Capítulo 6: Una gran misión.

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Lizcia se encontraba tumbada en la cama con la cabeza apuntando al techo. Sabía lo que había pasado, pero no recordaba mucho. Le daba vergüenza preguntar, sobre todo porque sentía la presencia de Ànima vigilándola.

Su apariencia intimidaba, en especial a las sirvientas que cuidaban de Lizcia. No era normal encontrarse a una mujer así, más si era una diosa que de normal los mitirs solían venerarlos. Creían que los dioses daban un poder al elegido desde un lugar que desconocían, como si existiera un paraíso en el que decidían si actuar o no. Ellos lo veían todo.

Ànima creía que era la mayor estupidez que pudo oír en años.

—Siento que ustedes tienen unas creencias extrañas con Mitirga —admitió Ànima.

—Es cómo funciona, al menos siempre se creyó que era la forma que mejor funcionaría —habló la sirvienta Eila. Estaba alejada de Ànima, le tenía aún miedo.

—No tiene sentido, pero las creencias son distintas en cada uno, supongo —expresó cansada mientras miraba como Lizcia movía la cabeza a un lado.

—Me dijeron que usted no recuerda su pasado, ¿no es así? —preguntó Eila con curiosidad. Ànima afirmó con su cabeza—. Siento si mis palabras son atrevidas, pero creo que pensar de esa forma es posible que haya hecho enfadar a Mitirga y que le haya hecho olvidar todo.

—De ser así, sería un tanto gracioso y estúpido. ¿Limitar mis pensamientos de esa forma? A mí nadie me manda ni me dice que pensar o hacer —respondió, mientras miraba a Eila quien se alejó un poco más asustada. Ànima se dio cuenta que sus acciones y por ello relajó su actitud—. Lo siento, no era mi intención.

—Comprendo su molestia, pero no me haga daño.

Dolor, esas palabras eran un puñal para Ànima a la vez le hizo sentir inusual. No era una amenaza, aunque su apariencia y poder expresaran lo contrario. Aterraba ver a una mujer de gran altura con vestimentas negras, piel grisácea y cabello corto que cubría su ojo derecho. Imponía respeto, sobre todo sus ojos del cual derramaba en lágrimas la oscuridad. Muchas veces se le olvidaba que era así, de hecho, pensaba que era alguien de apariencia similar a los mitirs.

—Siento si mis palabras son muy brutas y agresivas. Me disculpo por estar aquí tan de repente sin apenas darte un tiempo para procesarlo.

Eila parpadeó varias veces sus ojos.

—No se preocupe, me habituaré —susurró Eila.

—¿Ànima? ¿Eila?

La voz de Lizcia sorprendió a ambas. Ànima agarró la mano con delicadeza.

—Todo está bien, Lizcia. Siento haber usado parte de tu energía para usar mi cuerpo. Ya no lo haré más, estaré en la oscuridad para conseguir mi poder —juró Ànima con un tono apresurado.

—Entonces... ¿Ya no me necesitas?

Ànima se quedó boquiabierta y negó rápido con la cabeza.

—Sí te necesito, eres mi compañera. Dije que te cuidaría y estaría a tu lado, aparte, si no voy, solo podría moverme en la oscuridad, pero contigo podría moverme por el día. No solo eso, te necesito para algo especial que puede que hagamos —explicó con una sonrisa dulce. Lizcia se quedó boquiabierta—. ¿Te interesa saber?

—¡Claro!

Quiso sentarse en la cama, pero su cuerpo le dolió bastante al hacerlo. Ànima puso las manos en los hombros de Lizcia para tumbarla con cuidado.

—Por ahora es mejor descansar, quiero que reposes y cuando estés mejor, te diré que va a ocurrir, ¿entendido?

—P-Pero... —Pensó sus palabras hasta que recordó algo importante—. Ienia, la carta.

—¿Quieres que yo escriba la carta mientras tú me dices? —sugirió Ànima.

—Me parece correcto —respondió Lizcia aliviada al saber que la ayudaría.

—Si me disculpan, necesito ayudar en otros lugares del castillo. Si me necesitan estaré cerca de aquí, solo hagan sonar la campana y estaré lo más rápido posible —avisó Eila con educación mientras inclinaba un poco su cuerpo hacia delante.

