Capítulo 17: Tombeau - Pomme

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¡Hola! Si la novela te está gustando, me ayudaría mucho que comentaras y votaras cada parte. Es la única forma de que comience a llegar a más gente. ¡No olvides compartirla en tus redes! Vega y Marc han llegado para conquistar el corazón de mucha gente 🧡🧡

***

Llegaba bastante justa de tiempo y me abanicaba con un paipay como si no hubiera un mañana, en lo que trataba de adelantar el paso. Sabía que Marc ya se encontraba en el lugar, era sábado y ambos lo teníamos libre. Habíamos decidido hacer una visita al jardín botánico de Valencia, ya que él me había comentado las ganas que tenía de ir para poder visitar el sitio y practicar unas cosas con una cámara nueva. Yo había pasado una mañana ansiosa, bastante revuelta, así que me apetecía demasiado dar un paseo tranquilo aquella tarde.

Era por la tarde, pero el calor que hacía acumulado de todo el día hacía que el ambiente fuera denso, el aire se me colaba en el pecho como si pesara más de lo habitual. Además, la característica humedad de la ciudad de Valencia al tener la costa pegada hacía que mi pelo liso estuviera algo más rebelde de lo habitual. Agradecía haberme vestido con prendas más sueltas, lo que favorecía que no tuviera tanto calor. Tenía la sensación de que en pocos días iba a comenzar a llover y, la realidad, lo deseaba. Necesitaba que el ambiente se acomodara un poco a mí, que se llevara esa aura pesada y limpiara el aire.

Vi a Marc en la puerta, toqueteando entre sus manos la cámara que le colgaba del cuello. Sonreí, me gustaba demasiado que tuviera la confianza de mostrarme ese lado artístico suyo, haciendo fotos a mi lado mientras yo lo veía. Caminé hasta él, quien alzó la mirada como si notara mi presencia antes de verme. Sus ojos se suavizaron de golpe, a la vez que una ligera sonrisa le cruzó la boca. Ahí comprendí lo que era sonreír con la mirada. Casi morí al verle, porque sentí de nuevo ese remolino dentro de mi cuerpo que arrasaba cualquier pensamiento racional que tuviera. Lo único que deseaba era escucharle divagar sobre el tema de conversación que quisiera y luego perderme en su boca.

Llegué con rapidez, colocándome a su lado y dándole un empujoncito con mi hombro. Él sonrió y se giró hacia mí, sin dudar un segundo en poner una mano en mi mejilla y mirarme a los ojos. Dejó un beso en mi cabeza, para después mirarme a los ojos. Vi que quiso decir algo, pero me antepuse a lo que me iba a preguntar.

—Sííí —musité. Sonrió frente a mí, contento, antes de acercarse y dejar un tierno beso sobre mis labios. Yo sabía que él me iba a pedir permiso para darme un beso.

—Hola, peli-rosa peligrosa —respondió, haciéndome sonreír—. ¿Lista para nuestra tarde? He sacado ya las entradas, así que podemos ir cuando quieras. Traigo también la manta para la cena —señaló una bolsa grande de tela que colgaba de su hombro y mostró el par de papelitos que supuse que eran las entradas, elevándolos frente a mi rostro.

—¿Y a qué estamos esperando? —pregunté, arrebatándole las entradas de la mano. Caminé, dándome la vuelta para observarle. Marc abrió los ojos, mientras me seguía con una sonrisa, directos a la entrada del Jardí Botànic de la Universitat de València.

La mujer que nos atendió en la entrada fue muy amable, nos enseñó un plano donde podíamos observar las distintas partes posibles a visitar. La realidad es que ninguno de los dos conocía en específico los nombres de las plantas, pero nos pareció interesante caminar siguiendo los senderos, observando a nuestro alrededor cómo el verde parecía querer engullirnos.

—Esto es precioso —exclamé, casi más para mí misma que para alguien que estuviera alrededor. Escuchaba a Marc tras de mí, fotografiando, caminando de un lado a otro. De repente sentí un sonido que me hizo darme la vuelta, sorprendida.

De entre las plantas salió un gato blanco y negro, el que me miraba agazapado entre un arbusto. Me agaché, adelantando mi mano con cuidado, a lo que el felino maulló. Poco a poco se acercó, dejándome acariciar su cabeza. Se restregó contra mis piernas, mimoso, maullando y haciéndome saber que le había caído bien. Para ser realistas, yo sabía que los gatos eran los dueños del universo. Tarde o temprano, se harán domadores de humanos.

