CAPÍTULO DOCE -si pudiera

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CAPÍTULO 12】

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IF I COULD...
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MARTHA SE ENCONTRABA BATALLANDO CON LA HIEDRA QUE INTENTABA DESTRUIR LA VIDA DE SU PEQUEÑO JARDÍN, ESE QUE YA COMENZABA A DAR LAS PRIMERAS FLORES. El sombrero de campesino lograba ocultar su rostro por completo de los rayos que desprendía el Sol con el amanecer, pero no lo suficiente para que no terminara sudando por el esfuerzo.


De repente, Hank, quien se encontraba recostado en el portón del hogar sin nada mejor que hacer, levantó el hocico en dirección al sendero que venía desde los maizales. Esto hizo que la mujer copiara su acción con extrañeza, alzando la vista para darse cuenta de la persona que venía de camino hacia la casa con una mochila al hombro.

Sonrió felizmente, alentando al can para que se le adelantara:

— ¡Ve por él, Hank! ¡Ve por él!

Clark recibió al cachorro con notable entusiasmo cuando lo alcanzó, como si hicieran milenios desde la última vez que había posado un pie en aquella granja, y a decir verdad, cada vez que regresaba se sentía exactamente igual.

Martha abrió los brazos hacia su hijo, y este la recibió estrechándola cariñosamente. No podía decir que la había echado poco de menos, porque no era así. Era un chico de mamá desde siempre, y cada día se daba cuenta que le faltaban sus sabias palabras. Aunque se las repitiera cada noche antes de hacer cualquier cosa.

Besó sus mejillas repetidas veces y luego se separó para mirarlo mejor:

— Mírate nada más. Todo un hombre de ciudad —celebró, y eso lo hizo resoplar en desacuerdo.

— Yo también me alegro mucho de verte, mamá.

— Oh Clark —murmuró, acariciando su rostro con aire maternal— Te dije que no era necesario que vinieras. Debes estar muy ocupado en Metrópolis y es un viaje tan largo...

— Pero queríamos venir a visitarte. Sabes que no me gusta que pases sola estos días.

— ¿Querían? ¿Trajiste a Lois contigo? —inquirió, pero la expresión negativa de su hijo le dijo otra cosa.

— No exactamente.

Ambos observaron a la chica a sus espaldas, que todavía se encontraba varada a medio tramo porque el perro juguetón no la dejaba avanzar. Ella le acariciaba las orejas con mimo y eso parecía gustarle mucho porque su cola se movía velozmente de un lado a otro.

La señora Kent se dedicó a detallar a aquella jovencita que desconocía, admirando a primera vista su lindo físico, el cual confirmó cuando esta corrió hacia ellos seguida por el perro, regalándole una risa generosa.

— Mamá, ella es Haley. Es una buena amiga del trabajo —la presentó— Haley, ella es Martha Kent.

— La madre del hombre de oro. Lo puedo ver —exclamó Rogers aceptando su mano— Es un gusto conocerla al fin, señora Kent. Clark me ha hablado mucho de usted.

— No podría decir lo mismo —dijo, dando un golpecito de regaño en el hombro del aludido— ¿Cómo no me habías dicho de ella? Parece tan linda y no avisaste antes. Podría haber preparado algo especial.

— Está bien —respondió la castaña antes de que Clark pudiera contestar— fue un plan de última hora y yo no quería que hiciera el viaje solo.

— Bien que necesita que le cuiden —bromeó— Mira que pasan cosas en esta vida. Entonces ¿Ustedes ahora son...

Los ojos de ambos se abrieron como búhos y el color rojizo pálido se adueñó de sus mejillas súbitamente:

— Creo que te has equivocado, ma —suspiró el hombre, intentando mirar a otro lugar para no tener que enfrentarse a la mirada retadora de Martha.

— Sí. Solo somos buenos amigos.

— Ya veo —asintió. Muy por dentro esa impresión de ver algo nuevo causó que en su rostro se dibujara la más esperanzadora sonrisa— Pero bueno, eso no me impide conocerla ¿No? Vamos adentro para prepararles el desayuno, debéis de estar exhaustos tras el viaje. Ahora dime, niña ¿Eres de Metrópolis o creciste en otro lugar?

— Bueno, soy de Montana. Mi familia tiene un rancho en el campo y...

Era increíble la cantidad de historias que podían pasarse contando el día entero, como dos mujeres al fin, siempre sacaban un tema de cada pequeña cosa; y a pesar de que llegaban a marearlo un poco de tanta charla, se sintió bien que al fin pudieran conocerse.

Venía deseando ese encuentro por mucho tiempo, seguro de que se agradarían la una a la otra por el simple hecho de que Martha siempre le gustaba conocer nuevas personas, y Haley buscaba la amistad de todos porque eso la hacía muy feliz. No obstante, no llegó a pensar que posiblemente lo dejarían de lado por curiosear sobre la vida de la otra.

Se sentía traicionado de cierto modo, pero en el buen sentido.

No sabía por qué, pero ese sentimiento de complemento al tener la certeza de que dos de las personas más importantes de su vida se agradaban por igual era lo que lo tenía más contento.

No se separó de ella ni un solo segundo. Ofreciéndose como guía para mostrarle el lugar de principio a fin.

La tomó por una mano y la arrastró por las siembras y los maizales a plena luz del día, con el Sol torturando sus pieles bajo un calor arrasador. Aunque eso a ninguno parecía importarle realmente, ya que en lo único que pensaban era en la sonrisa contagiosa del otro y lo bien que encajaba la forma de sus dedos al entrelazarse.

Martha continuaba un tanto descolocada por el hecho de que eso era algo muy extraño. Pensaba que su hijo salía con Lois, la pelirroja agradable que lo ayudó en sus inicios, porque meses atrás se lo habían confirmado ellos mismos. Pero después, verlo allí con aquella joven que parecía hacerlo mucho más feliz que cualquier cosa en el mundo, la dejaba más confusa que antes.

Sin embargo, no por eso le dió un trato menos amistoso a Haley. Ella era muy agradable, le gustaba hablar de todo, preguntar y se impresionaba por la más leve brisa de aire que azotaba las copas de los árboles de la granja.

Llevaban allí solo el primer día, y ya estaba claro el decir que no se arrepentía de haber llegado hasta ahí.

Acordaron ir al cementerio aquella misma tarde antes de la hora de la cena, y mientras tanto, la visitante no dejaba de tomar fotos a los alrededores. Los espacios abiertos siempre fueron sus favoritos, aunque allí no hubieran tantas elevaciones como en Livingston (su pueblo natal), donde las montañas en el paisaje eran el mayor tesoro que cualquier forastero pudiera tener.

Ambas miraron cómo Clark se quedaba agachado junto a la tumba de Jonathan, apoyado en Hank, mientras se perdía en sus recuerdos del día que lo vio desaparecer delante de sus ojos.

Su madre había tomado el viejo ramo de flores secas para cambiarlo por uno nuevo, y ahora se encontraba parada junto a Haley, a varios metros de donde estaba él. Las dos mirándolo con pesar.

— Ya ves. Por eso mismo es que me gustaría que se quedara en Metrópolis —suspiró, y Haley giró su cabeza para verla mejor— Cada vez que venimos se queda allí mirando la lápida, como si con eso fuera a lograr traerlo de vuelta. A veces creo que a él le hace falta mucho más que a mí.

La castaña se llevó un mechón de cabello tras la oreja para que el aire no le impidiera mirar la imagen del chico de Samllville, tan triste como no lo había visto jamás, y se quedó escuchando la historia que Martha le relataba sobre el día que su esposo murió, y el cómo Clark se había culpado todos esos años por no haber podido hacer nada al respecto.

Eso, la dejó pensando mucho más de lo que hubiera querido.

