Nagisa Shingetsu

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Los cinco niños se encontraban sentados en el suelo de la sala de estar, demasiado aburridos para hacer nada.

Era una mañana normal como cualquier otra. La novedad de que Masaru se mudara con ellos ya había pasado y su rutina regresó más aburrida que nunca.

Así que lo único que se les ocurrió fue sentarse en círculo, alrededor de cuadernos y libros de texto que Meshinui les compró para que no se quedaran demasiado atrás en las materias de la escuela.

Jataro pinchó uno con la parte trasera de un lápiz, como si estuviera asustado de que le fuera a atacar. - ¿Deberíamos abrirlos?

Kotoko suspiró, asustando al castaño que se escondió en la espalda de Nagisa. - ¿Hay algo mejor que hacer?

- Monaca no encuentra el propósito. Monaca no va a crecer, así que no le hará falta nada de esto.

Se formó otro silencio. Masaru estuvo cerca de levantarse para buscar su balón de fútbol pero, antes de poder moverse, Nagisa cogió un libro de literatura y lo golpeó contra el suelo violentamente, dejando a todos sorprendidos y asustados. Tanto, que incluso Jataro pasó de esconderse en la espalda del peliazul a la espalda de la pelirrosa.

- Estudiemos. - Fue lo único que dijo. Entonces lo abrió y el resto se dio cuenta de que nunca habían visto a Nagisa tan serio.

Cada uno de ellos recogió un libro y Masaru tuvo la mala suerte de quedarse con el de matemáticas. Gruñó en molestia. Eso era tortura, ¿por qué estudiar cuando eran libres de las normas del mundo normal?

Aun si tenía una fuerte necesidad por levantarse e irse a correr alrededor, decidió quedarse. Todos estaban estudiando con mucho empeño, se sentiría mal solo irse mientras los demás se esfuerzan en algo que claramente no les gustaba.

Entonces abrió el libro por la primera página y empezó a leer.

La potencia es el exponente al que se eleva una variable o número. La raíz es el inverso de la potencia. Las raíces impares tendrán una solución, mientras que las raíces pares tendrán dos.

...

Calcule la potencia 34

Masaru cerró el libro. Imposible, ni siquiera recordaba cuánto era 9·3. Miró a los demás y vio algo semejante: Kotoko ya ni siquiera estaba leyendo, sino que se había distraído peinando sus coletas, y Jataro estaba utilizando uno de los cuadernos para pintar con el lápiz de antes. Monaca seguía leyendo, pero quizá en realidad solo se estaba entreteniendo con las imágenes de animales del libro de ciencias naturales. El único que se lo estaba tomando en serio era Nagisa. quién se sintió observado y miró alrededor, encontrando el estado del resto del grupo.

- Hey, esto es importante. ¿Y si lo estudiamos juntos? Es fácil, os ayudo.

Todos se sentaron más cerca de Nagisa, que empezó a leer literatura. Al principio podía ser llamativo, pero cuando empezó a contar la vida de los autores, poco a poco se fue perdiendo el interés. Los niños se fueron dispersando, hasta que Nagisa soltó el libro, que cayó con un ruido sordo, y se puso en pie.

- ¡Esto es imposible! Kotoko, ¡deja de peinarte y escúchame! Jataro, no creas que no te veo desviar la mirada a tu cuaderno de dibujos. Masaru, ¡¿Si quiera me estabas prestando atención?! Supongo que no ya que no aguantaste ni 5 minutos con el libro de matemáticas.

Los mencionados se quedaron asustados. Sus gritos les recordaban cosas que no querían recordar. Nagisa los estaba tratando con la misma frialdad y decepción que sus respectivas familias. Se sentía mal, todo estaba mal.

- ¡Ni siquiera ahora me estáis escuchando! ¡¿Por qué no entendéis la importancia de esto?! S-si sacamos mala nota en los exámenes, ellos... ellos...

Masaru notó algo. Nagisa ni siquiera los estaba mirando a ellos. Tenía los ojos desenfocados, mirando a través de ellos, como si estuviera viendo un fantasma en el jardín. Entonces el peliazul mordió con fuerza su labio, hasta ponerlo rojo carmín y salió corriendo del salón, subiendo las escaleras para ir a los dormitorios.

Los cuatro niños restantes se miraron entre sí. Algunos estaban demasiado asustados, Monaca sólo era indiferente, pero Masaru se estaba preocupando. No era normal que Nagisa perdiera la calma de esa manera. Él siempre había sido el más reflexivo y calmado del grupo. ¿Por qué de repente se puso a gritar? ¿Por qué de repente estaba tan asustado? ¿Por qué parecía tan desesperado?

Masaru se levantó y siguió al peliazul, asustándose cuando escuchó un leve sollozo y una respiración rápida y ligera. Entonces lo vio ahí, en el suelo, abrazando sus piernas en la esquina de la habitación. Masaru lo abrazó.

- No lo entendéis. Si suspendemos, ellos nos harán estudiar hasta el desmayo. No nos darán de comer ni de beber. Nos pincharán una bolsa médica en el brazo para que sea nuestro único sustento. No podremos dormir, ni descansar, ni jugar, ni volver a ser felices. Ellos... ¡Ellos!

- Ellos no están aquí, Nagisa.

La respiración del mencionado se enganchó, pero poco a poco regresó a la normalidad. Las lágrimas se fueron secando ante la realización de que, ciertamente, no estaban aquí, que ellos eran niños perdidos y nunca regresarían con sus demonios.

- Nosotros no tenemos exámenes ni normas. Somos libres, así que nadie va a venir a hacerte nada de eso.

Nagisa devolvió el abrazo. - No es justo... Ellos no eran así antes. Pero cuando entré en el nuevo curso, de repente empezaron a hacer todas esas cosas y yo...

- Yo igual. Mis padres solían ser muy cariñosos, pero cuando mi madre murió, mi padre se volvió loco. Pero yo solo...

- Yo solo...

- Quería ser amado por ellos. - Dijeron ambos a la vez.

- Vosotros me enseñasteis que no merece la pena esperar a que mejoren. Puede que mi padre haya sido una buena persona, pero ya no lo es y no debí esperar a que volviera. En vez de eso, prefiero disfrutar de mi presente y juntarme con las personas que me hacen bien. No lo crees, ¿Nagisa?

El peliazul se enjuagó las últimas lágrimas con el puño de su camisa y sonrió ampliamente. Eso era felicidad y lo sabían.

Bajaron de vuelta con el resto de niños, encontrando un verdadero caos en la sala. Era por eso que Nagisa dijo ser el niñero el primer día.

Los chicos habían roto los cuadernos y se habían hecho collares, corbatas y gorros de papel. Corrían alrededor de la sala gritando y actuando como si fueran algún personaje del libro de literatura, el único que se había librado de la calamidad.

Los dos restantes se rieron y se unieron al juego.

Ya pensarían en la reacción de Meshinui más tarde.

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