Capítulo 10: La leyenda del Vilonio.

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Curo le costaba analizar todo lo que había dicho Ànima, daba vueltas por la casa hasta que se tumbó en la hamaca donde dormía. ¿A quiénes han aceptado en su casa?

Solo era un Vilonio con un objetivo claro: ser el próximo elegido. Ciento cincuenta años habían pasado desde el anterior elegido y ninguno superó las pruebas, pero él iba a cambiar eso.

El asunto era que ahora tenía a una elegida y a una diosa en su casa. Una era mitir, y eso iba a ser un problema porque los Vilonios no los soportaban por las acciones que tomó el rey. La otra era una diosa que desconocía su historia.

«Genial, eso no me transmite confianza. Encima dice que fue aceptada por Mitirga. ¿Cómo es posible eso? ¿Estamos locos? Ni Orgullo, Fuerza o Valor se atreverían a tanto», pensó Curo.

—Entonces, tenéis la misión de pedir ayuda y alianzas con los Vilonios, ¿no? preguntó Curo una vez más. Ànima afirmó mientras acariciaba el cabello de Lizcia—. P-Pero sabes que no nos llevamos bien, ¿no?

—Sí, pero ya te aclaro, el rey es un incompetente, el príncipe no.

—Ah, por Orgullo. Escúchame bien, Ànima. Esto será complicado porque nuestro líder es alguien que puede ser compresivo como no. Hay que tenerle paciencia. Si le explicamos todo con buenas palabras, capaz nos apoye, pero lo veo complicado por como los mitirs se llevan mal con nosotros.

—Entiendo, pero yo no voy hablar, lo hará Lizcia —recordó Ànima. Curo, para ese entonces, se sentó en la hamaca—. Ella será quien lo comunique, tendrás que acompañarla porque como entenderás, yo no puedo salir del cuerpo. Creerán que soy una aberración.

—Oh, claro. En parte tiene sentido —murmuró Curo—. ¿Ella sabe decir las palabras correctas?

—Es una chica que sabe comunicarse, más o menos. El problema es que se le olvidan las cosas. Por eso mañana por la mañana le explicaré todo respondió Ànima mientras arropaba a Lizcia.

Curo se rascó la mejilla con rapidez.

—Supongo que habrá que esperar a ver que dice.

—Podrías aprovechar y decirle que quieres ser el elegido, capaz te dice algo.

Curo soltó una risa nerviosa para luego cubrir sus manos.

—Ojalá fuera tan fácil, pero se me conoce por intentarlo muchísimas veces —admitió Curo.

—Capaz te den una oportunidad cuando sepan la situación que hay —supuso Ànima, cruzando sus brazos.

—No es solo eso, Ànima. Ir allí es complejo. El que decide hacer la prueba, debe ir acompañado por dos Vilonios que no tengan experiencia en combate. Esto se hace para poner a prueba al Vilonio, comprobar su valor, fuerza y orgullo. Aparte, escalar la Montaña Invernal no es tan fácil. Hay tormentas de nieve, nubes oscuras que dificultan la visión, vientos bruscos y gélidos... No es fácil andar o volar por ahí.

—Lo dices como si ya te rindieras —murmuró Ànima.

—¡No! —gritó Curo, frunciendo el ceño—. Es solo... que Cérin en cuanto vea que voy a intentarlo de nuevo, se burle de mí y me suelte lo mismo de siempre.

—Me imagino que Cérin es el líder.

—Sí, y fue amigo cercano de mi familia —murmuró Curo para luego negar con su familia—. El asunto es ese. Si voy, no puedo hacer el ridículo de nuevo.

—Me imagino, pero te habrás preparado bien para ello, ¿no?

Curo se quedó en silencio, mirando el suelo de su casa. La prueba era completa y no cualquiera podía superarla. Sabía que muchos que le acompañaron desconfiaban de él por cómo había actuado, pero fue por un pasado que actuaba como un inmaduro.

