Capítulo 1: La asertividad no existe detrás de la puerta.

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¿Te gusta soñar?

Caden Wilson.

Si ponía un pie fuera, iba a morir.

Estaba frente a la puerta, observando la manilla sin poder sostenerla para abrirme paso en el exterior. El mundo que cumple sueños y también los destruye.

La presión, la dependencia, las noticias y las mentiras; la jodida humanidad que rechazaba todo lo que fuera desagradable a la vista.

—Debería volver a la cama. —Murmuré, aferrándome a la mochila sobre mi espalda al igual que un caracol se negaba a abandonar su caracola.

Me lo repetía constantemente al estar en esa posición, casi gritándome que volviera a dormir o a vagar como un muerto sin sepultura. Hacer tareas, dormir tarde, comer sobre mi escritorio y jugar videojuegos todo el día. Permanecer echado sobre el colchón con los pies colgando, embriagado con el hedor de no haberme bañado en días.

Oculto detrás de la puerta. Encerrado en mi propia cueva, donde los días eran todos iguales y la luz que ambientaba provenía de un televisor sin cable donde solo veía series pagadas y jugaba videojuegos. Día tras noche, igual que una cuarentena, escuchando el ruido a través de las bocinas y el tic tac del reloj colgado en la pared.

Contando los minutos, como un disco rayado dentro de la computadora. Me sentía como un virus escurriéndose por la pantalla hasta mostrar con grandes letras rojas los hechos de muerte.

—Volveré a la cama. —Suspiré, apretando mis párpados.

A pesar de lo que dije, seguí parado allí. La dualidad en mi cabeza no me permitía retroceder o avanzar, paralizado.

Me siento como una zarigüeya Virginia.

—Es inútil siquiera intentarlo. —Me encogí de hombros como mala costumbre.

El celular en mi mano izquierda vibró. Contraje los dedos sobre la pantalla, observando el brillante mensaje que contrastaba con la poca iluminación del lugar. Sentí que palpitaban las letras, distorsionadas entre colores rojizos y azules.

Dime si pudiste salir. Si no crees ser capaz espérame allí, saldré del trabajo y te llevaré en mi carro.

No era buena idea dejarte ir solo. No hay nadie en casa, ¿verdad? Quizás papá pueda salir también del trabajo.

Le llamaré a Deeca para que vuelva y se quede contigo.

Escribí al ver que aún trataba de enviar más mensajes. Le pedí a Saint que no lo hiciera, también le dije que no se preocupara por mí. Era un hermano mayor sobre protector, pero yo llevaba un mes y medio preparándome para ese día como para mandar al carajo mis promesas. Se lo había prometido a mamá.

Tampoco haría volver a Deeca, yo sería su mal ejemplo. Aunque en general mi vida era todo menos un ejemplo positivo.

El celular volvió a vibrar para alertarme sobre el chat. Le tenía con sólo un corazón amarillo, quien  siempre estaba a mi costado observándome jugar videojuegos mientras nos dormíamos tarde en el suelo. Ray juraba quererme más de lo que decía, me sentía seguro al escuchar eso escapar de su garganta.

Debí quedarme en casa contigo. Por favor, escríbeme cuando llegues.

No te preocupes por mí, suerte en clase.

—No seas ridículo. —Azoté mis palmas contra el rostro, obligándome a tragar aire con fuerza para impulsarme al frente.

La puerta rechinó en el pasillo, alertando a los colores en las paredes blancas para que fueran brillantes y me obligaran a encerrarme otra vez. Traté de no fijarme en aquella sensación, sacando mi nariz por el picaporte mientras rotaba los ojos a mis costados.

—No está aquí... —Susurré, parpadeando repetidas veces.

Es ahora o nunca.

Corre y no voltees.

Me aferré al pedazo de tela que usaba como sudadera, dando grandes zancadas por el piso de madera que rechinaba con cada pequeño salto. Me sentía desesperado por salir, no pude comerme el desayuno que habían preparado para mí en la cocina pues eso equivaldría a no poder escapar ahora.

Empujé con fuerza la entrada principal, exponiendo mi retina al color del cielo brillante que me aturdía. El sueño quería adentrarse por cada poro en mí, mareándome como consecuencia de que mis ojos no eran constantemente puestos en luz natural y el calor de lo que llamaban sol.

