[ 007 ] shine & dangerous medusa

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𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓'𝐒 𝐆𝐀𝐑𝐃𝐄𝐍
━━━ 🌼 ━━━
07. SHINE & DANGEROUS MEDUSA

—SIGO SIN ENTENDERLO —la voz de Choon-hee atraviesa los árboles mientras el grupo de cinco camina entre los bosques que hay en la orilla de Nueva Jersey. El resplandor de Nueva York tiñe de amarillo el cielo a sus espaldas, dejando la lluvia atrás. La chica camina entre los dos chicos, mientras que el sátiro y la rubia están un poco más adelante, los cinco aún algo empapados por el aguacero.

—Nosotros tampoco —le dice Percy.

—Habla por ti —Yong-hwa rueda los ojos—. ¿No es obvio? Fue una intervención divina.

—¿Por qué?

Annabeth cruza los brazos, viéndolos por encima de su hombro.

—Esa es la verdadera pregunta.

—Así que... los dioses realmente quieren ese rayo de vuelta...

—¿Te falla? —Yong-wa señala su cabeza, su hermana le lanza una mirada—. Claro que lo quieren de vuelta, es el rayo maestro de Zeus, no un rayo cualquiera. ¿Tú crees que habrían mandado tres Furias a por nosotros si fuera un rayo cualquiera, Groomer?

—Es Grover.

Yong-hwa pone los ojos en blanco.

—Lo que digas, cabra. Responde la pregunta.

—Pues no, los dioses no mandarían a tres Furias a por un rayo cualquiera. El rayo maestro de Zeus es el más deseado por sus hermanos, posee capacidades...

Mas Yoongie lo interrumpe, realmente no tan interesado en la respuesta del protector.

—¿Ves lo que te digo, Sirenito? Eres la última coca cola del mundo, siéntete especial, pero no mucho porque te devolveré al bus en llamas si se te sube a la cabeza.

Percy parpadea.

—Guau, eres tan cálido como un oso pardo irritado, ¿a que sí?

—Es su efecto especial —Choon-hee tira del brazo de su hermano, jugando—. ¿Tienes alguna bolsa de regaliz en tu mochila? Eres el único que la tiene...

—Acerca de ello... metí todo en la tuya. Y no sobrevivió... Que descanse en paz.

—Tú llevas una mochila rota, no te sirve de nada —destaca Percy.

—Eh, yo no tiro las cosas por ahí —Yong-hwa frunce—. ¿Conoces acaso el reciclaje? Estamos en medio de un bosque, no pienso tirarla aquí. Miguk muji kojeonjeogin sarye.

A Grover se le iluminan los ojitos de felicidad, apretando con fuerza la caja de zapatos que carga, la que Luke le regaló a Percy, mientras que Percy y Annabeth intercambian miradas ante el repentino uso del coreano. Ellos apenas saben español, y roto, apenas para decir hola. Choon-hee suspira, divertida.

—No ha insultado, si pensáis eso. Solo se ha quejado.

—Como siempre —dice Annabeth—. ¡Vamos! Cuanto más lejos lleguemos, mejor.

—Sí, princesa. Iremos corriendo tras de ti —se burla el gemelo coreano—. ¿Quiere té con sus exigencias, su majestad?

—Te voy a castigar para que te quedes sin hablar el resto de la misión —frunce Annabeth.

—Atrévete —dice el coreano, retándola, al mismo tiempo que las ramas de los árboles se remecen como despertando de su siesta, sus ojos brevemente llameando de un color verde oscuro.

—Whoa, whoa, whoa —Chee interviene, caminando más adelante para colocarse en el hueco que hay entre ellos—. Lo entiendo, ¿si? Estamos todos cansados, hambrientos, y necesitamos tomar un descanso. Pero tenemos que permanecer como equipo, ¿vale? Si empezamos disputas no vamos a llegar a nada, solo lo vamos a empeorar. Y al final acabaremos muertos de verdad.

Annabeth rebufa y cruza los brazos sobre el pecho, Yong-hwa pone los ojos en blanco, el verde regresando a su tono castaño habitual.