—Gracias Eila —agradeció Ànima.

Una vez más los ojos de Eila se abrieron en demasía, pero sonrió con un sonrojo en sus mejillas. Tras la despedida, Ànima se puso a escribir mientras Lizcia le explicaba todo.

Al terminar, Ànima decidió leerla en alto lo que ponía en la carta:

"Querida Ienia, soy Lizcia, la ciega aventurera acompañada de una diosa.

Han ocurrido demasiadas cosas, siento si no te pude enviar la carta antes, pero ¡me he encontrado con el príncipe Yrmax! No sé si es el mismo que decías que te gustaba tanto, pero de ser así, ¡sorpresa! Y si te da envidia, ¡haber venido conmigo, tonta!

Seguramente te preguntarás que pasó, bueno, estaba en la montaña donde nos indicaste, todo parecía ir bien, pero los caballeros y el príncipe vinieron a la montaña en busca de aberraciones. Traté de esconderme, pero me pillaron porque una aberración iba a atacar al príncipe, ¡pero logré salvarle!

¿Y sabes qué? ¡Me invitó a su castillo! Creo que fue por pena porque era una pobre ciega "abandonada", pero el caso es que ahora mismo estoy en una habitación donde Ànima te está escribiendo esta carta porque estoy en cama muy cansada. Tranquila, estoy bien, la diosa me protegió en todo momento porque Yrmax y Eymar, un ser extraño de cuatro brazos, pensaban que era una amenaza, creían que tenía una aberración, pero en verdad era la diosa.

Ahora mismo no sé qué pasará, pero Ànima me aseguró que confiaban algo en nosotras, o eso dice porque me ha dicho que quieren hacer un trato con nosotras. Estoy muy ansiosa la verdad.

En fin, eso ha sido todo. Poco, ¿verdad? ¿Y tú qué tal? ¿Ha pasado algo interesante? Espero que encuentres la carta y me la envíes.

Con cariño, Lizcia."

—Perfecto. —Sonrió Lizcia y se acomodó en la cama—. Ahora sí puedo dormir bien.

—La enviaré ahora mismo, cuando reciba una contestación te lo haré saber, ¿entendido? —preguntó Ànima.

Una esfera negra aparecería en las sombras, abriendo su pequeña boca para comérsela carta. Tras eso volaría por la única ventana grande que había en la habitación.

—¿Cómo lo haces? —preguntó Lizcia. Ànima la miró de reojo—. En plan, ¿cómo haces que le llegue la carta?

—Ya te dije, la esfera se mueve en las sombras y sigue el camino que he trazado. No estamos lejos de tu hogar, pero si es peligroso —explicó.

—Entonces recibirá el mensaje.

—Así es.

—Genial.

Lizcia se quedó dormida en la cama con rapidez, dejando sola a Ànima.

«Todo son recuerdos incompletos. Unos que me hacen sentir incompleta», pensó Ànima.

Negó con su cabeza, levantándose para caminar hacia el balcón que tenía la habitación y ver la luz de la luna. Era rosada, algo inusual para Ànima, aunque desconocía si lo había visto antes.

Suspiró con pesadez.

—Estos sentimientos —murmuró mientras miraba sin un punto fijo hacia el suelo—. No recuerdo nada, ni siquiera una imagen clara.

Puso su mano en su frente, quejándose de dolor ante un sonido constante e irritante.

—Todo son costumbres o tradiciones, pero no me dan nada más que pistas vacías. Desprecio la luz, pero cuando digo esa palabra, el arrepentimiento me gana.

Acarició su cabello para sentarse en el suelo de piedra, mirando hacia el cielo donde las estrellas acompañaban la luna. Mirarla hizo que Ànima sintiera un pinchazo en su corazón y que pequeñas lágrimas cayeran por sus mejillas. Una de ellas impactó en su mano, observándola con asombro.

—¿Por qué? —preguntó—. Si mis lágrimas son oscuras, no transparentes.

Pensar en ello le causaba dolor de cabeza. Suspiró, sintiendo las pulsaciones de su corazón angustiado.