Era la sensación de derretirse, un helado de chicle que se extendía por las calles como un fantasma pegajoso que pedía un milagro capaz de apagar el sol.

No podía plantar mis pies sobre el pavimento que parecía deformarse como la roca volcánica, conteniendo una explosión que sería peligrosa si pisaba el lugar. No podía detenerme en ese momento, de lo contrario, significaría la muerte. Me repetí que era un cobarde antes de arrojarme un golpe con la suficiente fuerza de impulso para correr.

Aunque el cielo se derritiera sobre mí para fundirme con la piedra del suelo, no debía parar. El aire buscaba una forma de salir a través de mis jadeos, estirando los ligamentos de mis rodillas entre calles. Mi memoria me repetía qué camino seguir para encontrar la estación de trenes.

No está aquí, no está aquí. No está aquí pero lo siento cerca. ¡No debe encontrarme!

CORRE ANTES DE QUE TE DETENGA ESE IDIOTA.

—Cuid... ¡Imbécil! —Gritó una señora que andaba por la calle con sus bolsas de la tienda de conveniencia.

—¡Perdón! —Balbuceé sin detenerme, tallando el golpe en mi hombro.

Esa tienda es la que suelo frecuentar...

—¡No puede correr en el subterráneo! —Las voces lejanas me aturdieron.

Prefería no mirar a mi alrededor, si observaba las paredes o siquiera la mañana quizás tendría una crisis complicada. Fijarme en algo del exterior por mucho tiempo me causaba fobia, se transformaban en movimientos repetitivos y sentía que cada textura o luz distinta iba a devorarme.

Era igual que sentarse en la oscuridad o cerrar los ojos. Aunque no había nada allí podías percibir colores que se transformaban en manchas, haciéndote creer que veías cosas anormales. Una pareidolia.

Bajé los escalones sucios con gran velocidad, empujando algunas espaldas, pidiendo que me permitieran el paso para alcanzar el tren. Pasé la tarjeta blanca de mi hermano por la máquina y me deslicé por el barrote de seguridad, dando otro empujón a un niño para abordar.

—Las puertas están por cerrarse. Manténganse detrás de la línea amarilla.

—Madre, ¿ese tipo trata de matarse?

—No lo mires.

Di un salto hacia el vagón, retrocediendo en pasos por mi mochila atorada en la puerta automática. Golpeé mi nuca accidentalmente. La puerta volvió a abrirse, permitiendo que jalara mis cosas y se cerrara por completo.

—Cuidado. —El oficial fuera me hizo un ademán de despedida.

Suspiré, aferrándome a aquella nueva mochila que había comprado y casi perdía por querer abordar. Debía sonreír, aunque lo único que hice fue tomar una gran bocanada para calmar mis nervios que se acumulaban como energía en una bombilla.

Sentí que estaba en peligro de alto voltaje.

—Estoy bien. —Murmuré, relajando mi cuerpo.

Le di la espalda a la puerta, sosteniéndome de una barra metálica mientras me recargaba en el espacio libre. La mayoría de los pasajeros vestían casual y algunos más formales por sus empleos. La mayor parte dormía o leía en los asientos, unos cuantos de pie y otros con audífonos observando las ventanas oscuras casi esperando que saliéramos a superficie para ver la caótica ciudad.

No me gustaba tomar la estación pues nunca sabía cuándo vería el sol o la oscuridad. Pero era la opción más barata y rápida.

—Te guardé un asiento. —Su voz áspera y vibrante alertó mis instintos de presa.

No me jodas.

—Vamos, aquí. —Escuché un ligero golpe a mi costado, en el asiento posterior.

—Ya me preguntaba porqué no te vi esta mañana al salir. —Susurré, bajando la mirada con amargura por su sola existencia.

No puedes dejarme en paz ni un jodido día, es irritante.

—De verdad tenía miedo de encontrarte. —Mascullé con la opresión en el pecho, deseando que no me escuchara.

Nadie en el vagón estaba atento a mí o cómo me retorcía de pie. Vivían en su entorno, en su dimensión, en la realidad donde eran los protagonistas de sus vidas y el resto se dividía en extras y secundarios. Nadie observaba lo que yo, eso no estaba mal.

