Capítulo 2: Privilegios.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Cuando mi padre decía algo, lo cumplía lo antes posible, y más si era referente a mí. Me dejó en la ciudad, en los pilares de Ineas donde conocí la verdad que había como Drasinos y cómo actuábamos. ¿Enseñarme mi padre? Era más importante aquello que hacía ahí fuera que criar a su hijo.

Gran parte de mi infancia la pasé en esos grandiosos pilares, donde profesores me enseñaron todo lo necesario para poder aprender sobre mí mismo. Los demás me enseñaron la actitud de un Drasino.

Iré mejor por partes. Ese día en el que salí de casa con el brazo agarrado por parte de mi padre, tuve una gran ansiedad encima. Desconocía si de verdad iba a llevarme a los Pilares de Ineas o si simplemente iba a dejarme abandonado en el bosque. Mientras volaba, creía por un momento que mis intestinos se movían por un lado a otro, cambiando de posición por arte de magia y generándome esas ganas de vomitar.

No me pude centrar demasiado en lo que me rodeaba, pero en parte era mejor no hacerlo por que todo lo que veía a mi alrededor me gritaba un sufrimiento que habían sufrido en el pasado. Los Pilares no eran tan grandes como una vez me mencionó Eilu, sino que ahora eran parte de la naturaleza que consumía aquellos bloques enormes de mármol. Algunos de los puentes podían mantenerse en pie, pero muchos preferían usar las alas para evitar que aquella ciudad que una vez brillaba con orgullo, cayera más en la vergüenza y el luto.

Recordaba bien cuando Eilu me decía que en su momento los Drasinos sobrevolaban la ciudad. Muchos la admiraban y querían como si fuera una parte de su alma, por lo que siempre estaban atentos a todo lo que la rodeaba al igual que los jóvenes niños que eran criados por algunos Drasinos que eran profesores.

—No todos sabían ser buenos instructores —me admitió Eilu—. Éramos demasiado brutos con nuestras acciones y palabras, por lo que no todos podrían tomárselo bien, más en los jóvenes que aprendían lo que era ser un Drasino.

—¿Entonces los profesores serán amables conmigo?

Su cara había pasado a una más larga en donde sus ojos apuntaban hacia el suelo. Tragó saliva, dudando si decirme la verdad.

—Posiblemente. —Sonrió con calma—. Hay todo tipo de profesores que son buenos como un poco malos. Tu recuerda en aprender y, sobre todo, no dejarte engañar por los otros Drasinos porque tienden a ser muy pesados con las bromas.

La idea de socializar no era algo que se me cruzara por la mente. Sentía escalofríos con tan solo pensar que tendría que hablar con alguno y que a futuro tuviera que presentarle a mi padre. No solo eso, sentía que los demás Drasinos eran demasiado brutos y fríos a la hora de actuar, ¿qué cómo lo sabía? Lo vi cuando llegué a la ciudad.

Mi padre me dejaría en uno de los pilares que se mantenía en pie. Los colores grisáceos de aquella piedra resistente dejaban en claro el tiempo que habían estado sobreviviendo junto a todo lo que les rodeaba: Montañas grandiosas y poco seguras donde largos e imponentes ríos creaban las cascadas donde hacían un lugar un poco más vivo. Era difícil de explicar, pero lo único que me relajaba de ese sitio era ver el agua caer con rapidez, dejando en claro que aquellas aguas eran lo más seguro y sano a diferencia de todo lo que me podía rodear.

—Intenta no ser débil, porque sino no sobrevivirás ni un mísero día —me aconsejó mi padre. Muy amable como de costumbre.

—¿No vendrás a por mi hoy?

—No, y no sé cuándo lo haré. Por ello es mejor que aprendas a defenderte ya, atacar si hace falta. Deja en claro quien eres... Si es que puedes —contestó, molesto con tan solo verme, dejándome en claro el gran cariño que me tenía por aquel entonces.

No se despidió de mí. Dando un salto de gran fuerza, usaría sus alas para salir de aquel deprimente lugar donde las nubes grises eran parte de nuestros largos días. Bajando mi mirada, podría ver aquellos arcos de piedra oscura donde las grietas dejaban en claro que en cualquier momento inesperado, todo se podría derrumbar.

