[ 008 ] little woof woof

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𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓'𝐒 𝐆𝐀𝐑𝐃𝐄𝐍
━━━ 🌼 ━━━
08. LITTLE WOOF WOOF

HAN OCURRIDO MUCHAS COSAS EN TAN POCO TIEMPO.

Cuatro de los cinco que salieron en la misión siguen abajo, entre las estatuas y la cabeza de Medusa a un lado, y uno está arriba, cabreado, haciendo temblar el suelo de vez en cuando. El cuerpo de Choi Choon-hee tiembla, tal vez como un mecanismo de impotencia, mientras se arrodilla a un lado de un Percy dolorido, apretando la nariz para que deje de fluir sangre.

—Cabeza hacia atrás —demanda la chica con rapidez para olvidarse de los temblores, la espada de Percy tendida a un lado del chico después de que su propio hermano le haya dado un puñetazo. Esto es culpa de ella, ¿no? Si no hubiera aceptado venir con Percy, su hermano no habría estado ni le habría pegado; pero, por otro lado, no habrían sabido sobre su padre si no hubiera sido por Medusa.

Medusa, que está tendida en el suelo. Medusa, la que sufrió siglos a causa de los divinos. Medusa, la que se apiadó de su hermano porque él le había demostrado empatía. Medusa a la que retratan como a un monstruo y por la que ella apenas había tomado en cuenta.

¿Es ella igual que los demás? ¿De qué le sirve ser un poquito mayor que Yoongie cuando él es lo mejor de ellos dos? No solo en poder, en principios y reacción. Ella no había arrugado la cara cuando Annabeth había llamado a Medusa mentirosa sobre su propia verdad, ni siquiera se ha planteado que los dioses sean tan crueles y que parte de ello se traspase a los hijos divinos. Ella no es nada. Es inservible.

—¿Es verdad lo que dijo ella sobre nuestro appa? —pregunta Chee directamente a Grover, lágrimas de impotencia picando sus ojos.

—Sí. No había atisbo de mentira cuando hablaba. Es probable que vuestro padre sea hijo de un dios tan, tan menor, cuando los monstruos te pasan completamente por alto, que ni él mismo sepa que es mestizo. Por eso no os lo habrá contado. Porque capaz ni él mismo sabe que es semidiós.

—Él sabía el lugar exacto del Campamento...

—Debe ser porque vosotros, en particular tu hermano, despendréis más olor para los monstruos —le dice—. Lo que pasa es que vuestro sátiro protector se encargaba de ellos. Debió hablar con vuestro padre y explicarle la situación. ¿Os acordáis de él? Bajo, ojos pequeños y brillantes, barba, pasión por las gorras... El que os esperó en el bosque para cruzar al Campamento Mestizo.

Lo recuerda, su hermano no dejó de mirar hacia abajo a cada rato que el sátiro hablaba, susurrando a Chee cómo es que un sátiro puede ser tan bajito.

—Y dijo que tenemos un padre divino, no una madre...

—Ya eso no lo sé —responde Grover. Chee agacha la cabeza.

—Creo que deberíamos irnos... —dice Annabeth.

—Oh, no —frunce Percy—, yo no pienso ir a ninguna parte con su hermano. Estaba mejor quedándose en el campamento, ¡ni lo elegí para la misión! ¡Vino por ella!

—Si no fuera por él, ya estarías muerto, Percy —lo defiende Grover, racionalmente. Luce enfadado, como si no quisiera tener esta conversación—. ¿Recuerdas? Las Furias atacaban y Annabeth pensó que sería mejor si te escondías y, perdón, pero Choon-hee se escondió como una cobarde en los brazos de Annabeth y él fue el único que le dio frente a esas tres brujas. Tú no lo conoces y honestamente yo tampoco tanto, pero él es uno de los mejores que tenemos en el Campamento. ¿Un poco temperamental? Por supuesto, está en su naturaleza. Pero sin él ya serías comida de Furias y nosotros estaríamos muertos.

—Ya lo sé, es culpa mía. Yo soy la que no sirve para nada. Cada vez que entreno con Ethan me acabo escondiendo detrás de la espada de madera...

—No lo es —agrega Chase, fulminando a Grover por sus palabras—. Todos conocemos a tu hermano, ¿vale? Iba a terminar pasando independientemente de si estabas o no, Chee. Y que sepas que tienes cualidades que te distinguen de los otros, solo que tú no las has visto. Yo sí. Te observo por el campamento.

Miran a Annabeth. Una lágrima resbala hasta el mentón de Chee.

—Eso no está bien, es espeluznante, Chase —Percy le mira raro—. Suenas como una acosadora.

—Soy muy observadora, sesos de alga. Son dos cosas diferentes.

—La misma cosa —Percy hace una mueca.

—¿Y qué has visto en mí?