Si lo hicieran, estoy seguro de que correrían gritando sobre el monstruo que existe en el vagón.

El hombre de negocios que leía un periódico con la mano derecha y en la izquierda cargaba un cigarrillo, observándome con sus oscuras pupilas desde su asiento. Sus dientes mostrándose debajo de la piel, sus cuernos siguiendo la dirección de su largo cuello que se extendía para ver mi expresión de cerca.

El hombre con cabeza de jirafa que usaba una corbata y hacía malos chistes sobre mí.

—No estás aterrado de mí. No mientas, Caden Wilson. Eres un pésimo mentiroso conmigo y no tolero tus mentiras. —Bufó, volviendo su cuello a su estado normal donde no se alargaba como una masa chiclosa.

—Me atrapaste, solo no quería salir porque sabía que te vería, pedazo de mierda. —Me mantuve en susurros, tomando asiento a su lado con la mochila entre mis piernas.

—Te despertaste tarde, por eso no me viste. Salí antes para abordar. —Me informó, extendiendo su camisa sobre sus brazos comunes.

Hace cuatro años Jeffrey me causaría terror, aunque aún lo hacía pero en menor cantidad. Tenía sus días. En ocasiones solo lo odiaba profundamente por no permitirme salir debido a que no toleraba escucharlo hablar sobre el mundo.

El teléfono que llevaba conmigo ni siquiera tenía acceso a internet, por ende evitaba las redes sociales y con ello atraer más a mi monstruo.

—Los científicos dicen que la humanidad morirá en el 2025, güay. —Pronunció, echando sus cenizas azules sobre mi pantalón sin apartar los ojos de su periódico.

—No me hables, carajo. —Hablé entre dientes, poniéndome los audífonos para no llamar la atención.

—Uy, perdón mi rey. —Su reacción fue bastante humana.

Miré de reojo el periódico que leía en esta ocasión. "Heroine mantiene el mundo en sus manos", ese era el título. Tenía muchas dudas respecto a de dónde salían esas palabras.

Sí, hace cuatro años seguía sin entender la condición hasta que pude adaptarme. Veía cosas que no estaban allí, sentado junto a un asiento libre del tren mientras los pasajeros me ignoraban pues creían que yo charlaba en una llamada manos libres. Solo, viajando a la escuela como una rutina común.

Jeffrey era inimaginable para los presentes, al igual que el hecho de que yo tenía meses sin pisar la estación pues la última vez que abordé fue para ir al centro con mi hermano unas horas. Fuera de eso, no salía de casa o siquiera de mi habitación más que para caminar. Tampoco podía decir en voz alta que era un estudiante de casa planeando asistir a su último año de preparatoria.

Que padecía la enfermedad de Heroína pues eso me tacharía como un loco que requería ser enviado a un manicomio.

En la siguiente estación abordó un hombre de rostro delgado con una corbata que parecía incomodarle. Se sentó a mi lado, poniendo sobre sus piernas su bolso de correa mientras el traqueteo del vagón silenciaba los sorbidos que le daba a su café.

—Está guapo. —Le hice señas a la jirafa para que se callara.

No podía ver bien sus facciones desde mi posición, ni debía ser chismoso respecto a ello. Pero no aparté la vista del libro que leía, entre páginas se encontraba el título "Baila, Baila, Baila" y en una esquina la araña azul que tejía lentamente una red sobre sí misma.

Ambos observábamos ese fenómeno en silencio, hasta que él se percató de que yo no le quitaba el ojo de encima.

—¿Sucede algo? —Cuestionó en bajo tono, dando unos pequeños toques a mi hombro.

—Por andar de mirón. —Jeffrey se carcajeó.

—Ah, no, es solo que... —me quité un audífono, aproximándome al libro entre sus piernas—. No es demasiado grande. Solo debes pegarle. Así.

Di un golpe con mi índice a la pequeña araña, haciéndola rodar sobre las letras antes de caerse al suelo. Traté de observar a dónde iba aunque la perdí de vista cuando el pasajero juntó sus pobladas cejas y desesperado me tomó del brazo.