—Bien —Chee asiente.

El grupo se ve interrumpido por un sonido agudo, como el de una lechuza siendo torturada.

—¡Eh, mi flauta sigue funcionando! —exclama Grover, sonriente—. ¡Si me acordara de alguna canción buscasendas, podríamos salir del bosque!

—¿De qué sirves entonces, Mr. Tumnus? —dice por lo bajo Yong-hwa, lo suficiente para que él le oiga.

Toca unas notas, pero la melodía no se aparta demasiado de alguna canción de Hilary Duff.

En ese momento Percy se estampa contra un árbol y le sale un buen chichón.

Yong-hwa rompe a reír, recibiendo un manotazo en el brazo de su hermana cuando vuelve a su lado, pero ella tampoco es capaz de contener su risita. Sale de sus labios un segundo, lo que provoca una risa por parte de Annabeth, y Percy maldice porque se ríen de su desgracia. Choi chica trota hacia él cuando tropieza y vuelve a maldecir, sujetándolo para que no estrelle contra el suelo; le coloca la mano en la espalda y el ceño de Percy deja de ser tan profundo, como si lo estuviera calmando, como dijo antes de que empezara la misión.

—Gracias —dice Percy.

—¿Por qué?

—Por calmarme.

Chee sonríe.

—No entiendo cómo te calmo. Pero, de nada, supongo.

—Vamos a ver, aparte de gafete, eres un torpe, Ariel —rezonga el gemelo de ojos castaños, caminando hacia la parejita, tirando del brazo de Percy hacia sí mismo como si el hijo de Poseidón no fuera más que un muñeco de trapo—. Ven, quédate a mi lado y no te separes hasta que yo te lo diga. Con tu suerte te caes por un precipicio. Y tú, noona, vete al lado de la mandona, no puedo tener los ojos en ambos al mismo tiempo.

—¿Siempre tienes que ser tan mandón y pesado? —rezonga Chee, haciendo un puchero de broma.

—Es mi deber como hermano pequeño. Y no hagas pucheros, se te pueden formar líneas de expresión, y no querrás verte como la abuela cuando tengamos dieciocho.

Pero en vez de rechistar, la gemela hace exactamente lo que su hermano dice, y se une a Annabeth y Grover en el sendero, caminando en conjunto a ellos, mientras que por detrás, Percy sigue diciendo cosas bajo su aliento mientras camina al lado del controlador de plantas.

Los cinco comienzan a andar más rápido y el estómago de Choon-hee ruge, hambriento. Se le colorean las mejillas y se disculpa por lo bajo, y el olor a comida frita, grasienta y exquisita llega hasta sus fosas nasales. Frena de golpe y señala a un lado, mirando a sus compañeros, y como no tienen nada más que perder, porque ya están lo suficientemente perdidos, siguen la dirección. Un cartel gigante en colores de luces neones se erige justo delante de ellos, a metros de su alcance, la fuente del buen aroma a comida. No es una tienda de renombre, ni una cadena, sino un local de carretera. El edificio principal, largo y bajo, está rodeado de hileras e hileras de pequeñas estatuas. A cada lado de la entrada, como se anuncia en el cartel, hay dos gnomos de jardín, unos feos y pequeñajos barbudos de cemento que sonríen y saludan, como si estuvieran posando para una foto.

—Appa lo compraría —dice Yong-hwa, pensando exactamente lo mismo que su hermana. Ella le alza las cejas porque tiene razón. Su padre compraría alguna de estas tonterías y la dejaría en el jardín.

—Las luces están encendidas —jacta Annabeth—. A lo mejor está abierto.

—Un bar —suelta Jackson nostálgico.

—Sí, un bar.

—Yo tengo mucha hambre... —dice Choon-hee.

—¿Os habéis vuelto locos? —gruñe Grover—. Este sitio es rarísimo.

—Qué más da, Mr. Tumnus, tenemos hambre por si no te has dado cuenta —Yong-hwa dice, su tono exasperado—. O bien te unes o te vas de vuelta a las montañas. Lo que es yo, me voy a zampar una hamburguesa grasienta y unas cuantas patatas porque estoy que me desmayo.