Alzó su rostro, fijándose en Lizcia. Ahora que tenía una posible oportunidad, ¿iba a desaprovecharla? Capaz Cérin se burlaría de él y le soltaría su discurso de siempre, pero cuando miraba a Ànima, sentía que a lo mejor tendría una oportunidad.

—¿Puedo confiar en tí, Ànima? Mi misión aquí no es solo ayudaros porque como Vilonio soy un tanto consciente de lo que nos ocurre y sé que ahí fuera hay muchísimos peligros. Estoy dispuesto a ayudar, pero quiero ver que de verdad puedo contar con vuestra ayuda.

Ànima le miró con detenimiento, sonriendo confiada.

—Por mi parte puedo ayudar, pero es Lizcia quien más decide aquí. En cuanto sepa la situación, es probable que ella te ayude sin dudar —aseguro Ànima.

Curo suspiró aliviado.

—Aun no sé qué me tendrá preparado Cérin —avisó Curo—, pero lo más probable es que diga que Lizcia sea mi candidata y alguien más. Por lo demás, cuento con que sea lo mismo de siempre. Una prueba donde estaré solo subiendo la montaña hasta llegar a la cima.

—Entiendo, ¿y podría saber por qué no lo conseguiste las anteriores veces? —preguntó Ànima.

Curo sintió un escalofrío en sus plumas, una que le hizo cerrar sus ojos con molestia.

—Uno cuando es joven hace tonterías —respondió para luego mirar la entrada de su hogar—. Por ahora es mejor que descansemos. Mañana es un largo día.

Ànima afirmó, viendo como Curo se tumbaba en la hamaca. Se mantuvo en silencio durante la noche al lado de Lizcia, dándole vueltas a todo lo ocurrido.

Lizcia se despertó con un ligero dolor de cabeza. A punto de quejarse, sintió como acariciaban su cabeza. El tacto cálido y suave hizo que Lizcia se acercara como si buscara ese cariño que nunca recibió.

—Buenos días —saludó Ànima en un susurro.

Lizcia se dio cuenta de su actitud y se alejó.

—Lo siento, lo siento —susurró Lizcia, viéndose el color rojizo en sus mejillas.

—Lizcia, no estabas haciendo algo malo y estabas dormida, es normal.

—Ya, pero... —Rascó su cabeza sin saber qué decir—. Ah. Lo único que recuerdo es un horrible frío en todo mi cuerpo, pero el calor me inundó como si estuviera al lado de una chimenea. Calmando mis miedos y recibiendo mucho cuidado. Fue agradable.

—No es nada.

Lizcia se avergonzó de nuevo, rascando su brazo derecho.

—Gracias, de verdad, y siento si te molestó.

—No digas tonterías —respondió Ànima, acercándose a ella para desenredar su cabello—. Ahora presta atención porque ha ocurrido muchas cosas mientras dormía.

Durante la explicación, Ànima vio como Curo se levantaba malhumorado. No saludó ni dijo nada, solo bostezó para mojarse un poco la cara con agua y con ello salir de la cueva.

—¿Qué es ese sonido? —preguntó Lizcia.

—Es Curo. Es el que te mencioné —respondió Ànima.

Siguió explicando, tanto duró la explicación que Curo habría regresado a casa con un cubo de metal lleno de peces.

Ànima miraba curiosa a Curo, quien se movía con orgullo por lo que había conseguido.

—Soy uno de los mejores pescadores de la ciudad, tenéis una gran suerte de vuestro lado —presumió Curo.

Ànima sonrió un poco.

—Yo no necesito comer.

—Qué pena, más para Lizcia y yo —comentó Curo mientras sacaba la lengua como si fuera un crío pequeño.

Ànima soltó una leve risa, sin darle mucha importancia su actitud.

—Espero que te guste el pescado, Lizcia, no he podido encontrar otras cosas mejores —explicó Curo.