—¿Has visto qué simpá...? —exclamé, girándome. Me quedé con la palabra en la boca, porque cuando fui a buscar a Marc lo encontré agachado, con el objetivo de la cámara enfocándome a mí. De forma inconsciente sonreí, dejando caer mi cabeza a un lado, a lo que vi su sonrisa bajo la cámara— Voy a empezar a cobrarte derechos de imagen.

—Pues apúntamelo en la cuenta, jefa, que voy justo. ¿Lo puedo pagar en carne? —soltó, causando una pequeña risa en mí. Todos sabemos que le contestaría que sí.

Para mi sorpresa, Marc no paró de capturar, mientras el gato me maullaba para que siguiera acariciándolo. Yo, como sierva de la majestad gatuna, le contenté. Más tarde, como todo un rey, el animal se dio la vuelta y se escabulló entre los arbustos, ignorándome por completo. El fotógrafo se acercó a mí, a lo que me arrimé para ver cómo habían quedado las fotografías. Para mi sorpresa, Marc apartó la cámara, dejándome saber que no quería que las viera.

—¡Oye, que salgo yo!

—Te dejaré verlas, peligrosa, pero ten paciencia. Esto de momento es solo mío —me respondió, acercándose lo suficiente como para, sorprendiéndome, dejarme un corto beso sobre los labios. Sentí un cosquilleo, un no sé qué que me subió por el estómago hasta el pecho, como si me recorrieran pequeñas corrientes de agua. Yo ahora sé que me estaba ocurriendo, aunque en aquel momento no lo quise ver.

Me centré en cómo los mechones castaños le cayeron con gracia por la frente, a la vez que aquellos dos ojos azules me enfocaron con cierta ternura. Estaba aprendiendo a leer sus expresiones, ahora era mucho más consciente de cuando Marc me miraba por solo ver y cuándo me observaba con cierto detenimiento, como si yo fuera una fotografía a la que había que contemplar.

Seguimos caminando hacia delante, cruzando por los caminos, observando algunas de las flores que ahora se encontraban abiertas. Vimos las fuentes, los pequeños laberintos de plantas y por un momento me sentí como dentro de un bosque encantado. Reímos y nos lo pasamos demasiado bien. No sabía hasta ese momento cuánto había necesitado olvidarme un poco de mi alrededor y de mis pensamientos internos hasta que me sentí bien, feliz, calmada y teniendo la única preocupación de ver el verde que se encontraba a mi alrededor. Marc no paraba de fotografiar hacia todos lados, pero con especial ahínco donde yo me encontraba. Ahora trataba de convencerlo de que, como recompensa, me dejara hacerle unas cuantas fotos. Lo tenía detrás de mi cuerpo, después de cederme la cuerda de su cuello que sujetaba la cámara, la que pasó con cuidado por mi cabeza. Su pecho se pegaba a mi espalda, a la vez que sujetaba la cámara frente a mí.

—Tienes que mirar aquí, trata de que esté bien y para disparar le das a este botón. —Me explicaba un poco como funcionaba aquel chisme, ya que yo jamás había tenido una cámara en las manos. A mí lo que realmente me estaba poniendo nerviosa era sentir su aliento contra la piel de mi cuello. Debía centrarme.

—Ponte delante, anda —exclamé, a lo que Marc hizo caso. Le vi, con toda su altura puesto al frente de la cámara.

—¿Cómo quieres que te pose? —me habló, a lo que yo sonreí, sabiendo con exactitud qué le quería contestar.

—Uy, eso no te lo puedo decir aquí en público —solté, a lo que él dejó salir una risa. Miré hacia los lados, comprobando que no había nadie a mi alrededor—. Desnudo sería una buena idea, con una sábana tapando lo justo. Como una de mis chicas francesas. Enmarcaría esa foto, ¿sabes? En el salón. ¡No!, en el techo de mi cama —le vi sonreír, a lo que aproveché y le eché una fotografía. Hice unas cuantas, mientras él me observaba.

Me di el lujo de detenerme a observarle, descubriendo esa chispa en sus ojos, ese algo que me hacía removerme cada vez que me miraba. Sus labios se entreabrieron, justo cuando yo observaba por encima del objetivo, tragando saliva al ver cómo ambos nos estábamos observando uno al otro. Me gustaba que llevara sus gafas de pasta negra, a mi parecer le favorecían. Pero verle el rostro al descubierto era... otro mundo. Su nariz era recta, no demasiado prominente pero tampoco pequeña, y los labios carnosos me parecían cada vez más apetecibles. Su pose relajada pero a la vez armoniosa me hizo querer detenerme a ver su figura. Me gustaba demasiado la forma en triángulo invertido de su cuerpo, con una espalda ancha que se reducía en la cintura. Tenía los brazos definidos, pero sin llegar a ser excesivamente musculosos. Yo sabía que bajo aquellas prendas se escondía un cuerpo hermoso, una piel que me moría por recorrer poco a poco a besos con mi bo-

—Si me sigues mirando así, Vega...

