Prólogo

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Advertencias: el siguiente fic es de carácter largo y muy, muy denso por momentos.

La relación será lenta y, por momentos, estará plagada de odio (?) El mundo aquí construido está muy marcado en las tres castas conocidas: alfa, beta y omega, donde como ocurre, los alfas se encuentran en la cúspide y los omegas al final de la cadena alimenticia. Es una distopía steampunk.

Jennie es una alfa hija de su patria, por lo tanto, tendrá pensamientos agresivos y dominantes respecto a Lisa. Se verá mucha tensión sexual entre ellas y el amor no se desarrollará como tal en un inicio. Lisa, por otro lado, será una omega anarquista y provocadora, dispuesta a todo para cumplir con su objetivo, y para ella la paz no es una opción.

Es un fic MUY político por momentos. Muchos personajes serán desagradables por varios momentos. NO es un fic para "pasarla bien" o con el objetivo de leer algo ligero, para que lo tengan en cuenta.

Otras advertencias: manipulación mental, violencia y abuso hacia menores. Hay muchas cosas NORMALIZADAS por lo mismo.

Jennie volvió a soñar con Lalisa Manoban.

Ocurría cada vez que tenía un día estresante en el trabajo, que normalmente siempre provenía de una misma causa: Lalisa. La maldita omega siempre debía ser el origen de todos sus problemas, pero también la solución que necesitaba.

En el sueño, Lisa estaba llevando uno de esos jodidos vestidos que siempre usaba cuando aparecía en público, buscando provocar a todo el mundo. Este era un conjunto oscuro, de color café: la blusa blanca, el corsé apretado alrededor de su cintura, y el vestido abierto por delante, apenas cubriendo sus muslos, pero largo por detrás, cayendo en suaves ondas hasta llegar al suelo. Llevaba un pañuelo alrededor de su cuello, ocultando su piel y glándula omega, y unas medias hasta los muslos. Ese jodido conjunto era rematado con esas botas grandes, de tacón, viéndose tan malditamente hermosa, pero inalcanzable.

Aunque, en su imaginación, no era así. En su mente, en ese sueño, Lisa estaba sentada sobre la mesa de su comedor, llevando el vestido y las botas, pero abierta de piernas para ella. Santa mierda, la sola imagen de tener a la omega así, dispuesta para ella, pidiendo por su polla, provocó que su pene realmente se pusiera erecto en la realidad. Jennie la agarró de la cintura, gruñendo y desesperada por estar dentro de Lisa, para hacerla suya y marcarla, porque no llevaba el pañuelo y le revelaba su cuello, esa piel que no mostraba a nadie y protegía celosamente de alfas.

Y cuando entró dentro de ella... Jennie despertó, apelmazada y desesperada por un orgasmo.

Maldiciendo su imaginación, la alfa se giró en la cama, sintiendo la camisa blanca pegada a su espalda por el sudor. A ciegas, en la oscuridad del cuarto, agarró un pañuelo que Lisa le dejó tiempo atrás.

―¡Para que se masturbe con mi aroma, General Kim!

Casi podía escuchar la risa escandalosa de Lisa mientras se subía al tren en movimiento, el vestido ondeando por el viento, y se despedía de ella, lanzándole un beso. Jennie estuvo a segundos de atraparla, pero como siempre pasaba, la omega hallaba una forma de escapar.

Enfurecida consigo misma, Jennie agarró el pañuelo y lo llevó a su nariz. Casi no quedaba rastro del aroma de Lisa, sin embargo, logró captar un poco de su esencia: vainilla y fresas. Llevando una mano hacia su polla dura, la alfa no tardó en llegar al orgasmo, sintiendo el aroma de la omega contra ella.

Tan agotada y cansada como estaba, no tardó en quedarse dormida, sintiéndose afortunada de que Lisa no volviera a aparecer en sus sueños.

A la mañana siguiente, Jennie se envolvió en su uniforme de color negro: los pantalones, la camisa y la chaqueta, que tenía un complejo bordado de un tono dorado. Encima de los hombros, se colgó el abrigo largo, azul marino y de una exquisita tela, y sobre sus cabellos castaños, el gorro de General en Jefa del Ejército, el cargo más alto que poseía la Fuerza Militar de Inopia.

Jennie era la alfa más joven que alguna vez accedió a ese cargo: estaba por cumplir los veintinueve años y asumió como General unos meses atrás, luego de que el último alfa decidiera retirarse. Jennie siempre se destacó por ser la mejor soldada en entrenamiento, impecable y astuta, y una vez se graduó, optó enseguida como Coronel. Se desempeñó un año allí, sin tardar en llamar la atención de sus superiores, que consideraban que el Ejército necesitaba un cambio fresco ante los hechos que estaban aconteciendo en el reino. Jennie aceptó el cargo y la principal misión, sin pensarlo cuando le ofrecieron un premio que ni todo el dinero del mundo podía comprar.

Salió de su hogar, subiéndose al hermoso carruaje negro que ya le esperaba. Dentro, estaba Soojin con unos papeles. Seo Soojin era su mano derecha, otra alfa de su misma edad y la única persona a la que le podría confiar su vida.

―¿Alguna novedad? ―preguntó Jennie, sentándose frente a su amiga, y el carruaje empezó a andar hacia la Sede Central de Ejército.

―¿Del país? No ―enarcó una ceja―. ¿De mi vida personal? Sí. Me han asignado a una omega.

Jennie le miró con interés.

―Ya era hora, ¿cuándo debería llegarte?

―Dentro de unos días ―Soojin movió su mano con un poco de aburrimiento―. Mientras sea bonita y callada, todo bien para mí.

―Qué aburrida ―suspiró Jennie, algo desdeñosa.

Soojin hizo un ruido de burla, apuntándola.

―No soy de gustos exóticos, amiga, no como tú ―bufó.

Jennie rodó los ojos, pero decidió no contestar. A veces, Soojin parecía escupir veneno a través de sus palabras.

Llegaron quince minutos después, bajándose del carruaje con su amiga detrás. Cruzaron la reja que rodeaba la Sede, caminando en dirección al edificio e ignorando los saludos que los soldados inferiores les hacían. Jennie no tenía tiempo para detenerse y agradecer los respetos que le daban, porque sabía que era obligación de ellos hacerlo.

En el pasillo, arrodillada, estaba limpiando una vieja omega de forma mecánica. Su mano, agarrando un paño mojado, se movía en círculos automáticos.

Ni Soojin ni Jennie la tomaron en cuenta.

Kim fue directo a su oficina, pero antes de abrir la puerta, supo enseguida que algo iba mal. Olía a...

Sin pensarlo dos veces, abrió la puerta de golpe, sacando la pistola que siempre llevaba. Pero en el interior no había nada ni nadie.

No, mentira. Si vio algo.

Sobre la mesa, doblado de forma elegante, estaba otro pañuelo. Este era blanco, con un bordado de rosas muy detallado y bonito. Al lado del pañuelo, inundado en aroma de vainilla y fresas, había una nota escrita con esa hermosa letra que ya reconocía.

Lo único mío que llegará a ser tuyo, General, es este pañuelo.

Besos, Lalisa.

Enfurecida, Jennie arrugó el pañuelo en su mano, y levantó la vista, viendo el sonriente rostro de Lisa pegado en la pared. Debajo de la foto, se leían unas palabras.

‹‹Se busca. Omega defectuosa››.

Adaptación © Hobibuba

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