Caminaba con cautela, yendo por los lugares que me parecieran seguros. No niego que a veces no era el caso y tenía que tomar la valentía suficiente para dar saltos no muy largos para pasar de un lado a otro. Con las manos apretadas en mi pecho, mis ojos observaban con atención todo lo que me envolvía, sintiendo algo de paz al ver las enredaderas y el musgo que consumían los pilares con lentitud.

Pronto mis pasos frenarían al no tener ni idea de donde ir. Mi padre me había dejado solo en un lugar donde creía que sabría donde moverme, pero jamás en mi vida hasta ahora había tenido la oportunidad de conocer el exterior. El único que lo hizo fue Eilu.

—Los Pilares de Ineas son enormes, te recomiendo que si alguna vez vayas allí, mires hacia las estructuras que tengan como una figura de un Drasino. Ahí es donde normalmente te indica el lugar donde podrás encontrar a más como tu especie —explicó, poniendo su mano en su barbilla—. En caso de no haberlo, guíate por donde van las enredaderas.

—¿Por qué?

Eilu en aquel entonces sonrió con pena.

—Te darás cuenta que no están ahí porque sea casual, sino porque son muy conscientes.

Observé a todo y no me encontraría con las estatuas que me había mencionado, de hecho, solo veía la base de una posible figura que desconocía. Suspiré angustiado, sabiendo que mi única alternativa era mirar la naturaleza que consumía el lugar.

Admito que me era absurdo ver las enredaderas verdosas cuyas hijas iban brotando al igual que las flores. Una parte de mi deseaba romperlo con mis manos y pies. Esa parte delicada me hacía una parte de mi que tendiera a la destrucción y que me burlara por algo que después de todo, no era importante ni tenía vida. Solo estaba ahí porque sí.

Pero cuando di esa pequeña oportunidad, vi algo que me dejó maravillado, dando incluso varios pasos hacia atrás al ver como las hojas se movían con lentitud, indicándome las puntas de las hojas en qué lugar debía ir.

—No, esto es absurdo —pronuncié, atónito—. ¿Cómo sabe lo que quiero? No dije nada.

Aun seguía mirando y me iba asustando más el hecho de cómo las hojas seguían marcando el lugar al igual que la enredadera del que poco a poco se iba moviendo, pero hacia mi dirección. Tal gesto delicado, pero de mensaje claro, hizo que saliera de allí por miedo a que me hiciera daño.

Fue ahí cuando las palabras de mi padre tomaron un poco más de valor. Tendría que empezar a defenderme, ¿cómo? No lo tenía nada claro.

Mis pasos hicieron que al final no supiera por donde iba, pero para mi pequeña suerte, tuve la oportunidad de encontrarme con un grupo de Drasinos de la misma altura y edad que yo. Aquello me fue un alivio tan grande que no dudé en juntarme con ellos, encontrándome con la mirada del profesor donde volvía a contar los presentes en aquel momento.

—Ah, ahora me cuadran los números. Ya somos diez Drasinos. Perfecto —comentó con una sonrisa aliviada—. Mi nombre es Einlo, seré vuestro instructor durante un largo tiempo, si Meirl no me quita el puesto en ocasiones.

Su risa hizo que una parte de mi se tranquilizara. Ya estaba a salvo, estaba con los míos, nada tendría que ir mal. Cerré mis ojos a la vez que recobraba el aire, captando sin querer la atención de uno de los presentes.

—¿Y tú quién eres? Eres un tardón, estábamos esperándote —preguntó demandante aquel crío.

—Kemi, mi nombre es Kemi, y los siento, mi papá no me dejó en el lugar donde correspondía —respondí con cierta vergüenza.

—Menudo estúpido —susurró, para luego darme la mano—. Mi nombre es Keisy. Soy hijo de Meirl, el conocido Sieu Nile que trabaja en el Templo de los Tres Sabios. ¿Y tú qué tan importante eres?

Desconocía que era un "Sieu Nile", como mi padre jamás me había mencionado sobre ello, pensaba que era un tipo de trabajo. Eilu tampoco me mencionó mucho, más que mi padre era uno de los más importantes en el Templo de los Tres Sabios.

—Soy hijo de Crowley, él también está en el Templo de los Tres Sabios —respondí, creyendo que mis palabras no serían tan graves, pero la reacción de aquel chico no fue la única, sino que todos también la escucharon.