—¿Podías verla también? ¡Gracias al cielo, creí que estaba perdiendo la cabeza! —Sacudió su vaso en lo alto, jugando de forma riesgosa—. En serio, gracias. No me creerás pero esa cosa tenía un par de días siguiéndome.

Un par de días, eh...

Me fijé en su rostro con preocupación. Lucía alegre por mi ayuda, casi quería abrazarme sin notar lo incómodo que estaba. Aparté sus dedos de mi rostro y le señalé mi costado, guiando su vista sobre Jeffrey.

—¿Puedes verlo? —Murmuré, esperando que lo negara de alguna forma.

—Atareado con el trabajo, ¿cierto? Ha de ser un dolor en el culo como el que tengo yo. —La jirafa tuvo esa inercia por hablar.

—Disculpa —reparó en mí con una sonrisa forzada que se extendía por sus mejillas—, ¿qué cosa? ¿Hablas de algún cartel?

Suspiré, dejando escapar los nervios que me pusieron sus palabras minutos antes.

No podía ver a Jeffrey, eso eran grandes noticias. Palmé su espalda tras recargarme en el asiento plano, recomendándole algunas cosas antes de que fuera tarde.

—Deberías ir a que te hagan un examen médico. A algunos les sucede pero no termina de formarse si se tratan. Te recomiendo evitar el alcohol o los carbohidratos estos días, al igual que los cigarros —su mirada era clara como el agua, no entendía de lo que yo hablaba aunque dirigiera mis dedos al resto—. Ellos tampoco saben de qué hablamos. ¿Entiendes?

Observó con temor a los pasajeros alrededor nuestro, demasiados ojos rotantes que se desvíaban y desaprobaban la situación. El desconocido se aferró a su libro hasta cerrarlo, levantarse de golpe y dirigirme una expresión como la del resto.

—No jodas conmigo. —Rechistó, avanzando rápidamente hasta el vagón posterior.

Negación, no me sorprende.

—Es un imbécil. —Solté al mismo tiempo que Jeffrey.

Volteamos los cuellos hacia el otro, enfurecidos.

—¡No me repitas! —Gritamos al unísono.

Prometerme que te bajabas en una estación antes para no ir conmigo a la escuela no me da mucha confianza.

—¡Lo siento!

Giré la vista hacia el chico que me chocó en la entrada. Alzaba las manos como disculpa sin detener sus pasos, sonriendo hasta marcar sus hoyuelos sobre su piel gris y cabello del mismo color. Quedé un poco idiota sin saber a dónde dirigirme ahora.

He visto más personas esta mañana que las que suelo ver en todo un año.

—No dolió... —Susurré, presionando mi hombro inmune al choque de hace un momento.

Distintas personas que no se relacionaban en atuendo o apariencia se reunían en las escaleras de entrada y la doble puerta, corriendo de un lado a otro para hallar sus nuevos salones. Llegué tarde así que no pude reunirme con la directora para hablar sobre mi caso, pero quedamos en una charla al finalizar el periodo de clases.

—¡Nos tocó el mismo salón! —Las chicas frente a mí cubriendo la entrada saltaban de la emoción.

—Un año más compartiendo tareas, gracias al cielo. —Se rieron con intensidad, adentrándose en el salón con buena iluminación.

Era un salón bastante común, pupitres rayados pero decentes, rostros que nunca conocería aunque la ciudad fuera pequeña y palabras desconocidas. Las pocas veces que salía ni siquiera llegaba a esta zona, solía frecuentar las más bajas y no me topaba a menudo con estudiantes.

Algunos fijaron la mirada sobre mí pero continuaron en sus charlas. No había ningún profesor, la mayor parte parecía conocerse y algunos repartían folletos sobre un evento de recaudación para niños abandonados en Shinda, un barrio peligroso de la ciudad.

—513... —Comparé el número del pupitre con mi registro, tirando mi mochila debajo de la silla para tomar asiento.

El golpe en mi mejilla me asustó. El chico recostado en mi pupitre se carcajeaba por el choque. Fue empujado por alguien más pero no estaba molesto, aunque tardó en percatarse de que yo no era un conocido para él.

—¡Lo siento! —Se rió, marcando sus hoyuelos y achicando sus ojos hasta hacer notorias sus pestañas rojizas.

Oh, el chico de cabello gris...

