Capítulo 11: Prueba de amistad.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Curo se movía de un lado a otro. Creyó que era buena idea hacer la prueba ahora, pero no se esperaba que Cérin le dijera que estarían vigilándoles sin parar. La ayuda de Ànima iba a ser complicada.

Ahora mismo estaba en la tienda de Alex. Sus pasos resonaban en el suelo de madera mientras esperaba la ropa de Lizcia. Ahora más que nunca le hacía falta porque ir a esa montaña sería lo más complicado y sin ello podría morir de frío.

—Tendría que haberlo pensado. Era claro que iba a ponerme las cosas más difíciles. No por nada a veces suele complicarlo todo por mi insistencia —murmuró Curo—. Las primeras pruebas fueron fáciles, pero luego fue a peor y...

Hubo un momento en el Lizcia que dejó de escuchar. Esos sentimientos negativos la estaban dejando sin aire. Necesitaba buscar maneras para que los guardias no detectaran que tenía a Ànima en su interior.

«¿Te diste cuenta de sus palabras? Sabía de mi presencia o insultó a Mitirga», comentó Ànima.

«Dudo que los Vilonios llegaran a ese punto para insultar a Mitirga. Ella no trae bendiciones maliciosas», respondió Lizcia.

«Entonces sabe de mi presencia. Es lo único que se me ocurre», pensó Ànima.

Tan ensimismados estaban que no se dieron cuenta que Alex había salido con la ropa en sus manos. Tosió un poco para llamar la atención.

—Cariño, ¿puedes parar de moverte de un lado a otro como si fueras un pez saltando por el suelo? —preguntó Alex—. Literalmente te escucho desde la otra sala, ¿qué te pasa?

—Ese maldito viejo ha querido complicarme más la prueba final, me estará vigilando como si fuera un circo para él.

—¿Oh y qué esperabas? —preguntó Alex, arqueando la ceja arqueada—. Es algo que cualquiera podría haberlo visto venir, más al traer a esta ciega a tu lado. ¿A quién se le ocurre decirle que quieres hacer la prueba? Es que también tú, eres un...

—¡Alex! ¡Ella es la líder de los Mitirs! ¡Teníamos que hablar con él sí o sí, quisiéramos o no! —gritó Curo, estresado.

Alex casi suelta la ropa de su mano.

—¡Por todos los elegidos, que las plumas me protejan! ¿¡Lo dices de verdad?!

Estas palabras dejaron boquiabierto a Alex. Se quedó mudo mientras Lizcia pensaba con Ànima alguna forma para ayudar a Curo, por ello no hacían caso a la conversación.

—Cariño mío, Curito mío. Te seré sincero con mis expresiones y palabras, ¿sí? —Curo miró a Alex con la ceja arqueada. Su manera de actuar no le pillaba por sorpresa, se conocían de años—. ¡¿Cómo que una ciega es la líder de los Mitirs?!

—¡No me preguntes a mí! ¡La bufanda tiene el poder de su diosa, Mitirga! ¡Pregúntale a ella!

Alex soltó un largo suspiro, seguido de Curo quien empezó a dar vueltas alrededor de la sala una vez más. Ambos estaban nerviosos, aunque cualquiera en su situación lo estaría. Su raza en sí lo era.

Por suerte Alex pudo recuperarse y acercarse a Lizcia para darle las prendas.

—Espero que te abrigue bien, tiene las plumas más cálidas de nuestra raza —expresó Alex con suavidad.

Lizcia le sonrió con amabilidad.

—Muchísimas gracias y perdón las molestias.

Alex soltó otro suspiro y se alejó de Lizcia. A estas alturas el diseñador estaba viviendo en una nube. Parecía ser toda una bomba de plumas que se había formado en cuestión de minutos. Necesitaba hablar con Curo, pero con calma porque seguía dando vueltas y perdiendo las plumas.

—Curo, por Orgullo, para de ponerte nervioso —pidió Alex.

