alcé una ceja. Kaho juntó las palmas de su mano y me miró por encima de ellas con un gesto de superioridad. Estúpida. ¿Cómo yo estaría inmersa en una estafa de millones de dólares?

—La mayoría de las veces, cuando se ven acorralados, reaccionan de esta manera. No se preocupe, señorita Daidouji —dijo Kurogane con voz sosegada—, ya la INTERPOL nos alcanzó la información y el FBI no ha presentado cargos contra usted.

Respiré más tranquila, sin embargo, aquel tipo, LeBlanc, tenía unos rasgos difíciles de olvidar. Y su nombre... no me era del todo extraño. ¿Y si lo había conocido alguna vez? ¿Y si se me había acercado en algún evento y yo lo había confundido con un fan? ¿Y si el hermano fue el que me regaló la joya el mismo día que Akiho me obsequió las flores?

¡Muchas preguntas sin respuestas! Sólo me prometí a mí misma tener mucho más cuidado y tino al entablar algún tipo de relación.

—Por favor, espere la invitación al juzgado para que dé su testimonio. Aún nos falta dar con el principal cabecilla.

—Lo que usted diga, señor fiscal. Ahí estaré.

Cuando se fueron, Eriol se me acercó y me llevó hacia su pecho. Tuve mucho cuidado de no presionar su brazo, pero no pude evitar las lágrimas que brotaron y que empañaron mis mejillas y parte de su camisa. Él acarició mi cabello y me infundió su calor. 

Todo en esta vida estaba mucho mejor con él abrigando mi corazón.

.

Una semana después...

—Mi respuesta es no, Tomoyo. Al menos hasta que se haya calmado la situación.

—¡Exagerado! —Me crucé de brazos molesta.

Con toda la calma del mundo, él se recostó en la pared opuesta del ascensor sin dejar de mirarme con una sonrisa traviesa. Quería jugar conmigo, hacerme caer en su silencio perturbador e intimidante, pues él sabía que su sola presencia activaba cada lugar recóndito de mi cuerpo y mi alma.

Y no lo dejaría ganar. No esta vez.

Además, no pedía imposibles, sólo quería un fin de semana lejos de Tokio, o un par de días en Osaka para visitar a una de mis mejores amigas. Quería desterrar los recuerdos y no pensar más en que el mundo estaba podrido. ¡Pero él insistía en que no saliera de la ciudad!

Otra vez.

—No creas que he olvidado la lista de transgresiones tuyas —apunté. Había entrado en modo Daidouji y nadie podría con mi puchero de engreída—. Puedo agregar un par más.

Sonrió de lado, acercándose.

—Déjame interponer una contrademanda, entonces. Estoy en mi derecho.

—¿Qué? ¡Pero si yo no te hecho nada!

Alzó una ceja pícaramente haciendo un tierno pucherito.

—Pues sí, señorita, usted ha cometido un delito más grave —lo miré de soslayo, él empezó a recorrer mi rostro con la yema de sus dedos—, usted es culpable de una sola cosa —musitó en mi oído—: de robarme el corazón.

Y me derretí en ese instante, parecía Ícaro volando muy cerca del sol. ¿Quedaría mal si les dijera que me dejé besar contra la puerta del ascensor?

Cuando salimos, imperaba un silencio absoluto. Los cubículos estaban vacíos y las luces apagadas. Imposible que todos se hubiesen marchado, eran las siete de la noche y por lo que me dijo Eriol, tenían una reunión importante.

Conforme avanzábamos por el pasillo, el silencio fue roto por la voz gruesa y demandante de Iwasaki que provenía de la sala de reuniones. Ese viejo estúpido estaba con los pelos encrespados y soltando improperios. No era novedad verlo así, ya Eriol me había advertido que el tipo estaba siendo presionado por el Fiscal General para desentrañar una red de corrupción de funcionarios públicos que no solo afectaba a la fiscalía sino a uno de los grupos más poderosos de Japón, los Nakasaki.

La comisión que habían formado manejaba algunas teorías, pero las pruebas recabadas no les estaban llevando a nada.

Me quedé afuera, observando por entre las persianas.

—(...) pues no lo creo! —golpeó la mesa con la palma de su mano—. Debemos duplicar esfuerzos. Nuestro puesto depende de lo que hagamos, ¡¿Sí?! —volvió a golpear— El culpable está decidido a dejarnos como idiotas. No den más de qué hablar, ¿entendido?

Todos agacharon la cabeza menos Eriol y Syaoran. Ambos se rehusaron a mostrar displicencia y sumisión. Me sentí orgullosa de mi teniente.

Ustedes dos —los señaló con fastidio—, todo acerca del grupo Han Chong. —Y se tomó su tiempo para observar a mi chico de lentes.

El viejo se largó a grandes zancadas. Estaba tan furioso que no notó que yo estaba allí. Me pareció rarísimo ese intercambio de miradas con Eriol; parecía que le guardaba rencor u odio... como si mi chico le hubiera robado algo de suma importancia.

—¿Estás en problemas?

Eriol negó con la cabeza, restándole importancia. Me invitó a ingresar a su dependencia, pero antes que lograra su cometido, apareció Kaho Mitsuki:

—Hiragisawa.