—¡Carne! —dice él, ofuscado—. Yo soy vegetariano.

El coreano vuelve a rodar los ojos.

—Ya, puedes mascar el pasto del bosque entonces.

Grover frunce cuando los cuatro mestizos se detienen frente a la puerta.

—Ni se os ocurra. Huelo monstruos.

—Lo que pasa es que eres un paranoico y un llorica. Venga, Ariel, vamos a alimentar al principito de las profundidades —el coreano vuelve a decir, arrastrando consigo, del brazo, a Percy mientras entran en el local.

El olor a frituras impacta en sus rostros como una ráfaga de aire aceitado, y sus estómagos rugen una vez más. A Chee se le hace agua la boca y Yoongie no recuerda cuándo fue la última vez que comió algo que no fuera queso o frutas. La campanilla suena tras de ellos cuando la puerta se cierra y los cinco caminan hacia una de las mesas vacías al final de una fila, los asientos de cuero oscuro contrastando con el piso tapizado de motas verdosas e irregulares.

—¿No te cansas de ponerme motes relacionados al mar, cierto? —Percy pregunta, inclinándose hacia adelante tan solo levemente.

Yoongie se sienta delante de él, para tenerlo a la vista y vigilar la puerta, piensa Percy, y Chee se sienta delante de Annabeth en lados opuestos, por lo que Percy queda apretujado entre Grover y Chee.

—Al menos no te llamo Úrsula. Llamo a eso una ganancia, tómalo o déjalo —responde el coreano con gracia.

—Mmmhm.

—Mmmhm.

—Hola, niños —les saluda una voz.

Annabeth y Yong-hwa alzan la mirada, para localizar la fuente de aquella voz. Está frente a ellos y a espaldas de Grover. Es una mujer guapa, por supuesto, y de apariencia joven, con un rostro con pómulos marcados. Lleva puesto un largo vestido blanco que le acentúa cada curva y honestamente, el coreano puede decir que es la criatura más hermosa sobre la faz de la tierra. Sin embargo, su rostro está cubierto parcialmente por un velo, pero incluso así, ella es una belleza.

—Annabeth —sisea la mujer, como si conociera a la chiquilla de algún lado, pero Annabeth había admitido que no había salido del Campamento Mestizo más que con su padre—. Que grata sorpresa veros por aquí, casi nadie viene a este local, oculto en medio de todo.

Yoongie le golpea la pierna por debajo de la mesa a su mejor amiga, de repente ninguno de los dos siente tanta hambre.

Que sí, que la mujer es guapa, ya lo han establecido, pero hay algo en ella que... no sé, llamadle sexto sentido, pero un escalofrío sube por sus respectivas espinas dorsales en ese momento, cosa que no sintieron antes de entrar, el mismo escalofrío que notaron cuando el chucho del inframundo atacó en el campamento, o cuando Yoongie conoció por primera vez a Percy, excepto que esa vez era de una forma cálida y esto es... como si se hubieran hundido en un lago y estén esforzándose en recordar cómo es que se han caído en primer lugar.

—Sólo andamos de paso, ¿señorita...?

—Eme, decidme Eme.

—¿Como la letra? —Chee se gira con curiosidad, y su aliento se atasca en la garganta.

De acuerdo, la mujer es guapa, bastante. El color sube a las mejillas de la chica coreana.

—Exactamente, dulzura, como la letra.

Y Chee siente que puede morir, porque la mujer, aquella belleza, le ha llamado dulzura.

—¿Queréis hamburguesas con ración doble de patatas? —les pregunta. Percy y Chee se miran, ella aún colorada, porque Eme ha adivinado qué iban a pedir.

—Hum... —musita Grover—. No tenemos dinero.

—No hace falta dinero. Sois un caso especial, ¿verdad?

—Gracias, señorita —dice Annabeth.

Eme se tensa, como si Annie hubiera dicho algo equivocado, y ojalá pudiera Yoongie ver sus ojos, porque luego ella dice:

—De nada, Annabeth. Tienes unos preciosos ojos grises, ¿te lo habían dicho alguna vez?