—¡No puedo, maldita sea! ¡¿Cómo lo voy hace-

Le agarraron del brazo para salir de la tienda, dejando sola a Lizcia y Ànima. Preguntándose porque ellos dos se comportaban así.

Sentir el aire fresco de las montañas lograba apaciguar el fuego que había ahora mismo dentro de la cabeza de Curo. Miró hacia Alex sin saber bien que decir, escuchando las pulsaciones aceleradas de su corazón.

—Alex, lo siento de verdad, pero esto me pone más tenso de lo que creía —admitió Curo.

—¿Más que las veces que lo intentaste e hiciste el ridículo? No me seas, Curo. Te visto en situaciones peores y lograste superarlas, aun si fallabas —contestó Alex.

—No, esto es más complejo. Lizcia no está sola, tiene a alguien de su lado —explicó Curo en un susurro.

Alex arqueó la ceja.

—Soy todo oídos.

Curo no tuvo problema en explicarlo todo en un susurro, con tal de no ser escuchado por los demás Vilonios. Alex se quedó boquiabierto, pidiéndole explicaciones detalladas. Al final se dio cuenta en qué situación estaban.

—Por Valor. ¿Una diosa de la oscuridad? ¿No será los que veneran los magos?

—¿Los Maygards? No, lo dudo mucho.

—Pero ellos veneran la Luna y el Sol. Seguro que tendrá correlación, capaz nos han maldecido o...

—No, Alex. Esto parece ser algo más distinto, y créeme que ella no es mala. Nos ayuda.

Alex soltó un largo suspiro.

—Desde que tus padres murieron, no has parado de liarla, Curo. Eres un Vilonio de lo que no hay, pero es lo que me encanta de ti —admitió Alex. Curo miró a otro lado, avergonzado—. Por ello mismo quiero asegurarme de si lo que vas hacer es definitivo. Nada de dudas, nada de temer.

Curo observó el suelo rocoso por unos segundos para al final mirar a Alex y afirmar con decisión. Era su única oportunidad y la más importante en esta ocasión.

—Sabía que te gustaba meterte este tipo de líos, pero no de este calibre. Supongo que ahora solo me queda darte lo mejor que tengo.

—¿A qué te refieres? —preguntó Curo.

—Voy a darte mi mejor comida, y la que era tuya, pero a la vez el mejor ropaje y provisiones posibles. —Su respuesta dejó atónito a Curo—. No me mires así de tonto. Antes te dije que me pagaras porque pensé que sería una extrajera y quería que me diera el dinero, pero sabría que no lo tendría. Me sorprendió que tu pagaras por ella, pero ahora que entiendo el contexto, creo que es justo que te ayude y te dé lo que es tuyo.

—Ni una pluma me vas a dar.

—Me tendrás que pillar para eso —contestó Alex sacando la lengua en señal de burla, algo que a Curo le pilló desprevenido.

Alex salió volando hacia la tienda. Curo fue detrás para detenerle, pero llegó tarde, viendo como la puerta del despacho se cerraba de golpe. Tal ruido asustó a Lizcia quien estaba sentada en una silla esperándoles.

—¿Qué ha pasado?

—Que mi amigo es un... —Curo suspiró con brusquedad. No sabía que decir a estas alturas—. Perdón por irnos así de golpe, necesitábamos hablar y aclarar la mente con un poco de aire fresco.

—Tiene sentido en parte —intervino Ànima—. En fin, ¿qué quiere hacer tu amigo?

—Darme provisiones y todo lo mejor que tenga para que podamos superar la prueba.

—¿Y qué tiene de malo? Nos está ayudando —preguntó Ànima.

—¡No quiero que me ayude! ¡Sería demasiado y no sabría qué hacer para devolverlo!

—¡Vuélvete un elegido!

Al gritar esas palabras, Curo pudo ver como su amigo traía dos mochilas llenas de provisiones que tenía. Fue muy veloz, demasiado que incluso a Lizcia no le dio tiempo cerrar sus ojos, aunque Alex no parecía inmutarse.