—Ahórrate los comentarios, Mitsuki. Hoy, ella viene como mi novia —le dijo por encima del hombro mientras caminaba por el pasillo. En mi interior, daba pequeños saltitos de alegría.

Lo podía ver en sus ojos. Ella, como toda mujer, había reconocido el brillo sensual y romántico de un hombre que amaba a su mujer... y la defendía.

Alcancé a fijarme en el inspector Yamazaki, que disimulaba una sonrisa y luego volvía a concentrarse en los papeles que tenía en la mesa.

—¡¿Y ahora por qué no puedo salir de Tokio?! —le increpé minutos después en su oficina.

—Aún no cierro tu caso, ¿y si hay más locas detrás tuyo?

Rodé los ojos.

—Necesito vacaciones... —lo miré con firmeza y me acerqué hacia donde él estaba. Tomé asiento en su escritorio y suavemente lo jalé de su corbata—, y tú también. Podríamos ir al Monte Takao... o a la playa, tengo un bikini que aún no he estrenado.

Tragó pesado. Esa lascivia de sus ojos me gustó.

—Regreso en media hora. Trata de no hacer ningún desorden.

—¡Promete que lo vas a pensar!

—Tan testaruda, ¿has pensado en incursionar en películas? Te iría muy bien de Kathryn Merteuil de Cruel Intentions.

—¡Hey! —Le di un codazo.

—¡Es en serio! Con esa energía que exaspera, ese talento para los caprichos y esa boquita tuya... —Acercó sus labios a los míos y los tentó con su aliento mentolado—. Sé que la cámara te amará.

—Cariño, la cámara me ama —afirmé.

—No tanto como yo —Replicó, dueño de sí mismo.

—Está por verse.

Y me robó un beso dulce.

Le sonreí, era gratificante ver nuevamente su tez iluminada. Toda la semana anterior, se la pasó irritado y gruñón y yo no me quedaba atrás: ir y venir de la fiscalía, brindar testimonio y enfrentarme a los maleantes me había dejado psicológicamente exhausta.

Di una vuelta por su oficina, sus libros seguían ordenados alfabéticamente, por tamaños, al igual que sus expedientes que estaban colocados en el organizador de pared que compré la semana pasada en el Mall AEON. Ahora que recuerdo, a esa oficina le falta un poco de color, ¿qué tal si le sugiero pintarlo de azul marino? Quedaría fantástico con esas escenas del Big Ben de Londres. ¿Qué dicen?

—¿Cappuccino para la princesa? —me preguntó unos cuarenta minutos después al aparecer con dos tazas de café en la mano.

Al verlo se me iluminó el rostro otra vez.

¿Quién lo diría? Que después de quince días estaba aquí, nuevamente sentada en una de las sillas de la Oficina de Investigación Criminal de Tokio, frente a un teniente presumido y sexy que ahora no iba a tomar mi declaración ni iba ir detrás de un asesino; sino, que venía a recogerme para llevarme a su departamento y amarme de la única forma que siempre quise que lo haga: con cuerpo y alma. 

—¿Y lo pensaste?

—Pues... —bebió un sorbito de su bebida—. Creo que tienes algo de razón. Podemos negociarlo —añadió y, sin darme tiempo a responder a su frase, me puso la mano en la cintura y fue conmigo hasta la puerta.

Me alegraba tanto de haber conseguido algo que no presté atención a dónde ponía la mano ni qué aspecto tenía ahí puesta.

Cuando crucé la puerta, sentí que cien pares de ojos se volvían para mirarnos. Había de todo: curiosidad, diversión y morboso interés. La única expresión que no vi fue de sorpresa. Bueno, a estas alturas, creo que todo el Departamento Policial -y la fiscalía- sabía que el presuntuoso teniente Hiragisawa estaba conmigo, Tomoyo Daidouji, la actriz de teatro.

—Que pase unas agradables vacaciones, teniente —dijo Kyo.

—No olvides de llevar bloqueador y repelente —agregó Yamazaki—. Según las leyendas escandinavas, los Grindylows son terribles.

Eriol sonrió divertido y yo quedé sorprendida. ¿Grindylows?

—¿Por qué te dicen eso? ¿Vacaciones? —me cogió de la cintura para conducirme por el camino que daba hacia el ascensor.

—¿Pensabas que dejaría pasar ese bikini? ¡Por Dios que no!

Nuestras miradas se encontraron. Él sacudió la cabeza y la increíble sonrisa que tomó su cara hizo que todo mereciese la pena.

—Y entonces, señorita Daidouji, ¿me concederá una cita? Quisiera hacer las cosas bien esta vez.

—¿Volverá a desaparecer, señor Hiragisawa?

—Oh, no, nunca más. —Fui a él, sonriendo tanto que dolió.

—Entonces, lo pensaré. —Y lo jalé de la corbata para besarlo, inundada de repente por un enorme sentimiento de felicidad, como si todo fuera bueno o lo fuese a ser muy pronto.

.

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FIN

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(Próximo capítulo: Epílogo)

Notas: ¡muchas gracias por leer hasta aquí! Y gracias por su paciencia. Estoy muy nerviosa y ansiosa por saber sus opiniones y leer sus comentarios. ¡Son muy importantes para mí! =)

Nos vemos en el próximo capítulo que será el Epílogo.

Besos, Lu.

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