—Si no recuerdo nada estando en este punto, tendría que cuestionarme el hecho de que a lo mejor no soy de aquí —murmuró—. Igual, siento que no me tiene sentido, ¿cómo he llegado aquí? Alguien tendría que haberme encerrado y enviado, pero ¿por qué? ¿Algo malo hice? Me tendría más sentido por esa mujer. Mi-Mitirga, creo que se llamaba —pronunció con dificultad para luego soltar un gruñido lleno de frustración—. Maldita sea...

Agachó su cabeza para ser abrazada por sus brazos. Su cabeza le daba vueltas sin parar a un montón de sentimientos, entre ellos existía uno muy poderoso. El cariño y preocupación que tenía por Lizcia. Estar a su lado hacía que su corazón tuviera felicidad, pero había un dolor que le hacía sentir tensa, angustiada y paranoica.

—Tengo que saber por qué Lizcia me causa eso. ¿Acaso la conocí de antes? —murmuró, levantando su cabeza para ver las pequeñas piedras del balcón que la rodeaba—. A veces siento que ni siquiera este es mi verdadero cuerpo.

La frustración y la soledad que sentía hacía que la oscuridad la rodeara como si fuera una sábana cálida que escuchaba sus sentimientos. Poco a poco caería en el sueño, todo por darle demasiadas vueltas a algo que aún no tenía respuesta.

Lizcia se sentía con una gran energía en su cuerpo. Estiró sus brazos con una sonrisa delicada, para luego escuchar como alguien movía las cortinas de la habitación de golpe. Frunció un poco el ceño para luego escuchar a Ànima quejarse de dolor.

—¿Estás bien, Ànima? —preguntó Lizcia.

—S-Sí, solo... cansada, no dormí muy bien —respondió Ànima aun con el sueño encima.

—¿Dónde dormiste? —preguntó, pero con velocidad supo darse la respuesta, soltando un pequeño ruido de sorpresa—. ¡¿Has dormido en el suelo?!

Ànima miró a otro lado sin saber qué decir.

—¡Ànima! ¡Haberme dicho! ¡Podríamos haber compartido cama!

—N-No hace falta, aparte, algo me dice que yo no solía dormir, y si lo hacía, era en el suelo.

—¡Pero eso es super incómodo! ¡Es mejor una almohada con las sábanas!

—Mmh, no sé, Lizcia, sólo sé que no descansé bien.

—Está bien, pero a la próxima dime, te dejo sitio y descansamos bien juntas —habló Lizcia, sentándose en la cama—. ¡O incluso puedes entrar en mi cuerpo y dormir!

—Solo si me das permiso. La vez que lo hice fue muy irrespetuoso de mi parte, quiero pedirte permiso siempre que lo haga.

Lizcia sonrió con dulzura.

—Siempre tienes permiso, confío en ti.

Ànima la miró con seriedad, cruzando sus brazos.

—Igual no quita que te pregunte siempre —aclaró Ànima. Tras eso, se acercaría a Lizcia, desviando la mirada—. Trataré de que no duela. Lo siento.

Antes de que Lizcia pudiera hablar, sintió cómo algo se pegaba en todo su cuerpo. Era una sensación asquerosa e incómoda por cómo se le hacía más difícil el hecho de respirar. Empezó a temblar, quería quitárselo, no sabía qué ocurría, pero por suerte no duraría mucho.

—Lo siento mucho —se disculpó Ànima—, pero ya no soy un tipo de esfera negra con poco poder. Ahora tengo un cuerpo y es más difícil entrar en tu cuerpo.

—T-Tiene sentido —pronunció Lizcia con cierta dificultad—. Al menos puedo respirar.

Sus ojos observaban con asombro, a pesar de dolor, sentía felicidad porque al fin comprendía lo que la rodeaba. La habitación era violeta junto a una pequeña decoración dorada que se encontraba en la pared, tocando casi el techo. A su alrededor, los muebles hechos de madera refinada hacían que Lizcia fuera con cuidado con lo que tocara, hasta que recordó dónde había dormido.

—¿Señorita Lizcia? ¿Puedo entrar?

La voz de Lina sorprendió a Lizcia. Cerró sus ojos e intentó ocultar las lágrimas negras que sin querer generaba.

—S-Sí, ¡adelante! —contestó Lizcia.

La puerta se abrió, mostrando a la sirvienta de mayor edad con unas sábanas en sus manos.