—Eh... ¿Gracias?

Eme se retira del lugar, probablemente para buscar sus pedidos. Y Annie y él se dan cuenta, por primera vez desde que entraron al local, que la mujer dijo el nombre de Annabeth dos veces y ni siquiera le habían dicho cómo se llamaba, ni siquiera se habían presentado. Eso y que... la puerta está con el pestillo echado. Algo va mal y parece ser que son los únicos en darse cuenta.

Bueno, aparte de Grover, que parece querer echarse a correr o llorar.

Ojalá pueda saber lenguaje de señas para poder comunicarse con la cabra sin que su gemela y Sirenito se enteren, decirle que tienen que marcharse ya, pero el patas de cabra está demasiado ensimismado con una de las servilletas de papel como si se la quisiera masticar. Por desgracia o fortuna, Eme vuelve con los pedidos no más de cinco más tarde, con dos bandejas balanceándose en sus manos, rodeadas de jugosas hamburguesas con queso, generosas raciones de patatas fritas humeantes y vasos con batido de vainilla.

—El tuyo tiene extra de nata —informa. La mirada de la niña va directamente al batido, viendo que el suyo tiene más nata que el resto. ¿Cómo sabe esta mujer que siempre pide sus batidos con extra de nata...?

—Gracias —deja Chee salir en un susurro, es lo único que logra articular.

Percy se zambulle en su hamburguesa, dejando manchas de salsa y queso alrededor de su boca. Yong-hwa se habría echado a reír si la situación fuera distinta, porque la súbita sensación de extrañeza le está comiendo vivo poco a poco; por otro lado, Chee se carcajea y le pasa un papel a Percy para que se limpie. Annabeth sorbe su batido mientras Yong-hwa pica unas patatas y Grover mira el papel encerado de la bandeja. Se muestra nervioso.

—¿Qué es ese ruido sibilante? —pregunta casi sin pensar. Ningún mestizo oye nada.

—¿Sibilante? —repite Eme—. Puede que sea el aceite de la freidora. Tienes buen oído, Grover.

—Me lo suelen decir mucho.

—Por favor, relájate.

Eme no come nada, solo se sienta frente a ellos, con los dedos entrelazados mientras los observa comer. Los gemelos están muy acostumbrados a que su appa los vea comer cuando él es el primero en terminar la comida, ya sea en casa, al aire libre o en algún restaurante, pero Percy y Annabeth parecen estremecerse bajo la atenta mirada de la mujer. Percy decide hablar, creyendo que dar un poco de conversación será cortés para la anfitriona.

—Así que vende gnomos.

—Pues sí —contesta Eme—. Y animales. Y personas. Cualquier cosa para el jardín. Los hago por encargo. Las estatuas son muy populares, ya sabéis.

—¿Tiene mucho trabajo?

—No mucho, no. Desde que construyeron la autopista, casi ningún coche pasa por aquí. Valoro cada cliente que consigo. Pero algunas de mis creaciones no salen muy bien. Están dañadas y no se venden. La cara es lo más difícil de conseguir. Siempre la cara.

—¿Hace usted las estatuas?

—Oh, desde luego. ¿No son preciosas? Perfectas. Siempre me ha gustado el arte: pinturas, estatuas, cualquier cosa referente.

—Se ha referido en tiempo pasado, ¿qué pasó? —Percy pregunta, genuinamente interesado.

Eme ríe amargamente.

—La vida pasó, chico. Solía ser una chica diferente, libre, feliz. Era reconocida por mi belleza, tenía muchos pretendientes, pero eso a mí no me importaba. Yo vivía por mi arte, por mi adoración, ¿sabéis?

Yong Hwa y Annabeth se miran casi por instinto. Hay un matiz amargo en la voz de la mujer, teñido con nostalgia y resentimiento.