—¿¡Hijo?! ¡Imposible!

—No, no podría estar aquí, ¡es un mentiroso!

—¡Mi padre jamás me dijo que Crowley tenía un hijo! ¡Eres un mentiroso! —me acusaría en esta ocasión Keisi.

No sabía donde meterme, si hablaba me lo prohibían con sus palabras y si intentaba moverme me iban encerrando formando un círculo a mi alrededor. Esas miradas me dejaban en claro el desprecio y envidia que me tenían. Si supieran que en verdad no era un orgullo para mi, que con gusto les daría mi padre por el suyo...

—Chicos, no está mintiendo. —Por suerte Einlo intervino, separando a los jóvenes de un lado a otro—. Crowley tiene un hijo, que no lo dijera es otra cosa. Os pido por favor respeto con él, ¿entendido? Será uno más entre nosotros.

Levantaba mi rostro, teniendo la esperanza de tener la compañía y cariño de Einlo, pero sus ojos no brillaban de la misma manera que Eilu. Su cansancio era visible, pero no era por lo que había sufrido, sino por lo que tenía que aguantar en ese momento durante un largo tiempo.

Bajé mi cabeza y me encontré con aquel sentimiento que jamás pensé que viviría durante largos años. Miradas que juzgaban y me ponían a prueba. Era estar en un constante examen donde querían ver si de verdad era el hijo o si era un mentiroso. Veía esos ojos donde se mezclaba ese sentimiento de impotencia por no tener la misma suerte como yo, cuando en verdad no sabían nada. Una cosa era de oídas, otra era vivirlo.

—Bien, seguirme chicos, vamos a llevaros hacia las habitaciones donde descansaréis y haréis vuestra vida.

Las palabras de Einlo lograron que muchos dejaran de tenerme en la mira, pero otros en cambio estaban atentos a mi, entre ellos, Keisi, aquel chico que recién acababa de conocer. Sus ojos anaranjados me dejaban en claro que desde ese momento iba estar atento a mi a la vez que evaluarme.

Respiré hondo. Intenté calmarme. Capaz no había sido buena idea decir eso, pero los inicios a veces podían ir mal y con el tiempo se iba a ir solucionando.

Era lo que me decía mientras me adentraba a lo que sería mis largos años hacia una adolescencia complicada.

En el interior de los pilares todo era similar a como vivía antes en las cuevas donde estaba encerrado y en ocasiones me atrevía a salir. Bajar por aquellas escaleras —si es que se podía llamar de esa forma— era encontrarse con la suerte de que estas se destrozaran o no. Cuando se llegaba al piso indicado, nos encontrábamos con pasillos largos con habitaciones pequeñas y cuadradas donde solo había lo necesario: una cama con una pequeña ventana.

De aquella no lo sabía, pero era similar a vivir en una cárcel, de no ser que no habían puertas de hierro ni nada similar. Se escuchaba todo desde las otras habitaciones y podían entrar a la tuya por mucho que pidieras intimidad.

Como era de esperar, la ventilación de aquel sitio cerrado —no apto para claustrofóbicos— era poca y el olor que se desprendía era horrible. No era de extrañar que muchos prefirieran dormir afuera, entre ellos yo, de hecho, el primer día lo hice por como me generaba ese movimiento de órganos por todo mi cuerpo. Me faltaba el aire y las miradas estaban aún atentas a mi, por lo que estar acompañado por la luna y la naturaleza me daba más seguridad que mis compañeros.

Y sí, era obvio que aún le daba vueltas a lo que había vivido antes, a como aquellas hojas se movían o la enredadera se acercaba a mi. Mi cabeza daba vueltas a aquello como nunca, convenciéndome de que había sido una ilusión por los nervios de aquel primer día.

En esa noche, mi idea era dormir un poco, pero no habría sido del todo fácil cuando la inesperada intervención de Keisi hizo que diera un salto en el sitio, casi cayéndome del puente de no ser que me agarraría a tiempo.

—¡Menudo susto te has pillado! —Rio con fuerza, mostrándome una agradable sonrisa que no me esperaba de su parte—. ¿Qué? ¿Eres incapaz de dormir?

—No me gusta mi habitación —respondí en un tono más bajo a diferencia de él, que su voz grave empezaba a ser presente teniendo cinco años como yo.

