CAPÍTULO 09

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Allegra se acomodó en el mullido sofá, tan grande que casi podía acostarse allí, y tan cómodo que por un largo momento temió que podría quedarse dormida mientras esperaba a que Max regresara de la cocina con un vaso de agua para ella. No era que él se hubiera ido hacía largo rato, sino que se había quedado despierta hasta tarde trabajando, se había levantado temprano simplemente porque estaba en su naturaleza, y hablar con su familia, aunque fuera vía telefónica, le quitaba años de vida en cuestión de segundos.

Se obligó a mantener los ojos abiertos a pesar de los bostezos que se le seguían escapando y se sentó tan recta como pudo.

Max regresó unos segundos después y le tendió un vaso de agua. Allegra se estremeció un poco al tomarlo debido a la frialdad del líquido, que se sentía a través del cristal, y dio un largo trago, disfrutando de la sensación y de que la ayudaba a sentirse muchísimo más despierta que hacía solo unos cuántos segundos. Dejó el vaso, ya a la mitad, y tomó su teléfono celular, hurgando en su galería de fotos. Finalmente encontró la fotografía que su prima, Sabina, había publicado el año pasado en el día del padre, y le mostró la pantalla a Max.

—Ese es mi tío, Matteo, con mi prima, Sabina —señaló. Mientras Max escrudiñaba la imagen, Allegra se preguntó qué encontraba tan interesante en ella y la miró minuciosamente también. Sabina era casi un calco de su padre, pero Allegra compartía pocas similitudes con el hombre, ya que ella y Bianca se parecían más a su madre, pero había ciertamente algunos detalles que denotaban el parentesco, como la forma de los ojos y de la boca.

— ¿Tu prima también viene? —preguntó Max.

Allegra titubeó.

—No lo creo. Lo que mi tío dijo sonaba a que estaba viajando, pero no puedo estar completamente segura, y tampoco me dio oportunidad de preguntar al respecto. De todos modos, un interrogatorio de mi tío Matteo equivale a que cinco personas distintas te interroguen al mismo tiempo, puede ser particularmente intenso cuando está interesado en algo.

Max asintió con la cabeza y miró el reloj en su muñeca.

—Nos queda una hora en total, pero media considerando que deberíamos salir antes para poder recogerlo en el aeropuerto.

—Media hora para inventar y memorizar meses de relación —dijo ella—. Suena bien. Yo puedo hacerlo. ¿Y tú?

—Me las arreglaré.

—Estupendo, campione —dijo Allegra, con una amplia sonrisa y voz melosa, tomando de regreso su teléfono celular y entrando a internet para buscar el calendario de Fórmula 1 del año pasado—. De acuerdo con internet, estuviste en Italia el año pasado en septiembre, y eso suena a un buen momento para conocernos. Aunque no en el circuito, mi tío estuvo allí todo el fin de semana. Pero habernos encontrado en la ciudad parece viable, ya que Monza y Milán están en la misma región.

Allegra no era precisamente una prodigio de la geografía, pero tenía suficiente sentido común como para haberse informado debidamente desde su infancia sobre las áreas cercanas a donde ella vivía, lo que incluía Monza, célebre por ser uno de los circuitos tradicionales de la Fórmula 1. Era una política suya, que si algo no se le daba particularmente bien, debía hacerlo hasta mejorar, sin importar si no lo disfrutaba, porque una cosa en la que no fuera buena era más de lo que podía darse el lujo de permitirse. Por fortuna para ella, Max parecía conocer suficientemente de geografía italiana y regiones en el país porque no hizo preguntas al respecto, nada que pudiera evidenciar un lapsus de conocimiento de Allegra.

—El problema es que yo no suelo salir como turista mientras viajo. Voy del hotel al circuito, ocasionalmente a comprar algo si lo necesito, a eventos de la escudería y a veces a comer o cenar con otros pilotos.

— ¿Ganaste en Monza, verdad? —preguntó Allegra, entrando a Google Maps y examinando sitios donde pudieran haber coincidido hipotéticamente, cuando Max no contestó de inmediato, ella lo miró— ¿Qué? ¿No ganaste?

