Dolor

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"El dolor llega sin previo aviso, como una ola que arrasa con la perfección de un momento que parecía inquebrantable."

Capítulo 3

La playa se extendía bajo el cielo despejado. La arena dorada, tibia bajo los pies descalzos, se ampliaba hasta donde alcanzaba la vista. El sol se alzaba en su esplendor, arrojando rayos dorados que danzaban en la superficie del agua. El mar brillaba hasta el horizonte, con un azul profundo y tranquilo. Las olas se mecían con una cadencia hipnótica, rompiendo suavemente en la orilla y liberando un susurro tranquilizador.

Lo extraño, era que no habían sombrillas coloridas o personas, todo estaba completamente desolado. Sin embargo, estaba con la única persona que podía importarme en ese momento, Dan, con una amplia sonrisa me miraba, como si sus ojos fueran parte del brillo del sol y que podía desnudar mi alma.  

La brisa marina acariciaba suavemente mi piel, llevando consigo el aroma salino del océano, en conjunto de las palabras de Dan, que parecía repetir una y otra vez, como si fuera a olvidarlo: 

—Te amo...

Por supuesto, mis ojos estaban fijo en los suyos, como si estuviera hipnotizada, con el corazón latiendo con fuerza,  sintiendo mil emociones a la vez mientras repetía aquella frase. 

—También te amo, no me dejes —le respondía con tanta fuerza, con un nudo en el pecho que me hacía dudar de la realidad. Parecía como si no escuchara lo que decía. 

Era cierto que la playa, a menudo evocaba sentimientos de serenidad y libertad. Y es que para muchas personas, visitar la playa era una forma de escapar del estrés de la vida cotidiana y conectarse con un sentido de paz y bienestar. Claro, la amplitud del océano y el horizonte infinito podían inspirar tal sensación.

El sonido de las olas rompiendo en la orilla y la brisa marina fácilmente tenían un efecto calmante que fomenta a la reflexión y la renovación. La combinación del sol y el agua, no era una locura asociarla con felicidad y bienestar. Además, el espíritu mismo podía conectarse con la naturaleza misma. 

Por eso, muchos artistas, escritores y músicos han encontrado inspiración en la playa. La belleza y la serenidad del entorno a menudo despiertan esa creatividad y pueden llevarlos a la expresión artística de anhelos y sueños.

Pero, no había nada más amargo que sentir un sueño tan real y despertar de este, bajo una realidad abrumadora...

Comencé abrir mis ojos. había sido un seuño. Todo era borroso para mí, especialmente cuando una luz blanca alumbraba directamente hacia mi rostro. 

No sabía dónde estaba, pero no me llevó mucho tiempo reconocer que se trataba de un hospital. La habitación estaba sumida en un silencio que parecía haberse adueñado de cada rincón. La luz blanca y fría del techo se reflejaba en las paredes impolutas, creando una atmósfera estéril y desolada. El zumbido constante de las máquinas médicas llenaba el aire.

La cama en el centro, en la que me encontraba, parecía un altar solitario, con sábanas blancas y estiradas como un lienzo en blanco. Miré hacia un costado, donde estaba una ventana abierta, y en el reflejo, vi mi rostro pálido y demacrado, con un vendaje en mi cabeza. Habían flores marchitas en un jarrón junto a la ventana, como testigo silente del paso de los días, semanas y meses. 

Podía escuchar ocasionalmente los pasos en el pasillo, que resonaban como un eco distante. Intenté decir algo, pero mi garganta dolía y sentía el aire como si fuera un pedazo de lija sobre mis cuerdas vocales. En mi costado derecho, estaba un soporte metálico, la cual comunicaba algún tipo de solución que recorría la fina manguera hasta llegar a una aguja insertada en mi mano. Dolía. 

Todo el cuerpo me dolía, como si llevara siglos en la misma posición. Cuando intenté moverme, pude percibir que también tenía cables en todo mi cuerpo, y algunas se conectaban a otros aparatos que se encontraban detrás de la cama.

¿Qué había ocurrido? 

