Capítulo 12

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Entregarle un mensaje a Lisa era complicado. Inna lo sabía muy bien, pues así ellas lo habían decidido.

Se lo trató de explicar a la General Kim, que se había sentado en la cómoda silla de su oficina, apoyando sus pies en la mesa, como si estuviera en su casa. Con su mano derecha jugaba con un cuchillo, mientras que con la otra, sostenía su arma de manera relajada.

—¿Complicado? —se había burlado la General con esa sonrisa de mofa, suspirando—. Es un favor, Madame Yoo. Un favor por nuestra reciente amistad.

No pasó por alto el sarcasmo y la ironía, el hecho de que la alfa la estuviera presionando de tal vil forma. Apretó su mandíbula, aunque sus ojos estaban bajos, sabiendo que lo mejor era no empujar los límites de la militar. Ella sabía lo volubles que podían ser.

—Sí, pero el mensaje le podrá llegar en unos días, no es inmediato —habló, tratando de que su voz no se sacudiera—. Y luego, la respuesta...

—No lo entiendes, Yoo —la General enterró el cuchillo con demasiada fuerza en la mesa—, yo no quiero que Lalisa me responda, porque Lalisa va a ir. De lo contrario, escogeré a una de tus lindas putas, me la llevaré al cuartel y la torturaré, ¿está más claro ahora?

Inna apretó sus manos en puños, enfurecida por la amenaza, pero teniendo claro también que no podía replicarle o negarse. Si la General Kim lo quería, simplemente podía hacer lo dicho sin que nadie le dijera algo. Al fin y al cabo, a nadie le importaba la muerte de una prostituta en manos de la policía.

Acabaré con este país, le había susurrado Lisa tanto tiempo atrás, tres semanas después de haberla acogido, te lo prometo, Inna, lo acabaré. Cada muerte de los míos, lo van a pagar.

Ella lo rogaba. Lo deseaba. Cada muerte de sus queridos, dulces y abandonados omegas, todos los que había perdido en el camino...

—¿Cuál es el mensaje?

Estaba sellado, se dio cuenta, e Inna no se arriesgaría a romperlo a pesar de que la curiosidad le ganara. Era pequeño, así que se lo entregó a Hyunah, que lo recibió en silencio y, una vez la General Kim se marchó, la omega salió a dejarlo.

Era un viaje largo que hacía ese papel para llegar a manos de Lisa. Hyunah debía ir al mercado bajo, un apestoso lugar en el que se vendían productos que, la mayoría del tiempo, eran de mala calidad. En el puesto de un beta compraba algo de frutas y verduras para el prostíbulo, y en el intercambio del dinero, ella entregaba el mensaje. De ahí, Son Hyunwoo pasaba el resto del día vendiendo sus productos y una vez vendía suficiente, guardaba todo y se encaminaba a la plaza principal de la ciudad, donde remataba sus últimos productos a bajo precio. Si tenían suerte, un omega que solía salir dos veces a la semana para comprar productos para su hogar, paseaba por el lugar.

Hyunwoo tuvo suerte. Mientras Lee Jisung compraba, Hyunwoo le entregó el papelito en la bolsa de productos. Sin decir nada, Jisung volvía a casa y debía esperar al anochecer, que era cuando su alfa, Lee Minho, llegaba del trabajo. Lo recibió con panes recién horneados.

—¿Algo nuevo, cariño? —preguntaba Minho, besándole la mejilla.

—Lo mismo de siempre —Jisung, con calma, deslizó una bolsa con tres panes que horneó—, un mensaje para nuestra amiga.

Minho guardó la bolsa en su maleta.

A la mañana siguiente, luego de despedirse con un beso de su omega, Minho se encaminó a su trabajo. Se desempeñaba como Químico Farmacéutico del Hospital Público de Inopia y, una vez allí, supo que en media hora más su supervisor, Choi Seungcheol, partiría a la Subterránea a dejar la carga de medicamentos a punto de vencer para los defectuosos.

En lo que llenaban la carreta con las cajas, Minho le entregó la bolsa con los panes.

—Se los manda mi omega, Choi-nim —le dijo con una sonrisa educada—, esperando que su esposa haya tenido un buen parto.

—Bien, gracias —Seungcheol lo recibió y pronto partió con los medicamentos.

Entrar a la Subterránea era todo un papeleo, aunque como ya conocían a Seungcheol, no fue tan lento como debería serlo. Revisaron las cajas, comprobaron la fecha de caducidad, le preguntaron para quién eran esos panes.

—Para mí, por supuesto —exclamó Seungcheol—, ¿qué, piensan que se los daré a esos desechos?

Los guardias se rieron y lo hicieron pasar, dándole dos horas para regresar o recibiría una amonestación. Seungcheol hizo un gesto ligero y, bajando en el enorme ascensor, fue entrando a la fea ciudad.

En la pequeña farmacia dejó los medicamentos, viendo la fila que ya había por parte de los defectuosos para alcanzar algo de medicina con el poco dinero que poseían. Al lado de la puerta había una mendiga pidiendo algo de dinero y Seungcheol le entregó uno de sus panes, el que estaba más quemado, junto con un par de monedas.

La mendiga, una omega conocida como Min Jumi, que perdió un ojo luego de que su alfa se lo arrancara como castigo por no haberle podido dar un hijo alfa, agradeció el pan y las monedas, y se alejó de la farmacia para caminar por la ciudad, sacando pequeños trozos del pan para alimentarse. Cuando notó el papel, se desvió de su camino y no tardó en llegar ante una puerta, tocándola con suavidad. Un niño le abrió.

—¡Jumi! —saludó el pequeño—. ¡Abuela, es Jumi! ¡Trae pan!

—Bien —murmuró la vieja Kyuwon—, tráemelo, niño.

Jisung (que alcance de nombre) lo agarró y fue donde la abuela, despidiéndose de Jumi, que siguió su camino. Kyuwon partió el pan y, a pesar de sus ojos ciegos, logró sacar el papel y lo dejó a un lado, antes de entregarle la mitad de la comida al niño.

—¿Está bueno? —preguntó, volviendo a remendar uno de los sucios pantalones del pequeño.

—¡Muy bueno, bueno! —exclamó Jisung con felicidad.

Nadie fue a buscar el mensaje por el resto del día, pero era lo esperable. Kyuwon no sabía cuándo podría entregarlo, por lo que fue una sorpresa cuando, al día siguiente, se apareció Yuqi, una de las amigas de Lisa, a dejarle un cubo con agua. La anciana le entregó el papel mientras Yuqi le daba un caramelo que consiguió a Jisung, que saltaba por la alegría: ¿es que no podía tener más suerte? ¡Pan y caramelos en la misma semana!

Esa misma noche, sentada frente a la fogata y observando a una temblorosa Shuhua, Lisa rompió el sello. La letra era ligeramente curva, redonda y muy elegante.

En el vagón de verde descascarado, en la estación abandonada.

Sábado, a las 10 pm. Debes venir sola.

Si no te apareces, quemaré el prostíbulo de Inna con ella y sus omegas adentro.

J. K.

Arrugó el papel y se lo entregó a Miyeon, que lo leyó y frunció el ceño.

—Es una trampa —le siseó su mejor amiga, preocupada—, no debes ir.

Lisa soltó el aire que estuvo conteniendo, volviendo su vista al fuego y pensando en sus opciones.

—Sabe lo de Inna —meditó la omega—, pero no lo ha acusado ante el gobierno por algún motivo.

—Chantajearte —aventuró Miyeon—. Lili, no te arriesgues a caer en sus manos.

—Matará a Inna —habló Lisa, y su voz se volvió tensa—, matará a sus omegas. No puedo permitirlo.

—Es una trampa —insistió Miyeon—, va a estar esperándote con un montón de soldados para capturarte, Lis.

Probablemente sí, eran altas posibilidades. Sin embargo, Lisa no podía evitar darle vueltas a la situación, al hecho de que Jennie supiera sobre su relación con Inna, y aun así, no la hubiera denunciado todavía. No la hubiera matado. Al fin y al cabo, lo que hacía Inna era alta traición al reino y sólo debía pagarse con la muerte de la mujer. Era un precio que la alfa tenía más que claro.

No obstante, seguía viva. Jennie incluso pudo haberla usado antes para sacarla de su escondite, hacerle una amenaza a la que ella ya estaba preparada: "entrégate o la mataré". Pero no lo había hecho, no hasta ahora, y una parte suya sabía que no era para tomarla prisionera.

¿Quién mató a tu antigua alfa?

Un escalofrío nuevo la sacudió y apretó sus dientes. A veces, la pregunta de Jennie se aparecía en sus sueños, la mirada puesta en ella, la grave voz susurrándosela al oído.

¿Qué pretendía Jennie interrogándola de esa forma?

No tuvo tiempo para meditarlo en aquel instante. No cuando Miyeon soltó un grito bajo, poniéndose de pie y yendo hacia Shuhua, cuyos temblores aumentaron a un punto alarmante. Soyeon, ya no tan gloriosa en las ropas que les entregaron, acomodó una manta arrugada bajo la cabeza de la omega, que lloraba y gimoteaba.

Dos semanas. Dos largas semanas desde que habían llegado allí. Lisa sabía que la omega todavía tenía jechul en su sistema, al fin y al cabo, llevaba más de cuatro años siendo inyectada semanalmente con, al menos, una dosis de esa mierda.

—No será de inmediato —le había dicho Rosé casi dos meses después de que empezó su propia desintoxicación, cuando Lisa le suplicó que la volviera a inyectar para dejar su cabeza en blanco, sus dedos casi sin uñas porque estaba comiéndoselas por la ansiedad y la desesperación—. Cuatros años con jechul, Lili... La abstinencia puede ser dura para una adicta.

Ella no quería estar en abstinencia, ella sólo quería su dosis de jechul. Todavía no lo entendía en ese tiempo, le costó comprenderlo, al fin y al cabo, era borrar de su memoria prácticamente los dieciséis años de su vida. ¿Y a qué se aferraría, si al final toda su existencia fue una mentira?

Fue hacia Shuhua, observando a Soyeon sollozar por el miedo y el terror. Miyeon acariciaba las pálidas mejillas de la omega menor, con clara preocupación y Lisa sabía que su amiga se estaba encariñando.

—Ne-necesito... necesito... —suplicaba Shuhua entre jadeos y llantos.

—No lo necesitas —le dijo Lisa, quizás con demasiada dureza de la que debería, pero ver a Shuhua era verse a sí misma y retroceder a una época que le gustaría olvidar—, sé que no puedes darte cuenta ahora, pero me lo agradecerás más adelante.

—¿Agradecértelo? —habló Soyeon con incredulidad, y Lisa la miró. A pesar de que ahora vestía ropas sencillas y ordinarias, seguía siendo una omega hermosa—. La estás torturando, ¡no tiene nada qué agradecerte!

—¿Torturarla? —se rió fríamente—. ¿Es una tortura querer librarla de la droga que nos colocan obligatoriamente desde los doce años? ¿Y qué sabrás tú, Jeon Soyeon, de tortura si nunca pisaste el suelo de la Clínica? ¿Siquiera sabes que nos hacen allí? —se inclinó y Soyeon apretó sus labios—. ¿Quieres que te cuente de la vez que tenía nueve años y vi cómo le rompían la mano a la omega que estaba sentada a mi lado porque cuestionó la pregunta del profesor? ¿O de la vez que tuve el descaro de subir tres kilos y, para hacerme bajar de peso, me alimentaron con una comida diaria por dos semanas? —una risa oscura ahora—. Te puedo contar de cómo me indujeron a mi primer celo con jechul y no se les ocurrió nada mejor que doparme con feromonas alfas y violarme con una máquina de mierda, ¿qué te parece, Soyeon? ¿Eso no es suficiente tortura para ti?

Soyeon tensó su mandíbula a medida que hablaba, pero Lisa volvió su vista a Shuhua que, a través de la fiebre, le observaba con ojos llorosos.

—¿Esto es una tortura, Shuhua? —le preguntó—. Y todo lo que te hicieron en la Clínica, ¿no lo es?

Silencio. Shuhua no dijo nada y Miyeon la cubrió con una manta, frotándole la mejilla en un vago consuelo. Lisa se preguntó, mientras se retiraba, cuánto tiempo más tendría que esperar una respuesta por parte de la monarquía. O, quizás, ya era el momento de dar un paso más, a pesar de que ese paso implicara muertes.

Sin embargo, ¿cuántas muertes tendría que pagar el país para conseguir su objetivo? Lisa no quería saber la respuesta.

Mirando sin expresión alguna a los soldados de la Sede Central, Jennie se quitó los guantes de cuero con gesto pausado y tranquilo, aunque liberando feromonas de enfado y enojo.

—La omega Lalisa, junto con sus compañeros, tienen una red enorme de apoyo —habló con voz lenta, como si estuviera pensando bien cada palabra. Rectos y tensos, sus hombres no la miraban a la cara—. Una red de apoyo que, estoy casi segura, debe tener a algunos infiltrados en nuestra Sede e, incluso, en el propio Gobierno y dinastía.

A su lado, Soojin tenía una expresión que trataba de ser indiferente, aunque Jennie captó el cansancio en su mirada. Por mucho que la alfa quisiera aparentar que se encontraba bien, Jennie sabía que estar lejos de su omega la estaba afectando más de lo debido.

—Por lo mismo, los estaré llamando uno por uno a mi oficina, para conversar —alzó su barbilla, desafiante—. Si el o los traidores desean confesar, ese será su momento y podrá optar por un perdón real si la información que nos entrega es de vital importancia. De lo contrario, cuando descubramos a la persona que nos traicionó... me encargaré personalmente de su tortura. Pueden retirarse.

Sus soldados murmuraron despedidas antes de girarse e ir por sus obligaciones, y Jennie los contempló marcharse, antes de voltearse hacia Soojin.

—¿Hay noticias de la Subterránea? —le preguntó a su amiga.

—No —respondió Seo con una mueca de asco—, aunque puedo asegurar que Lisa y su grupo no se esconden directamente allí.

—¿Oh? —Jennie enarcó una ceja—. ¿Y eso por qué?

Otra mueca en el rostro de Soojin.

—No he podido captar el aroma de Shuhua en todo ese sitio, y lo he recorrido de pies a cabezas —habló con irritación—. Ni siquiera el lazo tirando. He sentido... —llevó una mano hacia su cuello—, tirones de necesidad, pero mi alfa no puede ubicarla.

Jennie se imaginaba que era así y lo mucho que debía estar afectando a su amiga. Era el problema del lazo, algo que los científicos todavía no podían descifrar o solucionar: ellos estaban buscando una manera de que los alfa no tuvieran que verse sometidos a las emociones y sentimientos de los omegas. "Un buen alfa", decía el Manual Alfa DAS: Dominación, Autoridad y Supremacía, "mantiene a raya sus emociones, pues ellas los hacen débiles e imperfectos. Un alfa nunca debe inclinarse ante los sentimientos omegas". Sin embargo, hasta el día de hoy todavía no había buenos resultados sobre aquel problema.

—Pensé que pedirías a un nuevo omega —comentó Jennie con curiosidad.

Soojin oscureció su mirada.

—Lo pensé, pero ¿qué precedente sienta para mí? —dijo con voz tensa—. Permitir que una omega defectuosa me quite lo que es mío... —Soojin la miró—. Una vez recupere a Shuhua y Lalisa esté tras las rejas, voy a...

—A hacerle nada —Kim alzó su barbilla—. Lalisa es mía, Soojin, más te vale recordarlo. Y nadie toca lo que es mío sin mi permiso.

Soojin resopló, aunque bastó para saber que había entendido sus palabras. Jennie decidió cambiar de tema.

—¿Sospechas de alguien en la Sede que pueda estar informando a Lalisa?

—Sospecho de todos —entraron a la oficina de Jennie y Soojin fue directo hacia la botella de whisky que había allí, sirviéndoles a ambas—, lo que no me hace sentir ni un poco mejor. Tener a un espía...

—Nos deja en ridículo —Jennie frotó su frente, recibiendo el vaso con el alcohol—, más de lo que ya nos deja, santo Dios.

Su amiga asintió ante sus palabras, dándole la razón porque era la verdad: la situación en el país se estaba volviendo más caótica con el pasar de los días y los periódicos hacían eco sobre la desaparición de la prometida del Príncipe Heredero. Habían pasado más de dos semanas y no estaban más cerca de pillar a Soyeon (y Shuhua) que desde el primer día que se la llevaron.

Jennie pensó en la expresión del Rey mientras le platicaba acerca de las peticiones de Lisa, un mohín apareciendo hasta transformarse en una mueca de ira y enojo. Jennie se quedó callada al escucharlo despotricar, sin intervenir ya que sabía cuál sería su reacción. El problema era que, ante la negativa de diálogo, Jennie se quedaba sin opciones de negociación, con el monarca exigiendo más redadas para descubrir dónde retenían a Soyeon.

—El problema es que en la Subterránea nadie dice nada —dijo Soojin con un gruñido—, alguien debe saber algo, pero protegen a Lalisa como si fuera una princesa... Ni siquiera por la recompensa...

Jennie miró la fotografía de Lisa que tenía pegada en su tablero, las palabras de "Se Busca", y casi pudo escuchar su risa.

—El dinero vale una mierda en la Subterránea —habló Jennie, y fue como si una luz se posara en su cabeza—. Pero... Si entregamos algo más valioso que el dinero...

En un inicio Soojin pareció no entenderla, pero pronto su expresión se llenó de entendimiento y comprensión, pensando en la idea que su amiga estaba sugiriendo.

—¿Salir de la Subterránea? —preguntó con cuidado Soojin—. Ese tipo de poder...

—El Rey puede otorgarlo —dijo Jennie, y alzó su barbilla—. No importa si es un alfa, un beta o un omega defectuoso, si nos entrega información relevante, se le entregará un ticket de salida permanente de la Subterránea. Con dinero —Jennie se acercó a la fotografía de la omega—. ¿Alguien traicionaría a Lalisa por eso?

Probablemente sí. Al fin y al cabo, las convicciones podían derrumbarse en un minuto cuando se entrega un tesoro que nadie puede obtener.

—Ve a conversar con el Rey —le ordenó Jennie—, que emita un decreto para llevar a cabo esto.

—Pero si no quiere... —habló Soojin con precaución.

—Va a aceptar —le dijo Jennie con seguridad—, dirá que sí. Quiere sacar a Lalisa de su escondite a como dé lugar.

Soojin asintió ante sus palabras y se marchó poco después, quedando en traerle la respuesta definitiva el día siguiente. Jennie se bebió lo último de whisky y comprobó la hora: las seis de la tarde. Aún quedaban cuatro horas.

El resto de las horas las pasó llamando a los hombres y mujeres que trabajaban en la Sede, tratando de buscar algún resquicio de debilidad, de traición en sus ojos. No tuvo buenos resultados, aunque toda frustración disminuyó cuando finalmente se vistió con su abrigo y salió del edificio, yendo al establo para montar a su caballo, Byeol. No había salido herido de la persecución con Lisa, lo que fue un gran alivio para la alfa, ya que consideraba a dicho caballo como un fiel compañero. De color negro como la noche, era uno de los caballos más rápidos de la Milicia.

Inopia tenía una extensa red de trenes y carriles que conectaba con los pueblos y pequeñas ciudades fronterizas, un enorme y moderno sistema que no dejaba sitio sin unión. Sin embargo, la construcción de dicho sistema había llevado al abandono de una antigua y pequeña estación que, obsoleta, había perdido toda su gloria pasada. El césped había crecido junto con la maleza entre los rieles y los pocos vagones que quedaban estaban destartalados, algunos llenos de telarañas y suciedad. Dejando que Byeol pastara, fue hacia el único vagón con restos de pintura verde, entrando y haciendo un mohín al ver el polvo en uno de los caídos y roídos sillones que, antaño, servían para que la gente se sentara en los viajes. Encendió la pequeña lámpara a gas que había llevado y esperó con paciencia.

Dieron las diez. Pasaron quince, veinte, treinta minutos...

Jennie se preguntaba, en el silencio nocturno, a qué estaba jugando ella misma, esperando en ese sitio a que Lisa apareciera. ¿No era traición? Muchos lo considerarían que sí, pues tenía información privilegiada que nadie más manejaba: un contacto directo con la omega. Omega considerada enemiga pública del país. Jennie no le había dicho a nadie todavía, decidida a usar tal información a su favor mientras pudiera.

Ella había meditado largamente si Lisa arriesgaría su revolución por una alfa como Inna, y sabía que no lo haría, que exigirle entregarse para no matar a la mujer era algo que la omega no haría en su vida. Pero, de alguna forma, podía usarlo a su favor todavía, y es que Jennie sentía que estaba desentrañando poco a poco algunas cosas de la omega que nadie más quería hacer.

Y Jennie, en ese momento, tenía muchas dudas que solucionar.

Así que esperó. Esperó, porque sabía que Lisa aparecería.

No se equivocó. Cuando el reloj estaba a punto de señalar las once, un suave aroma a vainillas inundó sus fosas nasales y, por la entrada del vagón, una persona apareció.

—General Kim —habló Lisa.

Jennie se preguntó si usar aquellos vestidos eran una forma de provocarla y burlarse de ella. Ningún omega, y menos una como Lisa, debería tener la capacidad de verse tan encantadora, dulce y seductora como lo hacía ella. Usando un conjunto de tres piezas, el corsé marrón y con correas enmarcaba esa cintura pequeña, que Jennie había rodeado en el prostíbulo tantas noches atrás. Los hombros de la joven se encontraban al descubierto gracias a su blusa beige, y cayendo por sus piernas, una falda con encaje de flores cubría sus piernas hasta por encima de las rodillas. Una gargantilla rodeaba su garganta, con el cabello negro sin una gorra ni gafas. Por último, sus botas largas estilizaban su figura por completo.

—Lalisa —el nombre de la omega salió de su boca con una exhalada, su propia voz anhelante—, ya era hora.

—Tenía que asegurarme —Lisa entró al vagón y miró a su alrededor sin cambiar la expresión de su rostro—, no iba a venir directamente a una de tus trampas, Jennie.

Jennie sonrió retorcidamente, sin moverse de su lugar a pesar de que sus manos parecían ansiosas por saltar hacia Lisa, agarrarla y enterrar sus colmillos en su cuello. Santísimo Dios, esa omega era su perdición.

—Todavía puede ser una trampa —dijo Kim, enderezándose.

—No, no —Lisa fue hacia el otro extremo, sentándose en uno de los sillones sin importarle el polvo—, si lo fuera, ya sabes, mis chicos actuarán. Ahora —Lisa la apuntó y Jennie notó los guantes en sus manos, antes de que sus ojos se desviaran a sus piernas, que cruzó una sobre otra—, ¿qué quieres de mí, General? He tratado de adivinarlo, sin embargo, no puedo entender qué estás buscando.

—A ti, por supuesto —Jennie se movió, notando a la omega tensarse, atenta a sus movimientos. Con pausa, la alfa paseó por el vagón—, tenerte entre mis brazos, lloriqueando por mí, deseando que te tome...

—Que romántica —se burló—, no sabía que los poemas eran lo tuyo, Jennie.

—Poemas —escupió la mayor—, ¿tu antigua alfa te los leía, como para conocer esa palabra tan bien?

La expresión de mofa en el rostro de Lisa se tornó agria ante sus palabras, la reacción que esperaba lograr. Al fin y al cabo, los poemas habían sido prohibidos mucho tiempo atrás al considerarlos un peligro. Los poemas hablaban de amor. Amor.

—Eres la brisa que me hace volar —recitó Lisa, y Jennie dio otro paso hacia ella—, el fuego que me llena de pasión. Mi corazón late por ti, mi vida late por ti... Mi amor, mi felicidad, mi razón de ser —alzando la vista, ambos ojos se vieron. La tensión en el cuarto aumentó—. Por supuesto que me los leía, General Kim. Roseanne me amaba.

Un gruñido salió de la garganta de la alfa ante tal descaro en su declaración y, en un movimiento rápido, alcanzó a Lisa por el cuello. La omega se movió también velozmente y escuchó un click, bajando la vista para ver la punta del cañón del arma contra su estómago.

—Suéltame, ahora —ordenó Lisa con su bello rostro enfurecido.

—¿Vas a dispararme? —murmuró Jennie, sintiendo las feromonas a su alrededor inundarla—. ¿A mí? ¿Tu alfa?

La declaración enfureció más a Lisa, que no le disparó, pero le pegó en el estómago con la culata del arma. Jennie la soltó, más por la sorpresa que por el dolor.

—¿Mi alfa? ¿Mi alfa? —exclamó Lisa—. ¡Jamás en toda tu puta vida, Jennie!

Jennie se rió por la reacción de la menor, como si le hubiera contado un buen chiste. Lisa se lanzó a golpearla nuevamente, no obstante, eso era lo que Jennie esperaba: le agarró de la muñeca y con la otra la rodeó por la cintura, apresándole el otro brazo contra su cuerpo. Lisa la empujó para que la soltara, aunque Jennie ahora la empujó contra la mesa, con el pecho de la omega apoyado en la destrozada madera.

—Ssssh, ssssh —siseó Jennie con la voz ronca, sintiendo los movimientos de Lisa, que luchaba para soltarse—, no quiero hacerte daño, bebé.

—Voy a... ¡voy a matarte! —espetó Lisa, tratando de no respirar a profundidad para que las feromonas alfas la noquearan.

—Lo dudo —presionó su nariz contra la nuca de la extranjera, allí donde las feromonas de vainilla parecían ser más fuertes—, no lo puedes hacer, ¿sabes por qué, Lalisa? —sin poder evitarlo, sacó su lengua y lamió allí. Lisa gimoteó—. Porque tu omega me reconoce como suya, Lili.

El sobrenombre provocó que Lisa emitiera un nuevo jadeo entrecortado, débil y ahogado. Su cuerpo dejó de luchar, sintiendo la dureza contra su trasero, los labios de Jennie posados en su cuello. Casi sin pensarlo arqueó su espalda, echando su culo más hacia atrás.

Lisa se sentía nublada completamente, sin entender el motivo de que pronto estuviera actuando así. Estaba en sus cinco sentidos, lo sabía, sin embargo, de un momento a otro, sometida por la alfa, susurrándole aquellas palabras... algo en su omega pareció hacer cortocircuito.

—Mierda —gimió Lisa—. ¡Mierda, mierda, bastarda!

—Esa boca... —se rió oscuramente—, no fue hecha para maldecir, Lili. Ahora... —otro beso en su nuca y le soltó la mano que le agarraba la muñeca, sólo para dirigir sus dedos hacia la pierna de la chica—, esto, por aquí...

No le sorprendió que Lisa gimoteara otra vez cuando su mano le acarició los muslos, levantándole la falda. La pelinegra iba con unas pantaletas y, al tocarlas, una enorme sonrisa pintó su rostro al sentir la humedad.

—Tan mojada —habló—, ¿tanto me quieres, bebé?

—¡Hija de puta! —gruñó Lisa, y cerró sus ojos en lo que soltaba otro jadeo—. Bastarda... ¡Vamos, frótate o te voy a arrancar los ojos!

Jennie no necesitó escucharlo dos veces. Sin bajarse los pantalones ni quitarle las pantaletas, presionó su entrepierna contra el trasero de Lisa, jadeando por el roce de su polla dura. Lisa también gimió gracias al contacto, y Jennie cayó sus gemidos al volver a besarle el cuello, lamiendo, chupando e, incluso, mordiendo de manera superficial, sin dejar de embestir contra ella.

Completamente perdida en la sensación de placer, Lisa sentía la forma en que su humedad aumentaba ante cada nuevo golpe. Tuvo que morder su lengua para no gritar que la follara, tratando de buscar consuelo en ese superficial contacto, a pesar de que se moría por más. Rogaba por más.

El orgasmo estalló en ambas de manera explosiva, de golpe y con Jennie dejando de besarle el cuello, pero sólo para buscar su cara. Primero besándole la mejilla, Lisa giró su cabeza y de pronto ambas bocas conectaron de golpe, salvaje y agresivamente, una lucha por el control, por ver quién se imponía ante la otra. Pareció ganar Lisa, que en un acto completamente irracional, le mordió el labio a Jennie hasta arrancarle sangre; la alfa no se enfureció, por el contrario, sonrió de manera feroz.

Cuando los restos del orgasmo desaparecieron, el vagón inundado por las feromonas de ambas, Jennie la soltó y retrocedió, dejándose caer en un sofá. Lisa se enderezó y se bajó la falda del vestido, sin mirarla y con los ojos algo fuera de sí por el orgasmo. Ambas tenían sus rostros enrojecidos y con algo de sudor.

—Eres... —habló Jennie, lamiendo su labio sangrante—, eres una pequeña cosita encantadora y brutal.

—Estás buscando que te arranque el labio la próxima vez —espetó Lisa, mirándola con ira contenida.

