«Él de nuevo.»

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"¿Era una alucinación?" Se preguntó, pero podía sentirlo, notarlo en todo su esplendor.

Sus manos reposaban junto a su torso desnudo, sin rastro de prenda alguna, notando su abdomen trabajado y compacto. El calor que emanaba se filtraba entre sus dedos.

Debería apartar las manos de él, o mejor aún, empujarlo de la cama por invadir su espacio personal, o incluso golpearlo hasta el cansancio por tenerla allí encerrada y desinformada.

Pero lejos de eso, decidió seguir tocando, no porque se sintiera atraída por aquel cuerpo, sino para encontrar alguna pista que pudiera ayudarla a identificar a su captor. Tampoco sabía si tocarlo, arriesgando el despertarlo ayudaría con algo, pero ya no sabía qué más hacer.

Antes de que pudiera arrepentirse, comenzó a tocarlo, solo con las yemas de los dedos, palpando todo su pecho en busca de algo. ¿Qué buscaba? No estaba segura. Continuó con su inspección y se aliviaba escuchar el latido y la respiración constante. Siguió bajando hasta que sintió algo desigual, como una cicatriz.

Pasó su dedo por ella con cuidado; era una línea recta no muy grande ni gruesa. La cicatriz se encontraba en el abdomen, justo por debajo del ombligo.

"¿Cómo se hizo esa cicatriz?" Se preguntó mientras sus dedos de forma mecánica seguían explorando. "¿Quizás se la hizo en alguna pelea o algo así? Bueno, es un psicópata, estoy seguro de que..." 

Pero se detuvo en seco y apartó las manos de golpe, como si se estuvieran quemando. Sintió cómo su cara se encendía y se calentaba por la vergüenza, mientras se alejaba todo lo posible de su cuerpo.

"Ha sido una muy mala idea, sin duda", se dijo a sí misma intentando no pensar que su mano había estado hace pocos segundos en la entrepierna, más que erecta, del hombre.

Cuando abrió los ojos, todo estaba sumido en la oscuridad; ni siquiera recordaba cuándo se había quedado dormida. "Recuerdo estar viendo la película y recordar a esos malditos traidores." Todo estaba tan oscuro que por un momento no se percató de su entorno, hasta que su espalda chocó contra algo.

El sobresalto la hizo incorporarse de golpe en la cama, pero no podía ir a ninguna parte porque no veía ni escuchaba nada, solo el subir y bajar de la respiración de aquel hombre que la mantenía cautiva sin decir una palabra.

Hacía tiempo que aquel individuo no había vuelto a dormir junto a ella, lo que le había dado paz y tranquilidad. Pensó que quizás se había aburrido y había decidido pasar a otra cosa, pero sentirlo allí de nuevo levantó sus alarmas.

Le extrañó también que no se hubiera levantado a pesar del bullicio que ella misma había creado debido a la sorpresa. "Debe de estar profundamente dormido", pensó con calma, mientras una idea cruzaba su mente.

"Quizás podría encender la luz y finalmente ver su rostro. Siempre se dice que los que más quieren perjudicarte suelen ser las personas más cercanas."

Recordó el poco tiempo que habían tenido para interactuar. Él había vendado sus ojos y usado un modulador de voz, y las veces que había dormido a su lado, siempre había insistido en que ella durmiera de espaldas. Esto la desconcertaba, pues todo estaba oscuro y ni siquiera podría ver nada.

Sin lugar a dudas, él quería ocultar su identidad. Llegó a la conclusión de que aquel hombre era alguien que ella conocía, o al menos se habían visto alguna que otra vez.

Mientras cavilaba, un pensamiento la invadió. "No tengo los ojos vendados ni el cuerpo atado. Podría encender la luz y ver quién demonios es."

Palpó la cama con cuidado para saber la distancia que la separaba del borde. Conocía la habitación como si hubiera crecido en ella, sabía que en el lado de su cama había una mesilla y sobre esta una pequeña lámpara de noche.

Le llevaría menos de dos minutos alcanzarla y encender la luz. La incertidumbre y la emoción la invadieron, dispuesta a llevar a cabo su plan.

Se movió, esta vez con más cuidado, palpando la cama hacia el lado de la mesita, pero su cuerpo quedó rígido cuando sintió movimiento en la cama. 

Aquel hombre se estaba moviendo. Por un momento pensó que se había despertado, y sintió que su corazón salía de su pecho y se quedaba frío y rígido, peor que un muerto.

Permaneció inmóvil durante unos largos minutos que para ella fueron como horas, esperando algún sonido o movimiento. Al ver que nada sucedía, retrocedió sintiéndose acobardada.

El miedo aún la dominaba por completo, y se llevó las manos al pecho en un intento por calmar su acelerado corazón. Cerró los ojos y comenzó a respirar profundamente hasta lograr calmarse medianamente.

El hecho de que el lugar estuviera envuelto en la más absoluta oscuridad le dio un sentimiento de alivio, y agradeció por primera vez que así fuera. "Si hubiera estado la luz encendida, sin duda me habría desmayado del miedo", pensó.

Pero no estaba dispuesta a dejar pasar aquello. No sabía cuánto tiempo había pasado, y comenzaba a preocuparle la familiaridad con la que todo aquello empezaba a resultarle.

—¿No quieres seguir explorando? Lo estabas haciendo bien hasta ahora—habló de repente el hombre, dando el susto de su vida a Karina.

El susto fue tan grande que no se percató del cambio en su voz, sino que arremetió contra él.

