Capítulo 02

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Jennie frunció el ceño antes de mirar a Soojin otra vez. Su amiga mantenía la vista frente al carruaje que se acercaba a lo lejos.

—¿Me puedes repetir el por qué estoy aquí contigo? —preguntó.

—Porque somos amigas —replicó Soojin, cruzándose de brazos—. Y porque quiero intimidarla. Sé que debe saber cuál es su lugar, pero nunca está de más recordárselo.

La alfa castaña resopló, mirando el carruaje detenerse en las afueras del edificio. Soojin vivía en un departamento acomodado, en un buen barrio y con suficiente espacio para recibir a su futura omega. Cuando le consultó si se mudaría a un lugar más espacioso por cachorros, Soojin dijo que lo vería a finales de año, una vez tuviera a su omega preñada.

El Gobierno daba plazo de un año para que el alfa presentara una queja de que el omega no le satisfacía y solicitara un cambio. Si el omega estaba preñado, se le encerraba hasta dar a luz y saber si su cachorro sería omega o alfa. Luego, se le volvía a hacer un examen para ver sus aptitudes, pero el destino que le esperaba no era favorable de ninguna forma, con sólo dos posibilidades de reintegrarse a la sociedad: o lo hacía como omega de entretención, siendo mandado a un prostíbulo, o sirviendo como omega de cría, enviándose a las granjas a parir hasta que quedara inútil. Era imposible que fuera asignado a una nueva pareja alfa pues ya poseía una marca, y nadie quería omegas usados.

El cochero se bajó y abrió la puerta. Del interior se bajó una omega mujer, de cabello pelinegro y largo, con la vista baja y vestida elegantemente. Detrás de ella venía una mujer alfa, que le hizo un gesto, y ambas caminaron en dirección a ellas, aunque la omega venía unos pasos detrás.

Ambas se pusieron rectas.

—¿Seo Soojin? —dijo la mujer, y esta hizo un gesto—. Es un placer conocerla, soy Madame Kang, la encargada de entregar los omegas correspondientes a sus alfas. Le presento a Shuhua.

Sin apellido, sin demasiado renombre, pues los omegas eran despojados de toda identidad.

—Shuhua —repitió Soojin—. Levanta la vista.

La omega obedeció, sin expresión alguna. Tenía unos bonitos ojos, parecidos a los de un animalillo indefenso.

—Alfa —dijo con tono suave, haciendo una pequeña inclinación.

—¿Calificaciones? —Soojin volvió su vista a la mujer, que sonrió con elegancia.

—Estuvo dentro de los cinco mejores omegas de su generación —dijo ella—, Shuhua tiene una bonita voz para cantar, sabe cocinar a la perfección y ordenar según se le solicite. Además, sus exámenes de fertilidad arrojan que todo se encuentra bien con su útero, por lo que debería quedar preñada pronto.

Soojin se movió, caminando alrededor de la omega. Jennie la encontró particularmente hermosa, pero no más allá de eso. De forma personal, ella no era demasiado fanática de los omegas. Pensaba en ellos como aburridos, siempre dóciles, siempre obedientes y sumisos. Pocos solían mantener una conversación interesante, y eran los que no estaban drogados como tal, por lo que solían ser de la clase alta.

Tal vez, por eso mismo, sentía una fascinación por Lisa.

Eliminó ese pensamiento de su mente. No era el momento para dar rienda suelta a su imaginación.

—¿Cómo son sus dosis?

—Una por semana —la mujer le hizo un gesto al cochero, que sacó un pequeño baúl del interior del carro—, está bien con una semanalmente, pero para los días finales, siempre suele ser un poco más... parlanchina. Es, quizás, su único defecto. A Shuhua le gusta hablar. Sin embargo, si le saca de quicio demasiado rápido, siempre puede inyectarle una más.

Soojin recibió el baúl.

—¿Algo más? —preguntó.

Madame Kang sacudió su cabeza y el horroroso sombrero de plumas se movió con gracia.

—Sus celos son cada tres meses —añadió—, debería tener uno la próxima semana.

—Bien —Soojin le hizo un gesto a la mujer de que era suficiente.

—Espero que disfrute a su nueva omega, señora Seo —dijo ella, inclinándose y marchándose de nuevo al carruaje.

Ninguna maleta, ningún bolso. Los omegas no tenían elementos personales ni ropa propia en la Clínica.

A Jennie le causaba un poco de diversión el nombre que le ponían a ese edificio blanco que estaba en medio de un campo. Clínica. Para ella, era mejor llamarla como fábrica, pues eso era, al fin y al cabo. Una gran fábrica en donde los omegas entraban al año de nacidos y salían a los dieciséis, cuando eran asignados a sus alfas.

Ese era el perfecto mundo de Inopia. Los alfas gobernaban y los omegas obedecían.

—Shuhua —dijo Soojin—, vamos, tengo hambre y quiero saber de tus habilidades culinarias.

—Está bien, alfa —habló con suavidad.

Jennie siguió a Soojin, y la omega iba detrás, sin dejar la cabeza baja.

—¿La marcarás esta noche? —preguntó Kim, subiendo los escalones al segundo piso.

—No, primero quiero saber cómo es —contestó la azabache—. Puede que no tenga ninguna gracia en la cama, y si es así, solicitaría un cambio. ¿Lo has entendido, Shuhua?

—Sí, alfa —murmuró la muchacha.

Jennie sabía que su amiga lo hacía para presionarla, pues la amenaza era obvia. Si solicitaba el cambio, el destino de la omega caería en desgracia. Con ese se aseguraban de que se portaran bien. Eso, y la inyección de Jechul que recibían semanalmente.

—Prepara una cena para tres —habló Soojin, una vez entraron al departamento—. Jennie se quedará a cenar —la omega se inclinó antes de dirigirse a la cocina—. Es bonita, ¿no crees?

—Sí, tiene gracia —apoyó Jen, quitándose la chaqueta.

—Unos vestidos se verán bonitos en ella, ya la veo...

Jennie se sentó en el sofá, escuchando las cavilaciones de Soojin sin decir cosa alguna, y pensando en el momento en que ella recibiera a su omega al fin. No debía faltar tanto para ello, y el pensamiento fue suficiente para hacerla sonreír ligeramente.

Poco. Quedaba poco. Ella se aseguraría de eso.

Despertó en una ligera oscuridad al escuchar el llanto.

Lisa parpadeó, observando la pared que se veía a través de la negritud del cuarto. Con los ojos hinchados por el sueño, se enderezó, el colchón hundiéndose, y buscó los zapatos en el suelo. Una vez de pie, el camisón cayendo para cubrir su cuerpo, salió de la habitación y cerró los ojos brevemente. La luz de la antorcha le irritó un instante.

El llanto provenía del primer piso, el lloriqueo de un niño desconsolado. No tuvo que adivinar de dónde provenía, porque el único niño de la casa era Jeno.

—¡Hola, abuela! —saludó con alegría, entrando a la cocina-comedor de la pequeña casa.

—¡Lis! —gritó Jeno, dejando el llanto y sonriendo por la felicidad.

Lisa tomó en brazos al pequeño niño, que no tenía más de seis años. La anciana mujer, sentada en la destartalada mesa, hizo un mohín y siguió cortando las feas cebollas con ahínco.

—Ya era momento de que despertaras —comenzó a recriminar la anciana—, necesito agua antes de que te marches.

Lisa agarró un pan de la mesa, partiéndolo y llevándose un trozo a la boca. El sabor a añejo era claro, pero no era lo peor que comió alguna vez en su vida, así que lo ignoró con facilidad. Incluso le ofreció un trozo a Jeno, que se lo llevó a la boca con avidez, contento de tener un poco más de comida.

—Sí, iré a limpiarme y salgo, abuela —dijo, sin dejar el tono animoso.

—Te he dicho varias veces...

—¡Que no te llame abuela! —se rió, contenta—. ¡No seas mala con Lis, abuela!

La mujer bufó, pero había una sonrisa cariñosa en su boca. Jeno no tardó en aburrirse y salió de la habitación, abriendo la puerta. De seguro iría a jugar con sus amigos.

Lisa aprovechó ese momento para volver a su cuarto, encendiendo una vela con la antorcha del pasillo. En ese lugar no poseían lámparas a gas, menos aún linternas, como existían en el exterior. Sin embargo, para la omega no era importante, porque se las arreglaría como fuera.

A un lado de la cama estaba el jarrón con agua que llenó la noche anterior, y buscó un paño limpio con el que sacarse la suciedad. No tardó en estar lista, vistiéndose con unos pantalones oscuros y una blusa simple, cubriendo su cuello con uno de sus bonitos pañuelos. Tapó cuidadosamente su vieja marca, sin la necesidad de un espejo, porque sabía con exactitud dónde estaba.

No tardó en calzarse los zapatos una vez más y se puso una gorra en la cabeza, volviendo a bajar y agarrando las dos cubetas de agua que la vieja Kyuwon consiguió.

—No tardes —fue lo que dijo la anciana omega.

Lisa le hizo un gesto, saliendo de la casa y encontrándose con los niños corriendo, entre los que estaba Jeno, detrás de una desinflada pelota. Los esquivó con elegancia, caminando por las calles hacia una de las pocas fuentes de agua que poseía ese lugar: una pequeña cascada producto de una filtración de agua subterránea. El Gobierno no estaba un poco interesado en otorgarles mejores condiciones de vida, así que se las arreglaban como podían.

El aire en la Subterránea era pesado y un poco ahogado, pero llevaba viviendo allí más de un año y medio, por lo que Lisa estaba acostumbrada a respirar el polvo del lugar. Aun así, levantó su pañuelo para cubrir la mitad de su rostro. Además, la iluminación dependía siempre de las viejas antorchas que colgaban de las columnas de piedras armadas toscamente y que rodeaban el perímetro de la ciudad. Los pocos impuestos que llegaban a pagar iban destinados al aceite de esas antorchas, pero eso no impedía que en algunos sectores las llamas se apagaran de forma repentina. A eso, se le sumaba el peligro de las estalactitas, porque a veces estas caían y podían asesinar a alguien.

La Subterránea era algo así como la ciudad más horrible, fea y pobre que tenía el glorioso reino de Inopia. Muchos siglos atrás, era una minera enorme de la que se extrajo oro y plata, las bases de la monarquía Min, pero quedó abandonada una vez se acabaron las riquezas. Permaneció un tiempo abandonada hasta que el problema de los defectuosos se hizo imposible de evadir por el Gobierno, y decidieron habilitarla como una ciudad-refugio.

Supuestamente pronto construirían nuevas casas en la Subterránea, pues cada día llegaban nuevos defectuosos, pero no parecía haber mucho avance en eso. No era algo de primera necesidad para el Gobierno, y por lo mismo, los mendigos crecían a cada hora que pasaba el día.

Había dos formas de acceder a la Subterránea: la primera era por una escalera eterna y larga, por la que cada día los que trabajaban en el exterior debían subir para salir, y bajar para entrar. La segunda era la zona de los ascensores, que eran dos, y se encontraban habilitados sólo para las personas de prestigio que visitaban ese sitio, que eran pocas en general.

Eran esas, por supuesto, las entradas legales. Lisa descubrió otras tres entradas ilegales tiempo atrás que significaban arrastrarse, escalar y ensuciarse de polvo. Ilegales y, por supuesto, más seguras ya que fue ella quien dio con estas y sólo las compartió con su círculo más cercano.

Pronto, llegó a la enorme fila que esperaba para sacar un poco de agua. Se encontró con Miyeon en el lugar, que le hizo un gesto para que se acercara.

—Hey, Lis —saludó la alfa, sonriendo con un gesto que reconoció enseguida—, ¿todo bien?

—Sí, Yeonnie —contestó, y Miyeon le hizo un nuevo gesto.

—... una redada nueva, ¿te puedes creer eso? —habló una omega más adelante que ellas—. ¿Qué vienen a revisar aquí, a este lugar de muerte?

—Saldré de excursión después —suspiró Lisa, avanzando en la fila. Por eso Kyuwon le dijo que iba a marcharse—, ¿me acompañas?

—Después de almuerzo —contestó Miyeon, y esa fue toda la conversación.

Recogió el agua necesaria y volvió a la pequeña casucha, sonriendo cuando vio a Jeno sin dejar de jugar.

—Te he traído el agua, abuela —dijo, cruzando la puerta y dejando las cubetas a un lado de la mesa. Kyuwon seguía sentada, ahora cortando unas zanahorias—. ¿No quieres que haga algo más por ti antes de que me marche? Probablemente vuelva en unos días.

—¿Quedan papas? —preguntó la anciana.

—Dos.

—Tráelas y márchate.

Lisa no se sintió herida ante el tono cortante y hosco de la anciana. Ya se acostumbró a ella y su personalidad difícil, y no es como si pudiera reprochárselo. Ella llevaba toda su vida viviendo en la Subterránea, pues era ciega de nacimiento.

No había lugar para los defectuosos en Inopia.

Fue a su cuarto con rapidez, agarrando la vieja pistola que guardaba bajo el colchón y acomodándola en sus pantalones. Se despidió de Kyuwon y salió, buscando a Jeno. Lo encontró construyendo una pared con piedras, junto a sus amiguitos, Jisung y Jaemin. Lisa siempre los llamaba como Triple J.

—¡Lis! —gritó Jeno, corriendo an ella. El niño alfa la abrazó por la cintura y levantó la cabeza. Lisa miró brevemente su labio leporino, sintiendo la ira de que niños como ellos tuvieran que vivir en ese horrible lugar por ser considerados defectuosos.

—Me voy de viaje —le dijo, y el niño escuchó en silencio—, volveré mañana, así que pórtate bien con la abuela. No le llores, ¿está claro?

—Sí —afirmó Jeno, sin dejar la sonrisa—. ¿Me traes un caramelo?

Lisa suspiró, dramática.

—Todo depende de cómo te portes —dijo, pellizcándole la nariz—. Nos vemos.

—¡Adiós, Lis!

Se despidió de los otros niños también antes de seguir su camino, con la vista baja y sin querer llamar la atención de nadie en el lugar. A pesar de que la Subterránea fuera un lugar para marginados, debía mantener un perfil bajo todavía. Si llamaban la atención del exterior, el Gobierno no dudaría en intervenir dentro.

El término ‹‹Defectuoso›› lo usaba el Gobierno para referirse a una amplia gama de personas: las que nacían con un cuerpo no funcional o imperfecto, las locas, las desquiciadas, los seniles, los omegas que ya no servían. Así mismo, ese último término englobaba también a tres tipos de omegas. Por un lado, los que perdían su capacidad de reproducción por la vejez y ya ni siquiera servían para hacer la limpieza. Por otro lado, los que iban destinados a casas de entretención -prostíbulos- y terminaban destrozados, con el aroma tan alterado que ningún alfa lo usaba. En ese caso, los alfas a los que eran designados siempre tenían dos opciones. O los mataban, o los iban a tirar a la Subterránea. Por lo normal, siempre era lo último.

Y, por último, aquellos omegas que se salían de la normal. Esos omegas que no seguían las reglas, que cometían errores, que no eran perfectos.

En el exterior sólo podían vivir los sanos, los limpios, los creados por el Señor. Omegas bien controlados, con el cerebro lavado, y alfas fuertes e imponentes, que tenían claro cuál era el lugar que ostentaban en esa sociedad.

Llevó la mano a su frente, haciendo un mohín cuando sintió su antigua marcar arder y un recuerdo viejo cruzó su mente, rápido como un rayo: las paredes blancas, el dolor en su cuello cuando recibía su inyección diaria, su mente vacía y la sonrisa en su rostro.

Esa dolorosa, irritante sonrisa que debía mantener, incluso cuando estaba recibiendo una paliza.

Inopia se encargaba bien de que sus omegas fueran lo que ellos esperaban.

Media hora después, la poca luz empezó a escasear, alejándose de las columnas con antorchas y adentrándose en la oscuridad. Se conocía esos caminos de memoria después de haberlos recorrido tanto tiempo atrás, las primeras veces incluso dando tumbos al no tener luz alguna.

Lisa siguió caminando, sin temer un poco a la oscuridad. Se iba guiando con una mano en la pared, reconociendo el lugar por el que caminaba, y pronto se metió en una grieta entre las rocas, entrando a otro pasaje por el que se guió. Luego de buscar unos minutos, encontró la vieja lámpara de gas que usaba para ese recorrido, encendiéndola y verificando que le quedara suficiente gas para la caminata.

Siguió caminando, pero también escalando en algunos minutos, por lo que se sintió por horas, siempre en la oscuridad. Las primeras veces que hizo ese recorrido, envuelta en pánico y miedo, con hambre y frío, a veces llorando por el terror, se hizo eterno. Sin embargo, una vez se acostumbró a la tierra, a las rocas filudas en su espalda y cortando sus manos, a las piedritas enterrándose en sus rodillas, el miedo a la oscuridad pareció desaparecer. Sabía bien que eran cuarenta y cinco minutos de constante subida y caminata, entrando por nuevas grietas, arrastrándose por pequeños agujeros, hasta llegar a otra nueva cueva. A lo lejos, podía escuchar el sonido del agua, y esa era la señal que necesitaba para saber que pronto vería la luz.

Pronto, entremedio de la última grieta, apareció una mano. El ruido de la cascada era mucho más fuerte, pero sin amortiguar los sonidos del exterior.

—Te estabas tardando —susurró alguien por fuera.

Agarró la mano, que le impulsó, y salió a la luz. Tuvo que cerrar sus ojos un momento en lo que se acostumbraba, antes de volver a abrirlos y abrazar a su amiga.

—Creo que me estoy volviendo vieja —dijo Lisa, limpiando sus rodillas.

—Por favor —Yuqi le sonrió, y ambas se pusieron a caminar. A lo lejos, la luz se colaba por el agua que caía del río Ouranós, el máximo afluente de Inopia—, eres una persona joven todavía.

—Si tú lo dices...

Yuqi la empujó y Lisa se rió, y a medida que seguían caminando, la entrada a lo lejos se iba haciendo más pequeña. El lugar estaba en una enorme montaña rocosa, una boca que se abría en el suelo y por el que caía un pequeño desvío del río.

Se detuvieron en un punto, cuando se encontraron con más gente, sentados entre las rocas y otros durmiendo.

—¿Cuidaste mis vestidos? —preguntó de pronto, mirando a Yuqi. La alfa se rió.

—Claro que sí, ¿quién crees que soy?

Lisa le dio un suave golpe en el brazo, dejándola y caminando entre las rocas, saludando a otros conocidos. Finalmente llegó a una zona más escondida, donde la luz era sólo por las antorchas que tenían encendidas, y se arrodilló entre unas enormes rocas, encontrándose con su viejo baúl cubierto de polvo. Con suavidad, lo abrió y observó las bonitas prendas dobladas cuidadosamente, los dos pares de botas acomodados en un rincón y su boina, con los lentes acomodados encima.

Cada hermoso vestido que le regaló su querida Roseanne muchos años atrás.

Cerró el baúl con fuerza, espantando esos viejos recuerdos. No le gustaba pensar en el pasado, porque dolía demasiado.

Volvió a ponerse de pie y regresó a dónde estaban las personas. Seulgi estaba sirviendo la sopa de pescado que hizo en las tazas que poseían, y recibió una. Miyeon tuvo que llegar hacía poco, porque se le acercó.

—¿Cuáles son las noticias? —preguntó, y miró a Suho, el alfa infiltrado que tenían en la milicia.

Suho untó un pedazo de pan en la sopa.

—La General enloqueció con tu visita —habló Suho, y Lisa no pudo contraer la sonrisa en su rostro—, estaba muy enfurecida.

Sin poder evitarlo, soltó una risa escandalosa al imaginarse el rostro enrojecido de Jennie, con la ira brillando en esos ojos. Desde que la pusieron al mando de capturarla, Lisa sabía bien cuál sería el premio mayor que Jennie tanto deseaba, ¿no era más que evidente? A pesar del odio que parecía exudar cada vez que ellas se encontraban, también existía otra cosa que la alfa liberaba con facilidad: deseo.

Jennie la deseaba con toda su alma. La alfa estaba obsesionada con ella.

Y Lisa... Lisa, por el contrario, la repudiaba. Jamás sería de ningún alfa, nunca más, y menos de una déspota como lo era Jennie. Jennie era la representación de todo lo que odiaba de ese país.

Sin embargo, no podía evitar caer en sus juegos y siempre buscaba provocarla. Había algo interesante y atractivo en buscar nuevas formas de volverla loca, de burlarse de ella y hacerla sentir derrotada. Amaba ver ese guapo rostro deformado por la rabia.

—Me lo imaginaba —Lisa bebió de la sopa—. ¿Qué más?

—El príncipe se casará —continuó Suho—, en menos de un mes será la boda real.

—¿Quién es la prometida?

—Jeon Soyeon.

Lisa lo pensó un momento, analizando sus posibilidades en ese momento. El siguiente movimiento que debería hacer para empezar a desmantelar a todo el país.

—Bien. Creo que tengo una idea —dijo, luego de unos largos minutos.

Ante esos atentos oídos, les contó lo que harían pronto.

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