Tosí ante su tono grave.

Mis pensamientos me estaban llevando mucho más allá que simplemente cuadrar la fotografía. Disparé unas cuantas veces haciendo un esfuerzo por mantener algo de coordinación en esa cuadrícula que él me había indicado. Traté de mantener mi mente a raya mientras terminamos de ver el jardín, observando todos los detalles y quedándonos embelesados con algunas de las especies que se encontraban allí dentro. Había muchas plantas que yo jamás había visto, aquel recinto era como un pulmón verde de Valencia. ¿Por qué no había ido antes?

Más tarde, pasamos por un supermercado para coger algo de comer e ir al baño, con la idea de irnos en ese momento a la playa. La verdad es que me apetecía demasiado ver el mar, me calmaba la idea de poder sentarme frente al agua y escuchar las olas. Había tenido un día... Movidito. La tarde con Marc estaba arreglándolo, pero necesitaba un momento para reconectar conmigo misma, unos segundos en paz que me dejaran pensar.

Por ello, cuando después del viaje en tranvía llegamos a la playa, suspiré. Nos alejamos un poco de todo el gentío que ya disfrutaba de los primeros baños de la temporada, yéndonos a buscar una zona más tranquila. Lo bueno era que, al ser algo más tarde, parecía que la playa estaba más despejada, por lo que pudimos poner la manta que trajo Marc algo más cercana al agua.

Mojé mis pies mientras él dispuso la comida, tras preguntarle antes si aquello no le importaba. Pasé unos minutos allí, observando cómo las olas me rompían en los tobillos, viendo algunos pequeños pececillos a través del agua clara y la arena bajo mis pies. Miré el horizonte y suspiré, notando ese nudo en la garganta que había estado vivo allí toda la mañana. Lo había conseguido disipar al llegar al jardín, pero ahora trataba de volver a mí como un boomerang que aparecía a ratos. Cuando me giré, vi que Marc alzó la mirada hacia mí, haciéndome un gesto con la cabeza. Regresé a mirar al frente, tragué saliva para obligar a pasar el nudo de mi garganta y me giré.

Había lanzado el boomerang de nuevo, esperaba que tardara mucho en volver.

—Qué detallista —exclamé, dejándome caer sobre la manta en la que estaba dispuesta la comida. Vi que había preparado unos sándwiches, dejando también las fresas que habíamos comprado y unas cuantas latas de refrescos. Había también una bolsa con algo de picoteo.

—Siempre —respondió, alzando su comida—. Nada que demuestre más el deseo que un sándwich de queso, pavo y jamón serrano.

—Soy una gran afortunada.

Me reí, a lo que él me tendió mi comida. Di el primer bocado, abriendo seguido la lata de bebida a la que di un trago. La armonía del agua sonaba de fondo, como una canción de acompañamiento. Suspiré de forma inconsciente, a lo que sentí a Marc mirarme de lado. Fue con curiosidad, pero pareció leerme el gesto.

—¿Pasa algo? —exclamó, a lo que yo traté de recomponerme rápido. Sonreí, a boca cerrada.

—No, qué va, solo estoy cansada —respondí, dando otro bocado. Miré hacia un lado, donde un par de niños pequeños nos pasaron corriendo y gritando mientras se perseguían. Ambos se reían, felices, llenándose hasta los dientes de arena.

—Algo que he descubierto es que, cuando mientes y sonríes, solo se te sube la comisura izquierda de la boca —soltó, dejándome atónita.

—¿Y tú cómo sabes eso?

—Porque me fijo en ti. Quizá demasiado —confesó, dando un trago a su bebida. Eso me hizo sonreír, pero esa vez de verdad—. Sé que te pasa algo.

—Solo... es el conjunto de todo. Estoy agobiada con la carrera y, bueno, lo de Vero no me ha ayudado mucho —argumenté, tratando de esquivar el tema de conversación. La realidad es que, aunque sabía que me vendría bien decir la verdad, prefería dar largas en aquel momento. Era demasiado complicado para mí poner palabras a todo lo que pasaba por mi cabeza. No quería que nadie fuera de mi círculo íntimo supiera aquello. Me daba pavor mostrarme vulnerable.

—Bueno...

