Capítulo 11

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La mayoría de los edificios estatales en Inopia, incluso las iglesias, tenían una red de túneles que conectaba con las alcantarillas, así que cuando vio su oportunidad, Lisa escapó por una de las puertas que había dejado previamente abierta. Allí, con un arma ya lista y una lámpara a gas, le esperaba Somi, y juntas se escabulleron a través de los oscuros pasillos, bajando, bajando, bajando...

Las alcantarillas estaban sin luz alguna, el único rastro de luminiscencia que existía era el de la lámpara. Se había calzado las botas para poder caminar en las sucias aguas e hizo un mohín por el repulsivo olor, tratando de ignorar el ruido de una rata pasando por entre sus piernas. Años atrás no habría podido atreverse a hacer eso, Lisa le tenía algo de miedo a la oscuridad, pero desde la muerte de Rosé que aprendió a enfrentar esos terrores. Así que, yendo de la mano de Somi, se adentraron en los apestosos, húmedos y estrechos túneles.

—La General Kim... —comenzó a susurrar su amiga una vez se alejaron lo suficiente, cuando ya sabían que nadie les seguía—, actúa como un animal a tu alrededor.

—Es un animal —dijo Lisa, tratando de olvidar lo que había pasado en el altar, aunque fracasando en el intento—, esa idiota...

Un escalofrío la recorrió al rememorar la lengua de Jennie lamiendo su cuello. Su cuerpo había reaccionado, claro que sí, era inevitable con las feromonas alfas golpeándola y la mano de Jennie en su cuello. La alfa pudo apretar para asfixiarla, sin embargo, sólo lo hizo para sostenerla, para remarcar su poder en ella, y santo Dios, Lisa sintió la humedad en su coño. El sólo recordatorio fue capaz de que sus mejillas se colorearan de rojo, avergonzándose por la traición de su omega. Trató de justificarlo en que se debía a que, como cualquier ser humano, ella no podía controlar sus propias reacciones, pero... pero ¿fue así?

Sin embargo, el calor que la inundó pareció enfriarse por la pregunta que hizo Jennie: ¿quién mató a tu antigua alfa?

Sólo pocas personas le habían hecho esa pregunta, porque era más fácil creer que ella lo hizo. Incluso dentro de su grupo rebelde, Miyeon y Yuqi fueron las únicas que preguntaron eso alguna vez, y sabían la verdad. Inna también la sabía, la abuela Kyuwon estaba al tanto... Y nadie más. Bueno, si obviaba a quiénes dieron la orden.

A Lisa no le gustaba recordar aquella noche trágica. El aspecto de Rosé, la sangre caliente derramada en sus manos, los gemidos de dolor, los gritos cuando la puerta fue abierta, el miedo inundándola.

—¡Corre, Lisa, y no mires atrás!

Obedeció a medias: corrió, pero antes de salir por la ventana, miró hacia atrás. Sólo para ver como la vida desaparecía de los ojos de Rosé y un lacerante, desgarrador dolor, le cruzaba el cuerpo.

¿Qué hacía ahora Jennie preguntando, siendo que la historia oficial ya estaba escrita? Lisa no lo negaba, aunque tampoco lo afirmaba, a menos que se le preguntara directamente lo que había ocurrido. Una parte suya sentía... sentía que merecía que la llamaran asesina, porque ella provocó la muerte de Rosé de manera indirecta. Y, al ser lo que todos creían, Lisa pensaba que era mejor quedarse con esa historia oficial. Al fin y al cabo, le iban a tener más miedo a una omega rebelde, que a una obediente.

De cualquier forma, que Jennie hiciera preguntas... ¿Por qué ahora? ¿Qué esperaba encontrar esa alfa desgraciada, indagando en el pasado? ¿Desde cuándo una militar hacía preguntas, en primer lugar?

—¿Lis?

Parpadeó, mirando a Somi gracias a la débil luz de la lámpara. La había estado siguiendo, ambas de la mano como una forma de apoyo y suponía que ella tuvo que haberle dicho algo.

—Perdón —le murmuró—, me distraje...

—Me preocupas —dijo Somi, que era mayor que ella. Muchos de su grupo tenían más edad que ella, pero Lisa era la que actuaba como líder—, tienes... tienes un juego muy peligroso con esa mujer.

—¿Qué hablas, Somi...? —murmuró, tratando de mantener su rostro tranquilo.