—Comprendo, a ninguno les gusta, pero es lo que hay cuando Drasinos como nosotros no podemos estar solos en casa —contestó, soltándome del brazo una vez me hubiera sentado en un lugar menos arriesgado, ya que estaba al borde del puente que conectaba uno de los cinco pilares que había en la ciudad—. Así que... hijo de Crowley, y encima de verdad.

—Eh... sí. —Aquella pregunta me ponía angustiado, mirándole de reojo—. ¿Ocurre algo?

—No pareces ser consciente de lo que es tu padre —supuso Keisi.

—Mi padre... no es que me dijera muchas cosas —admití, avergonzado.

—¡Normal! Tu padre es un hombre muy ocupado, es alguien muy importante entre los Drasinos, ¡es un Ine Soliena! Es el líder de todos, con quien habla con Insensibilidad para que nuestra ciudad y los Drasinos perduren por muchísimos años más.

—Vaya, si que sabes... —murmuré.

—Sí, es que mi padre es Meirl y conoce a tu padre. Ambos suelen encontrarse para trabajar juntos en algunas cosas, principalmente en la organización estratégica en caso de ser atacados —explicó Keisi—. Lo que me sorprende es que mi padre no me haya dicho que Crowley tiene un hijo tan genial.

Arqueé un poco la ceja, mirándole sin comprender porque acababa de decirme eso si nos acabamos de conocer.

—No me mires así, ¡es la verdad! —Keisi me supo leer de inmediato mis pensamientos, algo que me puso tenso—. Capaz no sepas mucho, pero no te preocupes, conmigo sabrás mucho y junto al profesor, obviamente.

—¿De veras?

—¡Sí! Mira, aquí aprenderás mucho, tu padre te dejó en buenas manos, aunque admito que es una pena porque no puedas estar con él, siendo Crowley seguro que aprenderías el doble de rápido, aunque con lo ocupado que está...

Quise reírme, pero no lo hice. Quise lamentarme, pero dentro de mi corazón, mis sentimientos se reprimieron bajo un escudo frío que me hizo temblar por fuera, mostrando una mirada más seria del que me hizo suspirar.

¿Enseñarme mi padre? Si los golpes eran una forma de enseñarme, entonces debería ser el más listo de todos, ¿no?

—Sí, lo está —respondí, observando por un momento la luna que nos acompañaba—, pero sé que es por un bien... uno que no me dijo.

—¿No? —preguntó Keisi, atónito—. Por Insensibilidad, no te dijo nada, el pobre tiene que hacerse cargo de miles de cosas... —Keisi se encontró con mi mirada cansada, una que le hizo reaccionar—. ¡Pues mira! Según me dijo mi padre, Crowley se encarga de vigilar la selva que nos rodea la ciudad. Dice que la naturaleza no guarda nada bueno y que protege a nuestras enemigas.

—¿L-Las Elinas? —pregunté, dudoso.

—Sí —respondió, mostrando un claro desprecio ante ese nombre—. Nos intentan destrozar, acercarse a nosotros, usar su magia, manipularnos, pero no nos dejamos engañar, menos con Crowley que es el que tiene más experiencia. Estoy seguro que cuando seas más mayor, te enseñará todos los trucos antes que nosotros, ¡menudo privilegio!

Aquella última palabra resonó como nunca en mi cabeza, mirándole por unos segundos donde él me seguía hablándome, pero todo parecía ser vacío e insonoro. ¿Privilegio? Lo dudaba tanto y más cuando las palabras de Eilu fueron recordadas por mi subconsciente.

—Es posible que tu padre te entrene para que seas como él y te deje su puesto. No es algo que deba ser un orgullo como tal, es mucha presión encima y más por todo lo que hay detrás —me admitió Eilu con un suspiro muy largo.

—¿Por qué? ¿Y qué hay detrás? —pregunté.

Eilu se quedó en silencio, mirando sus manos para que estas empezaran a temblar.

—Un líquido que no sé reconocer ahora mismo.

Su manera de hablar y expresarse me daba motivos suficientes para angustiarme y en ocasiones tener malos sueños donde creía por un momento ser uno de esos Drasinos que había sufrido aquella guerra del pasado. Una tan desastrosa donde poco a poco iba viendo a las Elinas como un enemigo de verdad.