—Vuélvete un elegido y me habrás devuelto todo. —Alex le dejó la mochila en las manos de Lizcia—. Con eso me habréis saldado la cuenta. Sé que podréis conseguirlo.

Curo suspiró atemorizado.

—Eres... Eres un...

—Ah, no. No voy a dejar que me digas nada —interrumpió Alex, acariciando las plumas del cuello de Curo como si estuviera ajustando una chaqueta—. Vas a conseguirlo, será lo único que te pido, si no lo logras, me enfadaré y me tendrás que pagar durante tres meses de comida.

Curo gruñó sin mirar a Alex, sintiendo la vergüenza en sus mejillas.

—Está bien. Trato hecho —susurró Curo con vergüenza para luego mirar a Lizcia—. Vámonos Lizcia. Iremos a casa un momento y luego empezaremos nuestra misión. ¿Estás lista?

—¡Más que lista, Curo!

La actitud de Lizcia lograba en él una sonrisa y una seguridad inexplicable. Sentía que si aún con sus condiciones, se atrevía a todo, él no debería ser menos. Debía cumplir su sueño y ayudarla. Tendría que cumplir la promesa de Alex y seguir con vida para no verle infeliz. Tendrían que hacerlo bien, no dejar que el miedo les venciera.

Curo miró hacia la montaña más alta. Las nubes negras estaban presentes hoy más que nunca, dejándole esa sensación de ansiedad en su cuerpo. Miró hacia Lizcia.

—¿Estás bien? ¿Tienes frío? —preguntó Curo.

—Sí, y no. Estoy bien —respondió Lizcia.

—Bien. En marcha, no perdamos tiempo.

Empezaron a subir. Lizcia sentía como Curo le agarraba de la mano con fuerza, subiendo poco a poco. Aunque no hubiera mucha nieve, Lizcia tenía unas botas para escalar, pero aun así sentía un gran peso en sus piernas. Curo no tenía esa dificultad, pero cuanto más subían, más duro le resultaba todo, escalar, ver, escuchar...

El brusco y frío viento congelaba la cara de Lizcia, aunque eso fue desapareciendo gracias a Ànima. Pudo generar una pequeña máscara de oscuridad en sus lados que su chaqueta, del cual tenía capucha.

—Ahora entiendo porque me pedían mejor respiración y resistencia —murmuró Curo.

—Yo aún puedo aguantar, pero, ¿la subida será muy larga? —preguntó Lizcia.

—Créeme que sí, aún queda mucho —susurró Curo—. Ten en cuenta que los Vilonios que intentaron subirla, tomaron varios días en conseguirlo.

—Por Mitirga, no me quiero imaginar cómo será después.

Curo estuvo mirando a su alrededor, dándose cuenta que había unas luces blancas observándolos desde la oscuridad. Eran los ojos nocturnos de los guardias Vilonios. Suspiró, les vigilaban, estaban al tanto de sus acciones, por lo que debían buscar una cueva y descansar.

Para su suerte, encontraron una y no dudaron en apurar el paso para adentrarse. No era muy profunda, pero era lo suficiente para ocultarse del frío y reposar. Ahí no serían observados, por lo que Lizcia podría ver lo que estaba pasando.

—Me tendrás que dar un rato para hacer el fuego.

—¿Vas a cocinar? —preguntó Lizcia.

—No, a no ser que tengas hambre —respondió Curo.

—Entonces no hace falta, Ànima puede ver en la oscuridad y yo también —comentó Lizcia con una sonrisa calmada.

Curo la miró con una ceja arqueada.

—Bien, entonces nos quedaremos aquí para descansar un rato —explicó Curo, sentándose en el suelo. Lizcia le miró curiosa—. ¿Por qué me miras así? Me da mal rollo.

—La noche aparece muy pronto y siento que perdemos el tiempo, ¿por qué no avanzamos más? —preguntó Ànima.

—Porque en esta zona las aberraciones se mueven con total libertad y sin miedo a ser asesinadas. Es muy peligroso y por la noche más, pero cuando el Sol aparece, aunque haya nubes, no son tantas y puedo protegeros.