Annabeth sonríe.

—Que aunque no seas buena peleando, lo eres ayudando a los demás. Si alguno de tus amigos te pide ayuda, nunca dudas o te niegas. Te preocupas por el bienestar de los campistas, de tu hermano, de tus mejores amigos, apenas se hacen un poco de daño entrenando y ya los quieres mandar a la enfermería. Cuando alguno de ellos te dice de entrenar vas, porque sé que quieres aprender, y aunque te cueste sigues adelante. Los calmas y haces que se sientan bien, como dice Percy, porque yo sé de lo que habla. Puede que no sepas ahora, pero habrá un punto en el que lucharás igual de bien que tu hermano. Yo creo en ti, Chee. Así que tú también tienes que creer en ti misma.

—Eso... es mucha convicción, Annabeth —suelta Percy.

Pero Chee ignora su comentario y se permite sonreír entre todas las lágrimas que habían salido mientras Annabeth recitaba aquel discurso, estirando una mano hasta que Annabeth la encuentra para apretarla con fuerza. Grover bufa y da patadas al suelo con sus pezuñas de cabra, lo que provoca que los tres mestizos giren a mirarlo.

Percy pregunta:

—¿Grover, qué pasa?

Y el sátiro arruga el ceño.

—¡No me gusta nada que nos peleemos entre nosotros! ¡¿Vale?! ¡Esto se está yendo de las manos!

—La profecía decía justo esto —Percy frunce, su nariz sangrando.

—¿Por eso tienes miedo? —Grover lo mira.

—¿A qué te refieres? No lo sé.

—Yo creo que sí —el sátiro se acerca a su mejor amigo—. Estamos todos echando leña al fuego, Yong-hwa se ha peleado contigo, yo le dije esas cosas a Choon-hee.

Percy se pone de pie con ayuda de la gemela y Annabeth, que sueltan sus manos para poder sujetarlo de los hombros.

—El Oráculo me dijo que uno de vosotros me traicionaría —les dice apresurado—. Aunque no sé si el de arriba cuenta. "Serás traicionado por quien dice ser tu amigo... y al final no conseguirás salvar lo más importante." Elegí a Annabeth porque me imaginaba que nunca seríamos amigos; elegí a Chee porque es tan buena que no haría daño a una mosca y no se le cruzaría el pensamiento de traicionarme; y te elegí a ti, Grover, porque pensé que si alguien iba a estar a mi lado a toda costa, ese eras tú, que me ibas a ayudar en cualquier desafío. ¡Y lo tuvo que hacer Yong-hwa! ¡Y... y... Ya no sé en qué pensar!

Permanecen quietos unos momentos, sin saber qué decir, las estatuas de alrededor como un recordatorio de que parecen ser juzgados. Apenas empezaron esta misión y ya se están metiendo en demasiados problemas. ¿Será así todo el tiempo? ¿Buscarán este tonto rayo con pelea tras pelea entre ellos? ¿Alguno de los tres lo traicionará? O Yong-hwa... ¿Yong-hwa forma parte de esa profecía al haberse unido por su cuenta?

Está todo embrollado, ninguno de ellos sabe qué hacer ahora.

—Perce —Chee traga un nudo en su garganta, las lágrimas ya secas en sus mejillas—, ¿de verdad crees que alguno de nosotros será capaz de traicionarte por un rayo? Da igual si es el rayo maestro o no. Aún nos queda viaje, tal vez... tal vez conozcamos a alguien más que se haga pasar por amigo.

Annabeth deja de mirar sus zapatos y Grover se da la vuelta, pensando.

—Chee tiene razón —dice ella—. No podemos ser nosotros. Ni Yong-hwa.

—Sí —la gemela asiente—. Mi hermano es un testarudo y tiene siempre la sangre hirviendo, pero jamás de los jamases traicionaría a alguien. Mucho menos a sus amigos o a mí.

Están tan absortos en su pequeña conversación sobre tradiciones que no se dan cuenta que Yong-hwa ha vuelto hasta que les pasa por detrás con una caja vacía de encomienda, es cuadrada y mediana. Es mucho más grande que la caja de zapatos especiales de Grover, capaz de sostener una cantidad y proporciones más grandes. Yong-hwa no dice nada, no se dirige a nadie en particular y en cambio se agacha hasta la altura del cuerpo de Medusa, poniéndolo en una pose de brazos cruzados, dejando la caja de lado durante un instante.

En un segundo, la silueta del cuerpo de Eme se transforma frente a sus ojos, se comienza a resquebrajar su tersa piel poco a poco, marrón rodeando los lugares en los que sus venas deberían de estar y luego, ella comienza a desvanecerse. Yong-hwa está rezando algo en griego antiguo, los ojos cerrados mientras sus labios se mueven al sujetar la mano de ella y entonces sucede: ella se convierte en tierra y luego... no está.