—¿Kemi? —La voz de Keisi hizo que reaccionara, abriendo un poco mis ojos y mirándole—. ¿Todo bien?

—Estaba... recordando algunas palabras.

—¡Oh! Crowley seguro que tiene muchas historias que contar, ¿cuál es la más emocionante que te pudo decir? —preguntó, dando pequeños saltos de emoción estando sentado.

Inventar historias no se me daba bien, pero aquella sería una de las primeras que empezaría a decir, pues como tal, Keisi no se sabía callar la boca cuando se trataba de las hazañas que había hecho mi padre. Desconocía las que hizo y no me interesaba las que fuera hacer.

—¡Qué emocionante! —gritó Keisi una vez que terminé mi historia—. Kemi, de verdad, eres un afortunado. Ojalá ser tu.

Esa misma respuesta se la habría dado a él, pero me callé la boca y mostré una pequeña sonrisa, sin saber bien que decir.

—Por ahora, si te parece, podríamos dormir un poco y mañana te presento a mis amigos. Seguro que les caes bien —me sugirió Keisi.

—¿Ah? ¿Ya hiciste amigos? —pregunté, asombrado.

—Sí claro. Iloe, Emir y Erréi —respondió—. Los identificas rápido, Iloe tiene los ojos rojos y amarillos, parece fuego. Emir es el más pequeño de todos y sus cuernos no han crecido del todo, nos metemos con él por eso. Erréi es el más alto y siempre le ves con una cara muy seria.

No me quedaba jamás con los rostros de los demás, lo hacía si tomaban importancia en mi vida. Con Keisi no me había fijado hasta ahora, él tenía los ojos anaranjados, pero también tenía los cuernos un poco más cuervos que los demás con unas alas que mostraban varias cicatrices que no me había fijado.

—Perdón que te pregunte, pero ¿esas cicatrices? —pregunté.

—¡¿Esto?! —Reiría con fuerza—. Pues como tú, que tienes miles de cicatrices en tu rostro. Me tiraba de la montaña para empezar a volar o empujaba rocas para mejorar mi fuerza, ¿no es obvio?

Como yo... Y por un momento pensé que Keisi pasaba por una desgracia similar a la mía.

—Ah, tiene sentido. —Reiría como él, aunque no con tanta fuerza.

—Me imagino que tú te ponías muy enserio entrenando. Con tu padre siendo como él, me imagino que ya sabrás volar o tendrás una gran fuerza —supuso Keisi.

—N-No del todo, pero l-lo intento —mentí, intentando no ser obvio.

—¡Eso es lo que cuenta! —Keisi me abrazaría de un lado, tomándome por sorpresa—. Al fin y al cabo hay que seguir luchando por ello. Los Drasinos, desde muchísimos años, hemos pasado por una mala racha y nos han aislado, pero algún día nos liberaremos y demostraremos al mundo lo que somos capaces.

—¿Siempre fuimos... encerrados? —pregunté.

—Sí claro. El profesor Einlo lo explicará mañana, pero fuimos encerrados a modo de castigo y prueba. Ahora que estamos saliendo, sabrán lo que somos capaces y no tendremos compasión alguna —aseguró Keisi, mirándome una gran confianza.

Desconocía si aquello era cierto, pero Keisi siendo hijo de Meirl, me tenía que creer sus palabras y confiar en él. No me daba cuenta, pero la amistad que iba teniendo con él iba creciendo poco a poco, y eso hacía que desde lo profundo de mi corazón, escuchara unos tambores.

Unos que pude controlar porque sabía que aquello, si aquello alteraba a mi padre, podría alterar a los demás.

—En fin, Kemi. —El bostezo largo de Keisi sería contagiado hacia mi—. Será mejor dormir algo, ¿no te parece?

Afirmé con mi cabeza, recostándome en el suelo para sentir el frio suelo en todo mi cuerpo. No estaría solo, a mi lado Keisi se habría tumbado para mostrarme una gran sonrisa, agradeciendo el hecho de haberme conocido. Le sonreí de vuelta, para ver como cerraba sus ojos y tomaba el sueño con rapidez.

Giré mi cabeza en dirección al cielo, viendo la noche oscura junto a la luna. Mis ojos se iban cerrando, creyendo que a lo mejor no todo sería tan malo. Creyendo que estar en este lugar era la alternativa para vivir mejor que en aquella cueva.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro