Capítulo 10Hipotético caso

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Octubre de 1968

Crecí con la imagen mental de que, si algún día le pedía a una mujer que se casara conmigo, comenzaría a llorar de emoción, saltar de alegría y gritaría a los cuatro vientos que "Sí". Pues por lo que leí en el diario a la primera mujer que pedí matrimonio y he de puntualizar que se lo pedí muchas veces, la respuesta que me dio fue No, No y No, incluso en el día de nuestra boda cuando dijo sí, posiblemente en su cabeza estuviera diciendo "No". Sinceramente, no me esperaba pedírselo a una segunda mujer ya que mi creencia había sido "siempre, significa eso, para siempre" pero no, ahí estaba, enfrente de Ontari Fisher, pidiéndoselo de manera inesperada, faltaba que me arrodillase y enseñar una preciosa sortija. Aun así, paseando entre el trigo y el viento meciéndolo, caminando agarrada de la mano, no lo consideré mal lugar. La respuesta que recibí de Ontari Fisher no fue que saltara de emoción ni que dijera que sí. Lo primero que hizo fue darme a mano abierta en toda la frente y de seguido un NO más claro que el agua. Boquiabierta me llevo la mano hasta la zona donde recibió el impacto de su golpe. Si para originalidad en rechazar mi pedida de mano se la llevó Ontari:

– Y para rechazarme ¿tienes que darme un golpe en la cabeza?

– Guardo la esperanza de que te haya devuelto el sentido común

Me restriego una última vez la frente y la discuto:

– O sea que pedirte matrimonio ¿no es tener sentido común?

No lo veo venir, me da otro y más fuerte:

– ¡Ah! ¿quieres dejar de darme?

– Estoy intentando que al menos recuerdes que ya estás casada

Ah muy digna ella, siempre repitiendo lo mismo, estás casada, está Clarke, maldita sea, siempre tiene que estar Griffin en medio y eso que no está físicamente cerca:

– Bien que me la chupas sabiendo que estoy casada

Me mira ofendida y es comprensible, intenta darme una bofetada, de verdad, de esas que duelen, por suerte ésta era tan predecible que consigo agarrar su muñeca antes de que toque mi mejilla, la atraigo con fuerza hasta pegarla a mí y la miró, me duele la mandíbula de apretarla con fuerza. Cambia su expresión a una más suplicante:

– Lexa, ponte en mi lugar, lo he intentado todo para resistirme a ti– se le está inundando los ojos de lágrimas y me está matando, no quiero que llore– me estoy enamorando de ti, si el día de mañana Clarke regresa y recuperas toda la memoria, la única quien tiene las de perder soy yo.

Cabe la posibilidad de que recupere la memoria si Clarke regresa, también de que ella y yo ya tuvimos nuestro momento. Muchos momentos y la vida no estuvo de nuestra parte. Comprendo a la doctora Fisher, ella está haciendo lo que nunca hice con Griffin, se está previniendo. No quiero que lo haga, quiero que sea feliz, quiero que seamos felices. Le levanto un poco del mentón para mirarnos fijamente a los ojos:

– Ontari, te juro que nunca te abandonaré, pase lo que pase siempre estaré contigo ¿tanto te cuesta creer que te elegiré a ti?

Me mira y tiene esa expresión, en la que me suelta un comentario lógico, mueve los labios, espero un "eso está por verse" o frases al estilo galletita de la suerte en plan "en el corazón no se manda" y exactamente eso es lo que la pasó, posiblemente su cabeza estaba siendo bombardeada por su lado racional, pero su raciocinio no pudo por su amor por mí y se abraza a mí. La acojo entre mis brazos y la pego a mi pecho todo lo posible, quiero protegerla, quiero que, en la medida de lo posible, de lo que esté en mi mano hacerla feliz, algo en mí tenía que cambiar y sé que llegará ese día en el que le dijera que la amaba, mirándola a los ojos, quizás entonces si lo hiciera de rodillas y con un anillo de pedida. Por primera vez veo un poco de esperanza, una brizna de emoción en imaginarme esa escena. Tendríamos unos hijos muy guapos, morenos, ojos verdes o castaños. Se queda mirando el pequeño hangar donde está el avión agrícola:

– Así qué eso es tu herramienta de trabajo

Pongo expresión divertida:

– sí– alzo las cejas picara– es mi herramienta

Ontari pone los ojos en blanco, aunque enseguida comienza a reír:

– En ocasiones puedes llegar a ser muy pervertida.