Curo no le gustaba el silencio que había en ese momento.

—Por la noche los guardias no nos vigilarán, ¿no? —preguntó Ànima.

—No, que yo sepa. Es posible que hagan como nosotros y vayan a dormir, capaz nos vigilarán uno o dos —respondió Curo.

—Hay que arriesgarnos. La noche es nuestra aliada. Si bien es cierto que hay aberraciones, hay que aprovecharlas ya que no nos vigilan. Solo así podré ayudar.

—Sabía que tendrías esa idea. —Curo se levantó para mirarla con los brazos cruzados, o al menos eso intentaba con el ala de por medio—. Me niego. Lizcia es ciega y no sabe pelear. Tendremos problemas y si uno nos ve. Graves problemas y muchas explicaciones que dar.

—Curo, es solo una oportunidad, si no lo hacemos, perderemos mucho tiempo. No tendremos comida infinita, la ropa puede que se desgaste y con ello suframos.

—Pero no quiero perderos, ni que haya daños graves, no quiero —respondió Curo con una notoria tensión—. Iremos por el día, es más seguro.

—Perderemos más tiempo y recursos —contestó Ànima.

Curo no pudo aguantarlo más.

—¡Vale! ¡La noche es tu aliada! ¡Pero dices que no tienes fuerzas para ello! ¿¡Podrás con todo tú sola?! ¡Es un gran peligro! Lizcia no sabe luchar, si hay aberraciones, serán una gran cantidad y nos rodearán.

—¿Acaso tengo que hacer una demostración de mi poder? ¿Es lo que quieres? —preguntó Ànima.

—¡Hazlo! —gritó Curo. Agarró su arco y la apuntó. Lizcia dio unos pasos atrás—. ¡Demuéstrame que...!

Lizcia había perdido la visión en cuestión de segundos. La tensión se presentó sin permios, escuchándose unas respiraciones nerviosas.

—¿Ahora me crees?

Pero Curo si podía. Sus ojos estaban bien abiertos. Le había sido difícil comprender la situación. Le había quitado el arco de sus manos, y ahora era amenazado por vario tentáculos oscuros que le apuntaban. Cabeza, piernas, brazo y ala.

Su vista se fue nublando, para al final respirar hondo y afirmar.

—B-Bien, diosa —tartamudeó Curo—. Te creo. Siento subestimarte.

Ànima miró a otro lado en señal de arrepentimiento y escondió su poder. Tras eso le dio el arco con sus manos para mirarle.

—No quiero hacer esto más que con mi enemigo —aclaró Ànima—. Te considero alguien de confianza, más por cómo has tratado a Lizcia. Lo siento si te he asustado, pero me tiene cansada que no me creyeras. No miento, no lo hago a no ser que sea para proteger a los míos.

—Das miedo, pero con lo que has hecho me demuestra que puedo confiar en ti y saber que tienes la fuerza para ello. —Curo cerró sus ojos, respirando hondo—. Así pues, iremos por la noche como has dicho.

—Lo siento.

Curo no sabía que sentir, ¿una diosa disculpándose con él? ¿Era un sueño? No se lo merecía por haberla cuestionado, no se merecía esas disculpas.

Ante lo ocurrido, Ànima no perdió más tiempo y se unió con Lizcia para al final salir de la cueva como habían concretado.

Curo tenía la mano sujetada a Lizcia, quien podía ver las auras de su alrededor con el bastón en mano. Esto lo aprovecharon para ver si alguien los estaba vigilando. En ese momento, no había nadie.

—Lizcia, ¿lo llevas bien? —preguntó Curo. La joven afirmó con calma—. Bien, si seguimos así podremos llegar cerca de la mitad de la montaña, pero no nos confiemos, aparecerán aberraciones en cualquier momento.

—Con el bastón podremos saber bien si hay enemigos o no —aseguró Lizcia, aunque por dentro estaba temblando.

—Bien.