Obviamente, la confusión se apoderó de mí, y mis pensamientos se movían a cámara lenta, como si estuviera emergiendo de un sueño profundo. Entonces, en ese mismo momento, como un flash, vinieron a mi todos los recuerdos de aquella tarde: La montaña, el principio, la sensación de cosquilleo en mi estómago, el rostro de Dan sonriéndome una y otra vez, la lluvia golpeando el parabrisas, el sonido de los rayos, los gritos de Selena y Monique, y a Dan abalanzándose sobre mí...  

Fue normal que el miedo se apoderara de mí, uno visceral que se aferró a mis entrañas. Mi corazón latía con fuerza, y las imágenes del accidente se reprodujeron en mi mente como una película aterradora.

La angustia llegó como una ola, inundándome por completo. Las imágenes y los sonidos del accidente se volvieron más vívidos, los gritos de Selena y Monique volvieron a resonar en mis oídos. No podía evitar sentirme responsable de lo que había sucedido, aunque no recordara todos los detalles. Sentí un nudo en la garganta que dificultaba mi respiración.

En ese momento, la puerta de la habitación se abrió, y mis padres y mi hermano entraron. Su presencia trajo consigo una oleada de emociones contradictorias. Por un lado, sentí alivio al verlos a salvo y preocupados por mí. Por otro lado, la culpa se intensificó, sabiendo que los había preocupado tanto y que mi accidente había afectado a toda mi familia.

—¡Andrea! —exclamó mi madre con los ojos llenos de lágrimas, corriendo hacia mi cama y abrazándome con ternura—. ¡Gracias a Dios, cielo! 

Mi hermano me miraba con una mezcla de alivio y preocupación.

—Bienvenida nuevamente al mundo hermanita, nos tenías preocupado. ¿Cómo te sientes? —preguntó mi hermano, preocupado, mientras tomaba mi mano con suavidad.

Las lágrimas llenaron mis ojos, y sentí un nudo en la garganta que me impedía hablar. Estaba agradecida por su amor y apoyo, pero también me atormentaba la culpa y el miedo que había experimentado al recordar el accidente.

—Lo siento, mamá, papá, Calev. Lo siento tanto —susurré con voz quebrada, luchando por encontrar las palabras adecuadas mientras las emociones se mezclaban en un torbellino dentro de mí.

Mis padres me abrazaron con cariño, y mi hermano apretó mi mano con fuerza. Aunque las palabras eran insuficientes para expresar todo lo que sentía, sabía que estábamos juntos en ese momento. 

—No estoy seguro de dejarte salir de nuevo —confesó mi padre, que si bien sonaba a una exageración, era entendible que se sintiera de esa forma. Era su única hija.  

Detrás de ellos, entró el médico con lo que parecía ser mi historial clínico. Miró a mis padres y mi hermano con una sonrisa tranquilizadora antes de dirigirse a mí.

—Andrea, es un verdadero milagro que hayas despertado —dijo el médico en un tono suave—. Has estado en coma durante un mes completo. Cuando llegaste al hospital después del accidente, las lesiones en tu cabeza eran graves. Estábamos muy preocupados, y en ese momento, no sabíamos si alguna vez volverías a despertar.

Asentí, asimilando lentamente la información. Un mes en coma... ¿cómo era posible? Seguí escuchando al médico mientras continuaba explicando.

—Cuando ingresaste y te llevamos a quirófano por politraumatismo, el neurocirujano consideró que en días, sin la inflamación no menguaba podía caer en muerte cerebral. Lo sorprendente, es que tu cuerpo respondió a todo de una forma, milagrosa —el Dr. parecía tan sorprendido como yo, al escucharlo. Aunque no sabía si era una buena noticia, realmente. 

—Y hoy, hemos realizado una serie de pruebas y exámenes, y lo que encontramos fue sorprendente. A pesar de la gravedad de tus lesiones, no hay daños permanentes en tu cerebro ni efectos colaterales del accidente. Tu cerebro parece estar funcionando perfectamente, y no hay evidencia de ningún trauma a largo plazo.

Mis ojos se abrieron con asombro. Era difícil de creer que después de un accidente tan grave, mi cerebro estuviera indemne. 

—Lo más sorprendente de todo, Andrea, es que tus signos vitales se mantuvieron estables durante todo el tiempo en coma. Tu cuerpo parecía estar en un estado de reposo, como si estuviera esperando a que despertaras por tu cuenta. Incluso todas las pruebas que realizamos no mostraron ningún efecto negativo del coma en tu organismo.