—Había una mujer que era todo para mí, la adoraba. Le rezaba, le hacía ofrendas... nunca respondía. Ni siquiera un presagio que insinuara que agradecía mi cariño. La habría adorado así toda la vida, en silencio. Pero entonces, un día, llegó un hombre y rompió ese silencio. Me dijo que me quería... sentí que me veía de una forma en la que no me habían visto nunca. Pero era yo muy joven y él... a los hombres poderosos no puedes decirles que no, a ellos no les gusta que se les nieguen cosas, aunque no puedan ser reclamadas como propiedad. Un día, luego de incesantes veces, sucedió lo que mis hermanas habían advertido. La mujer a la que adoraba, por la que habría dado la vida, nos encontró. Traté de explicar por supuesto, suplicar por su perdón aunque era él quien debía de hacerlo. Pero aquella mujer declaró que la había avergonzado y debía ser castigada. No él. Yo. Decidió que no volvería a verme nadie que viviera para contarlo.

Repentinamente, apenas un segundo de finalizar su historia, Annabeth salta:

—Mentirosa.

Eme se inclina sobre la mesa, golpeándola tan fuerte que los platos saltan, su voz teñida de ácido y... odio.

—No tienes idea de lo que hablas, niña.

—Eso no fue lo que pasó —insiste la rubia.

—¿Ah sí? ¿Y qué crees que pasó exactamente? ¿Qué cree la niña bonita que pasó cuando su madre, en vez de darme consuelo me dio la espalda cuando el infeliz me destrozó la vida? ¡Me destrozó por completo! No vengas a pararte aquí a hacer juicios morales cuando fue tu madre la que me falló. Tu madre, la hipócrita. Tu madre, la que brillaba con el haz del sol, tan gloriosa y tan... miserable.

—¡No! ¡Mi madre es justa! ¡Siempre!

—¡Eso es lo que quieren que creas! Que son infalibles, pero solo quieren lo que todos los abusones: que nos culpemos de sus propias limitaciones.

—¡Que eso no fue lo que pasó! —Annabeth lanza un dedo acusador—. Eres una mentirosa.

Eme aprieta fuerte los labios, moviendo la mano hacia su tocado.

—¿Mentirosa? ¿Encuentras esto justo? —se desprende de él.

El siseo de montones de serpientes llena el lugar. El silbido que había escuchado Grover, claro, tiene sentido. M de Medusa. Eme, Medusa, juego de palabras que tardaron en pillar. Astuta. Muy astuta. Medusa es un monstruo de venganza, creado para convertirse en un ángel vengador y atacar (o defender, en referencia a una mejor palabra) a todos aquellos que le habían hecho daño a otras mujeres, que habían hecho la vista ciega hacia los crímenes de hombres poderosos como lo habían sido los dioses.

Algunos alaban a Atenea por haber hecho lo que hizo, algunos la han considerado un héroe, pero si hay algo que Yong-hwa hubo aprendido de todo lo que había leído y reconocido a lo largo de su camino como mestizo, es que no siempre los monstruos parecen lo que son. No hay que ser adivino: la diosa de la sabiduría la había transformado en una gorgona para que nadie pudiera ver su dolor, para que siempre fuera un ángel, nunca un dios.

Actualmente, Medusa es el símbolo de resiliencia, alguien que representaba la ira de estas mujeres menoscabadas que habían pasado por lo mismo, teniendo la habilidad de reclamar su poder después de eventos traumáticos. El coreano puede entender por qué Medusa odia a la madre de Annabeth, y por primera vez desde que conoce a su amiga, le da asco.

Se le revuelve el estómago con tan solo pensar que Annabeth se niega a ver a Medusa por quien es, no solo el monstruo, sino la mujer que fue sentenciada a vivir una pena que no merecía. A escuchar cómo defiende a su madre, cómo le echa la culpa a la víctima en vez de al victimario.

¿Tanto la adora? ¿Es tanta la devoción en la que no se da cuenta de las cosas?

—Yoongie, vamos, debemos irnos —Annabeth susurra.

Pero él se siente asqueado, sucio, como si toda su vida fuera una farsa. Retira la mano antes siquiera que la piel haga contacto. De pronto quiere correr lejos de ella.

Si alguien le hiciera aquello a Chee, no sabe de lo que sería capaz.

