[ 009 ] under the water

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𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓'𝐒 𝐆𝐀𝐑𝐃𝐄𝐍
━━━ 🌼 ━━━
09. UNDER THE WATER

CHOI CHOON-HEE SIENTE QUE SU CUERPO es más pesado que nunca mientras se aferra por su vida al metal medio descolgado que forma parte de la plataforma, cerrando los ojos y apretando los dientes, como si eso pueda ayudarla a hacer más fuerza. Apenas puede realizar un movimiento para impulsarse hacia arriba sin que sus dedos amenacen con resbalar y enviarla doscientos metros hacia abajo, hacia el agua que quebrará sus huesos con su mero impacto. Percy está a su lado, respirando con dificultad, y no puede tirar de él para subir ambos, porque ella apenas puede agarrarse bien.

Cuando ella menos se lo espera, el agarre del chico se suelta y todo se ralentiza mientras voltea la cabeza hacia él, viéndolo en el comienzo de su caída.

¡¿Percy?! —Chee deja escapar un grito ahogado, sus ojos llenos de horror.

En tan solo una milésima de segundo, Percy le envía una sonrisa que luce tranquilizadora, pero Choon-hee no se tranquiliza para nada. ¡¿Acaso este chico estaba chalado?! Sí, puede que sea hijo del dios del mar, ¡pero una caída desde esta altura lo romperá por dentro sea semidiós o no! El metal del que se sujeta rechina y cruje, con aspecto de empezar a desprenderse de su soporte.

Y todo sigue lento, muy lento, cuando cede y deja caer a la chica de espaldas hacia la nada. Ella cierra los ojos durante un momento, sintiendo el silbido del viento en sus oídos, su pelo se arremolina alrededor de ella como un abanico y... está rezando. De acuerdo, puede que no sea la cosa más útil por hacer, pero está asustada y es entendible, su mente trabaja a mil kilómetros por segundo mientras se acerca más y más a su muerte inminente.

Y un plan comienza a formarse, no sabe si funcionará o si solo es un salto innecesario de fe, propulsado simplemente por la idea de no convertirse en papilla y quebrarse todos los huesos de su cuerpo. Si tan solo supiera algo de física avanzada podría calcular con qué frecuencia tendría que impulsar su propio cuerpo en el aire para alcanzar a Jackson; pero la verdad es que todavía no le pasan esa materia.

No al menos el siguiente año.

Es un salto de fe, lo sabe, el ponerse en riesgo de esa manera, de la que piensa en ese momento. Pero no tiene otra salida, es lo que tiene que hacer y esperar como el demonio a que resulte.

Aquí yace Choi Choon-hee, querida hermana que saltó como tonta de una plataforma tan alta que su cuerpo quedó hecho gelatina en el agua. Eso diría su tumba.

Así que sí, impulsa su cuerpo hacia adelante ligeramente con las esperanzas de que, si se esfuerza lo suficiente, pueda alcanzar a su amigo semidiós.

La voz se le queda atascada en la garganta cuando intenta llamar por su nombre, el peso de la gravedad es monumental, la fricción saca lágrimas involuntarias de sus ojos que comienzan a arder como esa vez que appa estaba cocinando y picando cebollas y... bueno es un recuerdo difuso. Tenían siete años, apenas puede recordar lo que hacía a los siete años.

La mano del chico atrapa la suya, débilmente, el veneno de la Quimera está a punto de dejarlo fuera de combate, lo puede ver por la fina capa de sudor frío, perlando en su frente y entonces, con toda la fuerza que puede atraer, ella lo abraza y se preparan para el impacto.

Pero sucede algo.

Espera que su cuerpo choque contra el agua, aplastando sus huesos y haciendo lo mismo con los de Percy, pero ese impacto no ocurre de la forma que imagina; es como si ambos se vieran rodeados por algo. Todo queda en un silencio momentáneo alrededor de ellos: no siente los pájaros, no siente el sol pegar contra su piel, no siente absolutamente más que el viento golpeando sus rostros. Y Chee, aunque está rezando por un milagro, se concentra en este de tal forma que a cualquiera comenzará a dolerle la cabeza. Es entonces cuando Chee decide levantar la cabeza del hombro de Percy, ve demasiado aire fluyendo alrededor de ambos como si fuera una pelota, como si estuviera creando un escudo que los protege del golpe y entonces... se funden en el agua llenos de aire y burbujas. El choque no les duele mientras se van hundiendo lentamente hacia el fondo, las burbujas explotando alrededor del escudo de aire.

Gracias a los dioses, siguen con vida. Nada más romper el abrazo, los ojos verde mar de Percy miran muy abiertos lo que lo rodea, flotando en la extraña pelota.

—¿Cómo lo has hecho? —le pregunta.

—Yo... —Chee flota por igual, es como si ambos hubieran quedado suspendidos y sin gravedad—. No lo sé... ¿De verdad he sido yo?

—¿Quién iba a ser si no? —Percy la mira lleno de sorpresa—. ¿Otra intervención divina? —y luego algo hace click—. Espera, no nos sacarías tú del bus, ¿no?

—Estoy segura que no fui yo...

Oyen un crack y el escudo de aire se rompe. El agua sucia se precipita hacia Chee de forma tan brutal que moja su ropa y le hace picar el cuerpo y los ojos, teniendo que cerrarlos con fuerza. Mueve las manos y patea las piernas para echarse hacia arriba, pero solo se sigue hundiendo por culpa del lodo en el que han caído los dos. Apenas le queda oxígeno que llegue a sus pulmones y empieza a desesperarse, queriendo salir a la superficie a respirar, pero apenas puede moverse sin que el lodo tire más. Y a continuación, Percy agarra su mano y ella vuelve a sentir sus pulmones mientras su ropa vuelve a su estado original, como si nunca se hubiera mojado o no estén bajo el agua en primer lugar.

—Así que puedo hacer esto... —dice Percy, viendo alrededor. Coge un viejo encendedor entre la basura y lo prende, una llamita apareciendo en el fondo del Mississippi. Al soltarlo, la llama se apaga. Hace lo mismo con un envoltorio de hamburguesas y el papel se seca, en cuanto lo deja, vuelve a ser un deshecho fangoso, y eso le hace apretar más fuerte la mano de Choon-hee, porque ahora es él quien debe tener cuidado con ella estando en el agua.

"Percy, ¿qué se dice?" se imagina a su madre diciendo en su cabeza.

—Gracias... padre —su voz suena más grave, pero eso es lo que menos le importa a Chee. Percy la mira y le sonríe antes de decir—: Mientras no te suelte la mano, no pasará nada. O eso creo. Te hago impermeable, así que puedes respirar, pero por como me miras deduzco que no puedes hablar como yo...

Chee sacude fuertemente la cabeza.

Salen a la superficie un minuto después, logrando que la conexión se rompa y la chica pueda respirar aire puro una vez más. O al menos tan puro como puede ser ahí en ese lugar. El arco a lo lejos se encuentra humeante y todos los vehículos de San Luis lo rodean mientras los helicópteros dan vueltas en círculos.

Justo lo que necesitan, que se arme un caos.

Mientras ellos salen por completo del agua, con Percy habiendo ayudado a su amiga a nadar más rápido, una niñita grita:

—¡Mamá, mira! ¡Ese chico y esa chica han salido del río!

—Eso está muy bien, cariño.

—¡Pero el chico está seco!

—Eso está muy bien, cariño.

—¡¿Y si ella es una sirena?!

—Eso está muy bien, cariño...

Una reportera le dice a la cámara en cuanto pasan cerca:

—Probablemente no ha sido un ataque terrorista, nos dicen, pero la investigación acaba de empezar. El daño, como ven, es muy grave. Intentamos llegar a alguno de los supervivientes para interrogarlos sobre las declaraciones de testigos presenciales que indican que dos personas cayeron del arco. Dos adolescentes, me informan. Un chico y una chica. Las cámaras muestran cómo los dos activan una extraña explosión que los manda hacia el río. Sigue sin haber víctimas mortales...

La chica toma la delantera y agarra la muñeca de Percy, tirando de él mientras tiene la cabeza gacha para pasar el gran trecho del perímetro policial. Casi han perdido la esperanza cuando a un lateral aparece un niño de trece años más alto de lo común, inexpresivo, mirándolos como si fueran una especie de juguete antiestrés que no le gustan. Entonces, su inexpresividad se convierte en un gran ceño fruncido y se acerca a ellos, agarrando los hombros de Chee mientras la zarandea con gran inercia.

—¡¿En qué estabais pensando?! ¡¿Es qué tenéis complejo de la Maldición de Gaia o qué?!

—¿La maldición de quién? —repite Percy.

—Es un cuento popular que...