—Me ha pedido Yrmax que se apure lo más rápido posible, debe hablar con él y Eymar —aclaró en un tono poco agradable característico de ella—. Oh, está sola, ¿y la diosa?

Lizcia, con inocencia, se giró para mostrarse. Lina se quedó de piedra al verla con sus ojos oscuros de los cuales derramaba ese líquido. Podría haberse caído al suelo inconsciente, pero no lo hizo ya que la avisaron a tiempo.

—Encarecidamente y con mayor permiso del mundo le pido que no vuelva hacer eso con los que no están tan acostumbrados o no saben su secreto —explicó Lina.

—Lo siento, no volverá a ocurrir.

—Esto es surreal... —susurró Lina.

A Lizcia le dio tiempo ver el rostro de miedo de Lina y casi se ríe por culpa de Ànima. Si el rostro de Lina era desagradable, asustada era lo más horroroso que pudo ver en su vida.

—Gracias. Por cierto, Yrmax le espera, no le haga esperar aún más —informó Lina sin mirar a Lizcia.

—Recibido, pero ¿me podría decir por donde es? El castillo es enorme.

—Solo debe ir a la derecha y seguir ese pasillo, se encontrará con Yrmax dando vueltas de un lado a otro. No hay pérdida.

Lizcia agradeció sus palabras y se despidió para luego seguir el camino.

El pasillo era enorme y estaba decorado por una alfombra roja que se extendía en todo el castillo, o eso parecía. Las paredes estaban iluminadas por unas lámparas de araña, ¡ahora entendía lo que se refería Yrmax! No eran arañas literales, sino por la forma que tenían. Rio con inocencia mientras caminaba a paso ligero. Miró los cuadros, muchos de ellos eran de antiguos mitirs que reinaron en su momento.

No tardaron mucho en encontrarse a Yrmax. Daba vueltas de un lado a otro mientras susurraba algo que solo él podía escuchar. Pronto, levantó su rostro en cuanto escuchó los pasos de Lizcia.

—Ah, Lizcia, ya estás aquí —pronunció Yrmax aliviado, aunque pronto sus ojos se abrieron en demasía al ver esas lágrimas negras—. M-Me imagino que está en tu cuerpo.

—Así es.

—B-Bien, entra por favor y toma el asiento que está un poco más avanzado que las demás.

La sala en la que se encontraban era para reuniones. Una mesa grande y ovalada con varias sillas en las que dos serían ocupadas por Eymar e Yrmax. Ellos se sentaron en un lado de la mesa mientras que Lizcia se sentó en el otro lado sola.

Curiosa, miró la sala. Había unos grandes ventanales acompañadas por unas cortinas moradas. Las paredes estaban decoradas por varios cuadros y lámparas que eran iguales a las del pasillo. En la mesa no había nada encima, y por último, el suelo estaba decorado por una alfombra redondeada de color azul.

—Me imagino que ella está dentro de la ciega —supuso Eymar para luego pensar sus palabras al ver que la que mencionada podía ver—. Mejor dicho, dentro de Lizcia.

—Claro —habló Ànima, algo que impactó a los dos hombres de la sala—. Puedo hablar, pero no puedo salir porque hay luz y eso me debilita.

—¿Tanto te afecta? —preguntó Yrmax.

—Más de lo que tú piensas. Cuando hace sol, la luz molesta muchísimo —respondió Ànima, viendo la desconfianza y temor en Eymar e Yrmax—. Antes de que digáis nada, usar mis ojos para que Lizcia también pueda ver no me debilita ni me molesta si me da la luz, por suerte.

—Gracias por tu honestidad y la explicación, es algo que no me puse a pensar porque un dios, en específico el "dios de la oscuridad", nos está ayudando —comentó Eymar con tono serio.

Tenía los brazos superiores reposando en sus hombros mientras que los dos brazos inferiores estaban cruzados. Su máscara no daba mucha oportunidad de saber que sentía, pero lo más probable era que estuviera aun molesto.

—Diosa de la oscuridad —rectificó Ánima—. Y sobre ese tema, he de decir que me es una gran decepción que los demás dioses no hagan nada al respecto, al menos es lo que pude enterarme.

—No es del todo así, el problema es que buscan elegidos adecuados para poder dar su poder. Es lógico, no van a dar su poder a cualquiera, quieren ver que son capaces de ello y hacen pruebas duras para conseguirlo —respondió Eymar.

