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No la dejan ir por ahí, lo sabía, lo sabía tan bien que era eso lo que le motivaba a seguir caminando.

Quizás unos pasos más y podría ver hacia afuera, como un intento de mirar más allá, a volver al lugar de donde había venido, en donde le habían dado vida, quizás sería hipócrita de su parte, tratar de escapar del lugar en donde ella y otros generaban vida a costa de otros pero quería regresar al lugar en donde fue creada.

Muchos de los que estaban ahí darían lo que fuera por regresar a los brazos amorosos de sus familias o a la tranquilidad que te brindaba la libertad.

No podía decir que alguna vez tuvo mucho de alguna de esas sensaciones.

Miraba sus manos, que habían perdido color, o más bien, habian adoptado una coloración parecida al carbón al igual que una textura parecida, aún no estaban del todo petrificadas, no obstante, empezaba a escucharse un ligero crujir cada que flexionaba los dedos.

Sus uñas parecían hechas de algún tipo de resina, sus dedos de carbón, su sangre empezaba a fusionarse con la energía primaria con la que todos eran hechos, poco a poco mostraban su verdadero ser.

Un ser incompleto.

Uno que había sido descubierto y era llevado de vuelta a lo más profundo de la oscuridad, junto a una voz grave y con palabras hirientes que la envuelven.

- ¿Por qué miras tus manos podridas?

Palabras duras, toscas y sin ningún tipo de vergüenza de lo que está pensando, tanto que ni le importa pasar por un filtro sus palabras antes de dejar que se hagan sonido y lleguen a sus oídos, donde luego solo podrá conectar con su razón y decirse a sí misma que esas palabras eran la pura verdad de la que no podía escapar.

Mi cuerpo está pudriéndose.

No era real, al menos no la auténtica, se dijo, pero no había una ella autentica, ella era una mezcla.

Una mezcla que salió mal.

- Incluso así, cuando estás en tus últimos momentos, él ya no voltea a verte.

Sus palabras son dolorosas, porque reflejan la verdad, su realidad, no puede decir que es triste al igual que no puede decir si es justa.

Es simplemente su realidad.

- No le importa que una falla siga existiendo o no.

Sus palabras cuelan dolor, quizás no del físico, era más bien del otro tipo, ¿cómo les decían? Los sentimentales, dolor emocional, que taladraba su mente, mostrándose como algo inofensivo cuando en realidad las palabras pueden ser como pequeños filos que van cortando las fortalezas, pequeñas navajas que iban cortando su raciocinio.

No importaba que fueran grandes o pequeñas, incluso una hoja de afeitar era más que suficiente para cortarle el cuello a tu enemigo si es que sabes como usarla.

Escucha sus pasos rodeando el lugar en donde está sentada, está asegurándose de estar en su campo de visión, ya no se mantiene a sus espaldas, quiere verla.

Quiere ver el momento en el cual por fin pueda romperla.

Ya no le quedaba nada, aquellos a los que acogía bajo su "cuidado" han sido descartados, otros se han considerado como traidores y otros como fallas.

El hecho que ella hubiera estado a cargo de traidores fue más que suficiente para que él le diera la espalda.

Su mayor miedo, ese que deseó nunca se hiciera real, mientras recordaba con angustia el tiempo en que, con energía y emoción, le mostraba cada nuevo ser formado a partir de su magia.

Si no soy útil...

- Hacer como que no escuchas no cambiará nada -toma su mandíbula con una sola mano, sus garras, afiladas como siempre, le hacen daño en la piel, en vez de salir sangre de sus vasos sanguíneos, solo se ve cómo se filtra el maná, de un color azul vibrante que es casi hipnotizante a la vista, tan bello.

Tan bello, que lograba dar algo de vida a sus rasgos algo moribundos.

- Todos ellos te han abandonado.

Hace énfasis en sus palabras, con su mano libre y abierta le muestra en donde están por completo, ese lugar en donde trajo a la vida a lo prohibido, donde le cambió la vida a muchos y a otros los rompió para siempre junto a muchos otros como ella, que tenían la misma tarea.