Los cuatro ven la situación ocurrir frente a sus ojos sin moverse, sin atreverse a mirarlo mucho, porque es como si él estuviera omitiendo su existencia. Ni siquiera una mirada a su hermana cuando ella trata de alcanzarlo. Entonces él coge la cabeza de Medusa y la pone en la caja, cierra las solapas y se la lleva debajo del brazo como si nada.

Grover los mira a todos.

—¿Se puede saber a qué estáis esperando?

Annabeth es la primera en reaccionar, casi parpadeando bobamente antes de dar un paso hacia el frente, y luego otro más hasta que recuerda cómo mover las piernas consecuentemente y sale de esa sala detrás de su mejor amigo, Grover la sigue y finalmente como saliendo de su trance lo hacen Chee y Percy, aunque el último lo hace de una forma reticente.

Siguen los pasos del gemelo coreano por el pasillo, tratando de alcanzar sus pasos. Diantres, debe de estar bastante mosqueado porque está caminando como super rápido. Regresan por el mismo camino que habían seguido previamente cuando Eme los había perseguido y llegan hasta el final de un pasillo en el fondo del almacén. Es el despacho de Medusa, se puede ver a leguas que se trata del mismo debido a la decoración y las pinturas en las paredes.

Yong-hwa está buscando un bolígrafo cuando dan con él finalmente, Percy está agitado tras caminar a su paso y también lo hace Grover. El coreano encuentra un formulario de envío y lo comienza a rellenar, escribiendo furiosamente.

Diosa de la Sabiduría

Monte Olimpo

Planta 600

Edificio Empire State

Nueva York, NY

Que tus intenciones sean tan puras como tu corazón lo es, Choi Yong-hwa

Chee está a punto de abrir la boca, decirle algo, pero decide quedarse callada sobre el tema. Han ocurrido demasiadas cosas en el poco tiempo que llevan en este sitio: appa siendo mestizo, un padre dios, su hermano mirando directamente a Medusa... No es momento para soltar algo sobre su escrito y que su hermano menor se enfade aún más. Es su manera de hacer frente a esto, la de ella es mostrarse sosegada y confusa.

Pero parece que Grover no puede evitar tener la boca cerrada por más de cinco segundos cuando da un paso al frente y dice:

—Aquello no le gustará. Te considerarán un impertinente.

Yong-hwa se gira hacia él, hay un brillo malicioso en sus ojos, furia contenida.

—Dejad que vengan a mí, no les tengo miedo.

Cierra la caja y pasando la mano por encima como levitando sobre esta, aparece una dalia negra súbitamente adornando la caja. Es una flor auténtica, aparecida de la nada. Entonces el chico coreano mete unos cuantos dracmas de oro y como por arte de magia, la caja flota por encima de la mesa y desaparece con un suave murmullo. Se marcha del lugar sin pronunciar palabra. Annabeth muerde el interior de su mejilla, resignada.

—Vamos —dice al fin—. Necesitamos un nuevo plan.

Esa noche, acampan en el bosque, a unos cien metros de la carretera principal, en un claro de la zona que al parecer utilizan para fiestas. El suelo está lleno de basura, lo que enfada aún más a Yong-hwa, que se aleja de todos para tener su propio espacio en el que descansar. Sacaron unas mantas del emporio de la tía Eme, pero no se atreven a encender una hoguera para secar del todo la ropa, así que permanecen sentados y deciden dormir por turnos. Percy hace el primero. Annabeth se acurruca entre las mantas, cayendo en un sueño profundo en cuanto su cabeza toca el suelo. Grover revolotea con sus zapatos voladores hasta la rama más baja de un árbol, se recuesta contra el tronco y observa el cielo nocturno. Yong-hwa está tumbado de lado, sin nada que lo cubra, hasta que Choon-hee se acerca con una manta y lo tapa, viendo sus ojos ya cerrados. Ella sabe que no duerme.

—Espero que puedas descansar un poco, hermanito —le dice, antes de ponerse cerca de Annabeth y tumbarse bocarriba.

Sueña con su pequeña familia en cuanto consigue conciliar el sueño, los tres teniendo una comida sentados cerca del lago mientras ven los barcos y las canoas pasar. Están alegres y se lo pasan bien, y una mujer y otro hombre se unen a ellos en la comida: la tía Helena y el tío Rory. Comparten las exquisiteces coreanas hechas por Dong-hyun mientras hablan del día a día y ese campamento de actividades veraniegas de los gemelos. Todo es felicidad, risas, antes de despertar en el nuevo día y darse cuenta que no es real, que no está en casa con ellos sino en una misión del campamento.