—Sí, chocaste conmigo esta mañana también... —alzó la vista al techo para tratar de recordarme—. No, creo que vi mal. Eres pelirrojo.

—Sí, lo siento. No te recuerdo. También perdona por caer aquí, estábamos jugando —señaló a un grupo de chicos junto a la ventana en el fondo—. Lindo cabello, tiene un estilo... ¡Innovador! Vienes de otra escuela, ¿cierto? Es raro que dejen teñir el cabello en otro lugar que no sea aquí.

La mitad de mi cabello estaba decolorado, la otra mitad era castaño. Ray se había ofrecido a teñirlo esas vacaciones, aunque yo me negué un par de veces pero quiso practicar con mi cabeza. Como no asistía a clases presenciales no tuve más razones para oponerme.

—Sí, no soy de la ciudad. Vengo de la vecina. —Mentí.

—Soy el pupitre 512 —se impulsó al frente para señalar su lugar, pasando su palma por mi cabeza hasta deslizarse por mi oreja—. Me siento a tu lado. ¡Ojalá nos llevemos bien!

—Claro. —Tensé la boca en una sonrisa, retrocediendo mi rostro.

—El nuevo profesor llega en unos minutos. —Anunció una chica de cabello negro azabache y cejas pobladas poco comunes, observando con atención a la persona delante de mí—, hey, Mary. Nos tocó juntas, eh.

—Seh, para desgracia. —Le hizo una seña común, sacudiendo su cabello ondulado.

Era casi tan oscuro como el de la otra, le llegaba hasta los hombros. Me hacía recordar a alguna guerrera de cuentos.

—Mary. —El 512 trató de llamar su atención.

La chica Mary es el 514...

—¿Qué hiciste estas vacaciones? ¿Ya te cogiste a alguien? —La otra le provocó, azotando sus manos contra el pupitre.

—Ana, no quieras joderme la mañana. Sabes que estoy restringida, es poco moral de tu parte. —El acento latino que poco escuchaba se hacía evidente.

—Te gusta ser virgen por creerte superior, lo sabemos. Amas ser distinta —le acercó su rostro, sonriendo de oreja a oreja—. Ow, cosita, casi se me olvidaba que sueles llorar cuando te frustras por no poder sacar esa ira que tienes. ¿Ya vas a comenzar?

Debería ponerme los audífonos, el profesor aún va a tardar.

—Ana, estoy rozando tanto mi límite que me vale una gigantesca verga terminar otras semanas en el centro de día por tu jodida denuncia cuando te rompa la puta nariz —su forma de admitir la situación evitó que silenciara el mundo con mi música—. Así que mejor ve a pasear y evita que vuelvan a retenerme como castigo.

—Cobarde —se rió la chica Ana, levantando sus manos para volver a su sitio—. Como tu madre, vecinita.

La chica del 514 se lanzó sobre su nariz, tirando de su brazo para empujarle contra el piso y arrojar golpes sobre sus mejillas mientras azotaba su craneo repetidas veces. 512 se levantó de golpe, gritando por detener a Mary; le repetía que estaba metiéndose en problemas serios de nuevo.

—¡Oh, no, Mary Luna! —Le hizo señas a su grupo, tratando de detener los puñetazos de la chica sobre su compañera—. ¡Ayúdenme chicos, si esta chica la deja inconsciente le van a meter otra denuncia grave!

—¡Te dije que me iba a valer verga tu jodida nariz, puta uniceja! ¡¿Te quedó claro?!

• • •
Un putazo dolía... ah, no. Sí le metió un putazo.

¡Inició confuso, lo sé! HAHA. Hay demasiados detalles en este capítulo que revelan el final de los personajes pero eso es algo de lo que hablaremos dentro de meses quizás.

Si tienen alguna duda, ¡pueden comentarme aquí y se las responderé! Acepto teorías también, me gustaría saber qué esperan de Heroína. 👁

Por otro lado, agradezco el gigantesco apoyo con este primer capítulo. Me siento tan emocionada por lo que sea que se venga, y me disculpo de antemano por los errores y mis dedazos. ¡Espero leernos pronto!

Otro gráfico precioso de sadclown_ porque no se respeta y hace cosas
Hermosas:

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