Flores Negras Para Un Soldado Alemán

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Varsovia, otoño de 1939

Nunca supe porque. Éramos tan amigos, tan confidentes!

Recuerdo aun el día e que te conocí: llovía en Berlín y yo estaba en aquel café de Friedrichstrasse, aterido, restregándome las manos ante una taza humeante, escuchando los parloteos e los parroquianos.

Me hallaba de paso para Viena. Sabía que mi carrera dependía de ello, pero no quise dejar de pasar por Alemania.

Necesitaba, imperiosamente, conocer Berlín.

"Por Beethoven", me dijiste. Sí, claro, por Beethoven, pero también por todo lo que se decía de la "nueva capital" del Reich. Se rumoreaba que la reconstrucción del país, luego del latrocinio de Versailles, había sido prodigiosa, admirable.

Cuando puse el centro en este detalle, tus ojos garzos de niño bueno se iluminaron de una manera extraña, adquiriendo tintes de gris y plata.

-"EL" ha sido quien hizo ese milagro, en el nombre de nuestro pueblo, tantas veces humillado.

Y te enzarzaste luego en un largo panegírico de tu adorado Führer, como si estuviese muerto: como si se tratase de un muerto viviente que se ciñera una corona intangible.

Me llevaste a Tiergarten al día siguiente: me enseñaste los niños que, jugando en un corro, imitaban los gestos los mayores.

La tarde caía con un brillo pardo. El olor de los pinos empavonaba el aire: era aroma y resina.

El hotelucho en el que he hospedaba vio nuestras manos juntas acercarse al fuego que, precioso y alegre, como en los versos del Poverello de Asís, explotaba en chispas y mariposas y flores y en todo aquello que somos capaces de ver y de apreciar cuando (como tú y yo entonces) tenemos solo veinte años.

Al día siguiente me marche, tras cruzar contigo (sospechosamente en silencio) Alexanderplatz, a Viena, en el tren de las once de la mañana.

Y ya no volví a verte, salvo en las fotografías que acompañaban las cartas que cruzamos durante cinco largos años.

Alto, enhiesto, vestido con el uniforme de la Wehrmacht: orgulloso de tu pueblo, enamorado de tu "Nueva Alemania".

Regrese a Varsovia no hace mucho, sabes. Y e entere de la noticia.

Nunca supe por que, hasta esta madrugada, cuando vi las siluetas de acero cruzar las puertas dela ciudad.

Eran como una avenida de flores cuadrangulares, oscuras, dispuestas en terribles ramos. Eran como un oscuro presagió. La premonición de a sangre.

Y entonces comprendí porque elegiste morder el caño de tu pistola, de aquella 45 que habías empañado tantas veces con orgullo.

No pude hace más resignarme, mirar por última vez tus fotos empañadas de recuerdo, esperar.

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Auschwitz, 1944

Suenan las últimas sirenas de la tarde. Cuando nos llaman para las duchas tengo una sensación indescifrable.

Como si fuera a verte. Como si entrara de nuevo en aquel café de la Friedrichstrasse.

No se...

El olor es penetrante. No es el aroma de aquel entonces: es otra cosa.

El ramo de flores negras esta sobre la mesilla, y una melodía suena otra vez en el acordeón del ciego. Las fotografías empañadas cobran vida.

Si.

Ahora sé que voy a verte

Y, otra vez, cierro los ojos, y espero.

Autora:
Aishatsufur



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