—Buenos días, aquí tienes el desayuno —la rubia está de pie a su lado, con un paquete de cortezas de maíz en la mano. Chee lo agarra y lo abre, el aire conteniendo haciendo "pop" en el acto. La chiquilla se ríe de su expresión de ojos abiertos por la sorpresa y Chee mueve la mano en su dirección, lanzando algunos pétalos de flores diversas que la hacen soltar otra risita.

La pequeña diversión no dura demasiado, pues unos quejidos de terror las hace mirar a Percy, acomodado a un lado, apretando los ojos con fuerza y temblando.

—¿Perce? —Choon-hee gatea a su lado y se queda de rodillas.

—Eh, sesos de alga —prueba Annabeth.

No... —gime Percy, sudando frío—. No... Mamá... ¡Mamá!

La chica Choi posa una mano sobre la frente de Jackson y su ceño se suaviza un poco. La rubia le envía una mirada de reojo, porque a esto se refería cuando dijo que entiende cómo Choon-hee puede calmar a la gente. Progresivamente, el sudor frío deja de aparecer en el muchacho y sus ojos se van abriendo, adaptándose a la luz del día, pero su cuerpo aún mantiene unos pocos temblores cuando mira hacia arriba y ve los rostros de las chicas.

—¿Qué...? ¿Cuánto he dormido?

—Suficiente para darme tiempo de preparar un desayuno —dice Annabeth, lanzándole el mismo paquete de cortezas de maíz que le entregó a Chee.

—Tuviste una pesadilla, ¿no? —la cara de Choon-hee entristece, poniendo la otra mano sobre la mejilla de Percy para quitarle parte del sudor.

Él tiene problemas para enfocar la vista.

—Sí...

—No hace falta que hables de ello si no quieres —dice Chee, y mira a su amiga, que está de acuerdo.

—Yong-hwa se fue temprano a dar una vuelta, y mirad con lo que ha vuelto —la hija de Atenea señala con el dedo pulgar por encima de su hombro, al chico de pie con un animal disecado, sucio y de un rosa artificial. No, no es un animal disecado, se dan cuenta Chee y Percy, porque mueve la cola. Es un caniche rosa.

El perro le ladra de repente a Percy.

—No, qué va —dice Grover, no muy lejos del gemelo y el caniche.

—¿Estás hablando con... eso? —el hijo del dios del mar parpadea.

El caniche gruñe al lado de Yong-hwa. La gemela ríe un poquito, de alguna forma su hermano le recuerda a ese perrito gruñón.

Eso es nuestro billete al oeste —avisa Grover—. Sé amable con él. Percy, Choon-hee, éste es Gladiola. Gladiola, estos son Percy y Choon-hee.

—¡Holi! —saluda la chica, riendo.

—Yo no voy a decirle hola a un caniche rosa —Percy frunce. Se cree que le están gastando una broma, pero luego nota que Chee lo saludó, pero, de nuevo, ella saludaría incluso a las flores—. Olvidadlo.

—Percy Jackson —interviene Annabeth, sus ojos llenos de seriedad—. Yo le he dicho hola al caniche. Chee le ha dicho hola al caniche. Tú le dices hola al caniche.

El perro gruñe.

El niño le dice hola al caniche.

Grover les explica que se habían encontrado a Gladiola en el bosque, cuando Yong-hwa salió a dar una vuelta y Grover lo siguió sigiloso para que no se perdiera. (No fue muy sigiloso, claro, el muchacho ya supo que el sátiro lo seguía pasado un minuto, pero él estaba y está demasiado furioso para hablar.) El perro se topó con Yong-hwa y se le acercó, y Grover había salido de su escondite para hablar con él. Gladiola proviene de una familia de ricos que ofrece una recompensa de trescientos dólares a quien lo devuelva, pero él no está muy dispuesto a regresar porque no los soporta. Palabras traducidas para un horario infantil según Grover.

—¿Cómo sabe lo de la recompensa?

—Ha leído los carteles, lumbrera —contesta Grover a Percy.

—Claro. Cómo he podido ser tan tonto.

—Los animales son inteligentes —dice Chee, dándole un ligero codazo juguetón—, sólo que los humanos no se dan cuenta y los tratan como inferiores.

—¡Gracias! —Grover extiende las manos en su dirección, contento.

—Así que devolvemos a Gladiola —explica Chase con su mejor voz de estratega—, conseguimos el dinero y compramos unos billetes a Los Ángeles. Es fácil.

—Otro autobús no —dice Percy con recelo.

—No, por fa —Chee está de acuerdo, acordándose de cómo el autobús al que subieron explotó con su hermanito y su nuevo amigo dentro. Están bien, por supuesto, gracias a esa intervención divina, y si no hubiera sido por eso habrían regresado solo tres al campamento.

—Hay una estación de trenes Amtrak a ochocientos metros —Annabeth señala cuesta abajo, a unas vías de tren que no eran visibles por la oscuridad de antes—. Según Gladiola, el que va al oeste sale a mediodía. No tenemos tiempo que perder, preparaos rápido para partir.

—Como siempre dando órdenes, Chase —Yoon-hwa masculla rodando los ojos—. ¿Quién te ha hecho la jefa de grupo?

—¿Cual es tu problema tan súbitamente, de todos modos? —pregunta Annabeth Chase dando un paso al frente, con su cabello brillando en el sol matutino, su mirada enfocada en su mejor amigo.

El chico coreano parece pensarlo un poco, sin inmutarse ante el tono de Chase.

—Uhm, déjame ver. Tú.

La chica suelta un bufido de exasperación, dándose la vuelta, las manos en la cabeza. Ella está tratando de entender, de verdad que lo hace. Pero no, no acaba de entenderlo. Es como si fuera ciega o tuviera el cerebro lavado por ideologías que ella misma no puede cuestionar.

—Olvídalo, no eres la cuestión importante en este momento.

El silencio se instala durante unos momentos ante la apreciación del coreano y Grover decide que es tiempo de intervenir, recordándoles a todos que deben de moverse. Y por primera vez que el coreano lo conoce, él termina dándole la razón.

Sí, probablemente el mundo se esté terminando.

Los cinco más el caniche recogen sus cosas y se juntan en pares, Percy yendo al lado del coreano a regañadientes, y se ponen en camino hacia la vía de trenes. Yong-hwa se rehúsa a hablar con Annabeth durante todo el camino, como si no existiera de repente y Chee trata de que se estableciera por lo menos una conversación civil entre los dos amigos, pero dados un punto, su gemelo le deja de hablar también.

No hay que ser adivino para saber que hacen la de cristo para abordar el tren de Amtrak. Es decir, cinco críos de entre doce a trece años, sin contar al vejestorio de Grover más un caniche rosa no es lo que se dice disuasorio de obtener boletos, pero al final lo han conseguido. Es decir, devolvieron al perro, deben de tener la recompensa de algún modo, ¿verdad?

Choon-hee consigue un asiento con Grover, Yong-hwa se sienta con Percy con la excusa de mantenerlo a raya lo suficiente para que no la líe más de lo que lo había hecho y Annabeth se queda sola. De alguna forma, la hija de la diosa piensa que esa fue la estrategia del coreano todo el tiempo, enseñarle una lección de algún tipo que ella no acaba de comprender.

¿No que es muy inteligente?

Pasan dos días viajando en el tren, a través de colinas, ríos y campos de trigo, el panorama desplegándose ante sus ojos. No atacan ni una vez, lo que hace que algunos se relajen, pero siendo semidioses es complicado que haya tanta calma, sobre todo ahora que viajan con un hijo de los Tres Grandes. A pesar de que el coreano no pierde oportunidad de recordarle a Percy el lío en que los ha metido, es rápido en cubrirlo lo máximo que puede cuando alguien pasa por su lado y hasta le presta algo para que pueda cubrirse la cara. Un periódco sin nada de importancia que ha encontrado.

Y por encontrado, quiere decir que lo ha sacado de un asiento cercano cuando el dueño no lo ha visto.

Yoongie es rápido con las manos.

—Esto tiene una foto de Perce —dice Chee.

—¿Y por qué crees que le pasé algo para que se cubriera? ¿Porque es bonito? —responde su gemelo alzando una ceja, como si estuviera diciendo una obviedad gigantesca—. Necesitamos que este idiota esté lo más cubierto posible, su cara está en todos los periódicos y programas locales.

—El idiota está sentado al lado tuyo —murmulla Percy a su lado, enfurruñado por la pulla.

Yoongie le desliza una gaseosa hacia el lado de la ventana donde el otro está sentado.

—Cállate, ¿quieres?

Choon-hee mira de reojo a su hermano, poniendo una mano en su cintura.

—Pues que sepas que tú tampoco puedes hablar, sales en la foto. Se te ve medio cuerpo mientras te mueves. Seguro que appa ya te ha reconocido... No creo que ninguno le haya dicho que salimos de misión.

—Lo que menos quiero hacer es hablar de appa —el chico de trece años rueda los ojos—. Es un mentiroso.

—Eso no lo sabes...

—¿Tú crees?

Chee le explica lo que dijo Grover cuando Yoongie se marchó del salón de estatuas, pero él no luce del todo convencido.

—A lo mejor es verdad que no lo sabe porque es hijo de un dios menor, pero nos mintió diciendo que teníamos una madre. Es suficiente para que sea un mentiroso.

—De hecho, eso fue la abuela...

—¡Y él lo corroboró! —Yong-hwa frunce, enfadado.

Chee aprieta los labios en una fina línea hasta que acaba soltando un suspiro.

