Capítulo 9: Hacia Vilen.

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A la mañana siguiente, Lizcia se despertó con un ligero dolor de cabeza. La cama en donde había dormido no era igual a la del castillo. Sentía que había dormido en un tronco, pero era normal al dormir en una taberna.

Bostezó cansada para salir de la cama con cuidado. No sabía cómo era la habitación por lo que fue tanteando con sus manos hasta que encontró su bastón. Lo movió de un lado a otro, golpeando contra algo.

—Buenos días Lizcia —saludó Ànima con una risa—. Me acabas de dar un golpe en la cadera.

—P-Perdón. —Rascó su cabeza para luego abrir un poco sus labios—. ¿Dormiste en el suelo?

—Sí, claro.

—¿¡Otra vez?! —preguntó Lizcia, frunciendo el ceño—. ¡Ànima! Te dije que podías dormir en la cama conmigo.

—Tranquila, le estoy pillando el gusto a dormir en el suelo.

—Pero te dije que podías dormir en mi cuerpo o incluso juntas en la misma cama —le recordó.

—No te preocupes, ya te dije que a veces no duermo. No es que me sea del todo necesario, aparte que me es algo incómodo —explicó mientras se levantaba del suelo—. ¿Has dormido bien?

—Más o menos, la cama parecía ser un tronco, pero no me voy a quejar.

—Genial, pues despéjate un poco, dúchate si quieres, luego iremos a desayunar y nos moveremos. Bueno, irás a desayunar.

—¿Tampoco comes?

—No del todo.

Lizcia se rascó la cabeza, ¿nunca se alimentaba ni necesitaba dormir? ¿Era un privilegio que tenían los dioses?

Al final decidió darse una ducha, el agua estaba muy fría, pero al menos le ayudaba a despertarse del sueño. Mientras se vestía, escuchó a Ànima. Le recordaba las tareas pendientes que tenían. Una de las principales era entrenar con la espada.

—Creo que, para ser una espada, tendremos que primero entrenar tu forma de moverte —supuso Ànima—. Lo malo es que necesitarás el bastón para cuando sea el combate.

—¿Nos enfrentaremos? —preguntó Lizcia. Se estaba colocando los calcetines.

—Si el Sol sigue acompañándonos de esta forma, me temo que no, pero dijiste que el terreno de los Vilonios es oscuro. Capaz ahí sí que pueda hacer algo para enseñarte. Tranquila, no te haré daño.

Al terminar de vestirse, Lizcia abrió la puerta con cuidado. Ànima la miró una vez más, llevaba una ropa distinta y algo más abrigada que la de ayer. Sabía que su chaqueta nueva estaba hecha por materiales óptimos para sobrevivir en Vilen.

—Genial. Estamos listas. Movámonos —comentó Ànima.

Ànima entró en el cuerpo de Lizcia para salir de la habitación. Con cuidado, bajaron al comedor donde le pidió a uno de los camareros que le sirviera un buen desayuno.

Mientras se lo preparaban, escuchó miles de voces a su alrededor. Había mucha gente, pero era normal viniendo de los trabajadores que necesitaban energías a primera hora de la mañana, sobre todo si iban a Vilen.

Sabía que allí era un terreno irregular, los caballos no podían acceder ahí. Montañas frías, caminos llenos de piedras, subidas peligrosas de los cuales los Vilonios no se preocuparon en arreglar porque volaban. Si las demás razas querían venir, tenían que cruzar por el complicado camino, a no ser que algún Vilonio se ofreciera a llevarlos.

—¿Por qué hay una ciega en esta taberna? —preguntó una de las mujeres.

—No lo sé cariño, capaz la han abandonado a su suerte y está buscando una forma de sobrevivir.

Lizcia no llevaba la bufanda puesta en ese momento. No quería llamar la atención porque sabía que muchos podrían hacerle miles de preguntas o pensar que era una estafadora. Prefería pasar lo más discreta posible, aunque por desgracia su ceguera era lo que más llamaría su atención.

—¿Y si es una Maygard? Dicen que muchos de ellos son ciegos —comentó uno curioso.

—Pero tienen cuatro brazos.

—No todos, creo.

Lizcia quiso ignorar esos comentarios para terminar el desayuno y buscar su caballo. Una vez hecho esto, Ànima empezaría a fijarse a su alrededor de manera discreta.