—Oh, gracias por tomarte la molestia —agradeció Lizcia. Pronto escuchó a Curo preparar la fogata para cocinar los peces—. La verdad es que tengo mucha hambre.

—No me extraña, con el frío que hacía. —Al tener el fuego preparado, clavó los peces en unas lanzas de madera afiladas para empezar a cocinarlos—. Tenéis suerte, hoy hace un día mejor.

El olor a pescado llegó a las fosas nasales de Lizcia y que su estómago gruñó.

—Tranquila, pronto habrá comida —comentó Curo.

—Perdón —susurró Lizcia sin saber dónde mover su cabeza.

Mientras preparaba la comida, Curo pudo escuchar como Ànima le explicaba lo que tendría que decir a Cérin.

—Mi consejo más personal es que le dejes hablar todo lo que sea necesario, y luego hables —explicó Curo—. Mantente recta, rostro serio y nada de vacilar, aunque él posiblemente lo haga. ¿Entendido?

Ànima arqueó un poco la ceja mientras Lizcia afirmaba.

—Sin problema —murmuró Lizcia para luego jugar con sus dedos—. P-Por cierto, ¿puedo pedir algo inusual?

Curo arqueó la ceja.

—Creo que sé que quieres, y no. No voy a dejar que toques mis plumas —contestó Curo—. Todos los mitirs sois iguales, dicen que nuestras plumas son muy suaves, pero no tiene nada que ver

—Oh, entiendo. —Lizcia rascó su cabeza—. Pero, Ànima, ¿me dejas al menos ver cómo es?

—Eso sí que no hay problema —respondió Ànima.

—¿Cómo que ella pueda...? —preguntó Curo mientras se giraba a ellas.

Pronto se dio cuenta a que se refería cuando vio como Lizcia abría los ojos.

—¡Oooh, vale! ¡Que asqueroso! ¡La pluma madre!

Giró su cabeza a otro lado para no vomitar. Ànima le miró sin entender su actitud.

«Ienia no se lo tomó tan mal», susurró Ànima.

«Ienia cayó inconsciente, ¿no lo recuerdas?», preguntó Lizcia.

Ànima se quedó muda. Sí, se le había olvidado ese pequeño importante detalle.

—De igual forma, creo que no es algo normal—murmuró Lizcia.

—¡No, claro que no lo es! —gritó Curo—. Por Fuerza. A la próxima avisarme, al menos me preparo mentalmente.

—Vale —expresó Ànima cansada.

«Don exagerado», pensó Ànima.

«Pero tiene razón», contestó Lizcia.

Cuando terminaron las charlas y el desayuno, por fin se pondrían rumbo hacia Vilen.

—Te agarraré con mis garras. Ve con cuidado y no te muevas mucho, sino será complicado para mí —le recordó Curo—. Ni se te ocurra hablar Ànima, ni enseñar esos ojos. Eres una ciega, ¿entendido?

—Qué remedio... —murmuró Lizcia.

Sintió como la agarraban de los brazos con cuidado. Le dolía, pero la ropa lograba mitigar el dolor de las garras, sintiendo como Curo la levantaba del suelo para empezar a volar. Lizcia se movió un poco sin saber que estaba pasando porque sus pies no tocaban el suelo, era como si flotara. Ànima se dio cuenta de su ansiedad y decidió darle los ojos siempre y cuando no mirara el suelo.

Obedeció y observó las montañas nevadas de su alrededor, dejándola boquiabierta. A su alrededor varios Vilonios volaban cerca de Curo. Le saludaban y le preguntaban por qué llevaba una Mitir a su lado. Otros le miraban mal y no le decían nada. Era una raza un tanto fría y a veces orgullosa, pero Lizcia supuso que era algo normal.

Las montañas mantenían aún la nieve a pesar del día soleado. Supuso que era normal al ser opacado por el frío y las nubes. Atenta, veía debajo suya el río donde supuso que Curo solía cazar. Se emocionó al ver como algunos peces saltaban cuando la veían, haciéndola reír de la ilusión mientras seguían volando.