– ¿Qué dices? – pregunto con fingida indignación– no es verdad– Amplió una sonrisa, le agarro de la mano y casi la arrastró hasta el hangar– vamos a dar una vuelta

Pone expresión de sorpresa y niega con la cabeza:

– Ni de coña

– ¿Tiene miedo a volar doctora?

La pregunto mientras coloco las escaleras y abro la puertecita, es de una sola plaza, iremos un poco comprimidas, pero hay suficiente espacio para poder manejar los comandos. Le tiendo la mano y vuelve a negar mientras se cruza de brazos:

– No temo volar, me gusta viajar en avión, pero no me fio de ti.

– Vuelo casi todos los días, tengo la suerte de que la señora McConaughey me deja dar una vuelta– A regañadientes acaba aceptando y la ayudo a subirse en las escaleritas– hasta ahora sigo viva y coleando, lo más importante, no he vuelto a tener amnesia y no creo que tenga más pérdidas de memoria

Termino de comentar mientras que se sienta sobre mis piernas pasa un brazo por encima de mis hombros, me mira picarona y me pregunta divertida:

– ¿Cómo estás segura de eso?

Cierro la puertecita y me pierdo en el color café de sus ojos:

– Bueno, quitando que es frustrante estar perdida en la oscuridad, sentir que me han rebanado una parte del cerebro y sentirme incompleta por aquello que no recuerdo – Se pone seria– Ontari cuando estoy contigo parte de esa frustración desaparece y si no es felicidad te digo que lo rozo, cuando estamos así y me sonríes, me gusta, haces que parte de esa oscuridad desaparezca.

Noto su cálida mano recorrer mi mejilla, rozando con el dedo gordo justo la cicatriz, esa marca de guerra que aún me cuesta mirar, acto seguido es la humedad de sus labios lo que siento en mi boca. De algo estoy segura, a Clarke la habré dicho te quiero cantidad de veces, pero momentos de felicidad eran escasas, creo que decir a Ontari que es quien me saca una sonrisa y es la luz que me brinda felicidad compensa, aunque sea algo la ausencia de los "te quiero":

– ¿preparada? – comienzo a encender motores– encendiendo motores

En cuanto nos comenzamos a mover se le escapa una risita nerviosa y se tapa la cara. El camino de despegue queda un poco justo y al final hay un enorme cartel de anuncios junto a la carretera:

– Lexa el cartel – soy un poco mala, el efecto óptico da la sensación de que nos vamos a estrellar – LEXA EL CARTEL – Grita más fuerte y justo unos metros antes de llegar giro y de la adrenalina comenzamos a reír – DIOS MIO

– ¿Creías que íbamos a chocar?

Digo con tono jocoso:

– Lo has hecho con el propósito de provocarme un infarto

Se queja, pero no se le borra la sonrisa de los labios, en ningún momento que estuvimos surcando los cielos se le borró la sonrisa, ni desapareció el brillo de los ojos, lo estaba disfrutando, lo vivía conmigo y casi lo podía ver en su expresión, ese sentimiento de libertad, donde los problemas que nos amarran a la tierra desaparecen y solo queda un inmenso cielo:

– ¿te gusta?

– Es increíble

Dijo asomando un poco la cabeza por la ventanilla y poder mirar el lejano suelo, todo se observaba tan diminuto:

– Así pasearé a nuestros futuros hijos

– se te ocurre animar a nuestros hijos a entrar en el ejercito solo para ser pilotos– me contestaba distraída mientras miraba de un lado para el otro para ver la pequeña Rapid City– y te pido el divorcio.

Cuando se da cuenta lo que ha dicho frunce el ceño y me mira, nuevamente halló en mi silencio, con la diferencia de que me encontró sonriendo:

– Digo – se corrigió algo nerviosa – hablando en el hipotético caso de que, en un futuro, tu y yo acabemos casadas y con hijos – arqueo una ceja y repite – hipotéticamente

– Claro, hipotéticamente– sin previo aviso hago una barrera horizontal, es peligroso con este cacharro, pero no es la primera vez que lo hago, por casi me deja el oído en coma y me entra la risa – al menos hipotéticamente nos lo montamos para hacer hijos– la miro con picardía – Podemos ir practicando cuando quieras.

