Capítulo 1: Supervivencia.

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No recuerdo bien el día que nací, solo tengo imágenes cruzadas en mi mente, pero prefiero no recordarlas porque son un puñal en mi espalda. Lo poco que tengo de bonito en ese cajón, fueron los días donde pude conocer el exterior de aquella cueva donde vivía junto a mi padre.

Ineas era un lugar que pocos podrían gustarle por las imponentes montañas empinadas donde los ríos y cascadas decoraban a su alrededor. Apenas había naturaleza y si frecuentaba mucho la nieve, de hecho, era difícil encontrarse con el Sol iluminando en nuestro hogar. El frío siempre frecuentaba y con ello las heladas que nos hacía complicado salir.

—¿Se puede saber que haces a fuera? Mira que eres un idiota.

Sin cuidado alguno, me agarraría del brazo para meterme en el interior de la casa. La voz dura y grave de mi padre me tomaba siempre de improviso, más con aquella mirada que en ocasiones carecía de pupila. Era blanca como podía a veces tener un brillo rojizo que demostraba esa ira que era difícil de controlar.

Tirándome a un lado de la casa, me habría quedado oculto entre las sábanas que tenía en mi habitación. No habría dicho nada, tampoco era que hablara mucho porque de aquella mis palabras hacían que enfadara a mi padre. Todo, en general, era enfadarle.

Al tener prohibido mis palabras, empezaría a desarrollar otros sentidos. Mis oídos fueron mis mejores aliados junto al olfato, lo que me permitía que, desde tan pequeño, con tan solo cinco años, pudiera saber cuando venía mi padre y escuchar sus conversaciones.

Las típicas normas de: "no hablar", "no salir de casa" y "no quejarse" me solía saltarlas a excepción de la última, porque si me atrevía a decirle una palabra en su contra, el peor golpe de mi vida llegaría, y con eso, perder casi la consciencia con heridas que serían parte de mi vida.

Adopté mi modo de supervivencia dentro de mi casa, fue ciertamente fácil teniendo en cuenta que mi padre casi nunca estaba en casa. Siempre decía que estaba trabajando u ocupado con su puesto de Luz Impactante. Dos palabras que no comprendí, al igual que su forma de hablar que me parecía compleja ante el poco conocimiento que tenía.

Aun gracias que sabía caminar y volar un poco. ¿Todo lo demás? Fue porque aprendí solo o porque algunos Drasinos me estuvieron ayudando cuando salía de casa solo sin que mi padre estuviera vigilando.

Al principio fue difícil. Teniendo en cuenta que mi padre me cerraba la entrada a los túneles que había en el interior de la montaña, tuve que apañarme yo una salida al intentar sacar piedras, creando un pequeño agujero del que podría utilizar cuando mi padre no estaba en casa.

Esos primeros días donde salía a explorar, vería que no había nada más que esas pocas luces azules que daban un poco de color a los túneles, aunque no era lo suficiente para evitar que yo no me cayera más de una vez y me hiciera daño.

Pero nunca me quejaba ni lloraba.

Para mi suerte, esas arriesgadas aventuras no habrían sido siempre solitarias. Pronto me habría encontrado con otros Drasinos de diversas edades, más en concreto con mayores que no podían permitirse volar como antes. Su mirada curiosa dejaba en claro que yo era un caso extraño al ser un joven Drasino caminando por los túneles en vez de volar.

—¿Podría saber quien eres, pequeño? —preguntó el anciano. Su voz dejaba en claro los años de lucha que tenía en sus espaldas, un cansancio que iba aun creciendo.

—Kemi —respondí con cierta timidez.

El señor puso su mano en su barbilla, mirándome con detenimiento.

—Parece que te has perdido, ¿dónde está tu padre?

—Trabajando. Siempre está trabajando y me deja en casa solo —respondí.

El señor se rio por mi forma de hablar. Era normal teniendo en cuenta que mi pronunciación en las palabras no era la correcta a la hora de hablar el idioma de los Drasinos.

—¿Puedo saber que edad tienes? —volvió a preguntar.

—Tres.

De aquella, cuando me aventuré a salir, tenía aquella edad. El señor me miraba con asombro, sin poder creerse que un crío como yo no tuviera la enseñanza ni cuidado que necesitaba. Soltó un suspiro largo, levantándose del banco de piedra para acercarse a mí.

—¿Y quién es tu padre? Si es que puedo saberlo —preguntó por última vez.

