A ella le gustaba la lluvia.
Ella era la lluvia: fresca, sanadora, impetuosa, suave.
Ella se colaba como la lluvia: en mi ropa, en mi integridad, en mis pensamientos, en mi alma.
A ella le daba paz la lluvia.
Ella era cada gota de lluvia que caía a mi alrededor, cubriéndome con su gracia.
Ella se adhería a mi piel como la lluvia... y yo no le prestaba atención.
A ella la lluvia se la llevó como se la lleva el viento. Se fue a otro lugar, adonde fue recibida con premura y cariño. Y me dejó como desierto en la nada y yo tuve la culpa. Porque tuve la suerte de ser oasis cuando ella descendía a mis tierras en son de amistad; creó y crió arroyos de intenso amor que jamás supe valorar, hasta que se cansó de llover sobre mi ceguera, yéndose para siempre.
Y cada vez que llueve (casi nunca) tengo la falsa esperanza de que es ella volviéndome a amar, volviendo a forestar mis intentos yermos de llamarla por su nombre, como si de una plegaria se tratara... más nunca regresa... más nunca escucha... pero sé que en cada remilgada gota de agua que el impío cielo regala en su mezquindad siento su esencia...
A ella le gustaba la lluvia... a ella le gustaba yo... yo solo rompí su ciclo de líquido amor... tarde entendí que no podía vivir sin ella.
Ella era como la lluvia... ella era la lluvia... pero la lluvia se secó de mi corazón.