Me mira en plan como sigas por ese camino te mato, aun así, desvía el tema:

– Regresemos antes de que me mates de un infarto

No la hago de rabiar y regresamos. Por suerte aterrizamos antes de que termine de anochecer. No nos sentimos incomodas como la otra noche, poco a poco hablar de sentimientos no es tan malo. De regreso va agarrada de mi brazo, en silencio y de vez en cuando nos miramos y nos sonreímos.

La hija de la señora McConaughey había llegado con su novio al parecer, el chico dejó embarazada a su novia del instituto y ahora tenía que lidiar con una pequeña que dejaba con sus padres o suegros. Reduzco el paso lentamente, es como si el llanto de esa niña hubiera activado algo en cabeza.

Varios hombres uniformados y armados corrían de un lado para el otro. Los gritos desesperados de una mujer, la granja había cambiado de forma, a una casita mucho más pequeña, lentamente me fui acercando, ya no siento miedo, siento asco, mucho asco, sobre todo cuando a los gritos y llantos desesperados de la mujer iba acompañados de risas llenas de malicia. Me quedo quieta en la puerta, siento mis manos pesadas, las miro y hay una metralleta, después de meditarlo bien decido no entrar, se lo que está pasando:

– Esa mujer tuvo a uno del VietCong escondido – Dijo el coronel que estaba apoyado en la pared de esa casita y se encendió un puro – es una traidora – retiro la mirada de ese señor – ¿No quieres participar?

– Estoy casado con su hija, ni abuso de mujeres.

– Ni las embarazas

Miro de reojo a ese hombre:

– No pienso obligar a Clarke a tener hijos solo porque a usted le apetezca tener nietos.

– CALLAD A ESA NIÑA

Dijo sin quitarme la mirada desafiante. Por el amor de dios es una niña. Intento entrar, pero Griffin se interpone y me empuja:

– Por favor– le suplico– déjame entrar por ella, es una niña.

No me responde, me levanto rápido e intento entrar, pero recibo un puñetazo que me deja aturdida. El sonido de un disparo hace que entre en shock. No todos los soldados somos iguales, pero siempre hay un demonio que oculta un racista en su interior, como el coronel Griffin. Me tira una petaca al lado:

– Un monstruo, sensiblero y amariconado, comienza a beber antes de que los fantasmas comiencen acosarte.

Me levanto y me giro. ¿Cómo era posible que de ese ser tan despreciable saliera un ángel como Clarke? Ella no se merecía descubrir lo monstruo que podía llegar a ser su padre en terreno hostil. "Lexa" "Lexa" la voz de Ontari una vez más me trae de vuelta, sus manos me sostienen y sus ojos color café me atrapan:

– Lexa, ¿estás bien?

– Sí– miro a la familia McConaughey que me observan extrañados, menos la señora McConaughey, al parecer ella también sabía lo que era lidiar con las secuelas que podía dejar una guerra– No– Acabo admitiendo – me quiero ir a casa ¿Podemos irnos a casa?

Aun me costó volver a mí y es Ontari quien da la cara con la familia para despedirse. ¿Viví eso? Y fui tan gilipollas de que mi mujer me llamara alcohólica, de que me tocara suplicarla y recuperar su amor. Apreté los labios y miré por la ventanilla del coche:

– Puedes contarme mientras lo que has recordado.

Me anima a que me desahogue:

– Hice las cosas mal, Ontari

Musito sin apartar la mirada de la carretera:

– ¿qué hiciste mal?

– Las cosas con Clarke, la sobreprotegí demasiado, la metí en una pompa y traté de que recordara a su padre como un héroe, fue el que me incitó a beber solo para callar los crímenes que cometía– al final me atreví a mirarla, hablar de "ex" no creo que sea un tema que guste – dejé que me acusara de alcohólica, la malcríe

– Sí bueno– dijo algo fría– eso es lo que hacemos las personas cuando nos enamoramos

– Pues ni se te ocurra hacer eso conmigo– la digo molesta– dime siempre la verdad, aunque implique hacerme daño.