- Ninguno a vuelto a tu lado, todos huyeron de ti en cuanto les diste la espalda -la hace mirar hacia allí, no sabe ya qué siente.

Sus ojos se han hecho como los de un pez muerto, apenas con una luz de vida por el exceso de maná en su sangre, esa chispa azul en lo profundo de sus ojos que se cuela entre la sangre que irriga su ojo.

Finalmente tiene una respuesta de su parte, siente sus dedos sobre su brazo, siente la sensación de su tacto por sobre su ropa, su mirada aún no está dirigida a él, siente como su mano se desliza por la extensión de su brazo, llegando a su mano, por un momento piensa que la iba a apretar con fuerza, al menos con ira por lo que le está mostrando, que le demuestre algo, pero no hay nada, la palma de su mano se desliza por la suya y por el filo de sus garras cuando tiene el mínimo deseo de retener su tacto; sin ninguno aviso esa misma mano se desliza debajo de su saco, la siente moverse por sobre la fina tela que cubre la mayoría de su cuerpo, pasa seguidamente a su ala, asiente el toque tosco de su mano por sobre sus escamas hasta llegar a las garras que tiene, son cinco, como los dedos de su mano, siente que las toma como si quisiera entrelazar sus dedos.

Su cola se mueve sin su permiso, fuertemente aferrada a la pierna de su contraria, sin importar que ella esté sentada y ya no tenga fuerza para moverse, a no ser que quiera terminar por romperse, se mantiene aferrado a ella, mientras ella aún no lo mira, ella mira hacia ese lugar, donde la tierra alguna vez fue fértil, donde ahora hay parches arenosos y muertos, donde será muy difícil que vuelva a crecer algo en un futuro aún lejano.

Sus dientes le duelen, es como si le dieran picazón, algo que lo hace querer morderla al punto de gruñir al no tener aún su atención.

¿Sería el Maná puro que corre por sus venas?

¿El deseo de que simplemente, y que de una vez por todas, sólo le pertenezca a él?

Un deseo nacido de una necesidad que aún no podía explicar.

Sin quererlo del todo su mano a dejado ir la presión en su rostro, manteniéndose ahora como un toque tan delicado como podría ofrecerle, no dejando ir su mano que está sujeta a las garras de su ala.

Alas y cuernos del color más oscuro, similares a los que uno ve cada noche maldita de Sabbat, garras tan impolutas del color de los rayos de luna llena, una cola del color del caparazón de un escarabajo que se come la carne de los cadáveres y se pierde en la oscuridad del mausoleo.

Odiaba con toda su alma esas características suyas.

Porque realmente no eran del todo suyas.

Odiaba con toda su alma a la mujer que sostenía con anhelo las garras en su ala.

Porque se hacía la idea de que ella realmente veía a otra persona que era el poseedor de esa alas.

Esas alas, esos cuernos, esas garras, esa cola, todo eso era propio de un Dragón Ala Metal pero tenían salpicado algo que no era normal, algo que no pertenecía a la ecuación.

Igual que ese bastardo traidor.

- Contigo a mi lado -finalmente le responde, lo mira a los ojos, sus ojos rasgados, de iris pequeña, tanto que ocultaba el verdadero color que portaban.

Si uno no se acercaba lo suficiente y lo miraba directo a los ojos, poniendo se lado su fiera mirada y sus facciones aterradoras, no notaria el lindo color claro que se escondía entre el borde oscuro.

Ojos tan claros, tan bonitos, con un brillo gélido, de un color tan parecido al gris, si no tenías cuidado podrías confundirlo con el tono grisáceo de su cabello cuando en realidad era de un color celeste tan difuso y extraño como el agua que se forma de los picos de hielo.

- Contigo a mi lado, Krizalid, yo no debo esperar mucho.

Sus palabras son calmadas, lejos del grito indignado que pensaba que iba a soltarle en la cara.

Su deseo de morderla en la parte posterior del cuello, de marcarla, se hicieron mayores.

No sabía si era algo propio de las razas que lo conformaban, pero podía sentir esa urgente necesidad que parecía querer llevarlo a la locura, sin importarle si terminaba de romperla en el proceso.