Sí, ella ya tenía conocimiento de lo que las palabras «Si hubiera...» significaban para las personas lastimadas como ellos. Eran una tortura constante que los hacía cuestionarse aquello que podría o no haber sido, y si ellos eran tan culpables por no lograrlo o no intentarlo. ¿Y si esto? ¿Y si pudiera hacer aquello? ¿Qué tal si yo...? Esas eran frases que a primera vista no suponían ninguna amenaza. Pero si las colocaban juntas, podrían llegar a atormentarlos por el resto de sus vidas.

Eran cuestiones que mil veces se llegó a preguntar en el pasado, y ahora en el presente no lo eran menos.

En la noche no pudo pegar un ojo debido a que sus pensamientos se la pasaban traicionándola, haciéndola razonar más de lo que debería ¿Y si había cometido un error dejando a su familia de lado? ¿Y si ellos realmente sentían su ausencia? ¿Y si con haberse alejado nunca más volvería a su hogar? O más específico ¿Y si nunca encontraba un lugar al que llamar hogar?

Por lo menos, su amigo tenía esa pequeñas granja, que aunque no era un castillo, valía todo el oro del mundo para él. Allí con su madre, los recuerdos de su niñez y todo el ambiente, tenía un lugar al que estaba seguro que pertenecía. Ella no, y no podía decir lo mismo de su casa. Porque sí, Montana siempre iba a estar allí para recibirla con los brazos abiertos, pero... ¿Podía decir lo mismo de su familia?

Inquieta y vencida por el insomnio, se bajó de la pequeña cama perteneciente a la minúscula habitación de invitados que Martha había preparado para ella, y sin que nadie la viera o escuchara, bajó las escaleras hacia la cocina. Enfundada solo en su camisón de dormir porque se había olvidado de colocarse las pantuflas.

Simplemente tomó un poco de agua para aligerar la resequedad de su garganta, recargándose en la barra mientras daba cortos sorbos.

— ¿Pesadillas? —escuchó una voz ronca que venía de las escaleras, e involuntariamente dió un brinco asustadizo hasta que sus ojos se ajustaron a la figura.

Clark estaba apoyado en el umbral de la puerta, mirándola. A juzgar por su aspecto era seguro que tampoco había podido dormir en paz, ya que por solo tener puesto unos pantalones de algodón y nada arriba, a la chica casi le da un infarto de miocardio.

— No podía dormir —respondió por lo bajo, agachando su vista al suelo— puede que sea porque soy demasiado ansiosa... o porque extraño a Lyla.

— Yo solo tengo un pequeño dolor de cabeza, pero se me pasará en unos minutos —sonrió hacia ella— ¿Lo has pasado bien aquí?

— Mucho. Tu madre es una mujer excepcional, y tan atenta. Me ha pedido que pruebe su jalea de manzana más de una vez solo para asegurarse de que estuviera bien dulce. Habla todo el tiempo de tí, de cuando eras pequeño y lo apegado que eras a... tu papá.

— Sí. Él era como mi mejor amigo, porque no es que tuviera muchos en la secundaria. Aunque no lo creas, yo también fui el rarito.

Una suave y melódica risa brotó por la comisura de sus labios, y él no pudo evitar recorrerla de pies a cabeza. Tan menuda y pequeña. Y, para rematar, el camisón que portaba no lo dejaba pensar con claridad desde que la vio bajar las escaleras.

— Me contó también cómo murió —agregó— ...y para ser sincera, no creo que puedas culparte por algo que no estaba entre tus manos.

El pelinegro tragó en seco con incomodidad, creyendo que las cosas serían distintas si tan solo ella supiera todo. Si pudiera decirle la verdad sin ninguna tapadera, pero temía... temía demasiado. No por él o por su secreto. Sino por hacerle daño.

Así como su padre, que por protegerle, había dado su vida sin importarle no ser salvado. El solo pensamiento de algo como eso lo hizo negar.

— No lo entenderías, Hals. Es demasiado complicado.

— Entonces ayúdame a entender. Habla conmigo —le insistió— soy muy buena dando consejos, aunque sea un completo desastre para tomarlos.

Él elevó una ceja, viendo cómo dejaba el vaso en el lavabo y volvía a mirarlo con sus ojos verdes cristalizados por el sueño.

— Podría decirte tanto, hablarte incluso de más. Pero no me alcanzaría la noche para ello —murmuró— Y lo menos que quiero ahora es sentirme mal.

— No tienes que comportarte como si fueras Superman. Todos podemos decaer a veces, así que baja ya esa armadura... tú y yo sabemos ya que eres capaz de todo.

No podía no hacer como si sus palabras no lo hubieran afectado, porque iba a estallar, y ella estaba ahí, junto a él, tan cerca...

— ¿En serio lo crees? —quizás había encontrado su oportunidad, y no iba a dejar que otra interrupción lo detuviera.

— ¿Necesitas que te lo repita? —sonrió nerviosa al verlo acercarse con pasos lentos y certeros, muy seguro de lo que hacía.

Cuando lo tuvo tan cerca, que incluso pudo sentir su respiración contra su boca, se quedó de piedra en el lugar. Perdiendo la noción del espacio y el tiempo.

Clark se mostraba embelesado con ella, con su voz, con cada una de sus facciones, entre tantas la silueta de sus carnosos labios rosa que se moría por probar.

Alzó su mano para acariciar su mejilla con suavidad, siendo consciente de los estragos que causaba cuando la sintió estremecer bajo su toque.

Haley, por su parte, odiaba no poseer la fuerza mental suficiente para reaccionar a lo que él le provocaba, temblando como una hoja sin entender por qué eso estaba sucediendo.

— Perdóname.

— ¿Por qué? —susurró sin aliento.

— Porque necesito besarte desesperadamente...

No le dió tiempo a responder, ni siquiera a desmayarse por el impacto que habían causado sus palabras. Tan rápido como el silencio hizo su aparición, Clark la envolvió por la cintura y la atrajo hacia sus labios para por fin sentirlos en armonía sobre los propios. Probando con certeza que todo lo que había sentido en sueños ahora se concentraba en la marejada de emociones que explotaban en su interior. Ella era delicada, tímida y dulce; pero no se quedó atrás cuando sus delicadas manos recorrieron su espalda hasta enredarse en los mechones oscuros de su nuca, respondiendo con el mismo desenfreno con el que venía deseando besarlo desde hacía tiempo.

Haley no sabía exactamente qué ley o sentido la estaba impulsando, porque creía que todos se habían derretido en el primer instante que lo sintió tomarla por la cintura. Pero ahora no se arrepentía de nada, porque ese momento con Clark nunca sería una equivocación.

Se aferró por completo a él cuando se atrevió a alzarla para darse apoyo en la barra, y no pudo reprimir un jadeo ahogado cuando este se atrevió a morder su labio inferior, desviando el camino de sus besos por su pálido cuello. Haciéndola delirar.

Ambos se separaron tan solo unos segundos, con las respiraciones yendo a la velocidad de una locomotora, pero aún así no fue razón suficiente para que no volvieran a besarse. Completamente perdidos el uno por el otro.

Haley temblaba por el deseo, sabiendo que en cualquier momento ese arranque pasional terminaría con ella huyendo y encerrandose en su habitación.

Pero no se atrevía a hacerlo todavía. No cuando se sentía tan bien la fuerza de sus manos sobre la piel desnuda de sus muslos, la forma en la que ella parecía no querer soltar sus hombros y ninguno deseaba abandonar la caricia de sus labios por nada.

Fue entonces, el momento exacto en el que se dió cuenta de que estaba completamente hechizada por Clark Kent, mucho más de lo que creía estar. Y eso no podía ser nada bueno ¿O sí?















....

Forgive me por la demora, pero mi vida es un completo desastre ahora y mi tiempo está literalmnte medido.

Pueden dejar sus gritos, maldiciones o suposicionespor aquí.

¿Qué creen que suceda de ahora en adelante?

Se aceptan ideas porque voy a tener tiempo de leerlas todas. Más dudo mucho que pueda escribir de aquí a unas semanas. Sorry.

Saluditos a todos,

Debbie

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