CAPÍTULO SEIS

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𝐄𝐋 𝐓𝐑𝐀𝐓𝐎


—Entonces por eso necesitas a Peter —razonó. Se encontró en un punto fijo, parecía buscar una buena respuestas—. Yo... no sabría decirte si es conveniente.

—Tú eres la más cercana a él, deberías poder decirme si puedo lograr lo que quiero con su ayuda. —Intentaba presionar de manera sutil al hada, algo por más pequeño que fuera podría servirle.

—Peter es un niño, luce como un muchacho seguro de sí mismo y capaz de todo, pero es un niño. —Sus ojos azules se mostraban piadosos, hablaba de él con tanta ternura como si se tratara de un pequeño travieso que no entendía las consecuencias de sus travesuras.

—Eso lo sé.

—Es un niño un poco travieso... quizá un poco persuasivo... y a veces un poco caprichoso. —Mordió su labio inferior recordando la actitud del "niño" y aquello la terminaba de convencer de que no era el mejor candidato para ayudar a su Reina a cumplir su objetivo—. Quizá impaciente, pero un niño bueno al final.

—¡Campa! ¡¿Ya terminan?! ¡Tenemos hambre! —gritaba desde afuera aquel "niño" protector de la isla del que hablaban.

«Y ya lo invocamos», pensó Sage escondiendo su irritación con un intento de sonrisa amistosa.

Campanita caminó hasta el agujero por donde habían entrado, con cada paso que daba parecía golpear sus pies con fuerza en el suelo y sus brazos iban rectos en cada lado.

—¡Puedes cazar, Peter! ¡Eres un niño grande! —Sus gritos llegaron hasta cada tímpano que rodeaba el Árbol, no como voz humana sino como tintineos agudos que solo Pan y las hadas pudieron entender. Luego regresó a sentarse con las mejillas rojas y las cejas juntas—. Perdone, los he mal acostumbrado. No entienden que ya estoy vieja y ya no puedo cocinarles Rocachiola para todos.

—¿Por qué le diste a Pan la poción que te dio Merlin? —Ambas se miraron, sin embargo, la pequeña hada bajó la mirada sabiendo que lo que había hecho no estaba permitido—. Esa poción es para las encargadas del Polvillo y dejó de ser producida hace siglos.

De pronto, para Campanita sus dedos con restos verdes de las hojas que había estado cortando resultaban más interesantes que seguir con la conversación. Era mejor que levantar la mirada y ver aquel par de esmeraldas juzgarla.

—Campanita de Nunca Jamás —pronunció cada palabra con un tono de advertencia y cuando el hada la miró supo que callar no era una buena opción.

—Peter tuvo un resfriado y eso me hizo pensar que en algún momento él ya no estaría conmigo, la vida de los humanos dura muy poco tiempo, Majestad. ¿Qué haría yo si algo le pasara? —Se arrodilló frente a la Reina y sostuvo sus manos—. Perdóneme, sé que no está permitido. Pero no me arrepiento. Acepto el castigo que tenga que darme.

—¿Castigo? No te atrevas a hacerle daño. —Peter Pan estaba del otro lado escuchando todo y al oír aquello se tiró al suelo apoyando la mitad de su rostro en la tierra para poder ver el interior del Árbol.

—No te comprendo, tenías la opcion de alargar tu vida como lo hicieron las demás, sin embargo se la has entregado a una criatura inferior. —Trataba de entender la decisión del hada aunque le pareciera de lo mas tonto e innecesario.

—Usted también lo ha hecho. —En aquel instante se arrepintió de sus palabras. Las decisiones de la Reina no se cuestionaban. El hada tapó su boca con sus manos—. Perdone a esta hada tonta que solo quiere proteger su razón de vivir.

Sage se puso de pie y se alejó dándole la espalda. Campanita comenzó a llorar desconsolada sin levantarse del frío suelo de madera. Pan quiso entrar y abrazarla pero su poder tenía un límite.

—No me de la espalda, mi Reina, le suplico. —Chillaba sintiéndose una criatura humillada y rechazada, pues ella creía que su Reina estaba muy descontenta con su actitud y jamás volvería a mirarla cuando la realidad era otra y lo descubriría en unos instantes.

—La has escuchado, no le des la espalda.

Entonces Sage se giró, mostrando la falta que le hacía su Cetro, sus ojos tomaban un color cada vez más claro al igual que dos mechones de su cabello.

—¡Y tú quién eres para darme órdenes! ¡Voy a convertirte en un sapo! —Caminaba deprisa hacia la salida hecha una furia. Cuando salió, las hadas retrocedieron y se inclinaron, los Perdidos se escondieron detrás de su líder y él los miraba ofendido.

—No voy a pelear con ella. —Se defendió uno de ellos.

—Ey, cálmense, Majestad. —Utilizaba sus manos como escudo.

—Espera, Peter. —Campanita salió y tomando una altura considerable se puso en medio—. No es su culpa, necesita su Cetro para que este la mantenga en equilibrio.

«Como si eso me afectara», pensó Pan resistiéndose de decirlo en voz alta.

—Lo sé y me necesita para eso. —Desvió la mirada del hada y la posó en la Reina que ya comenzaba a calmarse. En su rostro pudo ver cansancio, no físico, sino mental—. Le propongo un trato.

—Te escucho. —Lo examinó de pies a cabeza buscando una señal que la advirtiera y cuando vio una curva casi imperceptible formarse en sus labios supo que el chico tramaba algo.

—Aquí no. —Señaló el bosque de donde habían llegado—. Allá.

—Peter —reprochó en voz baja.

—Estaré bien. Tú lo has dicho, soy un niño grande —susurró para ella antes de regalarle una sonrisa que la reconfortó. 

Buscó a la Reina y la encontró alejándose en dirección al bosque. Entonces corrió para alcanzarla.

—¡Suerte! —le gritaban los chicos. Podían burlarse de él cada vez que una oportunidad se les presentaba pero realmente le deseaban suerte, Sage había demostrado ser alguien de poca paciencia y peligrosamente colérica. Del acuerdo al que pudieran llegar el niño y la Reina dependía todo, incluyendo las vidas de cualquier habitante de Nunca Jamás.

—Su Real Majestad —canturreaba buscándola atento a cualquier movimiento o ruido de su alrededor. Había perdido de vista a Sage cuando se adentró entre la vegetación—. ¿Dónde está?

Los arbustos no se movían ni hacían ruido alguno. Era demasiado quietud para un chico tan hiperactivo como Peter Pan, así que hizo un movimiento con su muñeca para que una brisa refrescara el ambiente... o le diera alguna pista de dónde se escondía la Reina.

Inspeccionó cada arbusto que lo rodeaba, uno de ellos permaneció intacto como si algo invisible estuviera a su lado y le impidiera a la brisa mover sus hojas. Sonrió con suficiencia y caminó creyendo encontrarla frente a él en cualquier momento.

—¿Sabías que usar mi título como un insulto está sumamente prohibido? —La escuchó detrás de él, dió un giro disimuladamente e intentó no lucir sorprendido (y humillado) por su sorpresiva aparición. La vió sentada en la rama de un árbol no muy alto con una sonrisa de lado, por supuesto que había notado su ingenuidad, sin embargo él prefería creer que no—. Puedo enviarte a la horca.

—¿No has tenido infancia acaso? —Cruzó sus brazos y la miró sintiéndose superior, por primera vez él no era el niño en el lugar, o eso creía.

—En realidad no. —De un salto apareció frente a Pan su capa carmesí como la sangre la hacía ver imponente—. Jamás he sido una niña.

—Estás diciendo que siempre has lucido... —La miró de pies a cabeza, relamió sus labios dudoso de preguntar—. ¿Así?

—¿Así de radiante, preciosa y joven? Así es —acomodó su cabello largo encima de la capa—. Y no estaba jugando, te estaba probando.

—¿Lo he logrado?

—No lo sabrás jamás.

Pan la contempló durante largos segundos. Nunca había conocido a una mujer con tanta confianza y una acertada versión de sí misma. Tampoco alguna que la mantuviera la mirada y lo obligara a bajar la suya.

Bueno. Hay una primera vez para todo.

Cuando regresó a su cuerpo, pestañeó repetidas veces y se concentró en el motivo por el que estaban allí.

—¿A qué habíamos venido? Ah, si. El trato. —Se aclaró la garganta, intentaba ganar tiempo para pensar bien sus palabras—. Uhm, bueno... ¿lista?

—Hasta que pienses mejor lo que vas a pedirme, te diré lo que quiero. —Clavó sus ojos en los de él dispuesta a mantenerlos allí durante toda la conversación, era la mejor manera de intimidar a un oponente—. Mi Cetro está desaparecido desde hace trescientos años y necesito encontrarlo pronto.

—¿Por qué ahora y no cuando se perdió? —preguntó demostrando estar atento a cada una de sus palabras.

—¿Me crees estúpida? Por supuesto que lo hice, pero no había rastros. Hace pocos días los exploradores de Pradinem llegaron con buenas noticias. —Pan al oír sobre "el gran reino" agregó una cosa más a la lista de deseos «visitar el gran reino»—. Habían encontrado la Rosa de los Vientos, el único objeto capaz de rastrear la magia del Cetro.

—¿Y por qué no... ? —No sabía si preguntar o guardarselo.

—¿Por qué no lo hice yo misma? —Él asintió. Sage tomó aire y lo dejó salir—. No puedo tocarla, si lo hago va a explotar por exceso de magia. Está hecha para que yo no pudiera tocarla. Y el otro problema es que llegar a dónde podemos encontrarla es casi imposible para... mortales.

Mortal. Así lo había llamado cuando lo había interrumpido. ¿Acaso ella sabía sobre la maldición de las Darling?

—Pues no seguiré siendo mortal si tú no me ayudas.

—Sé lo de tu maldición y te ayudaré si me ayudas primero.

—No, no, no. —Reía mientras negaba con la cabeza—. Yo te ayudaré si tú me ayudas primero.

—No, no, no, no —cruzó sus brazos y frunció el ceño, de lo ser una mujer de siglos de vida Pan diría que se veía adorable.

—Yo escuché lo que querías, escúchame tú también.

Lo miró sin quitar su expresión pero se mantuvo callada. No le dió la razón ni se disculpó, solo lo dejó hablar.

—Estas son mis condiciones. —Se dedicó a contar cada una con los dedos mientras hablaba—. Campanita no recibirá castigo. No puedes matarme porque sí. Me ayudarás a enamorar a la nueva Darling...

—Así no es justo. Te ayudaré a traerla aquí, luego tú me ayudas a mí y por último te ayudo a que te bese por su propia voluntad —propuso.

—¿Por qué en ese orden?

—Porque con mi Cetro puedo darte lo que quieras.

Su propuesta era tentadora. Sage junto a su Cetro eran imposibles de vencer, con eso Peter Pan no sólo sería inmortal sino también invencible. Si es que ella lo consideraba un aliado... y él jugaría sus mejores cartas para que así fuera.

Cuando Pan quería algo lo obtenía costase lo que costase.

—Bien, pero aún no termino. —Sage se contuvo de poner los ojos en blanco, ya se había comportado demasiado inapropiado para una Reina—. Me darás información importante cuando la situación lo sea, es decir, no puedes mentirme sino no puedo ayudarte.

—¿Algo más? —Caminaba tocando los arbustos con sus dedos, cada hoja que tocaba su piel parecía renacer más bonita a pesar de estar viva, como si hubieran esperado toda una vida por su toque mágico.

—Si, dos cosas más. La primera, cuando tengas tu Cetro no sometas a Nunca Jamás, no conquistes la isla. Nosotros no tenemos reyes y no nos agrada la idea de que alguien nos gobierne. —Esperó su respuesta, esperaba una confirmación que le asegurara que cumpliera. La Reina dudaba de si era la decisión correcta—. ¿Y bien?

—Te doy mi palabra. —Permaneció de espaldas tocando y embelleciendo arbustos y flores.

—La segunda, no puedes irte a ningún otro lado hasta cumplir con la primera parte del trato. —Apenas terminó la oración Sage se giró de golpe y se acercó de manera peligrosa, Pan se protegía con las manos—. Ey, ey. Es por nuestra seguridad. Nada impediría que tú u otros vengan a conquistar la isla con un gran ejército. Este lugar es un magnífico tesoro.

—Es un tesoro maldito. Nunca Jamás es peligrosa. —Intentó excusarse, si algo pasaba en su reino no lo sabría.

—Pero solo la barrera puede detener a cualquier ser con magia con grandes posibilidades de destruirnos...

—Excepto yo, la isla me aceptó mucho antes que a tí.

—Y solo basta un error para que nos acaben.

—¿Crees que me equivoco? —Se sintió ofendida.

—Por favor, entiéndeme, estoy arriesgando vidas en este trato. Vidas que podrían no importarme, pero no me darían buena reputación sus muertes. —En aquellas palabras Sage pudo identificar un muchacho ambicioso y egoísta que no le importaba mucho las vidas en juego sino su propia imagen. Aunque estaba segura de que allí no estaba incluída Campanita—. Además, ya que no tuviste infancia quiero que tengas una aquí. Eso implica no reglas, ni Majestad, ni mi Reina, ni un reino que cuidar. Te enseñaré a ser una niña. Una niña perdida. Y jamás querrás crecer. Ey, suena genial. Niña perdida. —Saboreó las palabras en su boca como si fueran un manjar—. Deberías sentirte orgullosa, acabo de inventar ese título.

La Reina iba a quejarse. Sin embargo, su razón la detuvo. Quizá sonaba como una completa locura, pero ¿no había sido ella la gobernante de las Maravillas una vez? Esa había sido su primera conquista. Si algo había aprendido en aquella época era que la locura estaba libre de cadenas. Si rechazaba esta oportunidad no habría otras.

—Solo si me dejas mostrarte que crecer no es malo.

—Puedes mostrarme pero no convencerme. —En la expresión de sus palabras denotaba el gran rechazo a la idea de crecer.

—Opino lo mismo.

—Veremos eso. —Pretendía retarla sin saber que ella pretendía lo mismo.

—¿Trato? —Le tendió su mano y él la aceptó—. Una vez que las movamos no habrá vuelta atrás.

—Trato hecho entonces.

Ambos movieron sus manos arriba y abajo dos veces. Y desde entonces ya nada podía romper su trato, nada más que la muerte.








Me tardé mucho, pero bueno.

Sage y Peter a veces son tan distintos y a veces tan parecidos, ¿no?

¿Serían un buen dúo?

Yo digo que serían un poquito caóticos.

¿Por qué Sage nunca fue una niña?

¿Qué es Campanita para Pan?

Votando y comentando me haces saber que te gustó el capítulo o te está gustando la historia.

Y que Peter Pan te visite hoy.

♥️

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