—Podemos hablar con él cuando regresemos.

—Lo que sea —él se cruza de brazos. Los otros tres en el vagón están en completo silencio, no quieren inmiscuirse en una conversación familiar. Tras un minuto, el gemelo mira de nuevo a la niña, frunciendo—. Pareces muy tranquila para habernos llevado tal noticia.

—Yo... —intenta, pero acaba suspirando de nuevo—. Estoy confusa, nada más.

—Oh, qué novedad. Creo que esa es tu excusa favorita —acusa Yoongie sin tacto.

—Cálmate un poco, no empecemos otra vez.

Él se dedica a rodar los ojos y no dice más, deslizando más comida hacia Percy, porque no puede dejar que el muy idiota se le muera de hambre. No es que le caiga bien, en absoluto. Si no fuera el elegido, lo tiraría fuera del tren en la primera estación que viesen, pero la recompensa que habían obtenido del caniche no les ha dado más que para pasajes hacia Denver.

Había sido eso, o nada.

Hacia el final del día, ocho días antes del solsticio de verano, cruzan el río Mississippi hasta San Luis. Annabeth estira el cuello para ver el famoso Gateway Arch, comentando lo mucho que desea ser arquitecta y construir algo como eso o el Partenón. En la estación Amtrak, la megafonía les indica que hay tres horas de espera antes de partir hacia Denver, así que tienen tiempo para hacer turismo cultural hacia el arco, a un kilómetro y medio de la estación. Al principio, Percy quiso negarse, quedarse esperando allí, pero Annabeth ya se estaba alejando mientras tiraba de la muñeca de Chee, y era peligroso dejarlas solas por ahí.

Y claro, si Percy iba, Yoongie tenía que ir igual, porque se había jurado mantener el ojo sobre el chico. Percy Jackson, el hijo del dios del mar.

¿Probablemente si Percy fuera un dios sería el dios de los problemas? Uhm, digno de investigar.

A última hora las colas no son tan largas y logran abrirse paso por el museo subterráneo. No es muy emocionante para los chicos, pero Annabeth se dedica a contarles muchísimas curiosidades de cómo se ha construido el arco, y solo Chee es la que mantiene la mirada siempre puesta en ella, siempre escuchando, atenta. Si Annabeth es feliz contando todas aquellas cosas, ella va a escuchar con mucho gusto.

Grover no para de atiborrarse de gominolas y el coreano y el neoyorkino adyacentes caminan juntos, Jackson no puede evitar sentir la presencia del pelinegro a su lado. El mestizo de la afinidad a la naturaleza hace una mueca a la manera en que Grover come, entre repugnancia y burla.

Es como si no lo hubieran alimentado en siglos.

Repugnante, te lo digo.

—Entonces... —comienza Percy a decir a su lado, mirando al coreano que no se despega de su lado—, ¿te sabes los símbolos de los dioses?

—No mucho, eso es más terreno de la sabelotodo adelante —dice el coreano con resolución, robándole una fritura de la bolsa a Jackson, a pesar de que él mismo tiene—. Simplemente sé que el sujeto alegre de abajo tiene un Yelmo de Oscuridad, que el de arriba es un rayo, el tuyo tiene un tenedor y uhm... hasta ahí estoy. Dejé de prestar atención en ese entonces.

—El Yelmo de la Oscuridad —dice Grover despegando la nariz desde la bolsa de gominolas lo suficiente para inspirar, su nariz se retuerce en asco—. Puede fundirse en las sombras con él, hacerse inteligible.

—Intangible —corrige Yong-hwa—. Inteligible es cuando no se le puede escuchar, como cuando mi hermana tiene que dar un discurso delante de personas. Intangible es cuando no te puede tocar, puede atravesar paredes y tal. Honestamente, tienes como setenta años y no has abierto un diccionario en tu vida, vejete.

—Tengo veinticuatro, no setenta —rebate Grover, claramente ofendido, luego se vuelve a Percy—. Como te decía, con él es capaz de infundir un miedo paralizante. De ese que te hace tener arritmias cardiacas.

Jackson parece dudarlo un segundo.

—¿Entonces cómo sabemos que él no está aquí abajo, espiándonos?

—No lo sabemos. Al menos no con certeza —aclara el chico a su lado.

—¡Chicos! —llama Choon-hee desde un lateral, junto a un curioso ascensor que llega hasta la cima del arco—. ¡Mirad, aquí cabemos los cinco!

Se acercan a ellas y entran en la cabina, o al menos, hacen el intento, porque uno, hay una señora con su perro que los mira con una dulce sonrisa y les dice que pueden entrar todos sin problema y dos, Percy se queda fuera, viendo horrorizado el ascensor.

—¿Perce? —llama Chee, viendo al chico todo quieto, moviendo las manos con nerviosismo.