Siguieron avanzando hasta que Lizcia frenó sus pasos y miró a su alrededor. Curo se dio cuenta que no era capaz de observarla por culpa de la niebla y ventisca. La zona en donde estaban, al ser una subida, era incómoda para analizar bien qué ocurría.

—No te quedes ahí, vamos a un sitio más plano, Lizcia —le pidió Curo.

—No, aquí hay algo que no cuadra, creo que hay enemigos —comentó Ànima.

Curo se puso tenso.

—¿Dónde? —preguntó Curo mientras preparaba su arco para apuntar.

—... Todos los lados.

Curo se maldijo por dentro y se repitió por qué tuvo que hacerla caso cuando sabía que era arriesgado. Negó rápido con la cabeza y miró hacia ellas.

—¿Se están acercando? —preguntó Curo.

—Sí.

—¡Malditas plumas! —gritó desesperado.

Ambas mujeres no se esperaron ver a Curo volar ante estas horribles condiciones. Mostró su ala con cierta elegancia con su arco apuntando, gracias a su brazo y garra derecha. De repente, las plumas salieron. Eran como cuchillas y atacaron a todas las aberraciones que los rodeaban. No solo eso, con su arco empezó a disparar varias flechas mientras iba descendiendo.

—Lizcia —susurró Ànima en un tono firme—. Es hora de aprender, aunque no sea la mejor manera.

—¡Creo que puedo!

—Bien, entonces prepárate.

Lizcia agarró su bastón, confiando en Ànima. La diosa sabía más o menos donde estaban los demás. Avisó a Lizcia para protegerse, pero le sería complicado con su espada, a lo que Ànima creó a tiempo un escudo.

Sintieron como algo intentaba arrancar su escudo. Eran violentos y rápidos. Trató de apartarle, pero era imposible, más cuando Lizcia veía tan cerca de una aberración. Intimidante, grande y monstruosa. Resistió lo máximo que pudo, pero el último golpe desequilibró a Lizcia, tirándola al suelo.

—¡Lizcia! —gritó Curo.

Estaba listo para disparar, pero sintió como alguien arrancaba sus plumas. Gritó adolorido, descendiendo del cielo. A duras penas, apartó la aberración y con ello impactó contra el suelo. Sangre salió de su brazo, manchando la nieve de un color azul oscuro.

Levantó su rostro. Lizcia consiguió levantarse para protegerse con su espada, moviéndola con torpeza.

—¡Lizcia! ¡Sal de ahí! —gritó Curo, tosiendo al sentir tal dolor en su ala.

Fue ahí cuando por primera vez vio algo que le dejó aterrado. El grito furioso de Ànima hizo en las espaldas de Lizcia aparecieran varios tentáculos que perforaron las aberraciones que había cerca. No había compasión. Las tiraba como si basura fuera, matándolas en medio del lanzamiento.

Ànima respiró angustiada, mirando de un lado a otro con dificultad. Lizcia se quejaba de dolor en su espalda, ya no solo por el golpe, sino por aquellos tentáculos que intentaban protegerla.

—Soy una imprudente, soy una imprudente, soy...

—¡Ànima, céntrate!

La intervención de Curo logró interrumpir sus pensamientos. Vio cómo se acercaba para quedarse a su lado, disparando sin temor a las aberraciones que aún se acercaban.

—¡Estaremos bien, tranquila! Creo que puedo con ellas.

Orgullo y valentía creían dentro de Curo, no iba a dejar que les ocurriera nada grave, aun si estaba herido. Seguía disparando las flechas cuya punta era una gema proveniente de Meris. Estas eran capaces de perforar la piel más dura de Codece.

Tal situación hacía que Ànima observara con atención. Pronto escuchó varios susurros pidiendo ayuda, gritando desesperados ante el terror. Entre todas ellas, la voz de una joven chica llena de luz le hablaba con dulzura mientras la abrazaba.

Esa sensación era un abrazo cálido que Ànima adoraba, pero poco a poco desaparecía, sintiendo ese puñal de nuevo en su corazón. Lloró desesperada y, con un gran grito, creó una cúpula oscura a su alrededor.