—Lo que escuchaste —Somi suspiró—, esa mujer está obsesionada contigo y te arriesgas demasiado al jugar con ella. Ella haría lo que fuera por tenerte.

—Es una alfa —replicó Lisa sin cambiar su expresión—, sólo piensa en follarme.

—No —negó—, ella va más allá de eso. Ella quiere poseerte en todos los sentidos.

Un nuevo escalofrío recorrió a la omega al escucharla decir dichas palabras. Su primera reacción habría sido negarlo, no obstante, no pudo hacerlo al recordar los ojos de la General puestos en ella. Estaban oscurecidos por el deseo, el anhelo... El instinto puro de una alfa que quería poseer a una omega.

Lisa se preguntaba si follarla sería suficiente para Jennie, o quería más de ella. Pensar en los dientes de la alfa enterrándose en su cuello, sobre esa vieja marca, hizo que la rabia la inundara. No, jamás. Jamás dejaría que una alfa como Jennie le marcara, no luego de que los mismos militares estuvieran involucrados en la muerte de su Rosé.

A pesar de que su omega pareciera rendirse ante Jennie. Creía que era inevitable, trataba de convencerse de que lo que sentía su omega por la alfa era sólo el instinto, una falsa necesidad creada por la pérdida de su amor, pero... pero no quería pecar de ilusa tampoco. Si recordaba las manos de Jennie en su garganta, la lengua de la alfa lamiendo su cuello..., sus labios cerrados alrededor de la polla de Jennie, todo en ella se estremecía y retorcía en deseo.

No. Era inconcebible.

—Pues no lo hará —le contestó a Somi—, la mataré antes de que pueda hacerlo.

Su amiga no contestó y el resto del camino, hasta la salida en un paraje por donde corría un pequeño riachuelo. Estaban entre medio del cambio de la ciudad y los bosques, así que Somi se apresuró en apagar la lámpara y sólo con la luz de la luna se empezaron a meter entre los árboles.

—¿Crees que el rey vaya a ceder en algunas de tus peticiones? —preguntó Somi—. Quizás...

—No lo hará —dijo Lisa sin duda alguna—, a la dinastía Min le pegaría en el orgullo. Ya deben tenerlo herido, perder a la prometida del Príncipe Heredero... —una sonrisa retorcida pintó el rostro de Lisa—. No van a seguir humillándose frente a nosotros.

—¿Entonces sólo nos quedará la rebelión?

—Siempre fue la única opción —las palabras de Lisa sonaron sentenciadoras en medio de la noche—, ellos nunca van a ceder por voluntad propia.

Somi asintió.

La caminata fue de aproximadamente una hora, hasta que llegaron hacia la cascada y volvieron a encender la lámpara para ver bien por donde pisaban. Comenzaron a subir por el angosto y rocoso camino, sus ropas mojándose por el agua que salpicaba para todas partes, y la ansiedad de las dos desapareció cuando, al llegar, se dieron cuenta de los gritos de felicidad y emoción.

—¡Lili, Lili! —apareció Miyeon, gritando con una gran sonrisa—. ¡Todo salió perfecto! ¡Mira!

Miyeon le agarró de la mano para llevarla más adentro del túnel. Lisa comenzó a ver a todo el grupo, contándolos y nombrándolos en su mente. Quince fueron a la base policial, y los que volvieron...

—¡Volvimos los quince! —dijo Miyeon, deteniéndose—. ¡Y sacamos todo esto!

Lisa observó las armas apiladas de manera desordenada en tres sacos. Sus ojos se abrieron con fuerza porque... porque eran demasiadas. Más de las que ella había pensado. Bueno, sólo dos sacos estaban llenos de armas, pues el tercero tenía cajas de balas. Había pistolas, escopetas y revólveres.

—¿Cómo fue todo? —le preguntó a Miyeon, antes de que Yuqi llegara cargando un vaso con vino aguado para ella.

—¡Esos idiotas estaban bebiendo tres botellas de vino cuando llegamos! —contó Yuqi con una carcajada—. ¡Hubieras visto sus caras, Lis, no se lo podían creer!

Lisa trató de imaginárselo y, aunque ella no lo hubiera vivido, soltó una carcajada. Recibió el vaso para beber el vino, sin sorprenderse de que le hubieran echado algo de agua para que rindiera para todos. No importaba, con el dulce sabor explotando en su lengua.

—Seulgi está herida —contó Miyeon, antes de añadir con rapidez—, pero no es grave, fue el roce de una bala en su hombro. Yeji ya la está atendiendo. No estaban muy armados que digamos...

Claro que no, Lisa lo sabía. Rosé se lo había dicho en varios momentos: la policía y la milicia no tenía demasiados recursos debido a que la monarquía destinaba sus mayores recursos para satisfacerse personalmente.

—Es un sistema podrido, Lis —le dijo Rosé con un suspiro—, la monarquía Min se ha enriquecido a costa del resto.

Sí, a costa del resto y hacían uso del miedo para controlar al resto. Miedo y control, dos elementos que Lisa conocía muy bien en carne propia. Incluso a los mismos alfas los controlaba con algo tan sencillo como entregarles omegas que podían usar a gusto propio.

—¿Había muchos policías? —preguntó Lisa.

—No más de diez —dijo Jongho, con el rostro ya un poco colorado por el vino—, casi se mearon por el susto cuando nos vieron...

Lisa soltó una carcajada más fuerte ahora, olvidando por completo lo que había pasado con Jennie, esos pensamientos que parecían transformarse en una espiral cuando pensaba en la alfa.

—Ojalá hubiera estado ahí —gimoteó Lisa—, habría...

—¿Di-disculpe...?

La temblorosa y débil voz cortó sus palabras. Lisa se giró, encontrándose con Soyeon, observándola con gesto lloroso.

Lisa no quería sentirlo, pero no pudo evitarlo: hubo pena en ella al ver su estado, pues a pesar de que ya llevaban varios días con ellos, tanto Soyeon como Shuhua se habían negado a cambiarse sus ropas. Ellos les ofrecieron ropas que tenían en sus manos, que si bien no eran la gran cosa, al menos se encontraban limpias y eran más cómodas que esos vestidos. No obstante, ambas se negaron con fuerza y sólo se aferraron a sus prendas, como si así pudieran aferrarse a su propia cordura.

Así que el aspecto de ambas era... deplorable y andrajoso, en especial Soyeon, cuyo vestido de bodas estaba todo sucio, manchado y roto. Debía ser muy incómodo estar con eso puesto, sumado a las ojeras y palidez en ambos rostros.

—¿Sí? —preguntó, volviendo su rostro a una expresión neutra—. ¿Qué ocurre?

La vio removerse con incomodidad, esa misma incomodidad que vio en los omegas de elite al tener que conversar con alguien a quien consideraban inferior. Primero la incomodidad, y luego el desprecio y la burla al darse cuenta de lo estúpidos que eran los omegas clínicos.

—Es Shuhua —dijo Soyeon, con su voz como un hilo—, tiene fiebre.

—¿Fiebre? —preguntó Miyeon, y Lisa leyó la preocupación allí—. ¿Debería ir por Yeji?

—No —Lisa negó con la cabeza—, es por jechul. Es la desintoxicación.

La comezón, los pensamientos intrusivos, la fiebre, los escalofríos, el dolor muscular, los vómitos... Lisa experimentó todo eso en lo que duró su etapa de abstinencia a la droga, e incluso más cosas. Rosé no estaba preparada para nada de eso, pues no había estudios que explicaran lo que podía pasar si un omega dejaba de consumir jechul de un momento hacia otro. Incluso estuvo a punto, sólo a punto, de inyectarle una pequeña dosis para acabar con su sufrimiento.

—Le iré a ver —dijo Lisa, haciéndole un gesto a Miyeon—. Llena un cubo con agua fría y trae un paño, por favor.

Su amiga obedeció y Lisa caminó hacia la roca donde se acurrucaban ambas omegas. Shuhua estaba hecha una bolita sobre unas sucias mantas, temblando y gimoteando por el dolor. Lisa le tocó la frente, sintiéndola caliente.

—Somi —llamó en voz alta—, por favor, trae unas mantas. Shuhua —la omega la miró a través de sus ojos llorosos—, vas a tener fiebre por varios días, pero va a pasar. No estás enferma.

—No... —sollozó ahogada—, ne-necesito... Qui-quiero a alfa...

—Me imagino que sí —suspiró Lisa—, Miyeon va a cuidarte esta noche. Sé que no tiene feromonas para ti, pero es una buena compañera.

A pesar de que en sus planes jamás había estado recoger una omega y obligarla a vivir una desintoxicación de jechul, Lisa no iba a dejar a Shuhua desamparada en ese momento crítico. Ella tuvo a Rosé, a quien pudo aferrarse entre la conciencia y la inconciencia, y Shuhua merecía tener un soporte también.

—¿Se va a morir? —susurró Soyeon, y sonaba afectada.

—No —contestó Lisa—, estará bien. Vas a ayudar a cuidarla.

—¿Qué? —Soyeon se veía fuera de sí—. Yo no sé...

—No, pero aprenderás a cuidar de alguien más —replicó Lisa—. Van a quedarse aquí varios días más, pues no obtuvimos buenos resultados en la negociación.

La actitud de la omega se desinfló más de lo que ya estaba, afectada y desconsolada. Lisa no quería pensar mucho en la conversación con Jennie, sin embargo, era información que debía decir. Lo mejor era que ambas omegas desistieran de cualquier esperanza de salir pronto, y menos considerando cómo iban encaminadas las cosas.

Pensar en las armas que robaron le hizo apretar los labios en un gesto de nervio. Sabía cómo la aristocracia consideraría aquel robo, una afrenta total, y si ellos no obtenían una respuesta positiva, una intención de cambio... entonces deberían tomar medidas más duras y, por encima de todo, peores.

Miyeon llegó con un cubo con agua fría y varios paños, al mismo tiempo que Somi apareció cargando algunas viejas mantas.

—Miyeon, cuida de Shuhua esta noche —le pidió a su amiga, que asintió con la cabeza—. Mañana les daremos ropa para que se cambien.

—No —jadeó Soyeon, abrazándose—, no queremos... Estas ropas son...

—Están sucias y asquerosas —contestó Lisa—, y usarlas no va a cambiar para nada su situación. Es mi decisión y serán obligadas si es que no quieren.

Soyeon se calló, aunque su expresión seguía disconforme. Al final, sólo se arrodilló al lado de Shuhua, agarrando uno de los paños y humedeciéndolo en el cubo antes de exprimirlo y colocarlo en la frente de la omega menor.

Lisa se había dado cuenta de eso, de como ambas omegas estaban acercándose una a la otra con el pasar de los días. En un inicio se habían notado las hostilidades, en especial de Soyeon a Shuhua, pero ahora, las cosas parecían estar cambiando entre ellas. No le preocupó demasiado, pues al fin y al cabo, si ellas se sentían mejor así, iba a respetárselos.

—Shuhua —susurró Soyeon luego de que Lisa se marchara—, Shuhua, no puedes morirte.

Miyeon había ido por algo para comer para ellas, así que la omega lo aprovechó para hablarle a su compañera. A través de sus ojos nublados por la fiebre, Shuhua sollozó.

—Qui-quiero... quiero a Soojin... —gimoteó Shuhua.

Soyeon pensó en su hermana, en ese rostro atractivo, pero desconocido. Desde que volvió del internado de omegas al que fue, unos meses atrás, sólo había visto a su hermana en tres ocasiones y apenas mantuvo una conversación con ella porque, en primer lugar, no era bien visto que los omegas de alta clase hablaran demasiado con los alfas. Los omegas eran para presumir y podían chismosear entre ellos, pero debían ser cuidadosos con sus palabras.

—Quieres mucho a mi hermana —dijo Soyeon, mojando el paño otra vez.

—Es mi alfa —sollozó Shuhua—, es mi todo.

¿Su todo? Soyeon debería pensar lo mismo de Seonghwa, su príncipe. Era muy atractivo, sin embargo, cada vez que pensaba en él, sólo se le venía a la cabeza esa mirada de desprecio hacia todo el mundo, incluso hacia ella la primera vez que se vieron. Soyeon había estado aterrada de que la rechazara, de que dijera que no era suficiente para él, pues sus padres iban a enfurecerse con ella. Puso todos sus esfuerzos en ser una omega digna para el príncipe, en ser lo que esperaban de ella, y ahora... ahora, estaba ahí, atrapada, con ninguna posibilidad de salir.

Trató de aguantar las lágrimas por la angustia. Shuhua le agarró la mano, entrelazando ambos dedos en un gesto de apoyo.

—Estaremos bien —murmuró Shuhua—, sólo... sólo debemos esperar...

Había algo de vergüenza inicial en Soyeon por lo que escuchaba, una parte suya tirando para alejarse de Shuhua y humillarla de alguna forma. Era lo que les enseñaban en el internado, a todos los omegas de elite.