Se dio cuenta de que había mucha gente afuera tomando su desayuno. Ànima no entendía el por qué hasta que Lizcia teorizó que habría alguna fiesta cerca. De normal en los pueblos, se hacían competiciones amistosas, vendían productos novedosos o era una reunión de trabajadores.

Pronto se acercaron al caballo, viendo que no le había ocurrido nada inusual a excepción de una nota atada en una de sus riendas.

—Es de Eymar, me dice que te la lea en alto, aunque bueno, lo puedes leer tú también —supuso Ànima.

Lizcia se quedó en blanco.

—Yo...

—¿Qué pasa?

—No sé leer, Ànima.

Claro, Lizcia sólo veía un montón de letras en la carta, pero no entendía nada de lo que ponía. Ànima sintió vergüenza y se disculpó, se le había pasado ese pequeño importante detalle.

La nota era un aviso. No podían dejar el caballo alejado de la taberna. A la próxima tendrían que dejarlo en una posta, sino su caballo sería robado y su caminata sería más complicada. También les dejó una bolsa llena de hojas amarillas para que, en caso de no encontrar una, dársela al caballo para que la comiera y fuera invisible a ojos de cualquiera, a excepción de los Maygards y, para su suerte, Ànima.

—Ahora entiendo porque al principio puso "querida diosa" —murmuró Ànima con timidez.

—Hay muchas cosas que tengo que aprender —murmuró Lizcia—. Qué vergüenza.

—No te desanimes, es normal, poco a poco irás comprendiendo. Puedo incluso enseñarte.

—Yo... —Lizcia sintió una ligera calidez en sus mejillas, más cuando Ànima acariciaba su cabeza—. Gracias.

Subió a su caballo y retomaron el viaje. Pasaron por otro lado para no llamar la atención de la gente y siguieron su camino hacia Vilen. El camino empezó a ser complicado en cuanto sintieron el frío.

Ànima y Lizcia miraban todo con sorpresa al ver cómo la nieve las acompañaba. El cambio de temperatura era notorio, tanto que Lizcia tuvo que abrigarse bien para no enfermarse.

Se dieron cuenta que a los Vilonios les encantaba vivir en estas condiciones. Las montañas tan altas eran un lugar ideal para practicar el vuelo y el tiro con arco. Sus mejores guerreros eran arqueros experimentados que practicaban en los terrenos y condiciones más dificultosos para demostrar su valor. Todo con tal de conseguir el puesto de elegido ya que el último fue hace 150 años.

Esta raza era de las más curiosas para los demás habitantes. Apenas eran vistos en los demás terrenos, solo vivían en las cuevas y en zonas nevadas. Era extraño encontrarse un Vilonio en Melin, ni hablar de Meris. Un lugar caluroso que nadie podía soportar a excepción de los Zuklmers.

Su caballo iba cada vez más lento. Lizcia entendió lo que le ocurría al atravesar por unas condiciones cada vez más horribles. Deseaba llegar a la posta para que descansara.

—Buenas mañanas, elegida Lizcia.

Aquellas palabras las tomaron por sorpresa. Lizcia movió a un lado su cabeza para encontrarse con Eymar de brazos inferiores cruzados. La miró con una posición segura, esperando a que bajara del caballo.

—Muy madrugadora para poder estar aquí —comentó Eymar—. Déjame llevar el caballo hacia la posta para que puedas continuar con el camino.

—Gracias, no tenías porqué.

—En mi raza tenemos que encargarnos de algunas zonas, protegerlas. En mi caso, soy el vigilante de los Vilonios junto a otros más —explicó Eymar—. Aparte, es para no levantar sospechas, aunque ellos aquí ignoran muchas cosas. Creo que no habrá problema en que puedas usar los ojos de Ànima para ver por donde caminas, a no ser que alguien se acerque a ti.

—¿Por qué no nos acompañas hacia allí? —preguntó Ànima.

—Como he dicho, os acompañaría, pero hay varios problemas de por medio que me afectan por ser un Maygard. Pensarán que les estoy manipulando con mis poderes y no deseo ese conflicto. Quiero que piensen por ellos mismos y se sientan seguros de sus decisiones sin que crean que yo estoy haciendo algo por detrás —respondió Eymar.

—¿Por qué pensarían en algo así? —preguntó Lizcia.