El comentario lo fastidió, y eso se notó en sus facciones y en la tensión general en él.

—Sí. Gané. Solo intentaba recordar los detalles. Incluso si a mí no me importa romper récords sino ganar, sería de esperar que mi novia supiera si logré algo relevante el fin de semana que nos conocimos.

Allegra apagó la pantalla del teléfono y lo dejó a un lado, inclinándose al frente sobre sus rodillas para mirar al tricampeón mundial con expectación.

— ¿Y lograste algo ese fin de semana?

—Creo que rompí un récord de victorias consecutivas. Fue la décima, o algo así.

Ella parpadeó y, en contra de sus mejores deseos, la admiración se le reflejó en el rostro. Era impresionante, quisiera admitirlo o no, y no tenía problemas con admitirlo, después de todo, por eso lo había elegido a él.

—Es probable que mi tío recuerde los récords que has roto mejor que tú —señaló Allegra, encogiéndose un poco y desviando la mirada—. Bueno. De todos modos, si ganaste, eso significa que seguramente festejaste, ¿no?

—Sí, recuerdo que hubo una fiesta después de la carrera.

—Bueno, ahí está. Nos conocimos en tu fiesta de la victoria —dijo Allegra, sonriendo—. A menos, claro, que te hayas enredado públicamente con alguna mujer ahí o en un momento posterior, porque no sería bueno para la imagen de ninguno de los dos.

—No, nada de lo que los medios se hayan enterado desde mi última novia hace un año —dijo Max, y después frunció el ceño—. Pero la fiesta... Es complicado entrar a una fiesta de ese tipo si no te mueves en el círculo.

— ¿Olvidas que conseguí tu número con una llamada, Maxie? Además, eso era Italia, y no he encontrado un solo lugar en el país en el que le nieguen el acceso a un Lombardi. Aunque es importante agregar a nuestra historia que yo no habría ido sabiendo que es tu fiesta, yo habría llegado simplemente queriendo divertirme un rato y habría coincidido con que tú celebrabas en el lugar que escogí.

— ¿Y se supone que eso sea creíble?

—Cuando me conozcas mejor, sabrás que es en realidad algo completamente propio de mí.

— ¿Y qué tan bien se supone que tendremos que conocernos?

Max era una persona claramente impaciente, no una mariposa social en absoluto, y a diferencia de Allegra, estaba poco dispuesto a pretender lo contrario. Ella estaba segura, sin embargo, de que él era realmente una persona agradable, dulce en cierto sentido, solo le costaba manifestar eso en ciertos entornos y esa parte de él se sobreponía también a los aspectos más ásperos de su personalidad (la vena ganadora, si se le quería llamar así). Esos detalles habrían parecido evidentes desventajas para cualquier otra persona que necesitara un novio falso, pero no para Allegra, porque en realidad eso solo hacía más creíble el hecho de que ellos dos pudieran estar enamorados, porque él era justamente el tipo de persona del que ella quizá podría imaginar enamorarse.

—Como si fuéramos novios reales, Max —respondió Allegra, con seriedad.

Él respiró profundamente y se pasó la mano por el cabello.

—Nunca había tenido una relación falsa —dijo Max, y sonaba casi a una disculpa, lo que hizo que ella se relajara un poco. No había nada que disculpar, nada que excusar, porque ella en realidad comprendía la postura del piloto, y, si bien no la compartía, tampoco la encontraba inconcebible.

—Yo tampoco, en realidad —dijo Allegra, resignada, y guardó silencio varios segundos antes de volver a hablar—. ¿Qué habrías hecho si yo en realidad hubiera estado en esa fiesta y me hubiera acercado a ti? Si hubiera aparecido, me hubiera acercado y hubiera comenzado a hablarte en italiano.

—Depende de qué tanto alcohol habría tenido encima en esos momentos.

—Mmm, bueno, no demasiado. O la historia que contaremos sería demasiado corta —comentó ella, y aunque sonreía, no se burlaba abiertamente como en otras ocasiones, sino que sonreía porque en realidad se divertía, y cuando lo hacía, era difícil que las otras personas no lo hicieran también, así que Max devolvió su sonrisa.

—Te habría dicho que no hablo italiano, y habría preguntado tu nombre —dijo él, finalmente.

—Yo te habría dicho que me llamo Allegra, y te habría preguntado qué, exactamente, estaba celebrando todo el mundo.

—Probablemente te habría dicho que me están celebrando a mí. Te habría dicho que soy piloto de Fórmula 1, y que acababa de lograr mi décima victoria consecutiva.

—Pensé que no te importaban los récords —respondió Allegra, sorprendida. Max soltó una risa, mitad nerviosa y mitad divertida.

—Y no me importan. Pero no estoy sobre presumir un poco para impresionar.

—Me habrías impresionado —admitió Allegra, y era cierto, si así hubieran sido las cosas, ese habría sido el momento en el que él se habría ganado la atención de ella para algo más que un rato de coqueteo divertido—. Y me habría ofrecido a comprarte una bebida.

—Yo habría tenido que decirte que la fiesta tenía barra libre —replicó Max, rápidamente, para después soltar una risa, como si estuviera bromeando, aunque lo decía en serio.

—Bueno, pues yo te respondería que entonces tendría que verte otro día para poder comprarte esa bebida, y te daría mi número de teléfono.

Ambos se miraron a los ojos un largo momento antes de desviar la mirada casi al mismo tiempo. Se sentía una extraña pesadez en el ambiente, pero ambos se resistían a retorcerse en sus asientos frente al otro. Incómodo, habrían dicho que se sintió todo, aunque quizá no era la palabra correcta, porque ninguno de los dos tenía el menor impulso de irse.

Pero como todo aquello en la vida que no podían arreglar para su conveniencia, lo ignoraron y siguieron adelante.

—Supongo que así inició nuestra relación, entonces —dijo Max, en un suspiro.

—Mhm —asintió Allegra, con un movimiento de cabeza, frotando las palmas de sus manos contra la tela cubriendo sus piernas.

—Perfecto.

—Sí, perfecto —dijo ella, poniéndose de pie—. Hablemos de lo demás en camino al aeropuerto.

Allegra se colgó la bolsa del hombro y bebió lo que le quedaba de agua de un trago, devolviendo el vaso a la mesilla. Max aceptó fácilmente y tomó las llaves de su auto de la barra.

—Vamos —dijo, abriendo la puerta para ella. Antes de cruzar el umbral, Allegra titubeó un poco, con una pregunta en la punta de la lengua, una que, para variar, no se atrevía a hacer, pero Max habló nuevamente antes de que ella pudiera decidir—. Allegra, si eso hubiera pasado, si hubieras estado en esa fiesta... ¿Te habrías acercado?

Ella suspiró brevemente, y lo pensó. Realmente lo pensó. Pero no tenía una respuesta real para él, porque esa habría sido una situación que habría dependido de demasiadas variables, incluyendo que ella tuviera ganas de salir, de beber, que no tuviera mucho trabajo, que él hubiera entrado en su rango de visión en el momento correcto...

—Quizá —respondió Allegra, su voz no invitaba a Max a hacer preguntas de seguimiento, y él no pensaba hacerlo, pero ella tenía una pregunta propia para hacer mientras ambos salían y él cerraba la puerta tras ellos—. ¿Y tú? Si eso hubiera pasado, ¿habrías aceptado la cita que te ofrecía y mi número?

—Quizá —repitió Max, utilizando la palabra que ella había usado antes. Allegra soltó una risa.

—Nunca me invites a salir —dijo ella, mientras ambos subían al ascensor. Él la miró, con expresión ininteligible, parcialmente desconcertado por lo repentino del aparente insulto, y al mismo tiempo algo ofendido.

— ¿Por qué?

—Porque podría decirte que sí, y es lo último que necesitamos.

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