Se lleva a Chee aprisa con él y arrastra a los otros dos chicos hasta una puerta que se abre cuando la empuja con la espalda, dando a una escalera y un sinfín de oscuridad. La gemela intenta mirar hacia atrás, pero Yoongie tira de ella con fuerza escaleras abajo hasta que llegan los cuatro al final. Solo cuatro.

—¿Dónde está Annabeth? —pregunta Percy a un lado de Grover.

—Me da igual —chasquea Yong-hwa.

—¡Ahora vuelvo! —Choon-hee se mueve con agilidad antes de que su hermano sea capaz de atraparla de la camiseta, subiendo las escaleras para ir tras su amiga. Yoongie grita que vuelva, enfadado, pero ella sigue subiendo—. ¡No pienso dejarla allí arriba!

Cruza la puerta y ve la rubia quieta en la mesa donde estuvieron sentados, mirando al suelo, con Medusa detrás susurrando y las serpientes silbando. Baja la vista por igual y estira la mano para indicar que vaya con ella. A ciegas y a tientas, las dos chicas hacen su camino fuera del rango de Medusa, que las persigue con sus serpientes siseando a por ellas. Chocan con mesas, sillas y con los marcos de la puerta hasta que llegan por la misma puerta por la que la coreana había accedido. El gemelo coreano, no obstante, no está a la vista. Pueden escuchar la voz distante del Percy discutiendo con él, los balidos de Grover y el tono desdeñoso en su timbre de voz.

Al llegar abajo, hileras e hileras de fuegos son encendidos para mostrar largas filas de estatuas de personas que no dejan de gritar, todas aquellas que sucumbieron a mirar a los ojos a Medusa. Las dos chicas caminan sujetas de la mano, siguiendo las voces ofuscadas que terminan en unos gritos de Grover pidiendo ser bajado mientras se pierde en la inmensa oscuridad.

—No somos nuestros padres, hasta que elegimos serlo —sisea Medusa, las serpientes zumbando alrededor—. Vosotros habéis elegido. La hija de una madre moralista que exhibe su superioridad moral. El hijo de un violador. Un buscador que ha fracasado en cada intento de redención y dos chicos que lamentablemente se han enredado en este circo de dioses. Una lástima, pero si os sirve de consuelo, sufriréis menos daño. Más a salvo. Vosotros dos no tenéis por qué sufrir. Él sobre todo.

La voz del coreano resuena en el lugar, oculto entre las sombras.

—¿Por qué yo?

Hay un momento de silencio, antes de que la voz de Medusa se endulce un poco entre tanto resentimiento y odio hacia los dioses, entre las ganas de petrificar con su dolor.

—Luces exactamente como tu padre.

Chee detiene momentáneamente su paso, la voz de la mujer está más cerca de lo que debería. Annabeth la ayuda a andar otra vez, virando hacia la derecha casi sin pensar, como si supiera que los demás están por ahí.

Yoongie le pregunta con genuina curiosidad:

—¿Conoces a mi padre?

—Nos conocimos una vez, por mera coincidencia. Era apuesto y encantador. Él fue siempre agradable, un chico educado y bastante más abierto de mente que cualquier mestizo que he conocido, y he conocido unos tantos. Iba con una mujer de mediana edad, vuestra abuela, supongo. Él no me trató como un monstruo, para él simplemente era... Eme, la chica de las estatuas.

—¿Que cualquier mestizo que hayas conocido? —formula Yong-hwa, un tono suave y poco reconocible en él. Chee junta los labios en una línea, intentando comprender qué dice Medusa. ¿Qué conoció a appa una vez? ¿Que estuvo su abuela presente? ¿Qué es más abierto de mente que cualquier mestizo que haya conocido? ... ¿Mestizo? ¿Su appa es, acaso, un mestizo?

—Oh, claro —dice Medusa, recordando—. Un mestizo. Se le olía a kilómetros. Me cayó bien, ella no mucho. La quise petrificar desde que entró por la puerta, pero había algo en los ojos de él que me lo impidió. En vez de eso, simplemente se llevó un gnomo y me agradeció. Tú, querido, tienes la chispa de sus ojos.