—Así que estabas despierto, eres un maldito pervertido—lo acusó, poniendo distancia una vez más entre ellos.

—¿Pervertido? No fui yo quien le tocó la entrepierna al otro—soltó sin más, y Karina deseó que se la tragara la tierra.

No podía verle la cara, ni siquiera sabía quién era, pero podía sentir que aquel desconocido estaría sonriendo en estos momentos.

El miedo que pudo haber sentido se transformó en ira, una ira profunda y densa. La enfurecía que aquel hombre la hablara y bromeara de forma tan casual, como si fueran amigos o algo más.

Solo logró encerrarla y aislarla aún más. El grillete en su tobillo le recordaba la realidad de la situación y el tipo de relación que tenían.

—¿Qué? ¿Te comió la lengua el gato? —preguntó en un susurro y sintió su mano en su mejilla.

No sabía cuándo había llegado tan cerca de ella, pero tampoco le importó y apartó su mano con un manotazo.

—¡No me toques!

—Vine a verte porque me informaron de lo bien que te estabas portando. No esperaba que aún tuvieras este tipo de comportamiento.

—¿Cómo esperas que reaccione cuando me has secuestrado?

—Yo no te secuestré. Solo te traje al lugar donde perteneces.

—¿Dónde pertenezco? ¿Qué locura estás diciendo de repente? ¿Te has vuelto loco?

—No negaré eso, soy un hombre peculiar, pero no miento cuando te digo esto.

—¡Yo no pertenezco aquí! ¡Mi hogar está con mi familia, ellos deben estar preocupados, buscándome!

Mis palabras debieron parecerle un gran chiste porque se echó a reír a carcajadas.

—Oh, Karina, ambos sabemos que lo que acabas de decir no es cierto. A tu familia le daría completamente igual lo que te pasara, eres una carga para ellos.

Ella ya sabía eso, pero escucharlo de la boca de otra persona, y sobre todo de alguien que no conocía, hacía que su dolor creciera. Sabía que seguramente lo decía para desmoralizarla, pero era cierto sus palabras.

—Así que esa es la razón por la que me secuestraste? ¿Porque sabes que nadie me buscará?

—Ya te lo dije, no te secuestré, estás...

—¡Deja de decir esa mierda! —vociferó perdiendo la paciencia y golpeándolo con todas sus fuerzas.

No sabía ni siquiera a qué dirección tiró su mano, pero supo que impactó contra algo, debió ser su cara porque lo sintió muy duro y seguido del dolor de él. Pero aquel movimiento fue su error.

Pues aquel hombre la atrapó con facilidad, como si pudiera ver a través de la oscuridad.

—¡Suéltame! —gritó Karina forcejeando, pero el hombre la tomó como si no pesara nada y la aprisionó bajo su cuerpo.

—¡He dicho que me sueltes, maldito psicópata! —Gritaría una vez más, moviendo su cuerpo en un ademán de liberarse.

Pero era imposible, él había puesto todo su peso sobre ella, inmovilizándola y sujetando sus dos brazos.

—¿Nunca te enseñaron a no faltarle el respeto a tus mayores? —preguntó junto a su oído mientras la mordía ligeramente.

—¿Tengo que enseñarte cómo comportarte? Te lo dije. Te pedí ser obediente.

—¿Obediente? Si querías a alguien así, habría sido mejor que te compraras un perro y no me secuestrases —Sentenció intentando mover los brazos, que los tenía a cada lado de su cabeza.

—Los humanos pueden ser obedientes, incluso más que los perros, solo si encuentran a alguien que los discipline bien —explicó dejando caer aún más peso sobre ella, moviéndose encima suyo.

—Y te aseguro que será todo un placer enseñarte.

A Karina se le pusieron los pelos de punta al escuchar eso, y fue aún peor cuando sintió la dureza del hombre presionar contra el pijama que llevaba. Su cuerpo se tensó y se puso rígido como un bloque de hielo, un escalofrío la invadió y pensamientos terribles comenzaron a inundar su mente.

—No... —intentó decir, pero las palabras se atascaron en su garganta.

—¿No? —repitió con clara burla en su voz.

—¿Sabes? Vine a verte para premiarte por haberte comportado tan bien, pero me golpeaste y ahora me veo en la terrible obligación de castigarte.

"¿Terrible obligación?" No se notaba para nada dolido o triste, es más, Karina tenía la sensación de que estaba feliz de que lo hubiera golpeado.

—Por favor... No me hagas daño, no volveré a hacerlo, por favor —suplicaba con desesperación.

—No es necesario que me digas algo que ya sé de antemano.

—Por favor, haré lo que quieras, no me hagas daño —sus ojos picaban por las lágrimas contenidas.

Se sentía patética, inútil e impotente por tener que suplicar de esa forma, pero no quería que aquel hombre le hiciera algo más.

—¿Lo que quiera? ¿Sabes lo que implica esas palabras?

—Solo... Por favor, no me hagas daño —repitió con desesperación.

El hombre no habló, pero tampoco se apartó de ella. La oscuridad solo intensificaba aún más la incertidumbre, la ansiedad que parecía estar apunto de desgarrarla.

Karina notó la respiración de él volverse irregular y su miembro endurecerse aún más con cada minuto que pasaba. "¿En qué demonios está pensando este maldito loco?"

Quería golpearlo de nuevo y gritarle que se alejara, pero se contuvo. Ya estaba en una situación horrible, no sabía quién era este ser y no quería averiguarlo.

—Bien, tomaré tu oferta, no te haré nada, a cambio de un beso.

—¿Qué?

—Bésame.

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