—C-Crowley.

Sus ojos se abrieron en demasía, pero trató de ser discreto con su reacción. Se acercó a mi para acariciar mi cabeza y juro que por un momento me susurró unas palabras que se compadecían de mi suerte. Al terminar ese gesto, miró de un lado a otro, como si quisiera hacer algo, aunque poco podría cuando mis tripas empezaron a sonar con fuerza.

—Veo que tienes bastante hambre, ¿acaso has comido algo hoy? —preguntó aquel señor.

—No, no pude... Llevo desde ayer sin comer —respondí con honestidad.

—Ah... Está bien. Deja que vuelva aquí un momento y te traigo algo de...

—¿No podría ir con usted?

Había que tener en cuenta algo. Tener compañía de alguien que no fuera mi padre me parecía maravilloso, y más de un señor que no me miraba con odio o me hacía daño a la primera de cambio. Temía que, si aquel señor se alejara de mí, pronto el peligro se acercaría de una manera que desconocía. Por ello le pedía estar a su lado, porque era la primera vez que me sentía un poco más seguro, más ante un anciano que con su mirada parecía estar preocupado por mí.

—No puedo, chico. —Por desgracia, aquel hombre me rechazó la propuesta, pero no parecía ser por que no quisiera, sino por temor a quien era—. Aunque puedo ayudarte en todo lo que necesites.

Mis ojos se abrieron en demasía, sintiendo la esperanza fluir en mi interior.

—¿Podría aprender todo? —pregunté un poco emocionado—. Papá me dijo que no podía porque era innecesario, pero creo que se equivoca. Me da vergüenza que siendo Drasino, no sepa si quiera nuestra historia.

Aquel hombre me miró sin poder creerse mis palabras. Sus labios temblaron un poco y agarró sus manos para evitar que temblaran.

—Es... curioso de tu parte que digas eso cuando tu padre te repitió miles de veces que no es necesario saber eso —comentó con cierta dificultad.

—Sí, pero los libros que tiene guardados en casa no están muy bien ocultos. Parecen muy antiguos y tiene dibujos impresionantes, por ello quiero saber que ponen y aprenderlo todo, aunque papá diga que no es lo correcto... Que me repita siempre que debo ser fuerte para ser una... Eh...

No me salía aquellas dos palabras, pero el señor comprendió de inmediato a que me refería. Soltó un largo suspiro, poniendo su mano derecha en su frente mientras negaba sin parar y susurraba palabras que no comprendía del todo.

—Haremos una cosa, Kemi —habló por fin el señor—. Te enseñaré a hablar, escribir... lo básico para cuando tengas que ir a la escuela, puedas defenderte. Es muy posible que tu padre te deje ahí al no poder cuidarte siempre.

—Entiendo —respondí, afirmando con mi cabeza.

—Pero no puedes decir nada de esto a tu padre, ¿de acuerdo?

—¿Podría saber por qué no? —pregunté, arqueando un poco la ceja.

—Porque me conoce, fui su amigo en su momento —admitió, rascando un poco su cabeza—, pero cuando todo cambió y algunos nos dimos cuenta de ello, intentamos alejarnos de él para evitar lo que transmite. ¿Entiendes? Tu padre no radia felicidad, como podrás haber visto.

Me tenía sentido las palabras de aquel señor. Le miraba con atención, recordando todas las veces que mi padre me pegaba por haber hecho algo mal o me gritaba con aquella rabia que no comprendía. Estaba siempre encerrado en la casa, sin la oportunidad de conocer el exterior.

Pero con aquel señor, las cosas iban a cambiar un poco y que la oscuridad que había interior fuera iluminándose poco a poco.

—¿Podría saber su nombre? —pregunté.

—Eilu —respondí con una ligera sonrisa, aunque esta pasó a una risa cuando mi estómago gruñó con cierta fuerza—. Anda, espera aquí y ahora te daré algo de comida.

—Muchas gracias señor Eilu.

Con una risa ligera, caminaría hacia su hogar. Su imponente figura lograba intimidar a cualquiera, pero los años también lo pagaban al igual que las heridas que tenía en su cuerpo. Me preocupaba demasiado el hecho de que su cuerno derecho fuera destrozado al igual que su ala. Por ello se quedaba en la zona caminando, en vez de disfrutar de aquella libertar que alguna vez pudo conocer.

