Capítulo 2: El animal que se esconde tras tu espalda.

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¿Te sientes solo y no puedes dormir?

Caden.

Quería vomitar al ver la sangre escurrirse, podía ser solo una herida pero ante mis ojos parecía estarse desangrando. Era una situación absurda para mi primer día de clases enfrentando la realidad.

Puta escuela.

—¿Puedes contarnos cómo comenzó esta pelea?

Arrugué el entrecejo con indiferencia, creando una ligera apertura entre mis labios al mantener las palabras en la punta de mi lengua. No comprendía quién era la persona frente a mí, pero por su mirada y la reacción del resto parecía ser un mando importante en la institución.

Ella no me estaba preguntando nada. Solo balbuceaba a un alumno, que nunca había visto, en búsqueda de una respuesta interesante para dar su veredicto final. Yo era el 513, quien se sentaba detrás de el 514 y al costado del 512. Me escogieron por número, no porque fuera Caden Wilson, el extraño que nadie había visto antes de hoy.

—Joven, ¿puede responder? —La mujer de labial rojo chasqueó los dedos frente a mis ojos.

Varios alumnos me rodeaban, deseando una respuesta. Si decía que Mary Luna le rompió la nariz sin razón alguna entonces me pondría en contra a los números que se sentaban junto a mí por todo el semestre. Decir que Ana la provocó me convertiría en un enemigo de sus amigas o los chicos que la querían.

Cualquier respuesta que diera sería catastrófica, incluso si decía no haber visto nada todo el alumnado sería reprendido.

—El profesor tardó demasiado en comenzar la clase. —Murmuré, posando la mirada en el piso blanco con manchas grises de tenis—, ni siquiera ha llegado.

—¡Si el jodido maestro hubiera llegado antes esta loca no le habría hecho nada a mi nariz! —Gritó Ana desde su sitio en la esquina, apartando el hielo de su rostro.

—Si hubiera un profesor cuando se necesitaba quizás no le habría atacado. —Mary se encogió de hombros, sacudiendo sus rulos.

—Es culpa de la administración y el cómo nos educan. —Pronunció el 512 con su tono aproximándose junto a sus manos en mis hombros.

Me encogí incómodo, deseando salir del lugar. Quería largarme a casa, ignorar mi registro como nuevo alumno. Prefería estar despertándome a esa hora para jugar en lugar de ya estar de pie en la escuela. Como algo bueno, el incidente había evitado que las personas se centraran en mí.

—Ya, entendemos. La culpa es nuestra. —La mujer vació sus pulmones con desgano, encorvándose antes de tomar impulso para levantarse de la esquina del escritorio.

—¡¿Y mi nariz?! —Bramó Ana, plantando sus botas sobre el suelo hasta hacerlo rechinar.

—Mary, estás suspendida dos días. La escuela se encargará del resto. —Declaró finalmente, extendiendo sus uñas rojas en lo alto con un ademán para permitirnos salir—, los demás vuelvan a clases.

Mary Luna chocó contra mi hombro, fijando una mirada desagradable sobre mí al verme de frente. No sé cómo algo despertó en ella, alguna memoria quizás, el choque solamente.

—No quieras esconder ese animal tras tu espalda. —Me advirtió.

—¿Disculpa? —Espeté sin obtener respuesta.

Salió uno por uno. Yo fui parte de ellos, aunque la mayoría se conocía y charlaban entre quejas sobre lo que sucedió dentro.

En el pasillo fuera del directivo comencé a escuchar silbidos; por segundos los colores vibrantes dominaban las paredes y dejaban que escurriera el slime morado que retenía mis pies.

Comencé a dar pasos arrastras como si se pegara algo a mis suelas, aunque sabía bien que debía corregir aquello pues realmente no había nada pegajoso en el suelo.

—Ve más lento. Te vas a cansar.

No, no puedo.

Elevé la vista a las luces colgantes, desvié los ojos en dirección a los casilleros o cualquier sitio de donde se produjeran aquellas palabras.

Estaba asustado, me sentía como en una casa de payasos que me felicitaba por haber salido de mi habitación.

—No podemos ver a tu hermano, está en clases.

Perseguí la voz del señor, deteniéndome de golpe junto a la ventana del pasillo que mostraba el jardín.

—Quiero... verloooo. —Bajé mis ojos para observar a la miniatura que charlaba con el viejo.

Me sentí mal sin ninguna razón. Desde que enfermé en ocasiones percibía ese sentimiento sobre los demás, quizás porque lo conocía bien, la sensación de verse a uno mismo en posición fetal. En mi lengua podía sentir ardor, percibiendo la tristeza en el semblante del hombre que paseaba a su niño pequeño en el jardín del instituto para matar el tiempo.

Le sonreía con ternura, tomaba su pequeña manita y se hacían pequeños con cada paso lejos del marco. Tuve un impulso por gritarles.

