Capítulo 33.

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—¿Segura que es aquí? —Mía observa la casa, luego gira para mirarme.

—Si, esta es la casa. Al menos es lo que dice aquí. —reviso de nuevo la ubicación mencionada en el título de propiedad y los señalamientos de las calles.

Si, ningún error. La hermosa casa de piedra y madera fina no es la cabaña aislada que yo había imaginado.

—¿Tienes las llaves? —la rubia me mira con los ojos entrecerrados como si aún no pudiera creerlo.

Yo tampoco puedo.

—No, pero tengo algo mejor.

Me acerco a la puerta principal de cristal y miro hacia dentro para asegurarme que la casa está deshabitada, y que puedo acceder a la cerradura sin una llave.

Tomo una piedra grande del camino que lleva a la casa y echo un vistazo al rededor antes de usar la piedra para quebrar el cristal. Mía chilla cuando los fragmentos caen sobre el porche.

—¡Dios, Ana! ¿Qué haces?

Termino de quebrar los vidrios y meto la mano por la abertura, usando los dedos para girar el seguro y entrar a la casa. Apenas estemos dentro, llamaré a un cerrajero para que cambie la cerradura y agregue al menos un par más.

—Nos hago entrar a la casa, ¿Ves? —empujo la puerta y señalo—. ¿No dijiste hace un momento que te morías por una ducha?

Mi acompañante hace una mueca con los labios, pero me sigue dentro de la casa y se detiene en el vestíbulo, con los ojos muy abiertos sobre la decoración.

—Es preciosa. —su boca cae abierta—. No sabía que tenías una casa aquí.

Yo también miro con asombro los finos muebles cubiertos con una ligera capa de polvo, por lo que asumo que la casa ha estado desocupada por un tiempo.

—No es mía. Es tuya. —gira la cabeza para mirarme con el mismo asombro—. Y de tu sobrino o sobrina.

—¿Christian tiene una casa en Aspen? ¿Por qué?

Supongo que no necesito explicar cómo Elliot obtuvo esta casa y la forma en que Christian la rechazó. La chica ha sufrido lo suficiente como para invocar más recuerdos dolorosos.

—Tal vez quería algo apartado de todo para tomar vacaciones. —encojo los hombros con desinterés—. O fue una buena ganga.

Mía me mira fijamente por un par de segundos antes de resoplar.

—Como sea, ya estamos aquí y necesito una ducha con agua caliente y una cama decente. ¿Te importa si voy a ver las habitaciones?

—Claro que no.

Eso me dará tiempo de hacer una inspección rápida y pedir algo de comida antes de que ambas durmamos por las próximas 24 horas.

Antes de que la rubia pueda subir las escaleras de madera, el sonido de un auto deteniéndose en el porche llama nuestra atención, mis dedos buscando el arma cargada dentro de mi suéter.

—¿Pero quién...? —una voz masculina interrumpe a Mía.

—Buen día, ¿Hay alguien ahí?

Un policía.

Pongo mi mejor sonrisa cuando me dirijo a la puerta y abro, ignorando el crujido de los cristales rotos de la puerta.

—Oficial, buen día. —no es en realidad un policía sino el vigilante vecinal. Genial—. ¿En qué puedo ayudarlo?

La rubia se acerca también y apoya sus manos temblorosas en mi espalda para mirar al hombre en nuestra puerta.

—Señora, me llamaron porque escucharon ruidos extraños en la propiedad, y ya que estaba sola, vine a echar un vistazo.

—¡Oh, claro! Lo siento tanto, es que... —el hombre mueve sus ojos hacia Mía y frunce las cejas—. Mi novia y yo acabamos de comprar esta casa, pero el dueño anterior olvidó darnos las llaves. Me ayudaría muchísimo si me dice de alguien que pueda reparar mi puerta.

El hombre se remueve incómodo, mira a la rubia, luego a mi y de vuelta a ella, seguramente tratando de decidir si nos cree o no. Dos chicas de 21 años solas, en una mansión lujosa.

—¿Me podría mostrar el documento?

¿Ah? ¿El título de la propiedad?

—Si, lo tengo por aquí porque justamente estaba hablando con mi abogado sobre hacer el cambio de nombre. —pongo los ojos en blanco como si estuviera fastidiada—. Algo lento para tener experiencia en esto, ¿Sabe?

El hombre me ignora porque está mirando la hoja, nos vuelve a mirar por un breve momento antes de devolverla.

—Gracias, todo en orden, señorita...

—Cassie. —estrecho su mano—. Cariño, ¿Quieres presentarte con el amable oficial?

Mía se tensa ligeramente pero rápidamente cambia a una sonrisa y se abraza a mi costado.

—Mucho gusto, oficial, puede llamarme Nora.

El vigilante estrecha rápidamente su mano y retrocede, señalando su auto sin dejar de mirarnos.

—Le enviaré a alguien que repare su puerta, señorita. Llámeme si necesita algo más.

Con eso dicho, sube a su auto de la empresa de seguridad y sale del camino. Mía lanza una ruidosa carcajada que la hace apoyar la mano sobre sus costillas adoloridas.

—¿Novia? —sigue riendo—. ¡Chica, no eres mi tipo!

—¿Estás diciendo que no soy linda? —digo, encontrando divertida la reacción de la rubia—. Ya lo sé, pero es para mantenernos ocultas. Estoy creando nuevas identidades para nosotras, así despistamos a los enemigos.

Mía deja de reír y la verdadera razón por la cual estamos haciendo esto cae sobre nosotras. Nuestras vidas podrían estar de verdad en riesgo, no podemos tomar esto a la ligera.

—Carajo, me vendría bien una copa de vino. —dice, volviendo a subir la escalera.

—Pediré una pizza mientras tomas esa ducha, luego decidiremos nuestros siguientes pasos.

Ella se detiene a mitad de la escalera para mirarme pero ahora su expresión es triste.

—¿Por cuánto tiempo? ¿Tenemos dinero suficiente para escondernos algunas semanas?

Asiento.

—Si, más que suficiente para esperar aquí hasta tener noticias. —de Christian, de Prescott, de que todo finalmente se resolvió en Seattle y podemos volver a casa—. Solo debemos esperar y confiar.

Christian, por favor no tardes...

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(◍•ᴗ•◍)❤

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