Siguieron hasta llegar a una de las entradas principales. Los Vilonios aminoraban la velocidad para aterrizar y presentarse a los guardias que se encontraban ahí. En el caso de Curo, no pararon de mirar mal a Lizcia hasta explicar —mentiras piadosas— y dejarles entrar.

Las casetas, puentes y caminos estaban hechos de madera junto a telas que creaban o compraban. Caminaban por diversos puentes alumbrados por unas semillas luminosas, aunque también había antorchas.

Durante su camino, algunos saludaban a Curo con alegría mientras que otros atendían a sus propios asuntos. Lizcia le apenaba no ver su alrededor, ¿porque estaban dando vueltas mientras subían las escaleras?

—Tengo que hablar con un amigo para que te de ropa más cálida. En estos días es posible que el tiempo empeore y no quiero que sufras como ayer —explicó Curo.

Lizcia se lo agradeció, aunque sentía que no era necesario.

Al llegar, se podría escuchar música de fondo con algunos Vilonios hablando. Su tono era un poco más distinto al de Curo, el suyo era más relajado, pero el de los otros era más agudo.

Entre toda esa gente, destacaba un joven de plumajes coloridos con un delineado rosa en sus pestañas. Su plumaje era azulado junto a una vestimenta un tanto excéntrica. Se movía de un lado a otro, preparando las ropas que tenía pendiente de los clientes que entraban a su tienda. También conversaba con ellos sobre un concurso que había ocurrido hace unos días atrás.

—¡Curo! ¡Cariño mío! —gritó el Vilonio muy feliz. Curo se tembló un poco, rascando su cabeza con cierta timidez—. ¿Qué te trae aquí? Veo que te acompaña una joven y hermosa Mitir, ¿acaso has ligado con una?

—¿Qué? ¡No! —respondió de inmediato, consumido por la vergüenza, haciendo reír a su amigo—. Es una compañera que me he encontrado en la ventisca de ayer. La estoy ayudando, necesita de tu ropa, Alex.

—Vienes en un momento un poco complicado. Desde que gané el concurso, mi tienda no ha parado de tener clientes, pero por ti puedo hacer una excepción si me das algo de tiempo.

—Gracias, Alex —murmuró Curo.

—Me imagino que la más cálida posible, ¿no? —preguntó Alex.

Curo afirmó, y esperó junto con Lizcia en la tienda donde estaban. Lizcia escuchaba muchísimas voces que la angustiaban cada vez más. Tuvo suerte que al final la tienda se fue vaciando cuando Alex atendió a todos.

—Menudo inicio de mañana —susurró Alex un poco cansado—. A ver, entonces ropa cálida para un día, ¿verdad?

—No, Alex. D-Digamos que es posible que ella...

Hubo un pequeño silencio, Lizcia no sabía que estaba pasando, pero se sentía observada. Escuchó un suspiro relajado.

—¿Ella? Pero necesitas a otro más, ¿estás seguro de llevártela? —susurró Alex—. Aparte es ciega, no te podrá ayudar en nada, será más un obstáculo, cariño.

—Capaz me da más puntos por ser ciega —susurró Curo. Lizcia frunció el ceño, algo que ambos notaron—. Bueno, ¿lo harás o no?

—Ya sabes el precio, amor mío.

Curo empezó a murmurar muchas palabras que Lizcia no entendía, parecía que hablaban en su idioma. Al final soltó un pequeño gruñido de molestia.

—Espérame aquí, me dejé la comida en casa —respondió Curo—. ¿Puedes cuidármela mientras regreso?

—Sin problema Curito. Yo te espero.

Lizcia sintió como la agarraban de su mano para sentir el calor de unas plumas en el lado derecho.

«¿Estoy tocando unas plumas?», se preguntó Lizcia.

«Parece ser», respondió Ànima sin inmutarse mucho.

«Oh por Mitirga, son las plumas más suaves que he sentido en mi vida», contestó Lizcia emocionada.

Ànima soltó una risa ante su reacción tan adorable.

—Bueno, cariño mío. —Lizcia no se había dado cuenta que Curo se había ido y que su compañero, Alex, la había agarrado para sentarla en una mesa—. ¿Cómo te llamas?

—Lizcia.

—¿Y tú edad, cariño? —preguntó Alex. Por su tono, parecía estar interesado por ella.

—Diecisiete, aunque creo que pronto haré dieciocho.

—¡Qué bonita! —respondió Alex en un tono alegre—. Y dime, ¿puedo saber por qué estás aquí? No es normal que una ciega quiera irse de aventuras, menos en este terreno tan frío.

Lizcia tragó saliva.

—Es que no tengo un sitio donde vivir, así que he decidido vivir mis propias aventuras.

—Oh, comprendo, pero de igual forma no es buena idea que viajes con una ropa como esta. Nada estética, nada bonita, nu-uh. Necesitas algo más impactante y cálido —comentó Alex. Lizcia sintió cómo movían sus brazos—. Cariño, si me puedes abrir los brazos como si fueras a planear.

—Voy.

Sintió como algo frío le recorría desde su muñeca hasta su hombro, tenía cosquillas, pero pudo aguantar. Alex se daba cuenta de cómo se comportaba, sintiendo un cariño inusual con la joven. Al terminar, escuchó la siguiente orden.

—Te voy a medir el cuello, pecho y estómago. Estate quieta, ¿sí? —preguntó Alex mientras Lizcia sentía la cinta en esas zonas por el orden que indicó—. ¿Por qué no me hablas un poco de ti? ¿Siempre fuiste ciega?

—Sí, por desgracia, para saber que hay a mi alrededor dependo de los otros sentidos —explicó Lizcia.

—Me lo creo, cuando susurramos pusiste una cara graciosa. Tienes un oído muy bueno. —Mientras hablaba, Lizcia sintió como le medía el pecho y esto la hizo sentir incómoda—. ¿Y tú familia no quiere saber nada de ti?

—Mi padre era un delincuente, mi madre una aprovechada y no me cuidaba —respondió con total honestidad.

Alex soltó un suspiro apenado mientras le medía el estómago.

—Una vida dura, por eso querías alejarte de ellos —supuso Alex—. Cariño, te pido que te pongas de pie, voy a medir tus piernas.

—Recibido.

Con la ayuda del Vilonio, bajó de la mesa y se puso de pie. Aún seguía midiendo, le hacía cosquillas y no pudo evitar reírse, algo que para Alex se le hacía tierno.

—¿En qué zona vivías? —preguntó de nuevo.

—Cerca del hábitat de las Sytokys, en Miei. —Su respuesta provocó que se quedara boquiabierto.

—Pero amor mío eso está muy lejos, ¿cómo lo hiciste para venir desde ahí?

—Pues tuve un poco de...

El aleteo de un Vilonio llenó de ruido la tienda. Lizcia miraba a un lado a otro sin entender qué estaba pasando, pero Alex logró calmarla y decirle que era Curo con el dinero en mano.

—Como odio tener que vender casi toda mi comida por esto —susurró Curo—. En fin, ¿tienes las medidas?

—Sí claro, confiaba en que me darías el dinero. —Lizcia escuchó cómo movían un cubo con algo vivo dentro—. Ah, que buena pinta tiene. Tendrías que trabajar de cazador y no ser un elegido.

—Sí, sí, bueno, ya tuvimos esa conversación varias veces. No empieces con eso —pidió Curo, por el tono se notaba que estaba apurado—. ¿Cuándo lo tendrás?

—En unas horas, no te preocupes.

Lizcia sintió como la agarraban de la mano. No comprendía nada de lo ocurría a su alrededor, pero sí pudo escuchar un susurro que la puso tensa:

—Me tendrás que decir la verdad sobre esta chica. No es normal que una ciega viaje desde el terreno de las Sytokys hasta aquí, es cruzar casi todo el planeta entero.