No cedí ante mi instinto más animal, no quería volver a terapia.

Estoy solo en el pasillo...

—¡Vi lo que hiciste! —Clamó alguien más.

Grité asustado al recibir el golpe de su peso en mi espalda.

—¡¿Qué demonios, Jeffrey?! —Bramé irritado, girando en mis tobillos para arrojar el golpe al tipo del periódico.

—Ay. —512 dejó caer su libreta del susto, elevando sus manos frente a mí para mostrarme su miedo.

Oh...

—Lo siento, te confundí con un amigo —descendí mi puño hasta ocultarlo detrás de mi espalda. Retrocedí para disculparme—. No quería asustar a nadie.

—No, discúlpame a mí. A veces olvido el espacio personal del resto —parloteó nervioso, posando su mano sobre sus mechones pelirrojos—. Quería hablar contigo y agradecerte por no dejar caer el problema sobre Mary, el 514. Es una vieja amiga de la primaria y su historial no pinta bien, suelen provocarla pero es una buena persona en su totalidad. Gracias por culpar al maestro.

—No hice nada, solo quiero tomar las clases para volver pronto a casa. —Respondí sincero, dando dos pasos más de reversa al ver que se acercaba con cada palabra que decía.

Es molesto que se acerquen demasiado.

—Mi nombre es Chaos Misui, así como suena —extendió su mano, incitándome a tomarla—, ¿y el tuyo?

—Caden Wilson. —Lo estreché con fuerza, recibiendo un quejido de él.

Podía jurar haber escuchado ese nombre en algún lado. De frente la situación era incómoda, el pasillo se encontraba vacío y yo aún sentía tener los pies pegados al suelo. Sus ojos azules lucían sonrientes ante la espera de que mencionara algo sobre esa palabra peculiar.

—Tienes un canal de YouTube, ¿cierto? Eres popular —destaqué, aunque no estaba seguro pues era pésimo con los rostros.

—¡Sí, soy yo! ¿Eres un seguidor mío? —Sus ojos parecían brillar, poniéndose de puntitas para estar a mi altura y tratar de saltar como un canguro.

No puedo decirle que no, ya se ilusionó.

—Ah, no.

Lo arruiné.

—Oh. —De igual forma quedó pegado al suelo ante la decepción.

—Mi novia te sigue. A veces ve videos tuyos en mi casa pero no he visto ninguno, disculpa. Casi nunca entro a YouTube. —Eso no era una mentira, Ray sí lo veía y yo NUNCA entraba a YouTube si no era para escuchar música.

Deseaba que sonara creíble y no se sintiera peor por una mentira piadosa. Traté de forzarme una sonrisa, obteniendo una de su parte en su delgado rostro que parecía romperse con esa expresión.

—¡Ah, así que tienes novia! Deberías traerla un día y me tomaré una foto con ella —se lanzó al frente para pasar de mí, alargando sus piernas y arrojándolas con cada paso como si fuera un muñeco militar—. Apresúrate, llegaremos tarde.

El muñeco que era tomó una ruta peculiar, de memoria se sabía el laberinto en los pasillos, sonriente hacia su destino el cual yo desconocía. De manera inconsciente lo imité; la misma sonrisa y los mismos largos pasos hasta llegar al salón de antes.

—Tomen asiento y disculpen mi tardanza. —Habló el profesor de pie, dándonos la espalda mientras organizaba sus cosas en el escritorio.

Me dirigí a mi pupitre, asegurándome de que mi mochila seguía debajo de la silla. Revisé mi horario por última vez para recordarme que teníamos clase de matemáticas. No era malo en ellas, mis notas en línea eran aceptables.

—La mente matemática solía ser peligrosa. En el pasado, a muchos hombres de ciencia les costó la vida no retractarse sobre el camino que tomaron, incluso si era inmoral para los ignorantes de ese tiempo —irguió su espalda, sacudiendo el pizarrón mientras daba la espalda al salón. Su introducción era nueva para mí, las clases en línea carecían de atención o charlas comunes entre alumno y maestro—. La inquisición le llamaba castigo.

—¡Los enviaban a la hoguera por herejía! —Gritó alguien detrás de mí, aturdiéndome por la repentina emoción.

—La prueba de esa ignorancia sale de la boca de san Agustín: «El buen cristiano debe estar alerta en contra de los matemáticos y de todos quienes hacen profecías vacuas. Existe el peligro de que los matemáticos tengan pacto con el demonio y la misión de ofuscar el espíritu del hombre para confinarlo en los linderos del infierno».

Sus rayones con la tiza eran una tortura, el salón entero incluyéndome a mí se tapó los oídos. Hubo algunas quejas, pero el joven profesor parecía reírse pues su espalda se contraía bizarramente.