El deseo de reclamarla a veces le nublaba el juicio, al punto de olvidar por completo que no podía hacerlo.

No debía.

Porque, a pesar de todo lo que dijo, no eran más que mentiras.

Él seguía preocupado, aunque sea un poco por ella, porque ella aún era importante.

Porque ella pudo crearlo, y Krizalid sabe que su potencial es codiciado en más como él, que quieren tener más como él, ese pensamiento lo llena de orgullo al igual que lo enferman.

¡No podría haber alguien tan perfecto como él!

¡No importaba si era un demonio, un dragón o hasta una espíritu incorpóreo, ella nunca lograría ese logro de nuevo!

Se había encargado de ello, y seguía haciéndolo mientras susurraba palabras cortantes e hirientes a sus oídos.

Le recordaba sus fallos y sus continuos errores.

Para permanecer así, solo ellos dos.

Estarían juntos, sólo en ocasiones ella crearía un nuevo ser para ayudar a la organización, pero nunca sería tan perfecto como él.

- No debo esperar -era lo que repetía, sintiendo como reposaba sus labios sobre la piel de su cuello, abriendo la boca y dejando la sensación de que iba a morderla en cualquier momento, que la marcaría en cualquier momento para someterla a él por el tiempo que siguieran vivos.

La muestra en donde los dragones pueden subyugar a las hembras, para evitar que los maten en el coito y que se mantengan a su lado cuando la cría a nacido.

Pero (...) no sabía si Krizalid lo hacía conscientemente, mientras la envolvía entre sus brazos y se llevaba de ahí, dando ligeros gruñidos, moviendo sus alas de manera ligera y repetida, siendo ese el usual movimiento de un macho cortejando a la hembra mientras sentía su pecho vibrar junto a su oído.

(...) solo podía estar feliz, porque Krizalid no se dio cuenta de la pequeña vida que ella ya había puesto a crecer en esa tierra aún fértil, su último trabajo.

Sus muestras de cortejo, al menos, la hacían olvidar que había sido dejada atrás, aunque ese fue su deseo desde un inicio.

Porque no podía ver a la cara a aquellos a los que había destruido la vida, no fue ella quien los arrancó de los brazos amorosos de sus familias, pero fue ella a la que ayudó a que perdiesen sus recuerdos, disfrutando de una manera que no se explicaba el poder ser ese soporte que más necesitaban en ese momento.

Mientras era cotejada por Krizalid, solo quería dejar de pensar, en su vida acortandose a cada paso, en las vidas que traía a cambio, en el amor que nunca pudo obtener y en el amor que ahora se apoderaba de ella.

Mientras se mantenía sobre la suave tela, mirando sus manos, también vio el brazo que la tenía sujeta por sobre su abdomen y que le impedía moverse con intentos dañinos lo más mínimo aparte de su respiración si es que no quería levantarlo.

Por otro lado, sabía que estaba lo suficientemente alerta para sentir que movía su brazo, pero se calmaba al predecir sus movimientos.

Al igual que a ella le brindaba calma sostenerlo entre sus brazos, hasta que sea un nuevo día en que siga queriendo subyugarla y ella siga escondiendo la verdad de él.

Abrazando su cabeza contra la parte superior de su pecho sin importar la superficie fría y lisa de su cuernos, escuchando y sintiendo su respiración, la sensación de su piel contra la de ella, sus piernas entrelazadas, sus alas cubriéndola como un manto nocturno que cubre todo a simple vista, su cola que se aferraba a su muslo y su esencia cálida en su interior, tenía un momento de calma, en donde le ganaba el sueño, en donde podía cerrar los ojos no solo por el desgaste físico, era una serenidad que no sabría describir porque nunca le dijeron que era.

Quizás era lo más cercano a poder dormir sin remordimientos.

Hasta que a la mañana siguiente se daba cuenta que solo pequeños cortes habían en su cuello, mas no la marca de los dientes afilados de su acompañante, que esa misma madrugada ya se había ido de su lado de la cama.

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