Mis padres y mi hermano intercambiaron miradas de asombro. La noticia parecía ser un verdadero milagro, y yo misma me sentía abrumada por la suerte que había tenido.

—Hemos estado monitoreándote constantemente, y tu recuperación ha sido más rápida de lo que podríamos haber esperado —el Dr. continuó—. No hay explicación científica para lo que ha sucedido. Es un caso extraordinario, Andrea. Parece que has superado todas las probabilidades en contra.

Me quedé sin palabras. Era difícil procesar todo lo que acababa de escuchar. Había estado al borde de la muerte y, de alguna manera, había regresado. Sentí una mezcla de gratitud, asombro y confusión.

Mis padres y mi hermano me miraron con ojos llenos de alegría y alivio. Aunque no entendía completamente cómo había sucedido, sabía que este era un regalo inesperado. Había vuelto a la vida de una manera que parecía milagrosa.

Allí mismo, comenzó a revisar mis signos vitales y hacer unas pruebas físicas solo para corroborar, y añadió:

—Al parecer, todo está bien —dijo sin más—. Te dejaremos unos días más en observación y dependiendo de cómo evoluciones te daremos de alta. 

Casi sin poder hablar y con una angustia en mi voz, pregunté:

—Espere Dr... ¿Cómo están mis amigas y mi novio Dan?

Hubo un momento de silencio incómodo antes de que el médico emitiera un suspiro y comenzara a explicar lo que había sucedido.

—Bueno, Andrea, verás, tu amiga Monique aun sigue en recuperación. Desde el accidente no ha querido emitir una sola palabra, se ha encontrado en un estado de Shock. Pero tu amiga Selena y tu novio Dan, llegaron muy críticos al hospital: Selena tenía la carótida rota y había perdido mucha sangre, mientras que Dan, al intentar salvarte, fue atravesado por unas de las ramas del árbol donde aterrizaron; desgarrando así la tráquea... 

Él seguía explicando la forma en la que Selena y Dan habían llegado, pero sus palabras, si bien las entendía, mi mente pareció no querer aceptarlas. Sus palabras parecían un golpe en el pecho, y mi corazón latía con fuerza mientras escuchaba cada detalle desgarrador. Es que no podía ser cierto. 

Mis ojos se llenaron de lágrimas y mi mente luchó por procesar lo que acababa de escuchar. Mis amigos, las personas que más me importaban en el mundo, habían sufrido lesiones tan graves... y entonces llegó la noticia que me hizo sentir como si el suelo se abriera bajo mis pies.

—Ambos murieron, no resistieron el accidente —eso pareció quebrarme—. Pero si no hubiera sido por Dan, no estarías aquí ahora, lo siento... Lo bueno de todo esto, es que estás recordando. Normalmente cuando existen lesiones cráneo - encefálicas es difícil que la persona se recupere de un día a otro. Esto solo es indicativo de un buen pronóstico para ti. 

El dolor que sentí en ese momento fue abrumador. Mis lágrimas se desbordaron, y una mezcla de culpa, tristeza y desesperación se apoderó de mí. No podía soportar la idea de que mis amigos y mi querido Dan hubieran perdido la vida en ese accidente, y que yo y Monique, quién no hablaba, fueran las únicas que habían sobrevivido.

—¡No! —grité histéricamente, sintiendo que el dolor me rompía por dentro—. ¡No puede ser! ¡No, no, no!

Mis padres y mi hermano intentaron consolarme, pero mi angustia era incontrolable. Grité y lloré, incapaz de contener la avalancha de emociones que me arrastraba. No supe cómo, pero en el momento en el que todos se aglomeraron encima de mi para tranquilizarme, había empujado a uno, la vía donde pasaba la hidratación a mi cuerpo se zafó y sangre comenzó a desparramarse. El médico llamó a las enfermeras, y pronto me administraron un calmante para intentar hacerme dormir.

Mi mente estaba en un estado de caos, lleno de culpa y dolor abrumador. Sentía que el mundo se había derrumbado a mi alrededor, y la idea de que mi vida se hubiera salvado a costa de la de mis seres queridos era demasiado insoportable. Finalmente, la oscuridad me envolvió mientras las lágrimas seguían cayendo, y todo lo que podía sentir era el peso de mi culpabilidad.