—¡Eso es lo de menos! —Yong-hwa aprieta con más fuerza, pero tampoco para hacerle daño. Ella baja la mirada un poco, viendo sus zapatos mojados mientras muerde su labio. Ella es la mayor, se supone que no debe preocupar a su gemelo menor de esta forma, porque sabe a ciencia cierta que está preocupado... como siempre lo está por ella. Yong-hwa suspira y se pasa la mano por el pelo, fulminando a Percy—. Tú, te dije que cuidaras de ella, no que la hicieras saltar del arco.

—Nos caímos... más o menos.

—¿Desde ciento noventa y dos metros? —el gemelo señala hacia el arco.

—Pero estamos vivos, ¿no? Es lo que importa —Percy dice, mirando a los lados para ver si es capaz de encontrar a Grover y Annabeth, pero no lucen muy a la vista—. ¿Dónde están...?

—Al otro lado del caos —el coreano hace ademán a los policías, sus coches, las ambulancias, las cámaras y todo aquello que los rodea.

Un policía grita que abran paso y la multitud se separa y un par de enfermeros salen disparados, conduciendo a una mujer en una camilla. Chee la reconoce inmediatamente como la madre del niño que estaba en la plataforma de observación. Va hablando del chihuahua que escupe fuego y de cómo desapareció por el agujero, también de cómo Equidna salió volando y de cómo los chicos se cayeron.

—¡No estoy loca! —les chilla. Entonces los ve—. ¡Ahí están! ¡Esos son el chico y la chica! ¡Ella hizo que la dueña del perro saliera volando!

Percy se altera y tira de los gemelos hacia la multitud, donde Yong-hwa señaló que están Annabeth y Grover.

—¿Cómo que la dueña salió volando, noona? —inquiere, mirando hacia abajo, donde su hermana le devuelve la mirada en confusión.

—No estoy segura —intentan explicar lo mejor posible—, pero las puertas se abrieron y llegó un montón de viento, parecía un huracán. Cuando Perce y yo caímos, nos envolvimos en una pelota de aire en cuanto lo abracé; más tarde explotó bajo el agua.

¿Aire...? —murmulla él. Chee imagina que está recordando el suceso del autobús.

—¡Peeercy! —la voz de Grover bala al llegar y envuelve al hijo del dios del mar en un abrazo de cabra—. ¡Cheeeee! —hace lo mismo con ella, para sorpresa de la chica, que le da unas palmadas en la espalda para tranquilizarlo—. ¡Creíamos que habíais llegado al inframundo de mala manera!

La hija de Atenea se mueve un poco, solos unos pasos, y espera que el sátiro termine su abrazo para envolver a su amiga y a Percy en otro.

—¿Qué ha pasado? —les pregunta.

Los dos amigos se miran y les cuentan la historia de la Quimera, Equidna, el viento, la zambullida y lo impermeable. Percy añade algo, también, algo que escuchó durante su subida a la superficie: una voz le dijo que fuese a Santa Mónica.

—¡No puedes ignorar la llamada de tu padre! —exclama el sátiro.

Antes de que alguno pueda decir algo, se cruzan con otro periodista que da una noticia que casi los deja helados.

—Percy Jackson. Eso es, Dan. El Canal Doce acaba de saber que uno de los dos adolescentes que podría haber causado esta explosión coincide con la descripción de un joven buscado por las autoridades en relación con un grave accidente de autobús en Nueva Jersey, hace tres días. Y se cree que el chico viaja en dirección al oeste. Aquí ofrecemos una foto de Percy Jackson para nuestros telespectadores junto a una foto de la chica sin identificar captada por las cámaras de seguridad.

Se agachan junto a la furgoneta de informativos y se meten en un callejón.

Choon-hee se lleva las manos a las mejillas, una mueca de preocupación en el rostro.

—Espero que appa y ninguno de los tíos esté viendo el Canal Doce...

—Pues seguro que alguno de ellos sí —dice Yong-hwa para tristeza de la chica, que suelta un quejido parecido a "ssi-bal" mientras se apañan para llegar a la estación del Amtrak sin que los vean, subiendo antes de que salga hacia Denver.