– Lexa...

– Ontari– la interrumpo – quiero que mires antes por tu felicidad, quiero que seas feliz

Acaba curvando los labios:

– ¿te das cuenta de que eso es pretender meterme en una pompa también? Una relación es de dos, cariño, al igual que tú me quieres ver feliz, yo quiero que también seas feliz.

Diciembre llegó, el frío y la despedida al año. Se puede decir que hicimos nuestro primer viaje juntas, decidimos un lugar más cálido. En otros tiempos hubiera aprovechado esas vacaciones para intentar hacerla mía, sin embargo, me gustó que nos conociéramos más, incluso mi lívido estaba de lo más calmado, en todo ese tiempo fuimos hasta castas. Ontari no solo la veía como una pareja, era mi mejor amiga. Con ella no tenía miedo a hablar de cualquier cosa. Cuando regresamos a mediados de enero de 1969, lo hicimos incluso más unidas a mi parecer.

La casa había sido cuidada por Anya y también cuidó de Aquiles, que lo observé más gordo y lento, ya tenía cinco años, saqué las maletas del coche y entré corriendo, hacía mucho frío. Dejé las maletas en el pasillo, Fisher se encontraba mirando el teléfono, seguramente habría escuchado los mensajes:

– ¿Todo bien?

Me miró un poco en shock:

– Sí, sí, es un paciente que ha fallecido– Señaló las maletas– Las deshaces por favor, yo voy hacer la llamada a la familia del paciente.

Agarro las maletas, me acerco a ella y la beso, debe ser terrible perder un paciente, me sonríe y me encanta. Así que le obedezco, así me daba tiempo pensar en un regalo, no sé, últimamente tengo ganas de regalarle algo, sonrío porque dentro de poco hará un año que la conocí por segunda vez. Estoy sacando la ropa doblada de Ontari cuando nuevamente siento que todo aflora nuevamente.

Me encuentro enfrente del consultorio del Dor. Fisher. A mi lado se encuentra Clarke y ambas parecemos estar nerviosas. Que sorpresa cuando entramos en ese consultorio era que no había ningún Dor. Fisher, si no una doctora muy guapa. Me inquietaba que me inspeccionara un hombre, pero que lo hiciera una mujer ya era otra cosa. Aunque a Clarke le ocurre todo lo contrario, rápidamente se siente amenazada por Fisher, en un principio era algo que me molestaba, ahora cada vez que la veo y dibuja esa arruguita, me encanta, es como una leona salvaje sacando las uñas protegiendo lo que es suyo. E incluso me atrevo hacer comentarios, esos que en el fondo la carcomen. La pelea hasta el punto de que Fisher la amenaza de echarla de la consulta. Entonces dice algo que me pone el corazón en un puño y me deshace. ¡Vale! Lo dijo por marcar territorio, aun así, lo dijo:

– Señora Woods

No quiso que le llamara señora Griffin, no quiso mantener su apellido de soltera, si no el mío. Oh, Clarke, si al menos supieras lo feliz que me hizo aquello:

– ¡Oh dios mío!

Escucho musitar la dulce voz de la doctora, alzó una ceja y pregunto inocentemente, ya que jactarme de ello estando Clarke presente, era como cabrear a la fierecilla indomable. Me hizo gracia la doctora Fisher y si no fuera porque los ojos celestes de Clarke me atraparon, posiblemente hubiera tenido una situación vergonzosa, como me ocurrió con Clarke el primer día que nos conocimos.

El ruido de un objeto caerse me trae de vuelta, es un álbum de todas las fotos que nos hemos ido sacando en el viaje y sonrío al mirar una en la que salimos poniendo caras raras. Entonces la veo que se asoma por la puerta y amplio una sonrisa, hasta que veo que sigue afectada, pues si que debió de tener mucha estima al paciente:

– ¿Estás bien? Cariño

Pregunto. Da unos pasos hasta a mí y pone sus manos en mis hombros, ya empezaba a preocuparme:

– ¿Algún día serás capaz de mirarme a los ojos y decirme que me quieres? – mi sonrisa desaparece y ella agacha la cabeza– Lexa, Clarke...

A no, Clarke interponiéndose otra vez no, ni la dejo hablar más, la atraigo y la beso.     

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