Esa noche, otra vez había soñado con Dan en la playa. Pero luego paso a una pesadilla, donde una y otra vez, rayos eran impulsados hasta la tierra destrozando así centenares de árboles junto conmigo...


Se suponía que debía ser por solo un día, pero mi reacción hizo que de uno, pasara a una semana, y luego más días. Y durante los siguientes, todo seguía igual: recordaba aquel catastrófico accidente intensificado por la noches, pues tenía innumerables pesadillas, lo que me hacía despertar con ataques de pánico. 

Al principio, las enfermeras venían corriendo hasta mí para intentar calmarme, pero al ver las frecuencias de mis ataques, todo aquello se mitigó y sencillamente ya no me prestaban más atención, después que resolvieron el conflicto al amarrarme las manos y pies a los cabestrillos de la cama. 

Fui visitada durante muchas horas por un fisioterapeuta que me hacía pruebas de todo tipo, pero al igual que las pruebas de laboratorio y de imagen, todo en mí estaba perfectamente bien. Todo esto sucedió de forma rutinaria, por un mes más, hasta que por fin me habían dado de alta.

Mis padres, ese día,  habían entrado con una amplia sonrisa. Entre sus manos tenían ropa para mí.

—Buenos días cariño, es hora de irnos a casa —dijo mi madre, con una amplia sonrisa esa mañana—. He preparado tu cuarto y mucha comida para que comas plácidamente cuando lleguemos a nuestro hogar. Pero primero debemos salir de este maldito lugar.

No respondí.

Cambiarme, fue como hacerlo con una muñeca de trapo, con una vista perdida en la pared blanca que parecía ser la única consiente de mi sufrimiento. Para cuando ya estábamos listo, justo cuando salimos de la habitación, hablé por primera vez:

—Llévame a donde está Monique, quiero verla —le dije a mi hermano, con súplica—. Mamá, papá, espérenme en la entrada.

Claro estaba que no era una petición que Georgina quería aceptar, pero mi padre, como mi aliado siempre, se encargó de conducirla directo hacia los ascensores. 

Calev me tomó del brazo, con delicadeza, y me condujo hasta la habitación de Monique. Al llegar, esta me miró fijamente, y observé como sus ojos se abrieron de la impresión, seguido de una lágrima que recorrió su mejilla. Por algún motivo que no supe en ese momento, entendía que  Monique estaba padeciendo el mismo dolor que yo. Uno que no provenía de nada físico, sino del mismísimo ser. 

Y, sorprendiendo a Calev, Monique habló:

—¿Cómo estás?

—Físicamente, estoy bien. Mentalmente, me siento como una mierda —respondí con simplicidad.

Ella asintió. 

—¿Qué haremos ahora?

Me acerqué con cuidado hasta su cama, la miré fijamente al rostro, me di cuenta que a diferencia de mí, tenía todavía pequeñas marcas del accidente en los brazos.

—No lo sé —dije, aguantando el nudo en mi garganta, y las ganas de llorar que volvió a surgir—. Solo quisiera retroceder el tiempo y poder quedarnos en el colegio. Todavía creo que esto no pueda ser cierto.

Monique asintió, ahora habían más lágrimas en su rostro. Se acomodó un poco para quedar sentada, y añadió:

—¿Sabes que han venido a vernos casi todo el colegio?

—Me lo imagino, debemos ser la cotilla número uno del colegio. Rebecca debe estar furiosa porque no están hablando de ella —añadí, sin darme cuenta que había dicho algo gracioso, que nos hizo sonreír al menos un poco. Limpié mis lágrimas y las de ella. 

—También ha venido el profesor Dilan —añadió Monique. 

Claramente, estaba preocupado por las amigas de su novia. Incluso, algo como eso que parecía ser una locura entre la relación de una estudiante y un profesor, parecía ser una tontería ahora que había muerto. Y pensar, que lo último que ella le había hecho entender es que no estaba de acuerdo con ese tipo de relación. 

—Ella se enojó conmigo ese día por lo que le dije —dije, volviendo a lamentarme.