—Ustedes son afortunados —decían las institutrices con tono severo—, son omegas finos, puros y superiores a los omegas clínicos. Ustedes son privilegiados en muchos sentidos de las palabras, y los omegas clínicos siempre estarán por debajo de ustedes, en especial aquellos omegas de segundo nivel hacia abajo.

Por lo mismo, cuando vio a Shuhua por primera vez, y a pesar de que fuera una omega de primer nivel, se sintió amenazada por la mirada de Seonghwa en ella. Shuhua era una omega bonita, más que muchos omegas de elite, y Soyeon no podía dejar pasar por alto tal insolencia. Shuhua tenía que conocer su lugar como fuera.

No obstante, ahora, en esa oscura cueva, sin nadie a su lado, Shuhua era la única en quien podía sostenerse para no quebrarse. Shuhua era... era ese respiro de su antigua vida, la única que podía entenderla a medias.

—Estaremos bien —repitió Soyeon, tratando de aferrarse a esas palabras como si fueran una promesa.

—¡¿ES USTED UN IMBÉCIL, DIRECTOR?!

El hombre, a pesar de que era más viejo que ella, bajó la vista por la vergüenza y humillación, con Jennie golpeando la mesa por la furia.

—General...

—¡¿QUÉ MIERDA ME VA A DECIR?! —espetó Jennie con ira—. ¡¿AHORA NO SÓLO DEBO HACERME CARGO DE LOS MILITARES, SINO TAMBIÉN DE LA POLICÍA?!

Los gritos prosiguieron por largos minutos, con Jennie descargando toda la tensión que tenía en ese momento. Una vez acabó, el Director General de la Policía, Shin Haesoo, salió de la oficina con los ojos llorosos. Jennie se sirvió un vaso con whisky, gruñendo por los problemas que significaba que el grupo de Lisa se hubieran robado armas. Armas. Jodidas armas con las que podían hacer daño.

Sólo tenía un alivio ante ese problema: que el robo hubiera sido en la policía y no en un organismo militar. Como fue en una institución policial, entonces la culpa era de ellos y de su Director a cargo, no de Jennie.

Maldita fuera Lisa y esa cabeza perspicaz que tenía. A Jennie le pegaba en todo el ego admitir eso, pero ya no había forma alguna de negárselo, de quitarle el mérito a la omega: era inteligente y astuta, siempre teniendo un movimiento bajo la manga con el que desarmarle. Lisa se salía de la norma de un omega, pues en primer lugar, pensaba. Razonaba. Un omega así era demasiado peligroso, y lo peor es que, para Jennie, sólo provocaba que el deseo enloquecido de poseerla fuera más grande.

El recuerdo de lo ocurrido la noche anterior envío una sensación extraña por su espina dorsal: la iglesia en penumbras, la omega frente a ella con esos ojos brillando, su mano cerrándose en el cuello de Lisa cuando vio su oportunidad. Como la omega se hizo hacia atrás y Jennie separó sus piernas para meterse entre ellas, antes de lamerle el cuello. El aroma de Lisa estalló con fuerza en su nariz y Jennie sintió su polla endurecerse al oír su jadeo. Mientras veía esa mirada brillante en ella, la vaga amenazaba haciéndola reír, sólo tuvo un pensamiento: mía, mía, mía. Es mía. Esta omega me pertenece.

Tuvo que alejarse para razonar, para no dejarse embriagar, y quebrar el ambiente caliente entre ambas: ella preguntó sobre su antigua alfa.

Bajó la vista para leer las enormes carpetas en su escritorio. Lo primero que hizo al llegar ese día fue pedir todos los documentos que hablaban sobre la investigación del caso Lalisa. Cuando ocurrió Jennie todavía no llegaba a ese puesto y no le interesaban los detalles, no obstante, como estaban las cosas...

Ella necesitaba toda la información posible.

Agarró la primera carpeta, abriéndola y observando que se trataba sobre Park Roseanne, la antigua alfa de Lisa. Salía toda su información: año de nacimiento, padres, educación, principales logros... Incluso fotografías. Tenía veinticinco años cuando, por sus servicios a la corte y el Estado, se le concedió a la mejor omega de la generación de la Clínica, que fue Lisa. Rosé había perfeccionado en su trabajo como científica la dosis de jechul, con efectos más profundos en los omegas.

El 18 de febrero de 1853 d.E., en el cumpleaños número dieciséis de Lisa, la omega llegó a casa de Roseanne. Según los informes, no pasó mucho tiempo para que Rosé informara que marcó a la omega y, seis meses después, contrajeran matrimonio en el registro civil. No había ningún apartado que mencionara alguna queja por parte de Rosé sobre Lisa, ni siquiera hacía mención del importante apartado que enviaron de la Clínica sobre la resistencia a la voz alfa por parte de la omega. Parecía... una convivencia idílica.

Agarró otro documento titulado Seguimiento de omega, que servía básicamente como una especie de diario que se llevaba de cada omega una vez salía de la clínica, y que consistía en anotaciones que el alfa a cargo informaba mensualmente en lo que duraba el período de adaptación hasta el nacimiento de los dos primeros cachorros. Comenzó a leerlo sin notar nada particular... Hasta que llegó al 5 de enero de 1854 d.E., casi un año después de que Lisa llegó a casa de Rosé.

Se comunican desde el hospital pues la omega sufrió una descompensación y tuvo que ser internada de urgencia. Se pensó en un embarazo al encontrarse con síntomas como vómitos, dolores musculares y de cabeza, pero luego de un minucioso examen, se descartó esa posibilidad. Cuando se le hizo el examen de hormonas jechul, el resultado fue alarmantemente bajo y al hablar con la alfa, esta sólo mencionó que se le olvidó colocarle la inyección correspondiente a la semana. Se le ofrece inyectarla en ese momento, pero la alfa se niega alegando que sólo quiere regresar a casa con la omega.

Bajo observación militar.

Frunció el ceño y repasó las últimas líneas, meditando sobre su significado. ¿Bajos resultados de hormonas jechul? La última frase sólo remarcaba que no fue la única que notó la inconsistencia, pues Lisa no debería tener esos resultados y menos cuando estaba emparejada con una científica. Una científico que colaboró activamente con perfeccionar la inyección.

El hospital tuvo que informar de la situación a los altos mandos, ya que hubo vigilancia en la pareja las siguientes semanas, pero no hubo ninguna situación extraña. Incluso, un mes después, fueron invitadas a una tertulia donde la omega fue con Rosé y nada se salió de lo esperado.

Jennie rebuscó en los informes hasta dar con el de la noche de muerte de la alfa. No fue ninguna sorpresa encontrarse con lo que ella ya había leído anteriormente.

Los policías Choi Seunghyun y Kang Daesung acuden al domicilio de la alfa luego de una llamada anónima que declara que la omega Lalisa Manoban se ha rebelado contra su alfa. Al entrar...

No. Eso no era lo que ella quería leer.

Se puso de pie y salió de su oficina, yendo hacia su secretaria, una silenciosa beta llamada Suran.

—Te pedí todos los informes, Suran —dijo entre dientes.

—¿General Kim? —ella parpadeó—. Oh. Esos son...

—No —sacudió la cabeza, hablando duramente—, faltan informes. Falta información.

Suran ajustó sus lentes, bajando la vista un momento a los papeles en su escritorio. Al levantarlo, no la miró de manera directa.

—Fueron los documentos que me autorizaron, General Kim.

Jennie tensó su mandíbula al escucharla decir eso, lo que no fue ninguna sorpresa. Ella sabía... Tenía más que claro que había documentos que no eran de total acceso a todo el mundo, que sólo unos pocos tenían el derecho a leer. Había creído que ella, como General de la Milicia, tendría dicho privilegio, pero tampoco le llamó la atención que no hubiera sido así. Jodido país lleno de secretos.

—¿Te dieron motivos, Suran? —preguntó.

—Dijeron que si quería los documentos extras... —ella titubeó—, debía pedir autorización del ex General Lee.

Apretó más sus dientes al pensar en el antiguo General que estuvo antes de ella y que se retiró. Era un hombre poderoso y con el que debía irse con cuidado.

—Bien —gruñó, volviendo a su oficina y cerrando con un portazo.

¿Acaso se está dando cuenta de que algunas cosas no calzan?

Mientras se servía otro vaso de whisky, recordó las palabras de Inna cuando la visitó semanas atrás. Las inconsistencias en ambos relatos, que Lisa se haya librado de jechul, que hubiera información clasificada a la que ella no tenía acceso... Jennie se estaba dando cuenta de todas las irregularidades, y si había algo que detestaba, era que no le dijeran todo. Ella odiaba sentirse en blanco.

Así que iba a obtener esas respuestas como fuera, de lo contrario, se volvería loca, además de que esa información la obtendría de la fuente principal, por supuesto. Y sabía muy bien cómo sacar a Lisa de su escondite.

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