Curo suspiró cansado.

—Gracias por todo, Alex. Luego volveremos.

No habría más conversación, Lizcia sentía como la movían de un lado a otro sin decirle que pasaba a su alrededor. Cuando salieron de la tienda, decidió preguntarle a Curo:

—¿Todo bien?

Curo frenó sus pasos y respiró con profundidad.

—Sí. Yo.... Lo siento, es que no pensé que tendría que pagarle, pensé que me haría el favor, pero se me olvidaba como son algunos aquí. En fin, da igual, pronto tendrás tu ropa.

—No tendrías que haberlo hecho, podía haberme apañado de alguna forma u otra.

Sus palabras hicieron que Curo se agachara enfrente suya, o al menos eso sintió al notar como tocaban su frente.

—Ahora mismo lo que importa es que hables con el líder. No olvides tus palabras porque si no habrá más problemas. Por mí no te preocupes, sé que lo haces de buena fe, pero no es algo que te deba importar.

—No me da la gana —respondió Lizcia hinchando sus mofletes—. Yo quiero ayudar a todos, ¿qué has perdido? ¿Era muy importante?

Hubo un silencio por unos segundos para escuchar un suspiro largo.

—Era mi comida favorita y que nadie podía conseguir —susurró Curo—. Ya te dije que da igual.

—Te ayudaré a conseguirlo, no te preocupes —aseguró Lizcia.

Curo soltó una risa ligera.

—Da igual Lizcia, ahora céntrate en lo que importa,

Lizcia afirmó con su cabeza y agarró su mano.

Subieron por un montón de escaleras hasta que al final pisaron suelo firme. Lizcia suspiraba agradecida de que estas terminaran. Curo esperaba a que recuperara el aire para continuar.

Enfrente suya se encontraba la casa más destacada de Vilen. Dentro vivía el líder más antiguo de los Vilonios. Curo tuvo el detalle de explicarle que cuatro guardias vigilaban la gran casa hecha de madera. Los huecos eran las ventanas que estaban cubiertas por unas alfombras.

—No nos miran bien, pero tú no te sientas presionada, ¿vale? Todo irá bien —aseguró Curo en un susurro.

—Bien.

Pronto se adentraron a una grandiosa sala donde en el fondo se encontraba el líder. Sentado en una silla vieja de madera, el mayor los miró con lentitud para soltar una risa, pero sin decir nada.

Lizcia escuchó como se levantaba de la silla, haciendo un chirrido. Daba la sensación que en cualquier momento se iba a romper.

—Curo —llamó una voz grave y lenta de Cérin—. ¿Por qué traes contigo a una Mitir? ¿Acaso quieres insultarme o hacer el reto con una mitir?

—Insultarle jamás, señor. Es hacer la prueba, pero no solo eso. —Al decir esto, Lizcia sintió como la agarraban del brazo para que se arrodillara enfrente de él—. A mi lado se encuentra la elegida de los Mitirs.

Una gran risa resonó en toda la sala.

—¿¡La elegida?! ¿¡Una ciega?!

Para cuando quiso seguir hablando, Curo dejó de agacharse y mirar la mochila de Lizcia. Sentía como se la movían en busca de esa bufanda y cuando la encontró, no dudó en enseñarla.

—Mmh, ¿qué tan desesperado está el príncipe para darle la bufanda a una ciega?

—Sabe bien, líder Cérin, que la bufanda no la elige el príncipe, sino su diosa, Mitirga —respondió Curo con firmeza.

—Ah, sí. Se me olvidaba ese detalle importante. —Lizcia escuchó como se sentaba de golpe contra la silla, ¿cómo era posible que aún no se rompiera? —. De acuerdo, sorprenderme. ¿Qué necesita el joven Yrmax? Porque si es una alianza me temo que no será algo fácil teniendo en cuenta que no nos llevamos bien del todo por culpa del rey.