—¡Hey, hey!... estoy segura de que ella no se fue con rencores hacia ti. Éramos mejores amigas, en las buenas y en las malas —Monique me consoló, con el mismo pesar. 

—¿Y cómo ha estado? —Pregunté, sabiendo que Monique era la única consciente en esos días. 

— A estado viniendo a desahogarse conmigo. Ya que cómo no he dicho ni una sola palabra hasta hoy, ha creído que he quedado muda —respondió Monique—. Pero la está pasando muy mal. Él realmente la amaba sabes...

—Ahora lo veo...—asentí, sin poder creer lo tonta que fui. Lo menos que quería en ese momento, era hablar de amor. Asi que tenía que cambiar de tema urgente—...¿Cuánto tiempo estarás aquí?

En eso interrumpen en el cuarto, haciendo que desviáramos nuestra mirada a la puerta. Observamos al mismo Dr. que me atendió.

—¡Hasta hoy la señorita Monique estará con nosotros! Hemos puesto un micrófono para ver cuando pronunciaría alguna palabra, y hoy ha sido ese día. Será enviada a su casa en este mismo instante —el tono de su voz era serio. 

Mi corazón se llenó de alegría al escuchar que mi amiga estaba finalmente bien, pero al mismo tiempo, una profunda tristeza se apoderó de mí al pensar en lo que habíamos perdido. Monique miró al doctor con gratitud, y luego volvió su atención hacia mí. Nuestros ojos se encontraron, y en ese instante, supe que compartíamos un profundo dolor y una profunda conexión. Me acerqué a su cama y la abracé con cuidado, temiendo lastimarla.

—¡Monique, no están! —susurré, con lágrimas corriendo por mis mejillas—. Se han ido, que será de nosotras...

Monique me abrazó con fuerza y también comenzó a llorar. Las palabras eran insuficientes para expresar el dolor que sentíamos en ese momento, pero el abrazo era un consuelo mutuo.

—No lo sé... Eran parte de nuestra vida, de nuestro mundo.

Estuvimos así por varios minutos, consolándonos entre ambas, cuando de pronto la familia de Monique entró. Comenzaron a darme condolencias, cosa que hizo que huyera de aquel lugar rápidamente. 

Calev me llevó hasta el auto de mi madre y me detuve. Los tres me observaban con cautela y mi padre preguntó:

—¿Que ocurre cariño?

Al ver el auto, no lo supe hasta ese momento, pero aquellas imágenes me volvieron a atormentar. Me puse pálida como el papel y la boca se me resecó. Mi cuerpo comenzó a temblar, y estaba segura de que otro ataque de pánico se venía.  

Calev, al notar lo que me sucedía, se acercó y abrazándome, susurró a mi oído: 

—Todo estará bien cierra tus ojos...

Lo miré impresionada. Sus ojos me miraban con determinación, y le obedecí, y de esa forma, dejé que me guiara al interior del auto. Si bien, podía sentir cuando arrancó y se movió, al menos, llevar los ojos cerrados y sentir los brazos de mi hermano a mi alrededor, como queriendo protegerme de todo al rededor, me hizo sentirme un poco más segura. En ese momento, él parecía ser el mayor. 

Esa tarde, me sentí como si mi casa no fuera mía, como si la comida no fuera un acto de bienvenida por parte de mi madre, como si los besos, las sonrisas, no fueran de notoria alegría en todos ellos por mi supervivencia. Y no mejoró cuando entré a mi habitación, y miré la ventana, recordando las veces que me asomaba para ver el auto de Dan llegar. Uno que ya no estaría esperándome. En la repisa, tomé una foto donde salíamos los dos dándonos un tierno beso, y detrás, había otra donde salíamos Monique y Selena juntas. 

Por supuesto, sonreí, apreciando los recuerdos, y otra vez comencé a llorar. Las fotografía se resbalaron de mis manos y se quebraron. Caí en la cama, y la puerta se abrió. No me di cuenta, pera había tomado una posición fetal mientras lloraba, sentí unas manos rusticas, y un murmullo en mi oído intentando tranquilizarme, era Castre. 

No sé cuanto tiempo estuvimos de esa forma, pero caí dormida hasta la mañana siguiente. 


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