Lo vi girar, abriendo su bolsa de tela. Me quedé mirando cómo sacó una cajita de plástico, la que abrió descubriendo una magdalena decorada. Me estiré para coger una fresa pequeña y meterla en mi boca, justo al tiempo que le iba a preguntar qué era lo que estaba haciendo. Pero cuando le vi extendiendo esa pequeña magdalena con una vela encima, me quedé congelada.

—Que me haya tenido que enterar por Lara y Gala me parece algo fuerte, pero no voy a tenerlo en cuenta —sus pozos azules estaban fijos en mí, a la vez que tragué los trozos de fresa que me quedaban en la boca—. Feliz cumpleaños, Vega.

—Marc... —fue lo único que me salió de la boca, mientras observaba esa vela clavada en el pastelito. Le miré a los ojos, azules, observándome con detenimiento. Sé que mi gesto no fue de alegría. Yo ya no estaba allí. Mirando ese fuego, mi mente se había ido lejos, demasiado lejos.

Y de repente todo se me vino encima.

Alma, detrás de su tarta de cumpleaños, tumbada en la cama, con unas ojeras enormes y un tono de piel que se alejaba demasiado de ser saludable. Yo cantando con ella el maldito feliz cumpleaños tratando de sonreír, haciendo como que todo estaba bien para que mamá y papá no se dieran cuenta de que yo lo sabía. Alma me lo había dicho, ella se moría, lo sentía. Ya no me importaban los regalos, ni los malditos sombreros, tampoco los globos que colgaban por toda la habitación. Hacía años que el deseo que pedía al soplar las velas era que Alma se curara, pero el destino no nos escuchaba a ninguna de las dos. Ella, hasta su último aliento, amó la fecha de nuestro cumpleaños. Me vinieron a la memoria los dos meses posteriores, en esa misma habitación, agarrándole las manos pálidas como si de aquella forma pudiera mantenerla a mi lado, como si fuera capaz de arrastrarla a quedarse con nosotros. Los besos que le di, cómo la abracé, junto a papá y mamá. Siempre se quedará en mi memoria la forma en la que se fue, sonriendo a boca cerrada, sin ser ya capaz de musitar una sola palabra.

Las palabras «guerrera», «campeona» o «batalla» eran algunas de las que tenía vetadas en la cabeza. Mi hermana no era una guerrera que tuviera que luchar contra alguien. Mi hermana estaba enferma y se estaba muriendo. No era ninguna campeona, era una enferma de cáncer que trataba de vivir y que estaba perdiendo cada día más las esperanzas.

Era mi hermana y estaba muerta.

—Vega, ¿estás bien? —El tono preocupado de Marc me hizo darme cuenta de que me había quedado paralizada, no había sentido ni siquiera que las lágrimas me caían por las mejillas.

Después de mucho tiempo, me di cuenta de que era capaz de llorar la muerte de Alma. Hacía demasiado tiempo que no había podido. Pero ¿por qué en ese momento, cuando yo ya consideraba que estaba bien? ¿Por qué no antes, cuando estuve mal?

No sé cómo se deshizo de la vela y del pastel, olvidar momentos era algo que me ocurría cuando traía de nuevo ese dolor a mi vida. Había detalles que por mucho que me esforzara no era capaz de recordar. Tampoco sé en qué momento sus brazos me rodearon, ni el instante en el que mi pecho se sacudió con el primer sollozo.

—Marc, hoy, hoy —hipé, dejando escapar lágrimas. No veía nada— Hoy no puedo. Hoy no quiero hablar de esto —exclamé, alzando mi cabeza y encontrándome con sus ojos azules. Tenía un gesto de preocupación, algo que me hizo sentir peor.

—Está bien, Vega, no pasa nada —noté un beso en mi cabeza, mientras las lágrimas no dejaban de salir—. No hablamos si no quieres, lo siento muchísimo. Debí haberte preguntado antes de todo esto, joder. Tranquila, Vega, tranquila.

No fui capaz de dejar de llorar hasta que los ojos me escocieron, lloré en silencio, aguantando el dolor dentro de mi pecho. Él me abrazó, apoyándome, haciéndome sentir acompañada. No habló, no preguntó nada más. Solo me abrazó y me tendió servilletas, que utilicé como pañuelos, donde dejaba mis lágrimas. Del horrible dolor que se extendió por todo mi cuerpo poco a poco noté cómo con cada lágrima este parecía destilarse, así que lo dejé ir. De golpe me encontré sentada frente a Marc, mientras él me limpiaba los restos de máscara de pestañas de las mejillas. Me había quedado mucho más tranquila después de llorar.

—¿Estás mejor? —preguntó, frente a mi rostro, a lo que yo asentí.