—No soy ateo, aunque suene como uno. Soy agnóstico. Incluso si un Dios existiera, chicos, puedo jurarles que es un científico que seguro llama imbéciles a los de la inquisición.

Giró en sus talones, dejando ver su gran nombre escrito de forma salvaje en el pizarrón morado. Nunca había visto a alguien que pudiera escribir de esa manera, abarcando cada esquina como si su nombre representara la grandeza que él quería proyectar.

«DAN SANTISO», una mentira para al subconsciente.

Sus cejas pobladas, su cabello castaño y su traje que pronunciaba su espalda recta y curvatura delgada me hizo entrecerrar los ojos en búsqueda de algún engaño. Debía ser una broma. Nuestros ojos se cruzaron, nos mirábamos con aquella expresión de sorpresa y las palabras ocultas detrás de los dientes.

—Díganme Dan... —Murmuró él, contrayendo su frente con molestia antes de apartar la mirada de mí.

Hizo la misma expresión al fijarse en Chaos, quien le sonría con gran hipocresía.

Es el tipo de las arañas en el tren. Ese imbécil no pondrá de buenas a Jeff.


Volvía con pasos arrítmicos. Evité las calles concurridas, los locales con pantallas configuradas en noticieros, también rodeé los kioscos donde vendían periódicos famosos. Estaba asustado de cruzarme con Jeffrey, sí, pero mi mayor temor era la muchedumbre en general.

Jeffrey hipócrita.

Estaba nervioso, la ansiedad se revolvía como nudos en mi garganta queriendo ser vomitados. El sol brillaba rosa como de costumbre, el miedo al nuevo año escolar era presente en todo momento.

No sé si fue buena idea volver.

—Pero fui ignorado por el incidente de la mañana. Eso fue lo único bueno. —Mascullé, deseando olvidar los peculiares encuentros del día

Quiero volver a casa pronto.

—Ay, carajo. —Escuché su voz, me pedí a mí mismo no voltear ante sus quejidos.

Sentí el cartel neón brillar a mi costado. Fue mala idea desviarme del camino principal, pasar por estas calles siendo menor de edad podía causarme problemas. El motel imponente me parecía tétrico, más cuando una jirafa salía de él con el traje hecho un desastre y el periódico por los suelos.

—¿Coges a mis espaldas? Que puto asco. —Resulté perturbado por algo creía era parte de mi imaginación.

No le hables en la calle.

—A veces me pregunto si me tienes miedo, repulsión o curiosidad sobre cómo vivo —resopló, ajustando su corbata mientras se dirigía a mí.

No le temía en su totalidad a él, sino que le temía a lo que podía decirme. Me conocía mejor que nadie, sabía cosas que no debía decirme. A veces soltaba ciertas oraciones que causaban un conflicto en mi cabeza, me abría los ojos o me abrumaba con noticias.

Mi sistema de autodefensa me pedía a gritos que lo detuviera pues había cosas en mi subconsciente que yo no debía entender, era su propia supervivencia. No quería matarme antes de tiempo.

—Te preocupa Mary Luna, ¿cierto? Por lo que te dijo. —No quise preguntar cómo sabía lo sucedido si se supone estaba teniendo sexo con alguna desconocida.

—Fue extraño, nunca la he visto en mi vida. —Confirmé los hechos entredientes, orillándome para dejar pasar a extraños y no llamar la atención.

Las calles se ponen de cabeza y realmente me perturba.

—Puedo ir a preguntar —ofreció su ayuda para rebuscar en mi cabeza o preguntar en las alcantarillas. Me dio un impulso en el hombro para evitar que perdiera el equilibrio por mi pésima cinestesia—, cuidado, no mueras aún.

—Ni loco. —Le advertí, caminando de lado a la izquierda, huyendo del sol.

—Uy, discúlpame. —Abrió su boca como un subnormal, encogiéndose de hombros.

Mi teléfono no dejaba de vibrar desde que acabó el periodo de clases. Estaba seguro de que era Saint.

Era una sensación estúpida, se sentía como si me tragara un paisaje amarillo que no debía destruir. Tenía hambre, quería devorarlo, pero la sensación de no merecer aquello que me ofrecían me hacía rechazarlo con más fuerza.

No merezco a Saint, ni a Ray, ni siquiera...

—¿Sabías de la guerra comercial de Estados Unidos con China? —Destacó Jeffrey.

No lo soporto.

—¡Puta madre, ya cállate! ¡No me importa lo que los jodidos países hagan! —Pisé con fuerza el césped azul, tratando de avanzar para tomarlo de la camiseta que se escapaba de mis dedos como gelatina bajo el sol—. ¡Estoy cansado de no poder salir de mi maldita casa o cuarto porque tú no puedes estar ni dos minutos sin hablar de lo que pasa en este mundo! ¡¿Y a mí que me importa el mundo?! ¡Si por mí fuera, que todos se mueran hoy!