Desconocía todo, pero si veía que había una gran tristeza y soledad todo lo que me rodeaba. Miraba a mi alrededor en silencio, sintiendo escalofríos en ocasiones como si algo me estuviera vigilando. Intentaba no darle importancia, más cuando activaba algo que hacía sin querer.

—Así mucho mejor —susurré aliviado.

Nunca se lo había enseñado a nadie, tampoco creía que fuera buena idea enseñar aquellos tatuajes blancos que poseía en mis brazos. Brillaban en colores blancos y creaban una melodía que en ocasiones me hacía sentir el Drasino más valiente del mundo. Era cierto que la canción no era nada coordinada, solo un montón de instrumentos tocados sin coordinación alguna y sin afinación, pero aquello era lo que me hacía sonreír por dentro y sentir que, a pesar de lo malo, podía seguir adelante, más con la ayuda de aquel señor llamado Eilu.

Dos fueron los años en los que pude aprender todo lo básico. Cada día era la misma rutina que pude organizar yo solo. Cuando mi padre salía para hacer sus tareas de siempre —unas que desconocía—, salía de casa por aquel agujero o con la ayuda de Eilu, que sacaba aquella grandiosa y redonda piedra para que pudiera salir de casa.

Nos reuníamos en diversos puntos de las cuevas que había en el interior y pasábamos horas aprendiendo todo lo que me hacía falta. Era tan satisfactorio comprender el lenguaje de los Drasinos, comprender nuevas palabras o incluso costumbres que en su momento teníamos.

—¿Pero porqué no seguimos con ellas? —pregunté con curiosidad.

—Digamos que los tiempos han cambiado y ahora salir no es que sea muy seguro para la mayoría. Nos... tienen vigilados por todos los lados —respondió.

—¿Qué hicimos algo mal? —pregunté una vez más.

Eilu no me dio la respuesta, pero aquella mirada cansada dejaba en claro una respuesta que me generaba curiosidad, aunque por respeto no insistí.

Cuando terminaba de mis clases, y de comidas deliciosas que me preparaba, regresaba a casa y fingía ser el chico tímido y asustado por su padre. Oculto entre las sábanas de piel de animal, me ponía a escuchar con más atención todas las palabras que una vez no pude comprender.

—Tienen que limitarnos las salidas. Claro, como tienen a Fusis de su lado, no nos van a dejar salir —susurró, moviendo los objetos que había encima la mesa con rabia, escuchándose el molesto ruido de varias rocas rompiéndose—. Como si eso nos limitara, ¡ja! Que sigan así, no solo tendrán que verlas con nosotros, sino todo lo que tienen detrás. Que sigan adentrándose, no tienen ni idea de lo que soy capaz.

Apretaba mis labios con cierta fuerza e intentaba controlar mis lágrimas. ¿Qué estaba haciendo en verdad? ¿Qué objetivos tenía? Eran dudas que no paraban de rondar en aquel entonces cuando me hacía el dormido, aunque por desgracia en esa ocasión mi respiración angustiada captó su atención.

—¡Kemi! —gritó, girándose hacia mi persona. No lo veía, pero sé que me estaba mirando—. Mañana vamos a salir. Te llevaré hacia Ineas e irás a la escuela.

—¿P-Por qué? —pregunté. Grave error.

—No me repliques ni una maldita palabra. —El puñetazo que le dio al lado mía hizo que las sábanas que me cubrían cayeran de mi cabeza, encontrándome con aquellos ojos rojizos—. Aun gracias que no te haya matado, así que mantén la maldita boca cerrada.

—S-Sí, señor...

Retirando el puño izquierdo de la pared, volvería a pronunciar palabras que se referían a su "trabajo". Lo observaba con atención, escuchando las pulsaciones de mi corazón acelerado del que poco a poco se transformaría en un instrumento de gran tamaño que golpeaba contra un tipo de tela que hacía ese mismo sonido. De reojo me di cuenta que aquellos tatuajes querían brillar, así que con rapidez empecé a rascármelos hasta que me hice algo de sangre.

—¿Qué ha sido eso?

Mi padre se giraría de inmediato. Escuchó esos tambores al igual que yo, pero por suerte, no habría visto los tatuajes que tenía en mi piel.

—¿Esas cerdas Elinas han llegado aquí? No, imposible.

Y volando, dejándome solo en casa, escucharía un nombre que me dejaría pensando durante un buen rato. Elinas, ¿qué eran? ¿Y porque mi padre las odiaba tanto?

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