—Siento que de igual forma no hacen nada. Entiendo la prueba, pero creo que es una manera de decir que el elegido debe hacer todo porque ellos son unos vagos —respondió Ànima.

—Deberías tener en cuenta que ellos han vivido una gran cantidad de años en el que han sufrido incontables problemas y conflictos, me imagino que se merecen su descanso —explicó Yrmax.

Algo dentro de Ànima despertó por unos segundos. Sintió un ligero dolor de ojos, uno del cual le incomodó a Lizcia y tuvo que cerrarlos porque sentía que se le quemaban. Al cerrar, las lágrimas negras desaparecieron.

—¿Y por qué le piden esas pruebas? Me refiero, entiendo que es por el poder, pero tiene que haber algo más aparte de dejar su legado a ellos —preguntó Lizcia.

—Porque desde hace muchísimos años hemos sufrido una condena que se repite cada cincuenta años —respondió Eymar—. Ha pasado desde más de 200 años. Los primeros elegidos fueron los primeros de hacer frente a las aberraciones, las primeras que se crearon. Formaron un gran caos en el que muchos de ellos se debilitaron. Actualmente, los primeros elegidos se consideran como dioses.

—¿Y quién es el causante de crear esas aberraciones?

—No se sabe bien al respecto. Se decía que era alguien que tenía cercanía con los elegidos porque ellos tenían los documentos del planeta.

—¿Documentos?

Yrmax suspiró con paciencia.

—Los documentos son toda la información que tiene un planeta, pero no solo eso, también se pueden crear unas normas que afectan a solo a este. Normas que pueden dar ventajas, desventajas como dar acceso o limitación a los que quieran entrar aquí desde otros planetas —explicó Yrmax mientras miraba a Lizcia—. El que traicionó a los dioses, tomó los documentos y creó la norma que nos afecta a día de hoy.

—Ah, ya recuerdo. Es la historia de los documentos del cual no se sabe dónde se encuentran, que incluso puede moverse por sí sola —recordó Lizcia.

—Esa teoría ya no es posible, se ha confirmado una posible localización, pero para acceder ahí hay que pasar por varias pruebas complicadas —respondió Eymar con orgullo. Lizcia no le veía, pero ahora mismo el joven mago estaba con una pose segura en la silla donde se sentaba—. Ahora mismo no nos centraremos en eso, es más preocupante las aberraciones. Luego buscaremos los documentos y trataremos de cambiar las normas de una buena vez.

—Oh, parece fácil —murmuró Lizcia.

—Es que Eymar hace que las cosas parezcan fáciles, pero en verdad tenemos varios problemas de por medio. —Yrmax soltó un suspiro apenado, viendo la confusión e intranquilidad en el rostro de Lizcia—. Los elegidos, en general...

Yrmax rascó su cabeza. Eymar le miró de reojo y suspiró para continuar con la explicación:

—Lo que quiere decir el príncipe de los Mitirs, es que no tenemos elegidos. Su moral es muy baja. No tienen tanta esperanza como otras veces, ya no solo eso, los primeros elegidos son más exigentes para dar su poder. —Vio como Lizcia abría la boca—. En mi caso, yo quiero ser líder y elegido, pero tengo que perfeccionar mis habilidades y técnicas para poder serlo. Si estoy aquí es para asegurar a Yrmax que le ayudaré, como siempre hizo mi raza, a detener las aberraciones.

—Por otro lado, tenemos información por parte de las Sytokys. Se dice que muchas quieren ser elegidas, pero no está siendo nada fácil porque la principal elegida, Estrofa. Es muy exigente con lo que pide, han pasado muchos años desde la última vez que hubo una —explicó Yrmax.

—Entonces todo está en una situación desastrosa. —Ànima habló tras estar unos minutos en silencio al estar en conflicto con ella misma. Una conversación que Lizcia no escuchó del todo ya que prestaba atención a Yrmax y Eymar—. Aquí es cuando me pregunto para qué quieres mi ayuda y la de Lizcia.

—Pedir tu ayuda para esta guerra sería muy bueno, pero no suficiente. Siendo honesto, creo que nos haría falta a las demás razas porque las aberraciones atacan desde distintos puntos y no podemos estar en todos los lados —explicó Yrmax.

—Algunas veces atacan en un punto específico, otras no. Su patrón es aleatorio —recordó Eymar.

—Queréis mi ayuda, pero ¿algo más? —El tono de Ànima expresaba desconfianza.

—Estaría bien que con la compañía de Lizcia y suya podamos ir a los distintos reinos. Tratar de convencer a cada uno de ellos. Los Vilonios, Sytokys y Zuklmers —respondió Yrmax. Ànima alzó la ceja—. Esto más que nada lo digo porque Lizcia parece tener un don especial, el de la comunicación y la calma.

—Da pena y puede convencer a los demás por su actitud tan joven e inocente, ¿verdad? —preguntó Ànima.

—A-Aparte —tartamudeó Yrmax impactado ante las palabras brutas de la diosa—, pero creo que Lizcia puede tener una buena comunicación con los demás. Si consiguió hablar contigo y que estuvieras a su lado, puede que lo consiga con los demás para que sean líderes.

Eso era relativo. Ànima forzó parcialmente a Lizcia a que la aceptara, si bien era cierto que hicieron un trato, estaba amenazada por una diosa. Aunque era cierto que Lizcia aceptó y quiso conocerla mejor. Tenía una actitud poco común, pero que traía una gran paz.

—Me gustaría mucho conocer a esos elegidos e intentar apoyarles. Siento que podría hacer algo al respecto. Si acepté ayudar a Ànima a recuperar sus recuerdos costara lo que costara. No me importaría ayudar a los demás con tal de que no se sientan desmotivados y solucionar algún problema —comentó Lizcia con una sonrisa agradable.

—¿Estás segura de aceptar una misión así de arriesgada? —preguntó Ànima.

—¡Claro! Con tal de poder ayudar a los demás, no tengo problema. Siempre me han ayudado, ahora quiero devolver eso a otras personas —respondió Lizcia—. Es cierto que no tengo poderes, que no soy nada más que una mitir, pero no me importa con tal de ayudar.

Esas palabras eran peligrosas y Ànima lo sabía. Esta vez ya no era explorar un lugar. Era viajar y hablar con otras razas que algunas no les caería bien por no saber quién era.

—Parece que Lizcia parece estar muy dispuesta, pero necesitamos saber qué decisión tomará, diosa Ànima —pidió Yrmax. Ànima tardó un poco en hablar, dudaba en que elegir—. Tendrá todo tipo de información que necesite. Le diremos todo lo que haga falta con tal de poder avanzar con la misión y detener las aberraciones por última vez.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó Ànima.

—Eso nunca se sabe. Puede ocurrir en cualquier momento —respondió Eymar mientras se levantaba de la silla, golpeando repetidamente los dedos a la mesa—. ¿Y bien? ¿Qué decide?

Ànima tenía un conflicto mental, sentía que ir era un gran problema para Lizcia porque no sabía defenderse ni atacar. Podría protegerla, pero ¿por cuánto tiempo? Por otro lado, no tenía sentido que necesitaran su ayuda, ¿por qué querían a Lizcia? ¿Acaso Yrmax no podía hacerlo al ser príncipe? Él tenía mucha más importancia que una simple ciudadana.

—Yrmax —pronunció Eymar en un tono borde—. Te olvidaste de algo.

—No, no me olvidé nada.

Eymar miró de reojo a Yrmax. Sus miradas parecían matarse en cualquier momento.

—Sabes que es importante, es tu reputación —aclaró Eymar.

Yrmax suspiró con pesadez y dio un golpe a la mesa.

—Cuál es tu decisión, ¿Ànima? —preguntó Yrmax.

Sentía que aún había temas que se le ocultaban, pero tenía curiosidad de saber que era. Una pequeña sonrisa se mostraba en los labios de Lizcia, una que puso tenso al príncipe.

—Acepto, pero tendrás que decirme toda la verdad —pidió Ànima.

Eymar soltó una risa, levantándose de la silla.

—Genial, porque el príncipe y el rey de los Mitirs son odiados por todas las demás razas. Mucha suerte —contestó Eymar sin medir su tono. Yrmax quería matarle, pero se controlaba porque era el único aliado que tenía—. Él os dirá toda la historia, yo tengo cosas que hacer. Nos vemos.

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