Pero Yoongie no espera la respuesta del mestizo, en su lugar hace algo inesperado. Toma la mano de Percy entre la suya y lo hace entrar, pegándolo contra su cuerpo cuando las puertas se cierran delante de ellos. La respiración de Percy se entrecorta y el chico se inclina hacia la oreja del hijo del dios del mar. Jackson puede sentir el pecho del pelinegro contra su espalda, el aliento del chico haciendo cosquillas en su oreja cuando él pronuncia las palabras.

—Cálmate, Sirenito.

—Fácil para tí decirlo —susurra Jackson, tragando duro, sus ojos posados en los números brillantes del ascensor, para centrarse en algo que no sea ese espacio cerrado.

El coreano siente al neoyorquino tenso, como si no quisiera estar ahí. Están los cinco apretujados en contra de la vieja y su perro pequeño del demonio, que parece mirarlos rabioso.

¿Es que acaso Percy...?

—¿Y vuestros padres? —les pregunta la señora.

—Se han quedado abajo —responde Annabeth.

—Les asustan las alturas —añade Choon-hee, deseando que la señora se trague la mentira.

—Oh, pobrecillos.

Encima del arco, la plataforma de observación está formada por ventanitas que dan a la ciudad por un lado y al río por el otro. Chee jadea ante la maravillosa vista y se acerca aprisa a una de las ventanas, viendo los montones de edificaciones de la ciudad de San Luis.

—¡Yoongie, ven, mira esto! —le lanza una sonrisa a su hermano antes de regresar la vista a la ciudad—. Ow, debí traer mi cámara...

—Respira, Ariel —dice Yoongie, ocupado en calmar el ataque de pánico que Percy está teniendo en ese momento, ni siquiera haciendo caso a su hermana—. Vamos, llena tus pulmones de aire y luego suéltalo todo. Tú puedes —y luego le susurra más bajo, para que la vieja no escuche—. Nos enfrentamos a unas Furias y te enfrentaste a un Minotauro, tú puedes con un poco de altura.

—Uff —el de ojos como el mar rebufa, apretando los ojos—. ¿De dónde sacas de repente tanta bondad hacia mí?

—No soy un desalmado, Sirenito. Sólo haz lo que te digo —replica el aludido,—. Sé lo que digo, lo aplico en mi hermana cuando le dan ataques de pánico en el colegio. A lo mejor ella es capaz de calmar a los demás como tanto decís, pero no puede calmarse a sí misma. Dulce Chee no es tan perfecta.

Percy traga saliva, al final haciendo lo que le dice. En pocos minutos, un guarda anuncia que la plataforma se va a cerrar y la alegría y el color en la piel regresan a Percy, que conduce a sus amigos hacia la cabina del ascensor. Cuando está a punto de darle el paso a Choon-hee para ingresar el último, el guarda pone la mano delante, negando con la cabeza. Ya hay seis personas dentro, no hay espacio para más.

—Siguiente coche, niños —les informa el guarda.

—¿Bajamos y esperamos con vosotros?

—No, no pasa nada —Percy niega—. Nos vemos abajo.

Yoongie frunce.

—Eh, espera, ni se te ocurra...

—Chico, la mano dentro, voy a cerrar —el guarda le lanza una mirada de aviso cuando ve que el niño saca la mano fuera de la cabina.

Yoongie lo ignora y se dirige a Percy.

—Trata de no meterte en líos, te veo abajo Ariel. Y cuida de ella.

—Te veo abajo, hermanito —Chee le levanta dos dedos, el signo de la paz, para hacerle saber que estará bien allí arriba, que no tiene que preocuparse por nada.

La cabina desaparece por la rampa y se quedan ellos dos, un crío con sus padres, el guarda y la tipa del chihuahua. Chee le sonríe por amabilidad y ella se pasa la lengua por los dientes. Instintivamente, la niña le agarra la mano a Percy para intentar alejarlo un poco.

Entonces le susurra:

—Erm, Percy, ¿he sido solo yo o tú también le has visto la lengua partida?

Él asiente, con los ojos bien abiertos. El chihuahua salta y empieza a ladrar. No pueden evitar pensar que si el gemelo hubiera estado ahí, lo hubiera pateado a través de la ventana.

Es conocimiento explícito, de toda una vida, que Chee sabe que su hermano no aguanta a perros pequeños. Los detesta, dice que tienen el demonio dentro. Bueno, aparentemente no está equivocado, es una manera de ver este chihuahua que parece escupir veneno.

¿Es eso espuma saliendo de su hocico?

A medida que el chihuahua ladra, cada vez más furioso, este crece de altura. Primero alcanza la de un dóberman, y luego la de un león, y el ladrido se convierte en rugido. Cuando sonríe, sus dientes ya son enormes colmillos que están apenas a unos metros de hacerlos trizas si se mueven.