Yoongie sacude la cabeza, tratando de encajar las piezas del puzle juntas. Sus engranajes poco a poco están torciéndose a una velocidad casi sobrenatural. Appa un mestizo. Appa, el hombre que trabaja en la boutique, que los lleva de compras, a restaurantes, al cine, a dar paseos por la villa, el hombre con el que pasan la mayor parte del año cuando no están en el campamento, un mestizo. Y jamás ha dicho nada al respecto. ¿Por eso conocía el lugar exacto del Campamento Mestizo cuando los llevó por primera vez? ¿Por eso apenas mostró signos de temor cuando sus hijos encontraron sus poderes, cuando Yong-hwa casi manda a los Triple D al hospital con sus enredaderas? ¿Por eso su abuela, la directora del colegio, tuvo la gran habilidad para mentir y decir que fue un suceso natural, porque ya estaba acostumbrada? ¿Quién... quién es el padre dios de appa y por qué nunca les han dicho nada?

—Eres exactamente igual que él —prosigue la gorgona—. No obstante, tu hermana gemela se parece a tu otro padre; amable, alegre, la entereza de ayudar a los demás como un instinto... Por eso es la hermana mayor. Como dicen: el mayor cuida del menor, ¿no? Y no es casualidad que sea así con vosotros.

—Miente otra vez —comenta Annabeth bajo su aliento—. No tiene sentido lo que dice. Chee, dijiste que tenéis una madre divina, ¿no? ¡Ella dice que tenéis un padre divino!

—Annabeth, querida, debes dejar el juicio de Atenea de lado por una vez —resuena Medusa. Annabeth abre los ojos, porque ella apenas había susurrado y la mujer la había escuchado—. Eres su hija, pero no tienes que ser como ella para juzgar. Juzga por lo que creas, no por lo que hayas oído de otros.

—¿Y por qué cuentas eso? —dice la niña—. ¡No es lógico!

—¡Cállate de una vez, Chase, y métete en tus propios asuntos! —Yoongie exclama, siseando de la misma forma en que lo hacen las serpientes, la tierra temblando levemente como advertencia, que luego vuelve a la normalidad.

En un intento de asombrosa valentía o estupidez, Yong-hwa sale de su escondite. Chee grita por él pero la ignora. Sus ojos castaños se fijan en la mujer delante de él, unos ojos azules hipnóticos e intensos bordeando lo antinatural le miran y hasta él mismo se sorprende, porque en ese mismo instante, él debería de estar hecho de piedra, su cuerpo paralizado, congelado en el momento. Pero está ahí, dándole frente a la mujer que fue perseguida, que fue enjuiciada por culpa de algo que no hizo.

Que le hicieron.

—Medusa, Eme —dice él, su voz en entendimiento—. Te veo, y no ocultaré la vista. Veo tu dolor, tu sufrimiento. Algo horrible te pasó y fuiste castigada para encubrir los crímenes de un hombre poderoso. Pero, ten en conocimiento que tú no tuviste culpa alguna. Tu belleza no me asusta. Y ten en conocimiento que, de alguna manera, en algún momento, ellos pagarán por lo que te hicieron. Realmente lo siento.

Medusa levanta la mano para poder colocarla en la mejilla del niño, pero nunca ocurre. Medusa mira hacia arriba cuando Grover regresa volando con las zapatillas de Luke puestas, chocando contra una estatua, y entonces la hoja de Anaklusmos zumba por su oído y atraviesa su cuello, cortándole la cabeza.

—¡¿Qué has hecho?! —le grita el gemelo.

—¡Pues cortarle la cabeza como el mito de Perseus! —grita Percy de vuelta.

—Eres...

—¡Yoongie!

Y entonces el coreano se voltea hacia Percy, y hace lo que había estado prometiendo desde que el viaje comenzó: golpea a Percy. La cabeza de Percy se echa hacia atrás con el impacto del puñetazo y se oye el zumbido de la carne impactando contra la piel mientras cae al suelo, la nariz sangrante. Yong-hwa agita la mano, estirando los dedos.

Y luego se marcha, dejándolos a todos atrás.

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