—Los Vilonios odiaron nuestra raza durante muchísimos años. Nos temen por algo que jamás pudimos comprender —respondió Eymar—. Piensan que no hay ningún Maygard ahí, pero nos encargamos de vigilar por los alrededores. Podríamos acércanos más, pero nos atacarán. Creen que somos crueles, manipuladores...

—¿Manipuladores? —preguntó Ànima.

—Los maygards no manipulamos —contestó Eymar mientras seguía acariciando el caballo—. Tenemos ciertos poderes y encantos que nos permiten obtener la respuesta que deseamos, pero no somos manipuladores. Solo somos magos cuyos poderes tienen un efecto de un tiempo determinado. Luego son conscientes de lo que han hecho y bueno...

—Os culpan de cosas que no son del todo ciertas —terminó Ànima.

—No del todo. Es cierto que hemos actuado así para que decidan una respuesta que al final no querían y luego han surgido graves consecuencias, pero hemos aprendido la lección, es más, yo quiero prohibir esa magia, entre otras —aseguró Eymar, mirando a Lizcia.

—Ahora que lo pienso, ustedes no tienen un sitio donde vivir o un terreno —recordó Lizcia.

—Porque nosotros vivimos bajo tierra o en distintos terrenos como el de los Vilonios, los Zuklmers, Sytokys o Mitirs. En mi caso, estoy con los Vilonios y a veces con los Mitirs, aunque no niego que prefiero estar con las Sytokys —explicó Eymar. Tras acariciar el caballo decidió llevarlo hacia la posta—. No me quedaré más, el tiempo importa y ustedes tienen una gran misión. Si necesitan algo, recuerden que estoy por aquí.

—¡Gracias por tu ayuda, Eymar!

—No es nada —murmuró Eymar sin mirarla.

Ànima se daba cuenta que Eymar parecía actuar por algún tipo de obligación. No veía acciones honestas, sino más bien porque Yrmax le había pedido que le ayudaran en esto.

Suspiró con pesadez. Entendía su desconfianza y sabía que iba a ser algo difícil conseguirla. La oscuridad se le asociaba como el mal, pero ella había demostrado que no lo era, menos la vez que se descontroló por sus recuerdos.

«Demostraré que no soy un peligro. Puede que perdiera los nervios, pero esa mujer...»

Caminaron por el único sendero donde la nieve no la había cubierto aún. Lizcia miraba a su alrededor. Quería tocarla y jugar con ella, pero Ànima le decía que no lo hiciera porque tenían mucho por delante. Al final, la insistencia de Lizcia hizo que disfrutara un poco de la nieve.

—Ànima, cuando terminemos todo esto, ¿podremos jugar juntas? —preguntó Lizcia con una gran ilusión que no podía contener.

La mencionada suspiró con una sonrisa.

—Claro que podremos —contestó Ànima con una sonrisa dulce.

Siguieron avanzando hasta que una gran ventisca nevada les dificultó el paso. No les quedó otra que esconderse en una cueva y esperar a que aflojara, aunque no tenía pinta que terminara pronto. Lizcia se cubría con la chaqueta como mejor podía, pero cada vez tenía más frío.

La ventisca a fuera era cada vez más peligrosa. Ànima sabía que no iba a ser fácil salir hasta un rato, pero aun así necesitaban provisiones porque las de Lizcia estaban frías.

—Quédate aquí, voy a por algún sitio donde pueda buscar leña, si es que es posible —pidió Ànima.

La comida que tenía en su mochila se había congelado. Calentarlo iba a estar complicado y salir no era la mejor idea, pero aun así decidió tomar el riesgo, más al ver como Lizcia empezaba a sufrir de frío.

Respiró hondo y salió. El frío también la afectaba, por lo que tenía poco tiempo para buscar algo, provisiones o ayuda. Esto último no creía que fuera buena idea, los que la vieran la considerarían como una aberración y la atacarían. Tenía que ir con cautela y moverse con rapidez.

A lo lejos pudo encontrar una luz. Era una posta como las que se encontró antes, su pequeña salvación. Solo necesitaba esconderse junto a la oscuridad y robar lo que pudiera encontrar. Avanzó con cuidado, sin llamar la atención porque sabía que cualquier gesto iba a asustarlos.