El perro, que ahora no es perro, sino que una horrible mezcla de animales, como si científicos hubieran experimentado con diversas especies y lo hubieran lanzado a una lavadora a ver qué salía. Se cierne sobre ellos, todo colmillos y sangre seca. Su collar de perro, ahora tan grande como una matrícula de coche, lee que se trata de una Quimera.

Sí, hace sentido.

La mujer, que antes era una vieja rolliza también se ha transformado, su rostro siendo escamoso y sus ojos como los de un reptil. Ella mira a los dos mestizos con regodeo, pero sobre todo a Percy.

Tenía que haberlo sabido, ni un segundo paz para los malditos.

—Siéntete honrado, Percy Jackson —dice ella con un siseo de serpiente—, mi señor Zeus rara vez me permite probar un héroe de tu estirpe. ¡Soy la Madre de los Monstruos, la terrible Equidna!

—Ah... —dice Chee, intentando recordarla de las historias de la fogata. Es la que atacó el Monte Olimpo con Tifón y acabó morando por el mundo con el resto de hijos, todos seres importantes de la mitología, los mismos monstruos poderosos que han sido desafíos de héroes a lo largo de la historia.

—¿Eso no es una especie de oso hormiguero? —atina a decir el muchacho. Chee le lanza una mirada con los ojos muy abiertos. Es decir, tiene razón, ¡pero no es el momento!

—¡Detesto que la gente diga eso! —aúlla la madre—. ¡Odio Australia! Mira que llamar a ese ridículo animal como yo. Por eso, Percy Jackson, ¡mi hijo va a destruiros a ti y a tu amiguita!

No tienen tiempo de esquivar, la Quimera se lanza hacia adelante con furia, como poseída. De acuerdo, puede que Yoongie tenga razón. Esos perros llevan el demonio encima, nunca más poner en duda su criterio.

Anotado.

Si tan solo supiera ocupar esos poderes suyos, podría pensar en algo como lo haría su hermano. De los dos, él es el estratégico, el que usa sus poderes de maneras inteligentes y útiles.

¡Ella no sabe ni usar una espada por mucho que Ethan la entrene!

Quimera lanza una llamarada de fuego a través del hocico hacia Percy, que milagrosamente evade y ella trata de encontrar algo con lo que defenderse. Pero todo ahí es de piedra y vidrio, si fuera la hija de alguien poderoso, o con un poder útil no estaría escondida ahí mientras Percy lucha. Ella no es Yong-hwa, en absoluto.

Pero tiene que intentarlo, al menos.

La chica extiende sus manos hacia adelante y se concentra, esperando y rezando porque sus poderes respondan a su llamado. Flores comienzan a llover en la vista de la Quimera, distrayéndose lo suficiente para que el hijo del dios del mar le aseste con la espada en el cuello al gran... bueno, a la gran bestia. La hoja chisporrotea contra el collar de la bestia y la inercia del golpe manda a Jackson hacia atrás, desequilibrándolo.

El chico intenta recuperarse, pero la Quimera es más rápida, incrustando sus colmillos en la pantorrilla del chico. Percy intenta otra vez atizarle, pero la cola de serpiente se revuelve y lo hace caer una vez más. La espada cae hacia abajo, hacia las aguas del Mississippi.

Equidna se carcajea.

—Ya no hacen los héroes como antes, ¿verdad?

¿Qué puedo hacer? piensa Choon-hee, viendo que el guarda y la familia siguen ahí. Hay que proteger a esa gente, pero Percy está herido, si al menos pudiera abrirles la puerta de emergencia para que escapen... Tal vez con la presión de las flores, las puertas cedan. Mientras Equidna está ocupada con toda su atención en Percy, Chee mueve una vez más las manos al frente y espera que las flores surjan para ayudarla, que hagan presión para forzar la puerta. No obstante, en vez de las habituales flores que es capaz de conjurar un sonido silbante se abre paso desde el otro lado de la puerta hasta volverse atronador, como si la estuvieran golpeando desde allí. Las puertas se abren de par en par, con tanta fuerza que ella está segura que están a punto de salirse de los goznes.

Equidna atraviesa la plataforma a través de la ventana, cayendo al vacío con un alarido de sorpresa. Quimera cae con ella con una última llamarada de fuego y Percy y Chee quedan colgando de la plataforma, aferrándose al borde como pueden. Los cristales se han volado, explotado y se ha abierto un agujero en el suelo, quedando tan solo los metales que eran usados como sostenedores.

Percy cierra los ojos, inspirando por la nariz, sus dedos resbalan, ceden.

—Padre, ayúdame —dice el chico.

Y se suelta, cayendo al vacío igualmente, dejando a Chee aún sujeta al borde.

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