Lizcia respiró nerviosa, pero se puso firme y levantó la cabeza hacia la voz de Cérin.

—Nuestro reinado pronto acabará siendo consumido por las aberraciones. Yrmax está actuando en secreto sin que su padre sea consciente de sus actos para que hagamos una alianza y derrotar a las aberraciones —explicó Lizcia con seguridad.

—Qué ambicioso plan. Si bien es algo que nos hace falta, no creo que pueda ser fácil de conseguir teniendo en cuenta que el rey os pondrá obstáculos. Comprendo que el hijo actúe en secreto, pero pronto descubrirán su saco de plumas doradas y tendrán un grave problema encima —comentó Cérin en un tono duro.

Lizcia tragó saliva, apretando un poco sus puños para seguir hablando.

—No pido mucho al respecto, señor Cérin. Las aberraciones son un problema que nos ha azotado desde el principio y ahora que hay opciones de saber dónde están los documentos será un momento clave para acabar con ellas y buscar la llave.

Cérin se quedó pensativo, incluso parecía sonreír.

—¿Puedo preguntarte algo, joven?

—Adelante, señor.

—Mis años de experiencia como líder me han dado la capacidad de detectar todo tipo de seres que viven aquí. Veo detrás de cada ser que actitud tiene y como pueden ser con su aura, no sé si comprendes por donde voy.

—Oh no —susurró Curo.

«¿Cómo es posible que me detecte? Si no hice nada», pensó Ànima.

—A ti parece que te han bendecido, pero de la peor forma posible. ¿Acaso la bufanda te dio algún tipo de poder?

—N-No que yo sepa, señor —tartamudeó Lizcia.

Hubo un pequeño silencio que pronto sería interrumpido por Cérin, quien rascaba su cuello seguido de una onomatopeya que expresaba duda. Lizcia no entendía nada, agarraba su bastón con fuerza. Este se activó y vio las auras de su alrededor.

Había varios guardias a su alrededor. Seis en concreto. Tres en cada lado con un arco en sus brazos, listos para actuar en caso de ser necesario. Enfrente suyo un gran Vilonio sentado en una gran silla de madera. Su ala estaba estirada mientras que su brazo parecía estar vendado. A su lado había un gran arco de un diseño muy bello, al menos lo que pudo ver ya que no era capaz de saber sus colores.

—Bien, he pensado en algo divertido —comentó Cérin con una pequeña risa—. Curo desea ser elegido, lo sé muy bien por su gran insistencia en los últimos años, pero no podía porque necesitaba la compañía de dos Vilonios.

—Cierto es, señor —pronunció Curo, intranquilo, pero no era el único, Lizcia sentía que había algo sospechoso en las palabras de Cérin.

—Pues enhorabuena, porque es tu día de suerte. Tendrás que llevar a esta pobre mitir hacia la montaña para conseguir el arco y superar la prueba. No, no tendrás que llevar a dos personas. Creo que es suficiente con una persona que es incapaz de ver y que encima no puede atacar —explicó Cérin con una sonrisa—. Quiero ver como lo haces, así que, durante tu viaje, serás vigilado para que mis guardias me informen de tu progreso. No quiero nada de trampas, si vemos algo extraño, créeme que estarás descalificado.

—Pluma madre... —susurró Curo.

—Lizcia, tendrás que serle útil en todo lo que puedas —siguió explicando Cérin. La mencionada miró hacia él—, porque si él no supera la prueba, no contarás con mi ayuda. En definitiva, tendréis que trabajar juntos para que ambos consigan lo que quieren.

Su risa resonó en toda la sala. Lizcia estaba nerviosa sin saber bien qué hacer al igual que Curo. La única que no estaba así era Ànima, de hecho, estaba con una sonrisa desafiante.

«Señor Cérin, a mi hay algo que jamás me puedes hacer —comentó mientras su sonrisa era cada vez más grande—. A mí me encantan los retos de ese calibre, más cuando el resultado puede beneficiarnos a todos».

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