Se suben al tren un poco más tarde del suceso, cuando han evitado todas las cámaras y se han escondido perfectamente de los periodistas, que parecen buitres alrededor de ellos. El transportista se dedica a mirarlos cuando los ve llegando a ambos chicos, pero no pide explicaciones. No es que se las den de todos modos, él no es nadie. Regresan a su respectivo vagón y Annabeth dice algo de robar una toalla para Choon-hee antes de desaparecer con su gorra de invisibilidad por los pasillos; los otros entran a sus respectivos asientos y el viaje continúa. Poco rato después Annabeth aparece con dos toallas, una que pone en el asiento de Chee para mojarse menos y otra que le pasa por la cabeza para que se seque el pelo. La ropa está menos empapada, por suerte, pero tendrá que permanecer así un tiempo hasta que vuelva a secarse. Gracias a los dioses que es verano y es capaz de soportarlo. El tren traquetea hacia el oeste mientras cae la oscuridad y las luces de la policía siguen latiendo a sus espaldas en el cielo de San Luis.

El 14 de junio, el tren llega a Denver, con ellos hambrientos por no haber comido desde la noche anterior en el coche restaurante, donde los gemelos estuvieron sentados en taburetes frente a la barra comiendo lo más parecido que había a buldak con queso. Caminan sin rumbo durante más de media hora, siguiendo a Annabeth, que busca algo para contactar con Quirón. El aire es seco y caluroso, lo que les parece raro viniendo de la humedad de San Luis. Al final encuentran un lavacoches con mangueras vacío y entran a la cabina más alejada, agazapándose entre ellos para que ningún policía los vea, pues está bastante claro que las noticias han volado como la pólvora desde el accidente.

—¿Qué estamos haciendo exactamente? —Percy no entiende nada, sólo mira cómo Yong-hwa agarra una manguera.

—¿A alguien le queda dinero? Son sesenta y cinco centavos y yo tengo dos cuartos de dólar.

—Nope —Chee niega con la cabeza—. Me lo dejé todo en la cena de ayer.

—Lo mismo —agrega Annabeth—. El coche restaurante me ha desplumado.

—¿Sirenito? —dice el gemelo. El crío de doce rebusca en su bolsillo y le pasa un cuarto de dólar—. Fenomenal —mete las monedas y pone el selector en la posición «LLUVIA FINA», diciendo "Mensajería I" en el proceso.

—¿Mensajería instantánea?

—Mensajería Iris —explica Choon-hee—. Iris, la diosa del arcoíris, evidentemente, transporta los mensajes para los dioses. También lo hace para los mestizos.

—¿Invocas a la diosa con una manguera? —Percy enarca las cejas a Yoongie, que pone el pitorro al aire y el agua sale en una fina lluvia blanca.

—A menos que conozcas una manera más fácil de hacer un arco iris —dice Grover.

Percy se rasca la parte posterior de la cabeza, captando que es la única idea plausible por el momento, no es que tengan el número de la dichosa diosa o es que acaso tengan una línea directa con el campamento.

—Bueno, la verdad es que no, pero...

El hijo del dios del mar es silenciado cuando, con un efecto refractario en el que la luz solar choca con el reflejo del agua y esta se descompone, creando un efecto prisma de diversos colores. Como un arcoíris. Annabeth tiende la mano hacia Jackson pidiéndole un dracma y un poco aturdido todavía, el chico se lo pasa sin rechistar, aunque curioso. Ella levanta la moneda la altura de su cabeza y la ofrece como ofrenda y luego la lanza hacia el arcoíris.

Durante un breve instante, nada ocurre, son nada más que cinco críos mirando a la nada. Bueno, críos descontando a Grover que tiene más años que cristo, según el gemelo coreano.

Entonces, entre un halo de luz, de pronto aparece la niebla sobre los campos de fresa y el canal de Long Island Sound a la distancia. De pie dando la espalda hay un chico rubio que conocen muy bien, está apoyado en la barandilla vestido con pantalones cortos y la camiseta anaranjada del campamento. Tiene una espada de bronce en la mano y parece estar mirando fijamente algo en el prado.

—¡Hey, Luke! —Choon-hee capta su atención y él se vuelve, sorprendido.

¿Choon-hee? —sus ojos se abren y una sonrisa se le ensancha—. ¿Y esos son Annabeth, Percy y Grover? ¡Alabados sean los dioses! Eh, chicos, ¿estáis bien?

—Sí, bien —responde Annabeth—. Pensábamos que Quirón sabría...

Está abajo en las cabañas —la sonrisa de Luke desaparece—. Estamos teniendo algunos problemas con los campistas. Escuchad, ¿va todo bien? ¿Le ha pasado algo a Yong-hwa?

—¡Más quisieras! —Yoongie entra en el campo de visión de Luke—. ¿Qué clase de problemas?