Respiraba ansiosa hasta que pronto escuchó a sus espaldas a alguien tensar lo que parecía ser un arco. Se quedó inmóvil, girando un poco la cabeza para luego tirarse al suelo, esquivando el disparo. Se recompuso, poniéndose de pie y mirando hacia el culpable mientras preparaba en sus manos dos esferas pequeñas de oscuridad.

—¿¡Quién es?! —gritó Ànima.

Pudo identificar una silueta similar a un ave. Era curioso que poseyera unas plumas plateadas que brillaban como pequeñas partículas de luz. Miró hacia su rostro. Sus ojos azulados mostraban sus lágrimas que caían mientras su brazo temblaba sin parar, tanto que soltó el arco.

—N-No, no eres... No eres una aberración —murmuró.

—¿¡Crees que tengo pinta de ella?! —preguntó Ànima—. Seré oscura, pero soy muy distinta a ellos.

—¡L-Lo siento! ¡No quería ofenderte! —Fue sorprendente ver como agachó su cuerpo contra el suelo. Ànima pensaba que se iba a congelar la cara, pero se dio cuenta que tenía un cuerpo bien protegido contra la nieve—. Los rumores de que las aberraciones han vuelto nos han preocupado y me estoy encargando de derrotarlas. A ver si así consigo el puesto de elegido —susurró esto último.

—Me tienen que confundir siempre con una, maldita sea —susurró Ànima.

—¿P-Puedo saber qué haces aquí en este lugar nevado sin una ropa adecuada para ello? —preguntó.

Ànima le miró con cierta desconfianza.

—No estoy sola. Mi amiga está en una cueva y pronto se congelará si no le encuentro comida o ropa más adecuada para este horroroso tiempo. —Cuando el chico escuchó la explicación, se levantó del suelo de inmediato—. ¿Vas ayudarme?

—¡C-Claro! No quiero que nadie se muera, es un lugar peligroso, es necesario estar en la posta de inmediato, ¿dónde está?

—No vamos a ir a la posta —respondió Ànima. El Vilonio la miró intranquilo—. Si te asustaste ante mi presencia, todos los demás lo harán. Necesito provisiones, nada más.

—E-Entonces...

Ànima vio como ponía su mano en el mentón, dudoso y temblando en todo momento. Capaz quería ayudar, pero a la vez le preocupaba qué peligros podría sufrir.

Suspiró con pesadez y le miró con los brazos cruzados.

—Te diré toda la verdad y te ayudaremos con todo lo que te haga falta, incluso con tu deseo de ser un elegido —le ofreció Ànima. Sus palabras lograron llamar su atención—, pero a cambio necesito esa ayuda.

—Capaz... —Volvió a pensar, cerrando sus ojos incluso, pero al final desistió y suspiró con calma—. Bien. Acepto. Os llevaré a mi hogar, ¿dónde está tu amiga?

—Sígueme.

Al ser llevado hacia Lizcia, el Vilonio mostró más dudas, pero se mantuvo en silencio y la llevó con sus garras hacia su hogar. Ànima suspiró aliviada, pero la tensión de sus hombros no se iba. Había visto como los labios de Lizcia se había vuelto azules, el frío la estaba afectando y se estaba debilitando.

Lo bueno fue que no tardaron mucho en llegar al hogar del chico, mejor dicho, su cueva. Para llegar allí, habrían atravesado las montañas nevadas mezcladas con la tristeza y la oscuridad. Cualquiera allí podría sentir pena, pero en el caso de Ànima no era así, sino que sentía nostalgia.

Al llegar, dejó a Lizcia descansando en un saco de dormir relleno de plumas. Descansando, Ànima, saldría de la cueva para mirar mejor su alrededor, abriendo un poco su boca.

Ver las profundidades junto las grandiosas montañas que la rodeaban hacían que su interior sintiera una calidez. Era como si estuviera en su verdadera casa.

—¿Te gusta el lugar? —preguntó el Vilonio.

Ànima se giró hacia él, viendo como ponía su mano en la cadera mientras escondía su ala, del cual era su otro brazo. Su mirada dejaba en claro que deseaba saber que estaba ocurriendo.

Suspiró, dándole la espalda a ese bello lugar para hablarle:

—Por tu cara me imagino que tendrás miles de dudas.

—Miles se quedan cortas con lo que acabo de presenciar —añadió—. No estoy entendiendo nada y no sé si estoy dejando que en mi casa vivan unos delincuentes o unas pobres aventureras.