—¡¿Si no te importa por qué saliste hoy?! ¡¿Solo para ir a la escuela?! —Lo vi crecer, no podía sostenerlo entre mis dedos pero él parecía poder destruirme con solo una estocada de su cabeza—.  ¡NO SALGAS Y YA, COBARDE!

Tropecé con la acera, golpeando mi mano contra los tenis negros de Ray. Elevé la vista disgustado por hacerle ver aquella discusión, aunque ya se había acostumbrado a verme discutir de forma repentina con algo en apariencia invisible.

—Te dejo, imbécil. —Jeffrey me arrojó su periódico que no pude sentir, flaqueando devuelta por las calles sin mirar atrás.

Una jirafa malhumorada, estoy cansado de soportarlo.

—¿Estás bien? —Ray se puso de cuclillas, dándome un beso antes de permitirme tomar apoyo en su hombro.

—Sí, solo fue una discusión. Nada fuera de lo normal. —Le abracé con ambas extremidades, apretando su cintura mientras reposaba mi barbilla sobre sus hombros.

—¿Él también te estaba gritando? Te oí levantar mucho la voz. —Apartó el cabello castaño de su rostro, su labial se corría con cada movimiento de los mechones.

—No te preocupes, en serio no fue nada. —La rodeé con un brazo—, vamos a dentro pronto, no me he estado sintiendo muy bien... ¡Ah, oye, te tengo buenas noticias de hoy!

—Cuéntame cómo te fue desde que despertaste, amor. —Se rió por la emoción que veía en mí, deteniéndose en la entrada.

Habríamos ido a la misma escuela si mi inscripción no hubiera sido repentina. Ella asistía a un colegio solo para mujeres, el cual le parecía agradable y tenía un par de buenas amigas allí. Supuso que yo nunca retomaría la preparatoria así que no se preocupó por ello, pero ahora mostraba con cada ligero movimiento en sus cejas lo mucho que quería saber de mi primer día.

Ray String nunca cambia.

—Chaos se sienta a un lado mío. —Le informé, imaginando que así evitaríamos la larga conversación sobre mis sentimientos.

—¿Qué? ¡¿CHAOS, el chico youtuber?! —Azotó sus palmas contra mis brazos, apretándome con su fuerza descomunal—. ¡¿Son amigos ahora?!

—Sí, cuando quieras te envío un autógrafo. —Fui irónico, jugándole una broma.

En realidad es extraño y ni siquiera hablamos...

Se lo tomó muy en serio. Me pidió ayuda para sostener su mochila gris y rebuscar un libro que el chico pudiera firmar. No sabía qué decirle en ese momento, no me quedaría de otra mas que conseguir esa firma aunque me costara la vida y dignidad.

—¿"Contrato para vender a tu novio a la catástrofe"? ¿Es un manual para poder botarme? —Me reí al ver el título, sacudiéndolo en mis manos mientras cuestionaba el porqué leía algo así.

—No, tontito. Es un libro de ciencia ficción, la verdad es buenísimo. No tiene mucha relación con el nombre. Pero es lo que tengo en la bolsa hoy, así que en serio te agradecería que le pidieras su autógrafo.

Ojos de cachorro, inclinaciones al frente y boca contraída como si tratara de forzarme a hacer algo que no quería. Pero no había necesidad de forzarme, yo haría lo que fuera si me lo pedía solo una vez.

Le debía todo, desde aquel día en que sentí que iba a morir, sentado en una silla a media clase.

—Es pan comido. —Articulé una sonrisa, mirando fijamente la hoja donde debía poner la firma de un desconocido al cual no sabía cómo pedírsela.

Va a ser difícil.

—Volvamos a dentro por mi medicina —seguí el paso de Ray, dandole una palmada en la espalda para hacerle avanzar con más rapidez al interior.

—¿Ya es tu hora?

—No, aún no. Es solo que me siento angustiado —me detuve en seco, volteando al exterior mientras el picaporte se cerraba con lentitud—. Cuando ese monstruo se va de casa, no sé en qué parte de mi cabeza se esconde.

No tengo ni la más mínima idea de lo que hace tras mi espalda.

• • •
Jelou, vengo con el segundo capítulo de Heroína que aunque habla poco sobre los personajes al menos sabemos quienes son.

Chaos Misui, Youtuber; Caden Wilson, hikikomori; Dan Santiso, profesor; Mary Luna, chica peligro; y Ray String, estudiante modelo con varias razones para salir con el protagonista.

¿Algo de lo que quieran hablar? 👁

Quizás el próximo capítulo conozcamos un poco más de la rutina cuarentezca de Caden. Nos leemos pronto, sayōnarA.

~MMIvens.

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