Pues Quirón ha tenido que... —empieza a explicar, pero su voz se ve opacada por un enorme auto que entra al lavacoches con música ruidosa a toda caña—. ¿Qué es ese ruido?

—¡Nosotros nos encargamos! —exclama Annabeth—. ¿A que sí, Chee? ¡Venga, Grover, Yong-hwa! Dale la manguera a Percy y ven.

El coreano la ignora deliberadamente, como si no le estuviera hablando.

—Dame la versión corta de lo que está pasando, Lukey —dice el coreano interesado en lo que el rubio tenga que decir—. Necesitamos saber qué está ocurriendo, pero brevemente porque no tenemos mucho tiempo.

Luke se rasca la barbilla, tratando de encontrar las palabras acortadas a lo que está sucediendo más allá de lo que se enteran los niños.

Pues a ver, que se han estado formando peleas aquí en el campamento, hoy Quirón ha tenido que disuadir una, de hecho. Se ha corrido la voz de la disputa entre Zeus y Poseidón y las cosas no van del todo bien; están tomando bandos. Se están organizando otra vez como en la guerra de Troya. Afrodita, Ares y Apolo apoyan a Poseidón, más o menos. Atenea está con Zeus. ¿Y en qué situación estáis vosotros? Quirón sentirá no poder hablar ahora mismo.

—Estamos en la miseria, gracias por preguntar —se mofa Yong-hwa.

Luke lo mira y vuelve a sonreír.

¿Ya te has cargado algunos monstruos?

—Supongo —se encoge de hombros—. Y Chee también, para sorpresa de todos.

¿De verdad? Aw, crecéis tan rápido...

El pitido de la máquina suena abruptamente, con un indicio de que están ya a nada de perder la conexión, antes de que el agua se corte y se queden ahí parados como unos críos bobos con una manguera en la mano. Dos de ellos presentes en cada portada del periódico, aquello no es muy bueno. Los otros tres que desaparecieron regresan por la esquina.

—¿Qué os ha dicho Luke?

—No demasiado, se cortó la conexión —responde Percy—. Bueno, ¿quién tiene hambre?

Los campistas se quedan quietos y Chee mira a su alrededor, a la inmensa nada de kilómetros y kilómetros de carretera que se extiende más allá. Este lavacoches es el único sitio que encontraron desde que salieron aprisa de la estación, y parece que tampoco hay mucho más si siguen adelante.

—Hay que caminar, panda de retrasados —recalca Yoongie rodando los ojos, un deje de hastío en su voz al ver que todos son lentos en entender—. Venga, moveos y no os retraséis. Suficientemente atrasados estamos por culpa de Doña Perfecta.

Annabeth está a punto de saltar, decir algo, probablemente de ese estúpido pacto que tienen ambos, pero mantiene la boca cerrada y empieza a caminar.

Los cinco circulan por un lado de la carretera durante lo que se asemeja a minutos infinitos, hasta que oyen el sonido de una moto y se esconden en el borde de la carretera, tras la pila de cemento, sentándose sobre la mustia hierba. Chee deja caer la cabeza hacia atrás para apoyarla mientras su hermano se cruza de brazos y se agacha más de la cuenta, la desventaja de ser alto en este momento. Percy y Grover se quedan al otro lado y Annabeth mira al suelo, apretando el puño sobre su regazo.

—Llevas rara desde que salimos del arco —apunta Jackson, mirando a la rubia que no le devuelve la mirada—. ¿Qué pasa?

—Pues... —ella busca las palabras, apretando aún más el puño—. Cuando Chee y tú os caísteis y Yong-hwa fue a buscaros, Grover y yo nos quedamos al otro lado, pero yo... yo vi a las Moiras —hay un silencio en el que los gemelos se echan una ojeada antes de mirar a Annabeth con expectación. ¿Por qué no lo ha dicho antes?—. A las tres. Y vi a Átropos cortar un trozo de hilo. Ellas hilan la hebra de la vida de todos los seres, cuando ves cortar una hebra significa que uno de nosotros va a morir.

—Todos vamos a morir algún día —es la conclusión a la que llega Percy.

Yong-hwa rueda los ojos, ya parece casi tumbado en el hormigón.

—¡Pronto, baboso! Es una advertencia, un presagio.

—A ver —Percy arruga el ceño—, tenemos que hablar de eso del destino...

Antes de que sean capaces de tener la charla sobre el destino, la moto se para prácticamente detrás de ellos.

—¿Os ayudo? —dice el motorista con voz grave. Solo cuatro se levantan a mirar por encima del bordillo para ver a un hombre mirándolos—. He preguntado si necesitáis ayuda.