—¡Ànima! —gritó Lizcia.

—Por Orgullo —susurró Curo, mirando a su alrededor, pensando en que hacer.

En esa situación tan compleja, Lizcia no dudó en acercarse a Ànima. Se encontraba agachada contra el suelo mientras se cubría la cabeza con sus manos, llorando sin parar. Sin dudar, Lizcia tomó las manos. Ànima intentó alejarse sin cuidado, dándole un pequeño golpe a Lizcia. Se arrepintió de inmediato cuando la vio, respirando con gran dificultad para al final llorar aún más.

—No puedo, no puedo —murmuró Ànima, angustiada—. Lizcia, aléjate de mí, te voy hacer daño, no puedo controlarlo, no puedo...

Lizcia no le hizo caso, aligeró sus pasos para acercarse a ella y agarrar sus manos una vez más. Ànima intentó apartarla, pero no pudo cuando sintió un fuerte y cálido abrazo en su cuerpo. La sensación era la misma que aquella luz femenina que la abrazaba con amor y cariño.

Ànima la miró con los ojos llorosos y correspondió al abrazo.

—Lo siento, pero cuando Curo me defendió y atacó con todo, voces me impactaron y.... y...

—Tranquila, Ànima —habló Lizcia con una sonrisa, separándose del abrazo para agarrar sus manos—. Recuerda que no estás sola, me tienes a mí y siempre lo estaré. Juntas, siempre.

Las simples, pero poderosas palabras lograron que Ànima agachara su cabeza.

—Siempre —pronunció Ànima firme—. Siempre te protegeré y te ayudaré, Lizcia.

La cúpula de oscuridad desapareció, viéndose como Ànima abrazaba a Lizcia como si fuera lo más importante. Miró de un lado a otro para levantar su brazo derecho y crear varias esferas a su alrededor. Miró hacia Curo, en específico su ala.

—¿Puedes volar? —preguntó Ànima.

—Sí, más o menos —respondió Curo.

—Necesitamos salir de aquí. Como tú puedes volar, ve y nosotras te seguiremos.

—No, tengo otra idea.

Se levantó a pesar del dolor, se acercó a Lizcia para agarrarla con su brazo mientras que a Ànima la sujetó con sus garras.

A pesar de las horribles condiciones, voló lo máximo que pudo con todas sus fuerzas. No iba a dejar que sufrieran cuando no podían contra las aberraciones que aparecían cada vez más.

El vuelo duró poco porque encontraron una cueva donde esconderse y descansar. Fue un milagro que perdieran de vista a las aberraciones, pero eso no quitaba la tensión en sus cuerpos. Al llegar al suelo, Lizcia se sentó en el suelo y Curo cayó derrotado.

—Estáis locas —murmuró Curo—. Al menos estamos vivos...

La cueva era un poco profunda, por lo que era necesario crear una fogata, aunque ninguno estaba con las fuerzas para ello.

—Tienes que explicarme que ha sido eso —pidió Curo en un susurro. Para ese entonces, Lizcia cayó dormida.

—No lo sé ni yo. Solo ha sido producto de mis recuerdos bloqueados —explicó Ànima, mirando a otro lado.

—Te compro el hecho de que seas diosa. Lo has demostrado, pero ¿sabes controlar ese poder?

Ànima no supo cómo responder, una parte le decía que sí sabía dominarlo, pero la otra decía que no. Creía que en cualquier momento podría desatarse y liberar a algo similar a un monstruo oscuro. Pensarlo le aterraba.

—Veo que perder tus recuerdos ha hecho que a lo mejor no sepas dominar bien tus poderes —supuso Curo—. Lo único que te pediré es que intentes, de alguna forma, meditar. Ver si puedes controlarlo, a lo mejor ¿calmarte y analizarte? Al menos es lo que me decía Cérin cuando no sabía usar el arco por culpa de mis ansias.

Ànima seguía sin responder ni mirarle. Curo soltó un largo suspiro.

—Por ahora, descansemos. Luego lo hablaremos mejor.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro