Capítulo 01

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Jennie descargó su furia contra los soldados, gritándoles lo inútiles e imbéciles que eran por permitir que una omega se colara dentro de la Sede Central delante de sus narices. Los gritos se escucharon por media hora, incluso la vieja omega recibió varias humillaciones por parte de la alfa. Todos agacharon la cabeza, sin osar abrir la boca, y la verdad era que nadie vio ni oyó algo.

—¡Esa maldita omega! —agarró la foto, estrujándola entre sus dedos como hizo con el pañuelo—. Juro que una vez la vea... —soltó unos murmullos enfurecidos—, voy a someterla y le haré suplicar por su vida.

Soojin permaneció al margen en lo que duró el griterío, esperando en la oficina pacientemente.

—Que esa omega no te distraiga de tu nuevo cometido, Jennie. Recuerda que hoy acuden a la Sede el príncipe y su séquito —dijo Soojin, mirando de soslayo el cuadro que colgaba en la pared, pintado al óleo y presentando la figura del rey.

Jennie estampó la foto arrugada sobre la mesa, apoyando los codos en esta y pasando los dedos entre sus cabellos, tratando de recomponer la compostura. Su día no pudo empezar peor.

—Lo sé. No lo olvidé —replicó de mala gana.

Probablemente, como General del Ejército, le iban a encargar el evento más importante acontecido en los últimos diez años: la boda del príncipe Min Seonghwa.

Min Seonghwa era el primogénito del rey, y con apenas diez años fue prometido a una omega de alta categoría para garantizar el legado de su padre. La identidad de la omega era un secreto guardado bajo llave entre los miembros de la monarquía, siendo revelado un mes antes de la boda, es decir, esa noche.

Jennie aceptó ser la jefa encargada de la seguridad durante todo el evento nocturno. Nada podía salir mal.

—Ni una palabra de que ella estuvo aquí —le advirtió Kim, guardando la foto, la nota y el pañuelo en uno de los cajones de su mesa.

Soojin alzó ambas manos, prometiendo no decir nada, pero la intrusión de la omega en la Sede no era lo que le preocupaba.

—Esa omega parece haber desarrollado un especial interés en ti —señaló. No lograba comprender por qué una omega defectuosa salía victoriosa de sus encuentros con Jennie—. Si no la capturas pronto...

—¡Lo haré! Es solo cuestión de tiempo —se calmó, volteándose hacia su amiga—. Y cuando lo haga... te juro, Soo, será un día memorable.

Las dos manecillas doradas del reloj que colgaba en la pared se posicionaron en el punto más alto, accionando el mecanismo y repiqueteando sonoramente por toda la oficina, anunciando la llegada del mediodía.

—En una hora habrán llegado —le informó a Soojin.

Jennie salió de la oficina y se puso a dar órdenes, pues quería que la Sede estuviera impecable. No estaba muy ansiosa por participar de la boda real, pero no era algo que podía simplemente ignorar y lo mejor era dar una buena impresión.

—¡Limpien esta porquería! —escupió, paseando por los pasillos con paso firme—. ¡¿Acaso no sirven ni para sacar la mierda?!

Los omegas del quinto nivel limpiaron con esmero, sin rechistar. Normalmente los alfas ignoraban deliberadamente su presencia, pero cuando no era el caso, eran menospreciados con insultos y humillaciones. Transcurrida una hora, todo el suelo brillaba reluciente, los cristales de las ventanas no traían ni una pizca de mugre, y hasta los rincones más inaccesibles fueron limpiados exhaustivamente.

Afuera, un ostentoso carruaje escoltado por soldados de la guardia real montados a caballo se detuvo a las puertas de la Sede Central.

—¡Abran las rejas!

Todos los soldados de rango inferior se colocaron en formación, rectos y haciendo el saludo militar. Jennie y Soojin lo esperaban en la puerta principal, viendo al príncipe Min Seonghwa bajar del carruaje. Rodeado por media docena de guardias, el heredero atravesó la entrada, rígido y solemne. Iba ataviado con las telas más costosas de la ciudad, su capa ondeaba al viento, mostrando unos pantalones blancos junto a unas botas altas negras. En la parte de arriba, traía una camisa blanca de manga larga y encima un chaleco bordado con botones dorados, a juego con los motivos que lo adornaban.

Pasó entre los soldados sin dedicarles un segundo de atención, deteniéndose únicamente cuando llegó a la puerta, donde Jennie y Soojin hicieron una pronunciada reverencia.

—General Kim. Teniente Seo —saludó.

—Bienvenido, su alteza —saludó Jennie.

Hechas las formalidades, Jennie y Soojin guiaron a Seonghwa hasta su oficina, acompañados por los seis guardias que formaban un círculo alrededor del príncipe.

Jennie, pese a no aparentarlo, estaba tensa. Esa condenada omega podía arruinar la visita del príncipe con una de sus sonadas actuaciones, dejándola en ridículo delante de todos. ¿No era mucha casualidad que Lisa hubiese irrumpido en su oficina justo el día de la llegada del príncipe a la Sede Central?

No. Tratándose de Lisa nada estaba hecho al azar.

Llegando a su oficina, Seonghwa tomó asiento en una de las sillas, mientras su guardia personal se posicionó a cada extremo de la pieza.

—¿Desea beber algo, su Alteza? —preguntó Soojin.

—No, muchas gracias.

Jennie y Soojin ocuparon sus respectivos asientos, quedando cara a cara con Seonghwa.

—Ya empezaron con los preparativos de la boda —empezó el príncipe heredero, quitándose los guantes de cuero—. ¿Sabe ya cómo organizará el tema de la seguridad? Un acontecimiento de tal magnitud requiere y exige medidas estrictas y seguras.

—No hay de qué preocuparse, su Alteza. Durante ese día la policía y parte del ejército los van a escoltar a usted y a su prometida. Su protección será nuestra prioridad —explicó Jennie.

—No dudo de su compromiso, General Kim, pero ha llegado a mis oídos, que una tal... Lalisa, le está dando problemas. Una omega defectuosa parece ser.

Jennie frunció los labios en una delgada línea, manteniendo bajo control la furia que provocaba la sola mención de su nombre. No permitiría que su autoridad quedara en entredicho.

—Es una omega muy escurridiza —habló tras una breve pausa—, pero no deja de ser una omega. La orden de captura está dada, y su rostro colgado en cada esquina de la ciudad.

—Y, aun así, sigue en libertad —enfatizó, ligeramente irritado—. Le sugiero que se dé prisa en capturarla. Una omega debe saber cuál es su lugar, ¿cierto, General Kim?

Jennie se tragó la humillación lo más dignamente posible, pero sus facciones se crisparon por el odio (y, santo Dios, ese jodido deseo) que sentía por esa maldita omega. No podía esperar por tenerla de rodillas, besando la suela de sus botas mientras rogaba por su vida.

—Por supuesto, su Alteza —concedió la castaña con voz tensa.

—Bien. Regresando al asunto de la seguridad —prosiguió Seonghwa, y su atención se posó en Soojin—. Quiero que una de ustedes se ocupe de escoltar a mi prometida el día de la ceremonia. La guardia real se encargará de la seguridad dentro y fuera de palacio, pero no está de más garantizar también el trayecto hasta la ceremonia. Ahí es donde entran ustedes.

—Descuide, su Alteza. Su prometida dispondrá de varias patrullas para asegurar su llegada a palacio —prometió la azabache.

—Perfecto —asintió, conforme—. Siendo información altamente confidencial, sólo yo estoy autorizado a revelar la identidad de mi futura omega —hizo una pausa, contemplando los anillos que adornaban los dedos de sus dos manos—. Se llevará una grata sorpresa, Teniente Seo. Sus padres se sintieron muy orgullosos y honrados.

Soojin frunció el ceño, sin entender la mención de sus padres.

—Disculpe, su Alteza, pero no comprendo a qué se refiere —dijo la alfa, confundida.

—Estoy hablando de tu hermana menor, Seo Soyeon —anunció—. Ella es mi prometida.

Jennie y Soojin intercambiaron miradas incrédulas. Lo último que supo Soojin de su hermana fue que entró en una escuela de élite, una institución reservada únicamente para omegas de un alto estatus social. Y de eso hacía ya cinco o seis años.

Soojin y Soyeon eran hermanas, pero también dos completas desconocidas. La última vez que Soojin vio a su hermana fue el día de su nacimiento; los omegas y alfas de una misma familia eran separados y educados en distintas disciplinas, para así evitar ser contaminados y a su vez, preservar su honor y, por ende, el de su familia.

Un matrimonio con el príncipe Seonghwa no solo proporcionaría gran prestigio a la familia Seo, también infinidad de privilegios.

—¿Mi...? ¿Mi hermana? —repitió Soojin, perpleja—. Es una... Vaya... No esperaba oír... —vio cómo Seonghwa entrecerraba los ojos, suspicaz—. Es un verdadero honor, su Alteza.

—Lo es —afirmó—. Soyeon se graduó hace dos meses, con honores y aptitudes excelentes, cabe añadir. Ahora varios instructores de la corte le están enseñando todo lo necesario para ser la consorte del príncipe, y más adelante, del futuro rey —remarcó, saboreando esa palabra con deleite—. Es una omega muy obediente. Confiamos en que haga un buen trabajo.

Seonghwa no fue muy explícito, pero Jennie y Soojin supieron leer entre líneas. Pretendían usar a Soyeon para dar una imagen limpia y correcta de los omegas, y que esta sirviera como modelo a seguir.

Era una estrategia para apaciguar el movimiento revolucionario iniciado por Lisa. Si bien tenía pocos simpatizantes, a los altos mandos no les hacía ninguna gracia que una omega defectuosa tuviera apoyo y seguidores en una sociedad donde el alfa era la ley. Al fin y al cabo, Lisa llevaba prófuga de la justicia dos años y medio, cuando una noche lluviosa de finales de enero, escapó luego de haber asesinado a su primer alfa. La omega estaba por cumplir sus dieciocho años en ese momento y la noticia fue todo un escándalo. Jennie recordaba haberlo leído cuando estaba desempeñándose como Coronel, con veintiséis años.

De ahí la advertencia del príncipe por capturar a Lisa cuanto antes.

La reunión concluyó una hora después, tras determinar los detalles de la boda. Al parecer, el rey autorizó que las calles se llenaran de gente para presenciar el recorrido que haría el carruaje hasta la ceremonia. En ella, iría Soyeon, saludando a la muchedumbre para dar una imagen de proximidad y simpatía. Jennie no quiso ni imaginar el bullicio y el caos que reinaría ese día; ciertamente le asignaron la tarea más pesada.

En definitiva, nada podía salir mal ese día. Jennie tenía que asegurarse de eso.

Durante el resto del día, Jennie estuvo hasta el culo de trabajo. Como General tenía demasiadas responsabilidades, y a veces, solo quería cerrar la puerta de su oficina y relajarse en la silla. Sin embargo, no pudo hacerlo.

El capitán del ejército le informó que habían procedido al interrogatorio de los presos, detenidos durante la última redada en la Subterránea. Jennie fue la responsable de llevarlo a cabo, y esperaba ver progresos.

—Ninguno de los interrogados sabe nada. Desconocen la localización del escondite de la omega.

—¿Cuánto duró el interrogatorio? —exigió saber Jennie.

—Cuatro horas, señora.

—Que sean doce—ordenó la alfa con un gruñido de molestia. Si había algo que le frustraba tanto como Lisa, era que sus esfuerzos por capturarla resultaran en nada—. No verán la luz del sol hasta que no hayan soltado alguna información que merezca la pena oír, ¿está claro? Deben saber dónde se oculta esa omega.

—Sí, señora.

Luego de eso, Jennie tuvo varios minutos de paz en su oficina. Se recostó en la silla, cerrando los ojos mientras se retiraba el pelo hacia atrás. En los últimos meses había aumentado el número de redadas, obsesionada por descubrir dónde se escondía Lisa, pero todos sus esfuerzos parecían ser en vano.

Abrió el cajón con brusquedad y sacó la nota escrita por la omega. No se molestó en leerla otra vez, en su lugar, la olió profundamente, embriagándose con ese aroma que la volvía loca.

La primera vez que sintió ese aroma a vainillas fue seis meses atrás, cuando asumió como General del Ejército. El Ministro de Guerra la llamó a su despachó y allí le habló sobre la omega, explayándose acerca de la necesidad de capturarla lo antes posible. Le habló sobre la recompensa, por supuesto, mientras la alfa leía el informe de la Clínica: no sólo sería una cantidad exorbitante de dinero, sino también un puesto en la nobleza, tierras y, por supuesto, la oportunidad de quedarse con la omega. Jennie preguntó con cierto desinterés qué había de llamativo en una omega que poseía una marca rota, y fue cuando le entregaron el aroma de Lisa.

La Clínica poseía, por supuesto, no sólo el historial de Lisa, sino también su aroma guardado en una pequeña botella de perfume. Cada omega tenía un olor particular, y este no fue la excepción: la alfa de Jennie poco más colapsó ante dicho aroma, embriagada y reconociéndola enseguida como suya. Suya.

Esa omega debía ser suya.

—No sólo eso —había comentado el Ministro Ahn—. Lalisa también fue la primera de su generación, por lo que sabrá que su fertilidad es alta. Sería una muy buena omega de cría para cualquier alfa.

Jennie no lo pensó dos veces, aceptando esa suicida misión. Su alfa sólo podía pensar en tener a Lisa a su completa disposición, pues el simple aroma era capaz de ponerla dura.

Por lo mismo, al volver a oler su perfume en esa nota, su mano viajó lentamente hacia sus pantalones, desabrochándolos mientras fantaseaba con tener a la pelinegra delante suyo. Siempre ocurría cuando le percibía.

Agarró su miembro ya rígido y empezó a masturbarse, sin dejar de olisquear la nota.

Estaba deseando volver a encontrarse con ella, y más allá de capturarla, lo que realmente quería era follarla y marcarla.

Su omega. Lalisa sería su omega tarde o temprano.

Hay muchos conceptos aquí que, quizás, a primera vista no se entienden, pero estos se irán aclarando a medida que avancemos en la historia.

Lo mismo ocurrirá con los personajes. Sus historias se irán desentrañando poco a poco.

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