Capítulo 3

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Movía el bolígrafo entre sus dedos mientras escuchaba con atención a la persona que estaba frente a él. Era un muchacho de mirada triste con más desgracias que años de vida. Incluso en su tono de voz trémulo se podía notar su tristeza. Arrastraba las palabras debido a los medicamentos que le suministraban para reducir sus niveles de ansiedad y mantener a raya su depresión.

Bastian, que llevaba un buen rato observando su lenguaje corporal, había notado que el muchacho se esforzaba por ocultar sus brazos con las mangas del jersey que llevaba puesto. Él conocía el motivo, había repasado su legajo antes de reunirse con él. El psiquiatra había anotado, a secas, que el chico había tenido tres intentos de suicidio, luego procedió a agregar los detalles de los hechos.

Para él siempre había sido un tema muy delicado de abordar. ¿Qué tan lastimada puede estar una persona para querer acabar con su vida? Escuchó a mucha gente decir que quienes trataban de suicidarse no eran más que cobardes, pero Bastian opinaba todo lo contrario.

No es un acto de cobardía pensar en quitarse la vida, así como no es un acto de valentía vivir una vida miserable.

Robin Martins, así era como se llamaba ese muchacho. Fue abandonado desde muy pequeño por sus padres biológicos. Estuvo en varios hogares de acogida, fue adoptado por tres familias sustitutas que también lo abandonaron debido a sus problemas de aprendizaje. Vivió hasta la mayoría de edad en un reformatorio donde fue maltratado y abusado por sus compañeros. Cuando logró salir de allí terminó viviendo en la calle. Intentó buscar a sus padres biológicos al cumplir diecinueve y gracias a ellos fue que terminó en el centro Saint Lauren. Luego de dejarlo, pidieron encarecidamente que no volvieran a contactarlos.

Un muchacho de tan solo diecinueve años abandonado a su suerte, sin familia, sin apoyo emocional y sin un rumbo fijo. Un número más para las estadísticas, un alma perdida.

—Ustedes los psicolocos solo anotan cosas en sus libretas —comentó de repente, después de una larga pausa.

—Bueno, en mi caso es porque soy muy olvidadizo —respondió Bastian—. Anoto cosas puntuales para no olvidarlas después. Aunque te cuento un pequeño secreto. En realidad, el asunto del bolígrafo y la libreta es cuestión de apariencia. Solo los llevamos para vernos más profesionales y diplomáticos.

Por primera vez en una hora, vio una pequeña sonrisa dibujarse en los labios de Robin. Un gesto fugaz que desapareció de inmediato, como si algo le hubiese dicho que él no tenía permiso para sonreír.

—No creo que nada de lo que yo diga sea importante.

Bastian suspiró.

—¿Por qué lo crees?

Robin soltó una risa burlona.

—Porque a nadie le importa nada sobre mi vida. Usted solo vino aquí a hacer su trabajo, a analizarme y convencerme de que mi vida vale la pena y todo eso.

—Oh, no. Ese no es mi trabajo —contestó Bastian, con calma—, si viviera de convencer a las personas de hacer lo que a mí me parece correcto, estaría en la quiebra, créeme.

Y otra vez, consiguió sacarle una sonrisa fugaz.

—¿Y entonces qué se supone que va a hacer?

—Vengo a acompañarte —continuó Bastian—. Los psicólogos no somos magos. Me encantaría tener una varita mágica, o un hechizo que se deshiciera de todos los malestares de mis pacientes, pero no tengo nada de eso. Lo único que puedo hacer es ayudarte a conseguir herramientas para encontrar solución a tus conflictos, y acompañarte en ese proceso.

Robin solo chistó.

A pesar de su reticencia, el chico accedió a tener una segunda sesión dentro de una semana. Hizo un par de comentarios más para dejarle saber a Bastian su desagrado por los terapéutas, pero para el hombre, aquello no era más que una clara señal de auxilio.

Se despidió del muchacho, tomó sus pertenencias y cuando estaba a punto de marcharse, vio a lo lejos a un chico que lo observaba con una media sonrisa.

La mitad de su cuerpo estaba oculto detrás de una pared, pero se había dejado ver a propósito.

Bastian lo saludó con la cabeza. El muchacho le devolvió el saludo, agitando su mano con energía. El hombre solo sonrió, luego se dio la vuelta para dirigirse hacia su despacho.

El pasillo estaba completamente desierto, pero de nuevo, Bastian tenía la incómoda sensación de que había alguien detrás de él, acechándolo.

Caminó un par de pasos más y cuando esa sensación se hizo cada vez más latente, se giró de golpe para sorprender al extraño.

—¡Jesús bendito! —exclamó, llevándose una mano al pecho.

Un par de ojos azules lo escudriñaban con curiosidad. Los ojos más profundos y bonitos que había visto en su vida, opacados por unas pronunciadas ojeras que oscurecían su mirada pícara.

—Vaya, te asustaste un montón. Lo siento.

—¿Qué estás haciendo detrás de mí?

—Solo venía a saludarte.

—¿Tú no fuiste el chico que me saludó hace rato?

—Sí, pero no de cerca. Me llamo Finn. —El muchacho extendió su mano, y por un instante Bastian dudó en estrecharla. Estaba tan delgado que tenía la sensación de que iba a quebrarse si lo apretaba más de la cuenta—. Tú eres el nuevo psicólogo, ¿verdad?

Después de meditarlo, Bastian estrechó la mano del chico con suma delicadeza.

Sus dedos eran fríos y huesudos. Su piel blanca como un copo de nieve.

—Así es. Me llamo Bastian.

—Bastian, el psicólogo asustadizo —dijo Finn con una enorme sonrisa—. Mucho gusto, Bastian. ¿Qué tal se portó Robin? A veces tiene muy mal carácter.

—Estuvo bien —contestó el hombre.

—Él no es un mal chico —repuso Finn—, solo tiene dolor en su corazón. Está enojado con el mundo. Yo también lo estaría si fuera él.

—¿Y qué hay de ti? —indagó.

—Yo ya no estoy tan enojado.

—No me refiero a eso. ¿Por qué estás aquí?

—Vivo aquí.

El hombre se rio.

—Imagino que sí. ¿Eres paciente?

—Lo era, pero ya no lo soy, solo vivo aquí porque no puedo irme.

—¿Por qué no?

Finn hizo una pequeña pausa. Sus ojos azules recorrieron la figura del hombre parado frente a él.

—Porque no tengo a dónde. Pero oye, basta de hablar de mí. Una vez me dijeron que los psicólogos te analizan todo el tiempo, si sigues haciéndome preguntas voy a creer que es cierto.

—Las preguntas también me ayudan a conocer mejor a las personas.

—Si quieres conocerme, entonces salgamos a caminar por el jardín alguna vez.

—Está bien, Finn, acepto tu invitación.

Nuevamente vio esa sonrisa. Esa que había visto de lejos. Una media sonrisa pícara, un tanto inocente.

—De acuerdo. Entonces nos vemos otro día. Adiós, Bastian el asustadizo.

Bastian soltó una carcajada.

Aquel muchacho era como un personaje de una película fantástica. Tan delgado que daba la sensación de ser frágil, pero con una habilidad impresionante para hacer sociales. Y esos ojos que para él se convirtieron en un enigma que estaba ansioso por descubrir.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro