Adaptación

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"A veces, un café entre dos personas, con risas y confesiones, puede hacernos descubrir que las conversaciones pueden ser el puente que conecta dos almas perdidas en el laberinto de la vida."

Capítulo 8

Increíblemente, habían pasado 15 días desde aquel incidente con Calev.

Había practicado todos los días después de clases, aventando mis zapatos e intentando detenerlos, levantarlos, también intenté con mi mochila, mis libros, mi cama, e incluso abrir mi casillero-armario sin tocarlo. 

Cuando busqué en internet sobre esta habilidad, encontré varias cosas interesantes. En primer lugar, que la telequinesis era una habilidad mental que permitía manipular objetos físicos sin tocarlos. Esta se lograba a través de la generación de una energía psíquica que se transmitía desde el cerebro a los objetos, permitiendo su movimiento y levitación.

También, decía que la energía psíquica sería generada por una parte del cerebro que normalmente no se utilizaba, pero que en personas con habilidades telequinéticas estaría altamente desarrollada. Esta parte del cerebro, genera tal energía y recorre el cuerpo a través de los nervios, y a través de estos, liberarla para la manipulación de objetos físicos.

Sin embargo, decía que podía ser influenciada por factores externos, como la concentración, el enfoque mental y la meditación, y que podría mejorar a través de la práctica y el entrenamiento. 

Por eso, busqué un compendio completo en una plataforma de vídeos, todo sobre meditación y enfoque mental. Y ahora, mi entrenamiento iniciaba así: una hora de meditación, donde intentaba concentrarme en mi respiración y las sensaciones de mi cuerpo, me llevó al menos cinco días sentir la energía psíquica en mi cuerpo, pero lo logré. Luego de dejar que esta recorriera, en diferentes grados por una buena cantidad de tiempo, reteniéndola, a la siguiente hora, me concentraba en liberarla para levantar algún objeto de mi cuarto, sin que hiciera ruido y que se posicionara nuevamente en el mismo lugar. 

Al principio, con los objetos de vidrio, estallaron, por lo que la excusa principal había sido que se me habían caído de la mano, cuando mi mamá y mi papá se asomaban a mi cuarto preguntando que había pasado. Eso llevó a que mi mamá se encargara de solicitar mis perfumes o todo material de vidrio, que fueran trasvasado en envase de plástico. con los objetos livianos no había demasiado gasto de energía, pero con los objetos más pesado, como mi cama, había sido todo un esfuerzo mental que terminaba con dolores de cabeza, o sangrando mi nariz. 

En cambio, la clave con los objetos que no se quisiera levitar, sino hacer acciones especificas, como abrir una cerradura, una puerta, encender un televisor, la calefacción, o un auto, ameritaba de suma concentración y de entendimiento como funcionaba dicho objeto. Y para eso, debía enviar mi frecuencia psíquica, para mapear primero el objeto, sus componentes y su mecanismos, y seguido de ello, comenzar a mover las piezas claves para que hiciera la acción que necesitaba. 

Calev, con la loca idea de que me convirtiera en una superheroína al mejor estilo de Marvel o DC Comics, buscó ayudarme también. Así que ese día me había llevado a Ramble en Central Park

Durante mediados de febrero, se convertía en un rincón mágico y tranquilo, en medio de la ciudad que aún mostraba su encanto invernal. Fue en una tarde después del colegio, en un escape de la rutina diaria. Estábamos rodeados de árboles desnudos y arbustos cubiertos de una fina capa de nieve que creaba una atmósfera serena y pacífica. Y la luz del sol de invierno se filtraba entre las ramas, proyectando sombras suaves en el camino cubierto de hojas caídas.

—¿A dónde vamos? —Le pregunté, un poco preocupada de que me llevara por un sendero poco concurrido. Lo más extraño, es que llevaba una bolsa de canicas consigo. 

El aire estaba fresco y nítido, y el sonido de nuestros pasos sobre la nieve compacta, se mezclaba con el suave murmullo del agua que fluía por pequeños arroyos congelados. El aroma a tierra y madera húmeda se fundía con la fragancia limpia del aire invernal, y me recordaba de una de las pequeñas cosas que me gustaba de Central Park. 

—No te preocupes, no iremos a admirar aves  —respondió Calev.

Era cierto que Ramble era un refugio para las aves migratorias, y sí, se podía encontrar gorriones, palomas, patos, gansos, mirlos, y otros residentes permanentes en Central Park durante todo el año, pero además, era posible ver aves migratorias de invierno que llegaban a la zona, como águilas calvas, halcones, patos migratorios y gansos de Canadá.

De hecho, se sabía que para los amantes de la observación de aves, el invierno podía ser una época interesante, ya que algunas aves lucían plumajes invernales diferentes y había menos hojas en los árboles, lo que facilitaba la observación. 

Por ello, no fue difícil escuchar el suave canto de los pájaros, mientras volaban sobre los tranquilos estanques. Seguimos avanzando por varios senderos sinuosos, hasta descubrir pequeños puentes de piedra que cruzaban los arroyos congelados. Allí, se podía ver a los patinadores que pasaban por el lago congelado en la distancia.

—Aquí es suficiente —dijo de pronto, cuando se encamino en la orilla de uno de los estanques, y los laterales de uno de los puentes de piedra—. es buen lugar para que no nos vean —agregó, mirándome fijamente, con esa pizca de emoción que, a veces, em aterraba. 

—¿Vas a decirme que es lo que te propones? —Pregunté, esta vez cruzándome de brazos—. Estás demasiado misterioso desde que salimos del colegio. ¿Y para que son las canicas? 

el chico alzó la bolsita que traía, entre sus manos enguantadas, y afirmó:

—Vamos a practicar con esto. 

—¿A qué te refieres? —Le pregunté, mirándole con extrañeza. 

—Te lanzaré una canica, con la fuerza que más pueda y tú deberás detenerla,s implemente. 

—Simplemente —repetí mofándole—. Como si fuera así de sencillo —me quejé.

—Vamos, venga ya, es una buena forma de entrenar y ejercitarse al mismo tiempo —confesó. 

Suspiré. La verdad es que lo que decía no era descabellado. Además, en ese momento que lo mencionó, me dio curiosidad de saber si podía detener algo tan pequeño a una gran velocidad. Aunque era cierto que ya había detenido dos enormes objetos que venían a velocidad, sabía que había sido de forma accidental antes una respuesta de mis emociones. Lo que me proponía no estaba mal. 

—Bien, pero... ¡Aaaaauch!

El grito que pegué, estaba segura de que se había escuchado en todo el parque. El idiota había lanzado la primera canica y me había pegado justo en la frente. 

—¡Eres un idiota, Calev! ¡Al menos avisa! —Le chillé, pero con más enojo que dolor ene se instante.

—Lo siento —dijo él, notoriamente entre carcajadas, mientras se acercaba para verme que tanto daño me había hecho—. estarás bien, se enrojeció, pero estarás bien.

—Más vale que se me quite para mañana —le advertí—. No iré al colegio así.    

—Vale lo siento, pero se suponía que debías detenerlo. Si alguien te lanzara un objeto, un cuchillo o peor, balas, estoy seguro que no te avisaría. Tus sentidos deben estar alertas en todo momento. 

—Deja de hacerte la idea de que seré una superheroína, Calev. Este es el mundo real, no puedo pretender ser algo, del que estoy segura que saldré mal —le respondí, ya no tan segura de querer intentarlo.   

Sin embargo, ver a Calev que se reía a carcajadas por el golpe que había recibido, me hizo tener más ganas de intentarlo y hacerle ver que sí podía. 

Entonces, como si el tiempo se hubiera vuelto lento, vi a Calev moverse para arrojar la canica. Me concentré en esta entre su mano, y sintiendo esa energía psíquica fluyendo a través de mí, me di cuenta que el frío viento invernal que rozaba mi piel, se había vuelto insignificante mientras mis sentidos se enfocaban en ese pequeño objeto de cristal.

Debo hacerlo, pensé para mí misma. 

Calev tenía razón; tenía que aprender a controlar mis habilidades. Esto era parte de mí ahora, y tenía que abrazarlo, aceptarlo. Entonces lo vi, con un movimiento rápido disparó el pequeño objeto hacia mí, y para mi asombro, la canica flotó en el aire frente a mí durante un breve momento, antes de caer en mi mano extendida. 

Lo había hecho, lo había detenido. 

Una sonrisa de incredulidad se extendió por mi rostro. Calev dejó de reírse y me miró con asombro.

—¡Lo hiciste! ¡Lo detuviste! —exclamó emocionado.

—¡Sí! —respondí en un tono agudo, sintiendo una oleada de emoción y logro. Mi corazón latía con fuerza—. ¡Lo hice!

Animados por mi éxito, repetimos el proceso varias veces. 

Cada vez, detenía las canicas en el aire un poco más tiempo, ganando confianza en mis habilidades. Parecía que cuanto más me concentraba, más control tenía sobre la energía psíquica y los objetos a mi alrededor. Calev estaba igual de impresionado. 

—Andrea, esto es asombroso. Realmente tienes un don increíble. 

Sonreí ante su elogio, pero algo dentro de mí seguía siendo escéptico. Esto era nuevo, desconocido y aterrador en cierta medida. No podía evitar pensar en las posibles implicaciones y responsabilidades que venían con este poder.

De repente, en un arrebato de emoción, Calev arrojó la bolsa de canicas al aire con fuerza. Las pequeñas esferas de cristal salieron disparadas en todas direcciones, e imaginé aquello como si se tratara de una especie de tiroteo, donde mi vida dependía de un hilo. Todavía estaba presente el dolor en mi frente. Mi corazón dio un vuelco de pánico al ver el caos que se avecinaba.

Por inercia, extendí mis manos. Las canicas que volaban por el aire se detuvieron abruptamente en sus trayectorias, suspendidas en el espacio. La sorpresa en el rostro de Calev se mezcló con el alivio, mientras mirábamos juntos el conjunto de canicas suspendidas en el aire. Yo quedé estupefacta al verlo. Pero lo sabía, la emoción que había causado eso había sido el miedo. 

—¡Andrea, lo hiciste de nuevo! ¡Las detuviste a todas! —volvió a decir Calev, esta vez con una mezcla de asombro y admiración genuina.

Mis manos temblaban ligeramente por el esfuerzo, pero estaba asombrada por lo que acababa de lograr. Había detenido todas las canicas en el aire, sin una sola de ellas tocándonos. Era como si el tiempo se hubiera detenido a nuestro alrededor.

—Lo hice —susurré, sintiéndome abrumada por la magnitud de mis habilidades—. Puedo hacerlo.

Calev se acercó y me abrazó con entusiasmo. 

—Ahora si puedo decir que mínimo, puedes detener a alguien que te arroje un cuchillo —bromeó este. 

—¿Me arrojarán cuchillos? —Le pregunté asustado, sin imaginarme actuando en una situación así. 

—Sí, aunque creo que hay más probabilidades de que te consigas a alguien con una pistola que a un lanzador de cuchillos —respondió, pensando en la situación. 

—Definitivamente no seré una heroína —recalqué, al imaginar el peor de los escenarios que Calev auspiciaba. 

—Pero, Andrea...

Le escuché lamentarse al ver mi negativa. Y estuvo así, durante todo el camino de regreso al parqueadero, hasta que vio que no me subí a su auto. 

—¿Por qué no subes? —Preguntó, con el ceño fruncido levemente. 

—Debo verme con alguien —le respondí, animadamente. 

—¿Le conozco? —Preguntó curioso. Asentí. 

—Sí, contacté al profesor Dilan ¿lo recuerdas? —el asintió un poco desconcertado—. Bueno, quedamos en vernos en un café cerca de aquí. 

—¿Tengo que preocuparme por algo? 

—¡No! —respondí escandalizada—, por favor, es mucho mayor que yo —argumenté.

—¿Qué hace aquí? Creí que seguía dando clases en nuestro antiguo colegio, en Nashville. 

—De hecho, llegó antes que nosotros aquí a Nueva York —le aclaré—. Llegaré un poco más tarde, coméntale a mamá y a papá, por favor. 

—Vale, ya sabes como se ponen cuando no te ven en casa y...

—Lo sé, pero estaré bien, tú sabes que lo estaré —añadí, mirándole fijamente, esperando que confiara en mí. 

En ese momento, me di cuenta que aunque verdaderamente él deseaba que fuera una especie de heroína, no era una afirmación del todo real. Su preocupación era una muestra de ello, pese haber detenido una lluvia de peligrosas canicas, que él mismo envió. Además, sabía que hacía referencia, al hecho de que mis padres se habían vuelto muy sobreprotectores conmigo, después del accidente. Lo entendía, pero tenían que irlo superando poco a poco. Lo bueno, es que mis ataques de pánico habían disminuido muchísimo. 

—Vale, cuídate, y quien quiera lastimarte, no dudes en usar tus poderes. Es preferible que pases huyendo en tu vida para que no te metan en un laboratorio o te lleven a una iglesia a exorcizarte, que no huir de ellas por estar muerta —Lo que decía sonaba gracioso, pero tenía un punto lógico. 

El café en el que Dilan me citó, parecía sacado de un cuento de hadas urbano. Se llamaba "El Rincón de las Hojas". Sus paredes eran ladrillo y tenía amplios ventanales que creaban un ambiente cálido y luminoso, como si el sol tenue de la ciudad quisiera colarse en cada rincón. 

Al entrar, lo primero que te recibía era aquel aroma a café recién tostado y la música suave en el fondo, que te hacía sentir como si estuvieras en tu propio oasis en medio de la jungla de concreto. Las mesas de madera eran rústica, mientras sillas cómodas rodeaban grandes sillones y sofás, ideales para charlar durante horas.

Dilan, justamente estaba sentado, cerca de uno de los ventanales que daba la vista hacia el Central Park. Lo primero que noté, es que la ciudad lo había cambiado un poco, físicamente se veía bien, pero ya no tenía ese aire propio de Nashville. Llevaba una camiseta blanca de algodón, con una chaqueta de cuero negro, unos vaqueros azules desgatados, pero ceñidos, y botas oscuras relucientes.

—¿Que tiene tanta gracia? —Pregunté desconcertada, al ver que sonreía pero de la forma en la que Calev lo hacía cuando quería burlarse. Por inercia, me llevé la mano a la frente. 

—Te ves muy diferente con ese uniforme —dijo, haciéndome dudar si realmente no era por la pequeña protuberancia en la frente.  

Me senté, enfrente de él.

—¿Se me ve mal? Olvidé cambiarme —me sinceré, recordando que era culpa de Calev.  

—No, para nada. Es solo que no acostumbraba a verte de esa forma —respondió—. Tranquila, te sienta bien, es solo que te hace ver distinta. Estaba acostumbrado a verte siempre con ropa diversa. Pero ahora... uniformada quien lo pensaría —añadió, haciendo una mueca que no pude interpretar—. Debo suponer que a tu padres le está yendo muy bien. Esa insignia es...

—Si de uno de los colegios más caros de Manhattan —afirmé, no dejándole terminar—. ¿Cómo ha estado profesor? —aquella pregunta fue un poco más compasiva y con algo de duda en mi voz, de sí había sido prudente en preguntar.

No estaba segura de querer saber la verdad sobre su condición, porque eso implicaba que devolvería la pregunta para mí. Sin embargo, por cortesía debía hacerlo.

—¡Hola chicos! ¿Qué les traigo hoy? —preguntó una camarera,  con una sonrisa amigable. 

—Yo quiero un "Central Park Latte", por favor —respondió animado, el profesor. 

—¡Uno igual para mí! —agregué cortésmente. 

Cuando se retiró, le miré fijamente de nuevo. ¿Respondería?

—Oye... —dudó un momento—. ¿No crees que ya es hora de llamarme sin etiqueta? Aquí no soy tu profesor, soy tu amigo —respondió, haciéndome recordar que el estatus que había obtenido, hablaba muy bien de su desarrollo profesional, al escalar en el ámbito universitario. 

—Tienes razón, Dilan —contesté, sintiéndome rara de decirle de esa forma—. Pero sabes que después de cruzar esta línea, difícilmente podré dejarlo de hacer, ¿vale?

—Me parece válido tu argumento —añadió—. Bueno, qué más da, en mi trabajo todo ha ido muy bien. Tengo alumnos con talento natural, y otros que necesitan un poco más de práctica, y otros que definitivamente deberían buscar algo más que hacer. Me deben odiar un poco por lo exigente que he sido, pero lo hago por el bien de ellos. ¿Y tú cómo has estado con todo?

Y ahí estaba... La pregunta más odiada para mí.

—Bueno, ya no me siento tan abrumada, pero todavía se vienen recuerdos de Dan y Selena a mi mente —no podía ocultarle a él, quién había vivido la perdida como yo sobre alguien que amaba—. A veces, creo que la vida quiere jugarme la misma jugada —sopesé un poco, pero sabía que no podía revelar demasiado. Dilan me miraba con suma atención—. Quisiera que todo marchara como antes, pero me doy cuenta que no podría ser así

—Si te entiendo. Lo mismo me pasa con Selena. ¿Crees que en poco tiempo se pueda amar a alguien? 

Me preguntó, tomándome por sorpresa que alguien tan adulto me hiciera una pregunta como esa. Miré hacia un lado, tratando de reunir mis pensamientos. Tenía dieciséis años y, si bien había madurado en algunos aspectos debido a las difíciles experiencias que había vivido, todavía me sentía como una adolescente que lidiaba con emociones confusas.

—Bueno... —comencé, tratando de expresar lo que sentía—. No sé si se pueda amar a alguien en poco tiempo. Supongo que depende de la persona y de las circunstancias. Pero, honestamente, después de todo lo que ha pasado, siento que me cuesta mucho abrirme a alguien de nuevo.

Dilan asintió comprensivamente, como si entendiera el peso de mis palabras. Era un profesor universitario, pero también había experimentado la pérdida y el dolor.

—Te entiendo, Andrea —dijo con sinceridad—. A veces, las heridas emocionales tardan en sanar, y eso está bien. No hay un límite de tiempo para el amor o para superar el dolor. Cada uno tiene su propio ritmo. Lo importante es que cuides de ti misma y te permitas sanar.

Me sentí agradecida por sus palabras de apoyo. Dilan siempre había sido un mentor comprensivo, y ahora, como amigo, mostraba esa misma empatía.

—Gracias, Dilan —le dije con una sonrisa tímida—. Significa mucho para mí poder hablar de estas cosas contigo. A veces, siento que estoy tratando de encajar las piezas de un rompecabezas muy complicado.

Dilan sonrió amablemente y asintió.

—Estoy aquí para escucharte cuando lo necesites, Andrea. Y recuerda, la vida puede sorprendernos de muchas maneras, incluso cuando menos lo esperamos. Quién sabe qué depara el futuro —suspiró, como si contener el aire en su pulmones pesara—. En fin, creo que en tan poco tiempo llegué a amarla, ¿No sé cómo sea eso posible? Porque soy de los que cree que el amor no es un simple sentimiento, tampoco una mera decisión, creo que es un todo, con un concepto más profundo y abstracto de lo que realmente sabemos, como el arte, podría decirlo —sonrió—.  Quizá, desde que le conocí decidí amarla. 

No supe que decir, antes aquellas palabras tan profundas. Pero sé, que le miré fascinada. Más tarde descubrí el valor que tenía un hombre cuando hablaba del amor. Era una hazaña única y que merecía ser escuchada. 

—¿Y qué sabes de Monique? —inquirió, viendo como la camarera, finalmente, había traído con ella los cafés. 

—Lo mismo que usted —di el primer sorbo de mi café, soplando antes, desde luego—.  Nada... —me lamenté—, Es como si el mundo se la hubiera tragado. Me preocupa un poco el hecho de no saber nada de ella, al menos, esperaba que como amiga me dijera que estaba mejor o que no, que sé yo, solo esperaba una respuesta, incluso que me dijera que me odiaba. 

—¿Y por qué lo haría? —Intervino él, interrumpiéndome—. Si es tu amiga, no debería odiarte. 

Suspiré. No sabía que decir ante eso. 

—No lo sé... —agregué, tan confundida como siempre—. Pero me aferro a la idea de que debe estar bien. Digo, es Monique, ¿no? La que chica que más brilla —respondí, tratando de conseguir animo, mientras realizaba algunos gestos típicos de ella, de forma exagerada. Dilan rió. 

Entonces, en ese momento, las sirenas de la policía comenzaron a aullar, y varios autos patrulla se acercaron a toda velocidad. Volví la cabeza hacia el ruido y vi a un hombre corriendo con una pistola en la mano, mientras sostenía una bolsa negra en la otra. Disparó al aire y luego apuntó a los policías. Todo sucedió tan rápido que, ante el miedo de lo que estaba presenciando, sentí que Dilan tomaba mi mano y decía en tono preocupado:

—Será mejor que nos vayamos...

Mis ojos seguían fijos en la escena, y respondí con indecisión:

—Tranquilo, puedo irme por mi cuenta.

—¡Ni hablar! Deja que yo te lleve —insistió, evidentemente preocupado.

—No, en serio, puedo ir sola —insistí.

—Déjame llevarte. Me sentiré menos preocupado si lo hago.

Finalmente, asentí.

Salimos corriendo de ese lugar, y tuvimos que caminar varias cuadras hasta llegar al viejo, pero reconfortarle auto de Dilan. Por algún motivo, pese a que caminábamos apresurados, sentíamos que las patrullas se acercaban cada vez más. Cada paso parecía llevarnos más cerca del abismo, como si la vida de todos dependiera de un hilo frágil que amenazaba con romperse en cualquier momento. 

Y justo en ese momento, el delincuente que huía, salió de un callejón y se acercó a nosotros,  apuntó con su pistola directamente hacia Dilan, con los ojos desorbitados por el pánico y la amenaza en sus labios, y dijo mientras señalaba a Dilan:

—¡Tú, llévame en el auto! —gritó, su voz temblorosa y llena de desesperación.

Mis ojos se abrieron de par en par, el miedo apoderándose de mí mientras miraba alternativamente al delincuente y a Dilan, quien parecía calmado a pesar de la creciente tensión en el aire. Su mirada me aseguró que todo estaría bien, pero en ese momento, esa promesa parecía tan frágil como el cristal.

—Tranquila, todo estará bien —me susurró, con una calma inexplicable.

Luego, hizo señas para que me alejara del lugar, y lo hice con cuidado, manteniendo la vista en ellos mientras el delincuente discutía con Dilan.

—¡Muévete, que ahí viene la policía! —gritó el delincuente, con la pistola en la mano, mientras me amenazaba—. Y si me encuentran, la chica muere.

Sus palabras fueron un escalofriante eco en mis oídos. El hombre disparó al aire, haciendo que el estruendo del disparo resonara en el aire. Instintivamente, me cubrí los oídos y cerré los ojos ante el estallido del arma de fuego. Supe en ese momento que el delincuente estaba nervioso, tal vez era la primera vez que se involucraba en algo tan peligroso.

Cuando finalmente me atreví a abrir los ojos, me encontré mirando directamente a los ojos del delincuente. En su mirada, vi una mezcla de desesperación y agitación, pero también un peligro latente que me ponía los pelos de punta. Su arma apuntaba directo a mí, y mi corazón latía con fuerza mientras enfrentaba la amenaza que tenía ante mí. La palabras de Calev, sobre que me vería envuelta en una situación como esa, tenían cero probabilidades de que sucediera, pero allí estaba. Si buscar el peligro, este parecía haberse arrastrado hacia mí. 

La calma de Dilan, en ese momento, había desaparecido por completo. Estaba realmente angustiado por la situación, pero de alguna manera, sobrenatural para mí, se veía más tranquilo que el delincuente. Su rostro reflejaba una extraña calma en medio del caos, como si supiera algo que el resto de nosotros, los mortales, no.

Allí, el sonido de aquellos rayos el día del accidente, me pareció volverlo a escuchar de forma estruendosa en mi cabeza. Y antes de que pudiera procesar lo que estaba sucediendo, el delincuente fue lanzado contra la pared por una fuerza invisible. Soltó el arma, y sus gritos de dolor llenaron el aire mientras quedaba suspendido en el aire y  era presionado contra la pared, como si una impotente y misteriosa fuerza lo retenía.

No tenía idea de cómo había hecho eso, pero estaba claro que había ocurrido. Podía sentir la energía psíquica salir de mí, de una forma avasallante.

Miré a Dilan, quien estaba tan sorprendido como yo. Me di cuenta, que otra persona además de Calev, me había descubierto.

Pero, lo más extraño, es que en su expresión, no había miedo, solo confusión mezclado con admiración, como Calev.

En cuestión de segundos, la policía llegó al lugar. Dilan me abrazó y me apartó de la vista de todos para ocultar mi participación en lo sucedido. 

Cuando lo hizo, el delincuente cayó al suelo, jadeando de miedo. Fue detenido por las autoridades en un abrir y cerrar de ojos. Observé de reojo mientras Dilan me sostenía, y pude sentir la tensión en el ambiente.

—¿Están bien? —Preguntó uno de los oficiales. 

—Sí, lo estamos —respondió Dilan, con una firmeza inquebrantable. 

Pero fue suficiente para que los policías nos dejaran en paz e hicieran su trabajo. 

Después de que todo hubo terminado, Dilan me llevó a su auto. Aun estaba preocupado por lo que había ocurrido y me preguntó con voz preocupada:

—¿Qué fue eso? ¿Estás bien? ¿Por qué siempre tienen que suceder estas cosas cuando estás cerca?

Su mirada reflejaba arrepentimiento por sus palabras, en el momento que le miré por afirmar aquello. Era como si me culpara sobre lo de Selena. 

Pero el silencio fue la única respuesta que pude ofrecer en ese momento. No sabía qué responder, y lo peor, es que se había insertado una duda: ¿Todo era mi culpa? 

¿Los extraños acontecimientos que había vivido, realmente, todos eran culpa mía? 

Dilan tenía razón. Desde el accidente, cosas inexplicables y casi trágicas habían ocurrido a mi alrededor. Empecé a cuestionar si algo estaba mal conmigo o si la ciudad en sí misma era un peligro. 

Acepté su oferta de llevarme a casa. Era evidente que su principal preocupación era mi seguridad.

Pero la pregunta que me martirizaba: ¿Qué iba hacer ahora que Dilan la había visto hacer aquello?

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