—No, estamos bien —miente Grover.

—Pero se lo agradecemos —añade Chee, mostrando una sonrisa con dientes.

Yoongie asiente, aunque no puede evitar mirar al hombre directamente. El coreano es un buen mentiroso, pero no es que alguien lo sepa, mucho menos su hermana.

—Todo está bien, muchas gracias por la oferta de todos modos. Simplemente estábamos haciendo un pequeño descanso antes de seguir.

El hombre frente a ellos es guapo, probablemente es la primera cosa que Yoongie piensa apenas lo ve. Está vestido con una camiseta de tirantes blanca, unos tejanos oscuros y chaqueta de cuero. El brillo del cuchillo de caza llama la atención del coreano, es bonito, a él le gustan las cosas afiladas de vez en cuando y puede apreciar que es manufacturado con materiales naturales; lo tiene firmemente sujeto al muslo. Tiene los ojos de un color verde que al coreano se le asemeja a... bueno, no puede recordarlo cuando le está mirando así, y el pelo rubio que conjunta con una barba.

—Pues yo creo que vais bastante retrasados porque solo faltan unos días para el solsticio de verano y... aunque me encantaría ver estallar una buena guerra...

El coreano vuelve a encogerse de hombros casi por sexta vez en el día.

—Hubiéramos llegado antes si no fuera por... espere, ¿qué ha dicho?

Ahora los cinco están en pie, viendo al tipo de la moto que no tiene intención de alejarse. El motorista sonríe con suficiencia y continúa, dirigiéndose a Percy.

—Como tu primo mayor, me apetece echarte una mano.

—¿Primo?

—¿Eres Ares? —Chee alza una ceja.

—Oh, con que usted es el padre de Clarisse —Yoongie dándose cuenta, claro, y es que nunca ha conocido a un dios, igual que su hermana—. Mucho gusto, tiene usted una hija de lo más insoportable. Me llamo Choi Yong-hwa. Espere, ¿debo hacer una reverencia? Es la primera vez que me topo con alguien como usted.

—Te he estado siguiendo la pista. Siempre lo hago con guerreros jóvenes y fuertes como tú —Ares responde ignorando al resto—. Controlas plantas, tienes un genio volátil y le destruiste el arma a mi hija. Buena técnica, por supuesto, y bastante hábil con tus poderes solo para ser un crío de trece años.

Yoongie finge falsa modestia:

—Oh, solo fue mi día de racha.

—Ow, reconozco también ese tono. Pero era mil veces peor en esos tiempos. Me hace sentir orgulloso.

—Um, ¿por qué quiere ayudarnos? —pregunta Chee, poniendo una mano en su cintura—. ¿Cómo sabe lo que hacemos aquí?

Ares deja salir una risita seca, sus labios rebosan con suficiencia:

—Niña, soy un dios. Lo sé todo, y como he dicho, le he estado siguiendo la pista a tu hermano. Curioso, ¿sabes? Veo mucho de mí en él, mucho poder emanando como olas de sí mismo y tú... bueno, es como si él hubiera absorbido todo y te hubiera dejado con un uno por ciento. O al menos eso quieres hacer creer a la gente que te rodea, eres una complaciente patológica, pero en el fondo de ti, tú y yo sabemos que no es así. Hay oscuridad en tu interior, niña. Definitivamente un enigma. Apuesto que vienes de él, eso lo explicaría todo.

¿Oscuridad? piensa Choon-hee, que se ha quedado helada en su sitio. Su hermano la mira de reojo, analizando tanto las palabras del dios de la guerra como a ella, buscando si es verdad o no lo que dice o simplemente quiere empezar una pelea. Porque eso es lo que suele hacer Ares. Pero, en lugar de preguntar por eso, la boca de Chee habla antes que su propia mente y suelta:

—¿De él? ¿Nuestro padre divino? ¿Sabe quién es?

A Ares le causa gracia su pregunta, porque se echa a reír casi histéricamente, su risa resonando por toda la carretera vacía.

—Ya te gustaría que fuera así —su risa para abruptamente y los mira con seriedad—. Niñitos, tengo hambre. Hay un garito medio decente más adelante, si queréis ayuda nos vemos allí. Pero daos prisa, no me hagáis perder el tiempo.

Se calza las gafas de sol, les dedica una sonrisa agridulce y se marcha, dejando a los cinco viendo el rastro de humo que deja su motocicleta.

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