—¿Próxima vez? —se rió Jennie, y Lisa la miró como si pudiera asesinarla con la mirada—. Sí, próxima vez, claro que sí. El próximo sábado te quiero aquí, a esta misma hora.

—No —se negó—, si es para esto, no. No soy tu prostituta.

—No —Jennie le miró con esa sonrisa aburrida—, eres mi omega. Ahora, si te soy sincera, yo no te cité por esto. Agradezco el sexo, pero la verdad sea dicha...

Lisa no dijo nada en lo que hablaba, sólo se alejó de ella, como si así las feromonas tuvieran menos impacto en ella. Ya no valía de nada, lo sabía muy bien, tratando de entender qué mierda acababa de pasar y por qué su cuerpo reaccionó de tal vil forma ante los deseos de Jennie.

—... Estuve leyendo los informes de la muerte de tu antigua alfa —dijo Jennie, y Lisa la miró otra vez—, y las cosas no coinciden de ninguna forma, Lalisa.

Silencio. Nueva tensión apareció entre ambas, a pesar de que Jennie procuraba mantener una expresión relajada y casi indiferente. Pasaron unos segundos hasta que Lisa se crispó como si fuera un gato a punto de atacar.

—¿Qué quieres de mí? ¿La verdad de la muerte de Roseanne? —habló con voz sombría—. ¿Por qué te interesa eso de pronto?

—Llámalo... curiosidad —Jennie notó la postura defensiva, la tensión en la mandíbula de la omega—, soy una alfa curiosa.

—¿No has oído el dicho "la curiosidad mató al gato"? —Lisa seguía sin cambiar su expresión—. ¿Quieres ser ese gato?

—Sólo quiero la verdad.

—La verdad —una risa oscura—, la verdad es lo que todos dicen, ¿no es así? Así como la verdad del amor, de la poesía, de la religión. La verdad es lo que decide el Gobierno, el Estado, los militares. Mi verdad no es más que una mentira para ustedes.

Jennie ahora se tensó también, adivinando por la forma en la que la omega hablaba hacia donde iba. Y Jennie podía ser una militar hija de su patria, pero no era estúpida, y odiaba que le vieran la cara de estúpida. Si lo que decía Lisa era cierto...

Jennie juntó sus manos, apoyando sus codos en sus rodillas y observando a la omega a pasos de ella. Toda tensión sexual desapareció, los rastros de lo que hicieron sólo minutos atrás se esfumó en el aire. Jennie se preguntó si sus encuentros serían así, porque ella no había bromeado respeto al siguiente sábado. Sí, porque habría una próxima vez.

—No la mataste —dijo Jennie—, alguien más la mató. Porque...

—¿Quieres mi verdad? —Lisa se enderezó, desafiante—. Te la daré, pero me darás algo a cambio.

—¿Qué quieres?

Lisa pareció pensarlo. Su expresión cambió, pareció relajarse y, para sorpresa de Jennie, la omega fue hacia ella. Apoyando sus rodillas en el sofá, con las piernas de Jennie quedando en medio de las de la omega, esta se sentó en ellas, quedando casi a la misma altura de la alfa. En automático, Jennie la agarró por la cintura y Lisa le sostuvo de la barbilla.

—Quiero ir a mi antiguo hogar —le susurró Lisa en voz baja—, a la casa en que viví con Roseanne.

Jennie le apretó la cintura.

—Está prohibido el acceso —gruñó la alfa.

—¿No puedes, entonces? —se rió—. ¿Hasta ahí llega tu poder, Jennie?

Escuchar su nombre provocó que volviera a gruñir.

—¿Para qué quieres ir?

—Eso es privado —apoyó un dedo en los labios de Kim—, así como tú quieres saber mi verdad por curiosidad, yo quiero ir allí por lo mismo. ¿Es un trato?

No hubo dudas en su respuesta. Jennie no sabía a qué estaba jugando, no sabía cuáles eran las intenciones de Lisa, sin embargo, mientras Lisa le besaba la mejilla al oír su respuesta, sólo pensó en cómo ambas estaban tirando de la cuerda que las unía, aquella cuerda que ninguna iba a romper porque el destino así lo quería.

Yo creo que esta es una de mis historias favoritas, la verdad. ¿Qué opinan ustedes?

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