—Es un tema complicado.

—No te preocupes, si quieres contarlo en algún momento, podemos hablarlo. Si no, no pasa nada —respondió, dejando la servilleta a un lado.

—Menudo final de cita que te acabo de dar —exclamé, riéndome, algo nerviosa. Sé que le contagié el gesto, pues él también comenzó a reírse.

—Bueno, te había traído un regalo, pero creo que mejor te lo doy en otro momento —respondió, haciendo un montón con las servilletas y metiéndolo en una bolsa para poder tirarlo más tarde.

—Puedes dármelo ahora, no pasa nada, Marc —suficiente había hecho ya, sabía que se sentía mal por lo de celebrar mi cumpleaños. La realidad es que él no tenía nada que ver con mi angustia.

—¿Segura? Tenemos todo el tiempo del mundo —me respondió, girándose hacia mí y agarrándome una de mis manos. Sus dedos acariciaron mis nudillos, despacio, a la vez que el sol a su espalda hacía parecer sus mechones castaños algo más claros.

—Sí, quiero verlo —aseguré, mirándolo, limpiándome la última lágrima. Marc sacó una caja de su bolsa—. ¿Eso qué es, el bolsillo de Doraemon?

—Qué graciosa.

Extrajo de allí una caja pequeña negra que me hizo fruncir el ceño. Con las manos algo inquietas lo desenvolví, encontrando dentro un par de pendientes. Tenían una luna y una estrella, eran de color dorado y parecían estar tallados. Eran largos, de unos diez centímetros. Me hizo demasiada ilusión, así que supongo que puse una sonrisa un poco tonta.

—Son... ¡Son preciosos, Marc!

—Pensé que te gustarían, te faltaba solo un pedazo de firmamento sobre las orejas y ya casi tenías todo el busto —respondió. Yo sabía que él hacía alusión a las estrellas que tenía tatuadas por todo el pecho—. Me alegro mucho de que te gusten.

—Me encantan —respondí, quitándome mis pendientes y poniéndome los que me había regalado. Después me acerqué a él, colocando una de mis manos en su mejilla. Nos permití mirarnos, como si no tuviéramos más prisa que solo descubrirnos.

Marc era hermoso. Ahora era capaz de fijarme en cosas que antes no había contemplado, como la pequeña peca que tenía en una de sus mejillas, con un tono algo más oscuro que su tono de piel. También la forma en la que se le formaban dos pequeñas arruguitas al sonreír, al lado de las comisuras de la boca. Las manos de Marc me parecían hermosas, me encantaba cómo se aferraban a las mías como si fueran un ancla. Sus ojos azules tenían un tono diferente alrededor de la pupila, algo más oscuro, similar al mar que tenía detrás de mi espalda.

—¿Puedo besarte?

Aquella vez fui yo la que pregunté. Porque quería. Porque estaba comenzando a nacerme algo en el pecho y no podía evitarlo. Porque necesitaba con urgencia besarle, sentirle, notar que él deseaba lo mismo que yo.

—Me muero de ganas de que me beses, Vega —exclamó, entreabriendo sus labios y relajando su gesto.

Acerqué mi boca a la suya, notando cómo algo explotaba dentro de mí cuando sentí su contacto. Me derretí, los latidos de mi corazón sonaban graves dentro de mi pecho. Ya no había dolor, solo una sensación que me hacía sentirme demasiado bien. Le besé con ganas, como si quisiera explicarle con aquel gesto todo lo que estaba comenzando a sentir. Él se dejó llevar conmigo, devolviéndome el beso con la misma intensidad. Mordió mi labio, se atrevió a enredar su lengua con la mía y acunó mi rostro devolviéndome el beso con la misma intensidad. Me derretí en ese momento, en aquella playa, dejándome llevar por su beso y suspirando de las ganas que tenía de que aquel contacto nunca terminara.

Él no lo sabía, pero acababa de entrar a mi corazón. Yo empezaba a enamorarme... como solo se hace una vez en la vida.

Ay, ay, lo que me ha costado revisar este capítulo y subirlo. Es que el corazón se me espachurraba cada vez que lo leía, creo que todas queremos darle un achuchón a Vega. 🥺

Por otro lado, ¿y lo que me gusta a mí enseñar por aquí pequeñas zonas de Valencia? Porque sí, el jardín de este capítulo existe. Y debo deciros que es precioso. Y SÍ, HAY GATITOS 🥹💖

Espero que el capítulo os guste, que la novela os esté conquistando el cora y la disfrutéis mucho. 

OS AMO CON TODA LA PATATITA 💖

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