—Déjame decirte que no somos delincuentes —aclaró Ànima mientras iba a por la mochila de Lizcia para dejarla a un lado y sentarse—. Venimos por una misión importante que nos han encomendado. Digamos que somos un tipo de mensajeras.

—¿De parte del rey? ¿Ese idiota decide enviar a una ciega junto a un ser que parece una aberración a dejarnos un mensaje? No, esto sí que ya no me lo creo —respondió mientras daba vueltas alrededor de la cocina mientras plumas caían de sus alas—. ¡Del estrés estoy perdiendo mis plumas! ¡Por Orgullo, que no me caigan más sino no podré volar!

Ànima miró extrañada al Vilonio. No comprendía su manera de ser y porque acababa de pronunciar esa frase, pero aun así trató de mantener la calma.

—Tranquilo. Aun no te he explicado nada y ya te estás poniendo nervioso —habló relajada, viendo como aquel chico seguía dando vueltas—. ¿Me vas a dejar?

—¡Claro, adelante! ¡Seguro que la historia completa es una bomba de plumas!

—Pero me...

—No —interrumpió, frenando sus pasos y mirando a la diosa con decisión—. Primero de todo quiero hacer las preguntas.

—¿Pero no es mejor qué...?

—¿Cómo os llamáis? —interrumpió de nuevo mientras las miraba con sus ojos divididos por una línea, del cual el lado izquierdo se iluminó en colores blancos.

—Ànima. Ella es Lizcia.

—Una Mitir, ¿pero tú?

—Una diosa.

Podría haber medido sus palabras, pero a estas alturas Ànima se le hacía gracioso ver la reacción exagerada del chico. Había caído al suelo con la boca abierta. Tras unos pocos segundos, el Vilonio se recompuso poniéndose de pie y la miró muy de cerca.

—No te creo, me andas tirando agua de estanco ahora mismo.

—No sé qué significa "agua de estanco", pero no, no estoy mintiendo. Soy la diosa de la oscuridad, puedo controlarla como quiera y esta me da energía a diferencia de la luz.

Siguió mirándola por unos segundos para luego alejarse y agarrar una rama con un poco de fuego para acercarlo. Ante esto, Ànima se alejó de él, cubriendo los ojos con sus manos. Su piel iba consumiéndose, como papel siendo quemado, por culpa de la luz.

—¡Para, me hace daño!

El Vilonio tiró el bastón hacia el caldero de agua.. Se sentó en el suelo y puso la mano en la cabeza.

—A una aberración si le acercas tanto el fuego, desaparece, al menos las jóvenes. Tú no pareces ser una. Ya no solo por tus ojos, boca, vestimenta y apariencia, sino porque tienes una habilidad que te permite regenerarte un poco, aunque la luz te dé. Si eres un ser de la oscuridad. —Cerró un poco los ojos, desconfiando—. No una diosa.

—Cree lo que quieras, pajarraco —murmuró Ànima en un tono cansado.

—¡Mi nombre es Curo! Un maldito respeto, señorita.

—Lo que sea.

Rodó los ojos a otro lado, aunque no podía evitar ver como Curo ponía su mano derecha en la cadera, esperando a que se disculpara.

—A mí me tienes un respeto, si vamos a tener que llamarte por diosa, entonces a mí me tendrás que decir el elegido Curo... O próximo elegido Curo —susurró con timidez—. El caso, ¿me explicarás toda la historia?

—¡Es lo que he intentado hacer durante todo este maldito tiempo! ¡Señor, elegido, Curo! —respondió Ànima.

Curo soltó una risa un tanto orgullosa.

—Ay, suena bien —comentó, sonrió con delicadeza para luego relajarse y mirar con atención a Ànima—. Bueno, va, soy todo oídos.

Literalmente, había dejado visible sus orejas puntiagudas llenas de plumas y miró con atención a la diosa. Ànima suspiró con pesadez. Tendrían una larga tarde porque la ventisca aún no se había ido, aunque no parecía importar a ambos en cuanto se entendieron.

La preocupación se palpaba en Curo, se había dado cuenta en qué situación acababa de meterse. No estaba con dos simples aventureras, sino que Lizcia era una elegida y Ànima era su ayudante.

Esa noche, Curo no pudo descansar.


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